Primer contacto - El desafío - Esclavos
Antes de irse a dormir, Harry intentó una vez más comunicarse con Möbius. Fue inútil; su lenguaje muerto llegó hasta la tumba de Möbius en Leipzig, pero nadie respondió. Una de las razones por las que Harry había postergado la persecución de Janos fue que había esperado, contra toda esperanza, recuperar sus facultades matemáticas, y con ellas el acceso al continuo de Möbius. Éste había sido su plan, que ahora, posiblemente, se desvanecería en el olvido. Y aún preocupado por este asunto, Harry por fin se durmió… Pero su obsesión se trasladó a sus sueños, y en ellos, carente de las distracciones y pequeños problemas del mundo de la vigilia, continuó transmitiendo sus pensamientos a través del negro y profundo abismo que los hombres llaman muerte. Numerosos muertos le oyeron, y le hubieran respondido para consolarle, pero no se atrevieron. No eran ellos los buscados y la comunicación por la comunicación misma era inútil; ellos sabían que su simpatía, e incluso sus palabras de aprobación, sólo constituirían obstáculos en el camino de Harry. Porque el necroscopio no había podido nunca negarse a conversar con los muertos, porque él era el único hombre que comprendía el sufrimiento y la soledad de ellos.
Pero hubo una muerta, sin embargo, a quien el respeto no hizo callar, tal vez porque le amaba mucho más que los otros. ¡Si en más de una ocasión se había burlado cariñosamente de Harry! Las madres de los hombres son así.
¿Harry? ¿Puedes oírme, hijo?
Él suspiró y abandonó la búsqueda de Möbius. Había un matiz perentorio en el tono de ella que exigía su atención.
¿Qué pasa, madre?
¿Cómo qué pasa? —Harry podía imaginársela frunciendo el entrecejo—. ¿Así le hablas a tu madre?
Madre —Harry suspiró e intentó darle una explicación—, he estado muy ocupado. Y lo que estoy haciendo es importante. Mucho más importante de lo que imaginas.
¿Eso crees? —respondió ella—. ¿Crees que no lo sé? ¿Pero quién te conoce mejor que yo, Harry? Bien, en todo caso sé una cosa, que estás perdiendo el tiempo.
La mente soñadora de Harry jugó con las palabras de ella y no les encontró explicación. Ni se la encontraría a menos que ella se la proporcionara. Ella percibió estos pensamientos y de inmediato se enfadó como nunca lo había hecho con él.
¡Cómo! ¿Qué actitud es ésa? ¿Por qué me haces el objeto de tu impaciencia? Bien, los muertos puede que te adoren, pero no te conocen tanto como yo. Y tú…, Harry…, ¡eres un problema!
Madre, yo…
¡Tú, tú, tú, siempre tú! ¿Y te crees el único? ¿Quién es este «yo» que mencionas siempre, Harry? ¿Y por qué nunca hablas de «nosotros»? ¿Por qué siempre piensas que estás sólo? ¡Tú, de todos los hombres, eres quien menos solo está! Porque todos los que han muerto en un millón de años yacían silenciosos en la oscuridad, pensando y prosiguiendo sus solitarios designios, cada uno de ellos aislado del más próximo, pero todos unidos por la común creencia de que la muerte era una estrecha y oscura —aunque indolora— prisión…, hasta que una pequeña y brillante luz llamada Harry Keogh apareció y dijo: «¿Por qué no habláis conmigo? Yo escucharé. Y luego podéis tratar de hablar entre vosotros». ¡Ah! ¡Una revelación!
Harry no dijo nada, no sabía qué responder. ¿Su madre estaba riñéndole o alabándole? Nunca la había oído hablarle de esa manera, ni siquiera cuando estaba despierto. Nunca había estado tan furiosa. Y su madre también percibió estos pensamientos.
¿Te preguntas por qué estoy furiosa? ¡Es que no puedo creerlo! Durante años no has podido hablarme, aun queriéndolo, y cuando por fin puedes hacerlo…
Harry pensó que ahora lo comprendía, y se dijo que ella tenía razón, y confió en poder aclarar las cosas.
Madre —dijo—, los otros muertos necesitan saber que existo, necesitan que les digan que la muerte es algo más que soledad. Y también necesitan saber que están a salvo de los Dragosanis, de los Ferenczy y de las criaturas de su especie. Pero hay tantos muertos —y yo tengo tantos buenos amigos entre ellos— que me sería imposible hablar con todos. No hasta que sea uno de ellos, en todo caso. Pero tú no necesitas saber esas cosas, tú ya las sabes. Sí, y también sabes desde siempre que te quiero, madre…
Ella no dijo nada.
Entonces, si en alguna ocasión no me comunico contigo, es porque algo muy, muy importante me lo impide. Así ha sido siempre, madre, y…, ¿madre?
Ella seguía furiosa, y por eso no le respondía, pero al menos no estaba llorando. Y por fin ella dijo:
Ya lo sé, hijo. Es que… me preocupo tanto por ti. Y los muertos me preguntan por ti. Sí, y porque te aman se desesperan por ti, ¿no lo sabes? ¿No puedes comprender que todos quieren ayudarte? ¿Y acaso no sabes que entre nosotros hay expertos en todos los campos, cuyos talentos estás desperdiciando?
¿Qué? ¿Talentos desperdiciados? ¿Y los muertos querían ayudarle? Pero si siempre lo hacían… ¿Qué tramaba su madre?
¿Madre? ¿Qué te traes con los muertos? ¿Y por qué dices que estoy perdiendo el tiempo?
Pierdes el tiempo intentando comunicarte con Möbius —respondió ella de inmediato—. Si hubieras hablado conmigo, lo sabrías. Yo traté de encontrarlo desde el instante en que recuperaste el lenguaje de los muertos.
¿Tú? ¿Pero cómo? Möbius no está aquí, está en algún lugar del espacio. Puede estar en cualquier parte, literalmente en cualquier parte.
Ya lo sabemos —respondió ella—, y también que «en cualquier parte» es un lugar muy vasto. Todavía no le hemos encontrado. Pero si podemos dar con él, recibirá tu mensaje y se pondrá en contacto contigo. O al menos eso esperamos. Entretanto…, despreocúpate de Möbius, y sigue con las otras cosas.
Madre —dijo Harry—, tú no comprendes. Escucha: Möbius probablemente está en el continuo que lleva su nombre. Los muertos no pueden alcanzarle, no podrían aunque lo intentaran todos al unísono. Ese lugar está fuera del universo. Como ves, no soy yo quien está perdiendo el tiempo, sino vosotros.
Harry percibió que su madre negaba con la cabeza.
Hijo —dijo luego—, cuando tu hijo Harry te privó del lenguaje de los muertos y de tu intuición matemática, ¿te quitó también parte de tu inteligencia?
¿Qué?
Cuando utilizas el continuo de Möbius, ¿cuánto tiempo permaneces realmente en él?
Harry advirtió de inmediato que ella tenía razón, y se preguntó si en la mente humana la lógica y la capacidad matemáticas estaban unidas, y si su hijo habría también diluido su capacidad de razonamiento.
Nada de tiempo —respondió—. Es instantáneo.
Möbius no estaba en el continuo, simplemente lo usaba para llegar a destino.
Exactamente. ¿Para qué perder tu tiempo, entonces, intentando localizarlo en su tumba de Leipzig? Tú lo has dicho: está en alguna parte. Era un astrónomo en vida, y la muerte no lo ha cambiado. Y ahora mismo muchos de nosotros dirigimos nuestros pensamientos hacia las estrellas. Y si Möbius está allí, le encontraremos.
Harry tuvo que ceder.
