El gato y el ratón
—Puedo entender que no confiaran en mí —dijo Papastamos—, pero tendrían que haberlo hecho. ¿Acaso creen que los griegos no sabemos nada de esas cosas? ¡Precisamente los griegos! Escuchen: yo nací en Faistos, en la isla de Creta, y viví allí hasta los trece años. Luego fui a casa de mi hermana, en Atenas. Pero nunca he olvidado los mitos de las islas, y nunca olvidaré lo que vi y escuché allí. ¿Saben ustedes que en la actualidad todavía hay lugares en Grecia donde ponen monedas de plata sobre los párpados de los muertos para mantenerlos cerrados? ¡Ja! ¡Y esos cortes en los párpados de Layard eran porque él seguía abriendo los ojos!
—Manolis, ¿cómo íbamos a saberlo? ¿Cuántas personas cree que le creerían si usted cogiera a cien y les contara que estaba persiguiendo a un vampiro?
—En Grecia, en las islas griegas, unas diez o veinte —respondió Manolis—. No sería gente joven, claro está, sino viejos, que todavía recuerdan. Y arriba, en las montañas (en las aldeas de los Cárpatos, o en Creta, o mejor aún, en Santorini), serían setenta y cinco entre cien. Porque en esos lugares las cosas se olvidan muy lentamente, y las viejas costumbres perduran. ¿No saben ustedes dónde están? Miren un mapa. ¡Rumania está a poco más de mil kilómetros! ¿Y ustedes creen que los rumanos no conocen a los vrykoulakas, los vampiros? No, amigos míos, no somos niños inocentes.
—Muy bien —dijo Harry—, no perdamos más tiempo. Usted sabe, comprende y cree. Lo aceptamos. Pero aun así, debemos advertirle que los mitos y las leyendas pueden ser muy diferentes de las criaturas reales.
—Yo no estoy tan seguro —respondió Manolis, negando con la cabeza—. En todo caso, yo he tenido ya una experiencia con estas criaturas. Cuando era niño, hace treinta años, hubo una epidemia. Los niños estaban cada vez más débiles. Un viejo cura había vivido en un remoto lugar de las colinas, en mi isla. Había vivido solo en aquel lugar durante muchos años. Decía que estaba solo a causa de sus pecados, y que no se atrevía a rodearse de gente. Poco tiempo antes de que los niños comenzaran a enfermar, le habían encontrado muerto, y le habían enterrado allí mismo. El cura del pueblo subió hasta la tumba del viejo cura con un grupo de aldeanos (los padres de los niños enfermos), y le desenterró. ¡Y le encontraron gordo, rubicundo y sonriente! ¿Y qué hicieron entonces? Oí decir tiempo después que le habían clavado una espada de madera en el corazón. No sé con certeza si lo hicieron, pero esa noche encendieron una gran hoguera en las montañas, y el resplandor se vio a muchos kilómetros a la redonda.
—Creo que deberíamos contarle a Manolis todo lo que sabemos —dijo Sandra.
—Lo haremos —asintió Harry—; pero antes, que hable él, que vino a decirnos algo.
—¡Ah! —Manolis se puso en pie de un salto—. El vampiro que ustedes persiguen… ¡ahora son dos!
—¡Ken Layard! —gimió Harry.
—Sí, el pobre Ken. Me llamaron hace una hora desde la morgue. Habían encontrado el cadáver de uno de los empleados. Tenía el cuello roto. Y el cadáver de Ken Layard había desaparecido. En ese instante recordé lo que habían dicho de Layard, que era un no-muerto, y que querían incinerarlo lo antes posible. Y entonces lo supe. Pero eso no es todo.
—Siga, Manolis —le urgió Darcy.
—El Samothraki falta del puerto desde la noche de los incidentes bajo los viejos molinos, cuando rescaté a Layard de las aguas. Esta mañana los pescadores han traído numerosos restos de un naufragio. ¡Eran del Samothraki! Y aún hay más. Una joven prostituta murió en la calle, hace cuatro noches. Se le ha hecho la autopsia. El médico dice que puede haber muerto por diversas razones: por no comer (¿cómo dicen ustedes, desnutrición?), o quizá porque se desmayó, permaneció en la calle toda la noche y murió de frío. Pero lo más probable es que haya muerto de anemia. ¡Ja! Ya saben qué clase de anemia, ni una gota de sangre en el cuerpo. ¡Por Dios, vaya anemia!
—¡Es como una plaga! —gimió Harry—. Hay que incinerarla también a ella.
—Se hará. Hoy mismo —prometió Manolis—. Me ocuparé personalmente de este asunto.
—Pero aún no sabemos quién es el vampiro, ni tampoco qué le ha hecho a Ken. Y también quisiera saber cómo llegaron aquí todos esos murciélagos…
Harry señaló la chimenea.
—Eso al menos no es un misterio —dijo—. En cuanto a Layard, ahora es el vasallo de esa criatura y su fiel servidor. ¿También pregunta por la identidad del vampiro? Tengo una pista que puedo seguir. Creo que alguien que conozco tiene la respuesta.
—¿De qué pista habla? —le preguntó Manolis sin rodeos—. ¡Todas las pistas son para mí! No más secretos. Y quiero que me hablen de la palabra que escribieron los murciélagos en la pared. ¿Qué significa?
—Ésa es precisamente la pista —dijo Harry—. Faethor lo dispuso todo para que yo no olvidara lo que me había dicho. Quiere que vaya a verle.
Manolis, frunciendo el entrecejo, los fue mirando a la cara de uno en uno.
—Y ese Faethor, que puede hacer esa clase de cosas… ¿qué es?
—¿No más secretos? —preguntó con ironía Harry—. Manolis, aunque pudiéramos perder un día entero, no nos alcanzaría el tiempo para informarle de todo lo que sabemos. Y si lo hiciéramos… ¡no nos creería!
—¡Póngame a prueba! —respondió Manolis—. Pero hágalo cuando estemos en el coche. Primero se visten y desayunan, luego vamos a la comisaría en la ciudad. Creo que es el lugar más seguro. Y en el camino me lo cuentan todo.
—De acuerdo —respondió Darcy—. Pero debe permitirnos que llevemos este asunto a nuestra manera. Además, Manolis, tiene que prometernos que no hablará de esto con nadie.
—Lo que usted diga —dijo Manolis—. Y les ayudaré en todo lo que pueda. ¡Ustedes son los expertos! Pero no perdamos más tiempo. Deprisa, por favor.
Y los tres se vistieron tan rápido como pudieron.
A media mañana habían terminado con todo lo planeado, y a mediodía Manolis Papastamos lo puso en acción. Una vez que supo lo que había que hacer, no perdió tiempo y se puso de inmediato manos a la obra.
Harry Keogh poseía ahora un pasaporte griego convenientemente gastado, y con visa para Rumania. Según el documento, su portador era un anticuario, que traficaba con antigüedades en todo el mundo (Harry había sonreído irónicamente cuando leyó esto), y se llamaba Hari Kiokis, un nombre que seguramente no le causaría demasiados problemas. Sandra tenía billete para el vuelo de las 21.10 a Londres, y Darcy iba a permanecer en Rodas y trabajaría con Manolis. La Organización E estaba al tanto de todo lo sucedido, pero Darcy no había solicitado aún la ayuda de ningún agente. Primero debía considerar las dimensiones del problema y luego, a través de Sandra, solicitaría la ayuda pertinente.
