Se alza el telón. Día gris en Nueva York. Incluso debería haber un poco de neblina. El decorado sugiere un lugar retirado junto al dique del río Hudson en el que cualquiera puede inclinarse sobre la barandilla, ver los barcos y la franja costera de Nueva Jersey. Digamos que entre la Setenta y la Ochenta Oeste.

Jim Swain, un escritor de cuarenta y tantos años, espera impaciente, mirando el reloj, caminando de un lado para otro, llamando por el móvil sin obtener respuesta. Resulta evidente que espera a alguien.

Se frota las manos, comprueba si está lloviznando y quizá se levanta un poco el cuello de la chaqueta cuando nota, al menos, una bruma húmeda.

En ese momento, un mendigo corpulento y sin afeitar, un habitante de la calle de poco más o menos la edad de Jim, deambula por los alrededores como si lo estudiara. Su nombre es Fred.

Fred va acercándose a Jim, que se percata de su presencia y, aunque sin llegar a asustarse, recela de hallarse en una zona desolada con un tipo corpulento y desagradable. A lo que hay que añadir que Jim espera que su cita, con quienquiera que sea la persona a la que espera, se desarrolle con la mayor intimidad posible. Al final, Fred le aborda.

FRED: Un día lluvioso. (Jim asiente, dando a entender que está de acuerdo, pero que no quiere entablar conversación). Una llovizna. (Jim asiente con una sonrisa desganada). O más bien debería decir una bruvizna: bruma y llovizna.

JIM: No sé.

FRED (hace una pausa): Mira qué velocidad lleva la corriente. Si arrojases la gorra al río, estaría en mar abierto dentro de veinte minutos.

JIM: (con reticencia, aunque educadamente): Pues sí…

FRED (tras una pausa): El río Hudson recorre más de quinientos kilómetros. Nace en los Adirondacks y desemboca en el vasto océano Atlántico.

JIM: Interesante.

FRED: No, no lo es. ¿Nunca has pensado qué pasaría si la corriente fuese en dirección contraria?

JIM: Pues no, la verdad.

FRED: El caos. El mundo estaría desincronizado. Si tirases la gorra al agua, subiría hasta Poughkeepsie en vez de ir a parar al mar.

JIM: Ya…, entiendo.

FRED: ¿Has estado en Poughkeepsie alguna vez?

JIM: ¿Cómo?

FRED: ¿Has estado en Poughkeepsie alguna vez?

JIM: ¿Yo?

FRED (mira alrededor para dar a entender que están los dos solos): ¿Quién, si no?

JIM: ¿Por qué lo pregunta?

FRED: Es sólo una pregunta.

JIM: ¿Que si he estado en Poughkeepsie?

FRED: ¿Has estado?

JIM (sopesa la pregunta y decide responder): No, nunca, ¿vale?

FRED: Si nunca has estado allí, entonces ¿por qué pareces tan culpable?

JIM: Oiga, estoy un poco preocupado.

FRED: No vienes por aquí con frecuencia, ¿verdad?

JIM: ¿Por qué lo dice?

FRED: Interesante.

JIM: Oiga, ¿qué pretende? ¿Va a darme un sablazo? Tome, aquí tiene un dólar.

FRED: Oye, sólo te he preguntado que si venías por aquí con frecuencia.

JIM (impacientándose): No. Espero a alguien. Estoy muy intranquilo.

FRED: Vaya día que has escogido.

JIM: No sabía que iba a estar así de desagradable.

FRED: ¿No ves el tiempo en la tele? ¡Joder! Si parece que sólo hablan del puñetero tiempo. Si estás en Riverside Drive, ¿qué te importa que haya vientos racheados en el valle de los Apalaches? Por Dios, hombre, que corten ya con ese rollo…

JIM: Bueno, ha sido un placer hablar con usted.

FRED: Mira, apenas se divisa Jersey. Hay mucha niebla.

JIM: Mejor así. Es una bendición…

FRED: Exacto. A mí tampoco me gusta Jersey.

JIM: En realidad, estoy bromeando. Intento ser…

FRED: ¿Frívolo? ¿Insustancial?

JIM: Más bien un poco sarcástico.

FRED: Es comprensible.

JIM: ¿De veras?

FRED: Sabiendo qué opinión me merece Montclair.

JIM: ¿Cómo podría saber yo qué opinión le merece Montclair?

FRED: Ni siquiera me molestaré en responderte.

JIM: Esto…, sí…, bien. Escuche, me gustaría seguir con mis asuntos. (Mira el reloj).

FRED: ¿A qué hora la esperas?

JIM: ¿De qué está usted hablando? Por favor, déjeme en paz.

FRED: Éste es un país libre. Si quiero, puedo quedarme aquí mirando Nueva Jersey.

JIM: Bien. Pero no me hable.

FRED: Pues no me contestes.

JIM (saca el móvil): Oiga, mire. ¿Quiere que llame a la policía?

FRED: ¿Y qué vas a decirle?

JIM: Que un pordiosero agresivo está acosándome.

FRED: Supon que te quito ese móvil y lo tiro al río. Dentro de veinte minutos estará en el Atlántico. Desde luego, si la corriente fuese en dirección contraria, acabaría en Poughkeepsie. ¿En Poughkeepsie o en Tarrytown? No estoy seguro.

JIM: (un poco asustado y enfadado): Si piensa preguntarme si alguna vez he estado en Tarrytown, le diré que sí.

FRED: ¿Dónde vivías?

JIM: En Pocantico Hills. ¿Le parece bien?

FRED: Ahora lo llaman Sleepy Hollow. Suena mejor para los turistas.

JIM: Ya.

FRED: Te sacan el dinero con todas esas gilipolleces de Ichabod Crane y de Rip van Winkle[1]. Todo está organizado.

JIM: Mire, estaba absorto en mis pensamientos…

FRED: ¡Oye! Hablábamos de literatura. Tú eres un escritor.

JIM: ¿Cómo lo sabe?

FRED: ¡Venga ya! ¡No me tomes por tonto!

JIM: ¿Va a decirme que lo ha adivinado por el atuendo que llevo?

FRED: ¿Qué atuendo?

JIM: Es por la chaqueta de tweed y los pantalones de pana, ¿verdad?

FRED: Jean-Paul Sartre dijo que un hombre, a partir de los treinta años, es responsable de su cara.

JIM: Lo dijo Camus.

FRED: Sartre.

JIM: Camus. Sartre dijo que un hombre, con el tiempo, asume los rasgos propios de su profesión: un camarero andará como un camarero, un empleado de banco adquirirá modales de empleado de banco… Porque quieren convertirse en cosas.

FRED: Pero tú no eres una cosa.

JIM: Intento no serlo.

FRED: Porque ser una cosa no reviste peligro. Porque las cosas no mueren. Como ocurre en El muro[2]: los hombres que van a ser ejecutados quieren hacerse uno con el muro ante el que los han llevado, fundirse con la piedra y volverse sólidos y permanentes, para de ese modo perdurar. En otras palabras: para vivir, para seguir vivos.

JIM: (examina a Fred y dice): Me encantaría hablar del tema con usted en otro momento.

FRED: Estupendo. ¿Cuándo?

JIM: Ahora mismo estoy un poco ocupado.

FRED: Bueno, entonces, ¿cuándo? Si quieres que comamos juntos, tengo toda la semana libre.

JIM: Pues la verdad es que no lo sé.

FRED: Escribí una cosa muy divertida inspirada en Irving.

JIM: ¿Qué Irving?

FRED: Washington Irving. ¿Te acuerdas? Ya hemos hablado de Ichabod Crane.

JIM: No sabía que hubiésemos vuelto a ese tema.

FRED: El jinete decapitado está condenado a cabalgar por los campos, llevando su cabeza bajo el brazo. Fue un soldado alemán al que mataron en la guerra.

JIM: Era de Hesse.