Madre, ¿qué haría sin ti?
Yo sólo estaba aclarando tu confusión, hijo mío. Te decía que entretanto debías seguir adelante con otras cosas.
¿Cómo cuáles?
Harry, tú tienes acceso a la biblioteca más grande del mundo, libros que no sólo guardan el conocimiento, sino que pueden enseñarte activamente. Para ti, las mentes de los muertos son como libros en los que puedes leer, y todos sus talentos están allí para que puedas utilizarlos. Y así como aprendiste de Möbius, puedes aprender de todos los demás.
Pero Harry hacía tiempo que había considerado esa posibilidad, y la había desechado. También Dragosani había aprendido de los muertos. Thibor Ferenczy le había instruido… en el mal. Y Dragosani, en tanto nigromante, había robado los talentos de Max Batu, y también le había sustraído a Gregor Borowitz los secretos de la Organización E soviética. Pero ninguna de esas cosas le había ayudado. ¡Si el ojo maléfico de Batu incluso había contribuido a su destrucción! No, había cosas, como el futuro, que Harry prefería no saber. Y como todo esto lo pensaba en el lenguaje de los muertos, su madre se enteró de inmediato.
Puede que tengas razón —le dijo—, pero creo que no deberías descartarlo. Harry, aquí hay multitud de talentos, y están prestos a servirte cuando tú lo decidas…
Su voz comenzó a desvanecerse, a desaparecer en los laberintos de los sueños. Pero esta vez Harry iba a recordar la conversación. Y fatigado de mente y cuerpo, por fin pudo tranquilizarse y se durmió aún más profundamente, en un sueño sin sueños.
Durante un rato. Hasta que…
¿Haaarry?
¡Era Möbius! Harry hubiera reconocido su manera de hablar la lengua muerta en cualquier parte. Pero su voz, incluso teniendo en cuenta que estaban hablando dentro de un sueño, sonaba peculiar. Éste era un Möbius diferente, un Möbius que había cambiado.
¿August Ferdinand? ¿Es usted? Le he estado buscando. ¡Muchos de nosotros le han estado buscando en todas partes!
Lo sé, Harry. Estaba… allí afuera. Pero tú tenías razón, y ellos se equivocaban. ¡Yo estaba en el continuo! Al menos, mientras pude soportarlo. Los pensamientos de tus amigos muertos me alcanzaron cuando salía de él.
¿Y qué tenía que soportar? —Harry no comprendía—. El continuo de Möbius es lo que es.
¿De verdad? —La voz de Möbius aún sonaba vaga e incierta, como la de un sonámbulo, o un hombre en trance—. ¿De verdad es lo que es, Harry? ¿O es mucho más de lo que parece ser? Pero… es extraño, muchacho, muy extraño. Te hubiera hablado antes de eso, deseaba hacerlo, pero… ¡has estado ausente tanto, tanto tiempo, Haaarry!
No fue por mi culpa —respondió Harry—, me era imposible comunicarme. Algo me sucedió, algo que me privó de mi lenguaje de los muertos, y no pude hablar más con nadie. Y ésta es una de las razones por las que quería hablar con usted. Verá, no sólo perdí mi lenguaje para hablar con los muertos, sino también mi capacidad para utilizar el continuo de Möbius. Y lo necesito más que nunca.
¿El continuo? ¿Lo necesitas? —Möbius no parecía enteramente él mismo—. ¡Oh, Harry, todos lo necesitamos! ¡Ya lo creo que sí, sin él nada existe! ¡El continuo lo es TODO! Y…, y… lo siento, Harry, pero tengo que volver allí.
¡Muy bien! —respondió Harry con desesperación, pues sintió que la voz de Möbius se deslizaba por una tangente—. Y le juro que no le molestaría si no fuera absolutamente necesario, pero…
¡Eso me está hablando! —la voz de Möbius era un susurro lleno de asombro, que se hacía más tenue a medida que el matemático transfería su atención a otra parte—. Y creo que ya sé qué es. Lo único que puede ser. Tengo que… irme… ahora…, Haaarry.
Un instante después ya había desaparecido, y no quedaba ni siquiera un eco de su voz. Harry supo que Möbius había regresado al único lugar que a él le estaba prohibido. Había vuelto al interior del continuo de Möbius.
Y Harry, por fin solo, durmió durante lo que quedaba de la noche. Sin sueños, pero de todos modos inquieto…
A la mañana siguiente, cuando se dirigían en el coche de Manolis a ver a Trevor Jordan, algo que inconscientemente preocupaba a Harry salió a la superficie.
—¡Manolis, qué tonto soy! Debí de haber pensado en eso antes.
—¿En qué, Harry? —preguntó el griego mirándolo de soslayo.
—La KGB sabía que yo me dirigía a Rumania. Lo sabían incluso antes de que yo fuera. Quiero decir, sus esbirros rumanos me estaban esperando en el aeropuerto. De manera que alguien tiene que haberles informado, alguien de Rodas.
Manolis lo miró un instante sin expresión alguna, pero luego sonrió y se dio una palmada en el muslo.
—Harry —dijo—, usted es una persona muy rara con poderes extrañísimos, pero creo que nunca será un buen policía. Ayer, cuando nos contó lo que le había sucedido, pensé que daba por supuesto que yo debía llegar a la misma conclusión que acaba de exponerme. Y claro está que lo hice. Mi próximo paso fue preguntarme quién, además de nosotros, sabía que usted iba a Rumania. La respuesta fue que nadie, excepto el empleado que le vendió los billetes en el aeropuerto. Y ahora mismo la policía local está investigando este asunto. Y si hay una respuesta, ellos la encontrarán.
—Muy bien —dijo Harry—. Pero lo que importa es lo siguiente: no quiero que haya alguien esperándome en Hungría, si resulta que tengo que ir allí.
—Comprendo su preocupación —estuvo de acuerdo Manolis—. Esperemos que los agentes locales descubran algo.
Ninguno de ellos podía saber que en ese momento la policía estaba en el aeropuerto, hablando con un hombre que trabajaba en el servicio de informaciones. Estaban hablando con él y con su hermano, pues desde hacía tiempo sospechaban de ellos. Y no les importaba que las respuestas que obtenían no fueran las que esperaban, pues sabían que tarde o temprano les dirían la verdad.
Una enfermera les recibió en el asilo y les llevó hasta la habitación de Jordan. Era muy parecida a una celda: pequeña, con ventanas altas y protegidas por barrotes, y una puerta con mirilla. La puerta se cerraba desde afuera; era evidente que los médicos aún no se fiaban de su paciente. La enfermera miró por la mirilla y sonrió, luego le hizo señas a Harry de que se acercara. Éste siguió su ejemplo y observó el interior de la habitación por la mirilla. Jordan caminaba de un lado a otro, las manos cruzadas en la espalda. Harry llamó a la puerta y Jordan se detuvo y miró. Su rostro mostraba una expresión vital, alerta.
—¿Harry? ¿Eres tú? —preguntó.
—Sí —respondió Harry—, en un momento estamos contigo.
La monja abrió la puerta y los tres entraron en la habitación. La enfermera esperó afuera.
Jordan estrechó la mano de Darcy; le dio una palmada en la espalda a Manolis y luego saludó sonriendo a Harry.
—Así que tenemos de vuelta al necroscopio en nuestro equipo, ¿no? —dijo.
—Por un tiempo —respondió Harry devolviéndole la sonrisa—. Nos has asustado, Trevor. Creíamos que él había destrozado tu mente.
Darcy Clarke, después del apretón de manos inicial, había retrocedido un poco, pero con discreción.
—¿Me disculpáis un momento? —murmuró luego, y salió al corredor; Manolis fue tras él.