El vuelo de Harry a Bucarest, vía Atenas, era a las 2.30 horas, y, como faltaba una hora, almorzaron en la terraza de una taberna que daba al puerto de Mandraki. Fue allí donde los encontró uno de los policías griegos, que traía noticias para Papastamos.
El hombre era gordo y sudoroso, lleno de cicatrices y con las piernas estevadas; si no hubiera sido un policía, le habrían tomado por un delincuente. Llegó en un pequeño ciclomotor, y llamó desde la calle, abajo de la terraza donde estaban sentados:
—¡Eh, Papastamos! —gritó agitando su brazo—. ¡Manolis!
—Sube —le respondió Papastamos—, tómate una cerveza, así te refrescarás un poco.
—Usted no se sentirá nada fresco dentro de un momento, inspector —respondió el policía, tras lo cual entró en la taberna y subió la escalera que llevaba a la terraza. Cuando llegó, Manolis le ofreció una silla.
—¿Qué sucede? —le preguntó.
El agente, tras recuperar el aliento, le contó en griego su historia.
—Estábamos en la morgue del hospital, tomando declaración a todos sobre el cadáver desaparecido. —Echó una mirada a los compañeros de Manolis, y agregó a modo de disculpa—: Quiero decir, sobre las circunstancias que conciernen al caso del amigo inglés de ustedes. Como ya he dicho, tomamos declaración a todos. Una chica, una recepcionista que estaba esa noche de guardia dijo que alguien fue a verlo en las primeras horas de la mañana. Pero lo más interesante es la descripción que hizo del visitante. Aquí está, léala usted mismo.
El agente sacó una arrugada hoja del bolsillo de su camisa y se la tendió a Manolis. Éste de inmediato tradujo lo que su subordinado le había dicho y luego leyó la declaración de la testigo. La leyó luego por segunda vez, con más detenimiento, y frunció el entrecejo.
—Escuchen esto —dijo, y leyó en voz alta—: «Eran aproximadamente las seis y media de la mañana cuando llegó un hombre. Dijo que era el capitán de un barco, y que uno de sus tripulantes había desaparecido. Había oído decir que habían rescatado a alguien del mar, y pensó que podía tratarse del marinero. Lo llevé a ver al señor Layard, que estaba en su habitación bajo la acción de los sedantes que le habían administrado. El capitán dijo: "No, no conozco a este hombre. La he molestado para nada". Yo me dirigí a la puerta de la habitación, pero él no me siguió. Cuando me volví para mirarlo, estaba junto a Layard, con la mano en el chichón que éste tenía en la cabeza, y dijo: "¡Pobre hombre, qué herida tan fea! Pero me alegro de que no sea uno de mis tripulantes". Le dije que no debía tocar al paciente y lo acompañé hasta la salida. Era muy extraño, a pesar de que se había compadecido por Layard, sonreía de una manera muy rara…».
Harry, que escuchaba con gran atención, preguntó:
—¿Y la descripción?
—Un capitán de barco —continuó leyendo en voz alta Manolis—, muy alto, delgado, de aspecto extraño y con gafas de sol, que no se quitó cuando estaba adentro. Me parece…, me parece que lo conozco.
El policía gordo hizo un gesto afirmativo.
—Sí, yo también —dijo—. Y cuando estábamos vigilando ese antro infame, la taberna Dakaris, le vimos salir de allí.
—¿La taberna Dakaris? Está muy cerca de donde encontraron a esa pobre puta. —Y de inmediato añadió—: Perdón, Sandra.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó Harry.
—¿Qué quién es? —Manolis le miró—. Haré algo mejor que decirle quién es, ¡le diré dónde se encuentra! ¡Está allí! —dijo Manolis señalando al otro lado del puerto.
El elegante yate blanco cruzaba las aguas del puerto por el canal para barcos de más calado, pero la distancia no era tan grande como para que los ojos de Harry no pudieran leer el nombre.
—¡El Lazarus! —exclamó—. ¿Y cómo se llama su dueño?
—Casi igual —respondió Manolis—. Jianni Lazarides.
—¿Jianni? —el rostro de Harry palideció.
—Johnny —tradujo Manolis encogiéndose de hombros.
—John —repitió Harry, y en lo más profundo de su mente otra voz (o el recuerdo de otra voz) dijo «Janos».
—¡Ahhh!—Harry se cogió la cabeza cuando el dolor le atenazó el cráneo. Fue agudo pero breve; no era un ataque, solamente una advertencia. Pero confirmó sus sospechas. Sólo por medio de los muertos podría haber aprendido el nombre de «Janos» (quizá se lo había dicho el mismo Faethor), y con ellos le había sido prohibido hablar. Abrió los ojos a la cruel luz del sol, y vio una expresión de preocupación en el rostro de sus amigos—. Le conozco —dijo cuando pudo hablar—. Y ahora sé que estaba en lo cierto, y que debo ir a ver a Faethor.
—¿Para qué, si ya sabemos quién es nuestro hombre? —preguntó Darcy.
—Porque no lo conozco lo bastante bien —le dijo Harry mientras el dolor se desvanecía rápidamente—. Y puesto que Faethor fue su progenitor, él debe saber mejor que nadie cómo tratarlo.
—Nada ha cambiado —dijo Harry mientras se dirigían al aeropuerto en el coche que les había conseguido Manolis—. Seguiremos nuestros planes tal como lo habíamos decidido. Yo voy a Ploiesti, y allí veré si Faethor me dice algo más. Pasaré allí toda la noche, y si es necesario dormiré en las ruinas de su castillo. Es la única manera segura de comunicarme con él. Sandra volverá esta noche a Inglaterra, pase lo que pase. Ahora que ese tal Lazarides (Janos Ferenczy, en realidad) domina a Ken Layard, puede localizar a cualquiera. Todas las personas relacionadas conmigo están en peligro, sobre todo si se encuentran en el territorio del vampiro —Harry, hizo una pausa, miró las caras de los que estaban con él, y luego continuó—: Darcy, tú te quedas aquí con Manolis, y averiguarás todo lo que puedas sobre Lazarides, el Lazarus y su tripulación. Remóntate a los inicios, a su primera aparición en la escena. Manolis puede ser una gran ayuda. Puesto que Janos ha elegido una identidad griega, no debería ser muy difícil para las autoridades de este país averiguar sus orígenes y su procedencia.
—Había olvidado algo —dijo Manolis mirando a Harry por el espejo retrovisor—. Ese tipo tiene doble nacionalidad, griega y rumana.
—¡Dios mío! —se espantó Sandra—. Harry, él puede viajar sin problemas, mientras tú tendrás que desplazarte con suma cautela.
Harry se quedó pensativo un instante y luego dijo:
—Sí, debería haber esperado una cosa así. Pero esto no cambia nada. Cuando él se entere de que yo estoy allí, y suponiendo que intente ir en mi búsqueda, yo ya habré salido de Rumania. De todos modos, no puedo hacer nada más.
—¡Por Dios, me siento tan impotente! —se quejó Manolis cuando estacionaron el coche y bajaron—. Una voz en mi interior me dice: «Ve a bordo de ese barco y detén a ese monstruo». Pero sé que eso es imposible. Comprendo que no debo hacer nada que pueda ponerle sobre aviso hasta que lo sepamos todo sobre él. Además, Ken está en sus manos y…
—Ken ya no cuenta —le interrumpió Harry mientras se dirigía hacia la sala de embarque—. Nadie puede hacer nada por él. —Harry miró a Manolis con expresión atormentada—. Nada, salvo acabar con él, lo que sería un acto misericordioso. Pero no esperen que Ken se lo agradezca. ¿Agradecerlo? ¡Por Dios, nada de eso! ¡Antes les cortaría la cabeza!