FRED: Así que se planta en uno de esos drugstores que están abiertos toda la noche y dice la cabeza: «Tengo un dolor de cabeza terrible». El dependiente le dice: «Tenga, tómese dos píldoras de Excedrin Extrafuerte», y el cuerpo, después de pagarlas, le ayuda a tomárselas. Luego los encontramos, bien entrada la noche, cruzando un puente, y dice la cabeza: «Me siento fenomenal. Se me ha pasado el dolor de cabeza. Soy un hombre nuevo». Y entonces el cuerpo se entristece y piensa en lo desdichado que es porque, si le doliera la espalda, no podría encontrar alivio, al no estar unido a la cabeza.

JIM: ¿Cómo puede el cuerpo pensar nada por sí mismo?

FRED: Nadie se plantearía una pregunta como ésa.

JIM: ¿Por qué no? Resulta obvia.

FRED: Por eso. Por eso eres bueno en la construcción y en los diálogos, pero careces de inspiración. Por ese motivo, estás obligado a depender de mí. Aunque lo que me hiciste fue muy pero que muy feo.

JIM: ¿Qué hice? ¿De qué está usted hablando?

FRED: Hablo de dinero: algún tipo de compensación económica y también de reconocimiento.

JIM: Mire, estoy esperando a alguien.

FRED: Lo sé, lo sé, y ella se retrasa.

JIM: No lo sabe y no se meta donde no le llaman.

FRED: De acuerdo, estás esperando a una tía. ¿Quieres estar solo? Cerremos de una vez el asunto, al menos lo del dinero, y me largaré.

JIM: ¿Qué asunto?

FRED: Dentro de un segundo vas a decirme que esta situación es kafkiana.

JIM: Es peor que kafkiana.

FRED: ¿De verdad? ¿Es… posmoderna?

JIM: ¿Qué es lo que quiere usted?

FRED: Un porcentaje y una mención en los títulos de crédito. Comprendo que ya es demasiado tarde para que mi nombre aparezca en las copias que están distribuidas, pero debería percibir derechos de autor por ellas. Y también un porcentaje de los beneficios y que mi nombre aparezca en las copias nuevas. No el cincuenta por ciento, pero sí algo razonable.

JIM: ¿Está chiflado? ¿Por qué tendría que darle nada?

FRED: Porque yo te di la idea.

JIM: ¿Que usted me dio la idea?

FRED: La verdad es que más bien me la robaste.

JIM: ¿Que yo robé su idea?

FRED: Y vendiste tu primer guión, y la película parece tener éxito, de modo que quiero lo que me corresponde.

JIM: Yo no le robé su idea.

FRED: Jim, dejémonos de jueguecitos.

JIM: Oiga, déjese usted de jueguecitos y no me llame Jim.

FRED: Vale. James. «Escrito por James L. Swain»… Pero todo el mundo te llama Jim.

JIM: ¿Cómo lo sabes?

FRED: Lo veo y lo oigo.

JIM: ¿Dónde?… ¿De qué estás hablando?

FRED: Jim Swain. Central Park West con la Setenta y ocho. Tienes un BMW con matrícula jimbo one… ¡Vaya con las matrículas personalizadas! Jimmy Connors es «Jimbo One», no tú. Te he visto darle a una pelota de tenis, así que a mí no me la pegas.

JIM: ¿Has estado siguiéndome?

FRED: La morena con un aire ratonil es Lola, ¿no?

JIM: ¡Mi mujer no tiene nada de ratonil!

FRED: ¡Vale! Ratonil no es la palabra adecuada… Es verdad, no tiene nada de roedora.

JIM: Es una mujer guapa.

FRED: Todo es muy subjetivo.

JIM: ¿Quién te crees que eres?

FRED: Por supuesto, nunca se lo diría a ella a la cara.

JIM: Soy su marido y la quiero.

FRED: Entonces, ¿por qué la engañas?

JIM: ¿Cómo?

FRED: Creo que sé qué aspecto tiene la otra. Es un poco vulgarota, ¿no?

JIM: No hay ninguna otra.

FRED: Entonces, ¿a quién esperas?

JIM: ¡No es cosa tuya! Y si no te vas, llamaré a la policía.

FRED: Eso es lo último que haría alguien que tiene una cita clandestina.

JIM: ¿Cómo sabes que mi mujer se llama Lola?

FRED: Te oí llamarla Lola.

JIM: ¿Has estado espiándome?

FRED: ¿Acaso tengo pinta de espía?

JIM: Sí.

FRED: Soy escritor. Al menos lo era hasta hace unos años. Hasta que mis visiones me asaltaron por sorpresa.

JIM: Bueno, mira, tu imaginación me resulta demasiado exuberante.

FRED: Lo sé. Por eso me plagiaste.

JIM: Yo no robé tu idea.

FRED: No sólo mi idea. Era autobiográfica, así que, en cierto modo, me robaste mi vida.

JIM: En el caso de que hubiese cualquier parecido entre mi película y tu vida, te aseguro que ha sido pura coincidencia.

FRED: Yo no soy de esos que ponen demandas. Hay gente propensa a los pleitos. (Con cierto aire amenazante). Yo prefiero llegar a un acuerdo entre las partes.

JIM: ¿Cómo pude robarte la idea?

FRED: Me oíste contar el argumento por casualidad.

JIM: ¿A quién? ¿Dónde?

FRED: En Central Park.

JIM: ¿Que yo te oí contar el argumento en Central Park?

FRED: Ni más ni menos.

JIM: ¿A quién se lo contabas? ¿Cuándo?

FRED: A John.

JIM: ¿A quién?

FRED: A John.

JIM: ¿Qué John?

FRED: Big John.

JIM: ¿Quién?

FRED: Big John.

JIM: ¿Quién coño es Big John?

FRED: No lo sé. Un mendigo. Bueno, lo era. Me enteré de que le cortaron el cuello en un centro de acogida.

JIM: A ver: ¿me estás diciendo que le contaste algo a un mendigo y que yo por casualidad lo oí?

FRED: Y lo utilizaste.

JIM: No te he visto en mi vida.

FRED: Increíble, llevo meses siguiéndote.

JIM: ¿Que me has seguido?

FRED: Y lo sé todo sobre ti, aunque tú no te fijaste en mí ni una sola vez. Y no será porque no se me vea. Soy bastante corpulento. Podría partirte el cuello con una sola mano.

JIM: Mira… Quienquiera que seas, te juro que…

FRED: Me llamo Fred. Fred Savage. Buen nombre para un escritor, ¿no te parece? «Y el premio al mejor guión original…, el sobre, por favor… Y los ganadores son Frederick R. Savage y James L. Swain por la obra El viaje».

JIM: El viaje lo escribí yo y fue idea mía.

FRED: Jim, oíste mi historia por casualidad cuando yo se la contaba a John Kelly. Pobre John… Andaba por York Avenue cuando unos tipos subían un piano a un piso y la cuerda se desató… ¡Dios! Fue espantoso…

JIM: Antes dijiste que lo apuñalaron en un centro de acogida.

FRED: La estúpida coherencia es el gran lastre de las mentes inferiores.

JIM: Mira, Fred. Yo nunca le he robado una idea a nadie. Primero, porque no lo necesito, ya que tengo mis propias ideas y, segundo, porque no lo haría ni en el caso de que estuviese en el dique seco. ¿Está claro?

FRED: Pero toda la historia está allí: mi crisis nerviosa, la camisa de fuerza, mi ataque de pánico en el último instante, la goma entre mis dientes, y luego las descargas eléctricas. ¡Dios mío! Aunque es verdad que yo era un tipo violento…

JIM: ¿Eres violento?

FRED: De los pies a la cabeza.

JIM: Mira, estoy empezando a inquietarme un poco.

FRED: No te preocupes. Ella vendrá.

JIM: Estoy preocupado por tu culpa, no por ella. Bueno, al menos, si estás convencido de que eres un escritor…

FRED: He dicho que lo fui hace años, antes de que me diese el colapso. Antes de llevarme aquel disgusto, yo escribía para una agencia.

JIM: ¿Qué disgusto?

FRED: Es morboso. Prefiero no recordarlo siquiera.

JIM: ¿Qué clase de agencia?

FRED: Una agencia publicitaria. Escribía anuncios. Como aquella idea que tuve para anunciar Excedrin Extrafuerte. La lancé pero no coló. Demasiado cartesiana.

