Capítulo 6

Harry Keogh, practicante de necroscopia

Harry, sentado a la orilla del río, hablaba con su madre. Se figuraba estar solo y que nadie le veía, pero no había diferencia. Nadie tendría nada que decir si hubiera visto a un ermitaño loco que hablaba consigo mismo, sentado al borde del río. Sospechaba que había bastantes personas en la localidad que lo consideraban así, un anacoreta excéntrico, una persona a la que había que tratar con cautela, pero en realidad inofensiva. Lo sospechaba, pero la verdad es que no le importaba demasiado. De haber estado en el sitio de ellos, probablemente habría opinado lo mismo.

De hecho, a veces le habría gustado estar en su lugar, ser una persona normal, una de esas personas corrientes que cuidan el jardín, una persona del montón. Homo sapiens con una vida normal. Pero la verdad es que no estaba en el sitio de ellos, sino en el suyo, que difícilmente habría podido calificarse de normal. Practicaba la necroscopia y, que él supiera, era el único que quedaba en el mundo que la practicase. Habría habido otro, su hijo, pero su hijo Harry ya no estaba en este mundo y, si estaba, Harry no sabía dónde.

Harry miró entre sus rodillas, las piernas colgaban balanceándose, y contempló su cara reflejada en la superficie del agua. Vio cómo su rostro inexpresivo adoptaba un ademán cínico. ¿Por qué la designaba como su cara? Para complicar todavía más las cosas, no era su cara. O tal vez sí lo era ahora… porque en realidad, en otro tiempo había sido la cara de Alec Kyle, antiguo jefe de la Rama-E británica. Pero Harry también tenía la impresión de verse a sí mismo, el Harry Keogh que había sido en otro tiempo, sobrepuesto al rostro del extraño, creando una máscara combinada que en realidad no tenía nada de extraña. Por lo menos ahora había dejado de serlo para él. Le había costado ocho largos años acostumbrarse. Ocho años de levantarse por las mañanas y de mirarse al espejo con horror pensando: «¡Dios mío!, ¿y éste quién es?» Hasta que al final la pregunta se había convertido en algo puramente mecánico. Ahora sabía quién era: era él, por lo menos mentalmente, ya que no en el cuerpo.

¿Harry?, le gritó de pronto, ansiosa, la voz de su madre imponiéndose a su paradoja mental. Sabes muy bien que no tendrías que preocuparte por esa clase de cosas. Esa parte de tu vida ha terminado, es agua pasada. Te llamaron para que hicieras un trabajo y lo hiciste. Hiciste más de lo que habría hecho nadie. Y pese a todos los…, los cambios, bueno, tú sabes que sigues siendo tú.

—Pero en el cuerpo de otro hombre —contestó él, irónico.

Alec estaba muerto, Harry, le dijo en un exabrupto, puesto que no había otra forma de decírselo. Estaba peor que muerto, de su mente no quedaba nada… ni de su mente ni de su alma. De todos modos, tampoco podías elegir.

Los pensamientos de Harry, espoleados por las palabras de su madre, retrocedieron en el tiempo, a ocho años atrás:

Alec Kyle realizaba una misión en Rumania: destruir los restos de un vampiro humano sobre el terreno. Thibor Ferenczy había muerto, pero parte de su cuerpo había quedado en la tierra para contaminarla y para contaminar a todo aquel que se encontrara cerca. Kyle cumplió con su cometido, quemó la cosa y ya estaba a punto de regresar a Inglaterra cuando los «espers» soviéticos lo detuvieron. Tras llevarlo en avión a Rusia, al château Bronnitsy, el entonces cuartel general de la Rama-E soviética, fue sometido a un método particularmente espantoso de lavado de cerebro. Le secaron el cerebro por un procedimiento electrónico, vaciándoselo literalmente. Todo lo que sabía. No se trató de aplicar luces blancas deslumbrantes, manguera de goma, suero de la verdad ni cosas por el estilo. Extrajeron el contenido de su mente mediante un procedimiento violento, de hecho innecesario, como si le hubieran sacado una muela buena y la hubieran arrojado a cualquier parte. Entretanto, los expertos soviéticos en telepatía se habían hecho con aquello que les interesaba, los secretos de sus enemigos, los «espers» británicos. Cuando terminaron con Kyle, éste todavía estaba vivo, lo habían mantenido con vida, pero tenía el cerebro completamente vacío, muerto. Privado de lo que sustentaba su vida, también su cuerpo acabaría por morir. Esta había sido la intención de sus torturadores: dejarlo morir y abandonar su cuerpo en Berlín Occidental. En todo el mundo no habría habido ningún patólogo capaz de afirmar con absoluta seguridad de qué había muerto.

Éste era el guión. Pero mientras Alec Kyle había sido un pellejo, una vaina, una mente vacía en un cuerpo vivo, el que entonces era Harry Keogh era únicamente una fuerza mental. Un ser incorpóreo, un habitante del continuo de Möbius que carecía de cuerpo. Harry había buscado a Kyle, lo había encontrado y todo el resto puede decirse que casi había escapado a su control. La naturaleza aborrece el vacío, tanto en el mundo físico como en el metafísico. El universo normal era inútil para un ser incorpóreo y el cerebro de Kyle sufría un lamentable vacío. Así fue como la mente de Harry pasó a identificarse con el cuerpo de Kyle.

Desde entonces… ¡cuántas cosas habían ocurrido desde entonces!