En el corredor, Darcy estaba de pie junto a la enfermera, o mejor dicho, se apoyaba en la pared, el rostro muy pálido.
—¿Qué sucede? —preguntó Manolis—. Ya he visto antes esa expresión en su rostro.
—Llame a Harry para que salga de allí —susurró Darcy—. ¡Rápido!
La enfermera pareció alarmada, pero Darcy le hizo señas de que guardara silencio llevándose un dedo a los labios.
—Harry —llamó Manolis con tono casual asomándose a la habitación—. ¿Puedes venir un momento?
—¿Me permites? —le preguntó Harry a Jordan.
—Sí, claro.
Jordan sonrió de una manera extraña, maliciosa. Harry se reunió con sus compañeros.
—¿Qué sucede?
Darcy cerró la puerta y dio vuelta la llave. Miró luego a Harry, con gesto angustiado.
—¡Algo está mal! —dijo—. Algo… no está bien en Jordan. De hecho, ¡creo que nada está bien en él!
Los ojos melancólicos de Harry estudiaron el tenso rostro de Darcy.
—¿Tu talento ha entrado en acción?
—Sí. Ése no es Trevor. Se le parece, pero no es él. Eso es lo que me dice mi ángel guardián. Mi talento no me permitió quedarme en la habitación.
—¿Harry? —se oyó la voz de Jordan tras la puerta—. ¿Por qué te demoras? Tengo que decirte algo, pero sólo a ti. ¿No podemos hablar tú y yo cara a cara?
Manolis reaccionó rápidamente. Mostró a la enfermera su identificación policial, volvió a hacerle señas de que callara tal como lo había hecho Darcy, llevándose un dedo a los labios, sacó la Beretta y se la dio a Harry.
—Cuando entre deje la puerta entornada; yo estaré aquí —le dijo.
—Pero ¿cree que eso le detendrá? —preguntó Darcy con voz temblorosa, señalando la Beretta.
Harry asintió.
—Jordan no es un vampiro —dijo, y tras guardar el arma en el bolsillo interior de la chaqueta, abrió la puerta y entró en la habitación.
Jordan estaba sentado en un sillón. Había otra silla enfrente, e hizo un gesto a Harry invitándole a que se sentase allí. Harry lo hizo, pero con cautela, y sin quitar los ojos del hombre que tenía ante sí.
—Bien, aquí estoy. ¿Cuál es el gran misterio, Trevor?
—De repente, yo ya no parezco preocuparte tanto —dijo el otro, con su extraña y maliciosa sonrisa.
Harry advirtió que modulaba las palabras lenta y cuidadosamente, como para asegurarse de que las comprendía bien.
El necroscopio adivinó en ese instante cuál era el problema de Jordan, y decidió someterlo a una prueba.
—Claro que estoy preocupado por ti —dijo, y se obligó a sonreír—. ¡No te imaginas cuánto! Trevor, ¿recuerdas qué nombre le dabais tú y los hombres de la Organización E a mi hijo, aquella vez que se encargaron de cuidar de él?
La extraña, casi insinuante expresión se borró de la cara de Jordan. En su rostro apareció una mirada vacua, pero aquello sólo duró un instante. Luego volvió a animarse, y dijo:
—¡Ah, sí! ¡Le llamábamos el jefe!
—¡Muy bien! —aprobó Harry, y metió la mano en el interior de la chaqueta para coger el arma—, pero tardaste mucho en recordarlo. Y tú eras el que más lo quería; si tú fueras tú, no habrías necesitado tiempo para pensar en ello… ¡o para preguntarlo!
Jordan se movió justo cuando la pistola comenzaba a hacerse visible. Antes, sus movimientos habían sido tan lentos como sus palabras…, pero así son los de un camaleón antes de que su mortal lengua entre en acción. Y la presión de Janos sobre la mente de Jordan era poderosa. Ahora se movió rápido como el relámpago; su mano izquierda aferró la garganta de Harry y con la derecha volvió a meter la pistola dentro de la chaqueta.
Pero el necroscopio tenía reflejos rápidos. Cuando Jordan se enderezó en la silla, Harry le dio un puntapié entre las piernas…, que no sirvió para nada, porque la mente que controlaba el cuerpo de Jordan se limitó a no hacer caso del dolor. Jordan devolvió el puntapié soltando la garganta de Harry y golpeándolo con el puño, un puño duro como el acero. Y antes de que el necroscopio pudiera reaccionar, Jordan medio le levantó de la silla, e intentó golpearle con la cabeza en la cara. Harry vio venir el topetazo y consiguió volver la cara; pero aun así, el tremendo impacto de la cabeza del hombre contra su pómulo le aturdió. Jordan lo dejó caer en la silla y trató de quitarle la Beretta. Y en ese instante…
La puerta se abrió de un golpe y Manolis entró en la habitación. Darcy iba tras él, desafiando los esfuerzos de su talento para hacer que regresara al pasillo. Jordan rugió furioso e hizo un último esfuerzo para arrancar la pistola de manos de Harry antes de que Manolis le golpeara. ¡Y el vigoroso policía griego sabía muy bien dónde golpear! Apartó de un empujón a Jordan de Harry, lo hizo caer boca abajo de una patada, y luego, cuando el otro intentó levantarse apoyándose en las manos, volvió a hacerlo caer con otro golpe.
Luego Harry se interpuso entre ambos, apuntando con la pistola directamente a la frente de Jordan.
—¡No me amenaces! —le gritó al hombre poseído, con voz dura y fría como el hielo.
Jordan se sentó y miró a los tres hombres con expresión feroz.
—¡Yo no fui el que amenazó primero! —dijo con una voz que ya no era la del Jordan que ellos conocían—. ¡Tú me amenazaste antes!
—Tienes razón —respondió Harry—. Aún no me has amenazado personalmente, aún no, pero más tarde o más temprano lo harás…, Janos Ferenczy.
Harry hizo un gesto con el revólver, indicándole que se pusiera de pie.
Janos, en el cuerpo de Jordan, obedeció, y permaneció de pie, mirando torvamente a los tres hombres que le rodeaban.
—Muy bien, Harry Keogh —gruñó—, ahora ya me conoces. Finalmente nos hemos encontrado. Quería conocerte, y quería que tuvieras una muestra de mi poder. ¿Ves qué fácilmente he ocupado su mente? ¿Telepatía? ¡Ja, Trevor Jordan era el más inexperto de los aficionados!
—Tus poderes no me impresionan —mintió Harry—. El hedor de un cerdo muerto es igual de fuerte.
—¿Cómo…, cómo te atreves? —el otro dio un paso adelante.
Harry apretó los dientes y apuntó cuidadosamente al espacio entre los ojos de Jordan.
Y el hombre poseído, con una horrible sonrisa en la cara, se detuvo. Pero después se tambaleó.
—¿Qué te pasa? —preguntó Harry entrecerrando los ojos.
—He…, he forzado demasiado este débil cuerpo —habló la ronca voz de Janos desde la boca de Jordan—. Permíteme que me siente.
—Siéntate —le dijo el necroscopio; y cuando el otro se derrumbó en su silla, se sentó frente a él—. Ahora, di la verdad, Janos. ¿Para qué querías verme? ¿Para matarme?
—¿Matarte? —la risa de Janos parecía un aullido—. Si estuviera tan desesperado que quisiera matarte, créeme que ya lo habría hecho. ¡No, te quiero vivo!
—¡Un momento! —dijo Manolis, y se acercó—. Harry, ¿está diciendo que éste es Janos Ferenczy? ¿Éste es el vrykoulakas?
Janos Jordan hizo un gesto de mofa.
