¡Los turistas de Möbius!
Darcy Clarke había llegado hasta Pill —el misterioso objeto de naturaleza desconocida abatido sobre la bahía de Hudson— cuando Harry lo interrumpió.
—De todos modos —se quejó el necroscopio—, pese a que todo esto es muy interesante, no veo qué relación tiene conmigo ni con Brenda ni con Harry hijo.
Clarke dijo:
—Pero lo verás. Como puedes comprender, no es una cosa de la que sólo te pueda contar una parte o fragmentos que puedan interesarte. Si no ves el cuadro en su totalidad, todo el resto te será mucho más difícil de entender. De todos modos, si decides seguir adelante, tienes que saberlo todo. Ya llegaré posteriormente a las cosas que pueden interesarte.
Harry asintió con la cabeza.
—De acuerdo…, pero vayamos a la cocina. ¿Te apetece un café? Me temo que tendrá que ser café soluble, porque yo no tengo paciencia para preparar cafés tradicionales.
—Sí, el café me va —dijo Clarke—, aunque sea soluble. Cualquier tipo de café será mejor que el que acostumbro a tomar en la máquina del cuartel general.
Y siguiendo a Harry a lo largo de los lóbregos corredores de la vieja casa, sonrió. Pese a la respuesta aparentemente negativa del necroscopio, Clarke se daba cuenta de que empezaba a serenarse.
Ya en la cocina, Clarke esperó a que Harry preparara el café en la gran mesa de madera de la cocina y, tras sentarse, se dispuso a volver a reanudar la historia en el sitio donde la había dejado.
—Como te decía, abatieron esta cosa de que te hablaba sobre la bahía de Hudson. Ahora bien…
—Espera un momento —dijo Harry—. Acepto que cuentes las cosas a tu manera, pero ya que es así, mejor que conozca todos los detalles. Como, por ejemplo, ¿cómo te interesaste por Perchorsk?
—Pues fue por casualidad —respondió Clarke—. No nos informan automáticamente de todo, ¿comprendes? Seguimos siendo sobre todo el «personaje silencioso», para decirlo de algún modo, cuando se trata de la seguridad del país. No hay más de media docena de tipos dedicados al servicio de Su Majestad en Whitehall…, uno de ellos una mujer, dicho sea de paso, que tenga noticias de nuestra existencia. Y así es como queremos que sea. Como siempre, esto dificulta la financiación, por no hablar además de la adquisición de instrumentos de nuevas tecnologías, pero seguimos adelante. Artilugios y fantasmas, éste es el ambiente en el que siempre nos hemos movido. Nos encontramos en el punto medio, más o menos, entre la super-ciencia y lo que se califica como sobrenatural, y aquí es donde seguiremos todavía un cierto tiempo.
»Pero desde el caso Bodescu las cosas se han mantenido relativamente tranquilas. A menudo se solicita a nuestros físicos para que ayuden a la policía; de hecho, cada vez confían más en nosotros. Encontramos oro robado, como también tesoros artísticos y escondrijos de armamento; incluso les avisamos cuando todo el jaleo de Brighton y había un par de los nuestros que ya se habían puesto en camino cuando se produjo el atentado. Pero en general todavía estamos en mantillas. Ni lo decimos todo, ni tampoco nos lo dicen todo. Incluso los que saben cosas de nosotros tienen dificultades para ver de qué modo los esquemas de probabilidad computerizada pueden actuar junto con la precognición. Hemos recorrido un largo camino, pero hay que reconocer que la telepatía no es tan fiable como el teléfono.
—¿Ah, no?
El contacto de Harry con los muertos era exacto en un ciento por ciento.
—No, si el otro lado sabe que estás escuchando.
—Pero es más secreto —señaló Harry con tono molesto, que Clarke no dejó de detectar—. ¿Cómo fue, pues, que por azar te enteraste de lo de Perchorsk?
—Nos tuvimos que enterar por fuerza, debido a que nuestros «camaradas» de Perchorsk no querían que nos enterásemos. Te explicaré: ¿recuerdas a Ken Layard?
—¿El detector? Por supuesto que me acuerdo —respondió Harry.
—Pues bien, la cosa fue así de sencilla. Ken estaba comprobando la actividad militar rusa en los Urales…, movimientos encubiertos de tropas y todo ese tipo de cosas… cuando se encontró con una resistencia. Una resistencia mental por parte de algunos «espers» soviéticos, que estaban recubriendo todo aquello de niebla mental.
En este punto se produjo una cierta animación en el pálido semblante de Harry y le brillaron los ojos, que parecieron excitarse de un modo especial. Eso quería decir que sus viejos amigos, los «espers» soviéticos, se habían reagrupado, ¿no era eso?
—La Rama-E soviética vuelve a estar en funcionamiento, ¿no?
—Por supuesto que sí —replicó Clarke—. Nosotros ya hace tiempo que estamos enterados. Pero después de lo que hiciste en el château Bronnitsy no se arriesgan demasiado. Todavía actúan más moderadamente que nosotros. Ahora cuentan con dos centros: uno en Moscú, al lado mismo de los laboratorios de biología de Protze Prospekt, y otro en Mogocha, cerca de la frontera china. Así pueden mantener un ojo vigilante sobre el peligro amarillo.