JIM: Entonces fue cuando te… trastornaste.

FRED: No fue por eso. ¿A quién le importa que rechazaran mi idea? Los de la agencia no eran más que unos filisteos con traje gris de franela… No, mis problemas surgieron a raíz de otros motivos.

JIM: ¿Como cuáles?

FRED: Pues como algunos jefecillos que se asociaron para formar una red de conspiradores. Una red dedicada a promover mi ruina, a humillarme y a hundirme tanto física como mentalmente. Una red tan vasta y tan compleja que hasta el día de hoy recluta a agentes secretos en organizaciones tan diversas como la CÍA y la resistencia cubana. Fuerzas tan malévolas que dieron al traste con mi trabajo, con mi matrimonio y con mi pequeña cuenta bancaria. Me siguieron de cerca, me pincharon el teléfono y se comunicaban en clave con mi psiquiatra mandando señales eléctricas desde lo alto del Empire State, a través de mi oído interno, directamente a la balsa hinchable que él tenía en Martha’s Vineyard[3]. ¡Así que no me vengas con tus mierdosas historias lacrimosas y no me trates como si fuera un mindundi!

JIM: Fred, me estoy asustando. Voy a serte franco. Quiero portarme bien contigo.

FRED: Entonces, hazlo. No tienes motivos para estar asustado. Todavía no hace tanto que he suspendido mi medicación como para perder el control. Por lo menos, eso creo.

JIM: ¿Qué tomas?

FRED: Un combinado de ansiolíticos.

JIM: Un cóctel.

FRED: Salvo que no me lo bebo en vaso largo.

JIM: Pero no puedes dejar de tomar esas cosas por las buenas.

FRED: Estoy muy bien, te lo aseguro. No empieces a acusarme como hicieron los otros.

JIM: No, yo no te acuso de nada.

FRED: Vayamos al grano.

JIM: He intentado demostrarte de manera lógica que de ningún modo pude robarte la idea.

FRED: Mi vida, querrás decir. Me robaste mi vida.

JIM: Tu vida, tu autobiografía, lo que quieras, pero creo que puedo demostrártelo paso por paso.

FRED: La lógica puede ser muy engañosa. Robaste mi vida. Aún más: me robaste el alma.

JIM: No necesito tu vida. Mi vida es estupenda.

FRED: ¿Quién te crees que eres para decir que no necesitas mi vida?

JIM: No era mi intención ofenderte.

FRED: Mira, sé que estás bajo una gran presión íntima…

JIM: Sí que lo estoy.

FRED: Y ella está retrasándose más de la cuenta. Es una mala señal.

JIM: Me sorprende. Suele ser puntual.

FRED: Creo que presiente que va a ocurrir algo. Yo, en tu lugar, me mantendría alerta.

JIM: Lo estoy. Pero me gustaría señalarte que mi película…

FRED: Nuestra película.

JIM: La película. ¿Te vale si digo la película? La película trata sobre los horrores de una determinada institución para enfermos mentales que situé en Nueva Jersey.

FRED: Sé muy bien de lo que me hablas.

JIM: Pero seguro que mucha gente ha tenido experiencias parecidas. Puede ser la historia de cualquiera.

FRED: No, no… Me oíste contarla. Incluso le dije a Big John Kelly que se podría hacer con ella una película estupenda… En especial la parte en que el protagonista provoca los incendios.

JIM: ¿Hiciste eso en realidad?

FRED: Tú ya conoces los detalles.

JIM: Te juro que no.

FRED: Me ordenaron que incendiara varios edificios.

JIM: ¿Que te ordenaron qué? ¿Quiénes?

FRED: La radio.

JIM: ¿Oías voces a través de la radio?

FRED: Me parece notar un leve matiz de escepticismo en tu voz.

JIM: Nooo…

FRED: No siempre he sido eso que ellos decían que soy, no recuerdo el término que empleaban…

JIM: ¿Esquizofrénico paranoico?

FRED: ¿Cómo dices?

JIM: Sólo intentaba echarte una mano.

FRED: ¡Todo el mundo se las da de especialista! Y no es más que semántica. Antes se le llamaba demencia precoz, que, en realidad, suena mucho más bonito. Pero esto es peor que semántica, es cosmética. Una chica lleva a su prometido a casa para que conozca a sus padres y dice: «¡Viejos! Os presento a Max. Es maniaco depresivo». Ya puedes imaginarte cómo se lo toman. Caprichos de la niña bonita de la familia que se ha enrollado con un tipo que los lunes intenta tirarse del edificio Chrysler y los martes compra compulsivamente en los almacenes Bloomingdale… ¡Ah!, pero si dice: «Os presento a Max… Es bipolar». Suena como si fuese una hazaña… Como si fuese un explorador… Sí, bipolar, como el almirante Byrd[4]… No, Jim, a mí me diagnosticaron en términos más prosaicos. No chiflado o majareta. No. Allí no emplean un lenguaje de vodevil. Dijeron que Fred Savage es un homicida, un psicópata imprevisible.

JIM: ¿Un homicida?

FRED: ¿No te gustaban tanto las etiquetas?

JIM: Esto… Mira, Fred, conociendo tu grado de delirio, puedes hacerte cargo de por qué estoy en mi derecho de sospechar que esa teoría tuya de que me aproveché de tu idea tal vez no esté basada en hechos reales.

FRED: ¿Quién puede decir lo que es real y lo que no? ¿Somos partículas o rayos? ¿Las cosas se expanden o se contraen? Si entramos en un agujero negro y las leyes de la física se anulan, ¿tendré que seguir usando un braguero suspensorio?

JIM: Fred, resulta obvio que eres un hombre culto.

FRED: Phi Beta Kappa, Universidad de Brown. Leo sánscrito. Doctor en Literatura. Tesis sobre las Consecuencias Positivas de la Tensión Triangular entre Goethe, Schopenhauer y la madre de Schopenhauer. Así que te preguntarás qué hacía yo en una agencia de publicidad. Pues tener crisis nerviosas, no sólo porque aquellos chupatintas no alcanzaran a ver la genialidad del concepto que tenía del Excedrin Extrafuerte, sino porque estaban ciegos ante la originalidad de mi pensamiento en general. Te pongo un ejemplo: ocho putas están sentadas, a la espera de clientes, en un burdel. Un putero entra y les pasa revista. Al final las desprecia a todas y elige un paragüero que hay en un rincón. Baja al vestíbulo con el paragüero entre los brazos, se lo lleva a la cama y tiene una intensa y apasionada relación sexual con él. En el siguiente plano, lo vemos conduciendo un Volkswagen Escarabajo y en pantalla aparece brevemente el mensaje: «Volkswagen, para el hombre con gustos especiales». ¡Dios mío, cómo odiaban ese anuncio en particular! Por aquel entonces, yo entraba y salía de los manicomios como si tuviese un abono de temporada. Y, cuando perdí mi trabajo, mi novia, Henrietta, que sólo me aguantaba porque tenía su propio trastorno grave (que, caritativamente, pudiera calificarse de masoquismo termonuclear), me puso de patitas en la calle… Sí, Jim, estaba muy afectado. Lloré. Lágrimas saladas corrían por estas mejillas rubicundas. Y, en un intento por recuperarla, salí a buscar un regalo adecuado con el que, con un poco de suerte, pensaba yo que lograría aplacar los sentimientos de repugnancia que de repente me manifestaba. Conociendo su gusto por las joyas antiguas, supuse que un alfiler o un broche Victoriano podrían cambiar las tornas y, cuando elegí el objeto idóneo en una tienda de antigüedades que hay en la Tercera Avenida, me topé por casualidad con una elegante radio de 1940 que ni pintada para mi cocina. Era de plástico rojo. Una Philco. Cuando me la llevé a casa y la probé, me sorprendió escuchar la voz de un locutor que me ordenaba que incendiase la mismísima agencia de publicidad para la que yo había trabajado. Era lo más divertido que me había pasado nunca. ¿Me sigues?

JIM: Es una historia muy triste.

