La historia de Zek
Atravesé la Puerta perfectamente equipada, como tú —dijo Zek al iniciar su historia—, pero yo no era ni tan grande ni tan fuerte como tú y, por tanto, no podía transportar tantas cosas. Y además, estaba agotada…
»Cuando llegué a la Tierra de las Estrellas era de noche… lo que quiere decir que mis oportunidades eran escasas. Pero, naturalmente, yo entonces no sabía cuáles eran mis oportunidades… De haberlas sabido, seguramente me habría pegado un tiro en la cabeza y habría acabado con mi vida.
»Atravesé la Puerta, bajé por el borde del cráter y vi qué me esperaba. No podía hacer otra cosa que hacer frente a la situación, puesto que no había camino de regreso. Puedes creerme si te digo que, antes de decidirme a bajar, me arrojé contra la esfera en un último y desesperado intento de escapar, pero la esfera siguió en su sitio, emitiendo su luz blanca, tan implacable e impenetrable como una bóveda pétrea y luminosa.
»Pero si la visión de los que me esperaban me había asustado, mi aparición por la Puerta no dejó de tener su efecto sobre ellos. No sabían qué hacer conmigo. En realidad, no es que estuvieran esperándome, estaban allí en la Puerta por sus propios asuntos, si bien esto no lo descubrí hasta más tarde. Ahora todo esto está borroso en mi mente, como una pesadilla que se desvaneciera lentamente. Sería difícil describir cómo fue todo, qué ocurrió realmente, pero trataré de hacerlo.
»Ya has visto esas bestias voladoras que emplean los wamphyri, pero lo que no has visto son sus guerreros… o, si los has visto, no ha sido de cerca. No estoy hablando de los lugartenientes de Shaithis, Gustan y el otro, porque éstos eran antiguos Viajeros, vampirizados por Shaithis y poseedores de un cierto rango y autoridad. Que yo sepa, no son receptores de huevos y no pueden aspirar a otra cosa que a estar al servicio de su señor. Son vampiros, por supuesto, pero de un tipo especial… Todos los suplantadores de los wamphyri lo son, pero Gustan y los demás siguen siendo hombres… —Hizo una pausa y suspiró—. Jazz, esto va a ser difícil de contar. Los vampiros son… tienen un ciclo vital enormemente complejo. Quizá sería mejor que primero tratase de dejar claro lo que sé acerca de sus sistemas antes de seguir adelante. Me refiero a su sistema biológico.
»Los vampiros, las criaturas básicas, nacen en los pantanos situados al este y oeste de las montañas. Su fuente, su génesis, está basada en conjeturas. Es posible que sean seres-madres enterrados en la ciénaga que no han visto nunca la luz del día. Esas madres se ocuparían simplemente de poner huevos. Yo he hablado con los Viajeros y con lady Karen, que también es wamphyri, y no hay nadie que sepa nada acerca del vampiro básico. Sin embargo, hay algo que puedo garantizarte y es que no salen nunca de su pantano si luce el sol.
»Cuando ponen huevos, lo primero que hacen todos y cada uno de ellos es encontrar un huésped, al que persiguen con el mismo instinto que lleva al pato a buscar el agua. No forma parte de su naturaleza el vivir aislados y, de hecho, en caso de no encontrar un huésped, se desecan rápidamente y mueren. Podríamos decir que son como los cuclillos, que… pero no, la comparación es pobre. Mejor decir quizá que son como la tenia o, mejor aún, como las duelas, que viven en el hígado. Esto quiere decir, por tanto, que son parásitos, pero la similitud termina aquí…
»De todos modos, ya he dicho que su ciclo vital es complejo. Como lo son también los ciclos vitales de muchísimas criaturas de nuestro mundo. Lo de las duelas es un buen ejemplo. Viven en los intestinos de las vacas, cerdos y ovejas y ponen sus huevos en los excrementos del animal, que después son recogidos por los pies de otros animales, incluido el hombre, y penetran en ellos a través de las grietas o aberturas de su piel. Cuando se instalan en el hígado, el animal está perdido, porque el órgano se queda como un queso gorgonzola.
Y si el animal muere en el campo y su carne es consumida por los cerdos… o si después de sacrificado es consumido por hombres ignorantes… ya se entiende cómo continúa el ciclo. El vampiro es una cosa así, como un parásito. Pero como ya he dicho, ésta es la única semejanza que tiene con él.
»La gran diferencia es ésta:
»La tenia y la duela destruyen gradualmente a sus huéspedes, los anulan, los matan, pero también se aniquilan a sí mismos, porque no pueden vivir sin un huésped en el cual poder vivir. El instinto del vampiro, en cambio, es diferente. Él no mata a su huésped sino que crece dentro de él, lo hace más poderoso, cambia su naturaleza. Aprende de él, lo aligera de su debilidad física, aumenta su fortaleza, absorbe su mente y su carácter y los subvierte. Aunque el vampiro es asexuado, adopta el sexo de su huésped, sus vicios y sus pasiones. Los hombres son seres apasionados, Jazz, pero si en su interior hay un vampiro, no hay nada que los pare. Los hombres son belicosos y, como los wamphyri, alcanzan el éxtasis bañándose en la sangre de sus enemigos. Los hombres son tortuosos, lo que hace que los wamphyri sean las criaturas más tortuosas del universo.
