Capítulo veintitrés

Harry y Karen - La amenaza de las Tierras Heladas

Karen hizo planear a su bestia voladora hasta que tocó el suelo en la vertiente norte del jardín, más allá del muro bajo donde el terreno caía en picado hacia la Tierra de las Estrellas. Era un buen lugar para el despegue y lo conocía a fondo, porque allí fue donde cegó al enloquecido Lesk el Ahíto, le arrancó el corazón y entregó su cuerpo grotesco a los defensores del jardín para que lo lanzaran a la pira.

El necroscopio abandonó la vieja casa del Habitante, se abrió paso hacia ella en medio de la niebla menguante y le envió un pensamiento asombrado:

¿Eres tú, de verdad, Karen, o veo visiones? ¿Cómo puedes ser real? Te vi muerta y destrozada entre las piedras a las que te arrojaste desde el tejado de tu nido de águilas.

¡Ja!, contestó. Y sin malicia, añadió: ¡Fue entonces cuando viste visiones, Harry Keogh! Avanzó por un hueco y lo esperó allí, su silueta recortada contra el muro y la bestia voladora. Esta última, que era un dragón de pesadilla, inofensiva a pesar de su aspecto prehistórico, asintió, babeó y parpadeó con sus inmensos ojos de búho. Agitó la cabeza plana en forma de espátula hacia ambos lados; sus alas de manta húmedas y brillantes eran de hueso fino y flexible, recubierto de carne metamórfica; los propulsores o las patas, que parecían gusanos, estaban recogidos debajo del cuerpo abultado y blando.

Harry la miró y se preguntó por qué no le producía horror y sentía tan poca pena. Porque sabía que aquella cosa había sido creada a partir de la carne de trogs o Viajeros. Tal vez en su interior ya no quedaba horror. O tal vez ya no quedara nada humano. Pero al acercarse a Karen percibió que algunas de sus emociones aún eran humanas.

Estaba soberbia. En el mundo que había del otro lado de la Puerta esférica —el mundo de los hombres, que se encontraba a un universo de distancia—, las de su clase habían sido desconocidas. Hasta sus ojos escarlata parecían hermosos… ahora. Harry quedó apabullado por su belleza, como le había ocurrido la primera vez, cuando Karen se unió a los defensores del jardín para desafiar a los wamphyri. Entonces lo había convertido en su esclavo y volvió a hacerlo en ese momento. No podía apartar los ojos de ella.

Se la comió con la mirada.

Toda ella era arrebatadora, desde el cabello cobrizo hasta la última curva sensual de su cuerpo (que, medio oculto o medio desnudo, aparecía siempre enfundado en un ceñido vestido de cuero blanco) y aun las sandalias de pálido cuero que calzaba, y que dejaban los dedos al aire para lucir las uñas pintadas de dorado; toda ella era arrebatadora. Sobre los hombros llevaba una capa de piel negra; le ceñía la cintura un ancho cinturón negro cuya hebilla de metal gris tenía forma de cabeza de lobo aullando. El significado de aquel símbolo estaba sepultado en el pasado; los antepasados de Dramal Cuerpocondenado se lo habían transmitido a él, y él los había transmitido a su vez a Karen. Dramal no se había limitado a legarle a Karen su símbolo heráldico, sino que le había entregado también su huevo.

Harry se había detenido, cautivado durante largos instantes por el misterio, la belleza sobrenatural y los colores contrastantes de Karen; después, se acercó a ella despacio. Cara a cara, Karen resultaba más hermosa, más deseable. Al aproximarse, ella reaccionó imitando cada uno de sus movimientos con la gracia sinuosa de una bailarina gitana, aquella gracia que recordaba tan bien. Era natural, porque hacía mucho tiempo Karen había sido una Viajera. Si se concentraba, podía oír aún el tintineo de sus movimientos…, aunque en realidad todo estaba en silencio.

Oyó todas esas cosas en ese instante, y entonces la voz telepática de Karen sonó en su mente:

Una vez estuviste a punto de matarme, Harry. He de advertirte que he vuelto ante todo para devolverte el favor. Adelantó la mano derecha, que hasta entonces había ocultado detrás de la espalda. Tenía el guantelete de batalla en posición; al doblar la mano, una vasta gama de cuchillas, ganchos y pequeñas guadañas, que habrían hecho las delicias de un torturador, soltaron destellos plateados bajo la luz de las estrellas.

Harry invocó una puerta de Möbius a su derecha y la dejó allí. Al ser invisible resultaba el refugio perfecto en caso de necesidad. Si Karen se abalanzaba sobre él, se limitaría a hacer una finta hacia la derecha y desaparecería. Pero debía mantener ocultos esos pensamientos; en voz alta le preguntó:

—¿Quieres decir que has venido a matarme?

Con voz temblorosa, a punto de perder el control, le contestó como se merecía:

—¿Y tú quieres decir que no te lo mereces?

Harry mantuvo ocultos sus pensamientos y leyó la mente de Karen, y comprobó que allí anidaban unas pasiones explosivas, vio una rabia rayana en la ira, pero no percibió odio. Además, se percató de algo muy importante: la soledad de lady Karen. Los dos estaban en el mismo barco.

—No entendía lo que era ser… —comenzó a explicar, pero luego se interrumpió y volvió a empezar—. Yo creía que te estaba ayudando, que te iba a curar, como si tuvieras una enfermedad infecciosa. Pero reconozco también que lo hice tanto por mi hijo como por ti. Porque si lograba curarte…

—¡Curarme! —escupió la palabra—. ¿Por qué no te curas tú? ¡No hay curación posible, necroscopio! Supongo que a estas alturas ya lo sabrás.

