Faethor - Zek - Perchorsk
En el continuo de Möbius, Harry abrió una puerta al tiempo futuro y fue en busca de Faethor Ferenczy. Faethor había muerto hacía mucho tiempo y había permanecido en estado incorpóreo durante un período muy prolongado. Tan prolongado que con toda probabilidad carecería de mente. Pero había cosas muy importantes que el necroscopio deseaba consultarle, sobre la «enfermedad» de Harry, cómo la había contraído, si tenía cura, aunque esa posibilidad parecía casi tan remota como el mismo Faethor.
El tiempo de Möbius era pavoroso, como siempre. Antes de lanzarse por el torrente temporal perpetuamente en expansión, Harry hizo una pausa en el vano de la puerta y contempló la humanidad como pocos hombres de carne y hueso lo habían hecho; incluso con su experiencia, aquello le pareció increíble. La vio como una luz azulada —el azul de neón de toda vida humana— que se dispersaba velozmente como un suspiro interminable, un Aaaaaahhh orquestado y angélico que se prolongaba hasta el infinito. Pero ese suspiro sólo estaba en su mente (en realidad, sabía que la que suspiraba era su mente), porque el tiempo es algo muy silencioso. Pero daba igual. Pues de haber estado presentes todos los sonidos de todos los años de toda la VIDA que había presenciado, a sus oídos habría llegado una cacofonía absolutamente insoportable.
Permaneció de pie, más bien flotando, en la puerta metafísica y miró asombrado todas aquellas líneas de luz azul que se dispersaban —la miríada de líneas vitales de la raza humana— y pensó: ¡Es como una estrella azul convertida en nova y todos éstos son sus átomos que huyen en desbandada para salvar la vida! Sabía con certeza que cada línea resplandeciente era una vida cuyo curso podía seguir desde el nacimiento hasta la muerte por los cielos insondables del tiempo de Möbius: en ese mismo instante su propia línea vital se desenredaba a partir de él como un hilo de una bobina y cruzaba el umbral para continuar veloz hacia el futuro. Pero mientras los otros hilos eran de un azul intenso, el suyo presentaba una fuerte tonalidad carmesí.
En cuanto a la línea de Faethor, si existía, sería de un tono escarlata purísimo (¿impurísimo?). Pero no la veía, porque la vida de Faethor había acabado. Para aquel ser antiguo que en otros tiempos fuera un muerto viviente ya no existía vida, sino la muerte verdadera mientras avanzaba raudo más allá de los límites del ser…, y todo gracias a Harry Keogh. El viejo vampiro se había vuelto incorpóreo, era cierto, pero el necroscopio sabía cómo dar con él. Porque en el continuo de Möbius los pensamientos pesan y, como el tiempo mismo, perduran eternamente.
Faethor, gritó Harry por medio de una sonda, lanzándose por el torrente temporal, me gustaría hacerte una visita. Si estás de humor.
¿Ah, sí? La respuesta le llegó de inmediato, seguida de una risita ahogada, una de las risitas más oscuras y falsas de Faethor. La reunión de dos viejos amigos, ¿eh? ¿Será día de audiencia? Bueno, ¿por qué no? A decir verdad, te estaba esperando.
¿De verdad?, repuso Harry, imitando su humor, mejor dicho, su memoria, su mente, que era lo único que quedaba de él.
Así es. Porque ¿quién si no yo iba a tener la respuesta?
¿La respuesta? Harry sabía bien a qué se refería. La respuesta —la solución— a su problema, suponiendo que existiera una solución.
¡Vaya, vaya! ¿Acaso soy ingenuo? ¡Llámame lo que quieras, Harry, pero nunca ingenuo! Asintió utilizando el necrolenguaje y contempló al necroscopio de arriba abajo. ¡Vaya, vaya! ¿Sabes que nunca dejas de asombrarme? ¡Cuántos poderes! ¡Y ahora este viaje más veloz que la vida misma! ¡Pero si te has superado a ti mismo!
Mientras Faethor hablaba, la línea vital de Harry se retorció, se estremeció y se partió por la mitad. Una mitad de la línea se dobló un poco sobre sí misma y salió disparada en ángulos rectos hacia la estela de desplazamiento del necroscopio para desaparecer en un brillante estallido de fuego rojiazul. Pero la otra mitad, al igual que un cometa que tuviera a Harry por núcleo, continuó viaje a la misma velocidad que Faethor.
Harry ya se había imaginado que ocurriría algo parecido. El fenómeno que acababa de presenciar (que en realidad había sido su punto de partida hacia la Tierra de las Estrellas) se encontraba en el futuro probable. Pero aquél era el tiempo de Möbius, es decir, un tiempo especulativo, y nada era seguro. Por ese motivo, leer el futuro era una pura cuestión de azar. Porque si entre ese instante y lo que siguiera después, en el mundo real llegaba a producirse algún contratiempo, su partida no se produciría nunca. O tal vez no. En otras palabras —y a pesar del hecho de que lo había visto— se trataba de algo que podía producirse o no.
Probablemente, dijo Faethor, y volvió a soltar su risita ahogada. De manera que te quieren echar, ¿eh?
No, repuso Harry, y se encogió de hombros, me voy por mi propia voluntad.
Porque si te quedas, te perseguirían hasta dar contigo y luego te destruirán.
Me voy porque quiero, insistió Harry.
Te has hecho notar, dijo Faethor, y te observan… muy de cerca. Ahora saben quién eres realmente. Durante todos estos años fuiste un héroe para ellos, y ahora eres la peor de sus pesadillas hecha realidad. Así que volverás a la Tierra de las Estrellas. Pues bien, que tengas buena suerte. Pero cuídate de ese hijo tuyo. ¡La última vez que estuviste allí te dejó tullido!
