¡No-muerto!
Se acercaba la noche, los primeros turistas se paseaban ataviados con sus trajes llamativos y las luces de la ciudad comenzaban a encenderse cuando el taxi condujo a los tres agentes británicos a su villa. Manolis Papastamos, que viajaba en el asiento delantero junto al conductor, estaba muy callado. Darcy supuso que el griego se sentía dejado de lado, y quizá despreciado por ellos, y se preguntó qué podía hacer para congraciarse con él. Papastamos aún podía serles de gran ayuda; sin su cooperación las cosas se les podían poner muy difíciles.
La villa, en cuyo jardín rodeado de altas paredes crecían los limoneros, los almendros y los olivos, estaba en la avenida Akti Canari, junto al mar y camino al aeropuerto. Era cuadrada y con un tejado plano, tenía ventanas con persianas, puertas de hierro forjado y un sendero de grava que llevaba hasta la puerta principal, donde brillaba tenuemente una lámpara que pendía del techo del portal revestido de madera de pino.
La lámpara había atraído a una nube de insectos, y éstos habían sido seguidos por varias lagartijas verdes, que salieron corriendo por las paredes cuando Papastamos hizo girar la llave en la cerradura de la puerta. Y mientras el conductor del taxi le esperaba, fumando un cigarrillo tras otro, el policía griego les mostró la casa a los tres extraños visitantes extranjeros.
No era la mejor de las villas, pero estaba aislada y era muy fácil llegar a ella desde la ciudad; tenía cocina, pero lo mejor sería que comieran en cualquiera de las excelentes tabernas de la vecindad. También tenía teléfono, y junto al aparato se veía, dentro de una carpeta de plástico, una lista de números que podían serles útiles. En la planta baja había dos dormitorios, ambos equipados con camas individuales, mesillas de noche con sus correspondientes lámparas y armarios empotrados. También había un espacioso salón con puertas de cristal que daban a un patio entoldado. Y finalmente, un pequeño cuarto de baño, sin bañera propiamente dicha, solamente una ducha y los demás accesorios. La planta alta no contaba para nada.
Cuando Papastamos terminó de enseñarles la casa, dio por sentado que esa noche no le necesitarían, pero cuando regresaba al taxi Darcy le siguió y le dijo:
—Manolis, no tenemos palabras para agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros. ¿Cómo hemos de pagar todo esto? Tendrá que decirnos cómo, cuánto y a quién.
—Es una atención del gobierno griego —respondió Papastamos.
—Muy amable de su parte —respondió Darcy—. De verdad, hubiéramos estado perdidos sin usted. Especialmente en circunstancias como ésta, tan difíciles para nosotros. Layard y Jordan son, o eran, dos de nuestros mejores amigos.
Papastamos por fin se volvió y le miró.
—¡También lo eran míos! —exclamó, conmovido—. Yo sólo les conocía desde hacía uno o dos días, pero eran buena gente. Y debo decirle que no todos los colegas que conozco lo son.
—Entonces debe comprender lo que sentimos nosotros, que les conocíamos desde hace largo tiempo.
Papastamos se quedó callado un instante, y luego se encogió de hombros, en un gesto de disculpa.
—Sí, claro que lo entiendo. ¿Puedo hacer algo más por ustedes?
—¡Claro que sí! —Darcy se dio cuenta de que ahora todo estaba bien entre ellos—. Como ya le he dicho, sin usted estaríamos perdidos. Nos gustaría que usted presionara todo lo posible para que terminen con la autopsia y el pobre Ken Layard pueda ser incinerado lo antes posible. Eso, para empezar. Será necesario además que le siga el rastro a esa pandilla de traficantes de droga, ya que por el momento usted es el único que sabe algo de ellos. Luego llamaremos a algunos de nuestros agentes, y usted deberá informarles sobre el asunto. Y finalmente, y si es posible… ¿cree que podría conseguirnos un coche?
—¡Ningún problema! —respondió Papastamos, tan exuberante como siempre—. ¡Mañana mismo lo tendrá aquí!
—Entonces, eso es todo por hoy —sonrió Darcy—. Nosotros dejaremos enteramente a su cargo la parte que le corresponde del caso, porque confiamos en usted. Y usted también debe confiar en nosotros, y dejar que nosotros cumplamos con nuestro deber. Aunque nuestros campos de trabajo sean diferentes, todos somos expertos, Manolis.
Papastamos garabateó un número en un trozo de papel.
—Puede encontrarme en ese número a cualquier hora —dijo—. Y si yo no estoy, siempre habrá alguien que le dirá dónde puede hallarme.
Darcy le agradeció otra vez y le dio las buenas noches. Y cuando el taxi se alejó, regresó al interior de la casa, cerrando antes la chirriante puerta.
Los tres salieron a comer, y a hablar.
—Pero ¿por qué tenemos que ir afuera? —quiso saber Darcy después de que encontraran una taberna en una calle tranquila, con mesas en pequeñas terrazas internas, a las que se llegaba subiendo una corta escalera, y donde se podía hablar al abrigo de oídos curiosos—. Quiero decir, ¿no era la villa lo bastante íntima?
—Quizá lo era demasiado —respondió Harry.
—¿Demasiado íntima? —se extrañó Sandra, que aún estaba conmovida por el breve contacto mental que había establecido con algo impensable cuando penetró en la mente de Trevor Jordan.
—Aquí hay otras personas —Harry intentó explicar algo de lo que no estaba demasiado seguro—. Otras mentes, otros pensamientos. Un telón de fondo de actividad mental. Ustedes dos deberían comprender esto mejor que yo. No deseo que nos descubran, de eso se trata. Ustedes, los agentes PES, se creen muy listos. Y yo sé que lo son. Pero los wamphyri también tienen poderes extraordinarios.
¡Wamphyri! Darcy Clarke no podía oír esa palabra sin recordar el caso de Yulian Bodescu. Y cuando se dirigió a Harry, sintió que un familiar escalofrío le recorría la columna vertebral.
—¿Y crees que ahora tenemos que vérnoslas con ellos? —preguntó—. ¿Con alguien como Bodescu?
—Peor que eso. Bodescu, comparado con esto, era un libro abierto. Él no sabía lo que le estaba sucediendo. No era un inocente (no lo fue ni siquiera el día que nació), pero lo era con respecto a las costumbres de los wamphyri. Bodescu era un principiante, un niño que intentaba correr antes de saber caminar. Y cometía errores, se caía. Hasta que una de esas caídas fue fatal. Pero éste no es así.
—Harry —dijo Sandra—, ¿cómo sabes contra qué debemos enfrentarnos? Sí, yo percibí una mente junto a la de Trevor, poderosa y absolutamente maligna…, ¿pero no podría tratarse de la mente de otro telépata? Ken y Trevor estaban investigando un asunto de drogas. ¿Y si las grandes mafias criminales hubieran organizado sus propios grupos de percepción extrasensorial? Podría suceder, ¿no lo crees?
—Lo dudo, según mi experiencia, las personas dotadas de poderes de percepción extrasensorial no trabajan para otra gente.
—¡Qué dices! —se sorprendió Darcy—. Si todos nosotros lo hacemos, Harry. Ken, Trevor, Sandra, yo… E incluso tú, en otra época.
—Nosotros trabajamos por una causa, por una idea, por un país, por venganza incluso; pero nunca para el lucro de otra gente. ¿Lo harías tú si fueras tan poderoso como el que percibió Sandra? ¿Venderías tu talento a una pandilla de delincuentes que te destruirían en el instante en que comenzaran a temerte? Algo que, tarde o temprano, sucedería.
—Pero ¿qué me dices de Ivan Gerenko, que…?