—Y también están esos de Perchorsk —le recordó Harry.
—Ésos constituyen un grupo pequeño —repuso Clarke— y están allí para evitar que vayamos nosotros. Por lo menos eso es lo que nos figuramos. Pero ¿qué demonios pueden estar haciendo los soviéticos en ese lugar que cuenta tanto para ellos en su lista de seguridad? Después del asunto Pill, decidimos averiguarlo.
»Las ramas militares nos deben favores. Nos enteramos de que estaban tratando de poner allí a uno de sus agentes…, un tal Michael J. Simmons… y bueno, decidimos hacer una prospección.
—¿Llegasteis hasta él? —dijo Harry enarcando las cejas—. ¿Cómo? Y para ser más preciso te diré que, puesto que es uno de los nuestros, no le veo la necesidad…
—Lo hicimos simplemente porque no queríamos que se enterara.
Clarke pareció sorprenderse de ver que Harry no lo hubiera desentrañado por su cuenta.
—¿Cómo? Con todos los «espers» soviéticos rondando a su alrededor, ¿qué teníamos que hacer? ¿Conectar con él telepáticamente? No, no era posible, porque sus psíquicos hubieran dado con él en un santiamén. Así es que decidimos pincharlo directamente, pero como no estaba al corriente del asunto, decidimos que tampoco diríamos nada a sus jefes del MI5. Las cosas claras: no hay quien pueda hablar de una cosa que ignora, ¿no te parece?
Harry soltó una risita.
—¡No, por supuesto que no! —dijo—. Aparte de que no veo por qué la mano izquierda tiene que decir qué hace a la derecha.
—De todos modos, ellos tampoco se habrían creído lo que les dijéramos —dijo Clarke, desentendiéndose del sarcasmo del otro—. Ellos no entienden más que un tipo de espionaje y lo más probable es que no hubieran captado el nuestro. Nos hicimos con una cosa que pertenecía a Simmons y se la dimos a uno de los nuevos, a David Chung, para que trabajara con ella.
—¿Un chino? —dijo volviendo a enarcar las cejas.
—Sí, es chino, pero en realidad es un cockney —dijo Clarke riéndose con disimulo—. Nacido y educado en Londres. Es detector y vidente a través de cristal… y de primera clase, además. Así que dimos a Chung una cruz que lleva Simmons. Éste se figuró que la había perdido y arreglamos las cosas de manera que la volviera a encontrar. David Chung, entretanto, había establecido un «enlace simpático» con la cruz, al objeto de saber en un momento dado dónde estaba e incluso de ver o de mirar a través de ella, como si se tratara de una bola de vidrio. La cosa dio resultado, por lo menos durante un cierto tiempo.
—¿Ah, sí?
El interés de Harry volvía a bajar. No había tenido nunca un concepto muy elevado del espionaje y consideraba que, de las muchas formas que adoptaba, el tipo llamado espionaje era el más insignificante. Ésta era otra de las razones que lo habían inducido a dejar la Rama-E. En el fondo estaba convencido de que los que practicaban esta modalidad, los «espers», se servían de sus facultades de igual manera que los videntes psíquicos. Sabía, por otra parte, que era mejor que trabajasen para el bien común que contra él. En cuanto a sus propias facultades, eso ya era otro cantar. Los muertos no lo tenían por un mirón vulgar sino por un amigo, y lo respetaban como tal.
—La otra cosa que hicimos fue la siguiente —prosiguió Clarke—: convencimos a sus jefes de que no le pusieran una D-cap.
—¿Una qué? —dijo Harry frunciendo la nariz—. Esto me suena a una especie de complot familiar.
—¡Ay, perdona! —explicó Clarke—. No estuviste bastante tiempo con nosotros para saber de qué se trata, ¿verdad? La cápsula D o D-cap es una manera rápida de sacarse los problemas de encima. A veces uno se encuentra metido en una situación que más le valdría estar muerto. Cuando lo someten a tortura, por ejemplo, o cuando sabe que una respuesta errónea (o una respuesta acertada) puede comprometer a una gran cantidad de buenos amigos. La misión de Simmons era de este tipo. Como sabes, nosotros tenemos agentes que se hacen el dormido en Redland, de la misma manera que ellos también tienen aquí los suyos. Tu padrastro era uno, por ejemplo. Pues bien, Simmons estaría trabajando con un grupito de dormilones que habían sido activados; si lo pescaban… a lo mejor él no quería ponerlos en un aprieto. La iniciativa para servirse de la cápsula letal tenía que partir del propio Simmons, como es lógico. La cápsula está metida en una muela y todo lo que hay que hacer es morder con fuerza y…
Harry puso cara de contrariedad.
—¡Cómo si no hubiera bastantes muertos!
Clarke se dio cuenta de que estaba perdiendo a Harry, de que lo estaba llevando demasiado lejos del redil. Entonces se dio prisa:
—De todos modos, logramos convencer a sus jefes de que le dieran una D-cap de mentirijillas, es decir, una cápsula que contuviera sustancias químicas complejas pero inofensivas y que como máximo lo atontasen un poco y nada más.
Harry frunció el entrecejo:
—Entonces ¿qué necesidad había de darle una cápsula?
