Capítulo 4

Una puerta abierta… ¿a qué?

Comenzaron a bajar el último tramo de escaleras hasta el anillo de Saturno o plataforma de tela de araña, después giraron en derredor de la esfera central hasta acercarse al camino que conducía a su corazón, un corazón fríamente incandescente. Cuando estaban a tres metros de distancia de la valla eléctrica, Khuv se detuvo, se volvió a Jazz y dijo:

—Bueno, ¿qué le parece?

Sólo podía estar hablando del globo tan deslumbrador como enigmático que se encontraba al otro lado de la puerta, tal vez a siete pasos de distancia. Estaba totalmente inmóvil, no emitía sonido alguno y, pese a todo, su aspecto era amenazador.

—Dijo usted que aquí es donde estaba el reactor atómico, ¿verdad? —intervino Jazz—. ¿Cómo, suspendido en el aire? No, estoy bromeando. Lo que quiere usted decir es que después de la expansión de retroceso todo lo que había a veinte metros aproximadamente de distancia del centro de esto…, esto… sea lo que sea…, quedó esfumado, ¿no es eso?

—Ésa habría sido también mi explicación —dijo Khuv asintiendo con la cabeza—, pero no habría sido exacto. Como ya he señalado anteriormente, la palabra es conversión. Según Viktor Luchov, la energía del haz que quedó atrapado se sintió atraída por la energía latente, es decir, por la energía activa del reactor. Podría hacer la comparación con el clavo atraído por un imán. En la fusión final no hubo explosión. Lo que quizás hubo fue implosión. Ni el propio Luchov sabe del asunto más que yo, pero el material que formaba el pavimento de este lugar y el propio reactor con su combustible…, sí… y toda la maquinaria que llenaba esta zona…, todas estas cosas, aparte del centro y de la pared esférica que usted puede contemplar, todo quedó comido, transformado, convertido. Y también los hombres: diecisiete físicos nucleares y técnicos murieron instantáneamente: no quedó ni rastro de ellos.

Jazz estaba impresionado, si no por la manera de cómo Khuv le contaba la historia, cuando menos por su contenido.

—¿Y la radiación? —dijo—. Debió de haber una descarga masiva de…

Khuv negó con la cabeza, cosa que hizo que Jazz se quedara parado.

—Respecto a lo que se pudo detectar, se escapó muy poca radiación. Algunos de los extremos de estas galerías, que se adentran en la roca entre cuatro metros y medio y seis metros, eran puntos calientes. Hicimos lo que pudimos y los tapamos. En los niveles superiores todavía quedan sitios peligrosos, pero la mayoría también han quedado clausurados. Y en algún caso estos niveles ya no se utilizan ni volverán a utilizarse nunca más. Usted ha visto una parte del magma, pero no lo ha visto todo. En aquella explosión de misteriosa energía, el metal, el plástico y la roca no fueron los únicos materiales que se amalgamaron de forma inseparable, Michael. Pero la roca, el metal y el plástico no se pudren y, cuando digo lo que digo, estoy seguro de que sabe a qué me refiero…

Jazz dijo con una mueca:

—¿Y cómo…, cómo limpiaron el lugar? Tenía que ser una pesadilla…

—Y sigue siéndolo —replicó Khuv—. Por eso está atenuada la iluminación de la zona. Se empleó ácido. Fue la única manera. Pero en el magma quedaron restos realmente repugnantes de ver. Lo de Pompeya debió de ser parecido, pero allí las figuras humanas eran, por lo menos, reconocibles. No quedaron alargadas, retorcidas o… vueltas del revés.

Jazz se quedó pensando, pero no hizo ninguna pregunta acerca del significado exacto de las palabras de Khuv.

Vyotsky se había puesto nervioso durante unos momentos.

—¿Tenemos que quedarnos aquí? —refunfuñó de pronto—. ¿Por qué hemos de estar aquí haciendo de blanco de todo el armamento?

A Jazz aquel hombre le disgustaba profundamente, se diría casi que lo odiaba. Sí, lo había odiado desde el primer momento en que le puso los ojos encima y no podía resistirse a darle un chasco siempre que tenía ocasión de ello. Ahora dijo despectivamente al ruso:

—¿Se figura que les van a resbalar los dedos? —e hizo un ademán en dirección al personal encargado del Katushev más próximo—. ¿O es que éstos también tienen algo contra usted?

—Británico —dijo Vyotsky, dando un paso amenazador en dirección hacia él— como me pase por la cabeza, te echo contra esa valla y te dejo frito. Ya te han dicho que mucho cuidadito con la boca. Espero que vayas siguiendo con la racha de suerte hasta que tú mismo decidas echarte de cabeza por la borda…

—¡Cálmate un poco, Karl! —le dijo Khuv—. Está tratando de calarte, esto es todo. —Y dirigiéndose a Jazz, continuó—: No se está refiriendo al tipo de blanco que usted cree. O quizá sí, pero no de la manera que usted piensa. Lo que pasa es que, si de esa bola de luz que hay aquí sale algo…, algo que se aparte de lo común…, esos hombres tienen orden de abrir fuego inmediatamente y destruirlo todo o de tratar de destruirlo. Y estas órdenes no tienen absolutamente en cuenta el hecho de que nosotros nos encontremos aquí mirando, precisamente a tiro de los cañones.

—Si ocurriera —añadió Vyotsky—, si saliera por aquí lo que puede salir, yo personalmente estaría encantado de convertirme en blanco de algún proyectil.