»Pero todo esto no es más que una parte del ciclo, una faceta…
»Ahora bien, ya he explicado que un hombre, con un vampiro en su interior, puede convertirse en un ser mentalmente corrompido, pero es que además está el lado puramente físico. La carne del vampiro es diferente, es protoplasma, compatible con cualquier carne, con la carne de los hombres y con la carne de las bestias, compatible con casi todo cuanto tiene vida. Y de la misma manera que el vampiro crece dentro del huésped, también puede cambiar el huésped para sus propios fines e incluso llegar a cambiarlo físicamente. Los wamphyri son maestros de la metamorfosis. Voy a explicártelo:
»Supón que un vampiro que acaba de salir de un pantano tiene la suerte de encontrar a un lobo como huésped. Entonces obtendrá de él su astucia, su fiereza, sus instintos depredadores. E incluso los potenciará. Hay leyendas de lobos en la Tierra del Sol. Las mismas leyendas que conocimos en nuestra tierra como la leyenda del hombre lobo. La bala de plata, Jazz, ¡y la luna llena!
»Para seducir a los hombres, al objeto de alimentarse, el lobo dominado por el vampiro imita a los hombres. Camina sobre dos patas, deforma sus rasgos hasta hacerlos semejantes a los humanos, ronda a su presa durante la noche. Y cuando muerde…
»¡La mordedura del vampiro es virulenta! Su contaminación es segura, más aún que la de la rabia. Sin embargo, la rabia mata y la mordedura del vampiro, no. Podría matar si el vampiro quisiera, pero a veces la víctima vive. Y si en el momento del ataque el vampiro introduce en la víctima parte de su propio ser, de su propia carne protoplásmica, la víctima queda vampirizada. Puede decirse que el ataque es fatal, que el vampiro bebe la sangre de la víctima, la deja seca (cosa que suele ocurrir) y convertida en un cadáver. Igualmente, en este caso, aunque la víctima esté muerta, lo que se introduce, a cambio de la sangre, no está muerto. En el término de unas setenta horas, a veces menos, se produce la transformación y se complementa la metamorfosis. Nuevamente, como en los mitos de la Tierra, el vampiro aparece a los tres días y difunde su contaminación al exterior.
»De todos modos, me he desviado de la cuestión. Estaba tratando de explicar qué tipo de criatura es un guerrero wamphyri. Imagínate una de sus bestias voladoras aumentada de tamaño multiplicándolo por un factor de diez. Imagínate esta criatura con una docena de cuellos y cabezas blindados, las cabezas provistas de bocas llenas de dientes increíbles… dientes que parecen hileras de guadañas. Imagínate estas cosas con igual número de brazos o tentáculos, todos terminados en garras, en tenazas, equipados con versiones diferentes de los guanteletes de batalla de los wamphyri. Haz que los ojos de tu mente vean todas estas cosas y sabrás qué es un guerrero. Se trata de vampiros, pero manifiestamente desprovistos de cerebro, que sólo conocen la fidelidad que les inspira el señor que los ha creado.
»¡Ah, pero leo la pregunta en tus ojos, Jazz! Estás pensando: ¿cuál fue el señor que los creó y a partir de qué? Pero ¿es que no te he dicho que son maestros de la metamorfosis? Todas sus criaturas, las que sustituyen a las máquinas en su sociedad, fueron hombres en otro tiempo.
»No me preguntes el porqué de esas cosas, porque yo no tengo todas las respuestas y no creo que pudiera soportar conocerlas. Lo que sepa te lo contaré, si el tiempo lo permite. Pero hace un momento que me preguntabas qué fue lo primero que vi al llegar aquí y te dije que las primeras cosas que vi, dos en este caso, fueron guerreros wamphyri. Fue lo que vi primero, antes de ver nada más, de la misma manera que tú detectarías una pareja de cucarachas si las vieras mezcladas con hormigas. En primer lugar, porque las hormigas son tolerables y las cucarachas no lo son y, en segundo lugar, porque las cucarachas son mucho más grandes y, por la misma razón, mucho más feas.
»Había dos en aquella llanura cubierta de piedras, bajo la luna y las estrellas. Su tamaño me pareció increíble. Que eran luchadores era evidente. Si ves un dibujo del Tiranosaurus Rex en un libro de animales prehistóricos no necesitas que te explique nadie que se trata de un animal depredador. Pues estas criaturas eran así: iban armadas hasta los dientes, iban acorazadas y su manifiesta fealdad hacía que no pudieran ser otra cosa. Sólo cuando vi que eran seres tranquilos y que se dominaban, me atreví a apartar de ellos los ojos. Después de observar a las cucarachas, para llamarlas de algún modo, me decidí a observar a las hormigas. Comparadas con ellas, es decir, con los guerreros y las bestias voladoras, esto era exactamente lo que parecían: hormigas. Sin embargo, eran los amos, mientras que aquellos monstruosos gigantes eran sus obedientes esclavos.
»Intenta imaginártelo: en la llanura cubierta de piedras, aquellas dos montañas de carne acorazada. Mas cerca, media docena de pajarracos, con sus cuellos alargados balanceando las cabezas de un lado a otro. Y más cerca aún, a unos cuantos pasos de distancia de la resplandeciente cúpula de la Puerta, los wamphyri que acuden a castigar a uno de los suyos, un transgresor de las leyes de lady Karen. Los observo, los contemplo con una mezcla de terror y morbosa fascinación, y ellos me miran a su vez. Porque estaban allí para empujar a alguien a través de la Puerta y lo que no esperaban era ver entrar a nadie por ella.