—Le iba a servir de incentivo —dijo Clarke—. Como él no sabría que era inofensiva, le serviría de recordatorio para ir con pies de plomo.
—¡Madre mía! ¡Se os ocurre cada cosa! —dijo Harry con asco.
Clarke estuvo de acuerdo con él y asintió con aire de contrariedad.
—Todavía no sabes lo peor. Le dijimos que nuestros pronosticadores le adjudicaban un elevado índice de éxitos, es decir, que volvería con la mercancía, si bien…
—¿Qué? —dijo Harry entornando los párpados.
—Bueno, el hecho es que no tenía ninguna oportunidad, porque sabíamos que lo cogerían.
Harry pegó un salto y descargó con tal fuerza el puño sobre la mesa que la hizo temblar.
—En ese caso, dejar que lo mandaran allí es un acto criminal —gritó—. Lo pescarían, cuando lo sometieran a presión tendría que irse de la lengua, perjudicaría a los que lo habían ayudado… por no hablar de lo que podía pasarle a él. Pero ¿qué ha estado ocurriendo en la Rama-E durante estos últimos ocho años? Estoy seguro de que sir Keenan Gormley no habría tolerado ninguna de estas cosas.
Clarke estaba pálido como un muerto y se limitó a torcer ligeramente la comisura de los labios, pero sin moverse de su sitio.
—Naturalmente que lo habría tolerado, Harry. Ahora sí.
Clarke hizo un esfuerzo para relajarse y dijo:
—De todos modos, las cosas no están tan negras como yo las he pintado. Mira, Chung es tan bueno que, así que cogieran a Simmons, se iba a enterar al momento. Y así fue, por lo que tan pronto como nos lo comunicó, nosotros pasamos la noticia. Sabemos que el MI5 alertó a todos los contactos que tenía allí y que éstos hicieron lo necesario para cubrirse las espaldas o incluso para salir bien parados del asunto.
Harry volvió a sentarse, pero estaba que echaba chispas.
—Ya tengo bastante con lo que me has contado —dijo—. Ahora veo claramente que te has metido en un agujero y que has venido para pedirme que te saque de él. Bueno, si ése es el caso, mejor será que el resto de lo que tengas que decirme sea bueno porque… francamente, todo este trapicheo me saca de quicio. ¡Bueno, recapitulemos! Pese a saber que Simmons sería detenido, le pusisteis una D-cap de pega y lo enviasteis a realizar una misión imposible. Además…
—Espera un momento —dijo Clarke—. Todavía no lo sabes todo. En lo que a nosotros se refiere, ésta era la verdadera misión: que lo pescaran. Bueno, en todo caso, nosotros sabíamos que lo pescarían.
La expresión denotaba tanta frialdad como la de Harry, pero no tenía nada del furor de éste.
—No veo que esto mejore las cosas —dijo Harry al cabo de un rato—. Esto no hace más que empeorarlas. Y todo para meter a un hombre en el Perchorsk Projekt a fin de que Chung, vuestro vidente, pudiera espiar a través de él. Pero ¿es que no os pasó por la cabeza que los «espers» soviéticos también detectarían a Chung?
—Sí, sabíamos que acabarían por pescarlo también a él —dijo Clarke asintiendo con la cabeza—. Aunque Chung se sirviera de sus facultades a base de incursiones rápidas, también acabarían por cogerlo. De hecho, creemos que esto es lo que debe de haber ocurrido. Sin embargo, esperábamos que, cuando esto ocurriera, ya estaríamos enterados de lo que se traen entre manos. De una forma u otra, tendríamos pruebas fehacientes de lo que están haciendo los soviéticos… o de lo que están criando…
—¿Criando?
La boca de Harry dibujó lentamente una O perfecta y ahora, al hablar, su tono de voz fue mucho más tranquilo.
—¿Qué diablos estás tratando de decirme, Darcy?
—Esa cosa que abatieron sobre la bahía de Hudson —dijo Clarke muy pausado, pero también muy claro— era algo diabólico, Harry. ¿No te lo imaginas?
Harry sintió que volvía a picarle el cuero cabelludo.
—Mejor será que me lo digas tú mismo —dijo.
Clarke asintió con un gesto y se levantó, se apoyó con los nudillos en la mesa y se inclinó hacia adelante.
—¿Recuerdas aquello que Yulian Bodescu crió y tenía encerrado en su bodega? Pues esto, Harry, es lo que era, pero lo bastante grande para que la criatura aquella de Bodescu resultara minúscula comparada con ella. Y ahora ya sabes por qué te necesitamos. Has de saber que era el vampiro más grande y espantoso que se pueda imaginar. ¡Y venía de Perchorsk!
Tras una larguísima pausa, Harry Keogh dijo:
—Si se supone que esto es un chiste, me parece que es demasiado gordo para…
—No es ningún chiste, Harry —lo interrumpió Clarke—. En el cuartel general tenemos la filmación, impresionada por un AWACS antes de que los de combate lo alcanzaran y lo derribaran envuelto en llamas. Si no era un vampiro (o por lo menos no era de la pasta de los vampiros) querrá decir que estoy en la inopia. Pero aquellos de nuestros hombres que sobrevivieron a aquella incursión en casa de Bodescu, están muchísimo más cualificados que yo y todos han dicho que era exactamente igual que éste, cosa que me confirma que sólo puede tratarse de una cosa.