Después de un ligero estremecimiento, Khuv precisó:

—Vayámonos de aquí. Karl tiene razón. Es una tontería que nos quedemos aquí tentando a la suerte. Ya ha ocurrido cinco veces y no hay ninguna garantía de que no vuelva a ocurrir.

Al volverse y dirigirse a las escaleras, Jazz preguntó:

—¿Lo tienen filmado? Me refiero a si el hecho es habitual…

—No, habitual no lo es —puntualizó Khuv—. Cinco… llamémosles «sucesos» en dos años no puede decirse que sea cosa frecuente. Pero entiendo lo que quiere usted decir, Michael. Sí, aprendimos muy pronto la lección. Después de los dos primeros encuentros, preparamos cámaras y ahora las tenemos también montadas en los cañones, que se disparan automáticamente. Lo que ven los que disparan es lo que captan las cámaras… por lo menos en la película. En cuanto al hecho en sí, los de su bando lo codificaron con el nombre de «Pill». Fue la primera vez. Nadie se lo esperaba. La segunda vez fue de menores proporciones, pero tampoco nos lo esperábamos. Después fue cuando se instalaron las cámaras.

—¿Hay alguna posibilidad de ver alguna de las cosas de las que estamos hablando? —dijo Jazz, como jugándoselo todo a una carta.

Había pocas posibilidades o quizá ninguna de salir de allí, pero a pesar de todo trataría de averiguar todo lo que pudiera y de sacar en limpio algo de aquel caos.

—Ciertamente —dijo Khuv sin dudar un momento—, pero si lo prefiere puedo enseñarle algo mucho más interesante que unas simples películas.

Había algo en el tono de voz que avisaba a Jazz de que tuviera cuidado, pero a pesar de todo contestó:

—Bien, aunque sólo sea para que no decaiga el interés…

La risita sardónica de Vyotsky, al resonar sarcásticamente detrás de él, hizo que Jazz se preguntara si había optado adecuadamente…

Retrocedieron y subieron por los niveles de magma, inquietantes pese a su tranquilidad, hasta llegar al perímetro y, siguiendo el curso del mismo, se dirigieron a la zona de seguridad donde se albergaban los laboratorios del Projekt. Pasando por dos puertas de seguridad, llegaron finalmente a una puerta de acero en la que aparecía dibujada una calavera escarlata y esta terrible advertencia:

¡PRECAUCIÓN!

¡SÓLO GUARDIÁN Y PERSONAL DE SEGURIDAD SELECCIONADO!

Jazz no pudo evitar volver a pensar: ¿más melodrama? Pero Khuv y Vyotsky estaban muy tranquilos, por lo que pensó que tal vez le convenía imitarlos. Así pues, mantuvo el pico cerrado mientras se preguntaba para sus adentros el porqué de la palabra «guardián». ¿Guardián de qué?

Khuv disponía de una tarjeta que lo identificaba como agente del servicio secreto, que introdujo en una abertura de la puerta. La tarjeta entró por la ranura, fue «leída» y devuelta, después de lo cual se oyó un rechinar de mecanismos y la puerta se abrió con un chasquido. Antes de empujarla para que se abriera del todo, Khuv se dirigió a Vyotsky, que apagó las luces de la antecámara. Jazz, pese a la poca luz del ambiente, vio que Vyotsky estaba pálido y que la cara le brillaba con un sudor frío. Además, la nuez del cuello le sobresalía más de lo acostumbrado. Aunque era indudable que aquel hombretón ruso era duro y cruel, por lo visto había cosas que lo impresionaban particularmente. Al parecer, Jazz estaba a punto de conocer una de ellas.

Khuv, sin embargo, se mostraba tan frío como de costumbre. Abrió la pesada puerta e indicó a Jazz que pasara. No sin cierto recelo, el agente británico penetró en la oscuridad de la sala. Vyotsky le seguía de cerca y en último lugar iba Khuv, quien se encargó de cerrar la puerta.

La oscuridad era casi total, ya que en el techo sólo había unas cuantas luces rojas del tamaño de las bombillas de flash de fotografía.

A la escasa luz reinante, Jazz pudo observar la forma rectangular de un recipiente de cristal arrimado a una de las paredes que daba la impresión de ser un enorme acuario de peces tropicales. De la oscuridad salió la voz de Khuv.

—¿Está usted preparado, Michael?

—Sí, si lo está usted —fue la respuesta de Jazz.

Pese a todo, mientras pronunciaba aquellas palabras, tenía perfecta conciencia de que no estaba allí para admirar peces de colores.

Se oyó un fuerte chasquido y se encendieron las luces.

Algo dentro del recipiente se movió y se echó para atrás.

Detrás de Jazz, Vyotsky dejó escapar un ruido ahogado. Él ya había visto aquello, sabía que estaba allí, pero el hecho de saberlo únicamente servía para precipitar la reacción instintiva que provocaba en él. Ahora que Jazz vio de qué se trataba, comprendió el porqué de aquella reacción.

Aquella cosa era como las formas que había en el magma y que Khuv no le había descrito, pero que Jazz había imaginado. Era como ellas, pero no era como ellas, puesto que ésta estaba viva. Mientras aquella cosa iba retorciéndose ondulante, resplandecía a través del grueso cristal del acuario y miraba con unos ojos que eran realmente diabólicos. Tenía el tamaño de un perro, pero no era un perro. No era nada que Jazz hubiera podido imaginar, sino la combinación de sus peores pesadillas. No pudo contemplarla el tiempo suficiente para decidir qué era exactamente. Y lo peor de todo es que ni aquella misma cosa sabía realmente qué era.