FRED: Yo quería a aquella chica, a Henrietta. Y, pese a que su trastorno de déficit de atención impedía que mantuviéramos ninguna conversación que se alargara más de cuarenta segundos, había algo en nuestra relación que me elevaba la moral. Por eso puedo identificarme con tu lamentable vida amorosa.

JIM: Mi vida amorosa es perfecta.

FRED: Jim, estás hablando con tu socio literario.

JIM: Tú no eres mi socio literario.

FRED: Necesitas un colaborador.

JIM: Nunca en mi vida he colaborado con nadie.

FRED: Tienes destreza y práctica, lo reconozco, pero necesitas a alguien que encienda la chispa. Yo soy un hombre de ideas. Aunque, sí, de acuerdo, algunas pueden resultar un poco vanguardistas para los mediocres.

JIM: Yo tengo mis propias ideas.

FRED: Si las tuvieses, no habrías birlado la mía.

JIM: No la birlé.

FRED: El talento está en los cromosomas. ¿Sabías que mi ADN brilla en la oscuridad?

JIM: ¿Qué te hace pensar que estoy tan falto de inspiración?

FRED: Creo que eres muy…, ¿cómo lo diría?…, profesional. Eso está bien. Pero date cuenta de que haces muchas adaptaciones, no obras originales. Yo, por mi parte, soy un original auténtico. Como Stravinsky… o como el ketchup. Por eso, mi historia ha sido la primera obra relevante que has hecho en toda tu vida. Tenía sustancia… Tenía chispa.

JIM: Se me ocurrió en la ducha.

FRED (volviéndose contra él violentamente): ¡Deja de decir chorradas! ¡Quiero mi cincuenta por ciento!

JIM: ¡Por el amor de Dios, cálmate!

FRED: Y no me digas que tu vida amorosa es perfecta. Porque, ¿qué cono haces aquí escondiéndote de Lola como un furtivo?

JIM: No aventures nada.

FRED: No, la aventura es tuya.

JIM: Yo no tengo ninguna aventura.

FRED: ¿Qué es lo que va mal con Lola?

JIM: Nada.

FRED: Aparte de ese…, ¿cómo lo diría?…, de ese aire de hurón que ella tiene…

JIM: Cierra la boca. Estás hablando de la mujer a la que quiero.

FRED: Venga, ¿qué es lo que va mal?

JIM: Nada.

FRED: Jim.

JIM: Nada.

FRED: Jim, venga ya.

JIM: Todo iba bien hasta que tuvimos a los gemelos.

FRED: ¡Exacto! Dos dobles perfectos… Un mal augurio.

JIM: Son unos niños adorables.

FRED: ¡Niños! Si al menos hubiesen sido niñas, podrías vestirlas con gracia.

JIM: Son muy graciosos y muy cariñosos. Son…

FRED: ¿Exactamente idénticos?

JIM: ¿Y qué?

FRED: ¿Y los dos tienen la cara de ratón de Lola?

JIM: Antes de que nacieran, nuestro matrimonio era perfecto.

FRED: Eso te crees tú.

JIM: Sí, iba bien.

FRED: ¿Sólo bien? ¿Nada más?

JIM: Teníamos muchas cosas en común.

FRED: Nombra dos.

JIM: Los fines de semana en Connecticut y la comida macrobiótica.

FRED: Estoy durmiéndome de aburrimiento.

JIM: Nos gustaba hacer submarinismo y comentar las obras maestras de la literatura.

FRED: ¿Comentabais libros debajo del agua?

JIM: Además, ella toca el piano y yo el saxo barítono.

FRED: Gracias a Dios, no es al revés.

JIM: ¡No te cortes, búrlate de mí!

FRED: ¿Y el sexo, qué?

JIM: Eso no es asunto tuyo.

FRED: Esas dos grandes paletas que tiene ella, ¿no te hacen daño?

JIM: ¿Por qué tienes que ser un vulgar metomentodo?

FRED: Intento analizar tu situación. ¿Con qué frecuencia hacíais el amor?

JIM: A menudo, hasta que nacieron los gemelos.

FRED: Estoy seguro de que eres uno de esos que básicamente lo hacen en la postura del misionero, ¿me equivoco?

JIM (enfadado): También experimentábamos.

FRED: ¿A qué llamas experimentar?

JIM: ¿Por qué tendría que decírtelo?

FRED: Porque formamos un equipo.

JIM: (enfadado): Es verdad. (Tras una breve pausa). Una vez hicimos un trío, ¿vale?

FRED: ¿Quién era la otra?

JIM: Era un tío.

FRED: ¿Eres bisexual?

JIM: Ni le toqué.

FRED: ¿De quién fue la idea del trío?

JIM: De ella.

FRED: Me pregunto por qué.

JIM: Lo vimos una noche en el canal porno.

FRED: ¿Veis ese tipo de cosas con frecuencia?

JIM: Desde luego que no. Pero a veces te dan buenas ideas.

FRED: ¡Ahí está! De modo que utilizas las ideas de otra gente…

JIM: Y una vez lo hicimos en casa de sus padres en la comida de Acción de Gracias.

FRED: Y los otros comensales, ¿levantaron la vista del pavo?

JIM: ¡Estábamos en el cuarto de baño!

FRED: De modo que hubo cierta espontaneidad.

JIM: No sé por qué piensas que soy tan mediocre.

FRED: ¿Tuvo Lola un orgasmo?

JIM: Me parece que ni siquiera voy a dignarme contestar.

FRED: Se dice que ellas saben fingirlo, ¿me entiendes?

JIM: ¿Por qué tendría ella que fingirlo?

FRED: Para levantarte la moral. No quiere que sepas que no la satisfaces.

JIM: Estoy completamente seguro de mi capacidad sexual.

FRED: Ya conoces el refrán.

JIM: ¿Qué refrán?

FRED: El perro no se ve su propio rabo.

JIM: ¿Y qué leches significa eso?

FRED: Que es posible que te creas mejor de lo que eres en realidad.

JIM: Eso no es cierto.

FRED: ¿Entonces por qué lo fingiría Lola?

JIM: Tú eres el que ha dicho que lo fingió.

FRED: Ése es el mensaje que estoy recibiendo.

JIM: ¿Qué mensaje?

FRED: El que me llega desde lo alto del Empire State. Estoy sintiendo esos rayos, esas descargas eléctricas desde la gran antena del Empire State, y todos esos fotones están diciéndome que Lola fingía correrse.

JIM: Oye, mira, procuremos ser racionales…

FRED: Y luego llegaron los gemelos: David y Seth.

JIM: Carson y Django.

FRED: ¿De verdad?

JIM: Lola es devota de Carson McCullers.

FRED: Y tú tocas jazz, así que…

JIM: Así que no podían ser nombres convencionales.

FRED: Y tú los quieres.

JIM: Yo estoy loco por ellos. Pero Lola está demasiado loca por ellos. De repente, todo cambió. Todo giraba alrededor de los gemelos. Ya nunca quedaba tiempo para mí, para nosotros.

FRED: Y se acabaron las discusiones subacuáticas sobre Proust.

JIM: El sexo, por supuesto, se resintió.

FRED: Y empezaste a engañarla.

JIM: Sí, sí…

FRED: Um… Eso explica muchas cosas. Mira, sigue mi consejo: rompe con tu amante. Si continúas con ese lío, lo único que vas a conseguir es que te dé un ataque al corazón.

JIM: No me hace falta tu consejo. Es lo que pienso hacer hoy mismo, en caso de que venga.

FRED: A lo mejor se huele que quieres romper con ella y por eso no viene.

JIM: No tiene ni la más remota idea. Se quedará estupefacta.

FRED: ¡Espléndido! Creo que me quedaré por aquí para verlo.

JIM: ¿Qué mierda hago yo metido en una aventura? Seis asquerosos meses de restaurantes oscuros, de bares de mala muerte y de habitaciones de hoteles baratos. Por no mencionar las llamadas telefónicas furtivas, la angustia y la sensación de odiarme a mí mismo.

FRED: ¿Qué opina tu psiquiatra?

JIM: Me dijo que lo dejara.

FRED: ¿Y tú?

JIM: Lo dejé… Dejé de ver al psiquiatra.

FRED: Menos mal, la mayoría de ellos tiene grabadoras ocultas.