—¿Crees que los rusos pueden estar experimentando? ¿Qué los están produciendo para utilizarlos como armas?
Estaba muy claro que el necroscopio no creía en aquella posibilidad.
—¿No es eso exactamente lo que aquel lunático de Gerenko tenía en la cabeza antes de que tú… te ocuparas de él?
Clarke era tozudo.
Harry negó con la cabeza.
—Yo no lo maté —dijo—. Faethor Ferenczy lo hizo por mí.
Después de acariciarse la barbilla con los dedos volvió a mirar a Clarke y le dijo:
—Pero tú ya has establecido tus conclusiones.
Harry bajó la cabeza, entrelazó las manos detrás de la espalda y se puso a pasear por la triste casa en dirección al estudio. Clarke lo siguió, tratando de refrenarse y de no exteriorizar su impaciencia. Pero estaban perdiendo el tiempo y él necesitaba desesperadamente la ayuda de Keogh.
Era media tarde y a través de las ventanas se filtraban los rayos de sol de finales de otoño revelando la fina capa de polvo que lo cubría todo. Parecía que era la primera vez que Harry la veía. Pasó el dedo por un estante cubierto de polvo y después se quedó un instante contemplando la acumulación de pelusilla oscura y áspera que se había adherido a la yema del dedo. Después, volviéndose a Clarke, dijo:
—Así es que no hay un «caso paralelo». Simplemente es para asegurarme de que te he oído bien.
Clarke negó con la cabeza.
—Harry, si hay en este mundo una persona a la que no le mentiría en la vida, esa persona eres tú. Y eso porque sé que tú detestas que te mientan y porque te necesitamos. Existe realmente un caso paralelo. Mira, me acuerdo muy bien de cómo planteaste las cosas hace ocho años cuando tu mujer y tu hijo desaparecieron… antes de que abandonases la Rama-E. Entonces dijiste: «No han muerto, pero no están aquí. Así que ¿dónde están?» Me acuerdo de esto porque parece que acaba de ocurrir lo mismo.
—¿Ha desaparecido alguien? ¿De la misma manera?
Harry frunció el entrecejo como tratando de adivinar:
—¿Te estás refiriendo a Simmons?
—Sí, Jazz Simmons ha desaparecido de la misma manera —respondió Clarke—. Lo atraparon hace algo menos de un mes y lo encerraron en Perchorsk. Después de eso se hizo imposible establecer contacto con él, resultó prácticamente imposible. David Chung consideró que era: a) porque el complejo se encuentra en el fondo de un barranco, lo que hace que la enorme masa de rocas impida el contacto psíquico; b) porque está protegido por un grueso escudo de plomo, cuyos efectos son los mismos, y c) principalmente porque hay «espers» soviéticos que bloquean el sitio con su mente. A pesar de todo, Chung pudo introducirse en el lugar ocasionalmente y lo que vio o lo que le ofreció la bola de vidrio no es nada tranquilizador.
—Continúa —dijo Harry, cuyo interés volvía a aumentar.
—Pues bien. —Clarke suspiró y se quedó callado. Después continuó—: No es nada fácil, Harry. Quiero decir que hasta al propio Chung le costó explicarlo y yo no hago otra cosa que repetir lo que dijo él. Pero, al parecer, vio algo metido en un recipiente de vidrio. Dice que no puede dar datos más detallados al respecto porque da la impresión de que cada vez se trata de una persona diferente. No, no me hagas ninguna pregunta —dijo rápidamente, al tiempo que levantaba las manos y movía la cabeza de un lado para otro—. Yo, personalmente, no tengo ni la más ligera idea de lo que es, y si la tuviera, no tendría el más mínimo inconveniente en exponerla.
—Continúa —dijo Harry—, exponla, pues.
—No debo —dijo Clarke, y siguió negando con la cabeza—. Estoy seguro de que sabes qué quiero decir…
Harry asintió con un gesto.
—De acuerdo. ¿Algo más?
—Nada más. Chung dijo que sintió miedo, que el complejo estaba lleno de gente presa de terror. Dijo que toda la gente estaba desesperada y aterrada por algo, pero seguimos sin saber de qué. Así es como estaban las cosas hace sólo tres días, pero resulta que…
—¿Sí?
—Pues que se rompió el contacto. No es que haya simplemente impedimentos por parte de los soviéticos, sino que no hay literalmente ningún contacto. Ni la cruz de Simmons y, presumiblemente, ni siquiera el propio Simmons… están allí. De hecho, no estaban en ninguna parte.
—¿Muerto? —dijo Harry con aire compungido.
Pero Clarke negó con el gesto.
—No —dijo—, y es a esto a lo que me refiero cuando digo que se trata de un caso paralelo, porque se parece mucho a lo de tu mujer y tu hijo. Ni el propio Chung se lo explica. Dice que él sabe que la cruz sigue existiendo, que no está rota, ni fundida, ni alterada en ninguna forma, y cree que sigue en poder de Simmons. Lo que pasa es que no sabe dónde está. Y pone a prueba sus facultades para averiguarlo, pero está furioso y se siente decepcionado. En realidad, sus sentimientos se parecen mucho a los tuyos: se levanta contra algo que ni entiende ni puede imaginar y se echa la culpa de todo. Incluso había empezado a perder la fe en sus dotes como vidente, pero le hemos hecho algunas pruebas y está como siempre.