Al verla aplastada un momento contra el cristal del recipiente, pensó que habría podido ser una sanguijuela. Tenía la parte inferior toda arrugada, con un aspecto semejante al de una ventosa alargada y enorme. En cambio, sus cuatro patas, su cola y su cabeza la asemejaban más bien a una rata gigante. Durante una fracción de segundo le pareció que esto era realmente, pero después…

De pronto la cabeza y las manos sufrieron una transformación, una rápida metamorfosis, y se hicieron parecidas a las de un hombre. Un rostro casi humano se aplastó contra el vidrio y miró directamente a la sala con aire que se habría dicho de conmiseración. Hizo una mueca: una expresión que en parte era sonrisa, en parte amenaza y en parte fiereza, hasta que sus mandíbulas humanas se abrieron de forma inhumana. Dentro de aquella boca había varias hileras de dientes, como si fuera una monstruosa piraña.

Jazz dio un paso atrás respirando afanosamente y tropezó con Vyotsky. El imponente ruso lo agarró por los hombros y lo sujetó con firmeza. Mientras tanto, de las manos de la cosa salieron unos ganchos que arañaron el vidrio, al tiempo que su rostro se transformaba en una máscara de cuero negro, con un hocico en espiral y unas orejas enormes, puntiagudas y llenas de pelos, parecidas a las de un murciélago gigantesco; entre sus miembros crecieron unas telarañas que se pegaron a su cuerpo y formaron unas alas. El monstruo pegó un salto y se golpeó contra el techo de vidrio del acuario, después de lo cual volvió a caer pesadamente en el suelo de arena que cubría el fondo.

Jazz tenía la impresión de que alguien —tal vez Khuv, sí, posiblemente Khuv— había murmurado:

—¡Dios mío!

En aquel instante la cosa se alargó y se transformó en un gusano con la cabeza en forma de espátula, con la que escarbó en la arena y desapareció de la vista. Hubo sólo un estremecimiento de la arena y… todo volvió a quedar tranquilo.

Después de un rato de silencio, Jazz soltó un profundo suspiro. «¡Cristo todopoderoso!», no pudo por menos de exclamar con voz sobrecogida.

Y después los tres hombres inspiraron una profunda bocanada de aire, como si sus pulmones estuvieran exhaustos. Jazz cerró la boca, que tenía abierta de par en par, y se quedó contemplando a los dos rusos.

—¿Dicen que esta… cosa… salió de aquella bola de luz?

Khuv, cuyo rostro ahora parecía muy pálido bajo la luz potente y con unos ojos que eran manchas oscuras en su cara, asintió.

—Sí, salió por la puerta —dijo.

Jazz negó con un movimiento de cabeza, como si se resistiera a creerlo.

—Pero ¿cómo demonios consiguieron atraparlo?

La pregunta era muy razonable.

—Como ha podido comprobar —respondió Khuv—, no le gusta la luz, y aunque puede cambiar de forma a voluntad, parece que se trata de un ser muy primitivo en cuanto a procesos mentales… suponiendo que tenga algún sentido aplicarle este lenguaje. Quizá no sea más que instinto animal en estado puro. Nos figuramos que debió de atacar la Puerta por el lado opuesto. Seguramente viene de un mundo donde todo es noche y aquella esfera deslumbrante debió de pareccrle un enemigo o una presa. Pero cuando irrumpió en el lado donde estábamos nosotros, en la esfera hueca de abajo, la luz era como de pleno día. Afortunadamente para los que se encontraban allí en aquel momento, se fue directamente a una de las galerías… a fin de escapar de la luz, ¿comprende? Y hubo alguien con la suficiente presencia de ánimo como para poner en la boca del agujero la cara abierta de un armario de acero. Al tratar de retroceder, quedó atrapado.

—¿Cuánto tiempo hace que…?

Jazz tenía grandes dificultades para concentrarse y le resultaba muy difícil apartar los ojos del acuario.

—¿Cuánto tiempo… esta cosa…?

—Dieciocho meses —respondió Khuv—. Este fue el tercer encuentro.

—De la clase más próxima… —consiguió articular finalmente Jazz.

—¿Cómo ha dicho? —repuso Khuv mirándolo directamente.

—Nada —dijo Jazz moviendo al mismo tiempo la cabeza—, pero dígame una cosa: ¿qué come?

No sabía siquiera por qué lo había preguntado, quizá por la impresión que le habían causado todos aquellos dientes y por el hecho de que Khuv hablara de presas.

Los ojos de Khuv se entornaron, pero no como si se pusiera a la defensiva, sino como si reflexionara. Abrió la puerta, apagó las luces y con una seña indicó a Jazz y a Vyotsky que salieran. Volvieron al perímetro, donde Khuv abría la marcha en dirección a la zona donde trabajaba. De camino, Jazz preguntó:

—¿Come o no come?

Khuv guardó silencio, pero Vyotsky contestó por él:

—Por supuesto que come. Parece que no es que necesite comer, pero cuando se le ofrece algo, se lo come. Come personas… o lo que sea, con tal de que tenga unas buenas visceras rojas y sabrosas. O por lo menos esto es lo que comería si se lo diésemos. Su guardián lo alimenta a base de sangre y desperdicios, que le suministra a través de un tubo. El sabe exactamente qué cantidad debe suministrarle. Si le da mucho, se hace mucho más grande y más fuerte; si le da poco, se marchita y se pone a hibernar. Cuando hayan descubierto la manera de manipularlo sin peligro, tratarán de descubrir las características de su naturaleza.