»Estaba la propia Karen y cuatro subordinados, cuatro "lugartenientes" si prefieres llamarlos así, y otro que era más feo que un demonio cargado de cadenas de oro. Ahora bien, sabes muy bien, Jazz, que el oro es un metal blando y que se rompe con facilidad, aunque no ocurre lo mismo cuando los eslabones tienen el grosor de un dedo. Había más oro en aquellas cadenas que todo el que he visto junto en mi vida y, a pesar de todo, las llevaba como si fueran de hojalata. Se llamaba Corlis y era enorme, bruto y fuerte, iba absolutamente desnudo, sólo vestido con todo aquel oro. No llevaba guantelete en la mano, estaba humillado. Sin embargo, pese a que se encontraba desnudo y sin armas, se veía en sus ojos enrojecidos el brillo de la furia y el orgullo.
»Los cuatro hombres que lo rodeaban eran muy altos, pero el prisionero los sobrepasaba la cabeza; llevaban largas vainas de cuero fijadas a la espalda y en las manos unas espadas muy finas. La espada, como he sabido después, es una arma humillante y se considera que sólo aquellos maléficos guanteletes que ellos llevan son honorables y adecuados para el combate cuerpo a cuerpo. Estas espadas, además, tenían la punta de plata. Y las cuatro apuntaban a Corlis, que estaba allí jadeante, con la cabeza levantada, lleno de rabia contenida.
»Detrás del prisionero y rodeada por los cuatro que la custodiaban, estaba lady Karen, inmóvil. Al verme, abrió la boca como admirada. Ahora, Jazz, voy a decirte una cosa que ninguna mujer se atrevería a admitir, que ni yo misma me he atrevido casi a admitir hasta ese momento: las mujeres son seres envidiosos. Y las guapas más que las que no lo son. Si lo admito ahora es porque sé que es verdad, si bien debo decir que hasta que vi a Karen no lo supe en realidad.
»Tenía el cabello cobrizo, brillante, casi llameante. Reflejaba la luz blanca de la cúpula como un halo sobre su cabeza y sus cabellos se derramaban sobre sus hombros como oro finamente entretejido que quisiese competir con las fulgurantes ajorcas que llevaba en los brazos. Eslabones de oro de una fina cadena que le rodeaba el cuello sostenían la túnica de cuero blanco y flexible que le ceñía el cuerpo como un guante y las sandalias de cuero pálido que llevaba en los pies estaban pespunteadas con hilos de oro. Llevaba sobre los hombros una capa de pieles negras que le llegaba hasta los pies, confeccionada con los pelos de las alas de los grandes murciélagos, que resplandecía con finos pespuntes de oro, y se ceñía la cintura con un amplio cinturón de cuero negro, cerrado con una hebilla que representaba la cabeza de un lobo aullando y, colgado de su redondeada cadera, pendía el guantelete.
»Era una mujer increíblemente hermosa; mejor dicho, lo habría sido a no ser por sus ojos escarlata. Quienquiera que fuese la gente que convivía con ella, no se diferenciaba de ella; es más, ella era la señora del grupo. Yo no tardaría mucho tiempo en saber qué nombre se daban a sí mismos: wamphyri.
»Se adelantó hacia mí, destacándose del grupo formado a mi alrededor, mientras yo estaba agachada junto a la pared del cráter, con aquella media esfera que era la Puerta a mis espaldas. Vista de cerca todavía era más hermosa; su cuerpo tenía aquel movimiento sinuoso propio de las bailarinas gitanas, aunque tenía un aire tan sencillo que le daba un aspecto totalmente inocente. Su rostro, en forma de corazón, con un orgulloso mechón de pelos sobre la frente, habría podido ser angelical si sus ojos rojos no lo hubieran convertido en el de un demonio. Tenía una boca llena, de arco perfecto; sus labios, rojos como la sangre, todavía más marcados por la palidez de sus mejillas, ligeramente hundidas. Tan sólo su nariz tenía un aspecto un tanto desfavorecedor, porque era un poco inclinada, regordeta, con los orificios excesivamente redondos y oscuros. Y quizá también sus orejas, medio escondidas entre los cabellos y un poco retorcidas, igual que conchas exóticas. Sin embargo, de sus lóbulos pendían unos aros de oro y aunque había en ella un aire salvaje y estaba envuelta en colores contrastados, continuaba teniendo todo el aspecto de una gitana. Hasta sus movimientos emitían un sonido, aun cuando nadie pudiese oírlo…
»Fue entonces cuando ella me dijo: "Habitante de la Tierra del Infierno…"
»Y me lo dijo en una lengua que yo no habría entendido de no haber tenido el talento suficiente para comprenderla. Las lenguas son fáciles de entender cuando uno tiene dotes telepáticas. Sin embargo, lo que yo no podía comprender en las palabras que decía lo leía en su mente, cosa que ella advirtió al momento, porque su mano pálida, de uñas de color carmesí, se movió hacia mí y, acusadora, me dijo: "¡Ladrona del pensamiento!"
»Después entornó los ojos inyectados en sangre y, al volver a hablar, lo hizo con voz reflexiva: "Una mujer de la Tierra de los Infiernos… Había oído hablar de hombres, de brujos que llegaban a través de la Puerta, pero nunca hasta ahora de una mujer. Tal vez es un presagio, porque a lo mejor una ladrona de pensamientos podría serme de gran utilidad".
»Súbitamente pareció tomar una decisión repentina: "Entrégate a mí y transmíteme todos tus secretos y yo te protegeré. Si te niegas y sigues tu camino, no tendrás mi protección", me dijo.
»Pero mientras hablaba, pude ver detrás de ella las miradas socarronas y la lascivia reflejadas en las caras de sus secuaces. Pensé inmediatamente que en aquello me iba la vida. Si no me iba con ella, ¿adónde podía ir? ¿Podía ir a algún otro sitio? Si no me iba con ella, ¿adónde iría a parar?