Harry hizo un gesto afirmativo con la cabeza y dijo:
—Comprendo lo que debe de sentir. Debe de sentirse exactamente así: sabe que la cruz existe y que Simmons continúa vivo, pero no sabe dónde se encuentran.
—Exactamente —dijo Clarke, asintiendo con la cabeza—, pero lo que sí sabe es dónde no está la cruz. ¡No está en esta Tierra! Por lo menos si hemos de hacer caso a Chung.
El esfuerzo por concentrarse arrugó la frente de Harry. Volviendo la espalda a Clarke, dejó vagar la mirada a través de la ventana.
—Por supuesto —dijo— que puedo saber rápidamente si Simmons está muerto o no. La cosa es muy sencilla: los muertos me lo dirán. Puedo preguntarles si un inglés llamado Michael «Jazz» Simmons ha muerto recientemente en la zona de los Urales y ellos me contestarán… al momento. No es que yo dude de que vuestro hombre, ese Chung, sea bueno, especialmente si tú me aseguras que lo es, pero a mí me gustaría comprobarlo.
—Entonces, sigue adelante, pregunta y lo sabrás —respondió Clarke.
Sin embargo, no pudo reprimir un estremecimiento al ver que el necroscopio hablaba de aquello con tanta naturalidad.
Harry volvió el rostro hacia su visitante y le sonrió de una manera extraña, como desalentado. Sus ojos castaños se oscurecieron pero Clarke, al fijarse en ellos, vio que parecían iluminarse.
—Acabo de hacer la pregunta —dijo—, me contestarán tan pronto como tengan la respuesta…
La respuesta no tardó en llegar: aproximadamente una media hora después, período de tiempo durante el cual Harry se enfrascó en sus pensamientos («¿y en los pensamientos de quién más?», no pudo por menos de preguntarse Clarke) mientras el hombre de la Rama-E iba recorriendo el estudio paseándose de un lado para otro. La luz del sol comenzó a desleírse, mientras un reloj antiguo iba desgranando su tictac en un oscuro rincón. Después…
—¡No está con los muertos! —dijo Harry exhalando un suspiro al tiempo que pronunciaba las palabras.
Clarke no dijo nada. Contuvo el aliento y aguzó el oído para tratar de escuchar a los muertos que hablaban con Harry… al tiempo que temía escucharlos…, pero no oyó nada. Ni oyó, ni vio, ni sintió nada, pero Clarke sabía que Harry Keogh había recibido verdaderamente el mensaje desde el otro lado de la tumba. Clarke seguía esperando.
Harry se levantó de detrás de la mesa, se aproximó a él y se quedó de pie a su lado.
—Bueno —dijo—, parece que vuelvo a estar reclutado, ¿no?
—¿Qué vuelves a estar reclutado? —preguntó Clarke como queriendo disimular el sentimiento de alivio que emanaban todos los poros de su cuerpo.
Harry asintió.
—La última vez fue sir Keenan Gormley el que me vino a buscar y esta vez eres tú. Tal vez tendrías que tomarlo como una advertencia.
Clarke sabía qué insinuaba. Gormley había sido destripado por Boris Dragosani, el nigromante soviético. Dragosani le había sacado las tripas para robarle sus secretos.
—No —dijo Clarke moviendo la cabeza—, esto no reza conmigo. ¡Ni por asomo! Mis facultades se reducen a un cobarde instinto de conservación: al primer signo de que se acerca algo desagradable, tanto si quiero como si no, mis piernas me obligan a darme media vuelta, a echar a correr y a abandonar el lugar. De todos modos, afrontaré los riesgos que me esperen.
—¿De veras?
Aquella pregunta estaba hecha con intención.
—¿En qué estás pensando?
—Dejé algunas cosas mías en la Rama-E —dijo Harry—. Ropa, útiles de aseo, diferentes objetos… ¿Están allí todavía?
Clarke hizo un gesto de asentimiento.
—Tu habitación está intacta y sólo se ha intervenido en ella para limpiarla. Teníamos la esperanza de que volverías.
—Entonces no hará falta que me lleve nada de aquí. Cuando quieras, estoy dispuesto.
Cerró la puerta que daba al patio y Clarke se levantó.
—Llevo dos billetes de ferrocarril de Edimburgo a Londres. He venido de la estación en taxi, así es que necesitaremos llamar un…
Hizo una pausa y vio que Harry no se movía y que su sonrisa era un poco extraña, evasiva incluso.
Clarke le preguntó:
—¿Qué ocurre? ¿Pasa algo?
—Antes has dicho que estabas dispuesto a correr riesgos —le recordó Harry.
—Sí, pero… ¿de qué riesgos estamos hablando?
—Hace un montón de tiempo que no voy a ninguna parte en coche, ni en barco, ni en tren, Darcy —dijo Harry—. Es un sistema de transporte que te hace perder muchísimo tiempo. La distancia más corta entre dos puntos es una ecuación… ¡una ecuación Möbius!
Los ojos de Clarke estaban como desencajados y se escuchaba su respiración.