—Era un demente, un megalomaníaco —le interrumpió Harry—. Hasta el nigromante Dragosani trabajaba por un ideal, la resurrección de Valaquia. Al menos hasta que el vampiro que le había penetrado le dominó. Escúchame, Darcy, ¿cuántas personas conoces que tengan tu talento? Y tú, Sandra, ¿conoces muchos telépatas? Yo sé que lo eres desde hace apenas unas pocas horas. Tú no vas por ahí pregonando tus habilidades, ¿verdad? Creedme, los que dicen que tienen dones especiales son impostores. Médiums y torcedores de cucharas, místicos y gurúes, ¡todos son impostores!
Darcy se rió, sarcástico.
—¿Quieres decir que todos los PES somos buenos chicos?
—No, de ningún modo —respondió Harry—. Hay demasiada maldad en el mundo, incluso entre las personas dotadas de poderes PES. Pero piensa un poco: si eres malo, y tienes una habilidad especial, ¿por qué habrías de vendérsela a alguien? ¿No la utilizarías en secreto para adquirir poder, o riqueza, o lo que fuera?
—Has dado en el clavo. Más de una vez me he preguntado por qué no hacen algo así. Me refiero a los agentes de la Organización E.
—Algunos, sin duda, lo hacen —dijo Harry—. No, no digo los agentes de la Organización sino otra gente que no conocemos, y que poseen poderes PES. Debe de haber mucha gente en el mundo con dones especiales. ¿Cómo sabemos que eso que denominamos talento para los negocios no es otro don especial? ¿Ese hombre ganó millones y millones porque es un negociante hábil, o porque «algo» que la mayoría de los mortales no posee le guía? ¿Algo que tal vez él mismo ignora? ¿Y el héroe de guerra? ¿Es realmente tan valiente como todos suponemos, o tiene un ángel guardián (como tú, Darcy, o como Gerenko) que le cuida? ¿Sabes que en los casinos tienen una lista de gente a la que no permiten la entrada, jugadores profesionales que tienen el don de ganar siempre, y que muchos de ellos son tan ricos como Creso?
—Todo eso que dices suena muy verosímil —argumentó Darcy—, pero no tienes ninguna prueba de que éste sea un vampiro.
—Aún no tengo pruebas, pero sí indicios. Evidencias circunstanciales, pero evidencias de todos modos.
—¿Puedes hablarnos de ellas? —preguntó Sandra.
Harry, que es probable se sintiera irritado, se volvió hacia Sandra.
—Sandra, tú lo más cerca que has estado de un vampiro es cuando leías mi expediente…, y doy por supuesto que lo has hecho. Es un texto habitual entre los agentes de la Organización E, para prevenirles sobre lo que puede pasar en el futuro. Pero yo sé de qué estoy hablando, y también Darcy, porque lo hemos vivido. No quiero ofenderte, pero lo mejor que puedes hacer es permanecer callada y escuchar. Y presta mucha atención, porque, aunque no lo sabemos con seguridad, puede que cuando le viste en la mente de Trevor él también te haya visto a ti.
Sandra se sobresaltó y se sentó aún más erguida en su silla, y Harry le acarició la mano por encima de la mesa.
—Siento ser tan brusco, pero tal vez ahora puedas comprender lo que me preocupa. Yo he estado antes en una situación similar, pero tú… ¡Por Dios, no quiero que te suceda nada malo!
—Pero has hablado de indicios —dijo Darcy.
El camarero vino a tomar el pedido antes de que Harry pudiera responder. Darcy pidió el menú completo; Sandra, una ensalada y un postre; y Harry solamente un plato de pollo y café, mucho café.
—Con el estómago lleno, siempre tengo sueño, y resulta aún peor si tomo alguna bebida alcohólica. Y quiero que entendáis que este asunto es mortalmente serio. Pero si quieres beberte ese brandy, Darcy, ¡adelante!
Darcy contempló su copa de brandy, casi llena, y la hizo a un lado.
—Así pues, hablemos de las evidencias —dijo Harry—. Los muertos no han intentado comunicarse conmigo desde hace más de cuatro años. O si lo han hecho, yo no me he enterado. ¡Ah, sí, puede que haya visto a mi madre en sueños! De hecho, estoy seguro de que me ha visitado en mis sueños, porque ella es así. Y ahora, de repente, los muertos me han puesto en peligro. El hecho de que atacaran a Wellesley fue enteramente circunstancial: se hallaban allí precisamente cuando él acudió a asesinarme. Pero estaban allí porque habían ido a entregarme un mensaje. Y caben tres posibilidades: a) que lo hicieran por encargo de mi madre, b) por decisión propia, porque estaban muy preocupados por mí, o c) que fueran el correo de Ken y Trevor, que habían intentado comunicarse conmigo en mis sueños.
—No sabía que ellos hubieran intentado comunicarse contigo telepáticamente —dijo Darcy frunciendo el entrecejo.
—Tampoco lo sabía yo hasta que Trevor Jordan despertó, nos vio y habló. Una voz mental suena en mis oídos exactamente igual que una voz real, Darcy, y en Escocia soñaba que algunas personas intentaban comunicarse conmigo, pero yo no sabía quiénes eran. Y reconocí la voz de Trevor tan pronto como la oí. Ken es un localizador, y por eso me encontró en Escocia. Y Trevor un telépata, y ayudó a enviar el mensaje. ¿Y por qué a mí? Porque ellos sabían a qué se enfrentaban, y yo soy considerado un experto en el trato con esos seres. Y ellos no lo ignoraban, porque también participaron en el caso Bodescu.
Darcy hizo un gesto de asentimiento. Después alzó la copa de brandy y bebió una pequeñísima cantidad, apenas lo bastante como para humedecerse los labios.
—Está bien. ¿Y qué otras evidencias tienes?
—Las de mis propios sentidos —respondió Harry—, que, como los tuyos, son más de cinco.
—Ya no —señaló Sandra, y de inmediato se mordió la lengua y esperó que Harry no tomara a mal su observación.
Harry sonrió, aunque con cierta sorna, y dijo:
—No necesito hablar con los muertos para reconocer la diferencia entre un cadáver y un hombre vivo.
—¡Eso no quiere decir nada! —exclamó Darcy, frunciendo una vez más el entrecejo—. ¡Lo mismo nos sucede a nosotros!
—¿Habéis caminado alguna vez por una calle vacía y silenciosa de noche? —preguntó Harry—. ¿Y habéis tenido de repente la sensación de que allí había alguien? Y un instante después, visteis la llama de una cerilla en una esquina oscura, y era alguien que encendía un cigarrillo. ¿Habéis jugado alguna vez al escondite, y cuando estabais buscando a los otros niños tuvisteis de repente la sensación de que alguien os estaba mirando, a vuestra espalda? ¿Y cuando os disteis la vuelta, uno de los niños estaba allí? Y no hablo del sexto sentido que vosotros poseéis, sino de otra cosa, una especie de intuición visceral.
Darcy asintió, y Harry continuó hablando.
—Bien, de la misma manera en que vosotros sentís la presencia de gente viva, yo siento la de los muertos. Sé muy bien cuando estoy en compañía de los muertos. Y es por eso por lo que puedo deciros con seguridad que Ken Layard no lo está. Aunque todavía pudiera hablar con los muertos, no podría hacerlo con Ken, porque no lo está. Tampoco está vivo, sino en un estado intermedio entre la muerte y la vida. Está no-muerto, y esclavo de otro ser, y resucitará como vampiro a menos de que logremos que muera para siempre. Eso es lo que me decía en mi sueño, lo que me rogaba que hiciera: que le encontrara, acabara con él y le permitiera descansar en paz.
—¿Y como él y Trevor no pudieron comunicarse contigo, los muertos te llevaron su mensaje? —preguntó Darcy.
—Exactamente —respondió Harry—. Intentaron deletrearlo piedra a piedra en mi jardín.
Sandra se estremeció.
—¡Por Dios, si yo hubiera desobedecido a Wellesley, habría estado allí cuando él fue a por ti! ¡Y también cuando ellos vinieron por él! ¡No creo que hubiera podido soportar ver a…, a esas cosas!