JIM: Cuando llegué anoche a casa y vi a Lola en el sofá, acurrucada como…, como…

FRED: ¿Como un conejillo de Indias?

JIM: No iba a decir eso. Iba a decir como una mujer dulce y decente que ha sido mi amiga más íntima durante toda mi vida.

FRED: ¿Alguna vez le diste alguna esperanza a la otra? ¿Le hiciste alguna promesa, le dijiste que la querías o que dejarías a tu mujer por ella?

JIM: De ninguna manera… Qué va. Ni por asomo.

FRED: No sé por qué, percibo una vibración que indica que quizá lo hiciste.

JIM: Eso es absurdo.

FRED: Vaya, no sé, no sé…

JIM: Quería que fuésemos al Caribe. A pasar cinco días. Yo tenía que engañar a Lola y decirle que era un viaje de negocios.

FRED: ¿Y estabas de acuerdo con el plan?

JIM: No del todo… Le dije que lo pensaría. Fue en un momento de debilidad. Estábamos desnudos, me había bebido tres margaritas, el borde del vaso estaba lleno de sal y como llevo una dieta sin sal…, de repente, me dio una subida de sodio.

FRED(bajando sus manazas entrelazadas, como queriendo imitar a Lola): Pero cuando llegaste a casa y viste a tu preciosa mujercita…

JIM: Exacto. Justo en el momento en que iba a contarle aquella mentira, me di cuenta de que amaba a Lola, a pesar de todos nuestros problemas, y de que yo era un idiota.

FRED: Esto puede ponerse feo.

JIM: No, todo va a ir bien. Mi amiga es una persona adulta y yo también.

FRED: Me dijiste que era testaruda.

JIM: Nunca dije tal cosa.

FRED: Oí una voz que lo decía y me pareció que era la tuya.

JIM: Mira, estas cosas ocurren. La gente rompe con sus amantes todos los días. ¿No es verdad?

FRED: Así que por eso has elegido este lugar tan retirado. Sabes el follón que se te viene encima.

JIM: Oye, mira… ¿Por qué estaré yo hablando de mujeres contigo? Tienes una visión sesgada de todo.

FRED: Una vez estuve casado.

JIM: ¿Tú? ¿Quién lo diría?

FRED: No lo recuerdo bien… Todas esas corrientes eléctricas que pasan por mi cabeza hacen estragos en mi memoria, pero sí recuerdo que ella siempre estaba llamando al 911[5].

JIM: ¿Sabes lo que creo?

FRED: Dilo.

JIM: Creo que deberías irte y volver a tomar tu medicación. No bromeo. Una sobredosis, si es posible. No quiero verte por aquí cuando ella llegue. Puedo arreglármelas solo.

FRED: Vale, de acuerdo. Entonces resolvamos nuestro negocio y me esfumaré.

JIM: ¿Qué negocio? Tú y yo no tenemos ningún negocio. Yo no te robé la idea.

FRED: Quizás en la próxima película puedas compensarme con una cantidad razonable y un lugar destacado en los créditos.

JIM: No habrá próxima película. Yo no colaboro con nadie. Trabajo solo. Yo… ¡Oh!… (Se da cuenta de que Barbara se acerca). ¡Oh, oh!… ¡Oh, oh!… Márchate, vete, vete…

FRED: Te has puesto pálido.

JIM: Ya viene.

FRED: Bien, no te dejes llevar por el pánico.

JIM: Has conseguido liarme…

FRED: Lo único que te he dicho es que creo que te espera una buena. No quisiera estar en tu pellejo.

JIM: ¿Por qué lo dices?

FRED: El Empire State.

JIM: No, todo va a ir bien. He ensayado mi discurso en la ducha. Me he tirado hora y media allí metido. Sé palabra por palabra lo que voy a decirle. ¡Fuera de aquí!

(Entra Barbara).

BARBARA: Siento llegar tarde. ¿Quién es éste?

JIM: Ah, no lo sé… (Jim hace gestos con la cabeza a Fred para que se vaya).

BARBARA: ¿Tienes un espasmo en el cuello?

JIM: (le da dinero a Fred): Ejem… aquí tienes el pavo que me pediste, tío. Ve y come como Dios manda. Buena suerte, colega.

FRED: Soy Fred. Fred Savage. Un amigo de Jim.

BARBARA: No me habías dicho nada.

JIM: Está de guasa.

FRED: Escribimos juntos.

BARBARA: ¿Escribís juntos?

FRED: Colaboramos en El viaje. Fue una idea mía. Él redactó el guión definitivo. (Retirándose). Adelante.

BARBARA: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa aquí?

FRED: Díselo, Jim.

BARBARA: ¿Decirme qué?

JIM: Fred, déjanos solos.

FRED: Mucho me temo que acabarás rajándote y que no le dirás nada.

BARBARA: Jim, ¿algo va mal?

FRED: Lo mejor es ir al grano.

JIM: Largo de aquí, Fred.

FRED: Barbara, Jim tiene que decirte algo.

BARBARA: ¿Sobre qué? ¿De qué va todo esto?

FRED: Algo sobre vuestro lío extramatrimonial.

JIM: Fred está loco. Es un vagabundo pirado.

FRED: Jim, ¿se lo dices tú o se lo digo yo?

BARBARA: ¿Qué está pasando aquí?

JIM: No es asunto tuyo.

BARBARA: No sabía que escribieras con alguien.

JIM: Y no lo hago.

FRED: Yo soy el hombre de las ideas. Jim se encarga de darles forma y de los diálogos. Aunque a mí tampoco se me dan nada mal los diálogos. Una vez escribí una gran frase publicitaria para esos maravillosos aparatos japoneses de aire acondicionado.

JIM: ¡Fred!

FRED: «Son de líneas puras, son silenciosos, te dejarán el culo helado». Al fabricante no debió de gustarle.

JIM: Vayamos a algún sitio donde estemos a solas.

FRED: No puede irse al Caribe contigo, Barbara. Quiere mucho a su mujer.

BARBARA: ¡Jim!

FRED: Iba a contarle aquella mentira a Lola, pero, cuando llegó la hora de la verdad, el pobre chico se acobardó.

BARBARA: No me lo creo.

JIM: Barbara, intenta comprenderlo.

BARBARA: ¿Es cierto? ¿Todo se ha acabado?

JIM: No puedo hacerlo, Barbara. He tomado una decisión.

BARBARA: Hasta hace un instante, yo lo era todo para ti. Hacías planes, fantaseabas…

JIM: Fue idea tuya. Nunca quise ir a ninguna parte.

BARBARA: Así que me has utilizado y ahora vuelves con Lola.

JIM: No te he utilizado. Los dos sabíamos en todo momento lo que hacíamos.

BARBARA: ¿Crees que puedes manipularme tan fácilmente como si fuera uno de esos personajes de tus guiones?

JIM: Me dio la sensación de que todo estaba volviéndose demasiado pasional e intenso, así que antes de que se descontrolase…

BARBARA: Lo siento, Jim. Ya está descontrolado. Quiero hablar con Lola.

JIM: ¿Hablar con Lola?

BARBARA: Sí. Creo que, una vez que ella lo sepa por mi boca, lo comprenderá.

(Hace una pausa y mira desesperadamente a su alrededor).

JIM (llamándola para que se acerque): Ven aquí.

BARBARA: No puedo creerme que la quieras más que a mí. Voy a quedar con ella para resolver esto.

JIM: (dirigiéndose a Fred): Di algo. ¡Eres mi colaborador!

FRED: Yo soy el hombre de las ideas, los diálogos son cosa tuya.

JIM: Necesito algún argumento nuevo.

FRED: Mira, Barbara… ¿Puedo llamarte Barbara?

BARBARA: No sé quién cono eres, pero piérdete.

FRED: Mi nombre es Frederick R. Savage y, aunque no aparece en la pantalla ni en la publicidad, soy coautor de la primera película de Jim, además de ser el inventor del teléfono inalámbrico y del café instantáneo.

JIM: ¡Fred, por Dios!

FRED (apartándose): ¿Preparado? Venga, ánimo.