—¿Quiénes?

—Pues los especialistas de Moscú —dijo Vyotsky encogiéndose de hombros—, los de…

—¡Karl! —lo interrumpió Khuv llamándole por su nombre, lo que hizo que Jazz pensara que, pese a que él era un prisionero y a pesar de toda la «glasnost» de Khuv, todavía había puntos que eran intocables—. Sí —dijo Khuv—, los especialistas. Es posible que, si descubren algo acerca de este ser, también puedan descubrir algo acerca de su mundo.

Había algo que inquietaba a Jazz.

—¿Y qué me dicen de esos hombres con los lanzallamas que encuentro por todas partes?

—¿Todavía no está bastante claro? —le espetó Vyotsky—. ¿O es que tú, querido británico, eres un poco tonto?

—Lo que acaba con ellos es el fuego concentrado —intervino Khuv—. Hasta ahora es lo único que lo consigue. Por lo menos eso es lo que descubrimos nosotros.

Jazz ahora asintió con un gesto. Parecía que las cosas comenzaban a irse aclarando en su cabeza.

—Comienzo a darme cuenta de las posibilidades —dijo secamente—. Y no es preciso que me diga de dónde han salido estos especialistas de que me habla: del departamento de estudios de la guerra química y biológica del Protze Prospekt, ¿no es verdad?

Khuv no respondió, pero su boca se quedó torcida como resultado de la sonrisa forzada que le dirigió.

Jazz asintió con un gesto. Su rostro reflejaba unos sentimientos que eran una mezcla de sarcasmo y de asco.

—¿Y cómo resultaría… esto… como arma biológica?

Habían llegado a la zona de Khuv. Éste abrió la puerta y dijo:

—¿Qué prefiere? ¿Beber algo o que le diga a Karl que lo vuelva a meter en su celda y le dé un pequeño vapuleo para que se entere de cómo debe comportarse?

Tenía la voz quebrada, sonaba igual que el hielo al quebrarse. Jazz había tocado un punto sensible. El agente británico era mucho más rápido en sus deducciones de lo que había supuesto Khuv.

Después de echar una ojeada al rostro de Vyotsky, en el que lucía ahora una mueca sardónica, Jazz dijo:

—Me parece que por esta vez prefiero una copa.

—De acuerdo, pero tenga presente una cosa: usted aquí no está en situación de criticar nada. Usted es un espía, un asesino, un aspirante a saboteador. Y recuerde también esto: usted no sabe nada. ¡Nosotros tampoco sabemos nada! ¿Armas? ¿De qué armas está hablando? Personalmente, lo que yo haría es cerrar esto, pero cerrarlo con cemento, hacer que la Puerta no pudiera volver a abrirse nunca más… si fuera posible. Y lo mismo haría Viktor Luchov. Pero el Projekt está patrocinado… Mejor dicho, el Projekt se puso en marcha bajo las órdenes del Departamento de Defensa. Nosotros aquí no mandamos, Michael, nosotros somos unos mandados. Y ahora grábese de una vez por todas esto en la cabeza: nosotros podemos ser «amigos» o puedo hacer que alguien mucho menos comprensivo que yo se encargue de completar sus informaciones. De usted depende…

¿Informaciones? No sabía por qué, pero no le había gustado nada la manera como Khuv había usado aquella palabra. Era evidente que el tono lo había traicionado. De hecho, aquí no se trataba de informar. En el fondo de sus pensamientos una voz le avisaba y lo ponía en guardia. ¿Por qué le daban este tratamiento? ¿Qué interés podían tener? Como no conocía las respuestas, dejó a un lado las preguntas y dijo:

—¡De acuerdo, lo acepto! Vamos a cumplir todos con nuestro deber. Todos cumplimos órdenes. Sólo le pido que me conteste una cosa más y ya no volveré a interrumpirle.

Khuv hizo entrar a Jazz y a Vyotsky a su zona de trabajo.

—¡De acuerdo! —dijo—. ¿De qué se trata?

—Es sobre esa cosa que tienen metida en ese recipiente de vidrio, ese ser venido de otro mundo —contestó Jazz arrugando la nariz al decirlo—. Dice usted que tiene un guardián, una persona que se ocupa de él, que le da de comer, que lo estudia… Sucede que no puedo imaginarme cómo ha de ser esa persona, pero pienso que debe de tener unos nervios de acero.

—¿Qué? —dijo Vyotsky dejando escapar un resoplido que tenía algo de una carcajada—. ¿Te figuras que se presentó voluntario? Es un hombre de ciencia, con gafas y todo. Un hombre totalmente consagrado a la ciencia… y a la botella.

Jazz enarcó las cejas.

—¿Un alcohólico?

La expresión de Khuv no varió.

—Muy pronto —dijo, después de una pausa momentánea—. Sí, me temo que lo será…

Tres horas más tarde, alrededor de las siete y media de la tarde, después de haber recibido en su celda una taza de café tibio y sin aroma ninguno y un bocadillo de carne fría, que constituían el menú estándar, y después de haber dado cuenta de las dos cosas, se tumbó en su cama metálica de campaña y comenzó a dar vueltas en su cabeza a todo lo que le había contado Khuv. El ruso había estado hablando casi sin parar por espacio de una hora y media, espacio de tiempo durante el cual el agente británico se mantuvo fiel a su palabra y no lo interrumpió ni una sola vez. Mientras Khuv estaba metido en materia, Jazz no se sintió en ningún momento tentado a interrumpirle, en parte porque el torrente de palabras e imágenes era incesante y no precisaba de explicaciones, pero sobre todo porque lo que le había contado era realmente fascinante.