—De todos modos —le dijo Darcy a Manolis—, usted tiene razón: aún no podemos tocarle. Ya le hemos hablado de Yulian Bodescu. En opinión de Harry, era un niño inocente en comparación con Lazarides. Pero cuando se enteró de que iban tras él, vivimos en medio del terror hasta que finalmente murió.
—Por otra parte, yo no podría ir ante el gobierno, y decir: «¡Envíen las cañoneras para hundir a un vampiro en su nave!». No, imposible. Pero cuando el Lazarus vuelva a puerto, me parece que sucumbiré a la tentación de arrestar uno a uno a sus tripulantes.
—Si puede aislarlos, identificarlos positivamente como vampiros, y tiene un buen equipo que lo respalde, conozca la manera de tratar con esas criaturas y no tenga miedo de actuar, adelante —dijo Harry—. Pero, lo repito otra vez, eso podría forzar a Lazarides a descubrirse, lo que a su vez puede conducir a una cadena de acontecimientos que usted de ninguna manera podría controlar.
Manolis, mientras guiaba a Harry y a sus compañeros hacia el mostrador de la sala de embarque, le respondió:
—No se preocupe. No haré nada hasta que usted no me dé la señal de partida. Pero me siento frustrado, por eso hablo…
Harry sólo tuvo que esperar quince minutos hasta que le llamaron para que embarcara.
—Si lo hubiéramos pensado antes, yo podría haber ido contigo hasta Atenas, y de allí a Londres. Pero todo ha sucedido tan repentinamente que no se me ocurrió… No me gusta nada verte marchar solo, Harry —le dijo Sandra en el último instante.
Él la abrazó y la besó, y luego se dirigió a Darcy y Manolis.
—Volveré, lo prometo. Pero si…, si me demorara, continúen con los procedimientos y resuelvan las cosas como mejor sepan. ¡Y buena suerte!
—Ese es el sobrenombre que me dan —respondió Darcy—. Cuídate, Harry.
Sandra lo abrazó una vez más, y luego él se volvió y se unió a la multitud que marchaba a embarcar.
Un hombre vestido con pantalones bermudas de brillantes colores, camisa blanca con el cuello abierto y sandalias contempló, confundido entre los que habían ido a despedir a los viajeros, el despegue del avión donde viajaba Harry. Era un griego que ocasionalmente prestaba servicios a los rusos. Ahora su misión era descubrir el destino de Harry, y comunicárselo a aquéllos.
No era una tarea difícil, ya que su hermano trabajaba en el servicio de información a los viajeros.
El paisaje del campo rumano era muy monótono, incluso en esta época, cuando los últimos días de primavera dejaban paso a los primeros del verano; no había mucho verde digno de ser contemplado. Abundaban, sí, los marrones y los grises: pilas de arena y cemento, grandes edificios baratos de bloques de hormigón y ladrillos. Se construía más que en las zonas turísticas de España, Turquía y Grecia juntas. Sólo que aquí no tenía nada que ver con el turismo, porque también había una gran cantidad de escombros. Los grotescos e inhumanos mecanismos de la política agroindustrial de Ceausescu: ahorra dinero amontonando a más y más gente bajo un sólo techo, como ganado en el corral. Adiós a los campesinos autónomos, a las pintorescas granjas, a la vida de pueblo. Bienvenidos los horribles e inmensos bloques de apartamentos. Y todo el tiempo las riendas del control político sostenidas con mano de hierro.
Harry, con los ojos entrecerrados, miraba atentamente el territorio por las ventanillas del coche. La vista que se dominaba desde la carretera que iba de Bucarest a Ploiesti era la de un paisaje después de la batalla. Las aplanadoras trabajaban en grupo, envueltas en la niebla contaminante que soltaban los tubos de escape, arrasando pequeñas comunidades agrícolas y reemplazándolas por descampados llenos de fango; otras máquinas permanecían inmóviles o descansaban junto a grandes excavadoras con las palas mecánicas en alto, como cuellos de monstruos en permanente alerta. Y donde una vez hubo aldeas, ahora sólo se veía tierra rasa, escombros y desolación.
—Más de diez mil pueblos en la vieja Rumania —masculló entre dientes el conductor del coche de Harry, percibiendo quizá que su pasajero aún estaba despierto—. Pero el presidente Nicolae piensa que hay cinco mil de más. ¡Qué chiflado! Si alguien le dijera cómo hacerlo, aplastaría hasta las montañas.
Harry no respondió y continuó dormitando, pero se preguntó: «¿Qué sucederá con la morada de Faethor, en las afueras de Ploiesti? ¿La derruirá Ceausescu, si es que ya no lo ha hecho?».
Y si así había ocurrido, ¿podría Harry encontrarla en esta ocasión? La última vez que había estado aquí llegó por medio del continuo de Möbius, guiado telepáticamente por la voz de Faethor. (O, mejor dicho, necroscópicamente, porque Harry no era un verdadero telépata, y sólo podía hablar mentalmente con los muertos). Faethor le habló, y Harry le había localizado. Ahora era diferente; sólo podría reconocer el lugar donde estaba Faethor cuando lo tuviera enfrente. En cuanto a su localización exacta…, sabía solamente que allí no cantaban los pájaros, que las plantas no florecían ni daban fruto. Las abejas no se les acercaban. Allí se encontraba la tumba de Faethor, y una lápida con un epitafio que rezaba:
¡Esta criatura era la muerte! Su sola existencia
era una contradicción
a la vida;
ahora yace aquí
y la vida misma se rehúsa
a reconocerle.
Cuando el taxi pasó junto a un poste indicador que señalaba que Ploiesti estaba a diez kilómetros, Harry se desperezó, bostezó y fingió que despertaba.
—En las afueras de Ploiesti hubo en una época grandes y antiguas mansiones, las residencias de la aristocracia. ¿Conoce el lugar?
—¿Antiguas mansiones? —el hombre le miró fijamente—. ¿Y de la aristocracia?
—Fueron bombardeadas durante la guerra —continuó Harry—. Y reducidas a un montón de ruinas. Pero el gobierno nunca tocó el lugar, quedaron como una especie de monumento…, al menos hasta hace un tiempo.
—¡Ah, sí, las conozco! Pero no están en este camino, no. Están junto a la vieja carretera, en la curva. ¿Quiere ir allí?
—Sí, allí vivía un conocido mío.
—¿Vivía?
—Bueno, por lo que sé, aún vive allí —rectificó Harry.
—¡Cójase fuerte! —le avisó el conductor, y giró bruscamente hacia la derecha.
Salieron de la carretera y se internaron en una avenida empedrada que describía una curva a lo lejos, sombreada por frondosos castaños.
—Es aquí —dijo el conductor—. Por poco me paso, y hubiera tenido que dar la vuelta. Las viejas casas de la vieja aristocracia, sí. Pero ha llegado en el momento justo. En un año ya no quedará nada. Y también se marchará su amigo. Van a demolerlas, y quien quiera que viva aquí tendrá que marcharse, o lo aplastarán junto con las casas… Ya verá, dentro de muy poco las aplanadoras estarán aquí…
Un kilómetro más allá Harry vio que ése era el lugar que buscaba. Las ruinas de las antiguas mansiones se alzaban a uno y otro lado de la avenida, detrás de los castaños. Parecían estar deshabitadas en su mayoría, pero aquí y allá aún salía humo de alguna chimenea.