Harry asintió, corrió el riesgo y avanzó un poco más.

—Sí, ya lo sé —respondió—. Pero en cierto modo te he curado. Llevabas dentro un vampiro, el tipo de wamphyri llamado «madre». Si hubieras engendrado muchos vampiros, al final habrías acabado sin fuerzas, esa cosa te habría matado. ¿Me equivoco?

—Ya nunca lo sabremos —gruñó.

Harry se colocó delante de ella, a menos de un paso de distancia, justo en la línea de ataque del guantelete.

—De modo que has venido a matarme. Seguramente ya habrás notado que he experimentado un cambio. Y en el fondo de tu corazón sabes muy bien que nunca he sido tu enemigo, Karen. No era más que un inocente. A mi manera.

Lo miró fijamente durante un momento, entrecerró los ojos, asintió y sonrió. Pero fue más una mueca burlona que una, sonrisa.

—¡Te he descubierto! ¡Percibo tu puerta, Harry! Una vez me llevaste allí, ¿te acuerdas? Me llevaste desde el jardín hasta mi nido de águilas en un instante. Y ahora hay una puerta, aquí, junto a ti. ¿Te atreverías a acercarte tanto a mí si esa puerta no estuviera ahí? Si es así, hazlo. Demuéstrame hasta qué punto eres inocente.

Harry hizo un movimiento con la cabeza y repuso:

—Eso era entonces. Ahora, no importa qué desee ser, no me queda más remedio que ser wamphyri. Conservo muy poca inocencia ahora…, tal vez tanta como hay en ti. Sí, la Cosa que llevo en mi interior me aconsejó que invocara una puerta para protegerme. ¿O para protegerse? Pero el hombre que sigo siendo me dice que no necesito este dispositivo de seguridad, porque convierte en una burla cuanto tengo que decirte, las cosas que deseo decirte. Y mientras viva, el hombre que hay en mí llevará la voz cantante. ¡Sea, pues!

Lanzó las precauciones al viento, derrumbó la puerta de Möbius y abrió su mente a Karen. En unos instantes, ella leyó o exploró cuanto había allí escrito, porque no le ocultó nada. Pero en telepatía, leer es a la vez sentir y, ante todo, sintió su dolor, tan grande o más grande quizá que el de ella. Las pérdidas experimentadas por Harry, todas sus pérdidas juntas, lo superaban todo. Al comprobar cuan solo y vacío se encontraba, Karen pudo ver su propia soledad y su propio vacío desde una perspectiva más adecuada.

Pero como era mujer, recordó ciertas cosas. Harry posó la mano derecha en la curva de su cintura, al principio con suavidad, después con fuerza posesiva; Karen rodeó con su brazo los hombros de Harry hasta que el guantelete abierto descansó sobre su espalda y su brazo izquierdo.

—¿Te acuerdas de aquella vez que te dije cuánto te había anhelado? ¿De cuántas maneras te había deseado? ¡Cómo mujer…, pero también como vampiro! ¿Y te acuerdas cuando me encerraste en mis aposentos, cómo intenté atraerte? Me paseé desnuda, me contoneé ante ti, jadeante, pero tú no te dignabas siquiera mirarme. Como si tuvieras la carne de hierro y la sangre de hielo.

—No —le susurró al oído, aspiró el aroma almizcleño de su cuerpo, la atrajo hacia sí e inclinó la cabeza hacia ella—. Mi cuerpo era de carne y mi sangre era de fuego. Pero me había fijado un camino y debía seguirlo. Ahora…, ya lo he recorrido.

Karen sintió que la urgencia de Harry aumentaba e incitaba, intensificaba la suya —cuánta necesidad había en aquel hombre—; notó los latidos de su corazón como martillazos contra su pecho.

—Eres…, eres un tonto, Harry Keogh —murmuró Karen, y él la apretó con más fuerza.

Cada fibra de su ser se agitó cuando el instinto wamphyri le exigió que le hundiera el guantelete en la carne y los huesos de la espalda para llegar al fondo de su corazón y partírselo hasta formar con él un géiser de rojo chorro. Sintió una gran excitación, y otra mayor que la dejó aún más asombrada cuando relajó la mano y el arma se le deslizó de los dedos para caer al suelo.

—Tan tonto como yo —gimió, hundiéndole las uñas pintadas de rojo, afiladas como cuchillas, en la tela, la piel y la carne temblorosa de la espalda y el cuello; él, a su vez, le arrancó el vestido ceñido y la aferró con fuerza, haciéndole daño allí donde sus manos agitadas podían llegar, y le mordió la cara y la boca hasta hacerla sangrar—. Y eso significa —jadeó, cuando finalmente se separaron—, que eres un tonto redomado.

Volaron al nido de águilas de Karen.

Montado tras ella, sobre la silla ornamentada fijada en la base del cuello de la bestia voladora, donde nacían sus alas de manta, Harry se agarró con fuerza a Karen para no caer, aunque de haber ocurrido, habría invocado una puerta y habría caído a través de ella al continuo de Möbius. Pero no caería mientras le acariciara los pechos tensos cuyos pezones eran como pepitas de metal bajo el ceñido vestido hecho jirones. Y no caería mientras su virilidad rozara la raja de su delicioso trasero y lo presionara henchido haciendo tanta fuerza como para levantarla del asiento.

