Capítulo 12

El trato con el diablo

Cuando Jazz Simmons recuperó el conocimiento vio que estaba en el mismo sitio donde había caído, salvo que ahora tenía las manos atadas a la espalda. Zek, que no estaba atada, se ocupaba en humedecerle la frente y los labios con un trapo empapado en agua y lanzó un suspiro de alivio al ver que Jazz volvía en sí.

Arlek estaba sentado en una piedra, observando los movimientos de Zek. Otros miembros del clan se movían en la sombra, que ahora se había alargado un poco, y murmuraban palabras que eran como una música de fondo a poco volumen. Mientras Jazz hacía esfuerzos para sentarse, Arlek se le acercó y se quedó de pie a su lado. Jazz se palpó el chichón que tenía debajo de la oreja a causa del golpe, aparte de que también mostraba el ojo derecho amoratado, a punto de ponérsele negro, y el párpado se le iba cerrando por momentos.

—No había visto nunca a nadie luchar como tú —dijo a manera de cumplido a su cautivo, en tono un poco tenso—. ¡Ni siquiera he visto que me hayas golpeado!

Jazz profirió un gruñido por toda respuesta, se apoyó contra una piedra y levantó un poco las rodillas.

—¡Ahí está el detalle! —dijo—. Podría enseñarte muchas cosas más, una de ellas cómo deshacerte de los wamphyri. Para eso tenían que servirme las armas: para conservar la vida en un mundo donde gobiernan seres como los wamphyri. ¿En qué sitio de la escala de valores que rige en este mundo se encuentran los hombres? ¿Por qué hay que hacer tratos con los wamphyri o humillarse ante ellos y andar con reverencias, si es posible combatirlos?

Pese a poner cara de pocos amigos, Arlek no pudo por menos de soltar una carcajada. Otros Viajeros le oyeron y se acercaron y Arlek les repitió lo que Jazz acababa de decirle.

—¡Sí, combatir a los wamphyri! Ya tenemos bastante suerte de que pasen tanto tiempo luchando entre ellos… Pero lo que es desafiarlos… ¡sí, sí! Tú no sabes lo que ellos dicen. Según ellos, no luchan con los habitantes de la Tierra del Sol, sino que lo que quieren es convertirlos en sus esclavos. ¿Has visto alguna vez a un guerrero? Naturalmente que no lo has visto, de otro modo no estarías aquí. Ésta es la razón de que nosotros seamos los Viajeros, porque si nos quedáramos fijos en un sitio estaríamos a su merced. No es posible luchar con los wamphyri… sería una estupidez; lo que hay que hacer es mantenerse fuera de su camino… siempre que sea posible.

Se dio media vuelta y se marchó con los suyos. Volviéndose y hablando por encima del hombro, todavía le gritó:

—Habla con ella. Es hora de que te cuente alguna cosa del mundo al que has ido a parar. Así comprenderás por qué te entrego…, por qué os entrego a los dos a Shaithis, señor de los wamphyri…

Lobo salió de las sombras y, acercándose a Jazz, le lamió la cara. Jazz riñó al animal:

—¿Dónde estabas cuando Zek y yo estábamos peleando?

—Cuando tú estabas peleando —le corrigió ella—, Lobo no tenía nada que ver en el asunto. No veo razón para que pusiera en riesgo su vida. Yo le dije que se mantuviera quieto y lo que ha hecho ha sido ir a ver a sus hermanos y volver. Los Viajeros tienen tres o cuatro lobos, que han criado desde que eran cachorros.

—Es curioso —dijo Jazz al cabo de un momento—, pero me parece que eres una mujer que ha utilizado a fondo uñas y dientes. —No pretendía que aquel comentario fuera un reproche, pero de hecho lo era, y lo lamentó inmediatamente.

—Lo haría si sirviera de algo —dijo ella—, pero me parece que sería una tontería pretender morder a una docena de Viajeros y a los lobos que los acompañan, ¿no te parece? Mi única preocupación eras tú.

Jazz suspiró.

—Supongo que me quedé medio frito, ¿no? Pero me figuraba que tú habías dicho que no había nada que temer.

—Sí, así podía haber sido —dijo ella—, pero mientras estabas aquí tumbado en el suelo, Arlek ha recibido un mensaje por un explorador en el que se le comunica que Lardis Lidesci está regresando de Occidente. Arlek sabe que Lardis no me entregará a los wamphyri, por esto va a hacerlo él…, ¡ahora! Tendrá que pagar un alto precio cuando Lardis se entere de lo ocurrido, pero Arlek tiene a este grupo de su parte y cree que al final Lardis tendrá que pactar con él o escindir la tribu. De todos modos, cuando Lardis llegue aquí, ya será demasiado tarde.

Jazz dijo:

—¿Puedes tocarme detrás de la oreja? ¡Oh! ¡Está muy sensible!

—Está blando —dijo ella, mientras a él le parecía que detectaba preocupación en su voz—. ¡Dios mío, he llegado a creer que estabas muerto!

Le echó agua fría en la nuca y dejó que el paño remojara la parte de la cabeza donde el cabello estaba pegado al cráneo debido a la sangre seca. Jazz miró a lo lejos, en dirección sur, y vio que el sol había bajado un poco más y se había trasladado un poco más al este.

Un rayo de luz iluminó la cara de Zek y le permitió verla de cerca por vez primera. Aunque iba bastante sucia, seguía siendo hermosa. Tendría poco más de treinta años, unos pocos más que Jazz, un metro setenta y cinco aproximadamente y esbelta, rubia, con los ojos azules. Los rayos de sol le arrancaban brillos del pelo y, cuando se movía, la cabellera dorada le ondulaba sobre los hombros. Su mono de combate, aunque bastante raído, se amoldaba a su figura como un guante y parecía acentuar sus delicadas curvas. Jazz pensó que, en aquellos momentos y en aquel lugar donde se encontraba, cualquier mujer le habría parecido estupenda. Pero no se le ocurría qué mujer le habría gustado tener a su lado o, mejor (se apresuró a corregirse), qué mujer habría preferido no tener ahora a su lado, pues aquél no era sitio para ninguna mujer.

—¿Qué va a ocurrir ahora? —preguntó Jazz cuando, gracias al agua fría, sintió que empezaban a desaparecerle los aguijonazos que sentía en el cuello y en la cabeza.