Ahora, una vez más, Jazz hacía una recapitulación de todas las explicaciones.

El incidente de Perchorsk, conocido con la palabra «pi», había constituido la desastrosa prueba realizada por Franz Ayvaz en el escudo subatómico. Después de la confusión producida se procedió a la limpieza y, cuando ya casi estaba ultimada, ocurrió «Pill», al que Khuv se refería como Encuentro Uno, si bien por lo que hubo de explicar a Jazz el comandante de la KGB, no había sido tanto un encuentro como una verdadera pesadilla.

Aquella criatura surgida de la esfera de luz había sido la monstruosidad que Jazz había visto en la película impresionada por el aparato de reconocimiento AWACS sobre la bahía de Hudson, que venía a ser como el hermano mayor de aquella cosa que estaba metida en el recipiente de vidrio. Pero cuando el hermano mayor se coló en este mundo por su cuenta…

La descripción que hizo Khuv del Encuentro Uno tal como él la había oído contar por boca de testigos del mismo era así de gráfica:

—Usted ya lo vio en aquella película acerca de la cual nos ha hablado, ¿verdad, Michael? Ya sabe cómo es. ¡Ah, pero así es como era tras escapar por el tubo, meterse en el barranco y echar a volar después! Cuando estaba en tierra era mucho peor. Sí, se lo voy a contar de acuerdo con las descripciones de primera mano de que dispongo. Sin embargo, primero trataré de explicarle cómo funciona la Puerta o, mejor dicho, le diré qué ocurre cuando funciona. La «piel» de la esfera, o sea, su superficie tal como la vemos nosotros, es una contradicción de la física según entendemos nosotros esta ciencia. Viktor Luchov la ha equiparado a un «horizonte de acontecimientos». Nosotros vemos las cosas en él después de ocurridos los hechos e incluso antes de que ocurran. En el primer caso bajo la forma de una especie de imagen que queda en la retina y que se imprime en la esfera y, en el segundo caso, como una aparición gradual hasta que llega el momento de que aparezca lo que sea.

»Ellos ven que la cosa se acerca, pero no saben qué ven. Recuérdelo, así fue la primera vez. La vieron en la esfera; fue como si se oscureciera gradualmente la superficie situada cerca de la bóveda de la esfera. La mancha oscura cobró forma, la forma pasó a ser una imagen tridimensional pero nebulosa hasta que, al cabo de un rato, se hizo realidad. Vieron la cabeza y la cara de un murciélago de unas dimensiones equivalentes, más o menos, a un metro y medio. Era como un holograma que lentamente, muy lentamente, fuera cambiando. Todo ocurría a cámara lenta y constituía una cosa realmente fascinante de ver. Por lo menos así lo dijeron. Las circunvoluciones de la trompa se iban arrugando, fenómeno que duró alrededor de medio minuto, la orejas fueron proyectándose hacia adelante, un movimiento fugaz trasladado al tiempo real, ya que sólo duró cinco segundos, y finalmente la aparición de unos dientes que parecían agujas, de unos doce centímetros de largo, hecho que se produjo en un abrir y cerrar de ojos.

»Ahora bien, piense un momento lo que voy a decirle: ellos disponían de armas. Se trataba de un puñado de soldados que se encontraban allí con sus armas, no con un propósito determinado, sino simplemente porque a veces los soldados llevan armas. Pero ¿a quién podía pasarle por la cabeza que se podía disparar contra una cosa como aquélla? Cuando todo acabara, quizá sí, pero no mientras estaba ocurriendo. Escuche lo que voy a decirle: ¿dispararíamos contra las imágenes que vemos en una pantalla? Pues esto es lo que era: una película de tres dimensiones.

»Viktor Luchov también estaba presente. ¿Cree que habría permitido que dispararan? ¡Ni por asomo! Entonces ni siquiera sabía qué era aquella esfera, pero pensó que aquello podía ser su redención personal. En ausencia de Franz Ayvaz, tuvo que hacerse responsable del incidente de Perchorsk y hete aquí que ahora le tocaba en suerte aquel… fenómeno.

»Durante una hora fue mejorando su claridad. Los bordes desdibujados fueron concretándose hasta que la imagen acabó por adquirir el brillo de una imagen de televisión. Muchos habían ido a buscar sus cámaras y se habían puesto a filmar, como hacen los turistas cuando ven un monumento antiguo o contemplan alguna cosa cuya belleza te sale de lo común. Después de todo, sabían que no podía ser verdad. ¿Cómo podía serlo? ¿Un murciélago con una cabeza tan grande como la de un elefante?

»Entonces, de manera imprevista, ocurrió lo imposible. Advirtieron que el hocico atravesaba la "piel" de la esfera y que el monstruo dejaba de ser una simple imagen reflejada en una pantalla. Inspiró aire, aspiró varias bocanadas de aire… y a los pocos momentos tenían aquella pesadilla ante sus ojos.

