Capítulo veintiséis

¡Lucha aérea!

A partir de aquella experiencia, el necroscopio cambió; la ascendencia de su parásito se había invertido; su humanidad volvía a llevar la voz cantante. Por el contrario, Karen insistía en que la acompañase en sus incursiones a la Tierra del Sol en busca de «sangre». Naturalmente, él no quería saber nada, y a ella le enfurecía su actitud.

—¡Pero tienes que hacerlo! —le explicaba ella apasionadamente mientras hacían el amor—. ¡Los wamphyri sienten un frenesí que sólo la sangre puede aplacar, porque la sangre es la vida! Y si no tomas sangre, no podrás llegar a la plenitud. Debes abastecerte para la lucha, ¿no lo comprendes? ¿Cómo puedo explicártelo?

En realidad, no hacía falta ninguna explicación; Harry sabía muy bien a qué se refería. Lo había visto en su propio mundo. Los boxeadores, en el momento en que hacían sangrar al contrincante, el olor y la visión de la sangre les permitía realizar un último esfuerzo, atacar a sus oponentes con más decisión, golpeándolos siempre en el mismo lugar húmedo, brillante y rojizo. Lo había visto en los gatos grandes y pequeños: las primeras gotas de sangre de ratón que convierten en cazador a un gracioso minino le provocan un frenesí. Y los tiburones: son pocas las cosas que para ellos signifiquen tanto como la sangre.

—He comido bien —solía contestar.

¡Ja!, le llegaba su burlona respuesta telepática.

—¿Qué has comido? ¿Carne de cerdo asada? ¡Eso no sirve para aprovisionarse!

—A mí sí me sirve.

—¡Pero a tu vampiro no!

—¡Entonces que el muy cabrón muera de inanición! —Jamás se permitía el lujo de que su enfado fuera más allá.

En ocasiones intentaba explicárselo:

—Lo que tiene que ocurrir, ocurrirá —decía a Karen—. ¿Acaso no lo hemos visto en el continuo de Möbius, en el futuro? De todas las lecciones de mi vida, Karen, ésta es la que he aprendido mejor: no trates nunca de cambiar ni evitar lo que está escrito en el futuro, porque está escrito. A lo único que podemos aspirar es a entender mejor la escritura, es todo.

¡Ja!, volvía a burlarse ella y, en voz alta, añadía con amargura:

—¿Quién es el que está derrotado incluso antes de empezar a pelear?

—¿Crees tú que no me siento tentado? ¡Muy tentado, créeme! Pero hace tanto tiempo que lucho contra esta cosa que llevo dentro que no puedo dejar que me gane, me cueste lo que me cueste. Si sucumbiera a la ira y a la lujuria, si saliera a matar a un hombre para chuparle la sangre…, ¿entonces, qué? ¿Me daría eso la fuerza que necesito para destruir a Shaithis y a Shaitan? Tal vez, pero entonces ¿quién sería el siguiente? ¿Cuánto tiempo transcurriría antes de que volviera a iniciar el ciclo wamphyri, pero esta vez más fuerte que nunca, porque dispondría de todos los poderes de un necroscopio? Una vez desencadenada la sed de sangre de mi vampiro, ¿qué ocurriría? ¿Crees tú que no intentaría entonces encontrar una forma de regresar a mi propio mundo, como el mayor portador de la plaga de todos los tiempos?

—Tal vez llegarías a ser rey en tu mundo —contestó ella—. Y yo estaría a tu lado para compartir tu trono de huesos.

—El Rey Rojo —asintió, de mala gana—, y con el tiempo, emperador de una dinastía escarlata. Y todos nuestros lugartenientes, muertos vivientes; nuestros hijos, sanguíneos, y quienes recibieran nuestros huevos vampíricos y los descendientes de estos últimos, todos ellos derramarían su pus sobre una humanidad deshecha, construirían sus nidos de águilas y erigirían sus propios reinos; tal como lo habría hecho Janos desde su isla del Mediterráneo, y Thibor, el jefe militar, después de haber vuelto roja a Valaquia, o Faethor en sus sangrientas cruzadas. Y nuestra progenie, todos ellos necroscopios congénitos…, ni los vivos ni los muertos estarían a salvo de ellos. ¿Tierras Infernales? ¡Ésas sí que lo serían, Karen!

Después de aquello, dejó de escucharla, y aunque lo hubiera hecho, habría sido demasiado tarde.

Fue por aquella época cuando los otros vigilantes de Karen, unos inmensos murciélagos Desmodus de la colonia del nido de águilas, les llevaron noticias de que por las fronteras más septentrionales de la Tierra de las Estrellas habían llegado Shaitan y sus fuerzas aéreas, reducidas pero letales. Inaudibles salvo para Karen y para otros de su propia especie, los gritos de los grandes vampiros fueron pasando un mensaje a través de los mil kilómetros de planicies desérticas, sembradas de peñascos: al cabo de cuatro años y medio de paz, los antiguos wamphyri regresaban a la Tierra de las Estrellas.

Cuando le llegó el aviso, estaba sacando de las tinas a unos guerreros maullantes; interrumpió de inmediato la tarea y fue a ver a Harry, y lo encontró sumido en sus pensamientos, en uno de los balcones que daba al norte.

—¡Si sigues ahí parado, necroscopio, podrás darle la bienvenida! No tendrás que esperar mucho.

Harry apenas la miró y recibió su presencia con un simple movimiento de la cabeza.

—Ya sé que están aquí. He percibido su llegada como si se tratara de gusanos que me estuviesen carcomiendo las terminaciones nerviosas. No son tantos, pero revuelven el éter como un ejército sacude la tierra. Es hora de que vayamos al jardín.

—Ve tú —dijo ella con un tono menos hiriente, y le acarició el brazo—. Trata de que tu hijo baje de las montañas. Quizá traiga consigo a la gris hermandad, aunque es difícil predecir de qué nos pueden servir. Por mi parte, dispongo de un trío de guerreros que he de destetar e instruir. Los he construido a partir de una materia prima estupenda y muy fiera, un material realmente bueno que dejaron Menor Mordisco y Lesk el Ahíto. Lo encontré intacto debajo de las ruinas de sus columnas, pero en lo que se refiere a las formas…, he de reconocer que comparada con ellos soy toda una inexperta.

—Asegúrate de que nos reconozcan a los dos como amos —le contestó Harry—. De ese modo, aunque no estén a la altura de las criaturas de Shaitan, es posible que se me ocurra un par de trucos.

Después se volvió y la levantó en sus brazos con tal velocidad que ella lanzó un grito.