—Puede dejarme aquí —le dijo Harry al conductor. Cuando se apeaba del taxi, tras haber cogido su maleta, le preguntó al hombre—: ¿Hay autobuses por aquí? ¿Cómo puedo volver a la ciudad por la mañana, si me quedo a pasar la noche con mi amigo?
—Vaya hasta la carretera principal, en dirección a Bucuresti —le respondió el conductor del taxi—. Coja el lado derecho y siga caminando. En cada kilómetro hay una parada de autobús. Es imposible no verlas. ¡Pero no vaya por ahí mostrando sus dólares! Aquí tiene un poco de cambio. ¡Banis, mi amigo, y leus, o la gente se preguntará en qué está usted metido! —Y despidiéndose con la mano, se alejó en medio de una nube de polvo.
Lo demás fue instintivo; Harry se limitó a ir donde le llevaba su intuición. Muy pronto descubrió que estaba aproximadamente a un kilómetro y medio de su blanco, pero el tiempo y la distancia pasaban rápidamente, y sabía que iba en la dirección correcta. Se veían muy pocos signos de humanidad; el humo de una chimenea distante, y una pareja de campesinos con los que se cruzó y que iban en la dirección opuesta. Parecían exhaustos, y empujaban un carro lleno de muebles y de objetos personales. Harry, aun sin conocerlos ni saber nada de sus vidas, sintió pena por ellos.
Al cabo de un rato sintió hambre, y recordando los bocadillos de salami y el botellín de cerveza alemana que llevaba en su mochila, dejó la ruta y entró a un antiguo cementerio. Las tumbas no le incomodaban; por el contrario, allí se encontraba como en su casa.
El cementerio era muy grande y estaba muy descuidado; Harry caminó por entre las hileras de tumbas hasta que llegó a la pared trasera, muy alejada de la carretera. El antiguo muro tenía unos setenta centímetros de espesor, pero se estaba desmoronando en algunos lugares; Harry trepó por un sitio donde las piedras caídas habían formado una especie de escalera y encontró un rincón cómodo para sentarse. Los rayos del sol le llegaban filtrados a través de los árboles, y la tenue luz le recordó que sólo faltaba una hora para el ocaso, y tenía que llegar a la morada de Faethor antes de la puesta del sol. Pero no estaba preocupado; su instinto le decía que estaba muy cerca.
Comió los bocadillos —que estaban muy buenos— y bebió la cerveza contemplando el mar de tumbas. En otra época, sus ocupantes no le hubieran dejado en paz ni un instante, y tampoco él lo hubiera deseado. Aquí se habría encontrado entre amigos, ansiosos por contarle todo lo que habían pensado durante años. Y no habría importado que fueran rumanos, porque la lengua muerta, al igual que su gemela, la telepatía, es universal. Harry les habría entendido a la perfección, y también ellos a él.
Sí, pero eso era el pasado…, y el presente era muy distinto. Ahora le estaba prohibido hablar con los muertos, pero tenía que encontrar la manera de hablar con Faethor.
Cuando este nombre cruzó su mente, una nube cubrió el sol, y el cementerio quedó en sombras. Harry se estremeció y por primera vez se volvió y miró a sus espaldas, fuera del camposanto. Había allí campos desiertos, surcados por huellas y senderos medio invadidos por la maleza, con algunos montecillos y pilas de ruinas aquí y allá, y las cicatrices de antiguos cráteres aún visibles. Cerca de la carretera principal, a menos de un kilómetro, el suelo era pantanoso, seguramente debido a la acción de las aplanadoras, que habían destruido los desagües naturales.
Harry contempló el paisaje con los ojos de la memoria, superponiendo la vista actual y la vista recordada, y ambas se fundieron gradualmente en una sola. Y supo que el conductor del taxi estaba en lo cierto; dentro de un año —o quizá sólo de un mes—, hubiera llegado demasiado tarde. Porque uno de esos montones de escombros era seguramente la morada de Faethor, y muy pronto las aplanadoras la reducirían a nada, la nivelarían con los terrenos circundantes.
Harry se estremeció, bajó del muro fuera del cementerio y comenzó a explorar las ruinas una a una. Y cuando la penumbra apagó la luz de la tarde, encontró el lugar que buscaba. Los pájaros se mantenían lejos de él; no había abejas ni otros insectos, y tampoco se veían frutos o flores entre el follaje; hasta las arañas se cuidaban de no acercarse a la última morada de Faethor en la Tierra. Todo esto parecía una peculiar advertencia, pero Harry no tenía más remedio que ignorarla.
El lugar no era exactamente tal como lo recordaba. La carencia de desagües había hecho que lo surcaran pequeños cursos de agua, que se estancaban en la menor hondonada. Aquello se había convertido en una ciénaga, con la diferencia de que allí no se veía ningún mosquito. Harry no tenía por qué preocuparse, ningún insecto lo picaría mientras dormía. Aunque ése, de todos modos, hubiera sido el menor de sus problemas.
La oscuridad era a cada instante más intensa, y Harry cogió el saco de dormir que llevaba en la mochila y preparó su cama en un montecillo cubierto de hierba y cercado por paredes bajas en las que trepaba la hiedra. Hizo sus necesidades detrás de un montón de escombros cercano y cuando regresaba al lugar que había elegido para pasar la noche vio que no estaba completamente solo. Al menos los pequeños murciélagos rumanos no temían al lugar; volaban silenciosos por sobre su cabeza, y luego se dirigían a sus terrenos de caza, lejos de allí. A su manera, quizá rendían homenaje a la antigua y maligna criatura que había muerto allí.
Harry fumó un cigarrillo —uno de los pocos que se permitía—, y luego arrojó la colilla a la oscuridad como un pequeño meteorito que se extinguió en un charco. Tras unos instantes cerró la cremallera de su saco de dormir, adoptó la postura más cómoda que le fue posible y se preparó a enfrentarse con lo que le trajeran sus sueños…
¿Harry? —La monstruosa, oscura voz se presentó de inmediato, penetrando sin preámbulos en su mente dormida—. De modo que has venido. —Se oía tan cercana y vibrante como la voz de un ser humano vivo, y Harry percibió en ella una intensa satisfacción.
Pero en su sueño, por más que se esforzaba, Harry no conseguía recordar por qué estaba allí.
Reconocía la voz de Faethor, sin duda, pero no sabía qué impulsaba al vampiro a hablar con él. A menos que fuera para atormentarle. Y Harry se mantuvo en silencio, porque lo único que recordaba era que le habían prohibido hablar con los muertos.
¿Qué, otra vez con lo mismo?. —Faethor se impacientaba—. Ahora, escúchame, Harry Keogh. Yo no he ido a buscarte, sino que, por el contrario, eres tú quien ha venido a visitarme a Rumania. Y en cuanto a que te está prohibido hablar conmigo —o con los muertos en general—, es precisamente por eso por lo que estás aquí, para que yo pueda, deshacer lo que te han hecho.
—Pero si hablo contigo —Harry hizo una pausa, esperando que comenzara el dolor, pero nada sucedió—, sufriré un dolor insoportable y…
¿Acaso sufres ahora? No, porque estás dormido y soñando. Consciente, no podrías hablar conmigo, pero no lo estás. Y ahora, dime, por favor, ¿podemos continuar?