—Espera un minuto, Harry, yo…
—Has venido aquí sabiendo perfectamente que cuando me contases esa historia me sentiría incapaz de negarme —lo interrumpió Harry—. Ni tú ni la Rama-E corréis ningún riesgo, a ti te guarda tu talento y la Rama se ocupa de sí misma, pero los problemas son para Harry Keogh. Estoy seguro de que allí donde vaya habrá momentos en que desearé no haberte prestado atención. Así es que, como puedes ver, yo sí que corro riesgos de verdad. Yo confío en ti, confío en la suerte y en mi talento. ¿Y tú? ¿Dónde has dejado la fe, Darcy?
—¿Quieres llevarme a Londres… a tu manera?
—Sí, a través de la banda de Möbius, siguiendo el continuo de Möbius.
—Esto es algo perverso, Harry —dijo Clarke, acompañándose de una mueca.
Todavía no estaba convencido de que el otro hablara en serio. La idea del continuo de Möbius lo fascinaba, pero al mismo tiempo lo aterraba.
—Esto es como obligar a un niño asustado a que haga una figura de ocho con los esquíes. Como sobornarlo para que lo haga ofreciéndole algo que no puede rechazar.
—Es peor aún —dijo Harry—: el niño tiene vértigo.
—Yo no tengo…
—Lo tendrás —le prometió Harry.
Clarke parpadeó rápidamente.
—¿Es seguro? Quiero referirme a que yo no sé nada de todas esas cosas que tú dominas.
Harry se encogió de hombros.
—Si no fuera seguro, intervendría tu talento, ¿no es verdad? ¿Sabes una cosa? Para ser un hombre tan protegido como lo estás tú, no pareces tener mucha confianza en ti.
—Aquí está lo paradójico del caso —admitió Clarke—. Tienes toda la razón. Sigo quitando la corriente cuando tengo que cambiar una bombilla. ¡De acuerdo, ganas tú! ¿Cómo se hace? ¿Estás…, estás seguro de conocer el camino? El camino al cuartel general, quiero decir.
Clarke estaba empezando a sentir pánico.
—¿Y cómo sabes que todavía estás en condiciones de hacerlo? Oye una cosa, yo…
—Es como montar en bicicleta.
Harry hizo una mueca, pero Clarke tuvo la satisfacción de observar que se trataba de una mueca de las habituales en él.
—O como nadar. Si lo haces una vez, podrás hacerlo siempre. La única diferencia es que ésta es una habilidad casi imposible de enseñar. Yo tuve al mejor maestro del mundo, al propio Möbius en persona, y a pesar de todo me llevó mucho tiempo aprender. Así es que ni siquiera trataré de dar explicaciones. Las puertas de Möbius están en todas partes, pero hay que ponerlas a punto antes de servirse de ellas. De todos modos, se hace en un segundo. Sé qué ecuaciones las ponen a punto. Después no tengo más que empujarte y ya puedes pasar por una.
Clarke retrocedió, pero se trataba de una reacción instintiva. No era su talento lo que hablaba por él.
—Bailemos —dijo Harry.
—¿Cómo?
Clarke miró a uno y otro lado, como si estuviese buscando una escapatoria.
—Aquí —le dijo Harry—, cógeme la mano. Eso mismo. Ahora pásame la mano por la cintura. Ya ves, es muy fácil.
Comenzaron como a bailar un vals, Clarke con pasos remilgados y Harry dejándose llevar, pero entretanto conjurando los fluctuantes símbolos de Möbius en la pantalla de su mente.
—Uno, dos, tres… uno, dos, tres…
Al conjurar una puerta, dijo:
—¿Vienes aquí a menudo?
Era lo que más se acercaba a una broma que se había permitido Harry desde hacía mucho rato. Clarke consideró oportuno contestarle en el mismo tono:
—Sólo en la época de apareamiento… —contestó casi sin aliento.
Harry atravesó con su compañero la invisible puerta de Möbius.
¡Un momento!, dijo Clarke con voz ronca, y añadió: ¡Oh, Jesús!
Al otro lado de la metafísica puerta de Möbius reinaba la oscuridad: la Oscuridad Primigenia, la que ya existía antes de que tuviera inicio el universo. Era un lugar donde no había más que la negación absoluta, no había siquiera un plano paralelo de la existencia, porque allí no había nada, nada en condiciones normales. Si ha habido alguna vez un lugar donde la oscuridad cubre la faz de lo profundo, era éste. Muy bien pudiera haber sido el mismo lugar desde el cual Dios ordenó aquel «Hágase la luz» que llenó el universo y lo arrancó del vacío en que se encontraba. Puesto que el continuo de Möbius no tenía forma y era el vacío.
Decir que Clarke estaba desconcertado sería rebajar mucho sus emociones; de hecho, la manera como se sentía constituía para él una nueva emoción destinada a cubrir una nueva experiencia. Harry Keogh no sentía aquella misma emoción que sintió la primera vez que entró en el continuo de Möbius, porque él lo había entendido por instinto, lo había imaginado y lo había conjurado, mientras que Clarke se había visto proyectado hacia él.