—Karen, hemos visto nuestros futuros. Los hilos rojos de nuestras vidas se fundían en un fuego dorado y luego desaparecían en la nada. No fue un buen presagio para los dos, pero también podría significar cualquier cosa. Sencillamente, no lo entendemos. En cualquier caso, sea cual sea su verdadero significado, ha de ser mejor que los futuros de nuestros enemigos que también vimos, ¡porque ellos no tenían ningún futuro! En el mañana de la Tierra de las Estrellas no hay hilos escarlata, Karen.

—Ya me acuerdo —dijo, sin separarse y apretándose a él con más fuerza—. Así que me quedo y lucharé. No importa lo que nos pase, es bueno saber que ellos también van a morir.

Harry la ciñó con más fuerza y al hacerlo parecía más un niño pequeño. Deseó que todo aquello fuera una fantástica pesadilla de la que despertaría, otra vez niño, con toda la vida por delante, pero conservando lo suficiente del sueño para no cometer errores. ¡Ah, ojalá las cosas funcionaran de esa manera!

—Quisiera haberte conocido en mi mundo, como una chica normal, cuando no era más que un hombre —le dijo, sin pensárselo demasiado.

Karen no era tan romántica. En otros tiempos había sido inocente, hasta que la raptaron. En alguna ocasión, algún Viajero tímido y joven la había deseado, pero por aquel entonces se había reservado para algo mejor. ¡Ja!

—Nos limitábamos a acariciarnos y a reírnos durante una hora —respondió bruscamente—. ¡Al diablo con aquello…, prefiero lo que acabamos de hacer! De todos modos, eres el necroscopio. ¿Qué sabes tú de los hombres corrientes?

El fuego que había en ella actuaba como un catalizador, quemaba desde el interior y a través de su cuerpo se veía un fulgor que la mostraba como lo que era: una wamphyri. Harry podía ser como ella, ¿pero era realmente preciso? Se había enfrentado a Dragosani, a Thibor, a Yulian Bodescu y a todos los demás como hombre, si bien como un hombre con poderes. No, nunca como un hombre corriente, pero tampoco había sido un monstruo. Y habían vuelto a aparecer otros contra los que luchar. Pero lo haría como hombre, o al menos como algo lo más parecido a un hombre.

La soltó y le preguntó:

—¿Tienes alguna bestia voladora preparada?

—Está en el abra de despegue. ¿No quieres usar el continuo de Möbius?

—Mi hijo y sus hermanos grises no me verían —respondió, negando con la cabeza—. A su manera, él podría percibirlo, aunque no es seguro. Si voy en una bestia voladora, seré visible, toda una curiosidad. Últimamente no hay muchas bestias voladoras en los cielos de la Tierra de las Estrellas.

En el abra de despegue, mientras Karen contemplaba cómo él iniciaba el vuelo, montado en la silla de la palpitante bestia con forma de manta, comprendió que tenía razón: era el único que surcaba los cielos. Por el momento.

Sintiendo un vacío interior, Karen regresó junto a sus guerreros…

Harry y Karen se encontraban en medio del desolado jardín cuando Shaithis y Shaitan el Caído regresaron a la zona wamphyri más importante. Contrariamente a lo que esperaban, los invasores no lanzaron un ataque inmediato, sino que se limitaron a salir planeando de los oscuros cielos septentrionales, surcados por las luces fluctuantes de la aurora, y a volar en círculos sobre las planicies cubiertas de escombros donde yacían las columnas destrozadas de los desaparecidos lores vampiros. Al cabo de un rato, con mucha cautela, aterrizaron en las abras del nido de águilas de Karen y exploraron sus niveles vacíos, donde no encontraron enemigos ni trampas ocultas, ni criaturas hostiles agazapadas en las sombras. Tampoco hallaron bestias gaseosas, chupadores, ni servidores de ningún tipo. No vieron comodidades de ninguna especie salvo, quizás, en la solidez de las viejas paredes del nido. Y ni siquiera éstas eran lo bastante seguras para Shaithis.

—Fui testigo de la destrucción de columnas más grandiosas que ésta —comentó a Shaitan—. ¡Incluida la mía!

—Hicieron falta dos —replicó el otro con una risita ahogada al tiempo que asentía con su inmensa capucha negra—. En la otra ocasión, para controlar la potencia del sol hizo falta que intervinieran Harry Keogh y el Habitante. ¿No te das cuenta? Pero el Habitante ya no existe, porque se ha convertido en lobo. En cuanto a su padre, ¡vamos, un alienígena pálido, exangüe y poco más que un niño lloroso!

—¿Entonces por qué no atacamos sin más dilación?

—Lo haremos, pero antes hemos de alimentar a nuestras bestias y llenarnos el estómago. Después, cuando hayamos descansado nuestros huesos extenuados, y satisfecho otras necesidades largo tiempo contenidas, será el momento. Ten presente, Shaithis, que hemos hecho un viaje largo y que venimos de un lugar muy frío, y que no hemos venido solamente para acabar con tu odiado enemigo, ni para que puedas saciarte con la carne de la hembra que te traicionó. De manera que cálmate y ten paciencia, que cuanto deseas se hará realidad.

A pesar de la aparente confianza de Shaitan, en el fondo de su negro corazón le corroía la preocupación por su contrincante, Harry Keogh, el llamado Morador del Infierno, un vampiro que todavía no había probado la sangre de otros hombres. Sin que Shaithis se percatara, la inmensa sanguijuela que era su antepasado ya había utilizado sus poderes vampíricos infinitamente potentes para llevar a cabo un examen parcial, a distancia, del necroscopio. La telepatía de Shaitan era más evolucionada que la de Karen y la de Harry (en realidad, él era el gusano que carcomía las terminaciones nerviosas de Harry); aun así, las sondas enviadas eran superficiales. El motivo era sencillo: con sólo penetrar la capa más externa del aura psíquica del necroscopio —con sólo acercarse a un par de kilómetros del núcleo luminoso, del incipiente Centro de Fuerza en el que podía llegar a convertirse, cosa que había que impedir a toda costa— cualquier ser sensible lo percibiría por sí mismo. (Algo que Shaithis podría hacer si no fuera tan estúpido, aunque un estúpido muy hermoso… y desaprovechado…, al menos de momento.) Percibiría esa energía contenida que era mucho mayor que la de un simple hombre corriente, tal vez mucho más grande que la de ciertos vampiros.

¿Pero de qué clase de energía se trataría, de dónde vendría? Éstas eran las preguntas que preocupaban a Shaitan, porque hasta que no supiera qué era Harry Keogh y en qué era capaz de convertirse, no podía estar del todo seguro de cómo tratar con él.

Más aún, cuando llegara el momento oportuno, ese conocimiento le permitiría tratar con Shaithis, el que se consideraba a sí mismo como el Tortuoso —Shaithis el hermoso, el estúpido, el aspirante a Gran Traidor—, que no tardaría en convertirse en Shaithis el Gran Idiota. El mismo Shaithis que mantenía protegida su mente para que sus pensamientos viles y traicioneros no volaran libres. Si bien hacía tiempo que Shaitan estaba al tanto de los pensamientos de su descendiente y para él no eran ningún secreto.