»"Soy Zekintha", le dije, "y acepto tu protección", le dije. "Entonces llámame lady Karen'', dijo ella moviendo la cabeza, mientras su cabello despedía resplandores de fuego. "Y ahora apártate un poco, porque aquí tenemos qué hacer."
»Y dirigiéndose a sus ayudantes dijo: "¡Traed al perro Corlis!"
»Los hombres de Karen empujaron al prisionero; incluso encadenado, se habría revuelto contra ellos, pero las armas que empuñaban, rematadas con puntas de plata, lo tenían a raya. Le quitaron las cadenas y cuando le retiraron la última…
»…¡aquél era el momento que había estado aguardando!
»Arrollando aquel último trozo de cadena alrededor del puño, Corlis se revolvió, se agitó e hizo retroceder a sus guardianes. Antes de tener tiempo de reaccionar, se libró de la pesada cadena y la proyectó con gran fuerza contra ellos. Después se echó a reír, con una risa loca y desaforada, y se abalanzó sobre lady Karen, como si quisiera apoderarse de ella. "Si tengo que ser una víctima de la Puerta, Karen, ¡también vas a serlo tú!", le gritó. De la misma manera que tú metiste aquí a Karl Vyotsky, Corlis también había decidido sacar de aquí a lady Karen.
»Agarrándola fuertemente, Corlis casi alcanza la baja pared del cráter, pero los hombres que la protegían echaron a correr tras él como perros perdigueros; él, sin embargo, tenía ventaja. Parecía que mi única esperanza en un mundo tan extraño era que me eliminaran. Pero Corlis no había contado conmigo. Mientras eludía a los seguidores de Karen y las bocas de los agujeros del magma, se acercó al lugar donde yo me encontraba. Karen le daba puntapiés y mordiscos, pero esto tenía poca importancia. Era una wamphyri, pero también era una mujer. Con lady Karen transportada bajo el brazo, Corlis se dio cuenta de su oportunidad, por lo que saltó en dirección a unos peldaños naturales de piedra, por los que treparon siguiendo la pared del cráter. Ahora se encontraba a tres o cuatro pasos de la Puerta. Sin embargo, cuando pasaba delante de mí, levanté la pierna y le propiné un buen golpe… Fue así de sencillo.
»Corlis dio un traspié y Karen salió despedida por los aires. A punto estuvo de colarse por uno de los agujeros del magma que abrían sus enormes fauces. Corlis se levantó, quedó apoyado en una rodilla y me lanzó una mirada con la que me escupía todo su odio y su contrariedad. Yo me encontraba casi a su alcance. Avanzó sus brazos hacia mí y yo me hice atrás… Pero ¡oh, santo cielo!, sus brazos infernales seguían acercándose a mí. Se alargaban como si fueran elásticos, cada vez más cerca de mí, y yo podía oír el desgarramiento de sus músculos y de sus ligamentos. Su rostro… ¡oh, Dios mío, qué espantoso era su rostro!… Se abría a través de una boca que parecía una trampa de acero, con hileras de dientes que eran igual que agujas, que crecían visiblemente y que se curvaban por fuera de sus encías. No sé en qué estaba convirtiéndose, pero era evidente que estaba transformándose en algo manifiestamente invencible. Pero yo no estaba dispuesta a ceder ante él. Y menos en una cosa así.
»Yo tenía la metralleta en las manos, pues no la había soltado ni un momento, pero yo no soy un soldado, Jazz, y nunca he matado a nadie. En aquel momento, sin embargo, no me quedaba otro remedio. Así es que apunté con el arma (no me preguntes de dónde saqué las fuerzas, porque tenía unos músculos que parecían de gelatina) y apreté el gatillo.
»Bueno, como bien sabes, las balas no los matan, pero les causan extraordinarias perturbaciones. La cortina de fuego que precipité sobre Corlis era como una potente pared de plomo. Hizo que todo su tronco se volviera de color escarlata, abrió agujeros en su pecho y en su odioso rostro, lo barrió de mi lado y lo dejó repantigado en el suelo, más blando que un trapo húmedo. Y en medio del estrépito enloquecedor provocado por el arma, dio la impresión de que todo había quedado como congelado. En la relativa quietud de la Tierra de las Estrellas, aquel arma de fuego sonó como una carcajada que hubiera retumbado en el infierno. Hasta que el cargador quedó vacío no mermó el ruido, mientras sus estampidos retumbaban a través de las colinas.
»El efecto fue sorprendente, pero súbitamente el cuadro se puso en movimiento. Instados por Karen, que se había puesto de pie, sus hombres se abalanzaron sobre Corlis. ¡Éste se había sentado! Yo no podía creer lo que veían mis ojos, pero así era en efecto. Las perforaciones que las balas habían hecho en su cuerpo ya se estaban cerrando y su cara ensangrentada iba sanando por sí sola. Sin embargo, vio que aquellos hombres se lanzaban contra él con sus espadas de punta de plata y miró enloquecido a su alrededor. ¡Allí! Acababa de descubrir uno de los agujeros del magma; se levantó, ladeado y con el cuerpo encorvado, y, dando un salto, se precipitó hacia su boca oscura. Ya en el aire, uno de los seguidores de Karen lo atrapó, la plata de la espada lanzó un destello y la cabeza de Corlis salió volando por los aires. El tronco se desplomó hacia adelante salpicándolo todo con la sangre que manaba de su cuello cercenado. El salto de Corlis había impulsado su cuerpo retorcido a través del agujero del magma haciéndolo desaparecer de la vista. Pero su cabeza había quedado allí en el suelo y sus labios dibujaban una mueca al tiempo que sus dientes rechinaban espantosamente.