—Arlek me descubrió usando el talento de un viejo, Jasef Karis —le dijo Zek— no era demasiado difícil. En realidad, sólo había un lugar hacia el cual podía dirigirme: a través del paso que conducía a la esfera, para ver de regresar a casa. Jasef es como yo, una persona dotada de facultades telepáticas.

—Me dijiste que los animales salvajes de aquí tienen un cierto grado de ESP —le recordó Jazz—, pero no me has dicho nada acerca de la gente. Yo tenía la impresión de que los únicos que poseían este tipo de talento eran los wamphyri.

—En general, es así —respondió ella—. El padre de Jasef cayó prisionero en una incursión de wamphyri. Esto ocurrió hace muchísimo tiempo, pero él consiguió escapar y volvió a través de las montañas. Juró que no lo habían cambiado en absoluto y que había logrado escapar antes de que lord Belath pudiera convertirlo en un zombi descerebrado. Su esposa volvió a aceptarlo, naturalmente, y tuvieron un hijo: Jasef. Pero se descubrió que el padre de Jasef había mentido. Lord Belath lo había cambiado, pero había podido escapar antes de que el cambio comenzara a tener sus efectos. Por fin salió a flote la verdad y resultó que ya no era posible dominarlo, puesto que se había convertido en algo innombrable. Los Viajeros sabían cómo había que resolver el asunto: lo ataron a unas estacas, lo cortaron a trozos y lo quemaron. Y después mantuvieron una estricta vigilancia sobre Jasef y su madre. Ellos, sin embargo, estaban perfectamente bien. La telepatía de Jasef le viene de su padre o de la cosa que lord Belath puso en su padre.

Jazz se sentía aturdido, en parte a causa del dolor que sentía en el lugar donde había recibido el mazazo, pero sobre todo al querer asimilar todo lo que Zek le estaba contando.

—¡Calla! —le dijo—. Concentrémonos únicamente en lo importante. Cuéntame qué otras cosas necesito saber acerca de este planeta. Traza un mapa que yo pueda retener en la memoria. Háblame primero del planeta y, después, de sus gentes.

—Está bien —dijo ella, y asintió con la cabeza—, pero primero más vale que conozcas cuál es nuestra situación. El viejo Jasef y uno o dos hombres han ido hasta el paso para ver si hay un centinela, un guardián que se encuentre allí al acecho. En caso de que esté, Jasef enviará un mensaje telepático a su jefe, lord Shaithis.

»En el mensaje le dirá que Arlek nos tiene cautivos y que piensa utilizarnos para hacer un acuerdo con Shaithis. A cambio de nosotros, Shaithis prometerá no atacar la tribu de los Viajeros de Lardis Lidesci. En caso de que haya acuerdo, nos entregarán.

—Por lo que Arlek ha dicho de los wamphyri —dijo Jazz—, me sorprende que estén interesados en hacer ningún trato. Si son tantos, es de temer que se nos lleven cautivos.

—Esto si nos encuentran —respondió ella—, y sólo en caso de que sea de noche. Únicamente pueden atacar cuando el sol está por debajo del horizonte. Hay alrededor de dieciocho o veinte señores wamphyri… y tan sólo una señora. Son territoriales y compiten entre sí. Se pasan el tiempo urdiendo artimañas contra sus semejantes y, así que se les presenta la ocasión, van a la guerra. Forma parte de su manera de ser. Nosotros seríamos valiosísimos para cualquiera de ellos, salvo para lady Karen. Lo sé porque en una ocasión fui de su propiedad y me dejó escapar.

Jazz pospuso hablar de esto para otra ocasión.

—¿Y por qué somos tan importantes? —quiso saber.

—Pues porque somos magos —dijo ella—. Tenemos poder, armas, habilidades que ellos no entienden. Más aún que los Viajeros, entendemos de metales y de mecánica.

—¿Cómo? —dijo Jazz, que volvía a sentirse perdido—. ¿Magos?

—Sí, yo practico la telepatía —dijo Zek encogiéndose de hombros—. Es raro encontrar un hombre o una mujer de verdad que estén dotados de ESP. Además, nosotros no pertenecemos a este mundo. Nosotros venimos de las misteriosas tierras del infierno. Y cuando yo llegué aquí, poseía unas armas terribles. Al igual que tú.

—Pero yo no poseo ningún talento ESP —le recordó Jazz—. ¿Qué utilidad puedo tener para ellos?

Ella apartó la mirada.

—No demasiada. Lo que significa que tendrás que simular que posees dotes extraordinarias.

—¿Qué quieres decir?

—Si de veras vamos a parar a manos de lord Shaithis, deberás decirle que tú… puedes leer el futuro o cualquier otra cosa parecida. Algo que sea difícil de desmentir.

—¡Fantástico! —exclamó Jazz con voz pastosa—. ¿Quieres decir que tengo que hacer como Arlek? Según él, puede leer el futuro de la tribu.

Volvió a mirarle cara a cara y negó con la cabeza.

—Arlek es un charlatán. Es un agorero de pacotilla, como muchos gitanos de la Tierra. De nuestra Tierra, quiero decir. Por eso es enemigo mío, porque sabe que mi talento es real.

—Perfectamente —dijo Jazz—. Ahora olvidémonos de nuestra Tierra y háblame un poco más de esta Tierra. De su topografía, por ejemplo.

—Es tan simple, que te resultará increíble —respondió ella—. Ya he descrito el planeta en relación con su sol y con su luna. Muy bien, aquí tienes el mapa que pedías.

»Este mundo tiene unas dimensiones aproximadamente iguales a las de la Tierra. Esta cordillera de montañas está situada más hacia el hemisferio sur que hacia el hemisferio norte, y discurre en dirección este-oeste. Esto si nos servimos de la brújula a la manera que lo hacemos en la Tierra. Los wamphyri no pueden soportar la luz del sol. Como dicen los viejos cuentos, una luz de sol excesiva resulta fatal para los vampiros. ¡Y son vampiros de verdad! El lugar donde viven los Viajeros es la Tierra del Sol, que está en las montañas. Como has podido ver, son seres humanos. Viven en las proximidades de la cordillera porque les proporciona agua, bosques y caza. Durante el día viven en casas levantadas de manera bastante arbitraria, por la noche buscan cuevas donde poder cobijarse y se introducen lo más adentro posible. Las montañas están llenas de pliegues que forman grietas y cuevas. A quince kilómetros en dirección sur desde las montañas, no hay Viajeros, porque allí no tienen de qué vivir. No hay más que desierto. Hay sólo tribus desperdigadas de aborígenes que, en los períodos de pleno sol, comercian ocasionalmente con los Viajeros. Yo los he visto y casi son humanos, pese a que se encuentran a varios niveles por debajo del estadio de los bosquimanos de Australia. No entiendo de qué viven, pero el hecho es que viven. A ciento cincuenta kilómetros de las montañas ya no podrían vivir, porque allí no hay nada, sólo tierra abrasada.