En ese momento resultaba una imprudencia reflexionar sobre todas aquellas cosas, ya tendría tiempo suficiente de hacerlo cuando el defensor alienígena de la Tierra de las Estrellas hubiera muerto. O quizás antes si Shaithis llevaba las cosas a un punto decisivo.

Así reflexionaba Shaitan, pero cuidándose muy bien de ocultar sus pensamientos a Shaithis, claro.

Dejaron un guerrero montando guardia en el nido de águilas y se llevaron a los demás a la Tierra del Sol, donde no tardaron en descubrir las fogatas de un asentamiento de Viajeros. Después, el cielo nocturno se llenó con los gritos de los hombres, los chillidos y los ruidos de la glotonería de los guerreros; en el aire flotaba el olor caliente de los muertos y los aullidos de las víctimas apresadas. De estas últimas había seis y eran todas mujeres.

Más tarde, las ventanas superiores del nido de águilas de Karen se iluminaron con el fulgor rojizo del fuego; el humo salía por las chimeneas; era como si se celebrara una alegre fiesta. Al menos para los vampiros que llevaban tanto tiempo sin saciar sus instintos fue alegre.

Las pocas sobras rotas que quedaron cuando Shaithis y Shaitan acabaron, sirvieron de golosina a los guerreros. El hecho de que aquella carne devastada estuviera muerta era un magro consuelo.

Harry y Karen dormían en el jardín.

El necroscopio aún contaba el tiempo en días y noches. Cuando su mente le indicaba a su cuerpo que era de noche, éste reaccionaba y se ponía a dormir. Su cansancio era tanto físico como mental, porque en cualquier batalla que se le presentara sabía que además de enfrentarse al enemigo debería luchar también consigo mismo. El problema, que era como el pez que se muerde la cola, no cambiaba nunca: ¿cómo vencer sin recurrir a la ayuda de su vampiro, sin permitirle que llevara del todo las riendas de sus poderes? Permitir que su sanguijuela ejerciera un control total habría sido como firmar su rendición, porque después ya no sería dueño de sí mismo, sino que sería un wamphyri en todo el sentido de la palabra.

Karen no tenía ese problema: porque ya era una wamphyri. Pero antes había sido mujer, y el necroscopio era su hombre. De manera que cuando él dormía ella también lo hacía, ovillada entre sus brazos. No obstante, estaban ya preparados: estaban vestidos y el guantelete de Karen reposaba al alcance de su mano. Conscientes de su delicada posición, habían apostado un guardia. Cerca del paso de las montañas, al reparo de las sombras, un guerrero gruñía suavemente y movía su pesado corpachón acorazado en busca de una postura más cómoda; la segunda bestia de Karen estaba apostada en la vanguardia, al reparo del muro, donde el terreno descendía en una abrupta pendiente hacia las estribaciones de las montañas de la Tierra de las Estrellas y la planicie que había más allá. En cuanto a la tercera criatura, estaba situada en un punto elevado, en una cornisa debajo de un saliente de los riscos occidentales, donde sus múltiples ojos acostumbrados a la oscuridad escrutaban las planicies de peñascos, controlaban los cielos y los yermos iluminados por las estrellas en busca de movimientos sospechosos.

Pero había un cuarto guardián, del que los durmientes no se habían percatado, un guardián mucho menos llamativo. En otros tiempos conocido como el Habitante, era ahora una silueta gris y enjuta que se mantenía alejada, una silueta que vigilaba el jardín abandonado protegida por el escudo de los árboles. Algunas veces, cuando algún recuerdo refulgía en su mente, entendía por qué estaba allí, pero en otras ocasiones no le resultaba tan claro. De todas maneras, ahí estaba.

Fue su gruñido mental, junto con los repentinos chillidos y gritos de las bestias en combate, los que despertaron al necroscopio y a su lady cuando los invasores atacaron. A pesar de todas las precauciones, los sorprendieron, porque el enemigo no atacó desde la Tierra de las Estrellas sino desde la Tierra del Sol; llegaron desde las montañas tras las cuales todavía reinaba el ocaso.

Los invasores habían abandonado en masa el nido de águilas de Karen, cruzaron los picos del extremo este donde no había nadie que los vigilara y después viraron hacia el oeste, al abrigo de las montañas. Resguardados por la barrera de la cadena montañosa, volaron desde la Tierra del Sol, siguiendo la línea de los riscos, hasta llegar a la latitud del jardín; una vez allí, se elevaron por encima de los picos desde donde exploraron el territorio de los defensores y descubrieron la situación de los guerreros y el hecho de que nada más se movía. Posteriormente, con sus sondas encontraron la mente dormida de Karen. En cuanto a la del necroscopio, también estaba dormida, pero protegida e impenetrable. Y soñaba.

Harry soñaba que corría veloz por el torrente temporal del futuro de la Tierra de las Estrellas: en sus ojos se reflejaban los destellos de las líneas vitales azules, verdes y rojas, y sus oídos parecían sintonizados al infinito —¡Aaaahh!— monocorde de la expansión de la vida hacia todos los mañanas de todos los Universos de la Luz. La última vez había estado allí con Karen, pero en esa ocasión se encontraba solo, por lo que pudo prestar más atención a cuanto lo rodeaba y fue consciente de que los hilos escarlata de los vampiros convergían sobre el suyo. Y cuando daba la impresión de que iban a fundirse en una extraña colisión temporal, en ese punto, en aquel enfurecido crisol, el tiempo de Möbius adquiría una tonalidad dorada que ponía fin a… ¿todo?

Tal vez no.

El sueño se diluyó entonces y Harry se despertó de golpe en la derruida morada del Habitante en la que Karen y él habían establecido su cuartel general. Karen también despertó en sus brazos.

—¡Los guerreros! —gritó, y extendió la mano para introducirla en la matriz del guantelete recubierta de basto material.

—Iré a ver —contestó Harry ya en pie; conjuró una puerta de Möbius que coincidió con el marco de la puerta de la morada de piedra. Al cruzar ambas, miró hacia el cielo. ¡Bestias voladoras! Las vio un instante antes de que lo envolviera el continuo de Möbius: amplísimas siluetas de manta que palpitaban en el cielo; montados en sus sillas, unos jinetes wamphyri dirigían el ataque de sus guerreros. Además de los guerreros, que ya se encontraban en el suelo, trabando combate con las criaturas de Karen, seguían en el aire varias bestias que volaban delante de las estrellas como pulpos aéreos, con las palas propulsoras extendidas y los orificios de escape activados. Eran tres y volaban en formación triangular, protegiendo a sus controladores, ¿pero cuántas más habrían descendido ya?

