El espacioso apartamento de Phyllis y Sam Riggs, en Central Park West. Maderas oscuras y libros. Viven allí y es también donde Phyllis tiene su consulta de psicoanalista. La distribución del apartamento permite al paciente entrar por la puerta principal y esperar en privado para pasar luego, en privado también, al sanctasanctórum en que tiene lugar la sesión. La vista predominante es la del gran salón y la de la puerta principal, aparte de una serie de puertas que conducen a otras habitaciones.

Son aproximadamente las seis de la tarde de un sábado de noviembre. No hay nadie en el escenario cuando oímos el timbre de la puerta y, al no obtener respuesta, unos golpes. Los golpes siguen oyéndose durante el siguiente diálogo.

CAROL (entre bastidores): ¿Phyllis? ¿Phyllis? (Phyllis entra por la derecha, totalmente vestida. Se sienta en el extremo derecho del sofá). ¡Phyllis! Soy Carol.

PHYLLIS: Ya voy.

CAROL: ¿Estás bien?

PHYLLIS: Estoy empapada. Me has pillado en la ducha. (Phyllis cruza el fondo del escenario en dirección al bar. Se sirve una copa y se la bebe de un trago. Carol sigue golpeando la puerta y dando timbrazos). Voy, voy, ya estoy vestida. (Phyllis se dirige a la puerta principal y le abre a Carol).

CAROL: ¿Te encuentras bien?

PHYLLIS: Sin entrar en detalles, por favor.

CAROL: ¿Sin entrar en detalles de qué?

PHYLLIS: He dicho que sin entrar en detalles.

CAROL: ¿Está todo el mundo bien?

PHYLLIS: ¿Todo el mundo? ¿Te refieres también a los países del Tercer Mundo?

CAROL: ¿Los países del Tercer Mundo?

PHYLLIS: ¿Te refieres a países como Zimbabue?

CAROL: ¿Ha ocurrido algo en África?

PHYLLIS: Dios mío. Eres tan literal… Es una maldición ser literal. Qué despilfarro de ingenio… Todas mis bromas y mis pequeñas ironías van directamente al retrete.

CAROL: ¿Qué pasa?

PHYLLIS: La alusión a los países del Tercer Mundo es sólo un chistecito para resaltar de un modo imperceptible el dolor de la tragedia tan humana a la que nos enfrentamos.

CAROL: ¿Qué tragedia?

PHYLLIS: Por favor, me cuesta trabajo considerar que sea una tragedia.

CAROL: ¿Cuánto tiempo llevas bebiendo?

PHYLLIS: El suficiente como para fundirme con la naturaleza. O, dicho de otro modo, para flotar en los vapores del alcohol. ¿En qué se diferencia un sushi de un chocho?

CAROL: Phyllis…

PHYLLIS: En el arroz. Me lo contó uno de mis pacientes. No te esfuerces en deconstruirlo, Carol; es un fenómeno demasiado abstracto para tu coeficiente mental. Se llama humor.

CAROL: Voy a hacer café.

PHYLLIS: Sólo si tú vas a tomarlo. Yo me conformo con seguir con mi Martini especial superseco: todo ginebra y una lagrimita de vermú.

CAROL: ¿Qué ha pasado?

PHYLLIS: ¿De qué estás acusándome?

CAROL: ¿Cuál es la emergencia?

PHYLLIS: ¿Qué emergencia?

CAROL: El mensaje que me dejaste.

PHYLLIS (fijándose en su indumentaria): ¿De dónde has sacado eso?

CAROL: ¿El qué?

PHYLLIS: ¿Es que no tienes ojos en la cara, bonita? El abrigo.

CAROL: ¿Este abrigo?

PHYLLIS: Ahora lo has pillado.

CAROL: Has visto este abrigo cientos de veces.

PHYLLIS: ¿De verdad?

CAROL: Ayer mismo.

PHYLLIS: Una de mis pacientes llevaba un abrigo de piel, ¿me sigues? Confeccionado con muchas pieles…

CAROL: ¿Cuál era la emergencia?

PHYLLIS: …Y esos fanáticos con acné la abordaron justo en la Quinta Avenida. Esos que volarían por los aires a todos los peleteros… Y empezaron a acosarla, y luego algunos de los antivivisectores, o como se llamen, pasaron a las manos, le arrancaron el abrigo, y resultó que debajo estaba en pelotas.

CAROL: ¿Por qué?

PHYLLIS: Porque es una puta. Es una puta de lujo a la que he estado tratando con el propósito de investigar para mi libro. Tenía una cita con un tipo que quería que una mujer llamase a su puerta con un abrigo de pieles y nada debajo. Así que allí estaba ella, entre la Quinta Avenida y la calle Cincuenta y siete, con el abrigo de pieles tirado en la acera y su cuerpo expuesto para que todo Nueva York lo disfrutara… Una mezcla de castores… y un conejo. Bueno, ¿dónde estábamos?

CAROL: ¿Sam está bien?

PHYLLIS: Sin entrar en detalles, por favor.

CAROL: ¿Sí o no?

PHYLLIS: Está bien. La peor amenaza para la salud de Sam en sus cincuenta años de vida ha sido un caso de labios agrietados.

CAROL: ¿Y los chicos?

PHYLLIS: Lejos… En la tierra del algodón, allá en el sur.

CAROL: ¿Han tenido problemas en la facultad?

PHYLLIS: Se ignoran mutuamente. Digamos que ellos no recolectan algodón para la universidad y que la universidad no recolecta algodón para ellos. Dios, he dicho tantas veces la palabra algodón que la boca se me ha secado.

(Se sirve una copa).

CAROL: ¿Por qué estás tan alterada?

PHYLLIS: ¿Alterada? Aún no he reaccionado… Esto no es nada. ¿Lo has pillado? Nada, niente, zilch… ¿Dónde te has comprado ese abrigo?

CAROL: En los almacenes Bloomingdale. Es del año pasado.

PHYLLIS: ¿Y te lo pones mucho?

CAROL: Siempre.

PHYLLIS: ¿De qué animal está hecho?

CAROL: Es un buen abrigo republicano de toda la vida[8]. Bueno, ¿por qué me dejaste aquel mensaje histérico?

PHYLLIS: Preferiría no hablar de eso.

CAROL: ¿Que preferirías no hablar de eso? Recibo ese mensaje frenético y desesperado… Emergencia, crisis… Socorro. Te he telefoneado diez veces.

PHYLLIS: ¿Eras tú?

CAROL: No te quepa duda.

PHYLLIS: Por lo general, sé distinguir tu timbrazo. Es tímido y tembloroso. CAROL: ¿Dónde está Sam? ¿Qué pasa?

PHYLLIS: No quiero decírtelo.

CAROL: ¿Por qué me llamaste?

PHYLLIS: Porque tenía que hablar con alguien.

CAROL: Pues habla.

PHYLLIS: ¿Podemos cambiar de tema?

CAROL: Phyllis…

PHYLLIS: ¿No ves que estoy mostrándome evasiva?

CAROL: ¿Por qué?

PHYLLIS: Perdona si te he molestado.

CAROL: En absoluto.

PHYLLIS: ¿Habíais hecho planes Howard y tú?

CAROL: No. Yo estaba en Sotheby’s.

PHYLLIS: ¿Qué has comprado?

CAROL: Nada. Subastaban unos cromos de béisbol y Howard quería verlos. Hoy es el último día.

PHYLLIS: De modo que sí teníais planes.

CAROL: No, porque Howard no podía ir. Hoy tenía que llevar a su padre a Westchester para ingresarlo en la residencia de ancianos.

PHYLLIS: Qué triste.

CAROL: Tiene noventa y tres años. Ha llevado una buena vida, o quizás ha sido una vida asquerosa, pero, en cualquier caso, longeva. Nunca ha tenido problemas de salud, o esa impresión daba, porque lo que no sabía nadie era que había sufrido una larga serie de derrames cerebrales inapreciables, hasta que de pronto empezó a olvidar cosas, después a oír música dentro de su cabeza y, por último, intentó alistarse de nuevo en el ejército.

PHYLLIS: Howard debe de estar desolado.

CAROL (mirando el reloj): Le dejé un mensaje y le dije que se reuniera aquí conmigo. Así que dime qué está pasando.

PHYLLIS: ¡Mírala ella, qué insistente!

CAROL: Basta ya. Tú me has llamado.

PHYLLIS: Y tú dale que dale, lo quieres saber todo… Siempre estás a la caza de información.

CAROL: ¿Cómo que siempre estoy a la caza? Me llamas y me dices que es un caso de vida o muerte. Yo…

PHYLLIS (en voz baja): Carol, me da vergüenza contarte lo que ha pasado.

CAROL (al ver una estatuilla rota): Oye, la estatuilla de la fertilidad se ha roto… Se le ha desprendido el pene.

PHYLLIS: No importa… Ya la llevaré a mi reparador de penes.

CAROL: En realidad, toda la casa parece un poco desordenada.

PHYLLIS: Sí que eres observadora.

CAROL: ¿Qué ha sido, un robo?

PHYLLIS: El caso es que no me había fijado en ese chulísimo abrigo de paño que te compraste en Bloomingdale’s después de haberlo visto tantísimas veces. ¿De qué color es? ¿Castaño rojizo?

CAROL: Es amarillento.

PHYLLIS: Es castaño rojizo, casi colorado.

CAROL: De acuerdo, es castaño rojizo.

PHYLLIS: No deberías ponerte nada de color castaño rojizo. No va bien con los ojos de color avellana.

CAROL: Mis ojos no son de color avellana.

PHYLLIS: Uno de ellos sí… El que mira para otro lado…

CAROL: Phyllis, deja de ser malvada. ¿Te has peleado con Sam?

PHYLLIS: No exactamente.

CAROL: ¿Qué quieres decir? Dios, esto es como arrancar un diente con unas tenazas.

PHYLLIS: Tienes buenos dientes. Valió la pena que te gastaras aquella fortuna en las fundas.

CAROL (lacónicamente): Gracias.

PHYLLIS: Aunque, por otro lado, la reducción de la barbilla…

CAROL: ¿Te has peleado con Sam?

PHYLLIS: Sí.

CAROL: Acabas de decir: «No exactamente».

PHYLLIS: ¿No exactamente qué?

CAROL: No exactamente una pelea. Te pregunté: «¿Tú y Sam os habéis peleado?». Y dijiste…

PHYLLIS: Me peleé yo, no Sam.

CAROL: ¿Y qué hacía Sam mientras te peleabas con él?

PHYLLIS: Me observaba.

CAROL: ¿Y entonces?

PHYLLIS: Pues entonces agachó la cabeza.

CAROL: ¿Le pegaste?

PHYLLIS: Fallé. Le tiré esa estatuilla en un intento desesperado de convertirme en viuda.

CAROL: Dios mío…

PHYLLIS: ¿Te apetece otra copa?