Harry lo recordó todo: dormido podía hablar sin peligro la lengua de los muertos. Sí, ahora se acordaba de eso, y también de otras cosas.
—He venido aquí… para que me hables de Janos Ferenczy.
Así es —respondió Faethor—, ésa es una de las razones de tu visita. Pero no la única. Antes que nada, dime, ¿has venido por tu propia voluntad?
—Estoy aquí por necesidad —respondió Harry—, porque en mi mundo hay otra vez vampiros.
¿Pero has venido aquí como un hombre libre, porque tú lo deseabas? ¿O te han obligado por la fuerza, te han engatusado u obligado en contra de tus deseos?
Harry estaba completamente alerta en su sueño, y prevenido contra las triquiñuelas del vampiro. Además, se había vuelto tan hábil para los juegos de palabras como los propios wamphyri, y sabía que sólo se trataba de una manera de manipulación verbal.
—¿Obligado? —dijo—. No, nadie me obligó. ¿Forzado? Todo lo contrario, mis amigos me hubieran retenido. ¿Engatusado? Sí, viejo demonio, he venido engatusado por ti.
¿Por mí? —Faethor se hacía el inocente—. ¿Por qué piensas eso? Tú tienes un problema y yo tengo la solución. Alguien se metió en tu cerebro, cogió tus sesos e hizo un nudo en ellos. Yo tal vez pueda desatarlo… si tengo ganas. ¡Y puede que no las tenga, si tú pones obstáculos y haces acusaciones infundadas! Respóndeme, pues, y de inmediato: ¿cómo te he engatusado? ¿De qué manera?
—Tal como yo lo entiendo —respondió Harry—, la palabra engatusar tiene varios significados. Persuadir con halagos, engañar, hacer promesas falsas. Es seducir a alguien con el objetivo de conseguir los propios fines. Ésos son los significados de la palabra. Pero cuando un vampiro «engatusa»…, la finalidad de su acción es mucho menos clara. Y las consecuencias, a menudo son calamitosas.
¡Ja! — Harry percibió la exasperación de Faethor, y su asombro de que un mero ser humano se atreviera a desafiarlo en uno de sus juegos. Pero también percibió el gesto de indiferencia del vampiro, y tal vez también su resolución—. Muy bien —continuó Faethor—, eso lo dice todo. No confías en mí. De acuerdo, pues. Has desperdiciado tu viaje; despierta y márchate. Creía que éramos amigos, pero estaba equivocado. Y en ese caso…, ¿qué me importa que haya vampiros en tu mundo? ¡Al diablo con tu mundo, Harry Keogh, y al diablo contigo!
Harry no se dejó engañar. Ahora se esperaba que, en beneficio de la audiencia de Faethor, argumentara con el vampiro. Pero éste nunca le hubiera llamado para pedirle que se marchara. Esta manera de hablar era simplemente el estilo de los vampiros. Una maniobra para estar siempre en una posición de ventaja. Mas este sueño era de esos enormemente vívidos y reales. Y Harry, dentro de él, hacía gala de un ingenio agudo como una cuchilla de afeitar.
—Discutamos cara a cara, Faethor —dijo con cierta brusquedad—. Acabo de darme cuenta de que, si bien hemos hablado en más de una ocasión, nunca lo hemos hecho frente a frente. Y estoy seguro de que si pudiera ver tu serio y honesto rostro, me sentiría mucho más cómodo contigo… y, claro está, no necesitaría estar en guardia todo el tiempo.
¿Qué? ¿Aún estás ahí? —dijo el otro fingiendo sorpresa—. ¡Hubiera jurado que nuestra conversación había concluido! Quizá no me has entendido y te lo diré sin rodeos. ¡Márchate!
Ahora le tocó a Harry fingir indiferencia.
—Muy bien. No creas que es una gran pérdida. Seamos sinceros, nunca podría haber confiado en lo que me dijeras.
¡Qué dices! —Faethor estaba furioso—. ¿Cuántas veces te he ayudado, Harry Keogh? ¿Y cuántas te he mantenido a flote, cuando hubiera debido dejar que te hundieras?
—Todo esto ya lo hemos hablado antes —respondió con calma Harry—. ¿Tenemos que repetirlo? Si la memoria no me engaña, ya antes estuvimos de acuerdo en que nuestras alianzas fueron siempre para ventaja de ambos; ninguno ganó más que el otro. De modo que apéate del caballo y dime la verdad: ¿por qué insistes en este siniestro ritual, en que yo te diga que vengo a ti por propia voluntad? Y si acepto que es así, ¿a qué me obligarán mis palabras?
¡Ahhh! —suspiró Faethor al cabo de un instante—. ¡Si te hubiera elegido a ti, Harry, y no al sanguinario Thibor, o al insidioso y taimado Janos! ¡Si tan sólo hubiera escogido con más cuidado a mis hijos! ¡Nosotros dos habríamos podido regir el mundo! Pero ahora es demasiado tarde, porque Thibor recibió mi huevo y Janos era mi hijo carnal. Y ya no tengo vida ni fuerzas como para engendrar otro.
—¡Si creyera que aún eres capaz, no estaría aquí, Faethor! —dijo Harry estremeciéndose.
Pero lo estás, y te suplico que guardes las formas, ese antiguo «ritual» al que te refieres con tal desprecio y sospecha.
—De modo que ahora eres tú quien suplica —dijo Harry—, pero aun así, sigo preguntándome: ¿qué ganas con eso?
¡Sí, reconozco que hemos tenido antes esta conversación! —protestó Faethor—. Bien, repetiré lo que ya dije en otra ocasión: ese producto de mi sangre, ese niño que procreé con mi parte humana, Janos, camina otra vez entre los vivos, y yo no puedo soportarlo. Cuando Thibor estaba desesperado por entrar en acción, ¿quién fue en tu ayuda para que esto no sucediera? Yo, porque odiaba a ese perro. Y ahora es el turno de Janos. ¿Y preguntas qué sacaré de esto? Cuando lo destruyas, debes acordarte de decirle que su padre te ayudó, y de que aun ahora está riendo en su tumba. Eso será para mí provecho suficiente.
—¿Qué dices? —Harry hablaba y pensaba muy lentamente, con gran cautela—. Pero lo último sería una mentira, porque en esta tumba ya no hay nada de ti. Tú te consumiste en el incendio que destruyó tu casa, ¿o no es así?
¡Sabes muy bien que sí! —exclamó el vampiro—, pero aún estoy aquí, aunque de una manera muy especial. ¿Cómo, si no, podría hablar contigo? Está mi alma, mi espíritu, el eco de una voz desvanecida hace tiempo, y que tú oyes. Tu talento, tu habilidad para hablar con los muertos, debería ser prueba evidente de mi extinción.
Harry se quedó callado unos segundos. Sabía que aquello era un toma y daca, esto-para-mí esto-para-ti, y que no obtendría nada si primero no daba algo. Faethor insistía, era incluso intransigente al respecto, en que sus reglas debían aplicarse en cualquier intercambio. Y era evidente que a la larga el vampiro se saldría con la suya, porque la causa de Harry estaba perdida de antemano sin él. Harry pensó todo esto, pero se las arregló para ocultar sus pensamientos a Faethor.
¡Ah! ¡Ahora lo veo claro! —le espetó el vampiro—. ¡Me tienes miedo! ¡A mí, una criatura muerta hace tiempo, quemada, extinguida para siempre en un holocausto! ¿Pero por qué no? ¿Qué es diferente ahora? No somos desconocidos, no es la primera vez que luchamos juntos por una causa común.