Antes de continuar la conversación, Harry levantó un escudo protector alrededor de su mente. Porque si mostraba a Faethor la más mínima rendija, se le colaría. No sólo para espiar los pensamientos más secretos del necroscopio, sino para instalarse de forma permanente como inquilino. Era la única oportunidad del viejo vampiro —su última oportunidad— de hallar una continuidad distinta de aquel viaje vacío e interminable hacia el futuro.
Cuando Harry estuvo seguro de haberse vuelto inexpugnable, le dijo:
Sí, mi hijo me dejó tullido, convino. Me robó el necrolenguaje, me negó el acceso al continuo de Möbius. No le costó demasiado, porque entonces yo sólo era un hombre. Pero ahora…, como habrás podido comprobar, soy un wamphyri.
¿Vuelves para enfrentarte con él?, siseó Faethor. ¿Con tu propio hijo?
Si no me queda más remedio. Harry se encogió de hombros otra vez, más que nada para disimular la mentira. Pero no tiene por qué haber un enfrentamiento. La Tierra de las Estrellas es un lugar muy grande, y ahora que los wamphyri han muerto o han huido de ella, lo es mucho más.
¡Hum! De modo que volverás a la Tierra de las Estrellas, te construirás un nido de águilas y, si es preciso, te enfrentarás a tu hijo para disputarle una parcela de su territorio. ¿Es así?
Tal vez.
¿Para qué has venido a verme, pues? ¿Qué tengo yo que ver en todo esto? Si es lo que tienes planeado hacer, adelante.
Harry permaneció callado unos instantes; finalmente contestó:
No sé…, había pensado que quizá querrías acompañarme.
Faethor lanzó un grito de sorpresa, al que siguió un silencio con el que manifestaba su incredulidad. Finalmente, comentó:
Que quizá querría…
Acompañarme, repitió Harry.
No, respondió Faethor al cabo de un rato, y Harry percibió cómo negaba con su cabeza incorpórea. No puedo creerme esto. Es…, no puede ser otra cosa que una treta. ¿Tú, que pasaste tanto tiempo luchando contra mí para impedirme que entrara, vienes ahora a invitarme? ¿Para que sea uno contigo en tu nueva mente, tu cuerpo y tu…?
¡No digas alma!, pidió Harry. Además, no has entendido bien.
¿Y eso?, preguntó Faethor, poniéndose en guardia. ¿Cómo puedo haber entendido mal? Salir de este…, de este lugar infernal para irme a la Tierra de las Estrellas es algo que queda totalmente fuera de la cuestión, a menos que vaya como parte de ti. Aquí no soy nada, pero si tú, por voluntad propia, invitas a mi mente a que entre en la tuya…
En un principio, sí, repuso Harry. Pero esta vez debes prometerme que te irás cuando yo lo decida. Y sin protestar, de lo contrario me serviré de algún truco como hice la última vez.
¿Y adónde iba a irme?, preguntó Faethor, anonadado.
A la mente y el cuerpo de un hombre inferior, algún rey Viajero, o algo por el estilo que encuentres en la Tierra de las Estrellas.
Finalmente, Faethor lo comprendió, o creyó comprenderlo, y sus pensamientos en necrolenguaje se agriaron como el vinagre.
Después de todo no eres digno. Ni lo has sido nunca. Cuando estaba enterrado en mi casa de Ploiesti pensaba: «¡El necroscopio puede tenerlo todo, el mundo entero! Thibor era un rufián, un indigno, pero Harry es diferente. Janos era pura escoria, mientras que Harry tiene la consistencia, la pureza, o al menos la homogeneidad de la nata. ¡Haré de Harry mi tercer y último hijo!». Sí, éstos eran mis pensamientos, pero tú fuiste indigno de ellos.
¿Cómo es eso?, preguntó Harry. ¿Por qué me insultas?
¿Qué? (Asombro, incredulidad.) ¡Querrás decir por qué me arrepiento! Podías haber sido, todavía puedes ser, la criatura más poderosa de todos los tiempos: ¡el Vampiro Maestro! ¡El Gran Portador de la Plaga! ¡Eres wamphyri porque yo, Faethor Ferenczy, así lo quise! Tú mismo lo has reconocido. Y ahora estás dispuesto a lanzarlo todo por la borda. ¿Es que para ti no significa nada ser wamphyri? ¿Qué me dices de la pastó del poder, de la gloria?
¿Qué me dices de mí?, contestó Harry. ¿Del que yo era antes de mi contaminación?
¡Tu nuevo yo es mucho más grande!
No me disgusta la grandeza. Lo que ocurre es que no entraba en mis planes. Pero ahora te hago una oferta y no tengo más tiempo que perder, ¿puedes ayudarme o no?
Pongamos las cartas sobre la mesa, entonces, dijo Faethor. Me llevarás en tu mente, me transferirás o transportarás a la Tierra de las Estrellas, que después de todo es o debería haber sido mi lugar natural, y de allí me pasarás a otro para que lo guíe del mismo modo que te habría guiado a ti. A cambio de eso, deseas saber si hay un modo en que puedas deshacerte de la cosa que crece en tu interior. ¿Lo he entendido bien?
Si hay una forma de lograrlo, añadió Harry, para que el trato terminara de quedar claro, me la describirás con todo detalle, me darás una guía a prueba de tontos, para que pueda volver a ser yo mismo.
¿Y después de eso volverás a tu propio mundo y me dejarás a mí con una personalidad corpórea en la Tierra de las Estrellas?
Ése es el plan.
¿Y si no hubiera forma de liberarte?