BARBARA: Me prometiste cosas…

JIM: Nunca. Todo lo contrario.

FRED: Intenta ponerte en su lugar, Barbara: un individuo débil, una crisis doméstica, un periodo de desgana sexual. De repente, aparece una criatura tan seductora como tú y el pobre chico se deja arrastrar. Tiene fantasías, se trastorna y entonces, una noche, mira a su familia y le abruman los recuerdos. La culpabilidad impregna cada poro de su cuerpo, y esa misma noche una pequeña nave espacial venida de la estrella Vega envía rayos magnéticos que se instalan en su cráneo…

JIM: Fred, no me estás ayudando.

BARBARA: Lo siento, Jim. Pero no era en Lola en quien pensabas todas aquellas noches en que nos abrazábamos con pasión.

JIM: Malinterpretaste la situación… o lo hice yo. Cometí un grave error que me gustaría reparar.

BARBARA: Estoy completamente aturdida. Tengo que replanteármelo todo. Pero una cosa está clara: yo no soy una de esas bobas que se dan la vuelta y se hacen la muerta. No, no. Vas a tener que compensarme de alguna manera.

JIM: ¿Qué significa eso?

BARBARA: Necesito tiempo para pensarlo, pero no creas que vas a irte de rositas. Ya sabes lo que se dice: si no puedes conseguir amor, saca dinero.

JIM: Eso es chantaje.

BARBARA: Debiste haberlo pensado cuando nos registramos por primera vez en aquel hotelucho de mala muerte. Ahora llevo yo la voz cantante. Tendrás noticias mías.

(Barbara se va).

FRED: Sé en lo que estás pensando: en la ducha todo salía a las mil maravillas.

JIM: Fred, Fred… ¿Qué hago?

FRED: Una cosa es segura: no puedes darle ni un céntimo.

JIM: ¿No?

FRED: Nunca te librarías de ella. Siempre volvería por más… Te chuparía la sangre. Tus hijos tendrían que ir a un colegio público.

JIM: Tengo que contárselo a Lola. Tengo que hacerlo… Es la única salida.

FRED: ¿Eso crees?

JIM: Es mejor que se lo diga yo que una desconocida malintencionada.

FRED: ¿De verdad?

JIM: Además, es la única forma de acabar con la amenaza de chantaje.

FRED: No puedes decirle a Lola que has tenido un lío durante seis meses.

JIM: ¿Por qué no? Si le llevo unas flores…

FRED: No hay flores suficientes en el jardín botánico.

JIM: Todo el mundo tiene líos y, al final, se da cuenta de que ha metido la pata.

FRED: Estás siendo demasiado racional y Lola tiene tolerancia cero ante la infidelidad. Fue lo que envenenó su infancia.

JIM: ¿Cómo lo sabes?

FRED: Me lo dijo mi perro.

JIM: Le diré que no significó nada. Un rollito sexual.

FRED: Genial. A las mujeres les encanta oír eso. Te sonreirá cariñosamente y después te empapelará.

JIM: ¿Qué pasaría si lo negase? Es mi palabra contra la de una desconocida histérica. ¿A quién creerá Lola?

FRED: ¡Venga ya!

JIM: Soy hombre muerto. Todo se ha acabado. No hay salida posible. He pecado e iré al infierno.

FRED: Espera un segundo. Estoy empezando a captar una señal de radio… Noto cómo los rayos penetran en mi cabeza.

JIM: No me hace falta ningún rayo. Lo que necesito es una idea creativa. ¡Por los clavos de Cristo, los dos somos escritores!

FRED: ¡Malditas sean estas interferencias!

JIM: A menos que le pague y se largue…

FRED: Este tiempo es malo para las transmisiones…

JIM: ¿Qué he hecho? Los hijos sufren los pecados de los padres.

FRED: ¡Qué molesto!

JIM: Podríamos mudarnos, comprar una caravana, viajar por ahí. Nunca nos encontraría…

FRED: Alguien debe de estar cocinando con un microondas…

JIM: No, eso no serviría de nada. Estoy perdido, haga lo que haga.

FRED: Espera, espera… ¡Ya lo tengo! ¡Lo tengo!

JIM: ¿Qué tienes, Fred?

FRED: La solución a tu problema ha sido detectada por mi córtex a través del canal Gamma 2000.

JIM: Genial… Pero a mi cabeza no llegan los canales por cable.

FRED: Tienes que librarte de ella.

JIM: Ajá… ¿Ése es el mensaje que recibes ahora?

FRED: Quiero decir librarte de ella definitivamente.

JIM: ¿Qué?

FRED: La voz dice que eliminación permanente.

JIM: Genial, pero ¿cómo? A menos que la matemos, no se me ocurre otro modo… Creo… (Se da cuenta de que eso es lo que Fred está sugiriendo). Fred, procuro mantener una conversación seria.

FRED: Estoy hablando muy en serio.

JIM: ¿Y te parece serio insinuar que la mate?

FRED: Es la única opción que tienes para evitar que tu familia se destruya.

JIM: Hace demasiado tiempo que no tomas tu medicación.

FRED: Recibo una luz verde que nos da la autorización.

JIM: Fred, no voy a matarla.

FRED: ¿No?

JIM: Todo esto es una locura… Eres un psicótico.

FRED: Y tú un neurótico. Así que puedo enseñarte mucho. Lo mío es de más categoría.

JIM: Ésa no es la solución. Y si lo fuese, no podría hacerlo, y si pudiese hacerlo, no lo haría.

FRED: ¿Por qué no? Sería un golpe de genio creativo.

JIM: Es psicológica, moral e intelectualmente inadmisible. Es una locura.

FRED: Es un salto a lo inconcebible.

JIM: Pues yo no pienso darlo.

FRED: La cuestión es cómo hacerlo de la mejor manera.

JIM: Ésa no es la cuestión.

FRED: No. me gustaría que te pillasen. En Nueva York han restablecido la pena de muerte. No creo que te convenga acabar en la punta de la aguja de una inyección letal.

JIM: No, eso también me gustaría evitarlo. Fred…

FRED: Tenemos que actuar con rapidez. Esa mujer es una alienígena… Incluso podría estar computerizada.

JIM: Prefiero dejar el tema.

FRED: Si no atiendes todas sus demandas, se lo contará a Lola con pelos y señales. Lola te quiere, confía en ti…, tuvo una leve obsesión posparto con los gemelos, de acuerdo…, pero estoy seguro de que se le pasará y de que volveréis a follar todos los días de Acción de Gracias.

JIM: Es una solución demasiado radical. Eres demasiado radical.

FRED: Y tú demasiado razonable. Mira, cuando llego a un callejón sin salida, no lo dudo y salto.

JIM: Sí, tú saltas, pero a mí me ponen la inyección.

FRED: No te pillarán. Lo planearemos al milímetro.

JIM: Me pillen o no, no quiero hacerlo. Está mal, simplemente. «No matarás».

FRED: ¿De dónde has sacado esa frase? ¿De alguno de tus libros de urbanidad para yuppies?

JIM: Me largo a casa.

FRED: A partir de mañana no tendrás casa.

JIM: ¿Cómo no me di cuenta de que sería capaz de hacerme esto?

FRED: Porque eres un pardillo… Un cándido pardillo de clase media y, además, sin imaginación.

JIM: He traicionado a mi mujer.

FRED: Eso para empezar. Y no digamos nada de las secuelas que deja un divorcio en unos inocentes críos que, por si fuese poco, son gemelos… Como si no tuviesen ya bastante con ir por la vida con un duplicado exacto.

JIM: Pero lo de matarla está descartado.

FRED: ¿Y de qué otra manera vas a impedir que se lo cuente a Lola? ¿De qué otra manera, eh?

JIM: No lo sé… Tengo una jaqueca terrible.

FRED: Prueba la acupuntura. Pero no les dejes que te pongan las agujas demasiado cerca de la médula. Eso fue lo que me hicieron a mí.

JIM: Fred, por favor.

FRED: ¿Dónde vive ella?

JIM: Cerca de Columbia. Fred…

FRED: ¿En un apartamento? ¿Hay un portero que pueda reconocerte?