—¡Espera! —le había pedido en el jardín, junto al muro donde, impulsado por sus recién descubiertas pasiones wamphyri, la habría tomado sin más dilación y habría arado su cuerpo como si se tratara de un campo de carne fértil—. ¡Espera! —le había repetido en dos ocasiones durante el vuelo al oírlo gemir más que el viento en su oído, después de que le mordisqueara la nuca y de sentir cómo su carne metamórfica se expandía para envolverla, mientras sus manos se ampliaban y se aplanaban como para tocarla toda a la vez.

—¡Espera! ¡Por favor, espera! —insistió cuando la bestia voladora los condujo hasta una explanada de despegue y aterrizaje situada varios niveles por debajo de sus aposentos de la cima, y se vio obligada a huir casi de su lujuria por los terraplenes de cartílago y subir a la carrera las gastadas escaleras de hueso que conducían a sus aposentos. Finalmente, la atrapó en su alcoba y supo que la espera había terminado para ambos.

Aunque Harry había hecho el amor hacía muy poco, se le había olvidado por completo, lo cual no era nada sorprendente. Porque si el tiempo y el espacio están tan ligados como para resultar inextricables (para cualquier hombre), ¿cuánto hacía que había conocido a Penny? ¿Una dimensión? ¿Un universo entero? Y si un universo es infinito, ¿cómo será entonces el intervalo de tiempo que existe entre los universos? El tiempo es relativo, y eso era algo que el necroscopio sabía muy bien. Pero en cualquier caso, esa fase anterior le resultaba confusa como un sueño, mientras que el «ahora» era la única realidad. Penny había sido un espejismo, producto de un ensueño, una criatura ligera como vilano, cautiva suya dentro de su sueño, que había acabado destruida por él. Pero Karen era… mujer. Era real, irresistible, ardiente; un imán con gravedad propia, de una fuerza equiparable a la de un pequeño planeta, y lo hacía girar alrededor de su órbita como una luna para iluminar su carne y desearla. Para Harry aquella mujer personificaba todas las pasiones terrenales (¿y ultraterrenales?), era más grande que un planeta, era su agujero negro personal, capaz de tragárselo entero. Karen era todo eso y mucho más. ¡Karen era una wamphyri!

Se unieron sobre su lecho y jadearon, gruñeron y gimieron, y a decir verdad, Harry ya no supo distinguir dónde acababa la realidad y empezaba la fantasía. Nunca antes había explorado su metamorfosis; desconocía el alcance de su flexibilidad carnal; era «inocente» en lo que atañía al potencial de su propia pasión. A Karen le ocurría otro tanto. O casi.

—¿Te has estado reservando para ti misma? —preguntó el necroscopio a su amor vampiro mientras extendía una mano y los dedos en el interior de su compañera, para examinar y acariciar sus órganos y lugares más ocultos mientras ella humedecía con saliva la cabeza brillante de su glande y lo incitaba con los lengüetazos de su lengua bífida.

—No —gimió ella—. He volado en dos ocasiones a la Tierra del Sol a la hora del ocaso para buscarme un amante. ¿Pero cómo se puede seducir a un hombre aterrorizado? De todos modos, me traje uno. Al cabo de un rato, venció parte de su miedo y se metió en mi cama. ¡Pero ay…, yo era un abismo abierto, una garganta profunda y doliente a la que él lanzó una minúscula piedrecita! No logró llenarme. Lo exprimí hasta dejarlo seco y quise más, pero lo único que le quedaba era su sangre. Sabía que podía pulverizarlo, reducirlo a un montón de pulpa, matarlo con mi corazón de hembra, devorarlo en mi interior con la misma facilidad con que podía haberlo engullido. Pero…, pero lo llevé de vuelta a la Tierra del Sol. Desde entonces, me reservé para mí misma, sí. Del mismo modo que los hombres y las mujeres están hechos los unos para las otras, nosotros, los wamphyri, sólo podemos ser fieles a la carne wamphyri. Porque en las bestias no hay placer y cuando la sangre wamphyri está excitada, la humanidad resulta débil.

—Es verdad —gorjeó el necroscopio al sentir que el pezón izquierdo de Karen se extendía en el interior de su garganta como una lengua, mientras el escroto se le hinchaba a punto de estallar debido a la presión de su semen—. ¡Una mujer sufriría una muerte horrenda si le hiciera lo que acabo de hacerte!

—Lo mismo le ocurriría a un hombre si recibiera estas caricias —respondió ella con un estremecimiento—. ¡Pero de placer, por monstruoso que sea!

Apartó de su cuerpo la mano de Harry, enorme, blanda, parecida a un centollo, le dobló las piernas por las rodillas y se las introdujo en lo más profundo y lo hundió en sí misma hasta el ombligo, fue entonces cuando sintió cómo el chorro de su frío semen le rociaba las entrañas palpitantes.

—Y pensar que en su época los antiguos lores tomaban mujeres Viajeras —jadeó Harry, presa del delirio. Karen se había llenado por completo con él, su pálido vientre, redondo y brillante, grotescamente inflamado allí donde los brazos y las piernas de Harry lo ceñían por dentro; el cuerpo de Karen lo había engullido de tal manera que parecía a medio nacer. La mujer se enroscó hacia adelante para besarlo y sus dientes chocaron al tiempo que la carne de sus rostros se fundían en uno solo.

Un momento después, ella lo expulsó con una fuerte contracción; pero con la misma velocidad él volvió a penetrarla, esta vez de cabeza, de modo que ella tuvo que comunicarse telepáticamente para contestar a su comentario.