Un trato es un trato, respondió Harry, y se encogió de hombros. De todos modos, en la Tierra de las Estrellas serás una potencia, como te he dicho.
¿Y convertirme a la larga en tu rival? ¿Y en rival de tu hijo?
El necroscopio volvió a encogerse de hombros y respondió:
Tal como te he dicho, ahora que los antiguos wamphyri han muerto o han huido, la Tierra de las Estrellas es un lugar grande.
Faethor se mostró cauto.
Tengo la impresión de que sea como sea, con este trato yo salgo ganando. ¿Por qué ibas a ser tan bueno conmigo?
Tal vez porque esto es, como tú has dicho, una reunión de dos viejos amigos.
O demonios, aclaró Faethor.
Como quieras, pero en mi caso soy un demonio muy a pesar mío. Y aunque has sido el ingeniero que ideó mi estado actual, no puedo olvidar que en el pasado te arriesgaste para hacerme unos cuantos favores, aunque después he comprendido que todos esos favores redundaron en definitiva en beneficio tuyo. Sin embargo, parece ser que me he acostumbrado a ti; ahora te entiendo; has jugado según tus propias reglas, es todo. Las reglas de los wamphyri. Además, estoy lleno de compasión humana, algo que no puedo evitar, y he de reconocer que mi conciencia me ha estado importunando. Porque estás aquí, anclado en el tiempo de Möbius. Porque te he dejado aquí. Y por último…, bueno, tú mismo lo has dicho: si existe una cura para mi mal, ¿quién iba a conocerla mejor que tú? Es la razón principal por la que estoy aquí; además, no tengo muchas alternativas. Fue muy convincente.
Muy bien, dijo Faethor (tal como Harry había supuesto), trato hecho. Ahora déjame entrar en tu mente.
Antes debes decirme lo que quiero saber.
¿Si puedes deshacerte de tu vampiro?
Algo más que eso.
¿Ah, sí?
De dónde vino. Cómo entró en mí.
¿No lo has adivinado por tu cuenta?
Fueron las setas venenosas, ¿verdad?
Sí, respondió Faethor en necrolenguaje.
¿Y tú eras esas setas?
Sí. Se engendraron a partir de mis grasas impregnadas en la tierra donde me quemé y me derretí. Un licor, una esencia que bullía allí a la espera de algo. Cuando el caldo maduró, ordené a las setas que salieran a la luz cuando tú estuvieras allí para recibirlas.
¿Y estabas en ellas?
Tú lo sabes bien, porque a través de ellas entré en ti. Pero me echaste.
Y esas setas, ¿son una parte natural de la cadena wamphyri? ¿Parte de todo el ciclo vital?
No lo sé. Faethor parecía realmente perplejo. No había nadie que me instruyera acerca de esos misterios. Puede que el viejo Belos Pheropzis lo supiera, es posible incluso que le haya transmitido ese conocimiento a mi padre, pero si fue así, Waldemar Ferrenzig jamás me lo dijo. Yo sólo sabía que las esporas estaban en mí, en las grasas de mi cuerpo, y que podía ordenarles que crecieran; pero no me preguntes cómo lo sabía. ¿Cómo hace un perro para saber ladrar?
¿Y esas esporas eran tus últimos vestigios?
Sí.
¿Es posible que esas mismas setas venenosas crezcan en las ciénagas de la Tierra de las Estrellas? Me parece lógico, porque esas ciénagas son la fuente de la infestación wamphyri.
Faethor suspiró de impaciencia y adujo:
Nunca he visto las ciénagas de vampiros de la Tierra de las Estrellas, aunque espero conocerlas pronto. Y ahora, déjame entrar en tu mente.
¿Podré deshacerme de mi vampiro?
¿El trato seguirá en pie a pesar de lo que te conteste?
Siempre y cuando me digas la verdad.
¡No, estarás eternamente ligado a tu vampiro!
Para Harry no fue un duro golpe, en el fondo lo había sospechado siempre. E incluso en relación a la cuestión, la idea o el pensamiento de «curarse», su voluntad comenzaba a flaquear, probablemente llevaba ya tiempo perdiendo fuerza. Porque aprendía qué era ser wamphyri. Y si a su mano derecha no le gustaba, a su mano izquierda, sí. El lado oscuro de los hombres ha sido siempre el más fuerte. ¿Y en las mujeres? La cura de lady Karen había significado su destrucción. Como un eco en su mente, el necroscopio oyó una vez más la respuesta de Faethor:
¡Estarás eternamente ligado a tu vampiro!
Y Harry pensó: «Que sea así, pues». Dirigiéndose a Faethor, le dijo: Entonces, adiós.
Comenzó a desacelerar, dejando al asombrado vampiro que continuara su veloz y eterno avance hacia el futuro. La distancia se fue haciendo cada vez más grande. Faethor gritó desesperado:
¿Cómo? Pero dijiste que…
Te mentí, lo interrumpió Harry.
¿Tú, un mentiroso? Faethor no podía aceptarlo. Pero… ¡no es en absoluto propio de ti!
No, respondió Harry sombríamente, pero es propio de la cosa que llevo dentro. Es propio de mi vampiro. Porque es parte de ti, Faethor, es parte de ti.
¡Espera!, gritó Faethor desesperado. Puedes deshacerte de él…, te lo juro…, ¡puedes deshacerte de él!
¡A esa parte me refería!, exclamó Harry; salió del tiempo y regresó al continuo de Möbius. A la mentira.
Faethor se quedó en el tiempo de Möbius, gritando y protestando, pero cada vez más débilmente, como los leves susurros de las hojas invernales que se deshacen, arrasados por siempre jamás por los vientos de la eternidad…
Harry fue a ver a Jazz y a Zek Simmons a la isla de Zakynthos, en el mar Jónico. Su casa, situada en Porto Zoro, en la costa noreste, estaba rodeada de árboles y daba al mar, aunque se encontraba alejada del trajín de los veraneantes.