Harry salió del continuo en la parte posterior del paso. El guerrero guardián de Karen era atacado por dos bestias inferiores, pero de una ferocidad increíble; una de ellas estaba debajo y con sus pinzas y hoces intentaba abrirle el vientre, mientras que la otra cabalgaba sobre su lomo y a dentelladas trataba de alcanzar la espina dorsal. ¡Ni siquiera la carne metamórfica podía soportar por mucho tiempo un ataque semejante!

Apártate de ellas, ordenó el necroscopio. Elévate si puedes. Ataca al enemigo en el cielo. Había abierto su mente para comunicarse con el guerrero.

Karen lo captó de inmediato.

He lanzado al guerrero desde la cornisa de los riscos, le informó. Es rápido y feroz. Si logras que ése remonte el vuelo…, Shaithis y Shaitan pueden encontrarse en desventaja. Sus bestias voladoras son poco convencionales, están fuertemente blindadas, pero no son dignos contrincantes de un guerrero. ¡Tal vez podamos hacer que esos cabrones caigan en picado!

Como se encontraban cerca del enemigo, sus pensamientos ya no eran ningún secreto.

¡Eh, Karen!, gritó Shaithis lleno de júbilo desde el cielo. Siempre traicionera, ¿eh? Estoy seguro de que mientras te quede aliento me maldecirás. ¡Sé que lo harás y yo estaré presente para verlo! Dirigiéndose a Harry, añadió con voz ronca: ¡En cuanto a ti, Morador del Infierno…, ah, qué bien te recuerdo! Tenía un nido de águilas… hasta que tú y tu hijo, el Habitante, lo convertisteis en un montón de escombros. ¿Dónde está tu hijo ahora, eh? He oído decir que es un lobo enorme que engendra lobeznos a la luz de la luna. ¡Ja, ja, ja! ¿De qué perra lo sacaste, eh?

Harry oyó con claridad la befa de Shaithis y también la abrupta interrupción de Shaitan, que fluyó en su mente como si se tratara de limo mental:

Las pullas no sirven de nada. Cuando llegue el momento, mátalo, naturalmente…, pero entretanto, déjalo en paz.

El vampiro del necroscopio estaba furioso, quería imponer su voluntad; las exigencias que le planteaba a Harry eran mentales y físicas; oía su voz que le gritaba: «¡Dame ese derecho! ¡Deja que los despedace! ¡Tú sólo entrégame tu mente y tu cuerpo, que yo te lo daré todo!». Pero Harry sabía que mentía, que su parásito lo tomaría todo.

Oyó cómo se agitaba el aire, se agazapó, adoptando una postura de defensa, y miró al cielo. Karen había levantado vuelo; la bestia voladora de Harry, que ella le había enviado giró bruscamente y descendió hacia él. Cuando los quince metros de envergadura de sus membranosas alas de manta, compuestas por huesos alveolados, carne esponjosa y cartílago, bajaron del cielo, Harry dio un salto, se agarró de los salientes del arnés que llevaba la bestia debajo del cogote y, tomando impulso, se sentó en la silla. En tierra, el guerrero asediado se sacudió a sus atacantes y levantó el vuelo.

¡Bien!, lo animó Harry. Ahora únete a tu feo gemelo y ayúdale a despedazar a las bestias voladoras enemigas.

Ayudémoslos, le pidió Karen mentalmente, al tiempo que su bestia comenzaba a elevarse en una corriente de aire proveniente de la Tierra de las Estrellas que la condujo hacia donde se encontraban los invasores, que parecían sentados entre las estrellas.

Subiendo hacia las bestias voladoras blindadas de Shaithis y Shaitan, escudados tras la formación en punta de flecha de los guerreros siseantes, Harry preguntó:

¿Dónde está nuestro tercer guerrero?

En tierra, muerto, respondió Karen, sombríamente. Aplastado por el espécimen más terrible que he visto en mi vida. En los viejos tiempos, el pensar siquiera en una bestia semejante habría significado el destierro sumario. La antigua regla era bien sencilla: nunca des vida a nada que más tarde pueda resultar invencible. Porque a la larga, hasta el cerebro más débil es capaz de aprender sus trucos. En cuanto a estas cosas que Shaithis y Shaitan han diseñado —sobre todo ésa— ¿es que no percibes su maligna inteligencia? ¡Son abominaciones!

Harry exploró el cielo entero y luego miró hacia el suelo, trescientos metros más abajo, y en la oscuridad lo descubrió.

Entiendo a qué te refieres, dijo.

Elevándose a la altura de Karen y de él mismo, en la misma corriente de aire, llegaba el guerrero al que le había ordenado levantar vuelo; estaba herido y por las grietas provocadas en la escamosa armadura del vientre perdía fluidos. Las gotas de plasma brillaban rojizas como un collar de rubíes allí donde los tejidos metamórficos comenzaban a cicatrizar los profundos cortes del cuello. Por el momento, los propulsores del guerrero aún funcionaban, pero Harry creyó oír un chisporroteo.

Un poco más arriba de donde se encontraban él y Karen, y subiendo a mayor velocidad, el guerrero ileso que Karen había lanzado desde los riscos soltaba con furia los gases propulsores. Resollaba como un dragón mientras iba directo hacia las bestias voladoras y sus jinetes. Respondiendo a la amenaza como monstruosos autómatas, el trío de guerreros escolta giraron hacia adentro y comenzaron a converger, perdieron altura, inclinaron los propulsores y cayeron como piedras sobre su objetivo.

Ocurrió en un momento: el hecho era que a altura media y elevada, Karen y el necroscopio estaban en seria desventaja. En cuanto a la situación en tierra, era mucho peor. Los guerreros enemigos, que en la parte trasera del jardín habían herido de gravedad a la criatura de Karen, se habían lanzado en la misma corriente ascendente y estaban a punto de alcanzarla; subiendo tras ellos, a mayor velocidad aún, iba el destructor de su tercera criatura, que ella había descrito como el guerrero más terrible que había visto en su vida. Harry no era experto en esas lides, pero tuvo que darle la razón.

Estaba dotado de tentáculos de calamar… y allí acababa toda comparación con criaturas que le resultaran familiares. Era gigantesco, todo carne, sangre, cartílago y hueso, pero con el aspecto y las grises iridiscencias de un extraño metal flexible. Unos racimos de vejigas gaseosas cual extrañas barbas abultaban su cuerpo palpitante y le restaban maniobrabilidad, pero lo ayudaban a soportar el peso extra de sus brazos y la armadura. Estos últimos elementos no eran añadidos del guerrero, sino que formaban parte integrante de su cuerpo; como los grandes saurios de las épocas pretéritas de la Tierra, llevaba las armas puestas. Aunque la naturaleza, ni siquiera en sus sueños más desbocados, había dotado jamás a criatura alguna de órganos como aquéllos. No, porque aquel ser había sido diseñado exclusivamente por Shaithis.