Harry le cogió la mano por encima de la mesa.
—No son cosas —le dijo—. Antes fueron seres humanos vivos. Y ahora son personas muertas. Casi todo el suelo fértil, y la arena, y el firmamento y el mar de este planeta fueron algo vivo en una época o en otra. Es la naturaleza de las cosas, y la vida es un estado por el que pasamos. Pero los muertos piensan en mí lo bastante como para trascender el orden natural de las cosas.
—¿Y trascender ese orden… les hace sobrenaturales? —preguntó Darcy.
—Supongo que sí —respondió Harry dirigiendo su melancólica mirada hacia su compañero—. ¿Pero acaso no pensábamos en otra época que los vampiros eran sobrenaturales? —Y Harry por fin se permitió una auténtica sonrisa, aunque débil—. ¿Sabes, Darcy? Para ser el director de la Organización E, eres muy escéptico. Quiero decir, ¿no ha sido la Organización siempre un asunto de esta clase? ¿Artefactos y fantasmas? ¿Lo físico y lo metafísico? ¿Lo natural y lo sobrenatural?
—No soy escéptico, he visto demasiadas cosas como para serlo. Pero me gusta que me expliquen claramente las cosas, nada más.
—¿Y te las he explicado bien?
—Pienso que sí. De manera que… ¿adónde iremos desde aquí?
—A ningún lado. Examinaremos los datos que conocemos, haremos hipótesis sobre los que ignoramos, e intentaremos prepararnos para lo que vendrá. Pero sinceramente, si yo fuera uno de vosotros, abandonaría este asunto lo antes posible.
—¿Qué dices? —Darcy se preguntó si le habría oído bien.
—Sí, me refiero tanto a ti como a Sandra. Deberíais subir al primer avión con destino a Inglaterra, ir derechos a la Organización E, y desde allí utilizar todo el poder que tuvierais. Deberíais llevar este caso tal como lo hicimos con el de Bodescu: haciendo el menor ruido posible hasta saber con qué tenemos que vérnoslas.
—Estamos en esto juntos —respondió Darcy—. Y yo puedo dar instrucciones a la Organización desde este lugar. Tal vez deba recordarte que no es mi costumbre sufrir daños de ningún tipo. ¿Gracias a mi ángel guardián? Además, ¿qué podrías hacer solo? Sandra tenía razón, Harry. Eres un ex necroscopio. Ya no tienes tus antiguos poderes. En lo que a dones especiales se refiere, tú eres una estrella en decadencia. Y tal como tú mismo señalaste, lo que sucedió en Bonnyrig no fue más que una coincidencia: aquí no estarán los muertos para ayudarte cada vez que los necesites. De modo que hablemos claro: de los tres, tú eres el más débil. Nos necesitas más a nosotros que nosotros a ti.
Harry le miró fijamente.
—Vosotros necesitáis mis conocimientos —dijo—. Y yo ya he hablado del posible peligro para Sandra. Ella no debería de ningún modo estar cerca de mí y… —se interrumpió bruscamente, pero el daño ya estaba hecho; Harry nunca había sido un hombre ducho en subterfugios.
—¿Cerca de ti? ¿Qué has querido decir con eso, Harry? —preguntó Sandra, y ahora fue ella quien le cogió la mano por sobre la mesa.
El suspiró, desvió la mirada, y por fin habló.
—Mira, estamos tratando con un vampiro. Es posible que pertenezca a la vieja guardia, pero en todo caso no demasiado lejano a los seres originales, los wamphyri. Y como vengo diciendo, sin que tú prestes demasiada atención, los wamphyri tienen poderes. Sandra, tú miraste en la cabeza de Jordan, y allí estaba esa criatura torturándolo, interrogándolo acerca de nosotros. En este momento, probablemente sabe todo lo que se puede saber sobre la Organización E, y lo que hicimos con ese Thibor Ferenczy, y con Yulian Bodescu, y… ¡diablos, todo lo que él quiere saber! Pero lo que es más importante lo sabe todo acerca de mí. Y si no lo sabe, lo sabrá. Y luego vendrá a buscarme. Debe hacerlo, porque sabe que le he descubierto. Yo soy Harry Keogh, el necroscopio, y soy peligroso. ¡He matado vampiros! ¡He destruido las simientes de vampiros!, y en algún lugar de mi mente guardo los secretos del habla de los muertos y del continuo de Möbius. Claro que él vendrá a por mí. Y también por vosotros, si estáis conmigo. En cuanto a ti, Darcy, es verdad que tienes tu don que te protege. Pero aun así eres un hombre de carne y hueso. Has nacido, y puedes morir. Y recuerda, esa criatura sabe que posees ese don. Y si hay alguna manera de matarte (o, mejor aún, de utilizarte), él la descubrirá.
—Pero ésa es precisamente mi gran ventaja. ¡Yo ya sé cómo destruirle! —argumentó Darcy.
—¿Sí? ¿Y cómo le encontrarás? ¿Y piensas que cuando le hayas encontrado (si lo consigues), él se quedará inmóvil esperando que le claves la estaca? ¡Hombre, el vampiro no va a esperar que le busques, vendrá él a tu encuentro! ¡Vendrá por nosotros! ¡Voy a decirlo una vez más: comparado con esta criatura, Yulian Bodescu era un aficionado, un niño de pecho!
—En ese caso, solicitaré ayuda a la Organización E, todos los hombres de que dispongan. Mañana a mediodía puedo tener aquí a diez de nuestros mejores agentes.
—¿Los llamas para que los exterminen?
La frustración de Harry se estaba convirtiendo en ira. Tenía ante sí a dos personas de brillante inteligencia, y tenía que explicárselo todo como si fueran niños. Pero comparados con los wamphyri, eran inocentes como niños.
—¿No puedes entenderlo, Darcy? —Harry lo intentó una vez más—. Ellos no conocen al vampiro, no saben quién es, ni dónde está.
Sandra decidió intervenir, y su inocencia y falta de experiencia se hicieron aún más evidentes.
—Haremos como en el juego del escondite —dijo—. Nos mantendremos ocultos y esperaremos a que él descubra su juego. O bien le cercaremos mediante un sistema de eliminación. O…
—Podemos utilizar a nuestros localizadores —la interrumpió Darcy—, tal como lo hicimos con Bodescu y… —El agente británico se quedó callado de repente; sintió un hormigueo en el cuero cabelludo y dio un respingo cuando comenzó a entender la inmensa dificultad de todo aquello. Y repitió horrorizado—: ¡Nuestros localizadores!
Y ahora también Sandra comprendió.
—¡Mi Dios! —exclamó.
Harry hizo un gesto de asentimiento y se echó hacia atrás en la silla.
—Veo que comenzáis a pensar —dijo, casi sin ironía—. ¿Localizadores? Una idea genial, Darcy, si no fuera porque es probable que nuestro enemigo tenga muy pronto su propio localizador. Sí, y Ken Layard es uno de los mejores.
Llegó la comida. Sandra y Darcy, preocupados y sombríos, apenas si tocaron sus platos. Harry acabó deprisa con la suya, encendió un cigarrillo y comenzó a beber el café.
—Quizá tengamos que incinerar nosotros mismos a Ken —dijo Darcy, tras unos minutos de silencio.
Harry hizo un gesto afirmativo.
—Ya ves por qué yo tenía tanta prisa —dijo.
—¡Qué tonta soy! —exclamó de repente Sandra—. ¡Me siento tan tonta! ¡Vaya estupideces que he dicho!
—No —le respondió Harry—, no eres tonta. No te disminuyas a ti misma. Eres leal, valiente y humana. No puedes pensar como piensa un vampiro, de la misma manera que tampoco puedes hacerlo a la manera de una cucaracha. Y de eso se trata, de ser tan retorcidos como ellos. Pero no pienso que eso sea un mérito. Créeme, no lo es. Se siente asco de uno mismo cuando se trata de pensar como ellos.