Harry se obligó a desenfurruñar el ceño y clavar con mas ahínco la mirada en su imagen, reflejada en la calma del agua del río. Sus cabellos (¿o serían los de Alec?) tenían un color castaño rojizo, eran abundantes y, naturalmente, ondulados; sin embargo, durante los últimos ocho años habían perdido buena parte de su brillo y habían comenzado a aparecer gran abundancia de cabellos blancos. No pasaría mucho tiempo antes de que el gris predominase sobre el castaño, y eso que Harry todavía no había cumplido los treinta años. Tenía los ojos también castaños, de un color parecido al de la miel, muy grandes, muy inteligentes y, cosa que resultaba extraña por demás, muy inocentes. Incluso ahora, pese a todo lo que había visto, experimentado y sabido, seguían siendo inocentes. Podría decirse que los ojos de algunos asesinos tenían aquel mismo aspecto, si bien en el caso de Harry aquella inocencia era auténtica. Él no había pedido ser lo que era, ni solicitado tampoco hacer las cosas que había hecho.

Tenía una dentadura fuerte, no demasiado blanca y algo irregular, aunque la boca era excepcionalmente sensible a pesar de que en ocasiones también era cruel y cáustica. Tenía una frente ancha, en la que de vez en cuando había descubierto pecas. El viejo Harry tenía pecas, pero eso era antes.

En cuanto al resto del cuerpo de Harry, en otro tiempo había sido un hombre más bien entrado en carnes, incluso algo gordo, detalle que no contaba mucho debido a su estatura. Al menos no contaba para Alec Kyle, cuyo trabajo con la Rama-E había sido en gran parte sedentario. Pero le había importado a Harry. Había entrenado su nuevo cuerpo y lo había puesto en forma. No había quedado mal para ser un cuerpo de cuarenta años, aunque habría sido mejor tener sólo treinta, la edad del propio Harry.

Ya vuelves a andar a la greña con tu persona, ¿verdad, Harry?, le dijo su madre. ¿Qué te preocupa ahora, hijo? ¿Sigue siendo Brenda? ¿Y el pequeño Harry?

—De nada serviría negarlo —contestó él, malhumorado, encogiéndose de hombros con gesto irritado—. Tú no lo conociste, ¿verdad? Él también habría hablado contigo, ya lo sabes. Pero yo… todavía no puedo llegar a superarlo. Una cosa es perder una persona… o incluso dos personas…, y otra muy distinta no saber por qué. Por lo menos habría podido decirme a qué sitio se la llevaba, me podría haber explicado sus razones. Después de todo, yo no tengo ninguna culpa de que ella fuera como era…, ¿no crees? O quizá sí tengo la culpa… —Otra vez volvió a encogerse de hombros antes de decir—: Ya no sé qué pensar…

Su madre ya había oído todas estas cosas otras veces, sabía qué quería decir, comprendía íntimamente aquellas vagas expresiones y aquellas palabras suyas, incluso comprendía aquel tono de voz. Aunque en realidad no había ninguna necesidad, generalmente él le hablaba en voz alta. No habría tenido necesidad porque él era un necroscopio (mejor dicho, él era el necroscopio, el hombre que se comunica con los muertos) y ella estaba muerta, había muerto cuando Harry todavía era muy niño. Estaba allá abajo desde hacía más de veintisiete años, entre el fango y los hierbajos del río, asesinada por el padrastro de Harry. Aunque el traidor ahora también estaba con ella, en el sitio donde lo había dejado Harry, aunque él hacía mucho tiempo que había dejado de hablar con nadie.

¿Por qué no miras las cosas desde el punto de vista de ellos?, le dijo su madre, muy sensata. Brenda lo pasó muy mal, considerando que es una chica de pueblo. Quizá lo que ella quería… era simplemente alejarse por un tiempo de todo esto… a lo menos por un tiempo

—Sí, ocho años, ¿verdad?

En la voz de Harry se advertía una cierta inseguridad.

Sí, claro, pero una vez rota la relación, resulta que descubrió que era más feliz, dijo su madre, procurando mostrarse diplomática, y como él se dio cuenta de que era más feliz, por eso decidieron no volver. Después de todo lo que se hizo y lo que se dijo, tu preocupación principal tendría que ser su felicidad, ¿no lo entiendes, Harry? Y tú tendrías que ser el primero en admitir que tú no eras el hombre con quien ella se casó. Bueno, no eras exactamente el mismo. ¡Oh!

Se la imaginaba llevándose la mano a la boca, aun sabiendo que su madre ya no tenía ninguna de esas dos cosas. Por desgracia, acababa de dar un traspié tratando de exponer sus argumentos diciendo no sólo lo que ella pensaba sino también lo que pensaba él.

Me refería a que

—Sí —dijo él reprimiendo un sollozo—, sé perfectamente a qué te refieres. Y además tienes toda la razón… hasta cierto punto.

De todos modos, como su madre había tratado de ser diplomática, ese punto no estaba desacertado. Y Harry lo sabía.

Lo que había ocurrido ocho años atrás era lo siguiente:

En el continuo de Möbius Harry había descubierto por azar los elementos de una insidiosa intriga que se desarrollaba en el mundo terrenal. El vampiro Thibor Ferenczy había puesto en marcha una metamorfosis gradual en un niño que todavía no había nacido: había contaminado físicamente (y no sólo físicamente, sino también espiritualmente) a una mujer a punto de ser madre, una mujer inocente que nada sospechaba, consiguiendo que se transmitiera al feto algo de sí mismo. Ahora aquel niño se había convertido en un joven, Yulian Bodescu, y al desarrollarse su potencial para el mal había vencido sus rasgos humanos y humanitarios, consiguiendo que predominara en 61 el aspecto monstruoso del vampiro.