CAROL: ¿Qué ocurrió?

PHYLLIS: ¡Oh, Carol! Carol… Carol… Carol… Mi amiga Carol.

CAROL: Creo que voy a necesitar esa copa.

PHYLLIS: Me ha dejado.

CAROL: ¿De verdad?

PHYLLIS: Sí.

CAROL: ¿Cómo lo sabes?

PHYLLIS: ¿Que cómo lo sé? ¿Que cómo sé que me ha dejado? Pues porque salió por la puerta con sus cosas y va a tramitar el divorcio.

CAROL: Tengo que sentarme… Me flojean las piernas.

PHYLLIS: ¿Te flojean las piernas… a ti?

CAROL: ¿Qué razones te dio?

PHYLLIS: Que no me quiere. Que no le gusta estar cerca de mí. Que le provoca arcadas imaginarse a sí mismo soportando para siempre la triste coreografía del sexo conmigo. Ésas son las vagas razones que me da, pero creo que sólo está siendo educado. Creo que lo que realmente no le gusta es mi forma de cocinar.

CAROL: Es un golpe inesperado, no tiene ningún sentido.

PHYLLIS: Bueno, para mí no lo tenía, pero no soy perspicaz. Sólo soy psicoanalista.

CAROL: ¿Nunca te dijo nada ni llegó a insinuarte algo?

PHYLLIS: Nunca me dijo nada, pero eso tal vez se debió a que nunca hablábamos.

CAROL: ¡Phyllis, mujer!

PHYLLIS: Bueno, ya sabes, hablábamos… No era sólo «pásame la sal», aunque eso también salía a colación de vez en cuando.

CAROL: Tienes que haber mantenido conversaciones en las que te haya insinuado algo.

PHYLLIS: Por decírtelo de alguna manera: hablábamos, pero los dos a la vez. Lo que quiero decir es que había dos oradores y ningún oyente.

CAROL: Falta de comunicación.

PHYLLIS: ¡Dios, Carol, cómo sabes ir directamente al fondo de la cuestión!

CAROL: Bueno, eso debería haberte servido de señal.

PHYLLIS: Y me sirvió.

CAROL: Bien, ¿y qué?

PHYLLIS: No sé, yo no escuchaba, sólo hablaba.

CAROL: Y el sexo empezó a languidecer.

PHYLLIS: ¿Cómo lo has adivinado?

CAROL: No lo he adivinado. Era sólo una suposición.

PHYLLIS: Pues no supongas tanto. Las personas pueden dejar de comunicarse verbalmente y aun así el sexo puede continuar siendo feroz.

CAROL: De acuerdo. Así que el sexo era estupendo.

PHYLLIS: ¿Estupendo? Era mejor que estupendo: le provocaba arcadas.

CAROL: A partir de un momento determinado, las relaciones sexuales se apagan gradualmente, pero eso es sólo porque algo más profundo se ha apagado ya. ¿O es al revés? El sexo se esfuma y luego todo lo demás pierde todo su lustre. La cuestión es… que todo es efímero.

PHYLLIS: ¿De veras, Carol?

CAROL: Oh, yo qué sé… Estás preguntándoselo a la persona equivocada.

PHYLLIS: No recuerdo haber preguntado nada.

CAROL: ¿Así que no te dijo nada más, sólo que se iba?

PHYLLIS: ¿Nada más como qué?

CAROL: Algo. Cualquier cosa.

PHYLLIS: Oh, sí. Me dijo que, aunque no formaba parte de nuestro acuerdo prematrimonial, me seguiría pagando la suscripción a domicilio del Times dominical.

CAROL: Pero ¿no te ha dicho adónde se va?

PHYLLIS (cambiando de actitud): Ahora estoy empezando a reaccionar.

CAROL: Phyllis, has estado reaccionando…

PHYLLIS: No, de haber reaccionado, hubiese cogido todos estos documentos importantes, todo este trabajo que aún tiene pendiente, y hubiese hecho esto. (Los rompe en pedazos). Eso sería una reacción, pero no soy una persona rencorosa… No soy vengativa, sino generosa y madura. CAROL: ¡Cálmate!

(Phyllis se dirige a la mesita y coge el maletín de Sam. Lo vacía y lo arroja a la otra punta del escenario).

PHYLLIS (a la vez que rompe en pedazos los documentos esparcidos por el suelo): Estábamos planeando restaurar la casa que tenemos en Amagansett. Le dije: «No la hemos tocado desde que la compramos». Le dije: «Llamemos a los arquitectos Paul y Cindi y que la rehagan de arriba abajo». Él dijo: «Phyllis, quiero hablar contigo». Yo dije: «La casa está tan bien situada en la bahía, y hemos pasado tan buenos ratos allí…». Él dijo: «Phyllis, no sé cómo decirte esto, pero quiero dejarlo». No le oía, era una de esas conversaciones en las que nadie escucha. Yo dije: «Siempre quisimos tener ventanales y un cuarto de baño más grande». Él dijo: «Phyllis, voy a dejarte». Y yo dije: «Con una de esas duchas llenas de chorros que te rocían por todos lados». Me agarró y dijo: «Phyllis, ya no te quiero. Quiero una vida nueva, quiero dejarlo, ¿entiendes?, quiero dejarlo. ¡Quiero dejarlo!». Y yo dije: «¿De qué color podríamos pintar el cuarto de invitados?».

CAROL: ¿Qué dijo él?

PHYLLIS: Nada. Empezó a zarandearme por el cuello y, después de unos tres minutos de sacudidas, empecé a darme cuenta de que estaba intentando decirme algo.

CAROL: ¿Qué te dijo exactamente?

PHYLLIS: Dijo: «Estoy enamorado de otra mujer».

(Carol tose y casi se atraganta con su bebida).

PHYLLIS: ¿Estás bien o tengo que hacerte la maniobra de Heimlich[9]?

CAROL: ¿Te dijo quién era ella?

PHYLLIS: Tengo una paciente que se atragantó con una espina de pescado en Le Bernardin y un extraño se le acercó por detrás, le realizó la maniobra de Heimlich y la excitó. Desde entonces, dondequiera que vaya a cenar, se atraganta.

CAROL: ¿Te dijo por quién te dejaba?

PHYLLIS: ¿Por qué se te ve tan incómoda?

CAROL: No estoy incómoda, sólo empiezo a notar los efectos de esta copa.

PHYLLIS: Al principio, creí que se trataba de Anne Dreyfuss.

CAROL: ¿Anne Dreyfuss, la decoradora?

PHYLLIS: A ella le gustan los mismos rollos que a él: salir en barca, pasear por el bosque, esquiar…

CAROL: Él nunca se liaría con Anne Dreyfuss.

PHYLLIS: ¿Y tú cómo lo sabes?

CAROL: ¿Qué quieres decir con eso de que cómo lo sé? Yo también conozco a Sam.

PHYLLIS: No tan bien como yo.

CAROL: No he dicho eso. Quiero decir que todos somos amigos desde hace años.

PHYLLIS: ¿Cuántos años?

CAROL: Cinco. Casi seis. ¿Qué tiene eso que ver? No me imagino a Sam con Anne Dreyfuss. Es una quejica… Con una personalidad muy irritante y, si me permites que lo diga, no tiene culo.

PHYLLIS: Pensé también que podría ser Nonny, la chica que trabaja en su bufete. Ahora ella ha ascendido a socia de la firma…

CAROL: No conozco a Nonny. ¿Cómo es?

PHYLLIS: Guapa y pechugona. Una dentuda, con unos incisivos prominentes muy eróticos. Pero no es Nonny.

CAROL: La cuestión es que no sabes con quién se ha largado.

PHYLLIS: La cuestión es que lo sé. O al menos creo que lo he averiguado.

CAROL: Mira, la verdad es que no me encuentro bien.

PHYLLIS: Caramba, estás pálida. Pálida o colorada, casi castaño rojiza, diría.

CAROL: No me sienta nada bien beber alcohol. Tengo fatiga.

PHYLLIS: Seguro que te has mareado… de tanto retorcerte.

CAROL: Tengo náuseas.

PHYLLIS: Será porque eres nauseabunda.

CAROL: No. Tengo náuseas.

PHYLLIS (sale para ir a buscar una caja de Compazine): Puede que tenga algunos supositorios de Compazine, pero no estoy segura de que sean extralargos.

CAROL (sola, a escondidas, coge el teléfono y marca un número): ¿Hola? Soy B18, ¿algún mensaje?… Sí… Howard… ¿A qué hora?… De acuerdo. ¿Algo más? (Tensa e interesada). ¿Sí? ¿Dijo en qué número podría localizarlo? ¿A qué hora? De acuerdo, de acuerdo… (Cuelga el teléfono).

PHYLLIS (entrando por el fondo izquierdo del escenario): He encontrado esta bolsa de Bergdorf[10], así que si vomitas, al menos te sentirás como en casa. ¿A quién has llamado?

CAROL: ¿Llamado?

PHYLLIS: Sí, en cuanto salí de la habitación te precipitaste hacia el aparato como si fueses a chupársela a Cary Grant.

CAROL: Mira, me gusta comprobar mi servicio de mensajes porque Howard ha tenido un mal día…

PHYLLIS: ¿Podemos volver al tema de por quién me ha dejado mi marido?

CAROL: A lo mejor si tomase un café…

PHYLLIS: He averiguado de quién se trata.

CAROL: No es asunto mío.

PHYLLIS: Desde luego que lo es.

CAROL: No lo es. Lamento que haya ocurrido… Me da vueltas la cabeza.

PHYLLIS: ¿Sabes quién es?

CAROL: Phyllis, por favor.

PHYLLIS: ¡Eres tú, so puta!

CAROL: ¡Oh, pura paranoia!

PHYLLIS: No me vengas con ésas, chatita. Te la ha estado metiendo desde hace más tiempo del que seguramente puedo imaginar.

CAROL: Estás como una cabra… ¡Contrólate!

PHYLLIS: De cualquier modo, vas a tener que confesarlo todo si quieres largarte con él. Vaya regalito para Howard. Primero, papá en el manicomio y, después, una carta de ruptura de su mujercita.

CAROL: ¿Sabes?, estoy tan alterada que incluso me cuesta trabajo reaccionar como es debido.

PHYLLIS: ¿Has tenido un lío con Sam?

CAROL: No.

PHYLLIS: Dímelo.

CAROL: No.

PHYLLIS: Sólo quiero la verdad.

CAROL: No lo he tenido… Eres tan cruel…

PHYLLIS: Lo he averiguado, ramera. Os habéis estado llamando por teléfono, os habéis visto a escondidas, habéis viajado juntos…

CAROL: No me quedaré aquí sentada para que se me acuse.

(Se levanta, pero, al notarse mareada, vuelve a sentarse).