Pese a los dolores que sentía, Jazz estaba descubriendo que todo aquello era fascinante.

—¿Qué me dices del este y el oeste? —dijo.

Ella asintió con un gesto.

—A eso iba. Esas montañas tienen una extensión de casi cuatro mil kilómetros de este a oeste. Este paso se encuentra a unos novecientos kilómetros de la prolongación occidental de la cordillera. Más allá de las montañas hay, por la parte oeste, pantanos, al igual que en la parte este. No hay nadie que sepa qué extensión tienen.

—¿Y por qué demonios no viven los Viajeros cerca de los pantanos? —dijo Jazz, que estaba hecho un lío—. Si allí no hay montañas, quiere decir que no pueden protegerse del sol, lo que quiere decir igualmente que no hay wamphyri.

—¡De acuerdo! —dijo ella—. Los wamphyri viven en sus castillos, exactamente detrás de esas montañas. Pero los Viajeros no pueden ir ni muy hacia el este ni muy hacia el oeste, porque los pantanos son los lugares donde se crían los vampiros. Son fuentes de vampirismo, de la misma manera que este mundo es fuente de leyendas de la Tierra.

Jazz trató de comprenderlo y entretanto movió afirmativamente la cabeza.

—Me has vuelto a desorientar —tuvo que admitir—. Dices que allí no hay wamphyri y en cambio acabas de explicarme que en los pantanos se crían los vampiros.

—Quizás es porque antes no me has prestado mucha atención —dijo ella—. Pero lo comprendo. Es lo que decía Arlek: tienes mucho que aprender y muy poco tiempo para aprenderlo. Ya te he explicado que los wamphyri son lo que resulta cuando el huevo de un vampiro penetra en un hombre o en una mujer. Los vampiros de verdad viven en los pantanos, que es donde se crían. De cuando en cuando se produce un crecimiento súbito y entonces se desbordan e infestan los animales locales. Y harían lo mismo con los hombres en caso de que los hubiera. Los wamphyri se remontan a una época en que los hombres fueron infestados. Ahora son ellos los que se dedican a infestar a los demás.

Zek se estremeció.

—Los wamphyri son hombres, pero modificados a causa de los vampiros que intervinieron en ellos —añadió a modo de explicación.

Jazz aspiró una profunda bocanada de aire fresco y dijo:

—¡Bah! Volvamos a la topografía.

—Ya no queda más que decir —respondió Zek—. La Tierra de las Estrellas está constituida por los castillos de los wamphyri y por los propios wamphyri. Al norte del sitio donde están se encuentran las tierras heladas. Allí hay una o dos criaturas de características polares, pero nada más. En cualquier caso, se trata de seres legendarios, ya que no hay ningún Viajero vivo que los haya visto. ¡Ah!, y al pie de las montañas de la Tierra de las Estrellas, entre los castillos y las Cumbres, viven los trogloditas. Son seres subterráneos, subhumanos. Se dan a sí mismos el nombre de Szgany o trogs y tienen a los wamphyri por dioses. He visto algunos conservados en naftalina en los almacenes de lady Karen. Son casi prehistóricos.

Zek hizo una pausa para tomar aliento y dijo:

—Así es que ya te he resumido todo lo relativo al planeta y a su gente. Tan sólo hay una cosa que he omitido o, por lo menos, una cosa de la que me acuerde de momento, puesto que ni yo misma estoy segura de ella. De todos modos, puedes estar seguro de que se trata de algo monstruoso.

—¿Monstruoso? —dijo Jazz repitiendo sus palabras—. La mayoría de cosas que me has dicho lo son. Dejémoslo así, de momento; después tengo otras preguntas que hacerte.

—Muy bien —dijo ella frunciendo el entrecejo—, se supone que hay algo llamado «Arbiteri Ingertos Westweich», que es una frase de los wamphyri que significa…

—¿Él en su Jardín Occidental? —dijo Jazz como hablando consigo mismo.

Ella le dedicó una media sonrisa y asintió lentamente.

—Arlek se equivocaba contigo, al igual que yo —le dijo—. Aprendes deprisa. Significa: El-Habitante-de-su-Jardín-de-Occidente.

—No hay ninguna diferencia —dijo Jazz encogiéndose de hombros, después de lo cual le tocó a él el turno de fruncir el entrecejo—, aunque a mí esto me suena muy plácido y no me parece nada monstruoso.

—Es posible —respondió ella—, pero los wamphyri le temen a él o a lo que sea de una manera atroz. Sin embargo, ya te he dicho que ahora están peleándose y riñendo unos con otros. Bueno, en determinadas circunstancias y, hasta cierto punto, están extraordinariamente unidos. Todos los wamphyri. Hicieron mucho para desembarazarse del Habitante. De acuerdo con la leyenda, es un mago fabuloso cuya casa parece encontrarse en un verde valle situado no se sabe dónde, entre las cimas que se levantan a occidente. Hablo de leyenda y esto puede causar una impresión equivocada. En realidad, se trata de una leyenda muy reciente, posiblemente con una antigüedad aproximada de doce años de la Tierra. Fue entonces cuando aparentemente se iniciaron las historias. Se dice que a partir de entonces ha vivido aquí, ha marcado su territorio, lo ha custodiado celosamente y trata despiadadamente a los posibles invasores.

—¿Incluso a los wamphyri?

—Que se sepa, incluso a los wamphyri. Éstos cuentan de él espantosas historias que te parecerían increíbles. Lo cual, dada su naturaleza, significa bastante.

Así que terminó de hablar se advirtió que en el desfiladero había movimiento en dirección al norte. Arlek y sus hombres se pusieron inmediatamente alerta, ordenaron a sus lobos que avanzaran y empuñaron sus armas. Jazz se dio cuenta de que llevaban antorchas embadurnadas con un líquido negro parecido al alquitrán preparado para arder. Había otros preparados con pedernales.

Arlek se acercó rápidamente y atrajo a Jazz hacia sus pies.

—Podría ser Jasef —dijo con voz ronca— u otra cosa cualquiera. El sol casi se ha puesto.