La función de la Rama-E británica había tenido una doble misión: localizar y destruir lo que pudiera quedar de influencias vampírícas (especialmente lo que quedaba de Thibor) en la URSS y países satélites y asegurar de esta forma que nunca más volvería a producirse el «caso Bodescu»; y, por otra parte, eliminar al propio Yulian Bodescu, a través del cuál Thibor había decidido aterrorizar nuevamente al mundo.

Pero Bodescu había descubierto los manejos de la Rama-E y sus artimañas para deshacerse de él, por lo que dirigió sus terribles poderes vampíricos y su furia fría y cruel contra ella. Su principal adversario en la Rama era el incorpóreo Harry Keogh, que en aquel entonces se encontraba entrampado en el espíritu de su propio hijo. Matar a Harry hijo significaría deshacerse también de Harry. Después, los restantes miembros de la Rama-E podrían ser localizados y eliminados uno tras otro, a discreción del vampiro.

Se trataba de un plan bastante monstruoso, pero la verdadera monstruosidad se cifraba en las secuelas de aquel baño de sangre, puesto que entonces ya no habría nada que parase los pies a Bodescu, que podría formar casi a voluntad un ejército de seguidores que irían extendiéndose como la peste negra por toda la faz de la tierra. Se trataba de una posibilidad real, ya que Bodescu, aunque había pasado a convertirse en uno de los wamphyri, carecía de la disciplina que los caracterizaba a éstos. Eran esencialmente territoriales, tenían su frío orgullo, eran solitarios y cautelosos y solían ser muy firmes en el control de sus propios destinos. Y lo que más contaba era que estaban celosos de sus poderes, protectores de su naturaleza y de su historia de vampiros, conscientes y enamorados de sus cualidades humanas y de su ingenio. Si la humanidad hubiera sabido que eran seres reales y no meras criaturas míticas y legendarias, los hombres se hubieran esforzado en darles caza y en destruirlos para siempre. Pero Yulian Bodescu era un autodidacta y no tenía la instrucción propia de los wamphyri. No poseía ninguna de las cualidades que los convertían en lo que eran, ni ninguna de sus prerrogativas. No era más que un vampiro, ¡y loco por añadidura!

Brenda y su hijo Harry, de pocos meses de edad, vivían en un ático de Hartlepool, en la costa nordeste de Inglaterra, cuando los asuntos llegaron a su desenlace. Dejando tras de sí una estela de sangre y destrucción, Bodescu burló los intentos maquinados por la Rama-E para atraparlo, abandonó su casa de Devon y se dirigió hacia el norte. Como había heredado la experiencia de su mentor en las abominables artes de la nigromancia, estaba en condiciones de «examinar» los profanados cadáveres de sus víctimas y de leer en su cerebro, en su sangre y en sus entrañas sus más íntimos secretos. Ésta era su intención con respecto a los dos Harry, padre e hijo: asesinarlos y robar los secretos de la necroscopia, para descubrir así la naturaleza y las propiedades del metafísico continuo de Möbius.

La Rama-E, centrándose en la casa de Devon para destruirla, se quedaba sin la cantera principal, pero descubrió en ella inconcebibles horrores. La tía, el tío y el primo de Bodescu habían sido torturados y vampirizados; el perro negro de Bodescu era algo más que un simple perro; una cosa de naturaleza semiplástica ocupaba la tierra que había debajo de la amplia bodega, y la madre de Bodescu había perdido la razón al conocer aquello en lo que se había convertido Yulian. Tanto la casa como los que la habitaban fueron pasados por el fuego.

La Rama-E tenía hombres en Hartlepool, gente dotada de cualidades psíquicas que se encargaba de vigilar el edificio eduardiano en el que estaba el piso de Brenda. También se había informado a la policía local y a la Rama Especial (aunque muy discretamente, a fin de no alarmar a la población), advirtiéndoles que la mujer y el niño que ocupaban el ático posiblemente eran las víctimas que se proponía atacar un loco que andaba suelto por allí. Pero la presencia de los agentes no sirvió para disuadir al vampiro, que invadió el edificio, mató sin piedad a todos cuantos se pusieron en su camino, hizo gala de su aterradora eficiencia y, finalmente, consiguió su objetivo. Sin embargo, allí donde el incorpóreo Harry Keogh había resultado impotente, su hijo fue plenamente efectivo. Los extraños poderes de su padre habían pasado a él y estaba en condiciones de hablar con los muertos e incluso podía hacerlos salir de sus tumbas del cementerio que estaba enfrente de su misma casa.

Harry padre pensaba que él había quedado metido en la psique del niño, pero no era éste el caso. El niño lo había retenido por una única razón: explorar la mente de Harry y aprender de ella. Físicamente era un niño indefenso, pero mentalmente…

El talento de Harry hijo ya era mucho más grande que el que poseía su padre o incluso que el que pudiera haber soñado poseer. Y su potencial era enorme. En la cabeza del niño estaba toda la teoría y lo único que le faltaba era la aplicación práctica y la experiencia. Pero no tardaría en poseer también estos requisitos.

Brenda, en su intento de proteger a su hijo de aquella increíble pesadilla que era Yulian Bodescu, había sido retirada de escena por el vampiro. Como se encontraba inconsciente, no había podido ser testigo de la confrontación final. Ahora que Harry volvía a recordar la escena que había tenido lugar en el piso, se le aparecía con la misma viveza de las cosas que le habían ocurrido el día anterior.