PHYLLIS: Ahora, a toro pasado, recuerdo tantos detalles evidentes: las miradas por encima de la mesa, la vez que os perdisteis durante el viaje a Normandía. Howard y yo os estuvimos buscando durante dos horas… Y la noche que cenaste aquí y Sam bajó contigo para buscarte un taxi. Y yo aquí, sentada en la cama durante hora y media, porque él de repente decidió acompañarte a casa dando un paseo. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, recuerdo que hace tres años, hace tres jodidos años, tú y Sam os quedasteis solos una semana en Nueva York, mientras Howard estaba en Los Ángeles y yo en una convención en Filadelfia. Eso fue hace tres años, ¿o se remonta aún más atrás?

CAROL: ¡No soy yo!

PHYLLIS: Encontré su agenda. ¡Estás por todas partes!

CAROL (se levanta, grita y llora): ¿Qué quieres que haga? ¡Nos enamoramos! ¡Eres tan cruel!

PHYLLIS: ¡Joder!

CAROL: ¡Cruel, cruel! Nos enamoramos… Nadie lo planeó… Nadie quiso hacer daño a nadie.

PHYLLIS: Lo sabía desde la noche en que os conocimos en los Hamptons. Me dije: «Ésta es una lianta; además está hecha un lío. Apesta a problemas. Rezuma neurosis por cada poro».

CAROL: Esta aventura sólo nos ha causado angustia y dolor.

PHYLLIS: Sin mencionar algún que otro orgasmo esporádico.

CAROL: No lo ensucies de esa manera. No es lo que te imaginas.

PHYLLIS: Esa primera noche, cuando volvíamos en coche a casa, me dije: «El parece simpático, un poco desorientado, aunque buena persona… Pero ella es una tarada y una carnívora».

CAROL: ¡Deja de ser tan crítica! Sabes por tu trabajo que estas cosas ocurren. Es la naturaleza… Es como un rayo: dos personas se conocen, salta la chispa y, de repente, surge algo con vida propia.

PHYLLIS: Estás describiendo al monstruo de Frankenstein.

CAROL: Phyllis, esto es un asunto serio.

PHYLLIS: ¿Cuánto tiempo ha durado lo vuestro? ¿Tres años? ¿Cuatro? ¿Cinco?

CAROL: Ni siquiera tres.

PHYLLIS: ¿Dos, entonces? ¿Durante dos años habéis estado andando a escondidas por la ciudad como perros en celo?

CAROL: No hemos andado escondiéndonos por la ciudad… Tenemos un apartamento.

PHYLLIS: ¿Un apartamento? ¿Dónde?

CAROL: Entre la Cincuenta y la Sesenta Este.

PHYLLIS: ¿Es grande?

CAROL: Pequeño.

PHYLLIS: ¿De verdad?

CAROL: Tres habitaciones.

PHYLLIS: ¿Con contrato de alquiler antiguo?

CAROL: Deja de ser insolente… Estamos intentando comunicarnos. PHYLLIS: ¿Para qué necesitabais tres habitaciones? ¿Teníais invitados?

CAROL: Nunca, nunca. Lo juro. Sólo es un lugar para ir, para estar solos… Para relajarnos, para…, para… hablar.

PHYLLIS: Para hablar… Para intercambiar ideas. Para intercambiar fluidos. CAROL: Phyllis, estamos enamorados. ¡Oh, Dios! Nunca imaginé que iba a acabar hablando de esto… Es…, todo… sí, es sensual, pero es algo más que eso. Compartimos sentimientos y sueños.

PHYLLIS: ¿Por qué te dejaría yo entrar en mi vida? Desde el primer momento, supe que serías capaz de follarte a una serpiente si alguien le sujetaba la cabeza.

CAROL: Phyllis, ¿qué quieres que te diga? Dejó de amarte hace años. No sé por qué. Pero, sin duda alguna, no fue por mí. Incluso antes de decírmelo, él daba lo vuestro por acabado.

PHYLLIS: ¿Cómo lo hizo la primera vez?

CAROL: ¿Hizo qué?

PHYLLIS: ¿Cuándo? ¿Qué noche?

CAROL: ¿Qué importa eso?

PHYLLIS: Tú querías saber. Yo quiero respuestas.

CAROL: En Nochevieja, en la fiesta de Lou Stein.

PHYLLIS: ¡Oh, Dios mío! Eso fue en 1990.

CAROL: En el 91… Bueno, en el 90, exacto…

PHYLLIS: ¿Y qué ocurrió? ¿Quién sobó primero a quién?

CAROL: No fue así. Él se me acercó… Yo estaba mirando los fuegos artificiales y me susurró al oído: «¿Puedes comer conmigo la semana que viene sin decirle ni una sola palabra a Phyllis?». Bueno, ya puedes imaginarte, me sorprendió un poco.

PHYLLIS: Por supuesto. Seguro que empezaste a lubricar.

CAROL: Yo dije: «¿Para qué?». Él dijo: «Necesito que me ayudes».

PHYLLIS: ¿Y dónde estaba yo mientras tenía lugar esa gilipollez adolescente?

CAROL: Te habías llevado a un grupo de gente, contra su voluntad, a ver los fuegos artificiales a la azotea, a veinte bajo cero. Y Howard estaba en la cocina copiando la receta de Stein para preparar baba ghanoush.

PHYLLIS: Sí, ya me acuerdo. Tu marido acababa de apuntarse a un curso de cocina. Todos estábamos tan orgullosos de él…

CAROL: Y yo le pregunté: «¿Qué clase de ayuda? ¿Con respecto a qué?». Y Sam dijo: «Se acerca el cumpleaños de Phyllis y quiero que me ayudes a elegir un regalo para ella, pero tiene que ser algo especial».

PHYLLIS: Y vaya si lo fue, amiguitos, vaya si lo fue.

CAROL: Así que el jueves siguiente almorzamos en su club y barajamos varias posibilidades para tu regalo. Después del almuerzo, nos fuimos de compras… Recuerdo que estuvimos en Bergdorfs, en Tiffany’s y en James Robinson. Al final, en esa diminuta tienda de antigüedades que está en la Primera Avenida, encontramos un deslumbrante par de pendientes Art Decó…, diamantes con pequeños rubíes…

PHYLLIS: Conozco esos pendientes. Te los he visto puestos.

CAROL: Bueno, me quedé atónita. Los compró y, cuando salimos a la calle, me dio la caja diciendo: «Aquí tienes. Te deseo con toda mi alma».

PHYLLIS: ¿Y tú qué dijiste?

CAROL: Yo dije: «¡Quieto ahí!… Espera un momento… Hemos venido a comprarle a Phyllis un regalo de cumpleaños… Si quieres que acepte esto, tenemos al menos que comprarle algo a ella».

PHYLLIS: Gracias, eres una ricura. Así que tuve que conformarme con esos horribles candelabros de plata.

CAROL: Costaron una fortuna.

PHYLLIS: Son unos candelabros de vieja señorona. ¡Es lo que uno le regalaría a Miss Havisham[11]! Y, desde luego, no se te pasó por la cabeza decir: «Phyllis es tu mujer y yo soy su amiga».

CAROL: ¿Me dejas decirte por qué no?

PHYLLIS: Sé por qué no lo dijiste, putilla barata. Porque tenías tu mirada depredadora puesta en Sam desde el primer momento en que lo viste.

CAROL: Nada de eso.

PHYLLIS: Déjate de pamplinas. Nos conociste y le echaste el ojo. Empezaste a frotarte las manos y a salivar, porque él trabaja en un bufete de abogados que lleva asuntos del espectáculo, porque está en forma y tiene músculos y porque, comparado con ese marchito, castrado y cagarruta de marido que tienes, Sam debe parecerte el gran macho cabrío.

CAROL: No soportaba seguir casado contigo, y así me lo dijo después del almuerzo… Fue él quien inició la relación… Era él quien salivaba por mí… Mientras almorzábamos, me miró directamente a los ojos y se le saltaron las lágrimas. Dijo: «No soy feliz».

PHYLLIS: ¿Que a Sam se le saltaron las lágrimas? ¿Llevaba demasiado apretado el suspensorio?

CAROL: Desde el primer momento en que Howard y yo os conocimos a ti y a Sam, supe que era desdichado. «Esta mujer no le hace feliz». Se lo dije a Howard la misma noche que os conocimos.

PHYLLIS: Me imagino la escena doméstica: tú cepillándote las paletas, Howard con su camisón y su gorro de dormir, hablando de vuestros amigos de clase alta, planeando vuestro pequeño ascenso social…

CAROL: «Es posible que sea una psiquiatra brillante y el centro de atención de todas las conversaciones, que la consideren una nueva variante de la mujer estupenda, pero no es lo bastante mujer para él. No está ahí para guiarlo, para llevarle una taza de café…».

PHYLLIS: ¿Me pasas esa bolsa para vomitar?

CAROL: Sam sentía una gran hostilidad, pero eso ya lo sabes.

PHYLLIS: Pensar en ti y en Sam hablando de mí después de tomar un cóctel o de fumar algún Marlboro poscoito me da náuseas.

CAROL: Intentamos dejarlo varias veces, pero no pudimos.

PHYLLIS: Estoy segura de que lo intentasteis. Pero conozco a Sam… Cada vez que se le desmadraban los espermatozoides, recibías una llamada de teléfono: «Vente corriendo para acá, cariño, que quiero echar un polvo y quejarme de mi mujer».

CAROL: No era así. La mayoría de las veces hablábamos en vez de hacer el amor.

PHYLLIS: ¿Sobre qué? ¡Joooder! ¿De qué cono iba a hablar contigo? Es un hombre hecho y derecho. ¿De qué cono podías hablar con él, aparte de mí? ¿De tu celulitis? ¿Del retoque de tu ojo y del estiramiento de tu cara? ¿De las compras? ¿De tu entrenador? ¿De tu nutricionista? ¿O te limitabas a reclinarte en su hombro y a reírte tontamente de la loquera irónica que podía entender los problemas de todo el mundo menos los suyos propios?

CAROL: No he hecho nada malo. Tu marido dejó de quererte antes de conocerme.

PHYLLIS: ¡Y una mierda!

CAROL: Todos nuestros amigos se dieron cuenta.

PHYLLIS: No son nuestros amigos, son mis amigos. Te los presenté yo, como una boba. Los has conocido gracias a mí.

CAROL: Todos sabían que tú y Sam erais un puro chiste como pareja.

PHYLLIS: Una mierda.

CAROL: Créeme, yo no seduje a Sam. Te fue infiel muchas veces antes de que yo entrara en escena.

PHYLLIS: ¡Ni hablar!

CAROL: ¡Afróntalo!

PHYLLIS: No me interesan tus fantasías.

CAROL: Pregúntale a Edith Moss y a la secretaria de Steve Pollack.

PHYLLIS: ¡Embustera! ¡Guarra! ¡Eres la puta de América! Tu diafragma debería estar expuesto en el museo Smithsonian.