—Ahora estoy de acuerdo contigo —intervino Darcy—, Sandra tiene que abandonar este caso.
—Sí, y para empezar no debería haber venido con nosotros, pero no supimos de qué se trataba hasta que llegamos a Rodas. —Harry se volvió hacia la joven y continuó—: ¿Te das cuenta, cariño, de que serías un estorbo? Darcy se las arreglaría, él siempre lo hace, pero yo no podría pensar claramente estando tú en Rodas. Estaría todo el tiempo preocupado por ti.
Sandra pensó: «Es la primera vez que me llama cariño en… ¿uno o dos días? Un período muy largo, de todos modos». Pero la espera había valido la pena.
—¿Y qué debo hacer? —preguntó la joven—. ¿Quedarme sentada en casa y esperar que todo vaya bien?
—No —respondió Darcy—. Tú coordinarás el trabajo de la Organización E mientras yo esté ausente. Con Wellesley fuera de la escena y yo aquí, las cosas pueden ponerse difíciles. Pero tú tienes conocimiento de primera mano de nuestra situación, y serías muy valiosa como enlace. Además, eso significa que te informarán de todo lo que suceda día a día. De hecho, tendrás tanto trabajo que no te quedará tiempo para preocuparte por Harry.
—Darcy tiene razón y tú lo sabes —intervino Harry.
Sandra les miró, y luego apartó la vista.
—Bien, debo decir que lo que me proponéis tiene al menos algo bueno: no tendré que preocuparme por cosas como…, ¡cómo incinerar al pobre Ken!
Darcy miró a Harry.
—¿Qué hacemos con eso? —preguntó—. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que…?
—Actuaremos por nuestra cuenta sólo si las autoridades locales no hacen nada al respecto —respondió Harry—. Pero creo que con este clima (el calor y demás), suelen proceder con bastante rapidez.
—Pero en teoría…, ¿cuánto tiempo tiene que transcurrir para que las cosas se pongan… difíciles, por así decirlo?
—¿Me preguntas cuándo el vampiro se levanta de su tumba y comienza a andar? —Harry hizo un gesto negativo con la cabeza—. No, en teoría no está fijado el número de horas necesarias. ¿Cuánto tiempo le llevó a George Lake, el tío de Yulian Bodescu?
—Tres días con sus correspondientes noches —respondió Darcy de inmediato—. Apenas si tuvieron tiempo de enterrarlo cuando ya intentaba salir.
—¡Por favor, ya basta! —exclamó Sandra horrorizada.
Harry sintió pena por ella, pero no tenía más remedio que continuar.
—Lake era el ejemplo oficial, pero no creo que haya reglas estrictas. Yo, en todo caso, no me fiaría de ninguna. —Harry se irguió en su silla y miró a su alrededor—. ¿Sabéis una cosa? Estaba pensando que debemos parecer unos turistas muy desgraciados. Y este lugar se está llenando. Me parece que deberíamos volver a la villa. Si he de ser sincero, podría equivocarme con respecto al valor defensivo de las multitudes; quizás estemos tan seguros allí como aquí. Y aún tenemos que planear nuestras futuras operaciones… y convertir la villa en un lugar seguro.
Hicieron el camino de vuelta en silencio. Estaban lejos del centro y al comienzo de la temporada turística, de modo que no se veía mucha gente en las calles. Había tráfico, coches que se dirigían al centro, pero las aceras estaban casi vacías. Caminando junto al mar, y con la Vía Láctea iluminando el cielo como polvo de diamantes, el paseo, en otra circunstancia, hubiera podido ser romántico. Pero cuando cruzaron el sendero de guijarros rumbo a la puerta de la villa, ni siquiera el quejoso, repetitivo y sin embargo melódico grito de los pequeños búhos consiguió levantarles el ánimo.
Tan pronto entraron, Darcy se dirigió a la planta alta a inspeccionar las ventanas mientras Harry hacía lo mismo con las de la planta baja y con la puerta trasera. Ambas puertas eran sólidas, con cerraduras fuertes y buenos cerrojos. Todas las ventanas estaban protegidas por persianas en el exterior y por cerraduras de seguridad en el interior.
—No podría estar mejor —observó Darcy cuando se reunieron alrededor de la mesa en el salón.
—Sí que podría —le contradijo Harry—. Hazme acordar mañana de que compre ajos.
—Claro —asintió Darcy—. ¿Sabes que lo había olvidado? Como es parte de la leyenda, uno olvida que también es un hecho comprobado.
—Ajos, sí —repitió Harry—. En Sunside los viajeros los llaman kneblasch. Ésta es también la raíz de su nombre en algunas de las lenguas de la Tierra. En alemán el ajo se llama knoblauch, y para los gitanos es gnarblez. —Harry sonrió con cansancio y sin ningún humor—. Un poco más de información inútil.
—¿Por qué inútil? —dijo Sandra—. Creo que deberías darnos toda la información que tengas, por inútil que te parezca.
Harry se encogió de hombros.
—Darcy puede hablarte de todas las leyendas. Pero si eso es lo que quieres… —Y volvió a encogerse de hombros, antes de advertirle con tono serio—: Hay algo que debes recordar siempre: con un vampiro no hay nada seguro. Y nadie, ni siquiera yo, lo sabe todo sobre ellos. ¡Y creo que yo no sé ni una décima parte! Pero sé que cuanto más cerca se está de la fuente, del wamphyri original, más efectivos son los venenos. El ajo les marea. Su olor les molesta como nos molesta a nosotros la inmundicia, e incluso les enferma. Un vampiro herido por un arma untada con ajos (una flecha, un cuchillo o una espada, lo que sea) sufre horriblemente. Y a menudo se desprende del miembro herido, y otro crece en su lugar.
Darcy y Sandra se miraron horrorizados, pero no dijeron nada.
—La plata —continuó Harry— les envenena como nos envenena a nosotros el mercurio o el plomo. Y eso me recuerda que debemos buscar un par de esos bonitos cortapapeles griegos de plata. Darcy, ¿has visto los proyectiles que metí junto con la ballesta? Son de madera muy dura, curada con aceite de ajo, y la punta es de plata. Y no me preguntéis si hablo en serio. En Starside los Viajeros tienen una confianza ciega en estas cosas, y gracias a ellas están vivos.
«¡Starside!», pensó Darcy, contemplando a Harry. «El extraño mundo paralelo de los vampiros. Él lo vio, estuvo allí y consiguió regresar. Vivió todo eso. Y ahora está aquí, tan humano y vulnerable, e intenta explicárnoslo todo a nosotros. Y nunca se enfada con nosotros, ni se derrumba desesperado. Y nunca abandona.»
—¡Vampiros! —exclamó Sandra, y sintió una extraña mezcla de fascinación y odio ante la palabra—. Háblanos de ellos, Harry. Ya sé que está todo en los archivos de la Organización E, en Londres, pero es diferente cuando lo cuentas tú. ¡Sabes tanto de ellos, aunque digas que sabes muy poco!
—Te diré unas cuantas cosas acerca de ellos de las que estoy seguro —respondió Harry—. Son más astutos de lo que un ser humano podría imaginar jamás. Son todos mentirosos, y, casi en cada ocasión, si pueden mentir lo hacen, a menos que puedan ganar algo diciendo la verdad. Son expertos en confundir cualquier argumento, aficionados a acertijos ambiguos y frustrantes, a juegos de palabras, rompecabezas y paradojas, falsos iguales y paralelos. Son terriblemente celosos, posesivos y reservados. Y se aferran a la vida (o a la no-vida) con más tenacidad que ninguna criatura de la Creación.
»Su fuente está en los pantanos que se extienden al este y al oeste de la cordillera central que divide Starside de Sunside. La leyenda dice que en ocasiones salen del pantano bajo la forma de sanguijuelas monstruosas que se adhieren a los hombres o a las bestias. Nadie sabe qué grado de inteligencia poseen en este estadio, pero sí que su famosa tenacidad ya está presente. Viven de la sangre de su anfitrión y forman con él una horrible simbiosis. El anfitrión cambia, mental y físicamente. El vampiro, que es asexuado, adopta el sexo del ser que lo alberga, e infunde en él (o en ella) el deseo de sangre que servirá para alimentarlos a ambos.