Los ojos del niño, por los que miraban los dos Harry, vieron la cara de Yulian Bodescu, reflejándose en ella el propio terror. Inclinado sobre la camita del niño, su espantosa mirada hablaba bien a las claras de sus intenciones.

Harry pensó que todo había acabado, que aquél era el final.

Pero otra voz que no era la suya resonó en su cabeza y le dijo que no, que no era así, que de él había aprendido todo cuanto tenía que aprender, pero que ahora ya no lo quería de aquella manera, aunque seguía necesitándolo como padre. Así es que ya podía irse y ponerse a salvo.

Tan sólo podía ser una persona la que le hablaba por vez primera, cuando no había tiempo para formularse preguntas acerca del cómo ni el porqué. Después… Harry sintió que las coerciones del niño se desprendían de él igual que cadenas rotas, soltándolo y dejándolo en libertad. En libertad de dirigir su mente incorpórea hacia la seguridad del continuo de Möbius. Se habría podido marchar en aquel mismísimo momento, dejando a su hijo solo ante lo que pudiera esperarte. Sí, hubiera podido marcharse, pero no lo hizo.

Las mandíbulas de Bodescu se abrieron, desencajadas, igual que un pozo, mostrando una lengua de serpiente que aleteaba detrás de unos dientes fulgurantes como dagas.

¡Vete!, dijo de nuevo el pequeño Harry, todavía con mayor insistencia.

¡Tú eres mi hijo!, había exclamado Harry. ¡Maldita sea, pero no me puedo marchar! ¡No puedo abandonarte así!

¿Abandonarme así?

Había sido como si el niño no pudiera seguir sus razonamientos. Pero después lo hizo y dijo:

¿Te figuras que voy a quedarme aquí?

Las manos en forma de garra de la bestia se acercaban ya al pequeño que estaba en su camita. Este vio la saña que brillaba en los ojos del monstruo; volvió a uno y otro lado la redonda cabeza, buscando una puerta hacia Möbius. Entre los cojines apareció una puerta. Era algo que estaba en sus genes, era puro instinto. La puerta había estado allí todo el tiempo. El dominio que tenía sobre su mente era terrible; el que tenía sobre su cuerpo era mucho menos fiable, aunque había conseguido también poder sobre éste. Poniendo en juego los músculos inexpertos, se arrolló sobre sí mismo y atravesó la puerta de Möbius, mientras las manos del vampiro, al igual que sus mandíbulas, se cerraban para apresar tan sólo aire.

Después de esto todo quedó en manos de Yulian Bodescu. Harry no convocó a los muertos del cementerio local, pero su hijo sí. Los muertos habían aprendido a querer a aquel niño que hablaba con ellos, que había hablado con ellos desde que estaba en el vientre de su madre. Lo querían tanto como querían a su padre y confiaban en él. Y si Harry hijo tenía algún problema, sólo necesitaban esto para mover los miembros envarados por la muerte, para devolver a una falsa vida tejidos y tendones que desde hacía mucho tiempo se habían transformado en cuero y que los gusanos habían roído.

Inmovilizaron al vampiro, lo sujetaron con estacas entre sus tumbas abiertas, le cercenaron del cuerpo aquella cabeza que no cesaba de chillar y lo redujeron a cenizas. Y Harry padre, que ya no estaba prisionero y volvía a ser dueño y señor del continuo de Möbius, los vigiló mientras lo hacían, dándoles instrucciones cuando los veía titubear.

Más adelante… Harry había descubierto que aquel niño no sólo había salvado su vida sino que incluso había sustraído del peligro a su propia madre. El niño se había servido de la metafísica Möbius o Zollnerist para trasladarse él y a Brenda a un lugar seguro… de hecho, al sitio más seguro posible: ¡los cuarteles generales de la Rama-E en Londres! Y Harry se había quedado a merced de su destino, para habitar el caparazón del que en otro tiempo había sido Alec Kyle.

Esto era lo que había hecho, aunque en el proceso para conseguir este fin había destruido el nuevo juguete de la KGB, el centro de espionaje soviético instalado en el château Bronnitsy.

Después… se precisaba un período de tiempo para descansar, para hacer una pausa y evaluar la situación, hacer ajustes, reorganizar su vida. Pero el personal de la Rama-E, contento de su triple éxito —la eliminación de Yulian Bodescu, la terminación de las fuentes vampíricas residuales en el extranjero y la destrucción del cuerpo de espías rusos corrompidos de la KGB—, no había apreciado totalmente los reveses sufridos por Harry y su familia. Hecho el trabajo, querían analizarlo todo, registrarlo, estudiarlo y entenderlo más a fondo. El único hombre capaz de entenderlo todo era Harry. Durante un mes les dio todo lo que querían e incluso consideró la posibilidad de ocupar el puesto de director de la Rama-E, pero en esta misma época era evidente que las cosas relacionadas con Brenda no iban demasiado bien. Como había señalado recientemente la madre de Harry, no había ningún misterio en este estado de cosas. De hecho, el derrumbamiento de Brenda era previsible, no cabía esperar otra cosa.