CAROL: ¡No me culpes a mí de todo! Yo no convertí a tu marido en un mujeriego.

PHYLLIS: Marrana, calientapollas, fulana…

CAROL: Qué hipócrita eres. Empeñada en fingir que tu matrimonio era tan perfecto… Eras el hazmerreír de todo el mundo.

PHYLLIS: Yo quería a Sam y he sido una esposa asquerosamente ejemplar.

CAROL: Dio la casualidad de que nos enamoramos. Pero antes de conocerme, él ya se había acostado con varias de tus aristocráticas amigas más íntimas, incluyendo a Madelaine Cohén, que, al ser también psiquiatra, seguro que te diseccionó con más minuciosidad y perspicacia que yo. PHYLLIS: ¡Madelaine Cohén es una freudiana fundamentalista! ¡Si hasta tiene barba!

(Suena el timbre y Phyllis abre la puerta. Es Howard).

HOWARD: Vaya día, no puedo más. Necesito una copa.

PHYLLIS: Howard, ¿a que no sabes qué?

CAROL: Por favor, cállate.

HOWARD (sirviéndose una copa): Los ves en aquella residencia y te das cuenta de que todo se reduce a… eso. A eso. Dios mío, ¿qué sentido tiene nada, si todo termina así?

PHYLLIS: Carol quiere darte una noticia que podría levantarte el ánimo.

CAROL: Por favor, basta. Está borracha, Howard.

HOWARD: Pues esta noche pienso coger una buena borrachera. Dios, Carol… Ahí tienes a mi padre, que fue un hombre robusto, viril, que me llevaba a ver los partidos de béisbol.

PHYLLIS: Carol, díselo. Necesita algo que le anime.

HOWARD: Aquella pobre vieja, con noventa y un años, que había sido cantante, sentada al piano…, una ancianita…, intentando entonar entre jadeos el estribillo de «Tú eres la nata de mi café»… Y los otros mirando fijamente, y algún aplauso mecánico. Y esos muertos vivientes sentados y aletargados ante un único televisor, con la ropa manchada por la comida que les chorrea por todo el cuerpo…

PHYLLIS: Espero que nos hayas reservado a todos una plaza.

HOWARD: ¡No puedo soportarlo! ¡Es demasiado!

CAROL: Tómate la copa.

HOWARD: Dos personas envejecen juntas, como mi padre y mi madre. Nos deterioramos. Uno enferma antes, el otro observa. Después de pasar juntos tantos años, de repente te ves solo.

PHYLLIS: Howard, quizás a ti no te pase exactamente lo mismo.

HOWARD: No… (Hablando para sí). Puede que no.

PHYLLIS: Carol, díselo.

HOWARD: ¿Decirme qué? ¿Qué ocurre? ¿Qué haces borracha tan temprano? (Se percata del desorden). ¿Y qué es todo esto?

CAROL: Howard, hay algo de lo que tenemos que hablar.

HOWARD: ¿De qué?

CAROL: No creo que éste sea el lugar ni el momento.

PHYLLIS: Howard, Carol va a abandonarte.

CAROL: Por favor, déjanos en paz.

HOWARD: No lo he entendido.

PHYLLIS: Va a abandonarte. Va a largarse con otro.

HOWARD: ¿Qué significa esto?

PHYLLIS: Significa que estás acabado. Te quedaste sin parienta. Ha estado follándose a mi marido durante tres años y se va con él.

CAROL (a Phyllis): Eres detestable.

PHYLLIS: ¿Acaso estoy mintiendo? Sube la mandíbula, Howard, te has quedado boquiabierto.

HOWARD: Carol, ¿es verdad?

CAROL: Sam y yo nos enamoramos. No pretendíamos hacer daño a nadie.

HOWARD (sentándose con lentitud): Noooo… Estoy seguro de que tú no…

PHYLLIS: Joder, ¿no vas a volverte loco?

HOWARD: ¿Para qué? Eso no arreglaría nada.

PHYLLIS: Hay un momento para ser racional y un momento para perder la cabeza. Los cuchillos para la carne están en la cocina.

HOWARD (sin comprender): Tú nunca has hablado bien de Sam.

PHYLLIS: Te estaba engañando, Howard.

CAROL: ¡Quieres cerrar el pico! No haces más que enredar con tus comentarios maliciosos. Las cosas ya están demasiado mal por sí solas.

HOWARD (ingenuamente): Estaba siempre tan celosa de ti, Phyllis.

PHYLLIS: Pues desde luego se ha tomado su venganza.

HOWARD: Sam era mi amigo.

CAROL: ¿Por qué dices que tengo celos de ella? ¿Alguna vez di muestras de estar celosa?

HOWARD: Era mucho más que celos. Estabas obsesionada.

CAROL: Estás desvariando, Howard.

HOWARD: Carol, soy escritor. Sé reconocer una obsesión.

CAROL: Eres un escritor fracasado, Howard. A juzgar por los personajes que creas, ni siquiera mereces que se te considere escritor. Deberías tener una papelería.

HOWARD: E incluso diría que estabas obsesionada con todo lo relativo a Phyllis.

CAROL: ¡No es cierto, maldita sea!

PHYLLIS: No os peleéis, niños.

HOWARD: Por Dios, Carol, la considerabas una artista. Tenías la intención de volver a la universidad para estudiar psiquiatría.

PHYLLIS: Así que la verdad sale a la luz. El culto al héroe.

CAROL: Howard, deja de beber. Estás peor que yo.

HOWARD: Yo puedo beber, eres tú quien está haciendo el ridículo… Solía vestirse como tú… ¿Te acuerdas? Incluso querías cortarte el pelo.

PHYLLIS: Esto está poniéndose morboso de verdad.

CAROL: Siempre me fascinó la psicología. La estudié como optativa en la facultad.

HOWARD: La asignatura optativa era historia.

PHYLLIS: Yo creía que era arte.

CAROL: Mi especialidad es historia del arte.

HOWARD: Le encanta decir que no se ha encontrado a sí misma.

PHYLLIS: ¿Ha buscado en el terrario, donde los reptiles?

CAROL (explicándose racionalmente): Hubo un tiempo en que me tenías deslumbrada.

HOWARD: Incluso hablaba de hacerse psiquiatra.

PHYLLIS: Afortunadamente, existen leyes que regulan la práctica y no le dan permiso a cualquiera.

HOWARD: Iba a compaginarlo con el yoga, una religión oriental psicoterapéutica. Una forma de terapia oriental, holística, zen, en la que se sueña despierto.

PHYLLIS: ¿Cómo pensabas curar a tus pacientes?, ¿sumergiéndolos en el Ganges?

CAROL: Adelante, reíros de mí.

HOWARD: Y durante una temporada se vestía como tú. Encargaba todas esas faldas sencillas y tops. Incluso recuerdo que en más de una ocasión desechaste un vestido porque decías que Phyllis Riggs jamás se pondría algo así.

CAROL: Eso se lo está inventando. Howard, tu padre está muñéndose. No te desquites conmigo.

HOWARD: Carol siempre ha tenido problemas de identidad. No sabe quién es. O, más bien, sabe quién es y trata desesperadamente de ser otra. ¿Quién puede culparla?

CAROL: De acuerdo, tranquilízate. Creo que te has retrasado con la medicación. Los cambios de humor de Howard están empeorando. No quiere que se sepa.

HOWARD: No cambies de tema.

CAROL: Eso es lo que he tenido que soportar durante todos estos años, subidas y bajadas maniacas. Hace poco intentó ingresar en la Hemlock Society[12], pero lo rechazaron.

PHYLLIS: ¿Rechazado por la Hemlock Society? Yo me hubiese matado.

CAROL: No digas eso. Tú no le has visto mirar, hundido y deprimido, las bolsas de plástico del armario.

HOWARD: Te aseguro que no voy a acabar en una de esas residencias.

CAROL: Y luego, en un abrir y cerrar de ojos, se siente feliz. Demasiado feliz.

HOWARD: Carol, tranquila.

CAROL: Por Dios, si crees que soy una manirrota, te diré que cuando Howard entra en su fase eufórica se registra en el Hotel Plaza y despilfarra el dinero en champán, en caviar y en ropa que luego nunca se pone. Hace grandes planes y grandiosos proyectos. Lo único que lo desengancha es la electricidad. Este hombre necesita su descarga de voltios tanto como nosotras necesitamos el colágeno. Y me suplica que encubra su trastorno.

HOWARD: Al menos, yo tengo una identidad. Soy Howard, el maniaco depresivo. Carol quiere llegar a ser tú, pero tú ya estás ocupada por ti misma.

PHYLLIS: Así que me roba el marido.

HOWARD: Tú no eres la única. Ella se identifica con mucha gente.

CAROL: No te robé el marido. Fue él quien vino detrás de mí.

HOWARD: Su crisis de identidad más grave la tuvo con su profesora de arte en la facultad.

CAROL: Bien, cambiemos de tema. Creo que deberíamos irnos a casa.

HOWARD: ¿A casa? Ya no tenemos casa.

PHYLLIS: ¿Qué pasó con su profesora de arte?

CAROL: Howard, te lo advierto…

HOWARD: Ya que estamos de confesiones, te interesará saber que, cuando nos conocimos, Carol tenía una profesora de arte, una mujer muy brillante, no con tantos méritos como tú, pero impresionante…

CAROL: Howard, no pienso quedarme aquí mientras cuentas esa historia.

HOWARD: Y Carol fue idealizando a esa profesora e identificándose con ella.

CAROL: ¡Cállate! ¡Calla!

HOWARD (zarandeando a Carol): ¿Quieres callarte tú de una vez?

CAROL: ¡Ni se te ocurra ponerme la mano encima!

PHYLLIS: Howard, tienes temperamento. ¿Quién lo hubiera imaginado de un hombre que llama Dorothy a su pez de colores?

HOWARD: Ella se identificó con la profesora Kanin tanto como se ha identificado contigo. Le copiaba la ropa, se trenzaba el pelo como ella, imitaba sus gestos, asumía todos sus gustos. Y como la profesora Kanin tenía un pequeñín, Carol decidió que quería ser madre.

CAROL: No me importa que le cuentes esa historia. Puedo mantener la cabeza bien alta.

HOWARD: Así que me pidió que la dejase embarazada, cosa que por supuesto hice.

CAROL: Con algún esfuerzo, querido. No omitas el detalle de la impotencia repentina. Explica cómo puede meterse una ostra en un parquímetro.

HOWARD: No es que yo quisiese tener un hijo… En el fondo, Carol tampoco.

CAROL: Nunca has sabido lo que yo pensaba en el fondo acerca de nada.

HOWARD: Pero ¿de qué otra manera podía convertirse en la profesora Karin, el ídolo de turno?

CAROL: No pudiste dejarme preñada, ¿es ésa la historia que quieres contar? Porque, en resumidas cuentas, se trata de eso.