Aquellas mujeres morían gritando. He oído decir que después de una incursión, Lesk el Ahíto poseía a diez o más en una noche y con su sexo las hacía estallar como globos. ¡Ah, aquello era una violación! Pero los llamados «lores» no eran todos iguales; si una muchacha era hermosa tenía posibilidades de sobrevivir. Era criada por etapas, luego era vampirizada y a medida que su metamorfosis avanzaba, su lord sátiro se encargaba de instruirla. Lord Magula se construyó una mujer que era un inmenso túmulo y dormía dentro de ella cuando sus excesos lo dejaban extenuado.

Se expandió convulsivamente para dejarlo salir, luego cayó sobre él y se aferró a su cuerpo resbaladizo para explorarlo con sus manos. El equivalente wamphyri de «decir cochinadas» los había enloquecido…, todo orificio penetrable (de cada uno de ellos) fue penetrado; sus besos buscaban la sangre; sus fluidos empaparon la cama y comenzaron a gotear en el suelo, mojándolo todo. Ellos mismos cayeron del lecho y resbalaron en sus propias secreciones. El cuerpo de Harry producía semen de forma ininterrumpida y los diversos labios de Karen lo absorbían también de forma ininterrumpida. Dejaron que sus vampiros se desataran. Se mordisqueaban con dientes afilados como guadañas (aunque nunca llegaban al hueso) y se arañaban y tironeaban con garras de Tyrannosaurus (pero sólo para producirse magulladuras, nunca heridas profundas).

Dejaron la ropa de cama hecha jirones, el lecho de pizarra convertido en una ruina y los aposentos vueltos patas arriba. Sus acoplamientos se volvieron frenéticos y resultaba imposible seguir sus contorsiones. Al fundirse por completo sus cuerpos, sus gritos se tornaron primitivos; conocieron el sexo como ningún ser humano lo conoció jamás; el necroscopio experimentó el más potente de los orgasmos cuando Karen lo penetró.

Durante quince horas se consumieron, se atormentaron y enloquecieron juntos. Al final no cayeron rendidos por el sueño, sino que quedaron inconscientes, enroscados el uno a la otra.

Cuando Harry volvió en sí, Karen lo estaba lavando.

—No hagas eso —le pidió, e intentó apartarla débilmente—. Es una pérdida de tiempo. Quiero volver a tomarte ahora mismo, mientras te tenga aquí.

—¿Mientras me tengas aquí? —repitió ella. Tomó su miembro con la mano para refrescar con agua sus magulladuras y vio que se iba hinchando hasta adquirir el tamaño de un garrote.

—¡Estoy soñando, Karen, esto es un sueño! —exclamó con un hilo de voz mientras con la mano buscaba su blandura—. Igual que todo lo que ha ocurrido antes. Son los sueños de un demente. Lo sé con certeza, porque te vi muerta, tendida en el suelo. ¡Sin embargo, ahora… estás viva! A menos que…, ¿hay algún nigromante en la Tierra de las Estrellas?

Karen sacudió la cabeza y se apartó de él, pues comenzaba a tironear con insistencia de los pechos, que habían vuelto a recuperar su forma humana.

—Será mejor que me escuches, Harry. Aquella vez no estaba muerta. No era yo la que tú viste hecha pedazos sobre la tierra batida.

—¿No eras tú? ¿Quién era entonces?

—¿Te acuerdas de cuando me encerraste y me dejaste sin comer? —preguntó Karen, y le dirigió una mirada dura, vehemente y acusadora—. ¿Recuerdas cómo azuzaste a mi vampiro con un rastro de sangre de cerdo para que abandonara mi cuerpo? ¡Ah, pero yo era una wamphyri, y muy hábil! ¡La criatura madre que llevaba dentro de mí era hábil! Más que ninguna otra. Dejó en mí un…, un huevo. La tenacidad del vampiro, Harry, no te olvides de la tenacidad del vampiro.

—¿O sea que…, que seguías siendo wamphyri? —preguntó, y se quedó boquiabierto—. ¿Incluso después de haber quemado tu vampiro y sus huevos?

—Los quemaste todos menos uno —insistió ella—, el que quedó en mí. Y volvería a crecer, sí. Pero sabía que lo intentarías otra vez si llegabas a sospecharlo. ¡Entonces habría llegado mi fin, mi muerte! Sólo pensarlo me dio pavor.

—Recuerdo que me quedé dormido —dijo Harry, y se pasó la lengua por los labios secos, casi disecados—. Lo que había visto y hecho me había dejado más exhausto de lo que me siento ahora.

—Ya lo sé. Te quedaste dormido en una silla y fue entonces cuando aproveché para salvarme. Mientras dormías, uno de los míos regresó al nido de águilas.

—¿Uno de los tuyos? ¿Una criatura? —preguntó Harry, frunciendo el entrecejo—. Pero si habían sido destruidas o liberadas para que se marcharan.

—Sí, a ésta la habías liberado por pura bondad…, habías dejado que la pobre se marchara a buscar su propia muerte.

—¿La pobre?

—Era una trog, una doncella, una criatura que se encargaba de tareas menores dentro del nido de águilas y en mis aposentos. Pero nació aquí y no conoció otro tipo de existencia, y al final regresó al único hogar que había tenido. Lo supe desde el instante en que posó el pie en el escalón más alejado de la cima; oyó mi llamada mental y acudió tan pronto como pudo; pero estaba hambrienta y extenuada de tanto deambular por los fríos desiertos de la Tierra de las Estrellas y el ascenso por todos los niveles del nido la había agotado mortalmente. Sí, cuando llegó a mí estaba al borde de la muerte.

—¿Y murió? —preguntó Harry al percibir la leve tristeza de Karen, parecida a la que experimenta quien pierde una mascota querida.