JIM: Sí, lo hay.

FRED: ¿En qué planta vive?

JIM: En la undécima.

FRED: ¿Hay también ascensorista?

JIM: No, sólo el portero.

FRED: ¿Las veinticuatro horas? No, probablemente no…

JIM: Se toma un descanso de vez en cuando para ir por un café.

FRED: Si subes por la escalera trasera…

JIM: Sólo está fuera unos diez minutos. No hay tiempo suficiente para subir los once pisos por la escalera, matarla y bajar antes de que él vuelva.

FRED: ¿Sabes si le ha contado a alguien lo de vuestro lío? ¿A alguna amiga?

JIM: Era nuestro secreto. Eso lo sé.

FRED: Tendrías que hacer un alto y comprar unos guantes.

JIM: Claro. Sólo faltaría que dejase mis huellas por todas partes. Yo, Fred…, ¿por qué estamos hablando de esto? No voy a matarla.

FRED: Tienes que hacerlo, viejo amigo. O eso o despedirte de Lola y de los niños.

JIM: Pero es inhumano. Entonces, ¿qué hago?, ¿voy sin que me vean hasta su casa?

FRED: Exacto.

JIM: Llamo al timbre.

FRED: Ella te estará esperando porque antes la habrás telefoneado.

JIM: Y luego, ¿qué?, ¿la estrangulo?

FRED: Lo que más te guste. A tu capricho: la estrangulas, la asfixias, le das de puñaladas con un cuchillo de cocina…

JIM: ¿El cable del teléfono alrededor del cuello?

FRED: Si lo prefieres…

JIM: También puedo asfixiarla con una bolsa de plástico.

FRED: Haz que parezca un robo, o un suicidio.

JIM: Eso es. Puedo falsificar una nota o, mejor aún, hacer que escriba una valiéndome de alguna argucia. Hace poco que perdió su trabajo en una revista. Una mujer sola, deprimida…

FRED: Escucha lo que se me ha ocurrido: si puedes conseguir alguna muestra de sangre que sea de su grupo, te compras una pistola y munición. Coges unos alicates y sacas el plomo de una de las balas. Congelas luego la sangre en la posta y la metes en el cartucho del proyectil. Entras en el apartamento y le disparas al pecho. La han matado con una bala de sangre congelada. Se funde en su organismo: el mismo grupo sanguíneo. La poli halla el cadáver, pero no encuentra la bala por ninguna parte. Sólo un agujero en el cuerpo, sin orificio de salida. (Retirándose). Adelante.

JIM: También podría dejar caer algún objeto en la calle, que lo recogiese un extraño para que quedasen en él sus huellas dactilares. Luego, la llevo a alguno de los hoteles a los que solíamos ir, nos registramos como Sam y Felicity Arbogast, la mato en la habitación, dejo allí el objeto en cuestión y huyo por la escalera de incendios.

FRED: No me gusta el nombre de Felicity, es demasiado extravagante.

JIM: Eso es fácil de cambiar. Jane Arbogast.

FRED: Además, dejarías una pista escrita. La poli tiene grafólogos.

JIM: Puedo registrarme firmando con la mano izquierda.

FRED: Un momento, un momento… No, no funcionaría…

JIM: ¿El qué?

FRED: Estaba pensando que podrías encerrarla en el armario, meter un tubo de goma por el ojo de la cerradura y aspirar el aire.

JIM: Una vez leí la historia de un tipo que mató a alguien a golpes con una pata de cordero y después se comió el arma homicida. Ésa sí que es buena. (Se ríe). Se comió el arma.

FRED: No es para tomárselo a broma, Jim. Vas a tener que eliminar a esa mujer, y pronto.

JIM: No voy a hacerlo, Fred. No puedo.

FRED: Es posible que, al final, lo mejor sea llamarla y quedar con ella para tomar una copa, matarla en un callejón oscuro y desvalijarla para que parezca un atraco.

JIM: No lo haré.

FRED: Aunque, bien mirado, quizá lo que quieres en realidad es destruir tu matrimonio.

JIM: ¿Qué estás diciendo?

FRED: Sí, quitarte de encima a ese hámster que tienes por esposa y librarte de esos espeluznantes hijos clonados y, a la vez, le vas contando a todo el mundo que no los dejaste plantados; que no fuiste tú, que una mujer celosa destrozó tu hogar.

JIM: Por favor, ahórrame esas explicaciones pseudo-freudianas.

FRED: Si haces borrón y cuenta nueva, serás un hombre libre. Un divorciado con una nueva vida llena de actrices, modelos y discotecas.

JIM: Ya basta.

FRED: ¿Me equivoco o he dado en el clavo?

JIM: Mira, yo no digo que no esté en un aprieto terrible. Ni tampoco niego que sería estupendo que Barbara estuviese…, estuviese…

FRED: Puedes decirlo.

JIM: Muerta. Pero es un ser humano.

FRED: Lo dices como si eso fuese una cosa buena.

JIM: ¿No lo es?

FRED: No lo sé. ¿Has ido alguna vez a una reunión de una comunidad de vecinos?

JIM: Quizá la engañé sin pensarlo. Es posible. Debería haber sido más responsable.

FRED: Te comportaste como un verdadero idiota. Estabas necesitado de un poco de atención en casa, de un poco de pasión, así que tropiezas con un lío que te proporciona un poco de mimo y un poco de sexo ilícito y te dejas arrastrar. Al final, entras en razón, pero ya es demasiado tarde. Esa mujer interesada y astuta no te dejará escapar así como así. Eres patético. Pero, vale, la mayoría de la gente es patética. En cambio, mírame a mí, yo soy trágico.

JIM: ¿Que yo soy patético y tú trágico?

FRED: Pues sí. En mí hay grandeza. Si los dados hubiesen rodado de otra manera, yo podría haber sido Shakespeare o Milton.

JIM: ¿Estás de broma? ¿Porque se te ocurrió lo de las ocho putas y el Volkswagen?

FRED: Tienes una oportunidad para redimirte. Para evitar la destrucción de tu familia a manos de una zorra vengativa cuya cólera, al no obtener lo que quiere, se enfanga en el chantaje.

JIM: Lo que me propones es moralmente inaceptable.

FRED: Lo que has hecho ya es moralmente inaceptable. Has engañado a tu mujer, le has mentido y has incumplido tus votos matrimoniales.

JIM: Vale, fue una equivocación, pero no es un asesinato.

FRED: Dices asesinato como si fuese lo peor de todo. Para una mente más creativa como la mía no es más que… otra opción.

JIM: Ésa es la gran diferencia entre nosotros, Fred. Tú tienes delirios de grandeza. Yo soy más prosaico. A mí no me da órdenes ningún rayo lanzado desde el Empire State o desde una nave espacial suspendida en el aire.

FRED: ¡Eso podemos cambiarlo! Conozco a un neuro-cirujano que puede instalarte una antena parabólica.

JIM: Yo acepto la moral judeocristiana.

FRED: ¿Recibes órdenes de un cartel mafioso?

JIM: Tú no distingues la psicosis de la creatividad.

FRED: Eh, si no me crees, revisa las reseñas que te han hecho a lo largo de todos estos años. ¿Qué crees que quieren decir los críticos cuando eufemísticamente se refieren a ti como un «buen artesano»?

JIM: Que soy un profesional serio. Lo tuyo es sólo locura caótica.

FRED: Por eso formamos un buen equipo.

JIM: No, yo no quiero saber nada de ningún equipo.

FRED: Tienes miedo.

JIM: Quizá, pero la elección depende sólo de mí y me niego al asesinato. Soy consciente de que las consecuencias serán muy penosas, pero me responsabilizo del lío en que me he metido, y, aunque Barbara decidiera comportarse como una víbora despiadada, arrebatarle la vida seguiría siendo absolutamente inaceptable.

FRED: Hemos llegado al meollo de tu problema, muchacho: no eres capaz de dar el salto.

(Barbara reaparece en escena).

BARBARA: Quiero hablar contigo.

JIM: Barbara, pensaba que…

BARBARA: Me alegro de que aún estés aquí.

FRED: Barbara, ¿eres alérgica a algún insecticida o a esos polvos para matar cucarachas?