HOWARD: Acudió a un especialista en fertilidad y cada dos o tres días tenía que masturbarme dentro de un tubo de ensayo.

PHYLLIS: Dios mío, qué buena puntería debías de tener.

HOWARD: Así que ella salía corriendo con el tubo en un taxi y, mientras los espermatozoides estaban vivitos y coleando…

CAROL: Howard, los tuyos no coleaban. Deambulaban sin rumbo.

HOWARD: Resumiendo: la ciencia llevó a cabo la magia y le salió un bombo. Su sueño iba a hacerse realidad. Pasados los nueve meses, sería como la mismísima profesora Kanin, con sus faldas Laura Ashley y sus joyas aztecas. Especialista en arte, madre y todo lo demás. No tendría que seguir siendo aquel poco envidiable personaje llamado Carol.

PHYLLIS: Me lo veo venir. Le entró miedo. Fue a un abortista ilegal, y además borracho, que por error le operó la cara y por eso tiene la pinta que tiene.

HOWARD: Miedo es exactamente lo que le entró, pero cuando estaba de ocho meses. De repente, no quería ser madre.

CAROL (en voz baja): No, no quería.

HOWARD: La realidad se impuso y se dijo a sí misma: «Oye, una cosa es dejarse llevar por fantasías de identidad…, pero el caso es que no soy la profesora Kanin y no quiero tener un hijo».

CAROL: ¿Por qué me haces esto?

HOWARD: En pocas palabras, dio a luz a un bebé de tres kilos y seiscientos treinta gramos que era bastante mono, teniendo en cuenta que se parecía al actor Broderick Crawford. Pero ya sabes que todos los recién nacidos parecen viejos. Quiero decir que son calvos. Bueno, durante los primeros días conseguí establecer vínculos afectivos, pero, mierda, ella estaba empeñada en desprenderse de él… Insistió en darlo en adopción.

PHYLLIS: Y tú te desentendiste y dejaste que lo hiciera. Seguro que fuiste muy razonable y educado.

HOWARD: Lo recuerdo con absoluta claridad. El día en que lo entregamos, pensé: «Oye, si cogiese una de esas bolsas que mantienen frescos los sandwiches y me la encasquetase, ¿no me sentiría mejor?».

PHYLLIS: Bueno, formáis una pareja encantadora. Si la Academia concediese un Osear para humanos anormales, contaríais con mi voto. Y ahora me voy al baño. Cuando vuelva quiero que los dos os hayáis largado.

(Phyllis sale por la izquierda).

HOWARD: Así que supongo que lo nuestro se ha acabado. Después de todos estos años…

CAROL: Creo que nunca debería haber empezado.

HOWARD: ¿Por qué dices eso, Carol? Sin duda alguna, empezó bien. Los primeros días fueron bastante buenos.

CAROL: No. Fue culpa mía. Te hubiera ido mejor de haberte casado con aquella… ¿Cómo se llamaba?… Ida…, Ida…

HOWARD: … Rondilino.

CAROL: Rondilino. No debí haberte apartado de ella. Pero yo quería estar con una persona creativa. Con un escritor.

HOWARD: No me apartaste de Ida. Te vi y fui por ti.

CAROL: Eso es lo que tú te crees. La noche en que quedamos las dos parejas y decidí casarme contigo, ya estabas perdido.

HOWARD: Pobre Ida.

CAROL: Ida era una sosita. Pero mucho más adecuada para ti que yo. Nos hemos defraudado tanto…

HOWARD: ¿Me has engañado antes de tener este lío con Sam?

CAROL: No. Bueno, sí. Una vez, con mi dentista.

HOWARD: Oh, Carol…

CAROL: ¿Sabes que me cobró un empaste de más?

HOWARD: ¿Y con quién más?

CAROL: Con nadie más… Jay Roland.

HOWARD: ¿Mi colaborador?

CAROL: Oh, Howard, era un escritor tan malo, aunque tan sexy, con aquella coleta que tenía…

HOWARD: ¿Te acostaste con mi colaborador literario?

CAROL: Una vez. Estabas hospitalizado, recibiendo el tratamiento de electrochoque, y los dos estábamos tan preocupados por ti que no sabíamos cómo expresarlo.

HOWARD: ¿Con alguien más?

CAROL: Con nadie más. Eso es todo. Sí, eso es todo. Durante años, durante quince áridos años, ni tan sólo logré reunir el valor suficiente para irme, pensando erróneamente que tu inestabilidad mental era un signo inequívoco de genialidad literaria, cuando, de hecho, era sólo una locura vulgar.

HOWARD: ¿Adónde te irás a vivir?

CAROL: Sam ha comentado que a Londres.

HOWARD: Carol, no quiero que me dejes.

CAROL: ¿Cómo que no, Howard? Me he liado con un hombre que significa algo para mí, algo importante. Entre nosotros hay sentimientos. Hay pasión.

HOWARD: Carol, soy una persona que no puede estar sola.

CAROL: Te las apañarás. Howard, intenta comprender: me falta poco para cumplir los cincuenta. ¿Cuántas más oportunidades voy a tener? No me hagas sentir culpable.

HOWARD: Pero estoy asustado.

CAROL: Ya veo que esto ha provocado uno de tus bajones. Por si fuera poco, acabas de internar a tu padre en la residencia. ¿Por qué no llamamos al doctor Carr? Quizá sea un buen momento para ingresarte y para borrarlo todo de tu cabeza. (Se da cuenta de que Howard ha sacado un revólver del bolsillo). Howard, ¿qué estás haciendo?

HOWARD: Creo que la vida es un agujero negro.

CAROL: ¡Oh, Dios mío, no lo hagas!

HOWARD: ¡Es insoportable! No quiero vivir.

CAROL: ¿De dónde has sacado esa pistola?

HOWARD: Estaba entre las cosas de mi padre. Luchó en la Gran Guerra. En la primera guerra mundial, quiero decir. La guerra que iba a acabar con todas las guerras, aunque, claro, siendo como somos los humanos, no ha sido así.

CAROL: ¡Suelta eso!

HOWARD: ¡Todo resulta tan repugnante, tan carente de sentido!

CAROL: ¡Phyllis, socorro! ¡Phyllis!

HOWARD: ¡Cállate, la cabeza está a punto de estallarme!

CAROL: ¡El suicidio no es la solución!

HOWARD: Todo se reduce a nada. El vacío, la residencia de ancianos…

CAROL: ¡No lo veas todo tan negro, Howard! Es sólo cosa del momento. ¡Phyllis! ¡Maldita sea! El suicidio no es la solución.

HOWARD: ¡Tengo miedo!

CAROL: ¡Oh, Dios, no quiero mirar!

HOWARD: No tendrás que mirar. Primero voy a matarte a ti y luego me mataré yo.

CAROL: ¿A mí? ¡Howard, estás bromeando!

HOWARD: ¡Primero tú, después yo!

CAROL: ¡Socorro! ¡Phyllis, socorro!

HOWARD: ¡Deja de ladrar!

(Amartilla la pistola).

CAROL: ¡Howard, no! ¡No lo hagas!

HOWARD: Dame una buena razón por la que tú y yo debamos seguir viviendo.

CAROL: Porque somos seres humanos, Howard. Falibles y a menudo estúpidos, pero no malvados, la verdad es que no. Sólo patéticos, equivocados, desesperados…

HOWARD: ¡Estamos solos en el cosmos!

CAROL: Howard, esto no es el cosmos. ¡Esto es Central Parle West!

HOWARD: ¡No! ¡Es inútil! ¡Quiero morir! (Howard se lleva la pistola a la cabeza y aprieta el gatillo, pero se encasquilla. Apunta a Carol, aprieta el gatillo varias veces, pero vuelve a encasquillarse). ¡Mierda! Es demasiado vieja. Demasiado vieja. Está estropeada. Es una Luger alemana. ¡Debería ser como un Mercedes!

(Carol le quita la pistola a Howard).

CAROL: ¡Dame eso! ¡Loco! ¿Qué te pasa? ¡Estoy temblando como un flan! Estoy atacada. ¡Me mareo! Necesito un Valium.

(Phyllis entra, ignorante de lo que ha pasado).

PHYLLIS: ¿A qué viene todo este escándalo? Creo haberos dicho que os largarais.

CAROL (temblando): Howard quería matarme. A mí y a él. Primero yo y luego él. La pistola de su padre. Un souvenir, pero… pero… pero se encasquilló. Apretó el gatillo, pero se encasquilló.

(Phyllis coge la pistola y juega con ella).

PHYLLIS: A esta pistola no le pasa nada, Howard. Olvidaste quitarle el seguro. CAROL: ¡Voy a vomitar!

(Carol sale y Phyllis se sienta con Howard en el sofá).

PHYLLIS: Howard, la verdad es que, a pesar de que estás sufriendo una de tus depresiones habituales, esta vez tienes razones de sobra para estar deprimido. Incluso un reloj estropeado da la hora correcta dos veces al día. Te han pasado cosas deprimentes. Primero llevaste a tu querido padre a una residencia de ancianos de segunda categoría…

HOWARD: No es de segunda categoría.

PHYLLIS: Howard, afróntalo, ni siquiera la mejor es buena, pero la que elegiste, con arreglo a tu presupuesto, es una pocilga, y lo sabes muy bien. Después de la experiencia de separarte de un padre, que, por cierto, te sitúa psicológicamente un paso más cerca del final de tu propia vida, tu mujer te abandona por tu mejor amigo, un macho triunfador con un nivel de testosterona más alto que el tuyo, con quien ella ha estado pegándotela durante dos años. De modo que casi te resulta saludable el estar deprimido. Si no estuvieses deprimido, serías un idiota. ¿Te estoy sirviendo de ayuda?

HOWARD: Echo de menos a mi hijo…

PHYLLIS: Le doy seis meses a todo este asunto.

HOWARD: ¿A lo de Sam y Carol? Puede que se muden a Londres.

PHYLLIS: Seis meses, ya sea en Londres o en Tierra del Fuego. Los dos son demasiado disfuncionales.

HOWARD: Yo sabía que él se acostaba con todo lo que se le ponía a tiro.

PHYLLIS: ¿Sí?

HOWARD: ¿Y quién no lo sabía?

PHYLLIS: Sólo yo, me imagino.

HOWARD: Sí, Phyllis, creo que eras la única que no se había enterado. Incluso oí a un camarero del restaurante 21 hacer una alusión soez al asunto.

PHYLLIS: ¿El camarero lo sabía?

HOWARD: Por supuesto, lo que no sabía era que yo os conocía a Sam y a ti; en ese momento Sam entraba y yo estaba almorzando y vi cómo el camarero le daba un codazo a su jefe y, moviendo la cabeza en dirección a Sam, señalaba a una morena sexy y decía: «¡Qué cara más dura tiene el tío! Se la está tirando y viene siempre aquí con su mujer como si tal cosa». Me sorprendió que conociera el verbo «tirarse», porque acababa de llegar de Polonia. PHYLLIS: Es una historia genial, Howard. El camarero jefe y el ayudante polaco lo sabían, pero yo no.