—¡Griego, eres un idiota!
Manolis se acercó aún más, pero Darcy lo cogió del brazo.
—Sólo es su mente —le explicó—, que controla telepáticamente el cuerpo de Jordan.
—¡Mátenle ahora! —exclamó Manolis.
—No le mataríamos a él, sino al pobre Jordan —respondió Harry.
Janos volvió a reír.
—¡No podéis hacer nada! —dijo—. ¡Podría irme de aquí! ¡Sois como niños! —luego dejó de reír y comenzó a mofarse de Harry—: De modo que tú eres el poderoso necroscopio, el hombre que habla con los muertos, el famoso asesino de vampiros. ¡Bien, creo que no eres nada!
—¿Eso crees? ¿Y estás aquí sólo para decírmelo? Muy bien, ya lo has hecho. Vuelve ahora a tu castillo y retira tu sucia mente de sanguijuela de la cabeza de mi amigo.
Jordan los miró ferozmente hasta que sus ojos parecieron a punto de saltar de las órbitas, y sus manos temblaron aferradas a los brazos del sillón.
—Será… un… gran… placer verte de nuevo, Harry Keogh —dijo por fin—. Pero hombre a hombre, cara a cara.
Harry tenía experiencia en las maneras de los wamphyri, y sabía cómo insultarlos.
—¿Hombre a hombre? —dijo, y rió burlón—. Te colocas a una altura que no te corresponde, Janos. ¿Y cara a cara? ¡Si en este mundo hay cucarachas más altas que tú!
Manolis se agachó junto a la silla de Harry y se preparó a desenfundar la pistola.
—Déjemelo a mí —dijo—, y dígame qué quiere saber. Puede estar seguro de que yo le haré hablar.
—Ahora me voy —dijo Janos—, pero lo hago sabiendo que vendrás a mí. —Abrió la boca, rió, y agitó la lengua con la obscenidad y el frenesí de un demente—. Lo sé, como también sé que esta noche, ¡sí, esta noche!, la hermosa Sandra y yo nos revolcaremos en la cama, cubiertos con el sudor de la fornicación.
Soltó una estridente carcajada y se dejó caer como un peso muerto en la silla. Sus ojos se cerraron, la cabeza se inclinó hacia un lado y sus mandíbulas se abrieron. Un hilo de baba se deslizó desde una de las comisuras, y el brazo izquierdo y la mano, que colgaban a un lado de la silla, vibraron levemente.
Harry, Darcy y Manolis se miraron, y el primero, al cabo de un instante, le dio la Beretta al policía…, ¡y entonces los ojos de Jordan se abrieron! Rió otra vez, se irguió alerta y de un manotazo se apoderó de la pistola.
—¡Ja, ja, ja! ¡Sois como niños, nada más que niños! —gritó, y llevándose el arma a la sien, apretó el gatillo.
Harry había retrocedido con silla y todo, pero la sangre y los trozos de cerebro salpicaron a Darcy y a Manolis, que saltaron hacia atrás gritando horrorizados.
Enmarcadas en la puerta abierta, tres Hermanas de la Misericordia se llevaron las manos a la boca en un gesto de espanto y sorpresa. Lo habían visto todo. O al menos el final.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! —gimió Darcy, y salió tambaleándose de la habitación. Harry y Manolis, boquiabiertos, se quedaron mirando atónitos el ensangrentado cadáver de Jordan…
Harry y Darcy dejaron que Manolis entregara el cadáver a la policía local (el caso era un «suicidio» puro y simple, con numerosos testigos para probarlo), y se dirigieron caminando al hotel.
Aún no eran las diez de la mañana pero ya hacía un calor que derretía las piedras de las estrechas callejuelas de la ciudad antigua; Darcy dejó su ensangrentada chaqueta en la parte trasera de un camión de la basura y se limpió lo mejor que pudo en una fuente.
En el hotel se dieron una ducha, Harry se curó las magulladuras, y luego, durante casi una hora, permanecieron sentados sin hacer absolutamente nada…
Poco antes de mediodía, Manolis se reunió con ellos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó—. ¿Seguimos adelante tal como lo habíamos planeado?
Harry lo había estado pensando.
—Sí y no —respondió—. Ustedes dos siguen adelante de acuerdo a los planes: irán mañana a Halki, y luego a Karpathos, y verán qué pueden hacer. Y tendrán a los hombres de la Organización E para apoyarlos. Yo…, yo no puedo esperar. Tengo que arreglar cuentas con ese bastardo. Fue lo que él dijo al final, y no puedo vivir sin hacerlo. Y cuanto antes, mejor.
—¿Irá a Hungría? —Manolis parecía exhausto.
—Sí —respondió Harry—. Después de que se llevó a Sandra, yo pensaba que no valía la pena darse prisa en hacer algo; ella simplemente sería un vampiro, y estaría más allá de toda ayuda. Pero no había considerado las maneras en que él podía utilizarla. Bien, puede ser que ella esté ahora más allá de todo auxilio, pero yo no. De modo que tengo que ir. Ya no por ella, sino por mí. Puede que yo ya no posea los poderes necesarios para acabar con él, pero no puedo permitir que ella siga en sus manos.
—No me parece una buena idea, Harry —dijo Darcy—. Mira, Janos te estaba incitando, desafiándote a un duelo que él piensa que no puedes ganar. Y tú has caído en la trampa. Estabas en lo cierto la primera vez: con respecto a Sandra, lo que pasó, pasó. Ahora es el momento de tranquilizarnos y de pensar positivamente, de prepararnos y hacer planes. ¡Pero no es el momento de salir improvisadamente, y exponerte a que te maten! Tú sabes lo difícil que será dar con Janos en los Montes Cárpatos; pero si no haces nada, tarde o temprano él vendrá en tu búsqueda, y podrás combatirle en tus propios términos. Tendrá que hacerlo, si es que quiere sentirse seguro en el mundo.
—Harry —dijo Manolis—, creo que Darcy tiene razón. Aún no sé por qué ese loco se mató él y no le mató a usted, pero lo que usted piensa hacer ahora… es como ir a poner la cabeza directamente bajo la guillotina.
—Darcy posiblemente tiene razón —estuvo de acuerdo Harry—, pero…, pero tengo que proceder tal como yo lo veo. En cuanto al suicidio de Jordan, fue Janos, que quería mostrarme lo poderoso que es. Sí, y al mismo tiempo hacerme daño. ¿Pero matarme? No. Porque tal como lo dijo, me quiere vivo. Yo soy el necroscopio, tengo extraños talentos; en mi mente hay secretos que Janos desea conocer. Sí, él puede hablar con algunos de los muertos (¡pobres víctimas!) con su monstruosa nigromancia, pero no puede lograr que le respeten como me respetan a mí. Le gustaría, porque es tan vanidoso como todas las criaturas de su especie, pero aún siente que no es un verdadero wamphyri. Y es por eso por lo que no se dará por satisfecho hasta convertirse en el vampiro más poderoso que el universo haya conocido. Y con ese fin, si puede encontrar la manera de robarme mis habilidades… —Harry no acabó la frase. Pero de inmediato continuó en un tono menos serio—. De todas maneras, ustedes dos tendrán bastante de qué ocuparse. De modo que dejen de preocuparse por mí, y háganlo por ustedes mismos. Manolis, ¿qué hay de esos arpones? También quisiera que reservara una plaza en el próximo avión a Atenas, digamos mañana por la mañana, con enlace a Budapest. Y tú, Darcy…
—¡Qué rápido has cambiado de tema, Harry! Seamos sinceros, no hay comparación posible entre lo que nosotros haremos en las islas, y el enemigo a quien habrás de enfrentarte en los Cárpatos. Además, Manolis y yo no estamos solos, y mañana por la noche seremos muchos más. Pero tú estarás solo del principio al fin.