Allí no había aire, pero tampoco había tiempo, por lo que a Clarke no le era necesario respirar. Y como no existía el tiempo, tampoco existía el espacio; había una ausencia de estos dos ingredientes esenciales de cualquier universo material, si bien Clarke no se quebraba ni salía despedido volando, por el simple hecho de que no había ningún sitio hacia el cual fuera posible salir volando.
Podría haber gritado, lo habría hecho, pero sostenía la mano de Harry Keogh, que era su única áncora, la que lo mantenía unido a la Salud, al Ser y a la Humanidad. No podía ver a Harry, puesto que no había luz, pero sentía la presión de su mano, que era lo único que podía sentir en aquel espantoso ningún-lugar.
Sin embargo, quizá también porque él poseía extraños poderes psíquicos propios, Clarke tenía una cierta comprensión de aquel lugar. Sabía que existía realmente, porque Harry se servía de él, y que, por lo menos esta vez, no tenía necesidad de temerlo, ya que su talento no le había impedido estar allí. Por esto, a pesar de la confusión provocada por el pánico que lo invadía, todavía tenía capacidad para explorar sus sensaciones e incluso de hacer conjeturas.
Ya que no había espacio, aquello era literalmente ningún-lugar pero, por la misma razón, ya que no existía tiempo, podía ser cualquier-parte y cualquier-momento. Era a la vez núcleo y superficie, interior y exterior. Desde allí se podía ir a cualquier parte si uno conocía el camino o ir a parar para siempre a ningún lugar, que habría sido el destino de Clarke si Harry Keogh lo hubiera abandonado. Perderse aquí habría sido perderse para siempre, puesto que en aquel no ambiente intemporal y no espacial nada envejecería ni cambiaría nunca, salvo por la fuerza de voluntad y aquí no había fuerza de voluntad ninguna, a menos que la trajera alguien que se perdiera en este sitio o alguien que viniera aquí y supiera cómo manipularla, es decir, alguien como Harry Keogh. Aunque Harry no era más que un hombre, era sorprendente las cosas que podía conseguir a través del continuo de Möbius. ¿Qué habría ocurrido, pues, si el que hubiera venido hubiera sido un supermán o un dios?
Clarke volvió a pensar en el Dios, el que había operado el Gran Cambio a partir de un vacío informe y quiso crear un universo. Y también se le ocurrió pensar: «Harry, no deberíamos estar aquí. Este lugar no nos corresponde…». Estas palabras, que no llegó a articular, resonaron igual que gongs en su cerebro. ¡El ruido era ensordecedor! Y por lo visto resonaron también en el cerebro de Harry.
No te alborotes le dijo el necroscopio. No hay necesidad de gritar.
Era evidente, dada la ausencia total de todo, ya que hasta los pensamientos tenían una masa extraordinaria.
Este no es nuestro sitio, insistió Clarke. ¡Harry, estoy terriblemente asustado! Te pido por el amor de Dios que no te apartes de mí.
Por supuesto que no, fue la respuesta. No debes tener ningún miedo.
La voz mental de Harry era tranquila.
De todos modos, siento y entiendo lo que te pasa, pero aun así, ¿no sientes la magia que esto tiene? ¿No te traspasa hasta dentro del alma?
Y como si el pánico que sentía comenzara ya a remitir, Clarke tuvo que admitir que, efectivamente, era así. Lentamente fue librándose de la tensión y empezó a sentir una distensión gradual; en otro momento le pareció notar la influencia de fuerzas inmateriales.
Siento… como si me empujaran, como si me llevara el impulso de la marea, dijo.
Sí, no es como si tiraran de ti, sino como si te empujaran, le confirmó Harry. El continuo de Möbius nos rechaza, somos como motas que nos hubiéramos metido en sus ojos inmateriales. Si pudiera, nos expulsaría, pero no vamos a quedarnos aquí tanto como eso. Si permaneciéramos aquí mucho tiempo, trataría de expulsarnos… o quizá de deglutirnos. Hay millones de puertas por las que podría empujarnos y me temo que cualquiera de ellas nos sería fatal. O podríamos encontrarnos subsumidos, vernos forzados a adaptarnos, lo cual aquí supondría ser erradicados. Hace mucho tiempo que descubrí que o dominas el continuo de Möbius o él te domina a ti. Pero, claro, esto supondría quedarnos una cantidad de tiempo terriblemente largo…, expresado en términos mundanos.
Aquellos comentarios de Harry no hicieron más que aumentar la angustia de Clarke.
¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar aquí?, quiso saber. Diablos, ¿cuánto tiempo llevamos ya?
Un minuto o un kilómetro, respondió Harry, para responder a tus dos preguntas. Un año-luz o un segundo. Escucha, lo siento, pero ya no vamos a quedarnos mucho rato más. En cuanto a mí, cuando estoy aquí, esta clase de preguntas tienen muy poco sentido para mí. Este es un continuo diferente, aquí no rigen las viejas constantes. Este lugar es el DNA del espacio y del tiempo, esto son los ladrillos del edificio de la realidad física. Pero… se trata de algo muy difícil, Darcy. He tenido muchísimo «tiempo» para pensar en todas estas cosas y a pesar de todo no tengo todas las respuestas. ¡Qué digo todas! No tengo más que unas pocas. Aun así, lo poco que puedo hacer aquí, lo hago bien. Y ahora quiero enseñarte una cosa.