(Se abre la puerta principal y entra Sam).

SAM (fríamente resuelto): He venido para recoger el resto de mis documentos. (Ve los documentos de trabajo esparcidos por el suelo). Oh, por Dios, ¿qué has hecho?

PHYLLIS: Necesito que respondas un par de preguntas, don intocable.

SAM: Me agrediste. Intenté la vía razonable. No estoy dispuesto a que una histérica me fracture el cráneo.

HOWARD: Has mantenido relaciones con mi mujer durante dos años.

SAM: Contigo sí quiero hablar, Howard. Y voy a empezar con una disculpa.

PHYLLIS: Eso lo arregla todo, ¿verdad?

SAM: He dicho que no quiero saber nada de ti. He venido a recoger mis documentos.

HOWARD: Sam, me resulta difícil aceptar tus disculpas. Yo creía que éramos amigos íntimos.

SAM (enfadado con Phyllis, mientras recoge los documentos del suelo): Estoy llevando algunos casos complicados. Mira lo que has hecho…

PHYLLIS: Conque has estado jodiendo con todas mis amigas…

SAM: Estos dos últimos años no han sido fáciles para mí, Phyllis. El trabajo no me ha ido bien… ¿Por qué has hecho trizas todo esto?

PHYLLIS: He dicho que has estado jodiendo con todas mis amigas.

SAM: Yo no he estado jodiendo con todas tus amigas.

PHYLLIS: ¡Embustero! Lo sé. ¡Lo sé todo!

SAM: Si lo sabes todo, no necesitas que te cuente nada. Quita tus pies de esos documentos. Quítalos. (Forcejea). ¡Quítalos!

PHYLLIS: ¡Ay, cabrón!

SAM: Te di la oportunidad de aclarar las cosas. Me he dejado la piel contigo hoy, ¿y para qué?, ¿qué es lo que he conseguido?

PHYLLIS: Confiaba en ti. ¿Cómo podía saber yo que en el fondo te sentías tan insatisfecho? Deberías haber sido honesto, en vez de dejar que tu rabia se enconara y acabar liándote con mis amigas.

HOWARD (incorporándose agresivo): Estoy enfadado contigo, Sam. Me has convertido en un cornudo.

SAM (lo empuja hacia abajo): Siéntate, Howard. Hablaremos después. Te he dicho que lo siento.

PHYLLIS: Sé que te has acostado con Edith y con Helene. Y con Polly, ¿qué?

SAM: Estás mal de la azotea. Me alegro muchísimo de que esto se haya acabado.

PHYLLIS: Aún no se ha acabado, ricura.

SAM: Tan pronto como ponga todo esto en orden, seré historia.

HOWARD: Sabe lo de la morena del 21, la del flequillo y los labios carnosos.

SAM: Howard, siento lo mío con Carol. Sinceramente, nunca pensé que lo descubrirías.

PHYLLIS (volviéndose a Sam): Y con mi hermana, ¿qué?

SAM: ¿Cómo?

PHYLLIS: ¿Y Susan qué?

SAM: ¿Qué pasa con Susan?

PHYLLIS: ¿También te has acostado con ella?

SAM: Estás alucinando.

PHYLLIS: Alucinando. Ésa es la palabra que utilizaste para negar lo de Carol cuando encontré la agenda.

SAM: Porque era absurdo.

PHYLLIS: ¿Cómo que absurdo? Si has estado acostándote con Carol, ¿por qué no con Susan? Ahora me viene todo a la memoria. Recuerdo que la mirabas fijamente, y ella siempre iba a East Hampton a verte jugar al softball

HOWARD: Phyllis, ¿qué clase de mujer eres para que todas esas amigas aparentemente íntimas te traicionen de tan buena gana?

PHYLLIS (paralizada por la pregunta, recupera el aplomo): Howard, necesitas tratamiento de electrochoque. ¿Por qué no te mojas los dedos y los metes en el enchufe?

SAM: Cuando recoja los documentos, me largaré. Puerta, puerta… Borrón y cuenta nueva.

PHYLLIS (se dirige al teléfono): Voy a llamar a Susan.

SAM: ¡Suelta eso!

(Se lo arrebata y lo cuelga).

PHYLLIS: Mira. Echa fuego por la nariz. Está asustado.

SAM: ¿Asustado de qué? Tú y yo ya no tenemos nada que ver.

PHYLLIS (cogiendo el teléfono de nuevo): Oye, guapo, ¿no puede una chica llamar a su hermana, o qué?

SAM: Te empeñas en ponerte en ridículo.

PHYLLIS (marca el número): A mi primer marido también le gustaban las mujeres, pero lo disimulaba. Que descanse en paz… o en Secaucus o donde cono esté viviendo. (Hablando por teléfono). Hola, Donald, ponme con Susan.

SAM: No puedo creer que aún pueda desquiciarme.

(Se sirve una copa).

HOWARD: Es una castradora. Pero has hecho algunas cosas horribles, Sam.

SAM: No he hecho nada de nada.

PHYLLIS (hablando por teléfono): Susan, ¿has tenido un lío con Sam? Te pregunto si has tenido un lío con Sam… Cuando te alojaste aquí… ¡No me lo trago, Susan!… Te digo que sí… Te digo que ésa fue tu forma de vengarte.

HOWARD: ¿Vengarse de qué? ¿Te has acostado con el marido de Susan?

PHYLLIS (a Howard): Desde luego que no me he acostado con el marido de Susan. (Hablando por teléfono). ¿Qué? ¡Claro que no me he acostado con Donald! ¿Iba yo a acostarme con un joyero hasídico? ¡Pero tú sí te has acostado con Sam! Porque eres una gitana, un alma perdida, y fue mi generosidad la que te mantuvo a flote, y tenías celos de mí. ¡Y así es como me lo pagas!

(Cuelga, enfadada, el teléfono).

SAM: Bravo. Te has puesto en ridículo delante de ella, bomboncito, porque…

PHYLLIS: No me llames bomboncito.

SAM: De acuerdo, Godzilla… Porque nunca he llegado ni a rozar a Susan.

HOWARD: ¿Qué hay de aquella morena del 21?

SAM: Howard, ¿por qué no te tomas un descansito?

(Entra Carol, sorprendida de ver a Sam).

CAROL: ¡Sam!

SAM: Hola, Carol.

CAROL: Phyllis y Howard lo saben todo. Vaya nochecita.

HOWARD: Es como si se punzara un furúnculo con una lanceta y reventase todo el pus.

CAROL: Sam, ¿nos vamos? Necesito una hora para hacer el equipaje.

SAM: ¿Ir adónde?

CAROL: A nuestro apartamento, a Amagansett o, si lo prefieres, derechos a Londres. Ya no me importa nada.

SAM: No comprendo. ¿Adónde nos vamos?

CAROL: Fuera de aquí. Mira, está claro que todos necesitamos empezar de nuevo, no sólo Sam y yo, sino también Howard y Phyllis. Intentemos interpretar esta noche como un comienzo. No tenemos que sucumbir a nuestros pensamientos más sombríos. Lo sé. Para mí es fácil decirlo, porque Sam y yo nos tenemos el uno al otro, pero podemos ser civilizados y ayudaros a superar esto.

SAM: Espera un momento. Nosotros no vamos a ninguna parte.

CAROL: Bueno, mencionaste Londres. Quiero decir que irse significa exactamente no quedarnos aquí.

SAM: Carol, creo que lo has entendido mal.

CAROL: ¿Qué?

SAM: He conocido a alguien y estoy enamorado.

CAROL: ¿Qué quieres decir?

SAM: Que he conocido a una mujer y estoy enamorado de ella.

CAROL: No entiendo. Tú estás enamorado de mí.

SAM: No. Tuvimos una aventura, pero nunca estuvimos enamorados.

CAROL: Yo lo estoy.

SAM: Oh, pero yo no, nunca lo he estado. ¿Creías que iba a dejar a Phyllis por ti?

CAROL: Sam…

PHYLLIS: A veces Dios se aparece de improviso.

SAM: Carol, he sido más claro que el agua en ese punto. Al menos creí serlo.

CAROL (tambaleándose): Las piernas, las piernas me flaquean. La habitación me da vueltas.

HOWARD: Aplícate unas sales. (Riéndose). Ja, ja, ja…

PHYLLIS (a Carol): Cariño, ¿qué pensabas?

CAROL: Sam, Sam, todas aquellas tardes… Hablábamos…

SAM: Pero eso fue todo. Lo nuestro era sólo una aventura.

CAROL: Fue una aventura al principio.

SAM: Y nunca dejó de serlo.

CAROL: Desde luego que sí.

SAM: Desde luego que no.

HOWARD (divertido con el cariz que toma la situación): Todo esto resulta muy gracioso.

CAROL: Pero todo lo que hablamos acerca del futuro… Y de Londres…

SAM: Era hablar por hablar. Nunca hubo un plan de verdad.

CAROL: Sí lo hubo.

SAM: No pudo haberlo. Nunca tuvimos ese tipo de relación.

CAROL: Desde luego que la tuvimos.

SAM: Nunca estuvimos enamorados. Al menos yo.

CAROL: Me dijiste que sí.

SAM: Desde luego que no. Estás imaginándotelo.

CAROL: «Tengo que poner fin a mi matrimonio. Estoy asfixiándome. Estoy ahogándome. El tiempo que comparto contigo es lo único que me mantiene vivo».

SAM: Hay que entenderlo en el contexto del sexo ilícito. Te expuse las reglas básicas desde el primer día.

CAROL: Sí, pero parecía… parecía que cambiaba, que la relación iba haciéndose más profunda. Me preguntaste si podría ser feliz en Londres.

SAM: Carol, estás dándole una importancia que no tuvo.

CAROL (entendiéndolo todo): Cabrón. Me has utilizado.

PHYLLIS (enfadada): ¿Cómo que te estaba asfixiando? ¿Por qué te ahogabas? ¿Eh? ¡Payaso!

HOWARD (riéndose cada vez más): Es un payaso. Esto es un circo y él es un payaso. Y nosotros somos los monstruos de feria.

CAROL: Me has mentido, me has mentido.

PHYLLIS: Ahí tienes tu merecido, criptoputa.

CAROL: «Quiero estar contigo, Carol, contigo soy feliz, contigo experimento los únicos momentos verdaderos. Rescátame de esa guardia de asalto egocéntrica que está triturando mis esperanzas».

PHYLLIS: ¿Una nazi? ¿Le dijiste que soy una nazi?

SAM (ingenuamente): Nunca dije que fueses un miembro del partido propiamente dicho.

CAROL: ¡No puedo creer que esto esté pasando! No se puede hacer el amor de esa manera sin sentir amor.