¿Y bien, necroscopio?, chilló la voz telepática de Karen, alarmada.

Si huimos no haremos más que posponer lo inevitable, respondió él.

¿Entonces? El pánico surgió en ella como el viento de la Tierra de las Estrellas.

¡Procuremos hacer el mejor papel posible aquí mismo!

En el cielo, una letal formación en punta de flecha cayó sobre el guerrero de Karen como halcones sobre una paloma. Harry ordenó a su bestia voladora:

Quédate con tu ama. Después, saltó de la silla y se lanzó hacia una puerta de Möbius conjurada en el último momento…, y al instante siguiente apareció sobre el lomo escamoso del guerrero de Karen, donde casi logró saborear el hedor caliente de los atacantes. ¡Estaban muy cerca!

¡Deslízate a un lado!, le ordenó a su asustada montura. Conjuró una inmensa puerta y guió al monstruo para que la pasara. El trío enemigo confluyó en el sitio donde Harry había estado y formó un nudo enmarañado; el necroscopio salió del continuo de Möbius encima de ellos…, ¡a la altura de las bestias voladoras blindadas de Shaithis y Shaitan!

Cuando su mirada se topó con las de ellos, a través del aire logró captar parte de la andanada telepática de Shaithis:

¡Basura de las tierras infernales, tú y tu maldita magia!

Harry se distrajo: había visto los ojos escarlata de Shaitan y éste le había dedicado una mirada ardiente. En la mente del Caído no había odio hacia el necroscopio, sólo una gran curiosidad.

Ahórrate las maldiciones, le advirtió Shaitan a Shaithis. Porque éste todavía es capaz de causarnos un gran daño. Entonces sí tendrás verdaderos motivos para maldecirlo. Harry también oyó la advertencia.

Abajo, el trío de guerreros confundidos se había desenredado; volvieron a elevarse con un rugido de propulsores.

Dos de vosotros, ordenó Shaithis. ¡Venid a mí, deprisa! Y, dirigiéndose al tercero, añadió: Ve por la mujer. Ya sabes qué has de hacer…

¡Maldito bicho baboso! Harry lanzó el pensamiento a Shaithis antes de darse cuenta de que no se trataba de un gran insulto. Buscó a la bestia voladora de Karen y la vio salir de la espiral ascendente para seguir las montañas en dirección al este. Un par de guerreros —uno de ellos era la criatura herida de Karen— salió tras ella y las dos bestias chocaron en el aire. El guerrero de Karen se llevó la peor parte, pero su bestia voladora había logrado poner distancia y ganar tiempo. De momento, Harry parecía haber perdido al gigantesco guerrero.

Aprovechando que Karen no se encontraba en peligro inmediato, el necroscopio se agarró a las escamas de su monstruosa montura y la lanzó de cabeza hacia sus enemigos. Éstos dieron media vuelta y salieron disparados sobre la planicie de peñascos de la Tierra de las Estrellas, más o menos en dirección a los nidos destruidos de los wamphyri. Resultó evidente que en vuelo horizontal sus bestias poseían la ventaja de la velocidad. Al comprobar que de aquella manera sería incapaz de alcanzarlos, Harry conjuró una puerta y guió a su guerrero para que la atravesara…

… Salió directamente encima de las bestias voladoras que volaban ágiles hacia el este. Shaithis oyó el aullido de los propulsores del guerrero, notó su sombra en la espalda y miró hacia arriba. La sonrisa del necroscopio brilló escarlata, furiosa, cuando abalanzó su montura sobre la bestia voladora de Shaithis e intentó aplastarlo en la silla. De inmediato, Shaithis se inclinó sobre los hombros de su montura. El guerrero de Harry extendió los rezones, las pinzas y las mandíbulas retráctiles y comenzó a cortar a la bestia voladora en el aire; sus apéndices, afilados como cuchillas, se acercaban peligrosamente a Shaithis mientras éste se contoneaba desesperado para salvar la vida. Empapado en la sangre de su víctima, el guerrero de Harry se elevó un poco y volvió a abalanzar la masa de su cuerpo sobre la bestia voladora. Shaithis se dejó resbalar de la silla, se agarró de los arreos y, bañado por una lluvia escarlata, supo que se había quedado sin bestia voladora.

¡Shaitan!, gritó, colgado en el aire.

Shaitan hizo que su bestia descendiera un poco y se ladeara.

¡Salta!, le ordenó, pasando directamente por debajo de su descendiente. Shaithis hizo amago de saltar hacia la bestia voladora de su antepasado, pero fue desviado de su curso cuando el guerrero de Harry embistió por tercera vez el lomo de su cabalgadura, partiéndola en dos. Rodando delante de Shaitan, Shaithis se encontró de pronto en caída libre.

Hacía tiempo que Shaithis no volaba por sí solo, pero estaba en buenas condiciones y se encontraba a una altura más que suficiente. Su túnica suelta se hizo pedazos cuando se extendió para adoptar la forma prehistórica de un pterodáctilo y, poco a poco, la caída en picado se convirtió en un planeo. En la distancia, hacia el este, en la planicie de peñascos, vio un faro brillante y supo que se trataba de la Puerta que daba a las tierras infernales. Constituía un buen punto de referencia y se dirigió hacia allí.

El necroscopio lo había perdido. Shaithis, una mota oscura en un cielo más oscuro aún, había desaparecido. Pero quedaba Shaitan. Entretanto, el padre inmemorial de los vampiros había avanzado; Harry cubriría la misma distancia en el tiempo que tardara en conjurar una ecuación. Se disponía a hacerlo cuando… ¡su guerrero fue embestido por detrás!

El impacto estuvo a punto de hacerlo caer de las placas que llevaba en el lomo su montura. Detrás de él, el más monstruoso de todos los guerreros agarraba a su criatura con unas pinzas parecidas a las de los cangrejos y le arrancaba gruesos trozos de carne de la musculatura de sus conductos de propulsión. Las otras bestias de Shaitan se mantuvieron a prudente distancia para permitir que su pariente más monstruoso continuara con la tarea.

En los últimos segundos, Karen logró establecer contacto mental con Harry. Vio los problemas que tenía y él los de ella: el guerrero menos potente que Shaithis había enviado a por ella había eliminado a su criatura luchadora y se disponía a atacar a su bestia voladora. Para Karen todo parecía estar perdido.

¡Necroscopio, esto se acaba! Mi montura está débil y no tardará en rendirse. La culpa de todo la tengo yo, que la he diseñado. Me dirigiría a las tierras ardientes a una muerte dorada bajo el sol naciente, pero dudo que pueda llegar. ¡Al menos moriré con honor: mi guantelete contra un guerrero!