»Ya he dicho que el anfitrión cambia físicamente. Eso es verdad, la carne de un vampiro es distinta de la nuestra. Tiene el poder de regenerarse. Si pierde un dedo, un brazo o una pierna, el vampiro acabará por reemplazarlo por otro. Esto no es algo tan raro como parece, la estrella de mar lo hace aún mejor. Si cortas una estrella de mar por la mitad, cada una de las partes se convertirá en un nuevo animal completo. Algo parecido sucede con las lagartijas que pierden su cola, o con las lombrices de tierra. Pero un vampiro no es una lombriz. Lesk el Glotón, un demente noble wamphyri, perdió un ojo en una batalla e hizo que otro le creciera en el hombro.
»A medida que el vampiro madura dentro de su anfitrión, la resistencia y el vigor de éste aumentan de manera enorme. Y lo mismo sucede con sus emociones. Con la sola excepción del amor, cuyo concepto es algo ajeno a los wamphyri, todas las otras pasiones se desatan. Odio, lujuria, la urgencia de pelear, de violar, de torturar y destruir a amigos y enemigos. Pero todo esto se ve atemperado por el deseo de anonimato, la pasión por el secreto del vampiro. Porque sabe que, si le descubren, los hombres no descansarán hasta destruirlo. Esto último se aplica también a su mundo, claro está, donde ellos son (o eran) los señores. Lo eran hasta que los moradores y yo llevamos su reino a la ruina. Pero incluso antes algunas tribus de Viajeros los destruían siempre que les era posible. Mi hijo y yo… no los destruimos a todos. ¡Ojalá lo hubiéramos hecho!
»Así pues, ¿cuándo, cómo y dónde llegaron por primera vez a la Tierra? ¿Qué vampiro fue el primero en habitar este mundo? Quién sabe… En las leyendas de los hombres ha habido siempre vampiros. ¿Dónde?… Es algo más fácil responder a esa pregunta: en la antigua Dacia, en Romani y Moldavia, en Valaquia. Que son una y la misma región, para ti Rumania, en la zona cercana al Danubio. Allí hay una puerta, un túnel entre diferentes dimensiones, que afortunadamente es inaccesible. O casi inaccesible. Yo lo utilicé cuando fui a Starside, pero eso fue antes de que mi hijo me despojara de mis facultades.
Harry se echó hacia atrás en su silla y suspiró. El paso del tiempo y los últimos acontecimientos se estaban dejando sentir. Parecía muy fatigado, pero de todos modos dijo:
—¿Alguna otra pregunta?
Aunque sabía que el tema provocaba en ella una fascinación morbosa, Sandra no podía resistirse.
—¿Qué nos puedes decir de sus ciclos vitales, de su longevidad? Cuando leí el expediente guardado en los archivos de la Organización E, todo lo que concierne a los vampiros me pareció fantástico. Y tú dices que su origen está en los pantanos. Pero ¿y antes de eso? ¿Cómo llegaron a los pantanos?
—Eso es como preguntar quién existió primero, si la gallina o el huevo —dijo Harry—. Los pantanos son su territorio, eso es todo. ¿Por qué hay aborígenes en Australia? ¿Y por qué los dragones de Komodo sólo se encuentran en Komodo?
»En cuanto a su ciclo vital: comienza en los pantanos, y al principio tienen la forma de grandes sanguijuelas, o babosas. Al menos, eso es lo que yo tengo entendido. Luego se introducen en hombres o en bestias, generalmente lobos. Y, dicho sea de paso, yo tengo la hipótesis de que el hombre lobo de tantas leyendas es en realidad un vampiro. ¿Y por qué no? Se alimenta de carne roja y cruda, y su mordedura crea otro hombre lobo. Y esto se debe a que cuando muerde transmite el huevo, que lleva los códigos genéticos del lobo y del vampiro.
La expresión obsesionada de Harry adquirió renovada intensidad.
—¡Dios mío! —susurró, sacudiendo la cabeza en un gesto de asombro—. ¡Cada vez que pienso en eso me acuerdo de mi hijo! Me pregunto dónde estará ahora. ¿Será aún un señor vampiro en Starside? ¿En qué se habrá convertido el hijo que tuvimos con Brenda? ¡El vampiro de Harry venía de un lobo!
Durante un instante su mirada fue melancólica, distante, como perdida. Pero luego parpadeó, se rehizo y su mente volvió al presente.
—Continuemos hablando del ciclo vital de los vampiros. Ya hemos visto cómo se convierten de sanguijuela de un pantano a parásitos de un ser humano o una bestia. Pero yo he llamado a esto una simbiosis, que, como vosotros sabéis, significa un toma y daca por ambas partes. El parásito obtiene su alimento y aprende de la mente de su anfitrión. Y éste, por su parte, obtiene los poderes de regeneración del vampiro, su protocarne, su habilidad para la supervivencia y, claro está, su longevidad. Con el tiempo el vampiro se fundirá con su anfitrión, será parte de él, totalmente inseparable. Los dos miembros de la unidad simbiótica (incluidos sus cerebros) se fundirán lentamente y se convertirán en uno solo. Pero en los primeros tiempos el parásito conserva cierta individualidad. Si un vampiro inmaduro percibe que su anfitrión corre un riesgo extremo, al que no podrá escapar, puede incluso intentar separarse de él. Es lo que hizo el vampiro de Dragosani cuando yo destruí a éste. Pero no le sirvió de nada, pues también destruí al vampiro…
La voz de Harry sonaba repentinamente estremecida, y su rostro tenía una expresión atormentada.
—Y también, si se sabe cómo hacerlo, es posible expulsar a un vampiro inmaduro del cuerpo de su anfitrión. Pero siempre con resultados desastrosos para el anfitrión. —Y ahora ellos supieron que estaba hablando de lady Karen, y comprendieron el porqué de la expresión de su rostro.
Harry vio la expresión de los rostros de Sandra y Darcy, y continuó.
—¿De qué estaba hablando? ¡Ah, sí!, del ciclo vital de los vampiros. Bien, vosotros pensaréis que el resto de ese ciclo es lo más extraño que jamás habéis visto, pero yo no lo creo así. Echad una mirada a los anfibios, a las ranas y a los tritones. O a las mariposas. O si queréis continuar con los parásitos, pensad en la platija. ¡Eso sí que es verdaderamente horrible! Pero lo que hace aún más terrible al vampiro es su perversa inteligencia, y el hecho de que al final su voluntad es la dominante, mucho más fuerte que la de su anfitrión. De modo que, como veis, no es toma y daca sino sumisión total. Y además, está el huevo. Faethor Ferenczy le pasó su huevo a Thibor el Valaco por medio de un beso. Utilizó su lengua hendida para meterlo por la garganta de Thibor. Y desde ese instante el guerrero Thibor estuvo condenado. Empalado, encadenado y enterrado, no-muerto por quinientos años, Thibor lanzó hacia el exterior un tentáculo de protocarne y depositó su huevo en la nuca de Dragosani. La simiente del vampiro penetró rápida como el mercurio en la carne de Dragosani y se aferró a su columna vertebral sin dejar ni siquiera una huella. Y también Dragosani estuvo condenado. Faethor era wamphyri. Le dio su huevo a Thibor, y éste también se convirtió en wamphyri. Sí, y también lo habría sido Dragosani, si yo no hubiera acabado con él.