Harry le miró con sus límpidos e increíbles inocentes ojos y dijo:
—¿Sólo? No, Darcy, tengo muchos amigos en muchos lugares, y nunca me han defraudado.
Darcy le miró y pensó: «¡Dios, sí! Pero siempre me olvido quién… y qué eres».
Manolis, sin embargo, no conocía tan bien a Harry.
—¿Amigos? ¿En Hungría y en Rumania? —se sorprendió el Manolis.
Harry le miró.
—También allí —respondió—. En todas partes. —Harry se puso de pie—. Ahora voy a mi habitación —dijo—. Intentaré comunicarme con algunas personas…
—¿En todas partes? —repitió Manolis después de que Harry se marchó.
Darcy asintió, y a pesar del pesado calor mediterráneo, tuvo un escalofrío.
—Los amigos de Harry son legión —explicó—. Los cementerios están llenos en todo el mundo.
Harry intentó una vez más comunicarse con Möbius, pero con tan poco éxito como los muertos que su madre había reclutado para la misma tarea. También trató de hablar con Faethor —para confirmar cierto consejo que el difunto vampiro le había dado, y que ahora le parecía sumamente sospechoso— y se vio igualmente frustrado. Seguramente el ardiente sol del mediodía rumano —no menos ardiente que el del mediodía griego—, desanimaba al espíritu wamphyri de Faethor.
Decepcionado, Harry intentó por último llegar con sus pensamientos al asilo de Rodas, en cuya morgue yacía Trevor Jordan, finalmente en paz y más allá de los tormentos del mundo de los vivos. Y aquí Harry tuvo éxito.
¿Eres tú, Harry? —La voz muerta de Jordan tuvo al principio un tono ansioso, pero se tranquilizó cuando vio que, efectivamente, era el necroscopio— ¡Pero claro que sí, quién otro podría ser! Me alegro de que hayas venido, Harry. Quiero que sepas que no era yo. Quiero decir, yo nunca hubiera…
—¡Ya sé que no! —lo interrumpió Harry, que hablaba en voz alta, algo que hacía siempre cuando la hora, las circunstancias y el lugar se lo permitían—. Ya lo sé, Trevor, y ésa es una de las razones por las que deseaba hablar contigo, para tranquilizarte, y decirte que lo comprendemos. Era Janos, que te utilizó para comunicarme sus pensamientos. ¡Pero es una maldita vergüenza que te haya asesinado para estar doblemente seguro de que yo iría tras él!
Harry —dijo Jordan—, lo que fue, fue, y sé que no se puede volver atrás. Supongo que más tarde sufriré, cuando sea consciente de todo lo que he perdido, y también supongo que todos los muertos debemos pasar por eso. Pero en este momento sólo me importa la venganza. Y, seamos sinceros, no me ha ido tan mal como a otros. ¡Dios sabe que prefiero estar muerto a ser un no-muerto, un vasallo de ese monstruo!
—Como el pobre Ken Layard.
Sí, como Ken —y Harry percibió el estremecimiento del difunto.
—Tengo que decirte algo. —El necroscopio suspiró—. Ken ahora pertenece a Janos, es su localizador. Y también Sandra es suya…
Durante un instante, sólo hubo un silencio horrorizado. Y luego:
¡Oh, Dios! ¡Harry…, lo siento tanto!
Harry sintió la compasión de su interlocutor, hizo un gesto de asentimiento, y no dijo nada.
¡Dios, me parece imposible! —dijo por fin Jordan, hablando tanto para sí mismo como para Harry—. Vinimos a Grecia para encontrar un alijo de droga, y mira lo que hemos hallado. Muerte, destrucción, y un ser monstruoso. ¡Y tan poderoso! Yulian Bodescu, comparado con él, era como una linterna junto a un rayo láser. ¿Sabes que yo me introduje en su mente por error? Y fue como si una araña diminuta hubiera caído en una bañera llena de agua y hubieran quitado el tapón. Era imposible luchar contra él, Harry. Su mente es como una vorágine inmensa, oscura e irresistible. ¿Y yo? ¡Yo me sumergí en ella de cabeza!
—Sí, también quiero hablar contigo de eso —dijo Harry—. ¿Cómo pudo tener tal control sobre ti en la distancia? Tú eras un telépata poderoso.
Esa es precisamente la razón —respondió amargamente Jordan—. Harry, todos nosotros somos como estaciones de radio, quiero decir, nuestras mentes. La mayoría transmitimos en frecuencias personales, propias. Sólo hablamos con nosotros mismos. Pensamos para nosotros mismos. Los telépatas, por otra parte, tienen el don de sintonizar la longitud de onda de otras personas. Pero Janos es una estación muy superior, e infinitamente más compleja. Si alguien sintoniza su longitud de onda, él interfiere la transmisión, localiza la señal del telépata, y se apodera de él. Cuanto más poderoso sea su don, más rápido se apodera él de su poseedor. Sí, y más terrible es su influencia. Así de simple.
—¿Quieres decir que dio contigo porque eres telépata? Entonces, la gente común estaría a salvo.
No puedo responder a eso con certeza, pero creo que sí. De una cosa estoy seguro: con una mente como la suya, seguro que es un poderoso hipnotizador. De hecho, él tiene todos los poderes de los wamphyri, pero multiplicados.
—Sí, eso es lo que me han dicho —asintió Harry con aire pesimista—. Y si es así, entonces algo que me dijo Faethor no tiene sentido.
¿Has hablado de nuevo con ese bastardo malvado? ¡Harry, él era el padre de Janos!
—Lo sé —respondió Harry—, pero si no hablas con ellos, no puedes conocerlos. Y ésa es mi mejor arma, el conocimiento.
Bien, espero que sepas lo que haces. Pero nunca le permitas que entre en tu mente, Harry. Porque una vez que está dentro, lo está para siempre.
Eso era exactamente lo contrario de lo que le había aconsejado Faethor.
—Lo recordaré —respondió Harry, pero con tono desabrido, sin humor—. Trevor, ¿hay algo más que pueda hacer por ti? ¿Algún recado?
He dejado en el mundo de los vivos a algunos amigos; dame tiempo, que ya pensaré en un par de cosas para decirles. Pero ahora no. Quizá puedas volver a hablar conmigo. Confío en ello.
—Trevor, tú eras un telépata en vida, y sigues siéndolo. Nunca estarás solo. Ya verás que tengo razón. Y… una última cosa.
¿Sí?
—Quiero…, quiero asegurarme de que serás incinerado. Y luego, me gustaría conservar tus cenizas.
Harry —dijo Jordan al cabo de unos segundos—, ¿te dijeron alguna vez que eres morboso? —Y luego Jordan rió, aunque con una risa un tanto insegura—. Diablos, me importa un bledo lo que suceda con mis cenizas. Supongo que entonces podré hablar contigo más a menudo, ¿no? Quiero decir, si me pones en un jarrón sobre tu chimenea.
Harry rió para no llorar.
—Sí, supongo que sí…
Hacia media tarde ya todo estaba un poco más organizado. Harry aún no había podido comunicarse con Möbius o con Faethor, pero Manolis y Darcy volvieron de la ciudad con los arpones. Eran italianos, del modelo Champion que había recomendado Manolis, con un poderoso propulsor de goma.
—En una ocasión vi a un hombre herido accidentalmente por un disparo de uno de estos arpones en una pierna. Tuvieron que abrirle la pierna de arriba abajo para desprender la punta del proyectil. Están dándole un baño de plata a los arpones. Los iremos a buscar esta noche.