Eran las ocho de la noche cuando se materializó cerca de la casa; lanzó una sonda y comprobó que Zek estaba sola; supuso que a Jazz no le molestaría que su esposa hablara por los dos. Primero se puso en contacto telepáticamente; por la forma en que le contestó, sin miedos, le dio la impresión de que lo estaba esperando.
—¿Por un par de días? —repitió después de invitarlo a pasar y tras explicarle lo que ocurría—. ¡Pues claro que sí, aquí estará bien, pobre chiquilla!
—No tan pobre —se apresuró a aclarar, casi a la defensiva—. Como no entiende bien qué le está pasando, no luchará como lo hice yo. Antes de que se entere, se habrá convertido en wamphyri.
—¿Pero cómo vivirás en la Tierra de las Estrellas? ¿Tienes intenciones de…, de…? —Zek se dio por vencida. Al fin y al cabo estaba hablando con un vampiro. Sabía que tras aquellas gafas oscuras, tenía los ojos de fuego; sabía también con qué facilidad podían quemarla. Pero si le tenía miedo, no lo notó, y a Harry le gustaba por eso. Siempre le había gustado.
—Haremos lo que tenemos que hacer —le contestó—. Mi hijo encontró un modo de sobrevivir.
—Tal como yo lo veo —dijo con un estremecimiento apenas perceptible—, la sangre es una poderosa adicción.
—¡La más poderosa! —aclaró él—. Por eso tenemos que irnos.
Zek no quería ser indiscreta, pero no pudo resistirse a su curiosidad femenina.
—¿Porque amas a tus semejantes y no te fías de ti mismo?
Se encogió de hombros y sonrió burlonamente.
—¡Porque la Sección PES no se fía de mí! —Pero su sonrisa desapareció rápidamente—. ¿Quién sabe? Tal vez hacen bien en no fiarse. —Al cabo de una larga pausa, le preguntó—: ¿Qué me dices de Jazz?
Ella lo miró, enarcó una ceja como dando a entender: ¿de verdad necesitas preguntármelo?
—Jazz no se olvida de sus amigos, Harry. De no ser por ti, habríamos muerto hace mucho tiempo en la Tierra de las Estrellas. ¿Y en este mundo? De no ser por ti, Janos, el hijo de Ferenczy, seguiría vivo y emponzoñándolo todo. En estos momentos, Jazz está en Atenas, tratando de obtener la doble nacionalidad.
—¿Cuándo puedo traer a Penny?
—Depende de ti. Si quieres, ahora mismo.
Harry recogió a Penny de la cama del hotel de Nicosia sin siquiera despertarla y, momentos después, Zek veía cómo la depositaba amorosamente sobre las sábanas limpias en el cuarto de huéspedes del que sería su nuevo refugio temporal. Y asintió calladamente para sí, segura de que si existía alguien capaz de cuidar de aquella muchacha, ya fuera en la Tierra de las Estrellas ya en cualquier otra parte, ese alguien era el necroscopio.
—¿Y ahora qué, Harry? —le preguntó, mientras servía café endulzado con brandy Metaxa en el balcón que se proyectaba sobre los acantilados y el mar iluminado por la luna.
—Ahora Perchorsk —contestó con sencillez.
No había terminado de tomarse el café cuando se quedó dormido en la silla…
El hecho de que se durmiera en aquella casa daba idea de la magnitud de su confianza. También daba idea de la magnitud de la confianza de Zek Föener el hecho de que no fuera a buscar el lanzaarpones y un arpón de plata e intentara matarlo allí mismo, primero a él y después a Penny. No lo hizo; pero ni siquiera Zek podía estar tan segura.
Antes de retirarse, llamó a Lobo (un lobo de verdad, nacido en la Tierra de las Estrellas), y cuando salió de la oscuridad, oliendo a pinos del Mediterráneo, lo colocó ante su puerta y le ordenó: Si se mueven, me despiertas.
Harry se despertó a medianoche y se marchó a Perchorsk en Ural'skiy Khrebet, Unión Soviética. Zek lo vio marchar y le deseó suerte.
En los Urales eran las tres y media de la madrugada, y en las profundidades del Perchorsk Projekt, Viktor Luchov dormía y tenía pesadillas. No pararía de tenerlas mientras siguiera destinado a aquel lugar. Pero desde la advertencia de la Sección PES británica, las pesadillas habían empeorado.
—¿En qué consistía exactamente la advertencia? —le preguntaba en sus sueños un Harry Keogh envuelto en las sombras—. No, no me lo digas…, déjame que lo adivine. Tenía algo que ver conmigo, ¿no es así?
Luchov, el director del Projekt, no sabía de dónde había salido Harry, pero de pronto lo vio allí, caminaba junto a él por las placas metálicas del disco bajo la luz de la Puerta esférica, lo cogía del brazo como si fueran viejos amigos en el inquietante núcleo de Perchorsk, en los cimientos mismos de las montañas.
—¿Qué has preguntado? —dijo por fin—. ¿Si tenía algo que ver contigo? Te valoras en bien poco, Harry. ¡Tenía todo que ver contigo!
—¿Te han hablado de mí?
—Sí, tu Sección PES. Bueno, en realidad conmigo no han hablado. A mí no me lo dijeron. Pero pusieron sobre aviso al nuevo responsable, al que está al frente de nuestro Grupo de Espionaje, que por supuesto me transmitió la advertencia. Pero no sé si debería decírtelo.
—¿Ni siquiera en un sueño?