Montado en la última criatura de Karen, mientras su atacante la hacía pedazos a ojos vista, el necroscopio miró a Karen a los ojos.

La bestia voladora de lady Karen resolló sonoramente cuando su amazona la obligó a virar al sur, hacia el gran paso, pues su altura era ya insuficiente para permitirle superar los picos. Pero el monstruo al que Shaithis le había ordenado atacarla se abalanzó sobre ella desde lo alto y por la espalda. Y allá abajo, cerca de donde el gran paso partía las montañas, se encontraba la luz enceguecedora. La Puerta de la Tierra de las Estrellas, por supuesto; Harry lo habría deducido de inmediato, pero el problema radicaba en que aquella vista aérea le resultaba desconocida. Poco después, el cadáver destrozado del guerrero de Karen enrojeció esa vista al caer en picado y estrellarse en mil pedazos contra el suelo. Su destructor se disponía a acabar con Karen.

Harry saltó de su criatura, cruzó una puerta de Möbius y emergió en las estribaciones de las montañas que se elevaban del portal de la Tierra de las Estrellas. La Puerta era una falla en la materia del multiverso, una inmensa distorsión en el tejido del espacio-tiempo de Möbius, pero el necroscopio se encontraba a una distancia suficiente como para que influyera en él. Exploró la amplia abertura del paso donde el guerrero enemigo jugueteaba con la extenuada bestia voladora de Karen, obligándola a aterrizar. Una segunda bestia voladora sin jinete aleteaba inútilmente cerca de allí: era la montura de Harry, a la que había dado órdenes de permanecer junto a su ama. Utilizó el continuo de Möbius para montarse en su silla y le dijo a Karen:

Todavía no estamos vencidos.

Ella lo oyó, y también Shaithis. Al final de su largo planeo, aterrizó cerca de la Puerta y recuperó su forma humana. Al ver a su guerrero en el cielo, amenazando a las bestias voladoras y a sus jinetes, le ordenó:

¡Tráeme a la mujer…, en pedazos si es preciso!

El guerrero reaccionó de inmediato: cayó con todo el peso de su enorme corpachón contra la bestia voladora de Karen y a punto estuvo de desmontar a ésta de su silla. Así colgada, mientras trataba de recuperar el equilibrio y los sentidos, el guerrero sacó unos apéndices dotados de ganchos y la agarró. Después, mientras sus propulsores rugían triunfalmente, el monstruo le asestó a la bestia voladora un último golpe que le partió el pescuezo. La bestia de Karen comenzó a girar sobre sí misma y a caer en picado hacia el paso, mientras el guerrero se daba media vuelta y se dirigía hacia la planicie de peñascos.

¡Bien!, exclamó Shaithis, aplaudiendo a su bestia. Tráemela.

Harry obligó a su montura a bajar en picado para interponerse en el camino del guerrero; éste lo ignoró y siguió su camino. Y Harry envió esta orden directamente a su pequeño cerebro:

Entrégamela a mí.

¡No lo hagas!, replicó su legítimo amo. ¡Apártalo de tu camino…, aplástalo si puedes!

El monstruo se abalanzó sobre Harry. Karen, sujeta por los palpos recubiertos de espinas quitinosas que le perforaban la piel y la inmovilizaban como si fuera un pescado atrapado por cien anzuelos, se limitó a gritar cuando el cuello de la bestia se arqueó para golpear a su amado; unas fauces que parecían una cueva, dotadas de armas más letales que la boca de un Tyrannosaurus rex, se abrieron para engullirlo.

Lo que ocurrió después fue pura reacción instintiva. Fue como si Faethor Ferenczy viviera aún dentro del necroscopio y le susurrara al oído: ¡Cuándo abra sus enormes fauces, métete en ellas! Harry sabía que jamás podría abrigar siquiera la esperanza de dañar físicamente a aquella bestia, al menos desde fuera. Pero en alguna parte de aquel monstruoso cráneo había un cerebro diminuto y, en el fondo de su ser, conservaba algo que todavía era o deseaba ser wamphyri.

¡Métete en sus fauces!

Harry se irguió en la silla y saltó hacia el interior de la hedionda boca del guerrero justo en el momento en que éste la cerraba. Pero en el interior de esa puerta rodeada de dientes, apareció otra conjurada por su mente metafísica. La cruzó, pasó al continuo de Möbius… y volvió a salir en el interior de la cabeza del guerrero. Se encontraba físicamente dentro de su cabeza, entre los toscos materiales de su cráneo, tubos y conductos palpitantes, protuberancias y nódulos, entre la sucia membrana mucosa de su cráneo vivo.

Notó las contracciones de la papilla que desplazaba a su paso y cómo se encogía la carne metamórfica cuando su cuerpo se materializó y rozó las terminaciones nerviosas, los tejidos húmedos y esponjosos y el palpitar del plasma que proporcionaba oxígeno al pequeño cerebro agonizante…, tendió las manos provistas de garras vampíricas para buscar y acariciar el ganglio central. Y pulverizarlo después. Entonces…

La gravedad desapareció cuando los propulsores del guerrero se cerraron y la bestia descendió en caída libre. En el interior de su cabeza, Harry trató desesperadamente de encontrar sitio para conjurar una puerta de Möbius. Necesitaba espacio para trabajar y aire para poder respirar; nunca antes había intentado conjurar una puerta bajo el agua o rodeado de sólidos viscosos —es decir, de sangre caliente—, pero debía hacerlo. Debía conjurar una puerta, salir de allí, rescatar a Karen de las garras de aquella bestia muerta antes de que se estrellara contra el suelo.

Cuando las matemáticas de Möbius comenzaron a mutar en la pantalla de la mente del necroscopio, éste comprendió qué extraños y qué equivocados estaban los cálculos. La puerta vibró y se estremeció sin alcanzar a materializarse del todo. Sus energías se adhirieron a la zona del espacio que se hallaba en el perímetro de su matriz y, con gran violencia, lograron darle nueva forma. La materia normal, despojada de su forma natural, fluyó como el magma en el instante previo a que la abortada puerta estallara para desaparecer.

Shaithis vio que su criatura caía a tierra y por un momento pensó que se estrellaría contra la Puerta. Asombrado, contempló cómo su cabeza blindada se torcía, se deshacía y se abría en pedazos antes de que el animal acabara estampándose contra el suelo, a pocos pasos del portal dimensional. Al chocar contra el terreno, vio algo con forma humana —pero rojiza, amarillenta y grisácea como el cieno—, que salía vomitada del cráneo destrozado e iba a parar a la planicie de peñascos. Cuando la nube de polvo se hubo depositado, y las últimas gotas de cieno y plasma hubieron empapado las rocas y la tierra, avanzó.