Jazz, dirigiéndose a Zek, dijo:

—¿Son de fiar estos pedernales que llevan? Tengo una caja de cerillas en el bolsillo de arriba… y cigarrillos. Pero parece que eso no les interesa lo más mínimo… sólo quieren lo importante.

Hablaba en ruso y Arlek no había captado el significado de sus palabras. El gitano volvió su rostro de cuero, en actitud inquisitiva, en dirección a Zek.

Pero ésta se echó a reír y dijo algo que Jazz no acabó de comprender. Después desabrochó el bolsillo de Jazz y sacó las cerillas, las mostró a Arlek y encendió una. Ésta prendió inmediatamente y el gitano soltó un taco, pegó un salto y la apartó de un golpe de la mano de la chica. La expresión de su rostro denotaba una extraordinaria sorpresa, una incredulidad total de lo que veían sus ojos.

Zek al momento le dirigió unas palabras, entre las cuales Jazz pescó la palabra «cobarde». Habría preferido que no pronunciara esa palabra con tanta ligereza, sobre todo tratándose de Arlek. Después, con gran lentitud y extrema deliberación, como si estuviera hablando con un niño un poco tonto, Zek le dijo entre dientes:

—¿Qué hacéis con las antorchas? ¿Y si no es Jasef?

Arlek la miró con la boca abierta, parpadeó con nerviosismo y, finalmente, asintió dando a entender que había comprendido.

En cualquier caso se trataba de Jasef. Un viejo con un palo, auxiliado por dos gitanos más jóvenes, se acercó renqueando bajo los últimos rayos de sol. Se encaminó directamente a Arlek y dijo:

—Hay un centinela, un trog. Pero el jefe de los trogs, lord Shaithis, le ha otorgado el poder de hablar a gran distancia. Vio al hombre…, a este Jazz…, cuando atravesaba el desfiladero y lo comunicó a Shaithis. Habría venido al momento, pero el sol…

—Sí, sí… puedes continuar —le urgió Arlek.

Jasef encogió sus frágiles hombros.

—Yo no he hablado con este Szgany cara a cara, ¿comprendes? Es posible que haya peores cosas que él al acecho. Yo he estado fuera y he hablado con él a través de mis pensamientos, a la manera de los wamphyri.

—Naturalmente, ya se entiende —dijo Arlek, que estaba casi a su lado.

—Yo he transmitido al trog tu mensaje y él lo ha pasado al señor de los wamphyri. Después me ha dicho que volviera a tu lado.

—¿Cómo? —dijo Arlek, que evidentemente se había quedado atónito—. ¿Eso es todo?

Jasef no pudo hacer otra cosa que volver a encogerse de hombros.

—Lo que él me ha dicho ha sido esto: «Di a Arlek de los Viajeros que mi señor Shaithis hablará personalmente con él». No tengo idea de lo que quería decir con estas palabras.

—¡Imbécil! —murmuró Arlek por lo bajo.

Se volvió y se apartó de Jasef mientras la radio de Zek comenzaba a crepitar, puesto que la antena sobresalía dos o tres centímetros de su bolsillo. La minúscula luz roja del monitor se puso a parpadear. Arlek lanzó un suspiro y retrocedió un paso, al tiempo que señalaba con el dedo la radio y miraba a Zek con ojos saltones mientras Zek la sacaba del bolsillo.

—¿Más juegos mágicos? —le dijo en tono acusador—. Hace mucho tiempo que habríamos tenido que destruir todas tus cosas… y a ti incluso… en lugar de permitir que Lardis te las devolviera.

Zek había tenido también un susto, pero sólo momentáneo.

—Si me fueron devueltas es porque son inofensivas y porque no os causan ningún daño —dijo—. Además, son mías. A diferencia de vosotros, Lardis no es un ladrón. He repetido multitud de veces a los Viajeros que esto sirve para comunicarse a gran distancia, ¿no es verdad? Pero que si no funcionaba es porque no había nadie con quien poder hablar. Esto es una máquina, no es magia. Sin embargo, ahora hay alguien con quien poder hablar, alguien que quiere establecer comunicación.

Después, dirigiéndose a Jazz en voz más baja, añadió:

—Creo que sé qué significa esto.

Jazz asintió con la cabeza y dijo:

—Esto que decías acerca de que nosotros tenemos una gran importancia…

—Sí, en efecto —respondió ella—. Creo que lord Shaithis ya cuenta con algo importante, si no un as, por lo menos otra carta casi equivalente. ¡Tiene a Karl Vyotsky!

Después habló a través de la radio:

—Llamada desconocida… aquí Zek Föener. ¿Cuál es su comunicación?

La radio volvió a crepitar y una voz en otro tiempo familiar, algo temblorosa, un poco apremiante y casi sin aliento, pero perfectamente coherente, dijo:

—Déjate de los procedimientos de la radio, Zek. Aquí Karl Vyotsky. ¿Está Arlek de los Viajeros contigo?

Su voz dejaba traslucir la sensación de que no estaba demasiado seguro de lo que decía, como si se limitara a transmitir las órdenes de otra persona.

—Déjame que hable con él —dijo Jazz, después de lo cual Zek le aproximó la radio a la cara—. ¿Quién es la persona que quiere informarse, camarada? —preguntó.

Hubo un momento de silencio y con una voz que súbitamente se hizo suplicante, Vyotsky dijo:

—Escucha, británico, sé que estamos en bandos diferentes, pero si me fallas ahora, todo ha terminado para mí. Esta radio está haciendo de las suyas. A veces recibe y a veces no recibe. En estos momentos dispongo de una captación excelente… no sabes lo bien que va…, pero de todos modos no me fío de este aparato. Así es que no perdamos el tiempo con juegos. No puedo creer que me dejaras vivir una vez y que ahora quieras liquidarme. Así es que si ese tipo, Arlek, está aquí contigo, haz que se ponga. Dile que Shaithis, de los wamphyri, quiere hablar con él.

Arlek había oído que su nombre se pronunciaba dos veces y el de Shaithis varias veces más. Era evidente que la conversación giraba en torno a él y al señor de los wamphyri. Tendió la mano hacia la radio y dijo:

—Dámela.

De haber estado la radio en manos de Jazz éste la habría arrojado al suelo, la habría pisoteado y la habría destruido. Si no había comunicación, no había trato. Es posible que Zek tuviera la misma idea, pero no actuó con rapidez suficiente. Arlek le arrebató la radio, se puso a manipularla torpemente unos momentos y, finalmente, con una cierta tosquedad en la expresión, dijo:

—Soy Arlek.