La lady vampiro asintió.

—Pero, antes, quitó las cadenas de plata de mi puerta y se deshizo de los tiestos con plantas de kneblasch. Fue entonces cuando cayó muerta y vi mi oportunidad.

»Mientras tú seguías dormido, vestí su cadáver con mi mejor traje blanco y lo lancé desde las murallas. Bajó planeando como un pájaro. Pero al final se estrelló sobre las rocas. Eso fue lo que viste cuando te asomaste al balcón, Harry. Yo me oculté y permanecí escondida hasta que te marchaste de aquí.

El necroscopio lo comprendió todo y dijo:

—Regresé al jardín del Habitante. Mi hijo sabía lo que había hecho. Y como temía por su propia existencia, me quitó mis poderes y me llevó de vuelta a mi propio mundo, donde viví una época como un hombre corriente. Pero en mi tierra descubrí unos monstruos y ellos me descubrieron a mí. Hasta que, como puedes apreciar, me enfrenté a demasiados vampiros y acabaron venciéndome.

Karen se había tendido entre sus piernas abiertas. A pesar de la seriedad con que hablaban de los hechos pasados, la verga de Harry latía como si fuera un segundo corazón bajo la presión de los dedos juguetones de Karen, que le acariciaban la punta. Hizo una pausa para humedecérsela con su lengua bífida y restregársela entera entre los pechos.

—Qué fuerte eres, Harry —suspiró, asombrada—. La verdad, me parece que vuelves a estar a punto.

—Es por ver tu cara, por oler tu cuerpo, por sentir la humedad dentro de ti…, ¿cómo podría no volver a estar a punto?

La levantó para hacer que se sentara en su miembro, pero ella se escabulló y bajó del lecho.

—Aquí no —jadeó.

—¿Y eso?

—¡Ahí! —exclamó ella.

—¿Ahí, dónde?

—En ese lugar secreto que tú tienes.

—¿En el continuo de Möbius? ¿Quieres que hagamos el amor allí?

—¿Por qué no? ¿Acaso es un lugar sagrado?

Harry no contestó. Tal vez podía serlo. Era algo muy factible.

—¿Me llevarás hasta allí, Harry? ¿Me tomarás allí, me follarás en el continuo de Möbius?

—Claro que sí —respondió él con voz gutural—. Y te enseñaré un lugar que te parecerá increíble, donde podremos joder a nuestro antojo durante un segundo o un siglo.

Se echó en sus brazos y él la sacó rodando de entre las sábanas y entraron en el continuo de Möbius.

—¡Pero no hay luz! —siseó ella, abriéndose de piernas y guiándolo para que la penetrara—. Necesito verte, quiero ver cómo te tiembla la cara cuando te corres, cómo se te relaja la boca cuando los latidos van cesando y comienza el dolor.

—Tendrás luz —gruñó él, y de inmediato sintió un temor de muerte. Porque aquello se parecía demasiado a una blasfemia, aunque no era aquella su intención. Tendría luz, sí, luz azul, verde y roja. Mientras le clavaba las uñas en las nalgas y cabalgaba con su pijo corcoveante dentro de ella, él se corrió al tiempo que cruzaba una puerta futura.

Entonces Karen vio cómo el futuro se alejaba rápidamente de ella y la luz escarlata, con leves rastros azulados, que fluía a chorros de su propio cuerpo. La luz de Karen se entremezclaba con la de Harry, se entrelazaban al mismo tiempo que sus cuerpos se unían, y la de él era sólo ligeramente menos roja que la de ella.

Son las líneas de nuestras vidas, dijo. Viajamos en ellas hacia nuestro futuro. Y, citando a Faethor, añadió: ¡Viajamos en ellas más deprisa que la vida misma!

Lo que hacemos es ir acoplados hacia el futuro, contestó ella, excitada por la sensación de explosión estelar que le producía todo aquello, y por la sorpresa de notar cómo Harry estallaba en su interior. Al cabo de nada, dijo: ¿Y las azules?

Son Viajeros, contestó Harry. Verdaderos seres humanos.

¡Entonces, ese puñado de hilos rojos que se ven sólo pueden ser wamphyri! Debe de tratarse de algunos que sobreviven en las Tierras Heladas. Y las verdes deben de pertenecer a los trogs. ¡Jamás había visto unos colores y una luz iguales! Ni siquiera las auroras más brillantes de las Tierras Heladas alcanzan semejante resplandor.

Harry le estrujó los pechos como si fueran masa de pan y volvió a correrse; ella sintió cómo el semen le rociaba las paredes internas y se estremeció de gusto.

Tu semen está frío como una cascada.

No, está caliente. Pero comparado con tus entrañas, que son como un volcán en erupción, es frío.

Es sólo la sensación que produce, gimió ella. Porque en realidad, los dos estamos fríos, Harry.

Somos wamphyri, respondió, no somos muertos vivientes. Nunca estuvimos muertos, no lo estuvimos del modo en que ciertas personas vampirizadas «mueren» y duermen durante un tiempo antes de levantarse de sus tumbas. Es verdad que esperaba estar frío, esperaba sentir la lujuria de los wamphyri, su apetito voraz por la vida y por toda oscura experiencia carnal, pero no esperaba sentir emoción alguna. Y esto es mucho más que eso, es muy distinto a todo eso.

Para ti tal vez sea así, porque ya no eres vampiro, dijo ella. Aunque… tal vez tengas razón. Esto no es como yo lo imaginaba. Es sabido que los antiguos wamphyri eran unos embusteros; ¿no será que mintieron también en esto? Decían que eran incapaces de amar. ¿Sería verdad? ¿No habrá sido más bien que eran incapaces de confesarlo? Harry, ¿acaso amar a alguien es síntoma de debilidad? ¿Y ser frío y carecer de amor es acaso signo de fuerza?