Protegiéndose los ojos del resplandor, se paseó con aire incrédulo entre los restos de su guerrero y miró fijamente a lady Karen, magullada, sangrante e inconsciente entre las pinzas de la bestia, y a Harry Keogh, el Morador del Infierno, descoyuntado y bañado en sangre. Aunque todavía no estaba muerto, distaba mucho de estar acabado.

Claro que no, pensó Shaithis, ¡porque es un wamphyri! Aunque es distinto… y resulta difícil de comprender.

¡Es verdad!, convino Shaitan, obligando a su bestia voladora a que descendiera planeando sobre la tierra. Sin embargo, eso es precisamente lo que hemos de hacer, comprenderlo. Porque su mente contiene todos los secretos de la Puerta y de los mundos que hay tras ella. De manera que no le causes más daño y deja que cicatrice lo mejor que pueda. Cuando esté en condiciones de hablar, lo interrogaré…

Traicionado por su propio poder al intentar materializar una puerta de Möbius cuando estaba demasiado cerca de la Puerta esférica, la mente metafísica del necroscopio había recibido el golpe de lleno. Su carne era vampírica y con el tiempo se reconstruiría, incluso el núcleo de su dañado cerebro, pero hasta que ello no ocurriera no recuperaría la memoria. En cierto modo, había tenido suerte.

Por otra parte, Karen no estaba tan destrozada y no había tenido tanta suerte. Mientras Shaitan se ocupaba de Harry, su tenebroso descendiente tenía una única idea fija: Karen. Los dos buscaban el conocimiento; en el caso de Shaithis ese conocimiento era carnal.

El examen de Shaitan fue telepático. Mientras la mente de Harry cicatrizaba y los fragmentos de su destrozada memoria se unían poco a poco, el Caído extraía de ella toda la información que consideraba de valor. Ciertos conceptos eran difíciles; en los casos en que los recuerdos resultaban demasiado complicados (o dolorosos) para retenerlos de forma detallada, Harry se limitaba a conservar únicamente una idea general. Por ejemplo: el complejo subterráneo de Perchorsk, al que siempre había considerado como una fortaleza oscura y melancólica. Sus imágenes mentales del Perchorsk Projekt eran absolutamente monocromáticas; los recuerdos que conservaba del lugar —sus características y su textura— no se diferenciaban de los de un amenazante nido de águilas, pues rehusaba completar los detalles. El motivo era Penny, por supuesto, porque a pesar de su delicado estado, Harry no lograba que Perchorsk se concretara en su mente sin que ella apareciera.

En cuanto a la vida de Harry antes de Perchorsk, y al mundo en general, Shaitan consiguió conocer muchos aspectos. Los suficientes para estar seguro de que cuando cruzara la Puerta e invadiera el complejo subterráneo —desarmando sus defensas y convirtiéndolo en su fortaleza inexpugnable—, para adueñarse luego del resto del mundo del necroscopio, serían muy pocas las cosas que se interpondrían en su camino. Su ejército de servidores vampiros se desplegaría insidiosamente por toda la Tierra y sus oscuros discípulos llevarían su plaga a todos los confines del globo hasta que él lograra ser el rey supremo. Del mismo modo que había intentado reinar en aquellos lejanos y nebulosos albores que le estaba vedado recordar.

Cada vez que Shaitan pensaba en ello, iba a ver a Harry, que descansaba sobre la manta de un Viajero, cerca de sus fogatas, volvía a mirarlo y se preguntaba dónde habría visto aquella cara vagamente familiar. ¿En qué lejana tierra, en qué tiempos borrosos y olvidados, en qué existencia anterior?

También se preguntaba acerca de los extraños poderes del necroscopio, unos poderes asombrosos de los cuales era el único poseedor, unos poderes que había traído de un mundo alienígena. Shaitan lo había visto con sus propios y viejos ojos moverse de un lugar a otro, pero sin cruzar la distancia que mediaba entre ambos. Sí, llegado del otro mundo después de atravesar la Puerta casi como si…, como si hubiera caído del otro mundo al siguiente. ¿Del mismo modo que había caído antes Shaitan? ¿Del mismo mundo? Tal vez. Pero…, pero Shaitan lo había olvidado, porque ellos (¿pero quiénes?) le habían robado esos recuerdos.

El necroscopio había sido desterrado por sus semejantes (del mismo modo que Shaitan fue desterrado en aquellos tiempos antes de que los wamphyri lo enviaran al exilio), lo obligaron a refugiarse allí por ser diferente. En cierto modo, el padre de los vampiros se sentía extrañamente emparentado con el necroscopio.

Cuando la mente de Harry quedó parcialmente reparada, Shaitan volvió a entrar en ella para preguntarle:

¿Te conozco? ¿Dónde te he visto antes? ¿Perteneces al grupo de los que me echaron de mi lugar legítimo?

La mente de Harry conservaba cierta coherencia dentro de su limbo, sabía que le estaban hablando, conocía incluso algún que otro detalle sobre quién le hablaba y el significado de sus preguntas, a las que contestó:

No.

He oído tus pensamientos, insistió Shaitan. Te preguntas sobre extraños mundos fuera del alcance del común de las personas. ¡Sobre mundos que no están en los espacios interestelares, sino en los espacios que hay entre los espacios mismos! Tienes acceso a uno de esos espacios invisibles, en el que te mueves con mayor segundad y velocidad que un pez en el agua. Yo también me movería bien allí, en la oscuridad que no es de este mundo. Enséñame cómo.

Era el secreto mejor guardado del necroscopio, pero como estaba herido, mental y físicamente, no podía continuar guardándolo. De haberlo intentado, la hipnosis mental del Caído se lo habría arrebatado. Fue así como enseñó a Shaitan la pantalla de ordenador de su mente, donde las ecuaciones de Möbius comenzaron a sucederse a un ritmo ascendente. Shaitan lo vio, sintió una extraña aprensión y tuvo miedo.

¡Deténte!, le ordenó cuando el leve vibrar de una torturada puerta de Möbius, surgida de la nada, comenzó a formarse en su mente. Cuando la pantalla quedó limpia de datos y la puerta a medio formar hizo implosión, la gran sanguijuela lanzó un suspiro de alivio y sintió un gran placer al poder alejarse de Harry. Después de haber percibido las energías que emanaban de aquellas ecuaciones que rodeaban la puerta, sospechó que ya las había conocido en un mundo lejano, y que habían sido el desencadenante de su caída.