—¿Y mi vuelo a Atenas? —preguntó Harry, que una vez que había tomado una decisión no se volvía atrás.
Manolis suspiró.
—Igual que la última vez, mañana a las dos y media. Si no hay problemas con los enlaces, estará en Budapest aproximadamente a las seis y cuarenta y cinco. Pero ambos deseamos que cambie de idea.
—Así es —dijo Darcy—. Los hombres de la Organización E estarán aquí mañana por la noche. Y están tratando de comunicarse con Zek Föener y con Jazz Simmons en Zakinthos para preguntarles si ellos también quieren intervenir en el caso. Tendremos un equipo estupendo, Harry, y no hay ninguna razón para que vayas a Hungría solo. Podría ir contigo uno de los hombres, al menos parte del camino. Un buen telépata, o quizás un vidente.
—¿Zek Föener? —Harry frunció el entrecejo ante ese nombre—. ¿Y Michael Simmons? ¡Claro que querrán intervenir, estoy seguro!
Hasta ese momento no había tenido ocasión de decirles lo que Trevor Jordan le había contado acerca de los superiores poderes PES del vampiro. Lo hizo ahora, y cuando terminó su relato, preguntó:
—¿No se dan cuenta de lo que es Zek Föener? ¡Una de las mejores telépatas del mundo! Pero cuando su mente roce apenas la de Janos, él se apoderará de ella al instante. En cuanto a Jazz…, fue un magnífico colaborador en Starside, pero esto no es Starside. En verdad, no me atrevo a enviar a ninguno de nuestros agentes más talentosos contra Janos. Él se apoderará de ellos, y los utilizará como si fueran suyos. Es por eso por lo que debo ir solo. Dos buenas personas ya han soportado demasiadas cosas como para arriesgar una vez más sus vidas.
—Claro está que tienes razón —estuvo de acuerdo Darcy—. Pero tú eres nuestra mejor carta, Harry, el mejor hombre que tiene la Organización. Y es muy difícil no decir nada, y permitir que arriesgues tu vida. Quiero decir, sin ti… ¡estaríamos perdidos en la oscuridad!
—No voy a discutir contigo —respondió Harry muy tranquilo—, pero voy solo.
Y su tono era tan decidido que no permitía ninguna réplica.
No habían cenado; por la noche fueron a buscar los arpones bañados en plata y cuando volvían se detuvieron en una taberna para cenar y beber una copa. Comieron un rato en silencio hasta que Darcy dijo:
—Algo se está preparando, puedo sentirlo. Mi sexto sentido desea que mañana no llegue nunca, pero sabe que ocurrirá.
Harry levantó la vista de su gran bistec poco hecho.
—Ante todo, pasemos la noche, ¿de acuerdo? —dijo, y había una profundidad en su voz a la que Darcy no estaba acostumbrado, una dureza muy rara en Harry.
Darcy supuso que se debería a la tensión, a los nervios. Y estaban justificados, después de todo.
Harry no lo sabía, pero iba a pasar una mala noche. Dormido incluso antes de que su cabeza tocara la almohada, fue de inmediato asaltado por extraños sueños; sueños «reales», pero vagos y sombríos, y que seguramente no recordaría cuando despertara.
Desde que era niño, cuando sus talentos de necroscopio comenzaron a desarrollarse, Harry tenía dos tipos de sueños. Los sueños «reales», elaboraciones inconscientes de los acontecimientos y recuerdos de la vigilia, que cualquiera podía experimentar, y «mensajes» metafísicos bajo la forma de advertencias, augurios, y ocasionalmente visiones fugaces de acontecimientos del pasado y también del porvenir. Los últimos habían presagiado su don para hablar con los muertos, permitiendo que éstos se infiltraran desde sus tumbas en su mente dormida. Harry había aprendido a distinguir entre los dos tipos de sueños, y sabía cuáles eran importantes y debían ser recordados, y cuáles tenía que descartar por poco significativos. Ocasionalmente los dos tipos se superponían, sin embargo, cuando una conversación con un amigo muerto se yuxtaponía a un sueño «real», o a una pesadilla; por ejemplo, cuando había soñado que su madre se convertía en un vampiro chillón. O al revés, cuando la voz de un amigo se interponía para que una pesadilla dejara de torturarlo.
Esta noche Harry iba a experimentar los dos tipos entremezclados, y todos ellos con carácter de pesadilla.
Comenzaron de manera inofensiva, pero a medida que avanzaba la noche, comenzó a sentir una opresión mental. Si hubiera compartido con alguien la habitación, esta persona le habría visto agitarse y dar vueltas en la cama mientras los peculiares mecanismos de su mente erigían una serie de extraños escenarios.
A la larga, el combate acabó por agotarle, y se sumió más profundamente en los sueños, y, como le sucedía a menudo, se encontró en un cementerio, y de noche. Esto no era en sí siniestro: sólo tenía que decir quién era, y encontraría amigos. Pero los sueños son contradictorios, y Harry no hizo ningún esfuerzo para identificarse, sino que vagabundeó por entre las tumbas, iluminadas por la luz plateada de la luna.
Del suelo se levantaba una bruma que convertía los senderos de entre las tumbas en arroyos lácteos. Harry vagabundeó en silencio bajo la lámpara lunar, y la niebla se enredaba de una manera casi tangible alrededor de sus tobillos.
Y de repente… supo que no estaba solo en el lugar, y sintió una frialdad y un callado horror que nunca había experimentado en ningún cementerio. Contuvo la respiración y escuchó, pero incluso su propio corazón parecía inmóvil y silencioso en este terrible lugar.
Y un instante después supo por qué era terrible. No eran sólo el frío y el silencio, ¡era la naturaleza de ese silencio!
Los muertos estaban callados…, yacían petrificados en sus tumbas, aterrorizados por algo que había entre ellos. ¿Pero qué era aquello?
Harry deseaba huir del lugar, se sentía urgido a alejarse de ese lugar, que debería haber sido para él un pequeño paraíso en medio del incierto paisaje de los sueños, pero al mismo tiempo se sentía atraído hacia un rincón del cementerio, donde la vegetación crecía verde, lujuriosa y húmeda a causa de los vapores circundantes.
Los vapores de la tumba —pensó Harry—, como el aliento helado de los muertos que escapa de todas esas sepulturas.
Era un pensamiento muy peculiar, porque Harry sabía que no hay vida en la muerte…, ¿o la había?
No, claro que no, porque las dos condiciones del hombre eran completamente independientes: los muertos estaban separados de los vivos, como lo están las dos laderas de un abismo insondable, y Harry era el único ser vivo que tenía el poder de salvar la brecha.
¿Sí? ¿Y qué sucedía con los no-muertos?
Algo restalló bajo su pie con un sonido semejante al de una vejiga que estalla, y Harry miró hacia abajo. Estaba precisamente en el límite de la vegetación, y más allá los poco naturales vapores se alzaban en torbellinos, y era de suponer que surgían de alguna tumba. A los pies de Harry… un montoncillo de setas negras o pedos de lobo, que dejaban escapar sus rojas esporas a medida que él los aplastaba al caminar.
¿De quién sería aquella tumba —se preguntó Harry— que proporcionaba su pútrido sustento a las setas? Se deslizó en medio de una cortina de hojas verdes y húmedas que parecían reacias a dejarle pasar, pero cuando salió al otro lado, fue como si se encontrara en otro lugar.
Allí no había ningún mausoleo, ni lápidas cubiertas de musgo medio tapadas por la maleza. ¿Qué era aquello, un lodazal?