»Karen profirió un grito de asco, dio un paso adelante y de un puntapié lanzó la bola asquerosa a través de otro agujero. Dejando aparte lo que pudiera haber hecho Corlis, aquello había sido horrible y ahora de él no quedaba otra cosa que unas manchas de color escarlata…
»Karen me contempló, al tiempo que observaba el arma humeante que yo todavía tenía en las manos. Sus ojos sanguinolentos estaban muy abiertos y hacían que su cara todavía pareciera más pálida. No sólo observaba el arma que yo tenía en las manos, sino también el resto de mi equipo; parecía que no podía apartar los ojos de los macutos, después de lo cual trasladaba inmediatamente la mirada a la boca del lanzallamas que yo llevaba colgado del cinturón o a la insignia del bolsillo izquierdo de la pechera de mi traje de combate. Al parecer, eso fue lo que más la impresionó, por lo que se acercó más y clavó sus ojos en la cimera del escudo. Por supuesto, se trataba de la hoz y el martillo, atravesados por una bayoneta de una unidad de infantería. Un soldado de escasa talla me había pasado su mono de uniforme.
»Pero para lady Karen significaba mucho más. Irguiéndose todo lo alta que era, como si se sintiera profundamente ultrajada, me señaló con el dedo y me escupió al rostro sus palabras. Las pronunciaba con tal rapidez que parecían graznidos. Yo las leía en su mente: "¿Ésta es tu enseña? ¿El cuchillo curvo, el martillo y la estaca? ¿Quieres burlarte de mí?"
»"Yo no quiero burlarme de nadie", le respondí. "Esta enseña no es más que…"
»"¡Mucho cuidado! Y procura que el arma no se te dispare, porque de lo contrario te entregaré a mis guerreros y te engullirán como una golosina", me replicó.
»Y al decir estas palabras indicó con el dedo las anómalas monstruosidades que aguardaban en la llanura salpicada de rocas.
»Mi arma ahora estaba descargada y no osaba volverla a cargar. Obedeciendo a un momento de inspiración, la tendí a Karen como ofreciéndosela, pero ella retrocedió con un gesto que dejaba traslucir un cierto respeto. Después frunció el entrecejo, apartó de un golpe el arma, se acercó y clavó sus uñas escarlata en el pespunte de mi bolsillo. Arrancó de un gesto el ofensivo blasón y lo arrojó lejos de sí. "¡Así! ¿Repruebas estos signos?", me dijo. "Sí, los repruebo", respondí. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y pareció calmarse.
»"¡Muy bien!, pero tienes suerte de que esté en deuda contigo. Más tarde ya me contarás por qué llevabas este insulto encima", insistió.
»Después se volvió hacia sus hombres, que se apresuraron a dirigirse a la llanura y a subir en sus monturas.
»Karen hizo un movimiento hacia ellos, pero yo permanecí quieta, sin saber qué hacer. Dándose cuenta de mi indecisión, dijo: "Ven, nos están esperando".
»Me llevó hasta una de aquellas criaturas, que estaba recostada en el suelo moviendo la cabeza. Pensé que debía de tratarse de la de Corlis, puesto que en el lomo, a la salida del cuello, tenía una caja de metal colocada en la posición adecuada.
»"Súbete y métete dentro", me dijo Karen, pero a mí me fue imposible hacerlo.
»Retrocedí y moví la cabeza. Fue como si mi temor le infundiera una mayor confianza, aunque no creo que le hiciera mucha falta. Después se echó a reír. "Entonces móntate conmigo."
»Nos dirigimos a otra de las bestias que estaba libre, colocada al lado de la anterior. Debajo del arnés tenía una especie de manta morada, grande como una alfombra, que le cubría todo el cuerpo. El arnés era de cuero negro con ornamentos de oro, en tanto que la silla de montar, por la parte de la base del cuello del animal, era enorme, blanda y suntuosa. Aquella criatura bajó el cuello y Karen, agarrándose a los salientes y a los arneses, se aupó fácilmente y se sentó en la silla. Me costaba enormemente tocar aquella carne extraña. Lady Karen se agachó, me agarró la mano enfebrecida con la suya helada y, sirviéndome de su ayuda, me monté detrás de ella. "Si te mareas, agárrate a mí", me dijo.
»Y salimos volando en dirección a su nido de águilas. No puedo decir nada más acerca de aquel vuelo, puesto que tuve los ojos cerrados gran parte del tiempo y, si me agarré a ella, fue porque no había ningún otro sitio al que agarrarme.
»El nido de águilas era un lugar horrible, era… ¿Jazz?
Zek se inclinó hacia adelante y lo miró. Jazz tenía pegada en los labios la colilla del cigarrillo. Aunque Zek lo contempló largamente con una sonrisa, se dio cuenta de que una ráfaga de viento le precipitaba sobre el pecho un poco de ceniza y que el pecho de Jazz había comenzado a bajar y subir rítmicamente. ¡Y eso que había dicho que se sentía incapaz de dormir! Bueno, mejor que se tomase su descanso…, y mejor también que ella lo imitara.
Aun así, no pudo por menos de preguntarse hasta qué punto había atendido su relato.