El aparato emitió una serie de ruidos y al cabo de un rato dijo una voz de hombre:

—Arlek de los Viajeros, de la tribu de Lardis Lidesci… aquí Shaithis de los wamphyri hablando contigo. ¿Por qué eres tú quien manda y no Lardis? ¿Es que has ocupado su puesto en la tribu?

Aquella voz era la más bronca y amenazadora que Jazz había oído en su vida, pero aun cuando tenía algo de inhumana, era evidente que se trataba de la voz de un hombre. Era una voz profunda que articulaba perfectamente cada palabra con inflexible autoridad, como si el propietario de la misma supiera que, quienquiera que fuese la persona a la que se dirigía, siempre se trataba de un inferior.

Arlek dominó rápidamente el funcionamiento de la radio.

—Lardis no está —dijo—. Es posible que vuelva o que no vuelva. Y aun suponiendo que vuelva, hay Viajeros conmigo que están descontentos de él como jefe. El futuro no está claro y hay muchas cosas que son posibles.

Shaithis fue rápidamente al grano.

—Mi observador me ha dicho que hay contigo una mujer que era la ladrona de los pensamientos de lady Karen. Esa mujer se llama Zekintha y viene de la Tierra del Infierno. También tienes a un hombre de allí que es mago y lleva extrañas armas.

—Lo que te ha dicho tu observador es verdad —respondió Arlek, que ahora parecía sentirse más dueño de la situación.

—¿También es verdad que quieres llegar a un acuerdo conmigo con respecto a este hombre y esta mujer?

—También es verdad. Dame tu palabra de que en el futuro no realizarás ninguna incursión en la llamada tribu de Lardis y yo por mi parte te entregaré a estos magos procedentes de la Tierra del Infierno.

La radio quedó en silencio, como si Shaithis estuviera sopesando la proposición. Por fin dijo:

—¿Y sus armas?

—También todas sus pertenencias, sí —respondió Arlek—. Te lo daré todo salvo una hacha, que también pertenecía a ese hombre. El hacha la quiero para mí. Aun así, los beneficios para los wamphyri, lord Shaithis, serán importantes. Hay armas extrañas que pueden ayudarnos en las guerras, instrumentos como ese comunicador, que por lo visto tú conoces muy bien, y toda su magia para que la uses a voluntad.

Shaithis pareció vacilar.

—Pues… sabes muy bien que yo no soy más que uno de los señores y que los wamphyri tienen otros. Yo sólo hablo por mí.

—¡Pero tú eres el más grande de los wamphyri! —Arlek ahora se sentía seguro de sí mismo—. Yo no te pido protección, te digo simplemente que, en el caso de que se presente la ocasión, impidas que los demás señores realicen incursiones. Hay muchos Viajeros y, después de todo, nosotros no somos más que un pequeña tribu. Tú no hagas ninguna incursión contra nosotros y, si te place, te aseguras de que las incursiones de tus iguales, los demás señores, se realicen más difícilmente…

La voz de Shaithis pareció hacerse todavía más profunda.

—No reconozco en los demás señores a mis compañeros, Arlek. En ellos sólo veo enemigos. En cuanto a poner obstáculos en su camino, ya lo hago. Lo he hecho siempre.

—Entonces, quizá podrías poner mayor diligencia en ello —siguió presionándole Arlek, que le repitió—: nosotros somos una tribu pequeña, lord Shaithis. Yo no te pido nada para los Viajeros de otras castas.

Zek intentó quitarle la radio, pero él le dio la espalda. Dos de los hombres de Arlek la agarraron por los brazos y la inmovilizaron.

—¡Infame, traidor…!

Zek no encontraba las palabras.

—De acuerdo —dijo Shaithis—. Y ahora dime una cosa, ¿cómo me los entregarás?

—Los ataré bien atados —respondió Arlek— y los dejaré aquí. Estamos un poco más lejos de la atalaya del desfiladero.

—¿Dejaréis sus armas a mano?

—Sí —replicó Arlek levantando los hombros y haciendo vibrar las aletas de la nariz.

Pese a la traición, tenía los ojos brillantes. Todo funcionaba de acuerdo con el plan establecido. Los wamphyri eran una maldición, pero si la maldición desaparecía, aunque sólo fuera en parte… no tardaría en pasar mucho tiempo antes de que Lardis Lidesci perdiera su puesto.

—Entonces que sea ahora mismo, Arlek de los Viajeros. ¡Átalos, déjalos ahí y desaparece! ¡Shaithis se pone en camino! Que no te encuentre en el momento de mi llegada. En cualquier caso, el paso me pertenece… después del anochecer.

Se quedaron solos en la oscuridad, acompañados únicamente por el sonido de su propia respiración. La cuadrilla de Arlek se puso en marcha con él al mando; al parecer, Lobo los seguía. Mientras se escuchaban los sonidos de su apresurada partida, Jazz comentó:

—Sigo pensando que ese animal tuyo tiene muy poco de perro guardián.

—No te muevas —le recomendó ella.

Pero no dijo nada más. Zek estaba inmóvil. Jazz volvió la cabeza y miró hacia el norte, a la parte superior del desfiladero. Lo único que se veía por aquella parte era el frío fulgor de la luz de las estrellas. Aguzó los oídos y siguió sin oír nada.

—¿Por qué tengo que estar quieto? —dijo en un murmullo.

—Estaba tratando de establecer contacto con Lobo —respondió ella—. Puede atacarlos en cualquier momento… y provocar que lo maten. Yo procuro retenerlo. Ha sido un buen amigo y compañero mío, pero no había llegado el momento. ¡Ahora es el momento!

—¿De qué?

—Ya has visto sus dientes… afilados como escoplos. Lo he llamado. Si me ha oído y no se siente demasiado involucrado con los demás lobos, volverá. Nos han atado con tiras de cuero, pero con un poco de tiempo…

Jazz se dio la vuelta para mirarla.

—Sí, de eso por lo menos tendremos en abundancia. He visto los castillos de los wamphyri en lo alto de las columnas. Están a kilómetros de distancia. Después está también la longitud del paso.

Zek negó con la cabeza.

—Jazz, incluso ahora es demasiado tarde.

Mientras hablaba, llegó Lobo a la carrera con la lengua colgando. Detrás de él la abertura sur del paso estaba iluminada con una bruma dorada que iba dispersándose rápidamente.