—No —contestó Harry—, pero es la primera vez que comparto la cama contigo. He estado aquí antes, sí, pero estaba despierto. Y siempre que he hablado contigo, había una gran distancia entre nosotros, y por consiguiente ningún peligro para mí. Y si he aprendido algo acerca de los vampiros, es que cuando más indefensos parecen, más peligrosos son.
Esta discusión no nos llevará a ninguna parte —dijo el vampiro, en tono desesperanzado.
Harry adivinó que Faethor no iba a ceder un ápice en su posición. Y eso significaba que había sólo una manera de salir de aquel punto muerto.
—De acuerdo —dijo—, uno de nosotros tiene que ceder. Puede que yo sea un tonto pero…, sí, he venido por mi propia voluntad.
¡Bien! —gruñó inmediatamente el vampiro, y Harry poco menos que percibió cómo se relamía—. Una decisión muy sabia, y muy sensata. Después de todo, si yo he de proceder según tus costumbres, ¿por qué no habrías tú de observar las mías?
A esas criaturas les encantaba triunfar, aunque fuera en algo tan insignificante como un juego de palabras. Tal vez era mejor así, pues ahora Faethor, aplacado, cedería en otras cosas. Y el vampiro, como si hubiera leído el pensamiento de Harry, dijo:
Y ahora hablaremos de igual a igual. ¿Deseabas hablar conmigo cara a cara? Que así sea.
Hasta entonces el sueño había sido vacío y gris, un lugar sin más sustancia que el intercambio de pensamientos. Pero ahora el gris adquirió un movimiento de remolino y se diluyó luego rápidamente en una brumosa llanura bajo un cielo que lucía una luna nueva. Harry estaba sentado en un muro medio derruido, y la bruma del suelo le impedía ver sus pies; Faethor, sentado sobre un montón de escombros, era una figura oscura embozada en un manto cuya capucha le dejaba el rostro en sombras. Sólo sus ojos ardían en la oscuridad, como pequeñas lámparas escarlata.
Y esto, ¿te gusta más, Harry Keogh?
—Conozco este lugar —contestó Harry.
Claro que sí, porque es el mismo lugar pero percibido tal como será en un futuro cercano. Sí, porque ése era también uno de mis talentos: ver el futuro cercano. Pero no era un talento seguro, en el que pudiera confiar enteramente…, o no hubiera estado aquí la noche del bombardeo.
—Veo que las aplanadoras ya han estado aquí —dijo Harry mirando a su alrededor—. ¡El lugar donde estás parece ser el único en pie!
Por el momento, sí —respondió Faethor—. Una ruina en medio de las tierras bajas, rodeada de lodo y escombros, y que muy pronto se convertirá en un complejo industrial. Y aunque hubiera oídos que me oyeran, ¿quién me escucharía en estas circunstancias? ¿En medio de los ruidos y el caos mecánico? Qué dura es la caída de los que hemos sido grandes, Harry; ¡mira a qué me veo reducido! Y tal vez ahora entiendas por qué Thibor tuvo que sufrir, y ser finalmente destruido; y por qué el destino de Janos habrá de ser el mismo. Podrían haberlo tenido todo, pero eligieron desafiarme. ¿Acaso crees que yo debería vagar por este lugar, solo, no deseado y olvidado por todos, mientras uno de mis hijos vuelve al mundo para ser un poderoso? ¿El más poderoso, quizá? No, no descansaré hasta que sepa que Janos es tan poca cosa como yo, o incluso menos, lo que es igual a la nada.
—¿Y yo he de ser tu instrumento?
¿No es eso lo que deseas? ¿No coinciden nuestros objetivos?
—Sí —estuvo de acuerdo Harry—, sólo que yo lo deseo por la seguridad del mundo, y tú por odio egoísta. Thibor y Janos eran tus hijos. Lo que odias en ellos, sea lo que sea, lo obtuvieron de ti. ¡Qué extraño padre eres, que asesinas a tus hijos porque se te parecen demasiado!
La presencia de Faethor se hizo más tenebrosa, y su voz se volvió taimada e insinuante.
¿Seguro que es así, Harry? ¿Y tú eres el experto que me juzga? Aunque, claro está, tú debes entender de estas cosas; he oído decir que tú también tienes un hijo…
Harry permaneció en silencio; no tenía respuesta. Tal vez él también destruiría a su hijo si pudiera, o al menos intentaría cambiarlo. ¿Pero no había intentado también cambiar a lady Karen?
Faethor interpretó su silencio como un signo de que tal vez había ido demasiado lejos, y cambió rápidamente de tono.
Pero allí, las circunstancias son diferentes. Y de todas formas, tú eres un hombre y yo un wamphyri. No podemos tener puntos comunes, excepto en nuestro objetivo. De modo que terminemos con las acusaciones y las críticas, porque tenemos una tarea que realizar.
A Harry le agradó que cambiara de tema.
—La realidad, pura y simple, es que ambos deseamos acabar para siempre con Janos, y ninguno puede hacerlo solo. Para ti es absolutamente imposible, y también para mí, despojado de mi poder para hablar con los muertos. Dices que puedes devolverme ese poder, puesto que me fue quitado por un vampiro y sólo un vampiro puede restituírmelo. Muy bien, te creo. ¿Y qué me obligará a eso?
Faethor suspiró y pareció hundirse un poco más en su asiento. Apartó sus ojos llameantes y contempló la brumosa planicie.
Sé que esto te causará un rechazo enorme, pero es inevitable. Una criatura ha visitado el laberinto de tu mente, y ha efectuado allí algunos cambios. Digamos que ha desacomodado los muebles de tu casa, y ahora alguien tiene que introducirse en ella y ponerla en orden.
—¿Quieres que te deje entrar en mi mente?
Debes invitarme a entrar, y yo debo hacerlo por mi propia voluntad.
Harry recordó todo lo que sabía sobre los vampiros, y dijo:
—Cuando Thibor penetró en la mente de Dragosani, trató de manejarla a su manera. Se inmiscuyó en los asuntos de Dragosani. Cuando tocó el feto que luego sería Yulian Bodescu, eso fue suficiente como para alterar por completo al niño, y convertirlo en un monstruo. Y Thibor estuvo en la mente de Yulian y fue capaz de comunicarse con él y de guiarle (o conducirle) desde muy lejos. En este mismo instante un amigo mío, en la isla de Rodas, tiene un vampiro en su mente (tu hijo Janos), o al menos está bajo su dominio. Y mi amigo vive en un infierno de terror y torturas. ¿Y quieres que yo te deje entrar en mi mente?
Ya dije que te causaría un profundo rechazo.
—Si dejo que lo hagas esta vez, ¿cómo puedo estar seguro de que no sucederá cuando yo no lo desee?
Te recordaré que la distancia alejaba a Dragosani del peligro. Aunque fuera posible lo que sugieres, no creo que esté en tus planes permanecer en Rumania para siempre. No, tú tienes tu propio camino a seguir, que te pondrá fuera de mi alcance. Y te recordaré otra cosa: Thibor estaba no-muerto y enterrado, pero era real, sólido y estaba completo, con todas sus partes, en tanto que yo sólo soy un espíritu muerto e ido para siempre, un fantasma vacío, inmaterial, incorpóreo e intangible.
—Salvo para un necroscopio.
Así es, salvo para ti —Faethor hizo un gesto de asentimiento—. Para el hombre que habla con los muertos, y es su amigo. O solía serlo.