Daba la casualidad de que lo había oído casi todo y de que la opinión de Jazz con respecto a ella apenas había variado: seguía considerándola una mujer endiablada…
Los veintitrés kilómetros siguientes no resultaron tan fáciles de recorrer e hicieron que Jazz comenzara a entender qué había querido decir Zek al comentarle que uno se quedaba con el espinazo roto. Después de todo lo que había pasado antes y después de abandonar Perchorsk (y su propio mundo), algo menos de tres horas de sueño no eran gran cosa. Al menos en lo que se refería a la preparación para lo que había de seguir después. El camino era duro y serpenteaba hasta llegar a las colinas más altas, donde las piedras desprendidas convertían la marcha en una auténtica carrera de obstáculos; no tardó mucho en ponerse a llover, un diluvio que acabó por apaciguarse cuando Lardis anunció la siguiente interrupción para hacer un nuevo descanso. Aquí había cuevas secas y poco profundas que se abrían debajo de salientes de roca, y dentro de ellas se dispersaron gran parte de los Viajeros. Jazz y Zek hicieron lo mismo y desde su angosto refugio atisbaron el cielo que se iba aclarando y el sol bajo e inconmovible que comenzaba a proyectar nuevamente sobre sus rostros sus rayos pálidos, pero ya reconfortantes.
Desde aquel punto, mientras el ambiente se iba despejando y el lol absorbía y dispersaba la niebla turbulenta que se levantaba del suelo, Jazz comprendió por qué Lardis había escogido aquella ruta tan difícil. Más abajo, un bosque se extendía, amplio y profundo, hasta la llanura de la Tierra del Sol. Atravesados por multitud de riachuelos que bajaban de las colinas tumultuosos, los bosques de un verde profundo y oscuro hablaban de una exuberancia casi impenetrable. Allí en las alturas, los ríos todavía eran cursos de agua fácilmente vadeables, pero al llegar abajo se despeñaban desde los barrancos y después se juntaban y acababan por formar amplios torrentes que serpenteaban entre los bosques. Eran buenos para la caza y la pesca, ciertamente, pero no para una caminata tan ardua como aquélla. La elección había sido fácil: un camino difícil o un camino imposible. El pie de las colinas dominaba la vista de todo el terreno circundante, detalle que era muy del gusto de Lardis.
—Esta vez —dijo Jazz a Zek—, creo que voy a dormir.
—También has dormido la última vez —le recordó ella—. ¿Comienzas a notar el agotamiento?
—¿Qué si comienzo a notarlo? —dijo Jazz con una mueca—. No tengo un solo músculo en el cuerpo que no me duela. Y los Viajeros, encima, tienen que llevar a rastras de un lado a otro esta maldita y pesada narria y todavía no les he oído quejarse. Supongo que es lo que tú dices, pero no sé qué le ocurriría a una persona débil o anciana que viniera a parar a este lugar.
—No es que yo sea muy fuerte —reflexionó ella—, pero yo he tenido más tiempo para acostumbrarme. Supongo que en cierta manera he tenido suerte de que lady Karen fuera la primera en acogerme. Y después, que ella fuera…, bueno, una «señora», o por lo menos todo lo señora que le permite su condición.
—¿Su condición?
—En ella anida el huevo de Dramal Doombody —dijo Zek, sin dejar de mover la cabeza—. El wamphyri lord Dramal estaba sentenciado desde el día que contrajo la lepra…, razón por la cual le fue puesto el nombre que llevaba. Voy a explicártelo.
»La lepra también forma parte del sino de los Viajeros. Son propensos a ella. Se la contagian, la heredan o simplemente la contraen por contacto con otro leproso. No me preguntes, porque no sé nada acerca de la enfermedad. Pero cuando en un Viajero comienzan a aparecer los síntomas, está perdido. Ocurre de vez en cuando: simplemente, su tribu lo abandona, ya se trate de un hombre o de una mujer. Dramal, en su juventud, hace de eso quinientos años, se juntó con una leprosa que, aunque padecía la enfermedad, todavía no manifestaba síntoma alguno. El vampiro la encontró atractiva, cohabitó con ella en su nido de águilas y, más tarde, demasiado tarde, descubrió la maldición que había caído sobre él.
Jazz se quedó nuevamente desconcertado.
—¿Quieres decir que ella le contagió la enfermedad? Me sorprende que esas terribles criaturas puedan sobrevivir. Dejando aparte el que están guerreando continuamente entre sí, encima beben la sangre de los Viajeros, mantienen relaciones sexuales con las mujeres y generalmente son vulnerables a toda suerte de enfermedades.
—Sin embargo —respondió Zek—, a su manera son escrupulosos. Por lo menos los auténticos señores entre los wamphyri.
—¿Escrupulosos? —preguntó Jazz, atónito—. ¿Lo dices en serio?
Ella lo miró a los ojos sin parpadear.
—Las cucarachas también son escrupulosas a su manera. Pero hay que decir que los wamphyri son, efectivamente, quisquillosos. Sus servidores, sus secuaces, generalmente Viajeros que han experimentado un cambio y que han sido vampirizados pero no han recibido un huevo, como aquellos dos que viste con Shaithis, no son tan exigentes. En cuanto a eso que dices de que son vulnerables a toda suerte de enfermedades, tal vez sería verdad si fueran completamente humanos pero, como has podido ver, no lo son. Así que un hombre es vampirizado, su cuerpo se hace invulnerable a las enfermedades. Por esto viven tantísimos años. Incluso llegan a superar el proceso de envejecimiento.
—Sin embargo, no son invulnerables a la lepra. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Así es, al parecer. De todos modos, esta mujer de Dramal murió en la torre donde él la encerró. Pero le pasó la enfermedad. Por supuesto que su carne de vampiro la combatió y, después de deteriorarse, sus miembros se regeneraron y su carne se renovó. Pero Dramal no podía salir victorioso. El vampiro que había en él estaba infectado. Así que la enfermedad hizo mella en él, pese a que todas las energías de Dramal se concentraron en combatirla e impedir que avanzara. Su nido de águilas fue rehuido por los wamphyri y ni siquiera tenía visitantes en tiempos de tregua. Por supuesto que contaba con sus siervos pero, a medida que se iba debilitando, incluso éstos comenzaron a murmurar contra él y a urdir conjuras contra su persona. En realidad, tenían miedo de que les pegara la enfermedad.