En aquel momento Shaitan comprendió que el lugar secreto de Harry estaría para siempre fuera de su alcance y sintió rabia. ¿Emparentado con esa criaturita llorosa, con ese principiante de la magia negra, con ese lastimoso, ensangrentado inocente que ni siquiera había probado la sangre? Era una locura que jamás se le habría ocurrido soñar siquiera. Además, ¿qué importaba que existieran lugares prohibidos e invisibles? Para empezar, serían suficientes los visibles, le bastaría con uno a la vez. Ahora que la Tierra de las Estrellas había sucumbido, el mundo que se erigía tras la Puerta —el mundo del necroscopio— sería el siguiente. Pronto se produciría la entrada en ese mundo, antes del alba.

Entretanto, Shaitan ya sabía todo lo que necesitaba saber del necroscopio. Shaithis podía disponer de él; que el llamado «Morador del Infierno» padeciera lo indecible y muriera como un vampiro y que él y todos sus misterios acabaran consumidos por el fuego, convertidos en puro humo.

Éstos eran los pensamientos que el Caído dejaba entrever al mundo exterior. Pero en el fondo de su ser manaban corrientes más profundas. En condiciones normales, el tal Harry Keogh había sido poderosísimo. Si lograba vivir, era muy posible que volviera a serlo, era muy posible incluso que se convirtiera en una potencia. Razón por la cual, si Shaithis conservaba algo de visión, haría muy bien en eliminarlo de forma expeditiva. Pero después de que Shaitan hubiera dispuesto de él.

Desde el punto de vista del necroscopio —o más bien para sus traumatizadas percepciones— los hechos se desarrollaban en medio de una náusea infinita, una confusión vacilante, una semiconsciencia dolorosísima y un despertar plagado de borrosas visiones, fantasmales atisbos de recuerdos incompletos y un flujo de datos vívido, pero con frecuencia carentes de significado. En ocasiones, mientras su carne metamórfica realizaba el titánico esfuerzo de curarle el cuerpo y el cerebro, su mente parecía formar parte de un morboso tiovivo que girara sobre su propio eje, repasando una y otra vez las mismas escenas. A veces, quedaba atrapada en los espejos de un caleidoscopio, donde cada trocito de coloreado oropel representaba un fragmento disperso de su vida pasada o de su presente existencia.

En sus momentos de mayor lucidez, Harry sabía que incluso en la mejor de las condiciones sus heridas tardarían bastante tiempo en sanar; no disponía ni de ese tiempo ni de esas condiciones. Cuando Shaitan lo entregó a Shaithis, este último lo crucificó cerca de la Puerta. Unos clavos de plata lo fijaban a unos maderos verdes y una estaca de plata lo traspasaban a él, a su vampiro y los maderos de la cruz y salía por el otro lado, donde la habían doblado hacia un costado. La plata lo carcomía a la misma velocidad con que su carne de wamphyri reparaba el daño. Supuso…, no, no lo supuso, supo con certeza que no bajaría vivo de aquella cruz. A sus pies, una hoguera de ramas secas se lo confirmaba.

Una segunda cruz había sido levantada para Karen. Algunas veces la colgaban allí, con lo que su proceso de cicatrización se veía dificultado y se mantenía en actitud servil, en otras ocasiones la retiraban. Harry sufría más por ella cuando la bajaban de la cruz, porque significaba que Shaithis usaba y abusaba de ella. De haber tenido fuerzas, habría hablado telepáticamente con ella, aunque sospechaba que le impediría entrar en su mente. Porque seguramente preferiría guardarse sus tormentos para no desesperarlo más. De vez en cuando, en las ocasiones en que la cruz de Karen estaba vacía, Harry miraba hacia la tienda de pieles de Shaithis y el odio ardía en él como un fuego. Entonces, aunque demasiado tarde, deseaba haber dado rienda suelta a su vampiro. Afortunadamente, esos momentos de claridad mental y remordimiento eran pocos y espaciados.

No recordaba la llegada de los Viajeros, a los que Shaithis había hecho regresar a través del paso. A su manera, eran «leales» a los wamphyri, pertenecían a una tribu temible y odiada de fabricantes de guanteletes. Cuando se dirigían desde la Tierra del Sol a la Tierra de las Estrellas, y bajo órdenes de Shaithis, robaron a las mujeres y a los jóvenes de un grupo de Viajeros menos sojuzgados. Los utilizaron para construir los refugios de los lores vampiros y para cortar y recoger la leña para las fogatas y las cruces. Aunque tantos esfuerzos no les sirvieron de mucho; Shaithis y su monstruoso antepasado les pagaban a todos con la misma moneda: violaban y dejaban preñadas a sus mujeres, vampirizaban a los mejores hombres para convertirlos en sus esclavos y lugartenientes y los demás servían de alimento a los guerreros que preparaban para la invasión de la Puerta.

Ese era uno de los pocos detalles que el necroscopio lograba recordar: la matanza que se había producido cuando los últimos Viajeros intentaron huir y la gula de los guerreros. Recordaba especialmente cómo, para divertirse, Shaithis había entregado a una mujer Viajera a un guerrero macho. Cuando el horror terminó (y aparentemente excitado), Shaithis bajó a Karen de su cruz y se la llevó a su tienda. Y cuando terminó con aquello y ella fue clavada otra vez en su cruz, el muy vil se plantó bajo la cruz de Harry para regodearse.

—Ya me he saciado con tu perra, mago —le dijo, encogiéndose de hombros, como si conversara con él de toda la vida—. Se me había ocurrido incluso yacer con ella al aire libre para que pudieras vernos, pero como habrás comprobado estas bestias mías son un tanto fogosas. No me haría ninguna gracia darles ideas. Pero la próxima vez que la baje de la cruz…, ah, será la última. Y mientras tú ardas en la hoguera, o al menos hasta que la piel de tus ojos se vuelva negra y se te caiga a pedazos, lo contemplarás todo. ¡Es una lástima que tus padecimientos te impidan disfrutar de los de ella!

El odio de Harry había sido una tortura mayor que la que le provocaban los clavos y la estaca, tan grande era su tortura que volvió a sumirse en la oscuridad del olvido. Pero antes de que eso ocurriera, percibió la advertencia mental que el Caído le hacía a su descendiente.

¡Ten cuidado, Shaithis! Te aconsejo que no lo provoques demasiado. Porque me imagino que lleva dentro algo que ni él mismo sabe apreciar. Algo que escapa a su control…, un extraño mecanismo instintivo que funciona a través de él. No lo pongas en marcha, hijo mío. Incluso los Viajeros cuando cazan y matan jabalíes son lo bastante sabios como para no azuzar en exceso a su presa.

Pero en el rincón más recóndito de la mente de Shaithis sólo había desprecio. Había vivido demasiadas auroras soñando con esos momentos de triunfo. ¿Qué no azuzara a ese puerco manso que era el necroscopio? ¡Sólo faltaba eso! Continuaría haciéndolo hasta el amargo final…