—¿Demasiado tarde? —le repitió Jazz—. ¿Lo dices porque el sol se ha puesto?

—No, no es eso lo que quería decir —respondió ella—. Y por otra parte, no se ha puesto. A un kilómetro y medio de aquí, en dirección sur, el paso se eleva un poco para formar una cresta no muy alta, después se hunde bruscamente y gira un poco hacia el este. Desde allí hay una cuesta bastante empinada que baja a la Tierra del Sol. El sol está ahora en nuestro horizonte, nada más. En la Tierra del Sol quedan muchas horas de luz todavía, pero… Shaithis ya no tardará en llegar.

—¿Dispone de algún transporte? —dijo Jazz un poco confundido, pero con una cierta arrogancia.

—Sí, dispone de él —respondió Zek—. Jazz, no puedo ponerme boca abajo, porque tengo clavada una roca. Pero, si tú puedes, le diré a Lobo que te rompa con la boca las ataduras.

—Me parece que atribuyes una gran inteligencia a ese viejo lobo —dijo Jazz, un tanto escéptico.

—Una imagen mental vale por mil palabras —repuso Zek.

—¡Ah! —dijo Jazz, al tiempo que se esforzaba en colocarse boca abajo, pero…

—Antes de que te vuelvas —le reconvino ella casi sin aliento—, ¿quieres darme un beso?

Movió el cuerpo para acercarse un poco más.

—¿Qué? —preguntó, dejando de hacer esfuerzos.

—Sólo si quieres, claro —repuso ella—. Pero… es posible que ya no vuelva a presentarse la ocasión.

Jazz estiró el cuello y la besó lo mejor que pudo. Imposibilitados de respirar, finalmente se separaron.

—¿Lees mis pensamientos? —le preguntó él.

—No.

—¡Bien! Pero ahora que ya sé a qué sabes, cuanto antes se ponga Lobo a trabajar en estas ataduras, mejor.

Se dio la vuelta y se quedó boca abajo. Estaba atado de una manera que parecía un pollo. Tenía las rodillas dobladas y los pies levantados. Las muñecas las tenía atadas a la espalda y después atadas nuevamente a los pies. Lobo se puso inmediatamente a tirar de las ataduras de cuero que sujetaban a Jazz.

—¡No! ¿Qué estás haciendo? —exclamó Jazz escupiendo polvo—. ¡No tires del cuero, muérdelo!

Lobo le obedeció al momento.

Jazz veía sus pertenencias, entre ellas la metralleta, y las cosas de Zek, dejadas a poca distancia. Las armas, en la oscuridad, relucían con un brillo metálico.

—Veo que Arlek se ha llevado el compo —dijo.

—¿Qué es el compo?

—Sí, el mejunje, la comida.

Zek se quedó en silencio.

—Quiero decir que él le ha dicho a Shaithis que lo dejaría todo, salvo el hacha.

Zek contestó tranquilamente:

—Pero es que él sabía que la comida no tenía ninguna utilidad para Shaithis.

Jazz trató de volver la cabeza hacia ella.

—Bueno, pero él come, ¿verdad?

Y se quedó callado. A través de la sombra que se proyectaba sobre el rostro de Zek, Jazz veía sus ojos sin pestañear.

—Sí, hablo de lord Shaithis, el de los wamphyri —refunfuñó Jazz—. ¿No es un vampiro?

—Jazz —dijo ella—. La esperanza es eterna, pero… quizá debo explicarte cómo funcionarían las cosas en caso de que nos cogieran.

—Sí, me parece que deberías decírmelo —repuso.

Una cosa pequeña, negra, movediza, se puso a revolotear sobre ellos, se acercó en un movimiento súbito y volvió a elevarse para desaparecer inmediatamente en línea recta. Al poco rato llegó otra de esas cosas y enseguida vinieron muchas más hasta que todo el aire se llenó de ellas. Jazz se había quedado como de piedra, dejó de respirar, pero Zek dijo:

—Son murciélagos, no son más que murciélagos, murciélagos de tipo corriente. No tienen nada que ver con los wamphyri. Los wamphyri se sirven de ellos. Me refiero a los grandes: Desmodas, el vampiro.

Jazz notó que una de las tiras de la espalda se había partido y que inmediatamente se rompía otra. Jazz flexionó las muñecas y sintió que las ataduras cedían un poco. Lobo seguía masticando.

—Ibas a hablarme del transporte que utiliza Shaithis —le recordó Jazz.

—No —dijo ella—, no iba a decirte nada.

Por el tono de voz Jazz comprendió que no debía seguir preguntando. En todo caso, a Jazz no le hacía falta saberlo. Cuando se partió la última tira de cuero y consiguió separar sus muñecas doloridas, inmediatamente estiró las piernas entumecidas, se volvió boca arriba y miró hacia lo alto. Su mirada se vio atraída por un revuelo que se movía en las alturas. Situada al mismo nivel que las paredes altas del desfiladero, se veía una gran mancha negra…, varias manchas negras… que tapaban las estrellas a medida que iban bajando.

—¿Qué diablos es eso? —dijo Jazz en un murmullo.

—Ya están aquí —contestó Zek, suspirando—. ¡Rápido, Jazz! ¡Por favor, muy rápido!

Lobo comenzó a saltar ansiosamente, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, lanzando aullidos, mientras Jazz ponía en movimiento sus dedos agarrotados, porfiando por soltar las ataduras que sujetaban los pies de Zek. Por fin pudo liberárselos. Después dio la vuelta a Zek, la puso sin miramiento boca abajo sobre sus rodillas y comenzó a tratar frenéticamente de desatarle los nudos. A medida que los iba soltando, seguía vigilando las alturas en dirección al norte desde el lugar donde se encontraban.

Las manchas iban bajando lentamente, parecían piedras que fueran hundiéndose parsimoniosamente en aguas tranquilas, balanceándose de un lado a otro, posándose como hojas de otoño sobre la tierra en una mañana tranquila de principios de septiembre. Ya se distinguía perfectamente la silueta de tres de aquellas manchas: enormes, romboidales, con los vértices opuestos prolongados en forma de cabeza y cola. Se inclinaban tanto a un lado como a otro y se posaban silenciosamente en tierra, en dirección al lecho del desfiladero.