»El huevo es lo que verdaderamente transmite la condición de wamphyri. Y puede ser pasado a otro en un beso, en una cópula y simplemente arrojado hacia el anfitrión elegido, como quien tira al blanco. Eso es lo que Thibor Ferenczy, la antigua criatura enterrada, le dijo a Dragosani, pero Thibor, como todos los vampiros, era un mentiroso. El viejo demonio apenas si tocó el feto aún no desarrollado de Yulian Bodescu antes de que naciera. Y sin embargo, éste tenía todos los… llamémosles estigmas de los vampiros. Todos los signos y los síntomas, incluida la capacidad vampírica de cambiar de forma a voluntad. ¡Yulian era wamphyri! Pero… ¿habría producido su propio huevo? No lo sé. Es algo enteramente paradójico, como cabe esperar de un vampiro —concluyó Harry, y se quedó callado.
Sandra y Darcy habían escuchado estupefactos todo esto, pero cuando dejó de hablar, Darcy intervino:
—Sus variaciones son igualmente desconcertantes —dijo—. Bodescu, al parecer, contagió a su madre con un pequeño trozo de sí mismo. No sabemos qué clase de trozo, o cómo sucedió. Lo cierto es que crió algo monstruoso en los sótanos de la mansión Harkley, una cosa increíble que asesinó a uno de nuestros agentes. ¡Y lo hizo crecer a partir de su muela del juicio! Y luego utilizó a esa criatura de protocarne, sin cerebro, para contagiar a sus tíos y a su primo. Al parecer, los vampirizó a todos de diferentes maneras. ¡Si hasta vampirizó a su pobre perro!
Harry asintió con la cabeza y dijo:
—Sí, todo eso es cierto, pero no es ni la mitad de lo que pueden hacer. Darcy, los wamphyri de Starside tienen poderes que los vampiros de la Tierra, de nuestra Tierra, parecen haber olvidado, gracias a Dios. Pueden coger la carne de cualquiera (de un viajero, de un trog), y darle la forma que deseen. Ya he hablado de las bestias gaseosas, que crían por el metano que producen. Pero también producen guerreros, algo que parece increíble aun viéndolos.
—Yo he visto uno —Le recordó Darcy.
—En una película, sí —respondió Harry—, pero no has visto uno descendiendo del cielo sobre ti, cubierto por una armadura y provisto de armas letales. Y tampoco has visto a las criaturas de hueso y cartílago que diseñan especialmente para las pieles, ligamentos y esqueletos con los que extienden y abastecen sus madrigueras. ¡Y jamás habéis visto, ni podrías imaginaros a los sifoneadores!
Sandra cerró los ojos y alzó la mano como señalando que ya tenía bastante.
—¡No! —exclamó.
Había leído sobre las criaturas llamadas sifoneadores en el expediente de Keogh, y no deseaba oírlo de boca del propio Harry. Sabía de las grandes, plácidas y fláccidas criaturas que vivían en las torres de las madrigueras de los vampiros: cómo sus venas colgaban a través de metros y metros de huesos huecos, para transportar el agua desde los pozos. Y Sandra también sabía que todas esas criaturas —o bestias— habían sido alguna vez seres humanos, antes de la metamorfosis vampírica.
—¡No! —repitió la joven.
—Sandra tiene razón —intervino Darcy—. Tal vez éste no sea el momento oportuno para hablar de todas estas cosas. ¡Esta noche no podré dormir!
—Así es —asintió Harry—. Yo muy rara vez duermo bien.
Y como si se hubieran puesto de acuerdo, aunque en realidad no habían dicho ni una sola palabra al respecto, cogieron tres camas de los dormitorios y las llevaron al salón, las acomodaron alrededor de la mesa central y se dispusieron a dormir los tres en la misma habitación. Tal vez no era lo que aconsejaban las reglas de la buena educación, pero sí lo más seguro, dadas las circunstancias.
Harry trajo su ballesta, la montó y la cargó con un cuadrillo. Después dejó el arma en el suelo, entre su cama y la de Darcy, cerca de la mesa, donde no había peligro de que tropezaran con ella. Y luego, mientras los otros utilizaban el lavabo y se preparaban para acostarse, se recostó en un sillón y se cubrió con una manta. Si más tarde se sentía demasiado incómodo, se acostaría un rato en su cama.
Y en la oscuridad, y el silencio de la habitación, que no alcanzaba a iluminar un haz de luz grisácea que dejaba pasar la persiana, Darcy, bostezando, preguntó:
—¿Qué planes tenemos para mañana, Harry?
—Iremos a ver a Ken Layard —respondió sin vacilar Harry—, acompañaremos a Sandra a coger el avión a Inglaterra, y veremos qué se puede hacer por Trevor Jordan. Hay que tratar de sacarlo de aquí lo antes posible; si le alejamos del vampiro, reduciremos su influencia. Pero supongo que en esto dependeremos de las autoridades locales, y de lo que ellas decidan. Pero dejemos todo eso para mañana. Por ahora me conformo con pasar la noche sin más incidentes.
—Estoy seguro de que así será.
—¿Estás tranquilo?
—¡No demasiado! Pero no hay nada que me preocupe especialmente.
—Me alegro. Es muy bueno poder contar con un hombre como tú, Darcy Clarke.
Sandra no dijo nada. Ya estaba dormida.
Harry, aunque con un sueño intranquilo, finalmente durmió. Al principio eran breves e inquietos períodos de sueño, que no duraban nunca más de diez o quince minutos, pero en la madrugada la fatiga pudo con él, y su sueño se hizo más profundo. Y los muertos, que no podían comunicarse con Harry cuando estaba consciente, podían intentarlo ahora en sus sueños.
La primera fue su madre, cuya voz le llegó desde muy lejos, tenue como un susurro en los vientos de los sueños.
¡Haaarry! ¿Estás durmiendo, hijo? ¿Por qué no me respondes?
—¡No…, no puedo, madre! —respondió, esperando sentir de inmediato cómo estrujaban su cerebro y un ácido corroía los nervios de su mente—. Tú lo sabes. Si intento hablar contigo, él me hará sufrir un dolor insoportable. No él directamente, sino lo que él ha hecho en mí.
¡Si estás hablando conmigo, hijo! Pero has vuelto a olvidarlo, eso es todo. No podemos hablar cuando estás despierto, solamente entonces. Pero cuando sueñas no hay nada que pueda impedírnoslo. No tienes nada que temer de mí, Harry. Tú sabes que yo nunca te haría daño a propósito.
—Sí, ahora lo recuerdo —dijo Harry, aunque no muy seguro—. ¿Pero de qué nos sirve esto? Cuando despierte, no recordaré lo que me has dicho. Nunca lo hago. Me lo han prohibido.
Lo sé, Harry, pero en una ocasión encontré la manera de eludir esa prohibición, y puedo intentarlo una vez más. No sé exactamente cómo hacerlo, porque te siento muy lejos de mí, pero siempre se puede probar. Y si yo no puedo, quizás alguno de tus amigos…
—Madre —Harry hablaba ahora lleno de miedo—, tienes que decirles que no sigan con eso. No tienes idea del dolor y los problemas que me causan. Y ya tengo suficientes dificultades para querer sumar otras.
Ya sé que las tienes, hijo —respondió ella—. Pero hay problemas y problemas, y las soluciones son diferentes. Y no queremos que los resuelvas mal, eso es todo. ¿Lo comprendes?
Pero Harry, dormido, no lo entendía; sólo comprendía que estaba soñando y que alguien que le amaba intentaba ayudarlo, aunque de manera errónea.
—Madre —dijo, repentinamente enfadado con ella, y con todos los muertos—. Tú tendrías que comprenderme a mí. Métete en la cabeza, de una vez por todas, que me pones en peligro. Tú y los demás muertos. ¡Es como si todos vosotros intentarais matarme!
¡Harry, Harry! ¡Cómo puedes decir eso, hijo mío! ¿Matarte, nosotros? ¡Por el amor del cielo, nada de eso! ¡Tratamos de mantenerte vivo! —protestó ella.