—¿Un sueño? —Luchov se estremeció, su subconsciente repasó brevemente y de mala gana el horror de lo que había ocurrido. Reflexionó un momento y… después retrocedió como si hubiera tocado agua hirviente—. ¡Dios mío…, toda esta monstruosidad era una pesadilla! Además, a pesar de que me diste un susto de muerte, eras una de las pocas cosas humanas que había en ella.
—Humana, sí —dijo Harry—. Pero eso fue entonces y esto es ahora.
Luchov se soltó de su brazo, se separó un poco, se volvió y miró al necroscopio, lo observó fijamente, con curiosidad, con aire temerario incluso, como si intentara definir su imagen. Pero el perfil de Harry aparecía borroso; no había manera de enfocarlo; contra el resplandor de la Puerta donde se alzaba el domo, a través del disco, era una silueta cuyo borde aparecía marcado y perforado de brillantes haces de luz blanca.
—Dicen que eres…, que eres un…
—¿Un vampiro?
—¿Es cierto? —Luchov permaneció inmóvil en la cama y dejó de respirar, a la espera de que Harry contestara.
—¿Quieres saber si mato hombres para chuparles la sangre? ¿Si mi mordedura los convierte en monstruos? ¿Si yo mismo me he convertido en monstruo por la mordedura de un vampiro? Porque si es eso…, he de decirte que no. —Su respuesta no era del todo mentira. Por el momento.
Luchov volvió a respirar y a moverse en la cama como antes; él y Harry continuaron el viaje de inspección por el borde de la brillante esfera de la Puerta. A medida que procedían, el necroscopio utilizaba una forma básica de espionaje PES, la telepatía, para estudiar el centro secreto del Projekt, su pavoroso núcleo reflejado en el subconsciente del científico ruso. Vio la inmensa cavidad esférica en la roca maciza de la montaña por unas fuerzas inimaginables; y en la mente de Luchov la Puerta enigmática era el gusano que desafiaba la gravedad y que se encontraba en su centro mismo, enroscado en una bola perfecta de blanca luz carente de materia, inmóvil mientras continuaba alimentándose de la energía absorbida en los primeros momentos de su creación. La Puerta flotaba allí como una crisálida alienígena, mientras cuanto contenía esperaba el momento oportuno para liberarse y expandirse.
Pero Harry notó que ciertas cosas habían cambiado. La última vez que había estado allí (mejor dicho, físicamente allí, en el centro) había sido así:
Una telaraña de andamios cubría hasta la mitad la pared curvada y sostenía una plataforma de madera que bordeaba la Puerta o portal resplandeciente que flotaba en el aire, en el centro de la caverna. El efecto hacía que la esfera se pareciese al planeta Saturno, con un sistema de anillos compuesto por el suelo de madera que lo bordeaba. La caverna tenía poco más de cuarenta metros de diámetro y la esfera central mediría poco menos que la cuarta parte. Entre las maderas de la parte más interna y el horizonte uniforme que constituía la «piel» de la esfera calculó una separación de unos cuantos centímetros.
Contra la pared negra, plagada de agujeros que parecían cavados por gusanos, y que formaba el perímetro de la caverna, donde los andamios de sujeción se encontraban firmemente asentados, aparecían tres cañones Katushev, separados a distancias iguales, apuntando sus feas bocas casi a quemarropa hacia el centro enceguecedor, dispuestos a descargar, sin aviso previo, sus balas de acero hacia cualquier cosa que pudiera surgir de aquel resplandor. Más cerca del centro, a manera de precaución adicional, se levantaba una valla electrificada con una puerta.
¿Pero precaución contra qué?
La respuesta era simple: contra lo que al parecer eran los habitantes del infierno.
Eso había sido el Perchorsk Projekt en sus orígenes, pero había evolucionado para convertirse en lo siguiente:
Cuando los Estados Unidos comenzaron a trabajar en el programa de Iniciativa de Defensa Estratégica, la Unión Soviética decidió responder con el Perchorsk Projekt. Si el objetivo de los Estados Unidos era neutralizar el noventa por ciento de los misiles lanzados por los rusos, los rojos debían encontrar la forma de poner fin —o bien de neutralizar— el ciento por ciento de los misiles lanzados desde los Estados Unidos. Para ello, había que construir un escudo de energía (varios, en realidad) que colocaran el corazón soviético o bien sus principales partes vitales bajo la protección de un paraguas impenetrable.
Se formó rápidamente un equipo de científicos de primera fila y en las profundidades del barranco de Perchorsk se construyó un asombroso complejo subterráneo cavado en la montaña misma. En el barranco se levantó una presa; sus turbinas suministrarían suficiente energía hidroeléctrica para alimentar el complejo y proporcionar la electricidad suplementaria para su reactor nuclear. Trabajando febrilmente, el equipo soviético completó el Perchorsk Projekt en poco tiempo y sin dejar cabos sueltos, a pesar de que los programas habían sido un poco apretados. Tal vez demasiado.
Después habían probado el dispositivo.
Sólo una vez, y el resultado había sido desastroso…, se había producido un fallo mecánico…, la energía que debía haberse dispersado en abanico por el arco del cielo retrocedió por donde había venido, desviándose hacia el centro del Projekt para ir a parar al reactor nuclear. Y el Perchorsk Projekt se comió su propio corazón.
Se tragó la carne, la sangre, los huesos, el plástico, la roca, el acero, el combustible nuclear y el reactor mismo. Durante un segundo —quizá dos o tres— actuó con feroz voracidad, tanta que se devoró a sí mismo. Cuando todo concluyó, la esfera brillante de la Puerta colgaba en el aire donde había estado el reactor, y los laboratorios y los niveles que lo rodeaban quedaron convertidos en puro magma.