Zek ya casi tenía las manos libres; Jazz dejó de ocuparse de ellas para dirigir su atención a los pies. Se le ocurrió pensar que lo mejor era levantarla, cargársela sobre los hombros y echar a correr. Pero tuvo que afrontar la realidad, y la realidad era que tenía las piernas agarrotadas y que la oscuridad era casi absoluta. Seguro que habría tropezado y que Lobo únicamente le habría servido para desempeñar una vigilancia de retaguardia bien poco efectiva.

Tres golpes sordos en rápida sucesión anunciaron que los objetos voladores se había posado en tierra. Los dedos de Jazz recuperaron su agilidad y ahora se mostraban diestros y perfectamente capaces de liberar los pies de Zek. Ésta no paraba de jadear, evidenciando signos de evidente terror.

—No te asustes —le dijo él en un susurro—, falta sólo deshacer un nudo y podremos marcharnos.

Desfiladero abajo, quizás a unos cien metros de distancia, había tres figuras acurrucadas contra un horizonte de estrellas, con cabezas anchas y chatas balanceándose al extremo de largos cuellos. Desató el último nudo y, mientras Zek porfiaba por ponerse de pie, vacilante, Lobo se quedó con el rabo entre piernas. Soltó un aullido, a continuación un débil ladrido, y comenzó a retroceder en dirección sur.

Jazz rodeaba con el brazo la cintura de Zek, como si tratase de sostenerla.

—Mueve los brazos, golpea con fuerza los pies en el suelo y activa la circulación de la sangre —dijo.

No contestó y se limitó a mirar con ojos muy abiertos la imagen que se observaba detrás de él, en dirección a los seres voladores que se habían posado en el suelo. Jazz intuyó más que sintió el estremecimiento que recorría el cuerpo de su compañera, un movimiento que se iniciaba en la cabeza y atravesaba todo su cuerpo hasta los pies. Era una reacción involuntaria, casi como el perro que se sacude el agua de encima. Jazz sabía, sin embargo, que aquello era algo que no se sacudía tan fácilmente de encima como el agua. Se volvió para seguir la dirección de la mirada de Zek.

Había tres figuras situadas a menos de diez pasos de distancia.

Únicamente se veían las siluetas, si bien esta circunstancia no restaba nada al aura terrible de su presencia, puesto que ésta irradiaba de aquellos seres en forma de ondas casi tangibles. Era una fuerza que advertía de su invulnerabilidad. Contaba con todas las ventajas: podían ver en la oscuridad, eran más fuertes que cualquier hombre terrenal dotado de los más poderosos músculos y estaban armados. Y no sólo contaban con armas físicas, sino también con los poderes de los wamphyri. Jazz todavía no sabía nada de estos últimos, a diferencia de Zek, que sí sabía muchas cosas.

—Trata de evitar mirarlos a los ojos —le dijo ella con voz sibilante.

Los tres seres eran hombres o lo habían sido; esto era evidente, pero en todo caso eran hombres muy fornidos y, aunque sólo veía su silueta recortada sobre el fondo de estrellas y negrura, de extrañas bestias que se movían por el cielo, Jazz se daba cuenta de qué clase de hombres eran. En su mente aparecía una y otra vez la imagen recurrente de un hombre como éstos, agonizando en un infierno de calor y de llamas, que gritaba con toda su furia un desafío, incluso en aquellos momentos: «¡Wamphyri!»

El que estaba en medio debía de ser Shaithis; Jazz calculó que tendría casi dos metros de altura y les sacaba a los otros dos toda la cabeza. Estaba muy erguido, cubierto con una capa; el cabello le caía sobre los hombros. Las proporciones de su cabeza eran extrañas, ya que mientras echaba rápidas miradas curiosas a su alrededor, moviendo la cabeza de un lado a otro y poniéndose de perfil, Jazz pudo advertir la longitud de su cráneo y la magnitud de sus mandíbulas, su hocico arrollado en espiral, la movilidad de sus orejas en forma de caracola. El suyo era un rostro compuesto: hombre-murciélago-lobo.

Los dos hombres que estaban a su lado iban casi desnudos; sus cuerpos eran pálidos a la luz de las estrellas, musculosos, maleables como si estuvieran llenos de líquido. Llevaban en la cabeza una especie de moño que formaba un copete del que colgaba una cola y en la mano derecha… Eran siluetas que Jazz habría conocido en cualquier parte. Sí, en las manos llevaban los guantes mortíferos de los wamphyri. ¡Parecían tan seguros de sí mismos! Estaban de pie con los brazos en jarras totalmente despreocupados, con los ojos enrojecidos fijos en Jazz y en Zek, que los observaban como si contemplasen las evoluciones de unos insectos.

—¡No están atados! —exclamó Shaithis con su voz bronca inconfundible—. Esto quiere decir que Arlek es un embustero o que vosotros sois muy listos. Pero ya veo las correas rotas, lo que quiere decir que sois muy listos. Se trata de vuestra magia, naturalmente. Es decir, de mi magia ahora.

Jazz y Zek retrocedieron dos pasos en actitud vacilante. Pero los tres seres avanzaron hacia ellos, más rápidos pero sin prisa, alineándose gradualmente en círculo a su alrededor. Los acólitos de Shaithis se movían de la misma manera que los hombres, con pasos rápidos y seguros, si bien su amo parecía resbalar en el suelo, como movido únicamente por la fuerza de su voluntad. Tenía ojos de color carmesí, que parecían arder con una luz propia, interna y malévola. Era difícil evitar sus ojos, pensaba Jazz. Eran como las puertas del infierno, aunque sería difícil decirle a una polilla que no se acercara a la llama de una vela.

El codo de Zek se hundió con fuerza en sus costillas.

—¡No los mires a los ojos! —volvió a decirle—. ¡Huye, Jazz, si puedes! Yo tengo calambres por todas partes y lo único que conseguiré es retrasarte.

Lobo surgió de la oscuridad, lanzando rugidos de rabia, y quizá también de terror, dejando detrás de él las sombras del acantilado este. Se abalanzó sobre el lugarteniente de Shaithis atacándolo por aquel flanco; el hombre se volvió con un gesto indiferente hacia él y se lo sacudió de encima con la mano izquierda igual que Jazz podría haberse sacudido un perro faldero que lo estuviese importunando. Lobo retrocedió, lanzó un aullido y el hombre al que había atacado le mostró su guantelete.

—Acércate, lobito —dijo como burlándose del animal—. Ven y deja que Gustan acaricie el pelo sedoso y gris de tu cabecita.