Después de todo, hacía poco tiempo que había sido madre y todavía estaba convaleciente, después de una incómoda reclusión y de un parto difícil. Hubo un tiempo en que los médicos creyeron que la perdían. A esto se añadían las cualidades de su marido —era necroscopio—, cosa que ella sabía, y dominó su mente durante meses enteros, y que su hijito parecía tener poderes semejantes o incluso más aterradores, hasta el punto de que incluso entre los hombres de la Rama-E, también dotados de especiales cualidades, era considerado como una rareza. Por no hablar de que Harry era ahora, literalmente, una persona diferente, una persona que era Harry, con todo su pasado, sus recuerdos, sus peculiaridades, pero metido en el cuerpo de una persona totalmente extraña. Contaba también el inmenso terror que había sufrido aquella noche, cara a cara con el monstruo Yulian Bodescu, cosa que ni siquiera en sus peores noches de pesadilla habría podido imaginar…

No era de extrañar, pues, que la mente de aquella pobre muchacha hubiera comenzado a flaquear después de tantas tensiones. Y para colmo, odiaba Londres y le era imposible volver a Hartlepool. Ahora su piso era como un veneno que sólo le traía recuerdos inquietantes. A medida que sus conexiones mentales con el mundo real iban deteriorándose, aumentaban gradualmente sus visitas a diferentes especialistas y clínicas psiquiátricas, hasta que una mañana ella y el niño…

—¡Se han marchado! —exclamó Harry gritando—. Y no están en ninguna parte, no he podido dar con ellos en ninguna parte. Y lo peor de todo es que han desaparecido sin avisar, sin decir nada. Él apareció y se la llevó… no sé adonde. ¿Y sabes que a mí no me dijo nunca ni media palabra? Después de aquella primera vez en el piso, cuando Yulian Bodescu por poco acaba con nosotros, no me dijo nunca nada. Me habría podido decir alguna cosa, me miraba de aquella manera que miran los niños, y yo sabía perfectamente que habría podido hablar conmigo. Pero no me dijo nunca nada.

Harry suspiró y se encogió de hombros.

—Quizá también me echaba a mí la culpa…, quizá los dos me echaban la culpa de todo. ¿Quién podría asegurar que no tenían razón? Si yo hubiera sido de otra manera…

¿Qué dices?, dijo su madre, que ahora parecía enfadada.

A su madre no le gustaba aquel tono de conmiseración que sorprendía en la voz de Harry. ¿Dónde estaba aquella serena energía que antes solía tener?

¿Si no hubieras sido así, cuando Boris Dragosani seguía vivo en Rusia, y Yulian Bodescu sembraba Dios sabe cuántas maldades por el mundo y todas las miríadas de muertos, abandonados y olvidados, perdidos y solitarios, figurándose que sus pensamientos estaban muertos para siempre bajo la fría tierra sin saber que en realidad no estaban solos? Pero tú lo cambiaste todo, Harry, y ahora no hay forma de volver atrás… Si hubieras sido de otra manera… ¡Qué cosas dices!.

Asintió con la cabeza, dándose cuenta de que su madre tenía razón. Después cogió una piedra y la arrojó al agua, transformando su imagen en una serie de círculos concéntricos.

—De todos modos —dijo mientras su cara volvía a recomponerse lentamente—, me gustaría saber dónde han ido a parar, me gustaría saber que están bien. ¿Estás segura, mamá, de que no has oído nada?

¿De los muertos? Mira, Harry, no hay ninguno de nosotros que no esté dispuesto a ayudar. Créeme, si Brenda y el pequeño Harry estuvieran… con nosotros, tú serías el primero en saberlo. No sé dónde están, pero si que están vivos. De eso puedes estar seguro.

Frunció el entrecejo y se restregó la frente con aire cansado.

—¿Sabes una cosa, mamá? Es que no me cabe en la cabeza. Si tiene que encontrarlo alguien, ése soy yo. ¡Y no tengo ni el más mínimo indicio siquiera! Cuando desaparecieron, hice que esa gente de la Rama-E se ocupara del caso, pero ni rastro… Hubo incluso quien avanzó la idea de que quizá Brenda y el niño habían muerto, aun cuando me lo dijeron con las debidas precauciones. Y cuando, seis meses más tarde, pasé el trabajo a Darcy Clarke, parecía que todo el mundo estaba plenamente convencido de que los dos estaban muertos.

»Actualmente, los de la Rama-E tienen gente capaz de encontrar a quien sea y donde sea, gente que capta las emanaciones psíquicas que vienen del otro extremo del mundo…, pero ni siquiera esas personas han sido capaces de localizar a mi hijo. Y hay que admitir que el pequeño Harry me superaba de largo en lo que a talento se refiere. En cambio, tu gente (estaba hablando de la Gran Mayoría, de los incontables muertos) dice que están vivos, que tienen que estar vivos puesto que no figuran entre los muertos. Y yo sé que ninguno de los tuyos me ha mentido nunca. Así es que forzosamente tengo que preguntarme: si no están muertos ni están en ningún sitio donde yo pueda encontrarlos, ¿dónde demonios están? Esto es lo que me atormenta.

Se daba cuenta de que su madre se sentía contrariada, que estaba triste.

Te comprendo, hijo, te comprendo.

Él continuó, como si no la hubiera oído:

—En cuanto a lo que se dice buscarlos físicamente, ¿hay algún sitio de este mundo donde no haya buscado? Pero si los de la Rama-E no han podido encontrarlos, ¿qué probabilidades tengo de encontrarlos yo?

La madre de Harry ya había oído todo esto muchísimas veces. Era la obsesión de su hijo, la pasión de su vida. Era como el jugador que está enganchado a la ruleta, cuyo único sueño es encontrar la clave de algo que no tiene clave alguna. Se había pasado casi cinco años buscando y casi tres más planeando los diferentes estadios de la búsqueda. Lo cual no le había servido de nada. Ella había tratado de ayudarlo en todas las fases del recorrido, pero hasta ahora había sido un camino largo y amargo.