—Madre, yo…
¡Haaarry! —La voz de ella se desvanecía, regresaba al lugar de donde venía, tan débil y distante como un nombre olvidado que tenemos en la punta de la lengua, y que no conseguimos recordar pese a intentarlo con todas nuestras fuerzas. Pero un instante más tarde la comunicación cobró nueva fuerza, y él pudo escucharla de nuevo.
Ya ves, hijo —dijo ella—, ya no nos preocupamos tanto por ti en ese sentido. Ya no nos resulta doloroso pensar que un día morirás. Sabemos que es así, porque todos morimos. Y gracias a ti hemos comprendido que la muerte no es tan negra como la pintan. Pero entre la vida y la muerte hay un estado intermedio, Harry, y nos han advertido que te aventuras muy cerca de él.
—¡La no-muerte! —ahora fue Harry quien se asombró cuando el sueño se volvió tan vivido como la realidad—. ¿Y quién te lo ha advertido?
Hay muchos talentos entre los muertos, hijo —respondió ella—. Están aquellos con quienes hablamos y en quienes confiamos, y cuyas palabras nunca tememos, y los otros a los que nunca, nunca jamás se debe hablar. En algunas ocasiones has actuado con imprudencia, pero esta vez… el mal… anda suelto…, negro como… nunca.
El muerto lenguaje de su madre sonaba entrecortado, se desvanecía. Pero Harry estaba seguro de que lo que ella había dicho era importante.
—¡Madre! —la llamó por entre la niebla de los sueños—. ¡Madre!
¡Haaaaarrry! —Su respuesta sólo fue el débil eco de una voz que se desvanecía…, que ya había desaparecido.
Y luego, algo tocó el rostro de Harry, que despertó sobresaltado y se sentó en el sillón.
—¿Qué pasa? —murmuró despierto a medias. ¿Era una brisa que pasaba? ¿Algo había sacudido el aire del salón?
—¡Shhh! —le hizo callar Sandra desde su cama—. Estabas soñando con tu madre.
Harry recordó dónde estaba y qué estaba haciendo en ese lugar, y durante un instante se mantuvo atento, escuchando rodeado por el silencio y la oscuridad de la habitación. Y poco después preguntó:
—¿Estás despierta?
—No —respondió Sandra—. ¿Pero quieres que lo esté?
—No, sigue durmiendo —susurró él.
Y mientras Harry se sumergía de nuevo en sus sueños, sintió otra vez aquel leve agitar del aire. Pero el sueño ya se había apoderado de él, y Harry no hizo caso de aquello…
En esta ocasión la voz salió del centro de una columna de niebla que apareció en el sueño de Harry, tan húmeda y envolvente como cualquier niebla que él hubiera visto en el mundo de la vigilia. Era una voz muy clara, aunque distante, su señal era fija y persistente. Pero también era oscura, y profunda y áspera y sepulcral como las campanas del infierno. Salió de la niebla y pareció rodear a Harry, ejerciendo presión sobre su mente necroscópica por todos los lados.
¡Ah, amado de los muertos! —dijo, y Harry lo reconoció de inmediato—. Te he hallado, a pesar de los esfuerzos de quienes quieren protegerte de una criatura muy vieja, muy muerta y completamente inofensiva.
—¡Faethor Ferenczy! —respondió Harry.
Haaarry Keeooogh —canturreó el otro con su profunda voz—. Pero dime, Harry, ¿qué significa el énfasis que percibo en tu voz cuando pronuncias mi nombre? ¿Es pavor? ¿Tiemblas ante el poder que alguna vez tuve? ¿O es otra cosa? ¿Miedo, tal vez? Pero ¿es eso posible, miedo en alguien que antes nunca lo tuvo? Harry, hijo mío, dime qué te ha cambiado tanto.
—No soy tu hijo, Faethor —respondió Harry de inmediato, y en su voz se percibió algo del espíritu que le animara en tiempos pasados—. Mi nombre está limpio, no lo manches.
¡Ahhh! — La monstruosa y sibilante criatura sonrió en la mente de Harry—. Eso está mejor; ahora hablas como el Harry que yo conocí.
—¿Qué quieres, Faethor? —preguntó Harry, con desconfianza y cautela—. ¿Has oído decir a los muertos que estoy en un aprieto y vienes a mofarte de mí?
¿Tú, en un aprieto? —dijo Faethor con fingido asombro, pero sin alcanzar a ocultar su sarcasmo—. ¿Es eso posible? ¿Con tantos amigos como tienes? ¿Con todos los muertos dispuestos a aconsejarte y a guiarte?
Harry conocía muy bien las maneras de los vampiros incluso en sueños. Y aunque los vampiros pertenecieran a la variedad de los ya extintos e inofensivos.
—Faethor —dijo—, estoy seguro de que sabes muy bien cuál es el problema; pero como me has preguntado, te lo explicaré. Sólo soy un necroscopio en mis sueños. De modo que goza ahora con mis dificultades, porque es un placer que no podrás tener cuando yo esté despierto.
¡Qué tono tan amargo! —dijo Faethor—. Y yo pensaba que éramos amigos…
—¿Amigos? —Harry tuvo ganas de reír, pero se contuvo. Era mejor no hostigar a una de estas criaturas, aunque estuviera muerta para siempre, como Faethor—. ¿En qué sentido dices que éramos amigos? Como has señalado, los muertos son mis amigos, y para ellos tú eres un ser abominable.
Y por eso me niegas —replicó el otro—, aunque el gallo no haya cantado tres veces.
—¡Eso es una blasfemia! —se indignó Harry, y percibió en su mente la vil sonrisa de Faethor.
¡Claro que lo es! Porque yo soy una gran blasfemia, Haaarry. Para algunos…
—Lo eres para todos, Faethor —dijo Harry. Y luego, con tono decidido—: Y ahora, vete. Ya tengo bastante de tus burlas. Tengo cosas mejores que soñar.
¡Tu memoria es muy frágil! —le imprecó el otro—. Cuando buscabas consejo, viniste a mí. ¿Te dije acaso que te marcharas? ¿Quién destruyó a tu enemigo en las montañas de Khorvaty?
—Me ayudaste porque te convenía, y no por otra razón. Lo hiciste para atacar a Thibor, y para vengarte desde la tumba por segunda vez. Arrojaste a Ivan Gerenko desde los peñascos de tu castillo porque él había contribuido a su destrucción. No has hecho nada por mí. De hecho, y ahora lo percibo con claridad, me utilizaste más de lo que yo te utilicé a ti.
¿Y qué? —replicó Faethor—. De modo que no eres tan tonto como yo pensaba. No me extraña que triunfaras, Harry. Pero aun si lo que dices es verdad, tienes que reconocer que el provecho fue mutuo.
Y Harry supo entonces que el vampiro no había venido sólo para burlarse; no, tenía otro propósito. Era evidente por la manera en que se había expresado al decir que el provecho había sido mutuo. Y Harry se preguntó si también esta conversación sería útil para ambos. ¿Qué quería el monstruo y —tal vez era más importante aún— qué estaba dispuesto a dar a cambio? Sólo había una manera de descubrirlo.
—Habla claro, Faethor —dijo Harry—. ¿Qué quieres de mí?
¡Qué vergüenza! —exclamó su interlocutor—. Sabes cuánto me gusta una buena discusión: el convencimiento de una lógica sin fisuras, la sutil manipulación de las palabras, la negociación antes de llegar a un acuerdo. ¿Por qué me niegas esos sencillos placeres?
—Suéltalo de una vez, Faethor —dijo Harry—. Dime qué quieres, y cuánto vale para ti. Y sólo entonces (si puedo dártelo sin avergonzarme de mí mismo), hablaremos de un acuerdo.
Muy bien —se resignó Faethor—. He oído comentar a los muertos que estás pasando una mala época. Sí, reconozco que sabía que te habían despojado de tus poderes. Es verdad que soy un paria entre los muertos, pero cuando ellos hablan, en ocasiones me complazco en escuchar a hurtadillas lo que dicen. Y han hablado mucho de ti, Harry Keogh, y he oído muchas cosas. Tienes prohibido hablar la lengua de los muertos, y tampoco puedes transportarte instantáneamente. ¿Es eso verdad?