PHYLLIS: Una polla dura no tiene conciencia.

Carol (hecha añicos): Aquello fue auténtico, fue verdadero.

SAM (volviéndose hacia Carol): ¡No me responsabilices de tus ilusiones! Fui honrado durante el tiempo que duró lo nuestro.

CAROL: No.

PHYLLIS: Una mujer con muy poco sentido de la realidad…

CAROL: Tú eres la que no tiene sentido de la realidad. Engañada, y pensando que tenías tu matrimonio bajo control, mientras él se liaba con todas.

SAM: Basta ya, Carol.

CAROL: En tu propia cama se acostó con Nancy Rice.

PHYLLIS: ¡Nancy Rice forma parte del comité ético!

SAM (a Carol): ¿Qué ganas con provocarla?

PHYLLIS: Nancy Rice es la presidenta del comité ético en el hospital. Su especialidad son las cuestiones morales.

SAM: Sí, tuve un rollo pasajero con Nancy Rice cuando estuviste en Denver, pero lo buscó ella. Además, tú y yo no teníamos ya vida sexual.

PHYLLIS: Ahora sé por qué no la teníamos: un hombre no puede ser una máquina eyaculadora.

SAM: ¡Ésa no es la razón!

PHYLLIS: ¿No? Entonces, ¿cuál?

SAM: ¿Que cuál es la razón? ¿Por qué estamos gritando?

PHYLLIS: ¿Cuál es la razón por la que nuestras relaciones sexuales se esfumaron como el vapor?

SAM: ¿Quieres saber la razón?

PHYLLIS: Sí, sí. La razón. Dime cuál es la maldita razón.

SAM: Pues que perdimos la espontaneidad.

PHYLLIS: ¿Crees que estás hablando con una retrasada mental? Yo no soy ella. (Señala a Carol).

HOWARD: Si algo no es Carol, es retrasada. Tiene una discapacidad de aprendizaje, que no es lo mismo.

CAROL: Howard, ¿quieres callarte de una vez?

HOWARD: Oye, déjame en paz. Intentaba explicar por qué pareces retrasada, pero en el fondo í10 1° eres.

CAROL: Se le murió el deseo porque no te tomas la molestia de satisfacer sexualmente a un hombre. ¿Miento, Sam? ¿No utilizaste la expresión «catatónica desnuda»?

SAM: No te metas donde no te llaman.

HOWARD: Creo que el problema es que Phyllis puede llegar a ser castradora.

SAM: Oye, piérdete.

HOWARD: Eso fue lo que me dijiste, Sam. Cuando te emborrachas después del almuerzo, te pones a balbucear cosas como: «¿En qué se me ha ido el tiempo? ¿Qué ha sido de todas mis expectativas? ¿Debería considerarme tan sólo el marido de Phyllis Riggs?».

PHYLLIS: ¿Qué locura es ésta? ¿Todo el mundo intenta castigarme por ser una triunfadora? Mi hermana, mis amigos, mi marido…

HOWARD: La gente nunca te odia por tus debilidades; te odia por tu poder.

CAROL: Sam, me has engañado. Me dijiste que me querías.

SAM: Nunca, nunca lo dije.

CAROL: Sí.

SAM: Tuve la cautela de no utilizar jamás esa palabra.

PHYLLIS: Nunca folies con un abogado. Te pillan por la terminología.

HOWARD: ¿Ponemos algo de música?

CAROL: ¡Joder! Ése es siempre el síntoma inicial de una de sus subidas eufóricas.

HOWARD: Puedo ganarle a Sam al racquetball.

SAM: Seguro que sí, Howard.

HOWARD (poniendo música): Se pone como loco… ¡Es musculoso, pero no coordina!

SAM: Exacto.

CAROL: Sam, yo lo tenía todo planeado. Ibas a dejar a Phyllis.

HOWARD: Y la ha dejado, Carol. ¿Es que no prestas atención?

CAROL: ¡Cállate, maniaco psicótico!

HOWARD: Todo el mundo está tan deprimido…

(Sube el volumen de la música).

CAROL: ¡Apaga eso!

HOWARD: ¿El qué?

CAROL: ¡Apaga eso! ¡Apágalo! ¡Ya basta!

(Sam apaga la música).

HOWARD: ¿Qué mosca os ha picado? ¿Os creéis que estáis en un funeral?

SAM: Howard, cálmate.

HOWARD: Todo el mundo se ha vuelto loco… Quizás es porque tenéis hambre. ¿Preparo algo rápido?

CAROL: ¡Idiota!

HOWARD: ¿Qué?

CAROL: ¡Idiota! ¡Memo!

HOWARD: ¡Baba ghanoush! ¡Es perfecto!

(Howard sale por la derecha en dirección a la cocina).

CAROL: Sam, yo te quería, te quería de verdad. Aún te quiero.

SAM: Siempre evité darte esperanzas. Procuré ser cuidadoso en ese aspecto. No era mi intención hacer daño a nadie.

(Suena el timbre de la puerta. Carol, que es la que está más cerca, la abre. Entra una jovencita muy guapa y sexy llamada Juliet Powell).

JULIET (a Sam): Estaba esperando abajo y me he preocupado. Sé que antes casi te rompe la crisma y, como veía que no bajabas…

PHYLLIS: No. No. No.

CAROL: ¿Es ésta?

JULIET: Dudé si subir o no, pero como dijiste cinco minutos…

SAM: Es ésta, digo, ella, Juliet Powell. Te presentaré: Carol… Phyllis. Bueno, la doctora Riggs no necesita presentación.

PHYLLIS: No, no la necesito. Me basta con que me llevéis al psiquiátrico del Bellevue y me ingreséis.

CAROL: ¿Os conocéis?

SAM: Mira, pongamos todo esto en claro e intentemos no decir chorradas. Juliet es… bueno, era, una paciente de Phyllis, ¿vale?

PHYLLIS: ¿Cuándo la…?

SAM (a Carol): Una vez, hace ya tiempo, dio la casualidad de que me fijé en ella cuando la vi en la sala de espera. Tengo mi propio acceso privado, pero, muy de tarde en tarde, vislumbro a una paciente de Phyllis que entra o sale, llorando, o que está sentada allí, leyendo Town and Country. Y recuerdo que pensé: «Dios mío, qué criatura tan encantadora, tan joven y tan saludable. ¿Qué problemas puede tener a su edad?». Y después, hace varias semanas, como si fuese cosa del destino, salí del apartamento a la misma hora en que Juliet salía del ascensor para acudir a su sesión. Le hablé. Sólo le dije «Hola», pero, como sabía que ella bajaría al cabo de cincuenta minutos, compré un periódico y me senté en un banco del parque, al otro lado de la calle. Y, en efecto, a los cincuenta y dos minutos exactos, salió y la saludé de nuevo, «qué sorpresa», le dije. Y ahora voy a casarme con ella.

PHYLLIS (a Juliet): Y yo voy a dejar de ser psiquiatra y me voy a hacer miembro de la Hemlock Society.

JULIET (ingenuamente): Por eso dejé el tratamiento. No me parecía razonable continuar mi psicoanálisis contigo mientras yo estaba…

PHYLLIS: ¿… jodiendo con mi marido? Gracias, Miss América Adolescente.

CAROL: Sam, podría ser tu hija.

SAM: Pero no lo es. Es la hija de los señores Morton Powell, a quienes no conocería de nada si no leyera The Wall Street Journal.

CAROL: Pero ¿qué cono podéis tener en común?

SAM: Te sorprendería saberlo. Es una joven encantadora, educada, de veinticinco años…

JULIET: Veintiuno.

SAM: Bueno, pronto tendrás veinticinco. Cuatro años pasan volando.

CAROL: Señorita Powell, ¿a qué se dedica?

JULIET: ¿Dedicarme?

CAROL: ¿En qué trabaja?

JULIET: Montadora de cine. Bueno, lo seré cuando me licencie.

CAROL: ¿Irás al baile de gala de fin de carrera?

JULIET: Ya debería haberme licenciado, pero me tomé un año sabático.

PHYLLIS: La señorita Powell ha tenido algunos problemas emocionales graves.

JULIET: Sí, bueno…

PHYLLIS: Vino a verme hace un año. Era introvertida, estaba confusa, anoréxica y le aterrorizaban los hombres. Mi objetivo era liberarla, para que de esa manera pudiese salir hecha toda una mujer y seguir adelante.

JULIET: Exacto, y lo conseguiste.

PHYLLIS: Ya me he dado cuenta.

JULIET: Es terrible, porque me fastidia mucho perderte como psicoanalista. Por otro lado, siempre me indujiste a actuar según lo que más me convenía.

PHYLLIS: ¿Y tú crees que mi marido de cincuenta y cinco años está entre las cosas que más te convienen?

JULIET: Bueno, al principio tuve algunos sueños desagradables. Volví a soñar con arañas, sólo que esa vez tú eras la viuda negra, mi madre el escorpión y… Carol era la tarántula.

CAROL: Pero si ni siquiera me conocías.

JULIET: Sam me habló de ti, y por la manera en que te describió…

CAROL: Una tarántula…

JULIET: Mi subconsciente creó la imagen de la araña a partir de las cualidades de peluda y posesiva.

CAROL: ¿Peluda y posesiva?

JULIET: Pero, contestando a tu pregunta, Phyllis, te diré que sí. Tuve algunas dudas, pero Sam me hizo la descripción de un matrimonio muerto desde hacía mucho, y me pareció que no me interponía entre nadie. Además, ya estaba acostándose con Carol y con la señora Bucksbaum.

PHYLLIS: ¿Con quién?

JULIET: La señora Bucksbaum. La coja.

PHYLLIS: Sam, ¡pero si es una lisiada!

SAM: ¿Y eso qué tiene que ver? Por los clavos de Cristo, Phyllis. Comprendo que no fue noble engañarte, pero no porque la mujer tuviese una pierna más corta que la otra.

PHYLLIS: ¿Cómo lo hacías con ella? ¿La subías a una caja?

CAROL (a Sam): ¿Por qué soy peluda y posesiva? ¿De qué modo he intentado poseerte? Yo me entregué. Me entregaba una vez y otra. Salía corriendo en cuanto me llamabas, cancelaba citas, inventaba mentiras, hacía malabarismos con mi agenda para complacerte y jamás te pedí nada a cambio. ¿Cómo pudiste darle a entender que yo era una tarántula?

SAM: ¿Acaso soy responsable de los sueños que ella tenga contigo?

CAROL: ¿Te das cuenta de la clase de hombre con el que vas a casarte?

JULIET: Bueno, en realidad eso de casarnos es más una idea de Sam que mía. Yo me conformo con dejar que las cosas sigan su curso.

SAM: No, yo quiero el compromiso, lo necesito. No puedo continuar así. Quiero algo estable de una vez. Tengo que dar un sentido a mi vida. Juliet, tú eres todo lo que siempre he soñado.