Sí, una ciénaga. Harry se hallaba en el límite de una vasta, neblinosa extensión de cieno, troncos putrefactos y lianas. Y en todo el lugar, apenas había un trozo de suelo medio sólido, las negras y arrugadas setas venenosas crecían en repugnantes montones y soltaban sus móviles esporas rojas.
Harry iba a dar la vuelta para regresar, pero se encontró clavado al suelo, fascinado por una repentina turbulencia que agitó el lodazal. El cieno se agitaba, formaba círculos concéntricos, como si algo muy grande se removiera debajo, haciendo que se formaran hediondas burbujas que subían a la superficie y dejaban escapar sus gases.
Y un instante después, de las profundidades de la ciénaga surgió… ¡una sepultura completa, con su lápida y su trozo de tierra!
Hasta ahora, y a pesar de ser inquietante, el sueño de Harry había tenido el ritmo lánguido de un lento ballet, pero el resto aconteció con una velocidad y ferocidad que destrozaban los nervios.
Harry deseaba marcharse, pero parecía haber echado raíces en el lugar; se vio obligado a contemplar cómo el viscoso lodo se deslizaba poco a poco de la superficie de la tumba y permitía ver su verdadera naturaleza… y conocer la identidad de su ocupante. El nombre grabado en la lápida todavía medio cubierta de fango no le era desconocido. La inscripción decía:
HARRY KEOGH: NECROSCOPIO
Después el suelo que soportaba la lápida se abrió en un estallido, lanzando grandes terrones en todas direcciones. Y en la abierta tumba yacía, como un parásito en una herida, una grotesca caricatura del propio Harry…, pero rodeado por una guirnalda de setas venenosas, que se abrían liberando sus esporas.
Harry intentó gritar pero no tenía boca; su parodia lo hizo por él; con un gruñido monstruoso se sentó en la tumba, abrió los ojos amarillos y purulentos y gritó hasta convertirse en un putrefacto muñón gorgoteante.
Harry se cubrió los ojos con una mano para no ver a la horrible criatura… y su mano estaba cubierta por nódulos negros, como melanomas monstruosos que crecían en su carne y se abrían mientras él los miraba horrorizado. Y ahora vio por qué no podía huir, había echado raíces en el lugar, era una especie de hongo híbrido y los dedos de sus pies eran tentáculos que penetraban en el negro y hediondo suelo de los bordes del pantano.
Volvió el rostro hacia la luna y gritó, no con su boca de seta que escupía esporas, sino con la mente.
¡Dios! ¡Oh, Dios, oh, Dios! Y antes de que la viscosa materia de la seta sellara sus ojos para siempre, vio que la luna era una calavera que se burlaba de él en medio de un cielo de sangre. Pero antes de que el cielo dejara caer sobre Harry su lluvia roja, la luna lo cogió con dos esqueléticos brazos, lo arrancó del fétido suelo, y le devolvió a sus miembros su forma humana.
¡Haarrry! —lo llamó la luna con la voz de Sandra—. ¡Harry! ¿Por qué no me respondes?
Otro sueño avanzó y desplazó al primero. Harry dio vueltas en la cama, sudando, y envió trémulos mensajes en la lengua muerta hacia la oscuridad de la noche. Pero…
No, no, Harry, yo no necesito que me hables en esa lengua, porque no estoy muerta. Quizá sería mejor que lo estuviera, pero no es así. ¡Y ahora, mírame, Harry, mírame!
Harry se obligó a abrir los ojos, e intentó aceptar la rareza de lo que vio.
El escenario era extraño, gótico, pero Harry conocía muy bien a la gente que aparecía en él. Sandra, que caminaba de un lado a otro y se retorcía las manos; Ken Layard, encorvado sobre una mesa de madera, extrañamente jorobado y cogiéndose la cabeza con manos como garras, mientras miraba febrilmente en las insospechadas cavernas de su propia mente. Sandra la telépata y Layard el localizador, que ahora eran criaturas de Janos.
Pero ¿lo eran en su totalidad?
Harry era inmaterial e incorpóreo. Lo supo de inmediato; era la misma sensación que había experimentado en aquel extraño período que medió entre la muerte física de Harry Keogh y la incorporación de su mente al cuerpo del descerebrado Alec Kyle. Sólo su espíritu estaba aquí. Increíble, e imposible fuera del territorio de los sueños y sin la ayuda del metafísico continuo de Möbius. Pero Harry, con su instinto de necroscopio, supo que esto era más que un sueño.
Examinó el lugar.
Una inmensa cámara, con una gran cama de columnas en una especie de nicho en el muro de piedra. En la habitación había además un jergón con un colchón relleno de paja y unas mantas miserables; sillas de madera, una mesa rústica, una gran chimenea ennegrecida por el fuego, y tapicerías antiguas en las severas paredes de piedra. No había ventanas, y sólo una puerta de gruesa madera de roble reforzada por bandas de hierro. Estaba cerrada, y no se veía en ella manecilla o picaporte alguno. Harry supuso que el cerrojo estaría echado del lado exterior. No había más luz que la de un par de velas pegadas con su propia cera en la mesa donde estaba sentado Layard. La luz temblorosa iluminaba un techo abovedado donde los cristales se acumulaban sobre el mortero que unía los grandes bloques de piedra. El suelo estaba revestido por losas de piedra, la habitación era fría y poco acogedora, y toda la escena tenía el clima amenazante de una mazmorra. El lugar era una mazmorra, o algo tan parecido que prácticamente no había diferencia.
¡Una mazmorra en el castillo de los Ferenczy!
—¿Harry? —la voz de Sandra era un susurro temeroso; la joven hablaba en voz muy baja por miedo a…, a alguien. Dejó de caminar y se abrazó a sí misma cuando un involuntario estremecimiento de terror sacudió su cuerpo. La joven miró al vacío, una expresión concentrada en su rostro—. Harry, ¿eres tú? —preguntó.
Ken Layard levantó de inmediato la cabeza y preguntó:
—¿Lo has conseguido? —Su rostro estaba demacrado, crispado por un sufrimiento insoportable, la frente perlada por gotas de sudor helado. Pero cuando habló, la escena comenzó a enturbiarse y Harry, aunque involuntariamente, inició la retirada.
—¡No dejes que se vaya! —susurró Sandra.
La joven corrió hacia la mesa, cogió entre sus manos la cabeza de Layard, y unió su voluntad a la de él para reforzar el esfuerzo extrasensorial que él estaba realizando. Y la habitación se volvió otra vez sólida, y el incorpóreo necroscopio por fin comprendió.
Ellos aún no estaban enteramente sometidos a Janos. Eran sus vasallos, sí, pero él todavía tenía que vigilarlos, y mantenerlos encerrados cuando no estaba cerca de ellos…, como ocurría ahora. Y como ellos sabían que estaban condenados a servirle como no-muertos vampiros, habían combinado sus talentos PES en un último intento de desafiar a Janos, antes de que sus mentes dejaran de pertenecerles por completo. Layard había utilizado su talento para localizar a Harry en su cama del hotel de Rodas, y Sandra había seguido las coordenadas que le daba Layard para comunicarse telepáticamente con el necroscopio. Pero con sus poderes amplificados por la sustancia vampírica que Janos había introducido en ellos, lo habían conseguido más allá de sus esperanzas. No sólo habían encontrado a Harry y se habían comunicado con él, sino que le habían permitido entrar telepática y visualmente en su mazmorra.
Sandra estaba vestida con una especie de túnica transparente; no llevaba zapatos ni ropa interior, y en sus pechos y nalgas se veían unas manchas que sólo podían ser cardenales. La vestimenta de Layard era menos ligera: una manta rústica que él había sujetado con un cinturón como una casulla. Debía de hacer un frío terrible en los profundos subterráneos del castillo, pero Harry supuso —y así era, efectivamente—, que las bajas temperaturas ya no les afectaban.