»El horizonte de los hechos aminora el ritmo de los movimientos, Michael, pero una vez atravesada la Puerta, todo pasa a ser normal. Sin embargo, lo que puede ser "normal" para aquella obscenidad era un infierno para todos aquellos que la estaban contemplando. He dicho que aspiraba aire… En realidad era un enorme murciélago que estaba olisqueando la presa, que los husmeaba a ellos. ¡Y entonces cambió! Tanto la cara como la cabeza que surgió de su piel eran las de un lobo gigantesco. ¿Se ha fijado en cómo era cuando la ha visto en el recipiente de vidrio? Pues así, exactamente igual. Primero apareció la cabeza de aquel lobo y a continuación aparecieron los hombros…, debajo de los cuales ya estaba pugnando por salir el cuerpo de cuero de un murciélago, las grandes alas de un murciélago que se desplegaban tan amplias como la propia esfera.

»¿Qué si hubo pánico? Un pánico como pocas veces llega a experimentar un hombre en su vida. Y para empeorar todavía más las cosas, la cosa no llegó a este mundo en silencio, sino que profería unos gritos espantosos. ¡Y menuda voz la suya!

»Lanzaba alaridos para manifestar toda la rabia que despertaba en ella la intensidad de la luz, el hambre de la sangre que había olido, el temor ante un ambiente que le era ajeno. Y entonces atacó. Atacó cuando todavía estaba saliendo de la esfera. La parte trasera de la cosa era como un inmenso ciempiés cuyas patas fueran saliendo a través de la Puerta, revolviéndose violentamente hacia todos los lados. En ese momento volvió a cambiar y se transformó en una docena de diferentes híbridos, prestos a matar todos ellos.

»Empujada por su ciega agitación, comenzó a arrancar cables… y si digo ciega es porque la luz le resultaba insoportable. Fue una suerte que estuviera ciega porque, de no haberlo estado, la carnicería todavía habría sido mucho peor. La destrucción que provocó en la instalación eléctrica hizo que muchas de las luces se apagaran, gracias a lo cual su visión fue mejorando progresivamente. Ahora ya elegía sus víctimas con mayor deliberación y las devoraba con más presteza todavía.

»Pero ahora los soldados también disparaban contra ella… o por lo menos los soldados que tenían arrestos suficientes para hacerlo. No podían asegurar si las balas le hacían algún daño, pero lo cierto es que el alboroto provocado por los disparos causó en ella un estado de alarma. Fue a refugiarse al lugar más oscuro que pudo encontrar, que fue, naturalmente, el cilindro, apenas iluminado. Pero ahora se había transformado en algo muy parecido a la especie de calamar que filmaron los aviadores de su AWACS. Era algo enorme, espantosamente enorme, que se comprimía y se abría paso a través de los niveles de magma. De hecho, el estado tan plástico en que había quedado su cuerpo no se diferenciaba demasiado del magma y, a medida que iba procediendo de esta manera, iban apareciéndole excrecencias con bocas y ojos y con… ¡oh!, con unos apéndices que resultan verdaderamente indescriptibles. Imagínese que del costado comenzaba a salirle una pata y que después la pata se transformaba en algo que parecía una araña. Quizá ya sabe a qué me refiero.

»Pero finalmente consiguió meterse en el barranco, dejando tras de sí una estela de destrucción y de muerte poblada de los quejidos de los agonizantes y de los huecos que habían dejado los que se habían desvanecido para siempre. El Perchorsk Projekt se había convertido por segunda vez en un degolladero y en algún lugar del mundo andaba suelto y haciendo de las suyas un ser monstruoso. No había nadie que tuviese la más ligera idea acerca de lo que había que hacer.

»Si nosotros, los rusos, tenemos algún defecto es éste, Michael, que somos excesivamente disciplinados en la manera de pensar y no estamos acostumbrados al fracaso. Así es que, después de aquel desastre, nos quedamos de una pieza, absolutamente desorientados, como los niños pequeños que esperan que su mamá les diga qué tienen que hacer a continuación. Esto fue lo que le ocurrió a Kruschev cuando Kennedy le afrentó en público y cuando las "autoridades responsables", para referirnos a ellas de alguna manera, tuvieron que dar explicaciones acerca del avión de las líneas coreanas. Si vuelve a ocurrir algún nuevo desastre, no hay duda de que la actitud volverá a ser la misma. Pues esto es lo que ocurrió con el asunto de Perchorsk.

»Finalmente, se dio la alerta a los militares y éstos, a su vez, se encargaron de avisar a Moscú. Pero ¿sabe usted cuál fue la reacción? "¿Cómo?, ¿Qué se ha escapado algo de Perchorsk, de los Urales? Pero ¿qué es lo que se ha escapado? ¿De qué están hablando?" Por fin salieron unos Migs que despegaron de Kirovsk y el resto ya lo sabe. En realidad, usted sabe más que yo acerca de esta parte del asunto. Lo que yo sé, sin embargo, es por qué los aviones de combate rusos fracasaron allí donde los aviones USAF resultaron airosos. Por lo menos hemos aprendido esto de los demás encuentros… y esto también explica lo de los lanzallamas.

»Así es: los aviones norteamericanos estaban equipados con proyectiles experimentales aire-aire Firedevil, que no sólo estallan al colisionar sino que despiden llamas destructoras alrededor. Un equipo menos voluminoso que el napalm, pero muchísimo más efectivo. Fue eso lo que detuvo a la cosa sobre la bahía de Hudson: el fuego. Fuego y luz…, la luz del sol. Hasta que los aviones norteamericanos no establecieron contacto con ella, ésta estuvo volando a través de nubes o cubierta por una densa capa grisácea, puesto que el sol todavía no era muy fuerte. Pero así que el sol salió, la criatura bajó y buscó protección. Mire, Michael, hay cosas frías y cosas que pertenecen a la oscuridad.