—¿Cómo debemos proceder, entonces? —preguntó Harry—. Yo no soy un telépata, con una mente que pueda ser leída como un libro.
En cierto sentido, lo eres —le respondió Faethor—. ¿Acaso no es una forma de telepatía poder hablar con los muertos? Además, cuando te encontraste sin cuerpo, ¿no hablabas también con los vivos?
—Ésa fue una época muy extraña —dijo Harry—. Era mi talento, la «lengua muerta» que puedo hablar. Al ser incorpóreo, no tenía voz y podía hablar con los vivos (con los que tenían cuerpo) de la misma manera que hablaba con los muertos.
Hay más cosas en tu mente de lo que supones, Harry Keogh —observó Faethor—. Y puedo decirte que puedo estar en ella tal como Thibor estaba en la mente de Dragosani, pero sin tantas complicaciones.
Harry percibía el interés de Faethor. Estaba demasiado interesado…, pero no había manera de evitar aquello.
—¿Qué debo hacer?
Nada. Simplemente relájate. Duerme un sueño sin sueños. Y yo te visitaré dentro de tu mente.
Harry percibió el hechizo de Faethor —su hipnosis—, actuando sobre él, y se resistió.
—¡Espera! Quiero tres cosas. Y si tus triquiñuelas funcionan, tal vez una cuarta más tarde.
Dímelas.
—Primero, que deshagas el daño causado a mi mente y me devuelvas el dominio de la lengua muerta, tal como acordamos. Segundo, que me proporciones algún tipo de defensa contra la telepatía de Janos, porque he visto lo que puede hacer con mentes como la mía. Tercero, que mires si hay alguna manera de que pueda recuperar el acceso al continuo de Möbius. Es el arma fundamental contra Janos, y con ella la balanza se inclinaría a mi favor.
¿Y la cuarta?
—Cuando haya recuperado el dominio de la lengua muerta, podré encontrarte esté donde esté. Y entonces puede que solicite tu ayuda una vez más (y espero sea la última), para liberar la mente de mi amigo Trevor Jordan, que está bajo el dominio de Janos.
En cuanto a lo último que pides —respondió el vampiro—, se hará, si se puede, a su debido tiempo. Pero con respecto al acceso a ese artificio tuyo —¿teleportación?—, ya veremos. Yo dudo que pueda hacer algo; eso no estaba entre mis habilidades, y no sé nada del asunto. ¿Cómo puedo desentrañar algo escrito en un lenguaje que no hablo? El lenguaje de las matemáticas me es ajeno. Por otra parte, tu lengua muerta sí es algo que puedo componer, porque la comprendo. Mis cíngaros, aunque llevaran muertos varios siglos, respondían a mi llamada y salían de sus tumbas. Me pides también una defensa contra el dominio mental de Janos. Bien, eso no es fácil; no es un don que yo puedo otorgarte. Pero más tarde te diré cómo puedes combatir el fuego con el fuego. Eso te puede ayudar…, si soportas el calor.
—Faethor —Harry estaba casi completamente resignado a su suerte—, me pregunto si deberé darte las gracias cuando todo haya terminado. ¿Cómo podré agradecértelo? ¿O deberé maldecirte para toda la eternidad, y ninguna maldición será suficiente? Podrías estar maquinando algo para destruirme, como has destruido a todos los que has tocado. Pero, de todos modos…, no tengo elección.
Las cosas que dices no son enteramente ciertas, Harry —respondió Faethor—. ¿Qué he destruido cosas? Sí, lo he hecho, y también he dado vida a otras. Y tampoco es cierto que no tengas elección. Confía en mí como en un aliado sincero y de fiar, o vete y espera a que Janos vaya tras de ti, y cuando llegue el momento, lucha contra él como un niño, desnudo e ignorante de todas sus triquiñuelas y añagazas…
—Ya hemos hablado bastante —dijo Harry—, y los dos sabemos que sólo tengo un camino a seguir. ¡No perdamos más tiempo!
Duerme —dijo Faethor, con su voz mental profunda y oscura como un insondable lago de sangre—. Duerme un sueño sin sueños, Harry Keogh, y deja todas las puertas de tu mente abiertas para mí. Duerme, y déjame ver en tu interior. Aunque tú hayas consentido por tu propia voluntad, debo encontrar ciertas puertas que están cerradas para mí, e incluso para ti. Son ésas las que debo abrir. Porque tras ellas se encuentran tus talentos, ésos que tu hijo te ha ocultado.
Duerme, Harry. Somos nosotros los traicionados, tú y yo, por la carne de nuestra carne y la sangre de nuestra sangre. Al menos tenemos eso en común. Pero tenemos algo más, ambos hemos sido poderosos. ¡Y tú… volverás… a… serlo…, Haaarry Keooogh!
La bruma de la llanura se arremolinó cuando Faethor se deslizó hacia Harry, que estaba echado junto al muro en ruinas. El difunto vampiro alargó una mano hacia el rostro de Harry…, una mano blanca y esquelética, un manojo de huesos descarnados que salían de la manga de su toga como blancos palillos. Los dedos de hueso tocaron la pálida frente de Harry y penetraron en su cráneo.
Y luego los fuegos escarlata se apagaron en las órbitas de Faethor, y su luz pasó a los ojos cerrados de Harry, como las rojas llamas de dos velas bajo un cristal escarchado. Después… el vampiro estuvo en posesión de los más recónditos secretos de Harry: sus pensamientos, sus recuerdos, sus pasiones, toda su mente.
¡Despierta! —dijo Faethor, después de un tiempo que pudo ser instantes… o milenios.
Harry despertó de su sueño con un estornudo, y luego estornudó por segunda vez, y se dio cuenta de que estaba verdaderamente despierto. Movió un poco la cabeza en la almohada de su saco de dormir, y algo hizo un ruido suave, semejante a un pequeño estallido, muy cerca de él. En la media luz vio una hilera de setas negras, o pedos de lobo, que habían crecido junto a su cama durante la noche. Ya estaban maduras, y estallaban al menor movimiento, lanzando sus esporas en una nubecilla picante. Harry volvió a estornudar y se sentó.
Aún recordaba su sueño, pero ya se estaba desvaneciendo en su memoria como la mayoría de los sueños. Intentó recordarlo…, pero ya no estaba allí. Sabía que había hablado con el espíritu de Faethor Ferenczy, pero eso era todo. No podía decir si había pasado algo entre ellos dos. En realidad, no se sentía diferente de cuando se había acostado a dormir.
¿Sí? ¿Estás seguro de eso, Harry Keogh? —dijo Faethor.
—¡Jesús! —Harry dio un salto—. ¿Quién…? —Miró a su alrededor, pero no vio a nadie.
¿Creíste que yo te decepcionaría? —preguntó Faethor.
—¡La lengua muerta! —susurró Harry.
Sí, te ha sido devuelta. Ya ves, Faethor Ferenczy cumple su palabra.
Harry había abierto su saco de dormir y se había puesto en pie. Ahora volvió a sentarse, atónito. No le dolía la cabeza, nadie había arrojado ácido en su mente; parecía haber recobrado por entero su talento.
Tenía que comprobarlo.
—¿Faethor? —llamó, todavía encogido en su interior, como esperando el sufrimiento—. ¿Fue muy…, muy difícil?
Sí, bastante difícil —la voz del difunto vampiro sonaba fatigada— ¡Lo que te habían hecho era obra de un experto! Trabajé toda la noche para limpiar tu casa de esa plaga, Harry. Puedes evaluar por ti mismo el alcance de mis logros.