—Sí.
Bien. —Harry percibió el gesto de asentimiento de Faethor—. Yo no sé nada de teletransporte, y en esa esfera no puedo ayudarte. Implica números, la resolución simultánea de una miríada de complicadas ecuaciones, y reconozco mi impotencia al respecto. Tengo un atraso de más de mil años, y no era un buen matemático ni siquiera en mi época. Pero en lo que se refiere al habla de los muertos, podemos llegar a un acuerdo.
Harry trató de disimular su interés.
—¿Un acuerdo? ¿Crees que puedes devolverme mis dones? No sabes lo que dices. Se han ocupado de mi caso personas expertas. Cuando estoy despierto, hablar con los muertos es para mí como echar ácido en mis oídos. Quiero decir, puedo hacerlo, pero ése es el efecto. Lo sé porque lo he intentado… ¡sólo una vez! Y en otra ocasión fui obligado.
Sí —respondió Faethor—. También he oído a los muertos susurrar que fue tu hijo quien te redujo a ese estado, cuando estabais en otro mundo. ¡Asombroso! Así que encontraste la manera de llegar allí, ¿no es verdad? Pero has sufrido las consecuencias…
—Faethor, ve al grano.
Lo haré, lo haré. El asunto es muy simple. Sólo los wamphyri pueden actuar sobre tu mente, y únicamente pueden hacerlo los muy poderosos. Lo que te ha vuelto un minusválido, Harry, ha sido el arte del hipnotismo, de la fascinación, utilizado por un gran maestro. Y yo, Harry Keogh, me enorgullezco de haber sido un maestro no menos grande.
—¿Estás diciendo que puedes curarme?
Faethor rió torvamente, porque sabía tan bien como Harry que el ex necroscopio estaba pendiente de sus palabras.
Lo que está escrito puede ser borrado —respondió—, como muy bien lo sabes. Y de la misma manera, lo que ha sido torcido puede ser enderezado. Ponte en mis manos, y lo haré…
—¿Ponerme en tus manos? ¿Dejar que penetres en mi mente, como Dragosani permitió a Thibor penetrar en la suya? ¿Crees que estoy loco?
Creo que estás desesperado.
—Faethor, yo…
Ahora escúchame —le interrumpió el vampiro muerto—. He hablado de la mutua conveniencia, y de lo que susurran los muertos en sus tumbas. Pero algunos no sólo susurran. En las montañas de Metalici y Zarundului hay difuntos que aúllan de terror ante la criatura que ha resucitado. Porque ni siquiera aquellos que llevan siglos en la tumba —ni siquiera sus huesos, o el polvo en que se han convertido— están a salvo de este ser. Sí, yo sé su nombre, y me considero responsable.
Ahora Harry estaba más pendiente que nunca de Faethor; pero como un pez en el anzuelo, trató de no hacerle las cosas fáciles al vampiro.
—Faethor, dices que un wamphyri se encuentra entre nosotros, pero yo eso ya lo sabía. ¿Qué más me ofreces? ¿O piensas que pondré mi mente en tus manos por algo de tan poco valor? Creo que de verdad piensas que estoy loco.
No, creo que estás dedicado a la erradicación de lo que tú consideras una vileza. La destruirás antes de que te destruya a ti. Lo harás por la seguridad y la sanidad de tu mundo y también lo harás… para mi exclusiva satisfacción. Porque odio a éste tanto como odiaba a Thibor.
—¿Quién era? —Harry hizo la pregunta a bocajarro, esperando coger al otro desprevenido y leer la respuesta en su sorprendida mente.
No necesitas hacer eso —dijo su interlocutor—, te diré de buena gana su nombre. ¿Por qué no hacerlo, si no lo recordarás cuando despiertes? Su nombre, su odiado y despreciado nombre, era Janos. —Y había tal odio en su voz que Harry supo que decía la verdad.
—Tu hijo —el otro asintió, suspirando—. Tu segundo hijo, después de Thibor. ¡Janos Ferenczy! Ahora al menos sé contra quién debo enfrentarme, aunque aún ignore contra qué.
El «quién» es Janos —dijo Faethor—, y el «qué», sin mi ayuda, te aniquilará.
—Entonces háblame de él —respondió Harry—. Dime todo lo que sepas, y lo demás corre por mi cuenta. Has negociado bien, no puedo negarte lo que me pides.
Faethor volvió a reír.
Tu memoria sin duda es muy frágil —dijo—. Durará sólo mientras estés soñando.
Lo que el vampiro decía era verdad, y la frustración de Harry se convirtió en ira.
—¿Entonces era cierto lo que yo sospechaba, que sólo habías venido a burlarte de mí?
No, de ningún modo. Vine a cerrar un trato. Y ya está cerrado. Vendrás al lugar en que sabes que yazgo, y volveremos a hablar… ¡pero la próxima vez recordarás!.
—¡Pero no recordaré nada de lo que hemos hablado ahora! —se quejó Harry.
Sí que recordarás. Me he cuidado de que no olvides al menos una parte de nuestra conversación. —La voz de Faethor llegó debilitada del interior de la bruma, que se alejaba—. ¡Me he cuidado de ello, Haaarry Keeooogh…!
—¿Harry? —Alguien estaba a su lado, y se inclinaba sobre él.
—¡Harry! —La mano de Sandra sacudía el brazo de Harry, y Darcy Clarke acudió a responder a los golpes que daba Manolis Papastamos en la puerta, mientras gritaba que le abrieran. La débil luz del amanecer entraba por las hendiduras de las persianas.
Harry hizo un esfuerzo para despertarse, se sentó en el sillón con movimientos de borracho, y estuvo a punto de tumbarlo al suelo.
Pero Sandra estaba allí para sostenerlo. Se abrazó a ella, y un momento después Darcy y Manolis entraron en el salón.
—¡Qué cosa terrible! ¡Qué cosa terrible! —repetía Manolis mientras Darcy abría la ventana y las persianas para dejar entrar la luz del nuevo día. Pero cuando la habitación cobró vida, la boca de Manolis se abrió en un gesto de pavor, y el policía griego señaló con una mano temblorosa el gran tapiz griego que cubría una de las paredes. ¡El tapiz se movía!
—¡Dios santo! —exclamó Darcy, mientras Sandra se aferraba a Harry.
En el tapiz se veía un paisaje de cielo azul, montañas pardas y pequeñas aldeas blancas, pero impreso en el cielo con grandes letras se veía un nombre: FAETHOR. ¡Y estaba escrito en una piel que se movía!
Harry ya había olvidado su sueño, pero nunca jamás podría olvidar las charlas que había tenido con el padre de los vampiros.
—¡Faethor! —exclamó atónito.
Y como si aquella fuera una palabra mágica, la palabra escrita en el tapiz se rompió en cientos de murciélagos. Pequeños como ratones alados, abandonaron el tapiz y volaron por el salón antes de escapar por la ventana abierta.
—De modo que es verdad —dijo Manolis Papastamos, pálido y tembloroso, aunque fue el primero en recuperarse—. Ahora todo tiene sentido. Yo pensaba que Ken Layard y Trevor Jordan eran unos policías muy raros, y que ustedes eran más raros aún. Pero, claro está, es así porque el criminal que persiguen es muy peculiar.
Sandra percibió telepáticamente una ráfaga de sus pensamientos y se dio cuenta de que Manolis estaba enterado de todo.
—Hubieran debido decírmelo todo desde el principio —dijo, y se dejó caer sobre una silla—. Yo soy griego, y nosotros comprendemos esas cosas.
—¿De verdad, Manolis? —preguntó Darcy.
—Claro que sí —afirmó el otro con un gesto—. El criminal que persiguen, el asesino, es un vrykoulakas. ¡Un vampiro!