Así había denominado el director Luchov las monstruosas regiones que se hallaban en las cercanías de la cavidad central y la Puerta, «los niveles de magma», convertidos en algo monstruoso por lo que en ellos había ocurrido en el momento del retorno de la energía, cuando la materia y la roca y todo lo demás se había unido y fundido hasta dar origen a aquella forma increíble e impensable, como si se tratara de una inmensa masa de plastilina. Los hombres, vueltos del revés de manera tal que sus entrañas quedaron a la vista, se habían fundido con la roca para formar con ella una sola pieza. Y habían dejado sus huellas retorcidas y extrañas cerca del centro, donde el calor del retorno de la energía los había incinerado, en la roca ennegrecida y chamuscada. En cierto modo, Pompeya es un espectáculo similar, pero allí, en medio de las cenizas y la lava, las figuras conservan un aspecto humano.
Después de aquel incidente, quedó claro lo que era la esfera: el experimento fallido había abierto un agujero en la pared de este universo para comunicarlo con otro paralelo. Y la esfera era el portal, la entrada…, la Puerta. Pero era una puerta extraña; todo aquello que la cruzara no podría regresar; del mismo modo que cuanto saliera del otro lado, del mundo paralelo de la Tierra de las Estrellas o de la Tierra del Sol, no podría volver. El problema que presentaba la Tierra de las Estrellas radicaba en que era la fuente del vampirismo, el «hogar» de los wamphyri.
Del otro lado habían salido cosas que, por la gracia de Dios —o por puro azar o pura suerte—, habían podido destruir antes de que transmitieran al mundo exterior su estigma letal, la plaga del vampirismo. Pero eran tan horrendas que los hombres no se atrevían a enfrentarse a ellas. De ahí la existencia de los Katushevs, de los lanzallamas esparcidos por todas partes, cuando en otros establecimientos secretos lo lógico era encontrarse con extintores de incendios. De ahí que el MIEDO hubiera vivido y respirado y, ocasionalmente, contenido el aliento en Perchorsk. El MIEDO cuya presencia viva se percibía incluso en ese instante.
Sí, incluso en ese instante…
Harry notó que era diferente, aunque no tanto. Por una parte, las tablas de madera del suelo que constituían los anillos/plataformas al estilo de Saturno habían sido sustituidas por unas placas de acero que salían hacia afuera a partir de la esfera, como escamas de un pez gigantesco. Los Katushevs desaparecieron, dejando la Puerta rodeada de toda su altura por un ominoso sistema de rociadores. Más arriba, en la pared curvada de la caverna, sobre plataformas independientes, se veían las voluminosas bombonas de vidrio con el líquido que alimentaba el sistema de rociadores: litros y litros de un ácido altamente corrosivo. Las placas de acero de los anillos se inclinaban ligeramente hacia abajo, en dirección al centro, de manera tal que el ácido derramado se vertiera hacia allí; debajo de la Puerta esférica, en el centro del suelo de magma, un inmenso depósito de cristal servía de zona de recogida del ácido cuando hubiera cumplido con su función.
Su «función», por supuesto, era enceguecer, incapacitar y reducir velozmente a humo a todo aquello que proviniera del otro lado; porque después de la última aparición grotesca —una criatura guerrera wamphyri—, Viktor Luchov había llegado a la conclusión de que las balas de acero o un equipo de hombres armados con lanzallamas convencionales no bastarían. No para ese tipo de cosa.
Lo que sí había bastado era el sistema autoprotector en uso en ese momento, que rociaba miles de litros de combustible explosivo hacia el centro y luego lo encendía. La cuestión era que había reducido el complejo a un amasijo. Desde entonces…
—¿Por qué no os marchasteis? —le preguntó Harry cuando hubo visto cuanto necesitaba—. ¿Por qué no salisteis de aquí y lo cerrasteis todo?
—Lo hicimos…, pero duró poco —respondió Luchov, parpadeando por efecto del resplandor de la Puerta, mientras miraba al visitante de sus sueños—. Salimos, sellamos los túneles, llenamos de cemento los tubos horizontales de ventilación y los túneles de inspección que se internaban en el barranco, construimos una gigantesca puerta de acero sobre la vieja entrada, como las de las bóvedas de los bancos. ¡Vaya, si el trabajo que hicimos en el Perchorsk Projekt fue tan bueno como el que hicieron posteriormente en el reactor de Chernobyl! Después apostamos a algunas personas delante del barranco, con sensores, para que estuvieran alertas…, hasta que descubrimos que no podíamos soportar el silencio.
Harry comprendió a qué se refería. El horror de Chernobyl no podía reactivarse, era poco probable que se convirtiera en un ser sensitivo. Pero si unas mentes sensitivas eran capaces de cegar los agujeros de Perchorsk, otras —por extrañas que fueran— podían muy bien abrirlos de nuevo.
—Teníamos que saber, teníamos que comprobar con nuestros propios ojos que todo se había hecho bien —prosiguió Luchov—. Al menos hasta que pudiéramos enfrentarnos a ello de un modo más definitivo.
—¿Ah, sí? —preguntó Harry en verdad interesado—. ¿Enfrentaros a ello de un modo definitivo? ¿Quieres explicarte?
Luchov lo habría hecho, pero Harry se había dejado llevar y se había mostrado demasiado entusiasmado, demasiado real. El director del Projekt se había percatado de que aquello era algo más que un sueño corriente.