Harry se puso de pie. Con el corazón en la boca intentó conjurar una puerta de Möbius… sin ningún éxito. Las ecuaciones se desarrollaban, se modificaban y se multiplicaban con asombrosa rapidez en las pantallas del ordenador de su mente, pero le eran completamente ajenas. No podía comprenderlas una a una, y mucho menos como una entidad o concepto total. Harry suspiró y dijo:
—Te estoy agradecido (más, mucho más de lo que puedes imaginarte), pero tu éxito no ha sido total.
Faethor respondió medio disculpándose.
Te advertí que podía ser así. Encontré la región problemática, y conseguí abrir varias de sus puertas. Pero más allá de ellas…
—¿Sí?
¡No había nada! No había tiempo ni espacio, nada en absoluto. Son lugares que dan miedo, Harry, y es muy extraño pensar que existen en tu mente, ¡en tu mente tan humana! Sentí que si diera un solo paso para cruzar esos umbrales, sería absorbido más allá de los límites del universo, estaría perdido para siempre. De más está decir que no di ese paso. Además, apenas abrí esas puertas, se me cerraron en la cara. Y no lo he lamentado.
—Has mirado dentro del continuo de Möbius —le explicó Harry—. Cuando termine aquí, intentaré encontrar a Möbius. Así como tú eres experto en tu campo, él es una verdadera autoridad en el suyo. La única, en verdad. Pero hasta hoy no tenía sentido buscarle, porque sin dominar la lengua muerta no podía hablar con él.
¿Y lo buscarás ahora mismo? —Faethor parecía fascinado—. Me interesa la genialidad. Los verdaderos genios tienen todos algo en común, Harry. Por diferentes que sean sus talentos, la obsesión es la misma. Buscan eliminar todas las imperfecciones. Möbius se ha acercado a los límites extremos de los números puros, y yo he buscado el mal absoluto. Estamos en las orillas opuestas de un gran golfo, pero en cierto sentido somos hermanos. Sí, y sería fascinante conocer a un genio como él.
—No —Harry hizo maquinalmente un gesto negativo, y supo que Faethor lo percibiría—. No iré a buscarlo de inmediato. Lo haré, pero no ahora. Quizá lo haga después de haber practicado un tiempo, y cuando esté seguro de que hablo la lengua muerta con tanta fluidez como antes.
Como quieras. ¿Y qué harás entretanto? ¿Buscarás a Janos?
Harry plegó el saco de dormir y lo guardó en la mochila.
—Sí —respondió—, a la larga, lo haré; pero antes volveré junto a mis amigos, en Rodas. Quiero ver cómo les va. Antes de eso debes decirme algunas cosas. Quiero saberlo todo acerca de Janos. Cuanto más sepa un hombre de su enemigo, más fácil le será vencerlo. Además, necesito saber cómo defenderme de él.
¡Claro que lo necesitas! —respondió Faethor—. Había olvidado que aún nos queda trabajo por hacer. Pero ya ves, estoy ansioso por verte en marcha, ¡y voy demasiado rápido! Tienes razón, cuantas más armas tengas a tu alcance, mayores son las posibilidades de que le venzas. En cuanto a cómo defenderte, eso no es fácil. Es un don que poseemos los wamphyri, pero difícil de enseñar a terceros. Ni siquiera la intuición más aguda sería bastante, porque esto es algo que llevamos en la sangre. Si pudiéramos disponer de una semana entera para estar juntos…
—No —respondió Harry—. Eso es impensable. ¿No puedes explicármelo de la manera más sencilla posible? No soy estúpido, y tal vez consiga aprender…
Puedo intentarlo —dijo Faethor.
Harry encendió un cigarrillo y se sentó sobre la mochila.
—¡Adelante! —dijo.
Janos es, sin duda, el mejor telépata —y esto significa también el mejor hechicero— que he conocido, por lo cual va a intentar ante todo invadir tu mente. Pero, como ya te he dicho, y es evidente, tu mente es extraordinaria, Harry. ¡Cómo no habría de serlo, si eres el necroscopio! Mientras tú has utilizado tus dones solamente para el bien, Janos, al igual que yo en mi época, ha utilizado los suyos para el mal. Y como tú sabes que es malvado, le temes y temes lo que él pueda hacerte. ¿Me comprendes?
—Claro que sí. Nada de lo que dices es nuevo para mí.
Para cualquiera menos versado en las costumbres de los wamphyri, Janos le inspiraría un terror tal que se quedaría paralizado. Pero tú no desconoces nuestros hábitos; por el contrario, eres un experto. ¿Conoces ese refrán que dice que la mejor defensa es el ataque?
—Sí, lo había oído.
Creo que en esta circunstancia sería cierto.
—¿Debo atacarle entonces? ¿Con mi mente?
Sí, cuando le percibas cerca, en vez de huir, búscale. ¿Qué está por entrar en tu mente? ¡Entra antes tú en la suya! Él espera que le temas, ¡sé audaz! Te amenazará; no hagas caso y golpea. Pero, sobre todo, no dejes que su maldad te amilane. Cuando abra ante ti sus grandes mandíbulas, entra por ellas, porque Janos es mucho más débil en su interior.
—¿Eso es todo?
Temo confundirte si digo más. Y, quién sabe, puede que aprendas más de la historia de Janos que de los consejos que yo te dé. Además, estoy fatigado; ha sido una noche de trabajo duro. Pregúntame lo que fue, pero no lo que será. Es verdad que he sido un observador de los tiempos, pero como lo atestigua mi actual situación, me he equivocado en demasiadas ocasiones.
Harry meditó sobre lo que había aprendido: el «consejo» de Faethor sobre la manera de enfrentarse a un ataque mental de Janos. Algunos podrían considerar que sería suicida seguir las instrucciones del vampiro, pero el necroscopio no estaba seguro de que así fuera. En todo caso, no parecía mucho, para empezar, pero era evidente que no iba a obtener más. Al parecer, la luz diurna había enfriado el entusiasmo del vampiro.
Harry se puso en pie, se desperezó y miró a su alrededor.
La bruma prácticamente había desaparecido; un puñado de casas se levantaba detrás de un seto, a poco más de un kilómetro de distancia; en la dirección opuesta, las siluetas de las aplanadoras y las excavadoras parecían dinosaurios inmóviles contra el horizonte gris. Una hora más, y rugirían animadas de destructiva vida mecánica, como si el sol hubiera calentado sus mecánicas articulaciones, poniéndolas en marcha.
Harry contempló el lugar donde se encontraba, el sitio donde Faethor había muerto la noche que Ladislau Giresci le cortó la cabeza entre las ruinas de la casa destruida por las bombas y en llamas. Vio las setas medio deshechas, sus esporas semejantes a manchas rojas sobre la hierba y el suelo; y con el ojo de su mente también vio a Faethor, la esquelética criatura amortajada que estuviera en su sueño.
—¿Estás dispuesto a contarme la historia de Janos? —preguntó.
Será un placer —respondió Faethor de inmediato—. Fue un placer crearlo, y un placer aún más exquisito acabar con él.
Pero antes de empezar con Janos…, ¿recuerdas la historia de los primeros tiempos de Thibor? ¿Cómo me robó mi castillo en los montes Khorvaty? ¿Y cómo yo, profundamente resentido, marché hacia el oeste? Déjame que te lo recuerde, entonces.
Así fue como sucedió…