Se apretó más contra ella y sus cuerpos se fundieron.

¿Fríos? gruñó él. Si somos tan fríos, ¿por qué nuestra sangre está tan caliente? Y si somos tan débiles, ¿por qué me siento tan fuerte? Creo que has acertado en tu apreciación. La última y más vil mentira de los wamphyri fue que sostuvieran que el amor no existía para ellos. Que no tenían amor. Lo tuvieron, claro que lo tuvieron, pero temían reconocerlo.

El necroscopio supo entonces que la verdad de la cuestión había sido desvelada. Los wamphyri siempre fueron capaces de abrigar pasiones oscuras, deseos y acciones que escapaban el límite de lo humano; pero en aquel momento, en el mismo extremo del espectro, Karen y él habían descubierto dentro de ellos mismos emociones reales y poderosas. El permitir que esas emociones predominaran sólo podía describirse como éxtasis. Por más repentino y extraño que pareciera su amor, eran verdaderos amantes. Evidentemente existía también la lujuria, ¿pero acaso alguna vez hubo entre un hombre y una mujer un amor en el que la lujuria no estuviera presente?

Como una masa única y fundida —la primera pareja semihumana que logró una unión en el más amplio sentido de la palabra— recorrieron veloces la corriente del tiempo futuro. Hasta que, de pronto, surgida de la nada…

Una nueva luz…, un fuego dorado…, increíble…, estalló abrasador. Al principio, Harry creyó que se trataba de un efecto extraño y maravilloso de la relación sexual, de su amor, pero era mucho más que eso. El coro del futuro prorrumpió en un Aaaahh atronador, palpitante y monocorde; no se trataba de un sonido normal, sino de la reacción de la mente ante una exhibición tridimensional del tiempo en perpetua expansión, que cambió en un instante para convertirse en un siseo de fuego. El necroscopio detuvo en seco su precipitado avance. Tratando de separarse, aunque sin conseguirlo del todo, giraron sobre un eje propio mientras el tiempo continuaba su recorrido. Momentáneamente cegada, Karen hundió sus garras afiladas en los hombros de Harry y con un hilo de voz preguntó:

¿Qué ha sido eso?

Ni el necroscopio ni Harry Keogh supieron contestarle. Mientras los ojos de Harry se acostumbraban al brillo dorado y su mente al calor infinito, echó un vistazo hacia atrás para contemplar lo que había sido: fue como atisbar el centro mismo del estallido de una estrella azul, en la que los desequilibrios químicos causan imperfecciones rojiverdes. Allá atrás, todo seguía como antes. Pero adelante, en el futuro…

… Los hilos de la vida de Harry y de Karen ya no eran rojos, sino de un dorado brillantísimo, y salían de sus cuerpos para lanzarse hacia el futuro. ¡Y el futuro mismo era un resplandor dorado teñido por las saltarinas tonalidades anaranjadas de las llamas!

Poco a poco, el broncíneo fulgor disminuyó en intensidad y desapareció en la oscuridad, envuelto en humo, como ascuas apagadas por la lluvia. Y las líneas de la vida de ambos desaparecieron con él. Más allá de aquel punto ya no había futuro para ellos, al menos en la Tierra de las Estrellas. Pero había futuro para otros. Porque las deslumbrantes líneas azules de la vida continuaban su veloz carrera hacia adelante; lo mismo ocurría con las verdes, aunque había muchas menos. En cuanto a las rojizas, no había señales de ellas. Y la oscuridad les pareció más intensa que la luz misma.

¡Un desastre!, pensó Harry, y Karen lo oyó.

¿Qué ha ocurrido…, qué ocurrirá aquí?

Desconcertado, se limitó a sacudir la cabeza y a encogerse de hombros.

Las líneas verdes parecen enfermas. Se están muriendo.

Era verdad: las líneas de la vida de muchos trogs se volvían más tenues, titilaban unos instantes y se apagaban ante sus ojos. El corazón del necroscopio volvió a latir con bríos renovados cuando notó que otras líneas comenzaban a adquirir fuerza y brillo para continuar el viaje. Mentalmente lanzó un suspiro de alivio cuando las líneas nuevas comenzaron a chisporrotear, indicando que se producían más nacimientos. Entonces, recuperó la ecuanimidad, conjuró una puerta y la cruzó junto con Karen para pasar a un flujo de existencia metafísica más «normal».

¿Qué ocurrió?, preguntó Karen, apretándose más a él.

No lo sé. Sacudió la cabeza, la guió hasta una última puerta que les permitiría salir del continuo de Möbius y emergieron en el tejado del nido de águilas de lady Karen. Mientras un viento frío soplaba desde la Tierra de las Estrellas, añadió:

—Pero, sea lo que sea, puedes tener la certeza de que ocurrirá.

Al notar que temblaba, acurrucada entre sus brazos, y percibir su desesperación, la miró con aire inquisitivo a los ojos escarlata.

—Puede que yo lo sepa —dijo ella—. Porque hace tiempo ya que percibimos su resurgir.

—¿Quiénes lo perciben? —preguntó Harry, y dejó que ella lo guiara hasta los aposentos más elevados del nido de águilas.

—Tu hijo y yo. Mientras seguía siendo él mismo.

—¿A qué te refieres con eso de su resurgir? —Mientras lo preguntaba, Harry logró encontrar la respuesta por sí solo. Entendió entonces la animosidad y la ansiedad que Lardis Lidesci había dejado entrever en el jardín del Habitante.