El ruso se despertó sobresaltado en su austera celda, se incorporó de golpe en la cama y vio a Harry allí, sentado, mirándolo fijamente con unos ojos que parecían coágulos de sangre fosforescente en la oscuridad de la habitación. Al recordar el sueño, Luchov se apretó contra la desnuda pared de acero y, jadeando, sorprendido, gritó:
—¡Harry Keogh! ¡Eres tú…, grandísimo mentiroso!
Harry supo qué quería decir. Pero sacudió la cabeza y repuso.
—No te he mentido, Viktor. No he matado a ningún hombre para chuparle la sangre. No he creado ningún vampiro y tampoco fui infestado de ese modo.
—¡Tú di lo que quieras, pero eres un vampiro!
Harry esbozó una horrible sonrisa y, con voz suave, cálida y razonable respondió:
—Mírame. Difícilmente podría negarlo, ¿verdad? —Se inclinó un poco más hacia Luchov.
El ruso era tal como Harry lo recordaba: su piel aparecía quizás un poco más cetrina, los ojos más afiebrados, pero básicamente era el mismo hombre. Pequeño y delgado, estaba cubierto de cicatrices y en la mitad izquierda de la cara y de la cabeza, surcada de venas amarillentas, carecía de pelo. Por más vulnerable que pudiera parecer Luchov, Harry sabía que en realidad era un superviviente. Había sobrevivido al terrible accidente que dio lugar a la Puerta, a todas las Cosas que después habían pasado por ella, había sobrevivido incluso al holocausto final. Sí, había sobrevivido a todo. De momento.
Luchov palideció bajo el escrutinio del necroscopio y jadeó más deprisa. Rogaba para que la pared de acero lo absorbiera, lo pusiera a salvo y lo expulsara a la celda contigua, alejándolo de aquel… ¿hombre? Porque Luchov ya se había enfrentado a un vampiro y de sólo pensarlo se sentía aterrado. Con esfuerzo, logró articular:
—¿Por qué estás aquí?
Harry no pestañeó siquiera. Observó el cráneo chamuscado de Luchov, vio cómo palpitaban las venas amarillas debajo de la piel cubierta de cicatrices y contestó:
—Ya lo sabes, Viktor. Estoy aquí por lo que la Sección PES te ha dicho o ha hecho que te dijeran, es decir, que estoy obligado a abandonar este mundo y que para hacerlo he de utilizar la Puerta de Perchorsk. Nada extraordinario, como ves. ¡Vaya, creía que os alegraríais de verme por última vez!
—¡Y tanto que nos alegraríamos! —exclamó Luchov, ansioso, al tiempo que asentía con tanta convicción que las gotitas de sudor le cayeron de la frente—. Es que…, es que…
Harry volvió a esbozar su horrible sonrisa y le pidió:
—Sigue.
Pero Luchov ya había dicho demasiado.
—Si lo que dices es cierto —balbuceó, tratando de cambiar de tema—, que todavía…, todavía no has lastimado a nadie…, quiero decir…
—¿Me estás pidiendo que no te haga daño? —preguntó Harry, y bostezó deliberadamente al tiempo que trataba de taparse la boca con la mano, pero no antes de que el ruso alcanzara a atisbar la longitud y los bordes serrados de sus dientes, y no sin exhibir las garras de su mano—. ¿Por el bien de mi reputación? Tengo a todos los PES de Europa y tal vez de otras partes del mundo siguiéndome de cerca para acabar conmigo, ¿y he de ser un buen chico? Lo que es justo es justo, Viktor. ¿Por qué no me dices qué le ha dicho la Sección PES a tu gente y qué te han pedido que hicieras? Ah, ¿y qué solución permanente puede haber para este Frankenstein que habéis creado aquí en Perchorsk?
—Pero no puedo…, no me atrevería a decirte nada de eso —gimió Luchov, encogiéndose contra la pared de acero.
—A pesar de todo lo que has pasado, sigues siendo un genuino hijo de la madre Rusia con un buen lavado de cerebro, ¿eh? —Harry hizo una mueca y lanzó un bufido burlón.
—No —respondió Luchov, e hizo un gesto con la cabeza—. Sólo soy un hombre, un miembro de la raza humana.
—Pero te crees cuanto la gente te dice, ¿verdad?
—Lo que me dicen mis ojos, sin duda.
Al necroscopio se le acababa la paciencia. Se inclinó más hacia Luchov, aferró su muñeca con garra de acero y siseó:
—Se te da bien la discusión, Viktor. ¡Tal vez deberías haber sido uno de los wamphyri!
Finalmente, el director del Projekt vio que la peor de sus pesadillas se hacía realidad ante sus ojos, la metamorfosis de un hombre en una plaga potencial, y supo que tenía todos los números a su favor para convertirse en el próximo portador. Pero todavía le quedaba una carta por jugar.
—Desafías…, desafías todo principio científico —balbuceó—. Vas y vienes de esa forma tan extraña que te es propia. ¿Crees que lo había olvidado? ¿Crees que no me acordaría y que no tomaría precauciones? ¡Será mejor que te vayas ahora, Harry, antes de que entren por esa puerta y te reduzcan a cenizas!
—¿Cómo? —Harry lo soltó y se separó de él precipitadamente.
Luchov apartó las mantas de la cama y mostró al necroscopio el botón fijado al bastidor de acero. El botón que había pulsado quién sabe cuánto tiempo antes y cuya lucecita roja continuaba centelleando incluso en ese momento. Harry supo entonces que, de un modo inconsciente, había sido traicionado por su propio vampiro.
Porque ése era un fallo de su lado oscuro. La Cosa que llevaba dentro deseaba ser vista, llevar la voz cantante, manejar aquella situación a su manera, asustar a Luchov para arrancarle las respuestas. ¡Y después, quizás, acabar con él! Si Harry se hubiera impuesto, posiblemente habría podido encontrar las respuestas que buscaba en la mente del científico. Pero ya era demasiado tarde.