—¡Apártate, Lobo! —le gritó Zek.

—¡Quietos! —ordenó Shaithis, señalando a Jazz y a Zek—. No perseguiré lo que es mío. Acercaos inmediatamente o seréis castigados. ¡Severamente castigados!

El tacón de Jazz tocó algo metálico, un objeto de acero. ¡Era su metralleta! También tenía allí sus macutos.

Se desplomó sobre una rodilla y agarró el arma. Los tres seres que tenía enfrente vieron el arma que empuñaba en su mano y se pararon. Permanecieron inmóviles un momento, con los ojos enrojecidos clavados en él.

—¿Qué es esto? —dijo Shaithis con un tono de voz peligrosamente grave—. ¿Amenazas a tu dueño?

Jazz miró a los tres personajes, arrodillado como estaba en el suelo, y, a tientas, buscó con la mano un macuto y después otro. Encontró lo que andaba buscando, introdujo el cargador en el arma… y en ese momento Shaithis se precipitó hacia adelante.

—Te he dicho…

—¿Amenazarte? —dijo Jazz preparando el arma—. Yo actúo, no amenazo.

Pero el hombre que se encontraba en el flanco derecho de Shaithis se acercó agazapado y su pie, calzado con una sandalia, aplastó la muñeca derecha de Jazz, inmovilizándola en el suelo. Jazz, deliberadamente, se arrojó al suelo y trató de sacudirse de encima al hombre dándole un puntapié, pero éste era muy hábil. Evitando los puntapiés de Jazz y manteniendo inmovilizados en el suelo su brazo y el arma que sujetaba, se puso de rodillas, cogió a Jazz por la cara con su maciza mano izquierda, inclinó su cabeza hacia atrás aparentemente sin hacer ningún esfuerzo y le mostró el guantelete que esgrimió en lo alto. Abriendo el puño, aparecieron los ganchos, los cuchillos, las fulgurantes hoces que reflejaban la luz de las estrellas. Después de esto el hombre sonrió y enarcó las cejas mirando a Jazz con aire inquisitivo y burlón, mientras éste seguía con la metralleta agarrada con la mano. La boca del arma había quedado hincada en el polvo y Jazz no se atrevía a apretar el gatillo.

Abrió la mano y soltó el arma, después el hombre que lo tenía agarrado por la cara lo levantó del suelo sin soltarlo. Jazz no podía hacer nada, se daba cuenta de que, si al lugarteniente de Shaithis se le hubiese antojado hacerlo, le habría rebanado la carne del cráneo como quien monda una naranja.

Zek de un salto se plantó junto al hombre que estaba a la izquierda de Shaithis, Gustan, que ahora avanzó hacia adelante.

—¡Bravucones! —le gritó, golpeándolo con los puños—. ¡Hijos de puta! ¡Vampiros!

Gustan la levantó en el aire sosteniéndola con un brazo y, con una sonrisa sarcástica, le recorrió todo el cuerpo con la mano izquierda, que tenía libre, pellizcándola en diferentes sitios.

—Tendrías que dejarme a ésta un ratito, lord Shaithis —rezongó—, así procuraría meterle un poco de juicio en la cabeza y le enseñaría qué significa ser obediente.

Shaithis se volvió hacia él.

—Ésta será mi esclava y no la esclava de nadie más, así que mantén la boca cerrada, Gustan. En el corral todavía queda sitio para otras bestias guerreras, si es que te apetece ir.

Gustan pareció impresionarse.

—Lo único que yo quería…

—¡Tranquilo! —le interrumpió Shaithis.

Después se adelantó, olfateó a Zek y asistió con un movimiento de cabeza.

—Sí, hay magia en ésta, pero recuerda una cosa: que se escapó de manos de la zorra de Karen. No la pierdas de vista, Gustan.

Y a continuación se puso a observar a Jazz.

—En cuanto a ti…

Nuevamente adelantó su hocico enrollado y pareció usarlo como un monstruoso perro sabueso. Sus ojos se habían convertido en unas finísimas rendijas de color escarlata.

—¡Es un mago extraordinario! —exclamó Zek, colgada como estaba de los brazos de Gustan.

—¿Ah, sí? —dijo Shaithis echándole una mirada—. ¿Y cuál es su talento, si tienes la bondad de decírmelo? Porque la verdad es que yo no detecto en él magia alguna.

—Yo…, yo sé leer el futuro —dijo Jazz abriendo su boca magullada y haciendo con ella un morrito.

Shaithis le dedicó una espantosa sonrisa.

—¡Fantástico!, porque yo acabo de leer el tuyo.

E hizo un ademán al hombre que sostenía a Jazz en lo alto.

—¡Espera! —exclamó Zek—. ¡Te aseguro que es verdad! Si lo matas, perderás un poderoso aliado.

—¿Un aliado? —Shaithis parecía divertido—. Querrás decir un criado, quizá.

Después, acariciándose la barbilla, añadió:

—Muy bien, vamos a poner a prueba su talento. Déjalo en el suelo.

Jazz fue depositado en el suelo, donde se quedó de puntillas.

Shaithis se puso a observarlo atentamente y después inclinó la cabeza a un lado como si pensara en una prueba apropiada.

—¡Venga, dime! —dijo por fin—, ¿qué ves en mi futuro, viajante de los infiernos?

Jazz sabía que estaba perdido, pero todavía tenía que considerar a Zek.

—Fíjate en lo que te digo —respondió—. Si haces daño a esta mujer en la forma que sea, aunque sólo le toques un pelo de la cabeza, vas a arder como una tea. ¡Seguro que el sol te abrasa, Shaithis de los wamphyri!

—Eso no es predecir el futuro, sino simplemente lanzar una maldición —le soltó Shaithis—. ¿Te has creído que lanzabas una maldición? ¿Qué has dicho? ¿Qué no tocara un solo cabello de su cabeza? ¿Quieres decir de esa cabeza?

Acercándose a Zek, la agarró por su rubia cabellera, se la juntó en un puño y tiró de ella hasta que se puso a gritar.

Y el sol de pronto se levantó sobre el desfiladero a través de las montañas e iluminó aquel paraje con sus rayos abrasadores y penetrantes.

Antes de que el hombre que sostenía a Jazz comenzara a chillar aterrorizado y la soltara como si fuera una muñeca de trapo, el inglés no pudo por menos de entretenerse en un pensamiento completamente frivolo:

«¡Es a esto a lo que yo llamo magia!», dijo para sí.