CAROL: ¿Una anoréxica de veinte años?

SAM: Veintiuno y, además, montadora de cine.

PHYLLIS: Hace seis meses, era incapaz de mirar a un hombre a los ojos sin que le saliera un herpes.

SAM: Mirad, sé lo que estáis pensando, pero esto es amor de verdad. A pesar de lo que vosotras dos digáis, mi vida de donjuán se ha terminado. La promiscuidad no es la solución. ¿Creéis que alguien puede alcanzar la plenitud con un adulterio vacío, barato y estúpido?

CAROL: Gracias, Sam. Para mí también fue algo muy valioso.

SAM (a Juliet): Lo que intento decir es que te encontré y que quiero que lo nuestro sea para siempre.

PHYLLIS: ¿Qué pasará cuando ella tenga mi edad? Ya no tendrás dientes y estarás tragando papilla en un asilo público.

CAROL: Sé que no soy joven ni guapa, pero esto ya es demasiado. Es más de lo que puedo soportar.

HOWARD (saliendo a escena): He decidido hacer ravioli. Es lo único que hay.

CAROL: Mi vida es un desastre.

HOWARD: Es una pena que no haya pesto. Pero puedo preparar una salsa de crema. Y haré unas ensaladitas con anchoas y vinagre balsámico. ¿Quién es ésta?

JULIET (estrechándole la mano): Soy Juliet Powell.

HOWARD: Yo soy Howard.

JULIET: ¿Veis? Hace seis meses ni siquiera me podría haber presentado a mí misma.

SAM: Dime que no tienes ningún tipo de duda en casarte conmigo. Necesito una confirmación.

JULIET: Sólo quiero que estemos seguros. Eso es todo. ¿No sería suficiente con seguir saliendo juntos y ver adónde nos conduce todo esto?

SAM: Estás faltando a tu palabra. Creía que lo habíamos acordado. Anoche estabas segura.

HOWARD (a Juliet): ¿Para qué quieres casarte? Eres una cría.

SAM: Howard…

HOWARD: No, lo digo en serio. Es una cría y tú un anciano. Bueno, no quiero decir anciano, sino que eres demasiado mayor para ella.

SAM: Eso es asunto nuestro.

HOWARD: Y llegas a ella con todo tu pesado bagaje, con tantas cicatrices y amarguras grabadas ya en tu carácter…

SAM: Howard, yo no estoy amargado. Sólo quiero empezar de nuevo.

HOWARD: Oye, ¿quién no lo querría? (A Juliet:). El matrimonio es un paso decisivo para cualquiera… Cuánto más para una cría como tú y para un insensato Casanova de mediana edad.

JULIET: No hago más que decirle que creo que deberíamos esperar.

SAM: Yo te quiero.

HOWARD: Está nervioso porque sabe que conocerás a otro.

SAM: ¿Quieres no meterte en lo que no te importa? Este hombre es un demente declarado.

HOWARD: No tan rápido. Escucho lo que dice esta jovencita. Estás presionándola demasiado. (A Juliet:). ¿Qué falta te hace a ti casarte? No deberías encerrarte con llave con ningún tío. Deberías salir a saborear la vida. Sólo se es joven una vez.

JULIET: La verdad es que estoy empezando a salir del caparazón, gracias a Phyllis.

PHYLLIS: Si es gracias a mí, me apuntaré a un tratamiento de electrochoque. Y deja de llamarme Phyllis. Todavía soy la doctora Riggs.

CAROL (corre hacia Sam y lo golpea): ¿Soy una araña? ¿Soy una araña peluda y posesiva?

SAM: Carol, deja de pegarme.

HOWARD: Lo que digo es que ella no debería pensar todavía en casarse, y menos contigo. Recuerda, Juliet: el matrimonio significa la muerte de la esperanza.

JULIET: La muerte de la esperanza. Qué manera tan poética de decirlo.

HOWARD: Soy escritor.

SAM (a Howard): Para ti fue la muerte de la esperanza. Para nosotros es un futuro prometedor.

JULIET: Él planteó el tema del matrimonio. Y yo me quedé perpleja.

HOWARD: Juliet… ¿Puedo llamarte Juliet? Si este tío está hablándote de un compromiso para toda la vida, sigue mi consejo y corre, salva tu vida, tu joven vida. Después de todo, eres tan guapa y tan apetitosa, tan deliciosa y suculenta…

PHYLLIS: Por Dios, Howard, lo dices como si quisieras cocinarla.

SAM: ¿Cómo vas a darle un mínimo de credibilidad? Es una marioneta.

JULIET: Te lo dije, Sam: nunca, hasta ahora, había tenido una aventura amorosa.

HOWARD: Muchos hombres se enamorarán de ti. Eres encantadora. Yo podría hacerlo y apenas acabo de conocerte.

SAM: Está haciéndome la competencia. No puedo creerlo. Está haciéndome la competencia.

HOWARD: ¿Qué planes de futuro tienes?

JULIET: Me gustaría ser montadora de cine.

HOWARD: ¡Oye, perfecto para mí! He escrito varios guiones, ¿sabes?…

SAM: … de los que no ha vendido ninguno. Ah, y una novela.

JULIET (impresionada): ¿Has escrito una novela? Qué maravilla.

SAM (perdiendo un poco el control): Saldada al instante. Una novela que cuenta la historia real, apenas maquillada, de un exatleta universitario que compite con una esposa brillante y malhablada que dirige un departamento de un hospital. La mujer escribe libros y es el centro de atención allá adondequiera que vayan y jamás se da cuenta de que él es débil y de que ella, sin querer, está castrando al pobre gilipollas, así que él sólo vive para disfrutar del sexo adúltero.

PHYLLIS: Con discapacitadas físicas y psíquicas.

HOWARD: Juliet, tengo unos cuantos proyectos estupendos en marcha en la costa… En realidad, mañana mismo espero una llamada de la Paramount.

SAM: Lo que tiene son delirios de grandeza, Juliet. Howard no tiene nada. No es nada.

JULIET: Creo que me está entrando migraña.

SAM: Esto es increíble. Lo que empezó como un incordio de nada ha ido convirtiéndose en una catástrofe. Juliet, yo te amo. Nos juramos que sería para siempre, así que vámonos.

HOWARD: No tan rápido, Sam. Juliet y yo tenemos muchas posibilidades.

SAM: Está como una cabra. Emocionalmente es un tarado. Dentro de diez minutos tendremos que rescatarlo del alféizar de la ventana.

HOWARD: Piénsate lo de California. Lo único que tengo que hacer es decir «sí» a un gran contrato con la MGM.

JULIET: ¿No dijiste la Paramount?

HOWARD (hablando muy rápido): Tengo una gran idea para una película, aunque una vez consigues un éxito en taquilla, te presionan con un contrato para tres películas. Tengo algunas ideas muy buenas… Una de ellas me gustaría dirigirla… Siempre han mostrado cierto interés en mí como director, pero he dicho que no. Aún podría reconsiderar el asunto, a condición de que me llenen bien el bolsillo… Tú podrías encargarte del montaje… Enviaré un telegrama a mi agente inmobiliario en Beverly Hills y alquilaremos una casa… Es una tontería comprar una al principio: nunca sabes cuánto tiempo vas a quedarte. Desde luego, tiene que ser espaciosa. Tal vez en Bel Air… Me encantaría que tuviese una piscina olímpica. Para los niños sería divertido. En realidad, creo que leí que Warren Beatty iba a vender su casa. Warren es un gran amigo mío. No es que nos veamos mucho, pero lo conocí en un mitin político. (Mira el reloj). Podría llamarlo ahora… Veamos, allí son tres horas menos…

SAM (harto ya, agarra a Juliet): Venga, nos largamos de aquí.

HOWARD (deteniéndolo): Oye, no tan rápido.

SAM: Quítate de en medio, Howard.

HOWARD: No, Sam. No siempre vas a salirte con la tuya.

SAM: He dicho que nos vamos.

JULIET: Vale, pero espera un momento. Estoy angustiándome.

SAM: No esperaré. Lo discutiremos en el coche.

HOWARD: Deja que Juliet haga lo que quiera.

SAM: Howard…

HOWARD: Te lo digo en serio, Sam. No permitiré que esta chica sea obligada a nada. Me propongo pasar el resto de mi vida con ella.

SAM: ¡Te he dicho que te quites de en medio!

(Sam empuja a Howard y se enzarzan en una refriega. La pelea, para sorpresa de todos, pasa a mayores).

PHYLLIS: De acuerdo, dejadlo ya. No estamos en la selva. Esto es Central Park West.

JULIET: Basta. ¡Suéltalo!

HOWARD: Me estás estrangulando.

PHYLLIS: Basta ya.

JULIET: Por favor, no lo soporto. ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!

(Se produce un revuelo general cuando todos intentan detener a Sam. Juliet coge la pistola y dispara a Sam. Gritos).

SAM: ¡Oh, Dios mío!

PHYLLIS: ¡Sam!

JULIET: ¿Qué ha pasado? ¡Se disparó!

SAM: Tengo un dolor terrible en el trasero.

PHYLLIS: Llama a una ambulancia.

JULIET: Ha sido sin querer.

PHYLLIS (a Carol); ¡Llama a una ambulancia!

JULIET: Todo se volvió rojo.

CAROL: Sólo es una cría, pero sabía muy bien cómo quitarle el seguro. ¡Bravo!

PHYLLIS: Vete de aquí antes de que llegue la policía. Sal tranquilamente por la puerta y vuelve a tu casa.

JULIET: Sam, lo siento muchísimo.

SAM: ¿Qué hace una Luger alemana en la mesa de mi salón?

HOWARD: ¿Cómo os gustan los ravioli? ¿A alguien le apetece una ensalada?

PHYLLIS (a Juliet): Vete, va a llegar la policía. Verán que eres la preciosa hija de un conocido banquero de Wall Street, se relamerán y telefonearán a la prensa.

JULIET: Ha sido sin querer. Ha sido un accidente.

PHYLLIS: No hay accidentes, nena. ¿Todavía hace falta que te lo diga? Ahora vuelve a casa y no te muevas de allí. Hablaremos de todo esto el lunes. (A Carol:). ¡Dame eso!

CAROL: Howard, coge tu abrigo. Nos vamos a casa. En el canal de cine ponen La isla de las almas perdidas. Quiero ver si aparecen nuestros nombres.

HOWARD: ¿Podemos parar en Zabar’s? No tengo cacao.

CAROL: Con el cacao que tienes dentro de la cabeza, te sobra para el resto de tu vida.

JULIET: Adiós, doctora Riggs. La veré el lunes a la hora de siempre.

SAM: Juliet, Juliet, no te vayas. Te amo.

(Las luces van apagándose).

PHYLLIS: Madura de una vez, Sam. Te ha disparado en el culo. ¡A eso se le llama rechazo!