Sin embargo, no era demasiado tarde para luchar y acorralar a la Cosa, reducirla y someterla a su voluntad. Lo hizo y Luchov comprobó que volvía a ser un hombre.
—Yo creí —dijo el ruso, sollozando—, yo creí que…, que querías matarme.
—Yo no —respondió Harry, mientras afuera se oía el ruido de pasos que llegaban a la carrera—. ¡Yo no…, él! Sí, pudo haberte matado. Pero, maldita sea, Viktor, te has fiado de mí antes. ¿Y acaso te he defraudado? Mi yo de carne y hueso ha cambiado, pero mi verdadero yo sigue siendo el de siempre.
—Pero ahora es distinto, Harry —contestó Luchov, consciente de que acababa de hacer alusión a… lo que fuera—. Y seguramente te das cuenta de eso, ¿no? Ya no hago nada por mí. Ni siquiera por la madre Rusia. Sino por la raza humana…, por todos nosotros.
Golpeaban la puerta y daban grandes voces.
—Escucha —dijo Harry, y el ruso vio en su rostro tanta sinceridad y humanidad como la que había visto en otras ocasiones, a no ser por aquellos ojos infernales—. A estas alturas, la Sección PES y tu organización rusa, si es que hacen honor a su fama, deben de saber que lo quiero es marcharme. ¿Por qué entonces no me dejan ir?
Del pasillo les llegó el ruido de diez o más disparos en una rápida sucesión, y las balas se incrustaron en la cerradura de la puerta de acero blindado, destrozándola en mil pedazos.
—¿Quieres decirme que…, que no lo sabes? —Luchov vio entonces sólo a Harry, al hombre—. ¿Quieres decirme que no lo entiendes?
—Tal vez sí —respondió Harry—. No estoy seguro. Pero en estos momentos eres el único que me lo puede confirmar.
Y Luchov se lo confirmó:
—No les preocupa que te vayas, Harry —dijo, y en ese instante la puerta era arrancada de sus goznes y la luz inundó la habitación—. ¡Lo único que les preocupa es que un día puedas volver y que traigas contigo quién sabe qué cosas!
Un grupo de hombres asustados se apiñó en el umbral; uno de ellos portaba un lanzallamas que apuntaba directamente a Luchov.
—¡No! —gritó el director; se acurrucó en un rincón y se tapó la cara con manos temblorosas y débiles—. ¡Por el amor del cielo, no! ¡Se ha ido, se ha ido!
Permanecieron en el umbral, sus siluetas envueltas en un humo que olía a cordita, escudriñando el austero cubículo. Finalmente, uno de ellos preguntó:
—¿Quién se ha ido, director?
—¿Es que el señor director ha estado… soñando? —preguntó otro.
Luchov se desplomó en la cama, presa de convulsivos sollozos. Cómo deseaba que todo hubiera sido un sueño. Pero no lo era. No todo él, al menos. Notaba aún la presión en la muñeca que el necroscopio le había aferrado con fuerza y todavía sentía el fuego de aquellos terribles ojos sobre su cara y su mente.
Harry Keogh había estado allí, no cabía duda. Y no tardaría en regresar. Pero el director sabía también que a menos que se equivocara mucho, Harry sólo se había enterado de una parte de lo que había ido a averiguar. La próxima vez que fuera, dispondría del resto de la información.
La próxima vez podía producirse en cualquier momento a partir de entonces.
—¡Conectadlo! —ordenó con un hilo de voz.
—¿Eh? —Un científico apartó a los demás sin demasiados miramientos y se abrió paso hasta quedar junto a la cama de Luchov—. ¿El disco? ¿Ha dicho que conectemos el disco?
—Sí —respondió Luchov, y lo agarró del brazo—. Hazlo ahora mismo, Dmitri. ¡Ahora mismo! —Luchov se tendió en la cama, jadeando, y se llevó las manos a la garganta—. No puedo respirar. No puedo… respirar.
—¡Fuera! —ordenó de inmediato Dmitri Kolchov con un amplio ademán del brazo—. Salid todos. Le falta el aire.
Cuando los hombres comenzaron a salir uno por uno, Luchov tendió hacia ellos una mano agarrotada y les ordenó:
—¡Esperad! Tú, el del lanzallamas. Espera ahí fuera. Y tú, el del fusil. ¿Lo llevas cargado? ¿Con balas de plata?
—Sí, señor director. —El hombre se mostró perplejo. ¿Qué sentido tenía que llevara el arma si no estaba cargada?
—¿Tenéis un lanzagranadas con granadas y todo? —preguntó Luchov ya más calmado.
—Sí, señor director —le respondieron desde fuera.
Luchov asintió y al tragar aire la nuez de Adán le bailó en la garganta.
—Entonces, vosotros tres, esperadme ahí fuera. De ahora en adelante, no me perdáis de vista. —Con aire cansado, sacó los pies de la cama y los apoyó en el suelo; se dio cuenta entonces de que Dmitri Kolchov estaba ahí, de pie, y lo miraba fijamente.
—Señor director, yo… —comenzó a decir Kolchov.
—¡Ahora mismo! —gritó Luchov—. ¿Es que está usted sordo? ¿No me ha oído? Le he dicho que conecte el disco ahora mismo. Preséntese luego en la sala de guardia y póngame con Moscú por la línea de emergencia.
—¿Con Moscú? —Kolchov palideció, se encogió un poco y salió de la pequeña celda.
—Quiero hablar con Gorbachov —exigió Luchov con voz ronca—, con Gorbachov y con nadie más. ¡Porque es el único que puede ordenar lo que viene ahora!