Harry se levantó, y se sacudió el polvo de los pantalones.

—Vuelvo a casa, mamá. Me siento muy cansado. Me parece como si hiciera mucho tiempo que estuviera cansado. Creo que tendría que concederme un buen descanso. A veces pienso que me convendría dejar de pensar… o, cuando menos, dejar de pensar en ellos.

Su madre sabía qué quería decir: que había llegado al final del trayecto y que ya no tenía dónde mirar.

—Eso es —dijo, apartándose de la orilla—, no tengo dónde mirar y, en cualquier caso, de nada me va a servir. Me parece que ya no hay nada que me pueda servir.

Se marchó cabizbajo y tropezó con alguien que lo cogió por el brazo para detenerlo. De pronto Harry no lo reconoció, pero sólo al primer momento.

—¿Darcy? ¡Darcy Clarke!

Harry esbozó una sonrisa, pero la sonrisa se transformó enseguida en una mueca.

—¡Ah, sí! Darcy Clarke —dijo, esta vez más pausadamente—. Y no estarías aquí si no quisieras alguna cosa. Me parece que ya dije una vez a tu gente que no quería saber nada de vosotros.

Clarke estudió su cara, una cara que conocía desde muy antiguo, cuando pertenecía a otra persona. En ella había ahora más arrugas que antes y algo más de carácter. No es que a Alec Kyle le faltara carácter, pero en aquella cara se había ido grabando el de Harry. En aquella cara, además, había cansancio y huellas de dolor.

—Harry —dijo Clarke—, dime si es verdad lo que acabo de oír, que no hay nada que te pueda servir. ¿Eso piensas?

Harry lo miró con dureza.

—¿Cuánto rato hace que me espías?

Clarke se quedó desconcertado.

—Estaba aquí junto al muro —dijo—, pero no te estaba espiando, Harry. Lo que pasa es que no quería molestarte. Nada más.

Después, indicando con una señal el río, dijo:

—Aquí es donde está tu madre, ¿verdad?

Harry se puso a la defensiva. Dejó vagar un momento la mirada y volvió a mirarlo y asintió. Después de todo, de aquel hombre no tenía nada que temer.

—Sí —dijo—, ahí está. Era con mi madre con quien hablaba.

Sin pararse a pensar, Clarke echó una ojeada en derredor.

—¿Qué estabas hablando con tu…?

Y de nuevo volvió a contemplar las aguas tranquilas del rio y cambió de expresión. Bajando la voz, dijo:

—¡Ah, claro! Casi lo había olvidado.

—¿En serio?

Harry se puso rápidamente en marcha.

—¿Quieres decir que no viniste por esto?

Y aminorando un poco el paso, añadió:

—Muy bien, vamos a casa. De camino podemos charlar.

Mientras caminaban entre tojos quebradizos y zarzas silvestres, Clarke se dedicó a estudiar al necroscopio a placer. No era sólo que Harry pareciera un poco ausente y abstraído, sino que daba la impresión de que todo su porte en general había experimentado un cambio. Llevaba una camisa con el botón de arriba desabrochado debajo de un holgado jersey gris, unos pantalones finos también grises e iba calzado con unas chancletas. Era la indumentaria propia de una persona que no da ninguna importancia a la vestimenta.

—Vas a coger un resfriado de padre y muy señor mío —le dijo Clarke, sinceramente preocupado, y el jefe de la Rama-E añadió con una sonrisa forzada—: ¿Todavía no te has enterado de que pronto estaremos en noviembre…?

Caminaron a lo largo de la orilla del río en dirección a la gran casa victoriana que se levantaba detrás de la imponente tapia del jardín. La casa había pertenecido en otro tiempo a la madre de Harry, a continuación a su padrastro y ahora, por ley natural, había pasado a sus manos.

—Si quieres que te diga la verdad, el tiempo no me preocupa demasiado —acabó por contestar Harry—. Cuando note que hace frío, me pondré más ropa.

—Ya, pero esto importa poco, ¿verdad? —dijo Clarke—. La cosa no tiene ninguna importancia. Ni esto ni nada, en realidad. Lo cual quiere decir que todavía no los has encontrado. Lo siento, Harry.

Ahora le tocaba a Harry estudiar a Clarke.

El jefe de la Rama-E había sido elegido para este puesto porque, según Harry, era el candidato adecuado. El talento de Clarke era garantía de continuidad. Era lo que se llamaba un «desviador», es decir, lo contrario de una persona propensa a los accidentes. Podía pasar por un campo sembrado de minas y salir de él sin un rasguño. Y, si hubiera pisado una, seguro que habría sido de las que no estallan. Su talento lo protegía y lo utilizaba para eso. Servía para asegurar que siempre estaría allí, que nada ni nadie lo sacaría de en medio, cosa que les había ocurrido, en cambio, a los dos jefes precedentes. Darcy Clarke tenía que morir algún día, puesto que tarde o temprano le toca morir a todo el mundo, pero moriría de viejo.

Sin embargo, de no saber quién era Clarke, nadie habría sospechado que pudiera ocuparse de nada y mucho menos de la rama más secreta del Servicio Secreto. Harry pensó que probablemente era el hombre más inclasificable de este mundo. Estatura mediana (alrededor de un metro setenta y cinco), cabello de ratón, un caminar ligeramente encorvado y un poco de barriga, pero tampoco un excesivo sobrepeso. Formaba parte del término medio en todos los aspectos. Y dentro de unos cuatro o cinco años más se convertiría en un hombre de mediana edad.