JIM: ¡Fred!

BARBARA: Quiero hablar con él a solas.

FRED: ¿A solas? ¿Cómo que a solas?

BARBARA: Sin que tú merodees por aquí.

FRED: Pero es que somos socios.

JIM: Vale, Fred. Dame un respiro. No estamos unidos por la cadera.

FRED: Pero nuestra colaboración…

JIM: Por favor. Necesito hablar un rato con Barbara. Vete a charlar con la nave nodriza.

FRED: De acuerdo. Como quieras. Ya me voy. (A Jim, en voz baja:). ¿Ves esa aura roja que brilla a su alrededor? La única vez que la he visto antes fue alrededor de Nixon. (Fred sale).

JIM: Barbara, lamento todo lo ocurrido.

BARBARA: Necesitaba unos minutos para despejarme.

JIM: Antes habías perdido los nervios.

BARBARA: Todo me pilló de improviso.

JIM: Te pido disculpas. Siempre resulta difícil dar por terminada una aventura.

BARBARA: Sabía en lo que me metía.

JIM: Nunca te di falsas esperanzas. Los dos somos adultos.

BARBARA: Últimamente he estado un poco tensa. Perdí mi trabajo, he bebido un poco más de la cuenta…

JIM: Me hago cargo. En aquel momento, yo estaba pasando por una mala racha en mi matrimonio. A lo mejor ya no se arregla, pero tener una aventura no era la manera de enfrentarme al problema. Si hay algo que pueda hacer por ti…

BARBARA: Quiero trescientos mil dólares.

JIM: … sólo tienes que decírmelo.

BARBARA: Trescientos mil ahora y doscientos mil más a final de año.

JIM: Perdona, ¿qué has dicho?

BARBARA: Vas a recibir una pasta por el guión. Creo que puedes conseguir medio kilo.

JIM: Barbara, piensa bien lo que vas a hacer…

BARBARA: Piénsalo tú. Podría convertir tu vida en un infierno, pero no voy a hacerlo. Eso tiene un precio.

JIM: Medio millón de dólares…

BARBARA: ¿Algo que objetar? Si es así, ahora mismo me voy a ver a Lola.

JIM: No puedo darte esa cantidad de dinero.

BARBARA: Querrás decir que no quieres.

JIM: No, no quiero. Incluso si pudiese, no lo haría. Porque la cosa no se terminaría ahí. Vendrías al año siguiente, y al otro.

BARBARA: Jim, no estás en condiciones de fijar las reglas.

JIM: Estoy intentando salir del desastre que yo mismo he provocado, no hundirme más en él. Esto nos atará para siempre. Me chuparás la sangre durante años. Nunca me libraré de ti.

BARBARA: Quiero el dinero mañana. Es decir, el primer pago. Tienes veinticuatro horas.

JIM: No necesito veinticuatro horas.

BARBARA: Si no tengo noticias tuyas mañana por la tarde, entenderé que prefieres que te delate. Tú eliges. Que duermas bien.

(Mientras ella se marcha, Jim no sabe adónde dirigirse. Entonces saca el móvil).

JIM (vociferando): No, no me delatarás porque lo haré yo. Yo mismo se lo diré a Lola. Se lo confesaré todo. Le suplicaré que lo comprenda. Lloraré, me arrastraré. Lola es una buena persona. Puede que se le ablande el corazón y me perdone… sí, de acuerdo, dudo que la cosa salga bien… Pero no podría vivir sabiendo que hay alguien por ahí que puede destrozar mi hogar a su antojo… Cada vez querría más dinero… Y los pagos serían cada vez mayores… Mayores y más frecuentes… ¿Qué explicaciones iba a dar? «No, Lola, ya no podemos permitirnos este apartamento, pero no puedo decirte por qué… Y las vacaciones se acabaron, y los niños tienen que buscarse un trabajo; trabajillos idénticos para unos gemelos…». (Fred entra en silencio y observa a Jim, que no ve a Fred y sigue hablando por teléfono). Hola, Lola. Soy Jim. Jim Swain… Yo… Tu marido… Tu Jim Swain en persona, James Swain, ja, ja… ¿Qué? No, no he bebido. Sólo quería charlar un poco. Ya sabes que te quiero… ja, ja… Lola, tengo que decirte algo…

(Fred le quita el móvil y lo arroja al suelo).

FRED: ¿Qué estás haciendo?

JIM: ¿Qué haces tú?

FRED: No irías a confesárselo todo a Lola, ¿verdad? Dime que no.

JIM: Sí, iba a hacerlo. ¿Sabes que tenías razón acerca de Barbara? Tiene un aura roja. Estoy seguro de habérsela visto. Quiere quinientos mil dólares. Para empezar. ¿Te lo puedes creer? Trescientos mil mañana y el resto a final de año. Pero no le daré ni cinco. Ni siquiera uno.

FRED: No hay de qué preocuparse. Dentro de veinte minutos, Barbara estará en el Atlántico… O en Poughkeepsie si la corriente fluye hacia arriba.

JIM: No lo comprendes, Fred, yo… Fred… no habrás…

FRED: No me equivocaba con ella, Jim, recibe órdenes desde otra galaxia.

JIM: Fred, dime que no es verdad.

FRED: No te preocupes. No pueden relacionarte de ningún modo.

JIM: Oh, Dios mío, oh Dios mío.

FRED: Todo estaba muy bien pensado. Tenía instalado un chip en el oído. Formaba parte de un plan para esclavizar el Bronx.

JIM: Tengo que largarme de aquí.

FRED: Si alguna vez la encuentran en algún lugar del vasto Atlántico, parecerá un suicidio. Nunca se sabrá si lo fue o no. Tú mismo me dijiste que era una mujer sola que había perdido hace poco su empleo.

JIM: ¿La tiraste al Hudson?

FRED: Todo aquel plan tan minucioso era un guión barato. Los mejores argumentos son los más sencillos. Yo estaba sentado en un banco, ella pasó por delante. No había nadie por allí y, en un momento de inspiración, tuve una idea. Ésa es la diferencia entre nosotros dos. Contigo todo habría sido farragoso y le habríamos dado mil vueltas: esto no es real, aquello no es lógico… Para mí era simplemente lo que había que hacer.

JIM: Voy a vomitar.

FRED: Oye, mira, olvida todo lo de los derechos de autor de la película y olvídate de nuestra colaboración. Lo cierto es que, en realidad, no quiero ser escritor. Me había olvidado de lo tedioso que es. Es un trabajo solitario, Jim, y además me han hecho una oferta para formar parte de la tripulación del próximo Apolo. Se habla de una misión tripulada a Alfa Centauro. Pero tú persevera en tu trabajo. Eres un buen profesional, aunque te recomendaría que buscases a alguien con quien trabajar. No hay que avergonzarse de escribir en colaboración. Lo que pasa es que tú no te enteras.

JIM: Me va a dar algo.

FRED: Echa un vistazo a las estrellas, Jim. En muchas de ellas hay vida, y no todas tienen buenas intenciones con respecto a nosotros. El propósito de la misión Apolo es explorar algunas de las zonas conflictivas del universo y ocuparse de cualquier anomalía. El Presidente está al tanto de todo, ya lo hemos hablado detenidamente… No pienses que todo es un camino de rosas por ahí arriba…

(Suena el móvil y Jim contesta).

JIM (hablando por el móvil): ¿Diga? Lola, sí… No sé qué ha pasado… Se desconectó… Oh, no… Sólo iba a decirte… Te llamé porque te echo de menos y te recogeré en el trabajo. Podemos ir a casa dando un paseo… Te quiero… Te quiero. Yo… ¡Oh, Lola!

(Va saliendo mientras Fred masculla).

FRED: Percibo la señal de algunos canales procedentes de Neptuno. Podrían ser señuelos. ¿Qué les habremos hecho para que estén tan enfadados con nosotros? ¿Nada, dices? Piénsalo con calma… Tú no das la talla para un lío extramarital. Y aún tienes que dar las gracias. El precio es muy alto. Recuerdos a Lola… ¡Adelante!

(Se apagan las luces).