¡Espera!, dijo Clarke. Acaba de ocurrírseme. Lo que estamos haciendo aquí es telepatía. Eso lo hacen los que la practican en nuestro cuartel general.
No exactamente, respondió Harry. Ni siquiera los mejores son tan buenos como eso. En el continuo de Möbius los pensamientos tienen materia, peso. Esto es porque, en realidad, son cosas físicas en un lugar inmaterial. Imagina un minúsculo meteorito en el espacio, que pudiese agujerear la piel de un explorador espacial. Esto es algo parecido. Emite un pensamiento aquí y seguirá y seguirá para siempre, de la misma manera que la luz y la materia continúan para siempre en nuestro universo. Nace una estrella y la vemos parpadear a la vida billones de años más tarde, porque éste es el tiempo que tarda en llegar su luz hasta nosotros. Así es como funciona aquí nuestro pensamiento: mucho después de que nosotros nos hayamos ido, nuestros pensamientos seguirán existiendo todavía. Pero hasta cierto punto tienes razón en lo de la telepatía. A lo mejor los que la practican tienen algún procedimiento para introducirse en el continuo de Möbius, algún sistema mental que ni ellos mismos entienden. Y riéndose por lo bajo, Harry añadió: Hay «un pensamiento» para ti pero, si la cosa es así, ¿qué decir de los videntes? ¿Y de los vaticinadores?
De momento Clarke no captó lo que quería decir.
Lo siento, pero…
Pues, si los que practican la telepatía se sirven del continuo de Möbius, aunque sea de una manera inconsciente, ¿qué diremos de los adivinos? ¿También se entrometen para leer en el futuro?
Clarke volvía a sentirse inseguro.
Por supuesto, dijo, lo había olvidado. Tú también lees en el futuro, ¿verdad?
Algo hay de eso, respondió Harry. En realidad, puedo. En mis tiempos incorpóreos, incluso podía manifestarme en tiempo pasado y en tiempo futuro, pero ahora que vuelvo a tener cuerpo, está fuera de mis facultades… por lo menos de momento. Aun así, puedo seguir corrientes de tiempo pasadas y futuras, siempre que me mantenga en el continuo de Möbius. Ya veo que lo has entendido. Sí, esto es lo que quiero mostrarte: el futuro y el pasado.
Harry, no sé si estoy preparado para esto. Yo…
No llegaremos a esto, dijo Harry como tranquilizándolo. Sólo tendremos un atisbo y nada más.
Y antes de que Clarke tuviera tiempo de protestar, abrió una puerta al futuro.
Clarke se quedó junto a Harry en el umbral y su mente se sintió como paralizada ante la maravilla y el espanto de lo que vio. Había un caos de millones o de billones de líneas de una purísima luz azul inscrita en lo que de otro modo habría sido un fondo impenetrable, constituido por una eternidad de terciopelo negro. Era como una increíble lluvia de estrellas, donde todos los meteoros se apartaban de él proyectándose hasta inimaginables profundidades del espacio, aunque las estelas no quedaban oscurecidas sino brillantemente impresas en el cielo o, en realidad, impresas en el tiempo. Y lo más terrible de todo era esto: que uno de aquellos haces de luz azul que serpenteaban y se retorcían salía de él, se extendía o se proyectaba a partir de él y se precipitaba a plomo en el futuro. Al lado de Clarke, Harry emitía igualmente un haz azul. Partía de él y salía disparado siguiendo su curso propio hacia el mañana parecido a un tubo de neón.
¿Qué es esto?
La pregunta de Clarke fue un murmullo en el éter metafísico de Möbius.
Harry también quedó impresionado ante aquella visión.
Son los hilos de la vida de la humanidad, respondió. Aquí está toda la Humanidad, en la que estos dos haces de aquí, el tuyo y el mío, representan la fracción más pequeña posible. El mío es el que fue en otro tiempo el de Alec Kyle y al final iba afinándose hasta casi apagarse. Ahora, sin embargo…
¡Ahora es uno de los que más brillan!
De pronto Clarke se dio cuenta de que le había pasado el miedo, incluso cuando Harry dijo:
Atraviesa esta puerta y podrás seguir el hilo de tu vida hasta el final. Yo puedo hacerlo y regresar, en realidad ya lo he hecho, aunque no he llegado hasta el final. Es algo que no quiero saber. Quisiera creer que no hay final, que el Hombre puede vivir siempre.
Cerró la puerta y abrió otra. Esta vez no tuvo que decir nada.
Era la puerta del pasado, la que llevaba al mismo comienzo de la vida humana en la Tierra. Igual que antes, había toda una miríada de hilos azules igual que los de antes, pero esta vez, en lugar de perderse en la distancia, se contraían, se estrechaban, apuntaban a un lejano y deslumbrante origen azul.
Antes de que Harry pudiera cerrar aquella puerta, Clarke dejó que la escena se desvaneciera en su memoria. Si en el futuro no obtenía nada de la vida, por lo menos esta aventura en el continuo de Möbius iba a ser algo que quería recordar hasta el día de su muerte.
Pero al final la puerta al pasado se cerró, hubo un súbito y rápido movimiento y…
… y Harry dijo:
¡Ya hemos llegado!