Unos ojos de color avellana claro volvieron a fijarse en Harry. Unos ojos clavados en una cara muy dada a la risa, aunque Harry tenía motivos para sospechar que hacía mucho tiempo que no se entregaba a ese tipo de expansiones. Pese a que Clarke iba muy abrigado, que llevaba Un duffle-coat y un echarpe, producía una impresión de frialdad, aunque no tanto en el aspecto físico como en el espiritual.

—Estás en lo cierto —respondió finalmente el necroscopio—, no los he encontrado y eso me ha cortado las alas. ¿Es por eso por lo que estás aquí, Darcy? ¿Para fijarme un nuevo objetivo, para darme una nueva orientación?

—Más o menos —dijo Clarke asintiendo con la cabeza—. Eso es lo que espero, por lo menos.

Por una puerta abierta en la tapia que rodeaba la casa, entraron en el descuidado jardín que Harry tenía en la parte de atrás de su casa, en aquellos momentos un lugar de lúgubre aspecto, sumido como estaba en las sombras proyectadas por los gabletes y cornisas, una casa con la pintura descascarillada y las altas ventanas igual que ojos adustos en un rostro adusto. Desde hacía años aquel jardín iba cobrando de día en día un aire más salvaje: zarzas y ortigas crecían sin orden ni concierto e invadían el camino, por lo que los dos hombres tuvieron que recorrerlo con cuidado, pisando las desordenadas losas, hasta llegar a la zona del patio, cubierta de cantos rodados, al otro lado del cual se encontraban las puertas correderas de vidrio que conducían al estudio de Harry, que en este momento se encontraban abiertas. La habitación estaba en sombras y cubierta de polvo; no era nada acogedora. Clarke, sin darse cuenta, titubeó unos momentos en el umbral antes de decidirse a entrar.

—Entra por propia voluntad, Darcy —le dijo Harry, a lo que Clarke contestó dirigiéndole una mirada incisiva.

El talento de Clarke, sin embargo, le advertía que todo estaba bien, que no había nada que impidiese entrar en aquel aposento, que no era urgente rehuirlo. El necroscopio sonrió, aunque casi sin ganas.

—Es un chiste —dijo—. Los gestos son como las actitudes y, si la perspectiva es diferente, cambian.

Clarke penetró en el interior.

—¡Mi hogar! —dijo Harry siguiéndole y deslizando las puertas para cerrarlas—. ¿No encuentras que esta casa me va?

Clarke no respondió, pero se quedó pensando que los gustos de Harry no habían sido nunca exagerados y que era indudable que el lugar se acomodaba a su talento.

Harry indicó a Clarke con un gesto una silla de mimbre para que tomara asiento, mientras él se acomodaba detrás de una imponente mesa de roble cuya coloración se había oscurecido con los años. Clarke echó una ojeada a su alrededor como tratando de penetrar la oscuridad tan poco natural en la que estaba sumida la habitación. Parecía que aquella habitación estaba concebida para ser un cuarto ventilado, pero Harry había puesto cortinas en ella como para impedir la entrada de luz, que únicamente se filtraba por las puertas de vidrio. Clarke, incapaz de contenerse por más tiempo, dijo:

—Un poco funerario, ¿no te parece?

Harry le indicó con un gesto de la cabeza que estaba de acuerdo con él.

—Era el estudio de mi padrastro —dijo—. Shukshin…, aquel asesino hijo de puta. Intentó matarme, ¿lo sabías? Hacía de observador, pero era diferente de los demás, porque no se limitaba a detectar espías, sino que además los odiaba. No quería ni olerlos, porque le ponían la piel de gallina, le sacaban de quicio. Esto hizo que acabara matando a mi madre y que se hubiera propuesto liquidarme también a mí.

Clarke asintió con la cabeza.

—Estoy enterado de todo, como todo el mundo, Harry. Está en el río, ¿verdad? ¿Shukshin? Oye, si es que te molesta, ¿por qué demonios sigues viviendo aquí?

Harry dejó vagar la mirada a lo lejos un momento.

—Sí, está en el río —dijo—, que es donde él quería que estuviese yo. Ojo por ojo. El que él viviera aquí me importa un comino. ¿No recuerdas que mi madre también está aquí? Sólo tengo un puñado de enemigos entre los muertos, el resto son amigos míos y son buenos amigos. Los muertos no piden nada…

Se quedó callado un momento y después siguió:

—De todos modos, Shukshin consiguió lo que quería. De no haber sido por él, es muy posible que yo nunca hubiera ido a la Rama-E… y ahora tampoco estaría aquí hablando contigo. Estaría en cualquier parte, escribiendo historias sobre los muertos.

Clarke, como la madre de Harry, se sintió turbado por aquella tétrica introspección.

—¿Ya no escribes?

—Las historias no eran mías. Como todo lo demás, eran un medio para llegar a un fin. No, ahora ya no escribo. Hago poca cosa. —Bruscamente, cambió de tema—: No la quiero, ¿sabes?

—¿Cómo?