»Usted me ha descrito qué vio en aquella película del AWACS: nubes de gases asesinos que, en cuanto aquella criatura se ponía en contacto con la luz del sol, emanaban de su cuerpo y cómo éste, plano, extenso, aerodinámico, iba apartándose del sol. ¡Ah, sí! No fue tanto que los Migs fracasaran en su intento como que otras fuerzas naturales coadyuvaron con los norteamericanos en el éxito conseguido. La cosa estaba exhausta cuando se encontró de manos a boca con los norteamericanos y los Firedevils que éstos llevaban acabaron de rematarla.

—Ya entiendo. Y así fue como terminó el Encuentro Uno…

—Y ahora una especie de anticlímax: el Encuentro Dos era un lobo. Apareció aproximadamente de la misma manera que la primera cosa, pero comparado con ella era pequeño, normal, casi resultaba insignificante… Aunque no del todo. Quien lo detectó primero fue un soldado, que le metió una bala en el cuerpo así que lo vio salir renqueante por la Puerta. Esto lo dejó parado en seco, pero no le resultó fatal. Fue examinado detenidamente y, por supuesto, con las máximas precauciones… ¡y resultó ser un lobo! Era un animal viejo, sarnoso, casi ciego y medio muerto de hambre. Le salvaron la vida, lo metieron en una jaula, le dieron de comer, le dispensaron toda clase de cuidados y lo sometieron a una serie de pruebas. La verdad es que no acababan de creérselo, ¿comprende? Pero… ¡era un lobo de verdad! Era, en todos los aspectos, un hermano de las criaturas que aún hoy pueblan los grandes bosques de estas regiones. Cuando murió, hará de eso nueve meses, debido a su avanzada edad, estaba totalmente domesticado.

»Así es que se les ocurrió pensar que tal vez el mundo del otro lado no era, después de todo, muy diferente del mundo del lado de acá. O que quizá la Puerta que habíamos abierto conducía a muchos otros mundos. Viktor Luchov considera que, como fenómeno físico, o como fenómeno de la física, se encuentra en alguna parte situada entre un agujero negro y un agujero blanco. Los agujeros negros están en las profundidades del espacio y pueden engullir mundos; ni siquiera la luz puede escapar a la fantástica atracción de su fuerza de gravedad. Los agujeros blancos, en cambio, son teóricos recipientes de fusión que dan nacimiento a las galaxias. Unos y otros son puertas abiertas por las que circulan otros espacios-tiempos. Igual que nuestra esfera de luz blanca… aunque no tan violenta. Ésta es la razón por la cual Luchov la llama "agujero gris", porque es una puerta que se abre en ambas direcciones.

Al llegar a este punto, Khuv levantó una mano como si con ella quisiera avisar a Jazz.

—No corte el hilo, Michael, ya que ahora todo va muy bien. Las preguntas ya me las hará más tarde.

Y así que vio que Jazz volvía a adoptar una actitud distendida, prosiguió:

—Yo tampoco tengo ningún interés en los «agujeros» de la teoría física de altos vuelos. Considero simplemente que se trata de una amenaza. Pero dejando esto aparte…

»Usted fue testigo del Encuentro Tres y yo también le he hablado de él. En cuanto al Cuatro, fue otro anticlímax, aunque no tan normal y aceptable como el del lobo. Se trataba de un murciélago, orden Chiroptera, genus Desmodus. Lo curioso del caso es que el Vampyrum es el falso vampiro mientras gue Desmodus y Diphylla son los verdaderos chupadores de sangre. Este tenía una amplitud de alas casi de un metro, lo que para su especie es bastante grande, según me han dicho, aunque tampoco se le pueda considerar un gigante. Se le vio aparecer con mucha anticipación y, por supuesto, con él no se corrieron riesgos. En el mismísimo instante en que salió, fue abatido de un disparo. Pero de la misma manera que el lobo era un lobo de verdad, el murciélago también era un murciélago de verdad. Por curioso que parezca, el murciélago vampiro es una criatura de América del Sur o de América Central. A lo mejor nuestro agujero gris no sólo era una puerta abierta a otros mundos, sino también a otras partes de este mundo.

»Bueno, en cualquier caso, en la siguiente ocasión yo estuve presente, o sea, que el resto de lo que le voy a contar es de primera mano. ¡Ah!, y también puedo mostrarle una película de la aparición del murciélago si le interesa. Aunque tampoco se va a enterar de nada que no le haya contado, puesto que ocurrió exactamente tal como se lo describo. En cuanto al Encuentro Cinco… fue algo completamente diferente.

Al llegar a este punto del relato, Jazz observó que Vyotsky, detrás de su barba oscura, había vuelto a quedarse muy pálido. También él había estado presente en el Encuentro Cinco.

—Desembucha de una vez —dijo el hombretón de la KGB poniéndose de pie, apurando la copa y comenzando a pasear de un lado a otro de la habitación—. Cuéntaselo todo o enséñale la película, pero acaba con el asunto de una vez.

—A Karl no le gusta nada todo esto.

Khuv había hecho el comentario en tono indiferente, pero su sonrisa era fría y sardónica.