»Ahora bien, todo esto requirió tiempo, casi quinientos años de gradual deterioro. Sin embargo, hace unos cuantos años que Dramal comenzó a temer que se aproximaba su fin y que uno de los Grandes No Muertos estaba a punto de morir… O que muy pronto se encontraría tan débil que hasta sus propios siervos se levantarían contra él, le clavarían una estaca, lo decapitarían y quemarían sus restos hasta dejarlos reducidos a cenizas. Entonces volarían hasta su nido de águilas, ahora considerado por casi todo el mundo como un foco de infección. Decidió entonces que, antes de que consiguieran hacer lo que se proponían, debía depositar su huevo, si bien no pensaba depositarlo en ninguno de los que componían aquella traicionera caterva que lo rodeaba. Por supuesto que, cuando pasara el huevo a otro, huiría de él su poder y el nido de águilas pasaría a manos de su sucesor. Así es que cogió a Karen Sisclu, perteneciente a una de las tribus orientales de Viajeros, e hizo de ella un wamphyri y, antes de morir, le transmitió todo su poder. En una situación mejor, le habría pasado el huevo a través del acto sexual, pero ahora ya no le quedaban fuerzas para esa clase de expansiones. Las había consumido todas en enseñar a Karen las costumbres de los wamphyri, los secretos del nido de águilas y en pasarle los sellos y la lealtad de sus diferentes bestias. Así es que se limitó a besarla y con el beso bastó: aquel beso monstruoso fue suficiente para transmitirle el huevo.
Jazz a duras penas pudo reprimir un ligero estremecimiento. Hizo una mueca y dijo:
—¡Oh, Dios, qué mundo éste! Pero dime una cosa: cuando hablas de «su condición» refiriéndote a lady Karen, ¿quieres decir que ahora es un wamphyri o que es algo peor todavía? Me refiero a que si, además, padece la lepra que le contagió Dramal.
—¡No, eso no! —respondió Zek—, pero es posible que su situación sea todavía peor, si eso es posible. Mira, las leyendas de los wamphyri dicen que la primera madre fue una hembra, cuyo vampiro produjo no un solo huevo, como es normal, sino una interminable cantidad de huevos, hasta que el vampiro y su huésped femenina quedaron secos… y ya no quedó nada de los dos. Éstos dieron nacimiento a los vampiros, pero el esfuerzo los dejó absolutamente exhaustos y convertidos en pellejos sin vida. Así fue como Dramal decidió pagar a los demás wamphyri por el desdén que le habían manifestado, por llamarle Doombody, es decir, cuerpo condenado, y por el aislamiento en que lo habían tenido. Pero lo hizo también por pura maldad. Haría que viniesen a parar a este mundo un centenar de huevos de vampiro, todos los cuales encontrarían un huésped en los habitantes de aquel nido de águilas. ¡Hasta las bestias voladoras y las criaturas guerreras se convertirían en wamphyri! Lo cual suponía el envilecimiento de toda la raza dominada por una bruja. ¿Comprendes?
Jazz asintió con la cabeza, aunque no sin cierta incertidumbre.
—Creo que sí. Él esperaba que Karen se convertiría en madre y que su vampiro produciría la misma interminable cadena de huevos. Pero ¿qué seguridad podía tener?
—Quizá no la tenía —dijo ella encogiéndose de hombros—, quizás esperaba que fuera así, pero el hecho es que dijo a Karen que esto es lo que ocurriría. Y ella, la pobre, como es una criatura maldita y condenada, así lo cree. Los wamphyri tienen extraños poderes. Tal vez en cierto modo lo ha maquinado todo. En cualquier caso, ahora él se está corrompiendo y ella está aguardando, mientras el vampiro que se alberga dentro de ella va madurando lentamente. Lo que ocurre es que hay algunos que maduran más rápidamente que otros. En algunos el hecho ocurre en cosa de días, mientras que en otros tarda muchos años. Si su vampiro es una madre, tendrá el mismo sino que aquella primera madre de la leyenda…
Zek hizo una pausa y, como movida por un impulso, se acercó a Jazz y le tocó la cara. Antes de que tuviera tiempo de retirar la mano, él le dio un beso en los dedos. También había sido un impulso. Zek le sonrió y movió la cabeza.
—Sé qué estás pensando —dijo—, y ciertamente no tengo necesidad de leer tus pensamientos para saberlo. De todos modos, son pensamientos de saltamontes, porque pasan de consideraciones espantosas a… apetencias de placer… ¡una cosa detrás de la otra!
Y a continuación volvió a ponerse seria.
—Tienes razón, Jazz, éste es un mundo terrible. Y nosotros no estamos ni mucho menos fuera de él. Mejor ahorrar esfuerzos.
—Me he fijado que te has puesto muy cerca de mí. Quizá no sé leer tus pensamientos…
Ella se echó a reír.
—Aquí hay muchos Viajeros varones sin pareja, Jazz —dijo Zek—. Ahora tanto ellos como Lardis se figurarán que me he decidido, y pueden tener razón o no tenerla. De todos modos, ya no tendré necesidad de seguir quitándomelos de encima… pero no me obligues a tener que rechazarte a ti también, porque no sé si lo conseguiría.
Jazz lanzó un suspiro y rezongó:
—¡Promesas, promesas!