—A Brenda —dijo Harry encogiéndose de hombros—. Quizás amo al pequeño, pero no a su madre. Mira, me acuerdo de qué ocurría cuando la quería…, bueno, claro que la quiero, porque yo no he cambiado…, pero yo, físicamente, soy diferente. Químicamente soy diferente. Brenda y yo no nos habríamos llevado nunca bien. Lo que me preocupa no es esto, que me tiene sin cuidado. Lo que me preocupa es no saber dónde están. Saber que están en algún sitio, pero no saber dónde. Esto es lo que me preocupa. Ya hubo bastantes cambios en mi vida para que, encima, se tuvieran que marchar. Y de manera especial él. ¿Sabes una cosa? Hubo un tiempo en que yo formaba parte de aquel personajillo. Sin comerlo ni beberlo, de una manera inconsciente… porque fui yo quien le enseñó gran parte de todo lo que sabe. Me lo sacó de mi cabeza… y me gustaría saber qué uso le ha dado. Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que, si no se hubieran marchado, ella y yo haría mucho tiempo que habríamos terminado… aunque ella se hubiera recuperado del todo. A veces pienso que quizá fue mejor que se fueran, y no sólo para ella, sino también para él.

Harry iba hablando sin parar, sin hacer ninguna pausa. Clarke estaba complacido, le parecía entrever una grieta en la pared; quizás Harry estaba descubriendo que a veces también convenía hablar con los vivos.

—Si no sabes dónde ha ido a parar, ¿cómo puedes decir que es mejor para él? ¿Por qué lo dices?

Harry se puso más derecho y, al volver a hablar, su voz había recuperado toda su frialdad.

—¿Cómo sería su vida en la Rama-E? —dijo—. ¿Qué haría ahora, un niño de nueve años? El pequeño Harry Keogh hijo…, ¿sería acaso necroscopio y explorador del continuo de Möbius?

—¿De veras lo crees? —dijo Clarke con voz monocorde—. ¿Eso es lo que piensas de nosotros?

A lo mejor Harry tenía razón, pero a Clarke le gustaba ver las colas de manera diferente.

—Él habría podido llevar la vida que hubiera querido —dijo—. Esto no es la URSS, Harry. Nadie le habría obligado a hacer nada. ¿Hemos intentado atarte, acaso? ¿Te hemos forzado a algo, te hemos amenazado, te hemos impuesto que trabajaras para nosotros? No hay duda de que tú eres uno de nuestros elementos más valiosos, pero hace ocho años, cuando dijiste que ya bastaba…, ¿te obligamos a algo? Lo único que te pedimos fue que te quedaras y ya está. No hubo nadie que te presionara para nada.

—Pero habría crecido con nosotros —dijo Harry, quien lo había pensado muchísimas veces—. Habría quedado marcado. Quizá lo sabía y por esto prefirió la libertad, ¿no crees?

Clarke se estremeció, como si quisiera sacudirse de encima lo que el otro estaba tratando de imponerle. Había hecho una parte de lo que había venido a hacer: conseguir que Harry Keogh le hablara de tus problemas. Ahora tenía que conseguir que hablara y pensara en problemas mucho más importantes, especialmente uno en particular.

—Harry —dijo, hablando con cierto énfasis—, hace seis años que dejamos de buscar a Brenda y al niño. Lo habríamos dejado incluso antes, pero considerábamos que teníamos un deber contigo… a pesar de que tú habías dejado bien claro que no considerabas que lo tuvieras con nosotros. El hecho es que nosotros creíamos de verdad que habían muerto, ya que de otro modo los habríamos localizado. Pero esto era entonces y ahora estamos en otra época y las cosas han cambiado…

¿Habían cambiado las cosas? Lentamente, las palabras de Clarke habían penetrado en él y Harry sintió como si su rostro sudara sangre. Sentía una especie de comezón en el cuero cabelludo. Ellos habían creído que estaban muertos, pero las cosas habían cambiado. Harry se inclinó sobre la mesa, casi como luchando para acercarse a Clarke, al que miraba con ojos asombrados.

—¿Es que habéis encontrado… alguna pista?

Clarke levantó unas manos que imponían calma, que imploraban comedimiento, y, medio encogiéndose de hombros, prosiguió:

—Puede ser que hayamos tropezado con un caso paralelo o algo enteramente diferente, no lo sé. Ya ves que no tenemos medios para comprobarlo. Tú eres el único que puede hacer la comprobación, Harry.

Los ojos de Harry se entornaron. Le pareció sentirse conducido, se sintió como un asno al que le muestran una zanahoria, pero no quería dejarse engatusar. Si la Rama-E contaba con algo…, hasta una zanahoria era mejor que las hierbas que lo habían obligado a masticar. Se levantó, dio la vuelta al escritorio y se acercó lentamente a Clarke, que seguía sentado, y lo miró fijamente.

—Entonces lo mejor es que me lo cuentes —dijo—. No prometo nada, sin embargo.

Clarke negó con la cabeza y dijo:

—Yo tampoco.

Después, mirando con desaprobación la sala, dijo:

—¿No podrías poner un poco más de luz aquí? ¿Y un poco más de aire? Tengo la impresión de que me encuentro en medio de la niebla.

Harry volvió a fruncir el entrecejo. ¿Siempre tenía que dominar la situación Clarke, conseguir las cosas con tanta facilidad? Pese a todo, abrió las puertas de cristal, pero corrió las cortinas. Después, volviendo a sentarse silenciosamente detrás de la mesa, dijo:

—Habla.

Ahora la habitación estaba más clara y Clarke tenía la sensación de poder respirar. Se llenó los pulmones, se irguió echando el cuerpo para atrás y descansó las manos en las rodillas.

—Hay un sitio en los Urales que se llama Perchorsk —dijo—. Fue allí donde empezó todo…