—Pero tampoco me gusta a mí, si bien hay que reconocer que el hecho de que te guste o no una cosa no la modifica en nada. No podemos modificar los hechos. Venga y le mostraré la película.

En una segunda habitación pequeña al lado de las de Khuv tenía una especie de estudio. Había unas estanterías, un pequeño escritorio, unas sillas de acero, un proyector moderno y una pequeña pantalla. Vyotsky no demostró intención de seguir a Jazz y a su superior y le limitó a servirse otro trago y a quedarse en la sala de estar de Khuv. Jazz sabía, de todos modos, que aquélla era la única salida de las habitaciones de Khuv y que únicamente unos pocos pasos y un endeble tabique lo separaba del poderoso corpachón del agente de la KGB.

Ahora también se daba cuenta de que su entrada en la habitación no había sido un hecho espontáneo y que Khuv la tenía preparada de antemano. Todo lo que debía hacer ahora era apagar las luces y proyectar la película. Fuera lo que fuese lo que Jazz se esperaba, es un hecho que no era lo que vio.

La película era en color y sonora, es decir, totalmente profesional en sus detalles. A un lado de la pantalla, una sombra oscura, borrosa y desenfocada daba la impresión de ser el costado de un soldado ruso, con un reluciente Kalashnikov apoyado en el muslo. El centro de la pantalla estaba ocupado por la esfera de luz blanca, es decir, por la Puerta, tal como ahora Jazz la veía, y proyectada en su deslumbrante superficie —la parte inferior de la «fotografía» situada sólo a pocos centímetros por encima de los tableros del pasadizo donde se extendía aquella abertura entre la plataforma del anillo de Saturno y la esfera— había la imagen… ¡de un hombre!

La cámara se había aproximado rápidamente, dejando toda la pantalla en blanco y, por tanto, mucho menos deslumbrante, con la imagen del hombre situado en el mismo centro. Éste avanzó en línea recta, directo hacia la cámara. Sus movimientos eran tan sumamente lentos que cada paso le costaba segundos, por lo que Jazz no pudo por menos de preguntarse si llegaría a avanzar. Pero entonces Khuv le hizo una advertencia:

—Fíjese en que la fotografía se va aclarando, lo que demuestra sin lugar a dudas que está a punto de salir. Pero yo, en su lugar, no me quedaría a esperar que esto suceda. Estúdielo mientras pueda.

La cámara, como por consideración, se había cerrado sobre el rostro del hombre.

Tenía la frente en talud y llevaba el cráneo afeitado, salvo un mechón de pelo en medio de la cabeza, que destacaba como una raya negra y ancha sobre una piel blanquísima. El mechón le caía por detrás como una melena y estaba atado con un nudo en la nuca. Tenía los ojos muy pequeños, muy juntos y como queriéndosele salir de las órbitas. Los ojos le brillaban por debajo de unas cejas gruesas y espesas, unidas en una maraña de pelos sobre el puente de una nariz chata y aplastada. Tenía las orejas ligeramente puntiagudas y con unos lóbulos muy grandes, aplastadas a ambos lados de la cara, sobre unas mejillas hundidas y enjutas. Sus labios eran rojos y carnosos y tenía la boca torcida hacia la izquierda, como si esbozara una permanente sonrisa de desprecio o de burla. Su barbilla era puntiaguda, lo que quedaba acentuado por una pequeña barba negra, untada para exagerar su forma. Pero el rasgo más marcado de su rostro era aquel par de ojos pequeños y relucientes. Jazz volvió a mirarlos: eran rojos como la sangre y centelleaban en unas órbitas negras y protundas.

Como si obedeciera a los deseos de Jazz, la cámara volvió a retroceder para mostrar de nuevo todo el cuerpo del hombre. Llevaba un trozo de tela ceñido a las caderas, los pies calzados con sandalias y un aro de un metal dorado en la oreja derecha. Su mano derecha estaba recubierta con un guantelete erizado de pinchos, cuchillos y ganchos…, ¡una arma increíblemente peligrosa!

Después de esto, Jazz sólo tuvo el tiempo suficiente para observar la extrema delgadez del hombre, el estremecimiento de sus músculos y aquel caminar de lobo que tenía al salir de la esfera y entrar en la pasarela. Después, todo empezó a acelerarse…

El agente británico volvió a la realidad, se agarró al borde de la cama y se sentó en la misma. Después se puso de pie y arrimó la espalda a la pared metálica. La pared estaba fresca, pero no fría; a través de ella, Jazz sentía la vida del complejo subterráneo, el discurrir nervioso e inquieto de su sangre asustada. Era como estar en la bodega de un gran barco, donde a través del suelo, de las paredes y los mamparos se nota el latido de los motores. Y de la misma manera que habría tenido conciencia de la vida del barco, sentía ahora el terror que reinaba en aquel sitio.

En la cueva artificial abierta en el corazón de la montaña había hombres, hombres armados hasta los dientes. Algunos habían visto el hecho con sus propios ojos y otros en películas como la que Jazz tenía ocasión de ver, que podía aparecer por aquella Puerta que custodiaban. No era de extrañar que el Perchorsk Projekt provocara miedo.

Sintió un ligero estremecimiento y después se rió entre dientes. Había contraído la fiebre del Projekt, cuyos síntomas eran aquel temblor, incluso cuando se tenía calor. Se había fijado en que todos temblaban; ahora también él temblaba como los demás.

Jazz, deliberadamente, trató de sobreponerse y se obligó a recordar de nuevo aquella película que Khuv le había mostrado…