—Los wamphyri —dijo Karen—. Los antiguos lores. Fueron condenados a las Tierras Heladas, pero no se contentaron con quedarse allí.

Recorrieron pasillos amplísimos, con paredes de hueso y piedra tallada cubiertas de frescos, y descendieron por unas escaleras de cartílago hasta llegar a los aposentos de Karen, donde se dejaron caer en grandes sillones. Al cabo de un rato, Harry le pidió con voz ronca:

—Cuéntamelo todo.

Todo había comenzado (según la escala temporal de Harry) hacía dos años, o sea, dos años después de la batalla por la posesión del jardín del Habitante, que había acabado con la abrumadora derrota de los antiguos lores wamphyri.

—Al percibir una amenaza desde las Tierras Heladas —prosiguió Karen— solicité audiencia al Habitante, durante la que le confesé la naturaleza de mis temores. Para entonces, ya sabía que había sobrevivido a tu «cura», pero de todas maneras entre ambos existía ya una tregua. Al fin y al cabo, había luchado junto a ti y a tu hijo contra los wamphyri y no podía dudar de mi lealtad como aliada. De vez en cuando iba a visitarlo a las montañas y en algunas ocasiones vino incluso a verme aquí. Eramos amigos, nada más.

»Pero aquéllos fueron unos tiempos extraños: el cambio seguía en él su curso, perdía su carne humana y adoptaba la forma y las costumbres de un lobo. Con todo, mientras conservó la mente de hombre, nos aliamos por segunda vez. Porque él también, a su manera, había percibido la amenaza de las Tierras Heladas: un extraño presagio que iba y venía con las auroras, un DESTINO que se agazapaba como una bestia en la frontera helada, ovillado sobre sí mismo, tenso, dispuesto a saltar.

»He dicho que lo percibió a su manera. Tu hijo es ahora un lobo, necroscopio, tiene los instintos y los sentidos de un lobo. Le llegaba su olor en el viento que soplaba del norte; aunque estuviera a leguas de distancia de la frontera, los veía cabalgar en las auroras, los oía susurrar y maquinar su regreso para cobrarse venganza.

»Quieren vengarse, Harry, vengarse del Habitante y de su gente, de mí, de cualquiera y de todos los que contribuyeron a su derrota, a la destrucción de sus nidos de águilas y a su destierro más allá de la gélida frontera. Eso te incluye también a ti. Aunque en aquel momento tú no estabas aquí, claro. Sólo estábamos el Habitante y yo. Y dado lo avanzado de su transformación, no tardaría en quedar yo sola.

»Le pregunté qué debía hacerse.

»«Debemos apostar guardias», me dijo, «en el frío yermo, para que vigilen el norte y nos informen de cualquier incursión extraña proveniente de las Tierras Heladas».

«¿Guardias?»

»«Tienes que fabricarlos», me dijo. «¿No eres una wamphyri, la heredera legítima de Dramal Cuerpocondenado? ¿No te enseñó él cómo hacerlo?»

«Claro que sé cómo hacer criaturas», contesté.

«¡Entonces, hazlas!», aulló. «Haz guerreros, pero hazlos machos y hembras, así podrán reproducirse».

«¿Para que puedan reproducirse?» Al pensarlo me quedé sin habla. «¡Pero está prohibido! Ni siquiera el más maligno de los antiguos lores wamphyri se habría atrevido a…, ni siquiera le pasaría por la cabeza la idea de…»

«¡Razón de más para que lo hagas!» Fue contundente. «Te ahorrará tiempo en las tinas de reproducción. Hazlos de manera que puedan vivir y criarse en fríos extremos y alimentarse de los enormes peces que viven debajo del hielo. Pero constrúyelos con un dispositivo de seguridad: que cada pareja tenga sólo tres vástagos machos. Con el tiempo, no tardarán en extinguirse. Pero no antes de que hayan podido informarnos sobre qué es lo que nos amenaza… y de haberle presentado batalla, cuando salga atronando desde el norte».

Karen se encogió de hombros y prosiguió:

—Tu hijo era muy sabio, necroscopio. Sabía distinguir el bien del mal, conocía la fuente del peor de los males. Pero su humanidad se desvanecía a pasos agigantados, sabía que cuando llegara la hora, sería incapaz de ayudarme, por lo que decidió hacerlo entonces dándome buenos consejos. Al menos a mí me parecían buenos.

—¿Y qué ocurrió en las Tierras Heladas? —preguntó Harry—. Es Shaithis, ¿no?

—¿Quién si no? —repuso Karen con un estremecimiento—. Pero no está solo.

—¿Ah, no?

—¿Recuerdas aquella vez en el jardín? —preguntó Karen, agarrándolo del brazo—. ¿El fuego y los relámpagos; las bestias gaseosas que estallaban en el cielo mientras sus entrañas caían en forma de lluvia sobre todo lo que había abajo, los gritos de los trogs y de los Viajeros cuando los lores y lugartenientes wamphyri entraban a saco con sus guanteletes chorreando sangre?

—Lo recuerdo perfectamente. También me acuerdo de cómo los quemábamos con las lámparas del Habitante, de cómo cegábamos a sus bestias voladoras, y lanzábamos a tus guerreros contra ellos y los convertíamos en hediondas emanaciones con los rayos del sol.

—No cayeron todos —dijo ella—. Shaithis fue sólo uno de los supervivientes.

—¿Quién más sobrevivió?