—¡Harry! ¡Harry! —volvió a llamar Sandra, y miró directamente hacia donde se hallaba la incorpórea presencia del necroscopio—. ¡Harry, sé que te tenemos! ¿Por qué no me respondes? —El miedo y la frustración de Sandra eran evidentes en la expresión de su rostro.
—Tú…, tú me tienes —dijo Harry por fin—, pero me llevó unos minutos acostumbrarme, eso es todo.
—¡Harry! —exclamó la joven, y su aliento fue como una nubecilla en el aire helado—. ¡Dios mío, realmente te tenemos!
—Sandra —habló Harry algo más animado—, estoy dormido y soñando…, o algo así. Pero puede que despierte, o que me despierten, en cualquier momento. Y si eso sucede, tal vez seguiremos en contacto, o tal vez no. Así pues, creo que será mejor que nos dejemos de rodeos, pues seguramente te has comunicado conmigo por alguna razón muy concreta.
Su tono —tan frío, tan distante, tan inexpresivo— la dejó atónita. Ella no se había imaginado que él iba a reaccionar así. Sandra fue hasta la mesa y se dejó caer en una silla junto a Layard.
—Harry —dijo—, me han usado, me han transformado y envenenado. Si alguna vez me hubieras querido, ahora estarías llorando. Y no lo estás.
—No siento nada —respondió él—. ¡No me atrevo a sentir nada! Estoy hablando contigo, pero sin mirar en mi interior. Y no me pidas que lo haga, Sandra.
Ella apoyó la cabeza entre los brazos y sollozó desesperada.
—Eres tan frío, tan frío. ¿Has experimentado en tu vida algún sentimiento cálido, Harry?
—Sandra, eres un vampiro, y aunque tal vez lo ignores, estás mostrando las características de tu especie. Ellos raramente hablan, sino que hacen juegos de palabras. Fingen emociones que no comparten ni comprenden, como el amor, la honestidad, el honor. Y otras que comprenden muy bien, como la lascivia y el odio. Buscan crear confusión, y aturdir así la mente de sus adversarios. Y para un vampiro, toda criatura que no es un vasallo es un adversario. Me has buscado, sin duda porque tenías que decirme algo importante, pero ahora el vampiro que hay en ti te demora y te distrae, y hace que te desvíes de tu curso.
—¡Tú nunca me has amado! —le acusó ella, escupiendo las palabras y mostrando sus nuevos dientes de vampiro.
Y Harry vio, por primera vez, que los ojos de Sandra y los de Ken Layard eran ahora amarillos y bestiales. Más tarde se volverían rojos…, si él fracasaba y permitía que hubiera un «más tarde».
Y Harry estudió más de cerca a los prisioneros de Janos, a la que había sido su amante, y al que había sido su amigo, y vio que el vampiro había hecho muy bien su trabajo con ellos. No eran sólo sus ojos; había ya muy poco de humano en sus cuerpos; eran no-muertos, y Janos había puesto mucho de sí mismo en sus vasallos. La belleza de Sandra, antes muy natural, era ahora de otro mundo. Y Layard parecía una figura tridimensional de cartón piedra que hubiera sido parcialmente aplastada.
Los pensamientos de Harry eran tan perceptibles como palabras pronunciadas.
—¡Sí, me aplastaron realmente, Harry! Fue en Karpathos. En un momento de distracción de Janos, cogí una astilla en la playa e intenté clavársela. Él llamó a sus hombres del Lazarus, y tras dejarme atado en la playa, me arrojaron grandes piedras desde los acantilados. Pararon cuando yo ya estaba destrozado y enterrado. Mi vampiro me está curando, pero nunca volveré a andar erguido.
Harry sintió que le invadía una oleada de piedad, pero se obligó a reprimirla.
—¿Por qué me habéis llamado? ¿Para ofrecerme vuestros consejos, o para debilitarme con remordimientos y arrepentimiento… y miedo por mi propia suerte? ¿Aún tenéis voluntad propia, o ya sois enteramente suyos?
—Por el momento aún tenemos voluntad propia —respondió Layard—. Pero no sabemos por cuánto tiempo. Posiblemente hasta que él llegue. Y después… continuará nuestro cambio, y no es posible dar marcha atrás. Tienes razón, Harry: somos vampiros. Queremos ayudarte, pero nos ofusca nuestra parte vampírica.
—Así no vamos a ninguna parte —observó Harry.
—Dime solamente que me amabas —le rogó Sandra.
—Yo te amaba —dijo Harry.
—¡Mentiroso! —replicó ella.
Harry se sintió desgarrado.
—No puedo amar —dijo con un sentimiento muy próximo a la desesperación, y por primera vez en su vida se dio cuenta de que lo que decía era probablemente la verdad. Quizás había podido amar en otra época, pero ya no. Después de todo, Manolis Papastamos tenía razón; era un tipo frío.
—No hay amor en ti —dijo Sandra, replegándose en sí misma—, ¿y por qué tendríamos que darte consejos, si lo único que quieres es matarnos?
—¿Pero no es eso lo que deseamos, al menos ahora, que todavía podemos elegir? —le preguntó Layard.
—¿Lo es? ¿Lo es? —ella le cogió una de las manos destrozadas. Y luego, dirigiéndose a Harry, dijo—: Pensé que ya no quería vivir, no en este estado. Pero ahora ya no lo sé. Harry, Janos me ha…, me ha conocido. ¡Me conoce! No hay cavidad en mi cuerpo que él no haya llenado. Le odio…, pero también le deseo. Y eso es lo peor: desear a un monstruo. Pero el deseo es parte de la vida, después de todo, y yo siempre he amado la vida. ¿Y qué sucederá si tú ganas? ¿Harás conmigo lo que hiciste con lady Karen?
—¡No! —La sola idea le repelía—. No podría hacerlo otra vez. Ni a ti ni a nadie. Nunca más. Si yo gano, haré todo lo posible para que no sufras.
—¡Pero no puedes ganar! —se quejó Layard—. ¡Ojalá pudieras!
—¡Pero tal vez pueda, tal vez pueda! —intervino Sandra—. ¡Janos quizá se equivoca!
—¿En qué se equivoca? —preguntó Harry, que sintió que la conversación por fin iba a dar algún fruto.
—Él ha mirado en el futuro —explicó Sandra—. Ése es uno de sus talentos. Ha mirado en el futuro, y ha visto su victoria.
—¿Qué es lo que ha visto, exactamente?
—Que tú vendrás —respondió ella—, y que habrá fuego y muerte y estrépito como para despertar a los muertos. Que los vivos, los muertos y los no-muertos se verán envueltos en un caos del que saldrá un único superviviente, el vampiro más terrible y más poderoso de todos. ¡Ah, y no sólo vampiro, sino wamphyri!
—Una paradoja —dijo entre sollozos Layard—. Porque ahora sabes por qué no debes venir.
Harry asintió para sus adentros, y dijo:
—Siempre es así cuando se lee el futuro.
Y entonces, la puerta de la mazmorra se abrió de un golpe, y allí estaba Janos, hermoso como el demonio y malo como el infierno. Y era el fuego del infierno el que ardía en sus ojos.
Y antes de que la escena se disolviera por completo en las tinieblas, Harry le oyó decir:
—Así pues, si os doy bastante cuerda os ahorcáis solos. ¡Sabía que os comunicaríais con él! Bien, y si lo habéis hecho para vosotros, sin duda podréis volver a hacerlo para mí. ¡Qué así sea!