Después, con una sonrisa que más bien parecía una mueca, dijo:
—Está bien, tú ganas. De todos modos, me duele todo…
Al final de la última etapa del viaje, el sol se había trasladado unos cuantos grados hacia el este y había descendido apreciablemente en el cielo. O, tal vez, los Viajeros habían subido del pie de las montañas y el horizonte había bajado. Fuera lo que fuese, Jazz observó una franca urgencia, una mayor conciencia en Lardis y su gente. El desfiladero a través de las montañas todavía estaba a unos cuantos kilómetros en dirección este y el descenso del sol parecía mucho mas evidente. Sí, y Shaithis tenía unas cuentas que ajustar, por lo que cuanto antes llegase la tribu al refugio de su cueva, tanto mejor.
Siguiendo un camino perfectamente definido colinas abajo, la marcha se hizo rápida y sorprendentemente fácil. Se habían cubierto poco menos de treinta kilómetros en el tiempo calculado para la mitad de esa distancia, cosa que complacía profundamente a Lardis, y éste ordenó que se instalara un campamento en la orilla oeste del río, al borde de una extensa región cubierta de bosques, y comunicó a sus gentes que tenían cuatro horas de descanso. Envió cazadores a la sabana cubierta de altas hierbas, entre las cuales vivían toda suerte de pájaros y otros animales, y después se buscó un sitio junto a la orilla del río, trazó una línea y se sentó en el suelo, sumido en aquel largo atardecer, de espaldas a los pescadores, dispuesto a hacer sus planes.
Sus hombres, entretanto, encontraron señales dejadas por los corredores (miembros de la tribu que corrían libremente y a grandes distancias, que actuaban en calidad de agentes secretos de Lardis). Éstos corroboraron los puntos de enlace previamente establecidos tanto para el siguiente grupo de Viajeros, situado a una distancia solamente de siete kilómetros en cabeza, y el campamento original, a unos treinta o cuarenta kilómetros de distancia. Lardis se mostró satisfecho cuando su anzuelo se clavó en un enorme barbo, que izó a la orilla. Parecía que las cosas estaban ocurriendo exactamente tal como estaban programadas.
En cuanto a Jazz y Zek, mientras ella se bañaba en el río, él manipulaba su metralleta, liberando el bloqueo y engrasando las diferentes piezas, es decir, volviendo a dejar el arma en condiciones de ser utilizada. En el caso de una nueva confrontación, siempre sería mejor disponer de dos armas que de una. Jazz, además, había pedido que le devolvieran el resto del equipo, puesto que quería que por lo menos un miembro de la cuadrilla de gitanos con la que trabajaba, preferiblemente el propio Lardis, tuviera un conocimiento del funcionamiento de los diferentes instrumentos y, de manera especial, del lanzallamas. Cuando llegó su equipo, Jazz tuvo la sorpresa de comprobar que, al parecer, no había nadie que hubiera manipulado sus cosas desde que él hizo los paquetes. Y quizás así había sido mejor. En el fondo de uno de los fardos había un nido de granadas de fragmentación rusas, dotadas de un alto poder destructor. Tenían un tamaño parecido al de los huevos de gallina y recordaban a Jazz los huevos de chocolate envueltos en papel de plata del día de Pascua, ahora que las veía en la bandeja compartimentada y rellena de serrín de una caja de madera. Si alguien los hubiera manipulado, seguro que habría tenido que enterarse.
Lardis, camino del campamento, con el enorme barbo coleando colgado de su espalda, hizo un ademán a Zek y a Jazz desde la orilla del río y les gritó:
—Dejad que me desembarace primero de esto y después iré a ver esas cosas vuestras.
Contemplaron su corpulenta figura mientras se perdía de vista junto a la orilla del río y después continuaron haciendo lo que habían dejado interrumpido. Mientras Zek terminaba de secarse el pelo, Jazz probó el arma por última vez; tiró con fuerza de la pieza para cargarla y se vio recompensado con el claro, preciso y familiar chasquido de las partes metálicas del arma al encajar unas con otras. Después apretó el gatillo, y el cierre de la recámara saltó hacia adelante y se situó en su lugar. Jazz hizo un gesto de satisfacción, puso el seguro y metió un cargador completo en su interior. Tendió el arma a Zek y dijo:
—Vuelves a ser una potencia tanto en este mundo como en el otro. Todavía me quedan seis cargadores completos y municiones suficientes para rellenar cuatro de ellos. Es decir, cinco para cada uno. No es que sea precisamente un arsenal, pero mejor esto que nada.
Cogió una granada y la sopesó en la mano. Había que imprimirle un movimiento giratorio y tirar de la anilla. Aquella granada, llena de materia altamente explosiva, saltaría por los aires convertida en doscientas astillas metálicas curvas, cada una transformada en una hoz que, con la explosión, saldría despedida a la velocidad de una bala. ¡Sería devastadora! Ni siquiera el más poderoso de los vampiros podría nada contra ella. En el mejor de los casos, quedaría mutilado; en el peor para él, decapitado. Jazz se habría servido de ellas de haber sabido qué había hecho la gente de Arlek con sus granadas, aunque la metralleta había conseguido unos resultados más inmediatos.
Pero Zek condujo los pensamientos de Jazz nuevamente al momento presente:
—¿Quieres que te cuente cómo es el nido de águilas de lady Karen?
Jazz se puso de pie y dijo:
—Sí, mientras me baño. Comienzo a oler igual que tú el día en que nos conocimos. Yo en tu lugar no miraría… ¡es horrible!
Se desnudó, se quedó en calzoncillos e inmediatamente se dio un chapuzón en el agua. Después nadó hasta la orilla y comenzó a lavarse.
—De acuerdo —dijo—, hablemos de esos castillos de los vampiros. Tengo la sensación de que no va a ser muy agradable, pero si consideras que vale la pena contarlo…
Y Zek prosiguió su historia…