—El gigante Fess Ferenc, el horrible Volse Pinescu y Arkis Leprafilius, más varios lugartenientes y esclavos. Durante la batalla no logramos acabar con ellos. Hemos de suponer que huyeron hacia el norte al descubrir que sus nidos de águilas habían sido destruidos y los restos desperdigados por la llanura.

El necroscopio lanzó un suspiro de alivio y comentó:

—Son sólo un puñado.

Karen sacudió la cabeza y contestó:

—Shaithis, solo él, representa a más de un puñado, Harry. No entonces, cuando contábamos con tu hijo y su ejército, sino ahora, cuando sólo quedan supervivientes. ¿Y qué me dices de los demás lores desterrados a las Tierras Heladas a lo largo de toda la historia wamphyri? ¿Y si también hubieran sobrevivido? Antes de la batalla por la posesión del jardín, estaban desperdigados, minados por luchas intestinas, no formaban un grupo consolidado. También contábamos con el recurso de permitirles que raptaran a alguna mujer y a algún que otro esclavo. Pero ahora, es posible que Shaithis haya dado con todos los desterrados y los haya organizado para formar un pequeño ejército. Aunque…, ¿podríamos calificar de pequeño a un ejército de wamphyri?

—Podría ser mucho peor —dijo Harry con tono sombrío—. Si se llevaron también a algunas mujeres, si lograron acostumbrarse al frío interminable, ¿por qué no iban a reproducirse como tus guerreros? Seamos realistas, ni siquiera sabemos qué aspecto tienen las Tierras Heladas. Tal vez lo único que impidió que sus moradores nos invadieran fue el hecho de que los antiguos wamphyri eran más fuertes. Pero ahora…, los antiguos wamphyri ya no existen. Sólo estamos nosotros, los «nuevos» wamphyri.

—Además —le recordó ella—, allá fuera, en la orilla del mar helado de aguas lentas, hay una decena o más de guerreros, entre vigilantes y guardias.

—¿Seguiste el consejo de mi hijo y fabricaste unas cuantas criaturas?

—Sí… —respondió Karen, y desvió la mirada.

—¿Y con qué los hiciste? ¿Y por qué no me miras a los ojos?

Karen volvió la cabeza y le lanzó una mirada desafiante.

—¡Sí que te miro a los ojos! Encontré material entre los restos de los nidos de águilas, en los talleres de los lores. En su mayoría estaban destrozados, aplastados o enterrados, pero algunos se conservaban intactos. Al principio cometí errores, creé bestias voladoras incapaces de volar, guerreros que no sabían luchar. Pero poco a poco perfeccioné mi arte. Has visto mi bestia voladora y has volado en ella: es un espécimen excepcional. Igual que mis guerreros. Hice tres parejas temibles y poderosas, que ahora se han convertido en seis, incluso en nueve más. Pero… —Volvió a desviar la mirada.

Harry la cogió de la barbilla y la obligó a que lo mirase.

—¿Pero qué?

—Hace un tiempo que no responden a mis llamadas. Envío mis pensamientos a la Tierra de las Estrellas pidiéndoles información, pero no me oyen. O si lo hacen, no pueden…, o no quieren contestarme.

—¿Has perdido el control sobre ellas? —preguntó Harry, frunciendo el entrecejo.

Karen sacudió la cabeza y respondió:

—Es algo que los antiguos wamphyri temieron siempre, crear criaturas dotadas de voluntad propia que un día pudieran desmandarse y volverse salvajes. Menos mal que tuve en cuenta la advertencia del Habitante y genéticamente están destinadas a la extinción, pues entre las crías no habrá hembras.

—De manera que tienes vigilantes que no vigilan, guerreros que no luchan —gruñó Harry—. ¿Qué otras precauciones has tomado contra esta amenaza de las Tierras Heladas?

—¿Acaso te burlas de mis obras, necroscopio? —siseó ella—. ¿Debo decirte cómo decidí hacer frente a la amenaza en caso de que se produjera? Recuerda que antes de que tú vinieras era una mujer sola; ¿cómo crees tú que Shaithis trataría a Karen, la gran ramera traidora de los wamphyri, de haber sobrevivido en las Tierras Heladas y regresado aquí? ¿Debería rendirme a sus favores? ¡Nunca, jamás mientras pudiera desafiarlo!

—¿Desafiarlo? —Iluminado por el fulgor de su pelo y de sus ojos, por el brillo de sus dientes, por la cabeza de Harry pasó la idea de que era un volcán, por dentro y por fuera—. ¿Desafiarlo?, ¿cómo?

Volvió a sacudir la cabeza y respondió:

—Antes de permitir que Shaithis me violara, me entregaría a un amante más destructivo y pérfido. Me montaría en mi bestia voladora, pondría rumbo al sur, cruzaría las montañas hasta llegar a la Tierra del Sol y me iría directamente al mismo sol si fuera preciso. Dejaría que Shaithis me siguiera hasta allí, si se le antojara hacerlo, para que los gases pululantes acabaran con nuestras carnes y nos sumieran en la nada. ¡Ojalá ocurriera así!

Harry la envolvió en sus brazos y ella se le acercó sin ofrecer resistencia.

—No ocurrirá así —murmuró, y le acarició el pelo mientras Karen dejaba de temblar—. No si puedo impedirlo. —Grabada en el espejo de la mente del necroscopio, oculta incluso a la telepatía de Karen, aparecía una escena del futuro que no lograba borrar por más que lo intentara.

La imagen de un futuro fogoso, de oro fundido. Una visión del FINAL, enmarcada por los fuegos rojizos y abrasadores del infierno definitivo.