Los matavampiros
Aunque la Gran Mayoría ya no se fiaba de él, Harry siempre los había respetado. Le dio las gracias a Pamela y a los amigos de la chica que habían contribuido a ajusticiar a Johnny Found y, mientras ellos iniciaban el arduo regreso a las que serían sus últimas moradas, el necroscopio utilizó las fantásticas ecuaciones de su mente metafísica para materializar una puerta de Möbius. Cuando se disponía a cruzarla…
… Percibió una voz doliente, pero no en necrolenguaje, sino en forma telepática, que en el instante mismo de recibirla se transformó en necrolenguaje, y que provenía de un corral vacío no lejos de la estación principal de Darlington. Era Trevor Jordan; primero vivo y luego muerto al convertirse su cuerpo en una masa de carne quemada y huesos ennegrecidos, cuando un equipo de sus ex colegas de la Sección PES lo redujo a un montón de cenizas ardientes.
¡Trevor!, gritó Harry, presa de un dolor casi tan grande como el del telépata al recibir el impacto devastador de sus últimos segundos. Trevor, voy ahora mismo, sigue hablando así podré encontrarte…
¡No!, le advirtió Jordan en el instante mismo en que desaparecía el dolor de la vida, al tocar ésta a su fin, para dar paso a la fresca oscuridad de la muerte que lo cubría como una ola del mar. No, Harry, no vengas. Te están esperando y te puedo asegurar que van bien equipados. Además, no te queda tiempo. ¡La chica, Harry, la chica!
El necroscopio entendió. Era Penny.
La Sección había estrechado el círculo a su alrededor; ya lo había cerrado alrededor de Jordan y después le tocaría el turno a Penny…, ¡tal vez ya estuvieran sobre ella!
¡Trevor! Harry se sentía dividido entre el dolor y la indecisión. Pero Jordan tenía razón. Nadie debía ser sometido a una muerte tan agónica y mucho menos un inocente. Tanto Jordan como Penny eran inocentes. Poco importaba el nombre que pudieran dar a la chica en ese momento, ni lo que sería el día de mañana, porque esa noche era inocente.
No puedes ayudarme, Harry, dijo Jordan, tratando de facilitarle las cosas. Esta vez no. No harías más que arriesgar tu propia seguridad… y la de Penny. Pero no me quejo. He vivido dos veces, que ya son suficientes. Y morir dos veces ha sido…, ha sido demasiado. Ya no quiero más.
En el continuo de Möbius, Harry se sentía aún dividido, atraído en dos direcciones opuestas. Lanzó un gemido de horror y rabia y deliberadamente interrumpió la comunicación en necrolenguaje con Jordan. Tal vez más tarde tendría tiempo de darle las gracias por el aviso. Pero en ese momento…
… Bonnyrig.
Reapareció junto a la ribera del río, a una distancia prudente de la casa; surgió en medio de la oscuridad iluminada por el fulgor carmesí de su ira. ¡Ira wamphyri! La cosa que llevaba dentro lo dominaba; sus sentidos salieron del necroscopio como un radar humano, mejor dicho, inhumano, que exploró la casa desde la oscuridad. Pero cuando Harry se fue de allí las luces estaban encendidas.
En la sonda vampírica de Harry iba también su telepatía. En la casa había cinco personas —cinco seres con sangre caliente—, cinco criaturas inteligentes, pensantes, y cuatro de ellas dotadas de poderes extrañísimos. Pero ninguno de esos poderes era tan extraño como los de Harry. Su mente metafísica se puso en contacto con las de ellos, pero de forma solapada, para que no sospechasen nada.
Primero le tocó el turno a Penny, aterrorizada por su vida, pero todavía ilesa. Después siguió Guy Teale, un vidente que todavía no había alcanzado su máximo potencial en la lectura del futuro, pero con un talento indómito e implacable. Y Frank Robinson, localizador con la capacidad de reconocer a otro PES a simple vista o incluso por su proximidad (su mente dio un leve respingo cuando le fue revelada la presencia del necroscopio; el don de Robinson también se encontraba en estado embrionario). Y después siguió…, ah, después siguió Ben Trask. Una lástima; Harry había abrigado la esperanza de que no hubiera allí viejos amigos, pero estaba Ben. Y, finalmente…
¡… Paxton!
Paxton, la pulga mental, el que le había provocado aquel escozor en una zona inalcanzable, no menos vampiro que él, Harry, un vampiro que despreciaba la sangre de los demás y prefería los jugos secretos de sus mentes, sus pensamientos. Pero Paxton era diferente de todos los demás; puntilloso hasta lo indecible, con un celo profesional impecable, letal como la ballesta con la que apuntaba a Penny Sanderson en el dormitorio del necroscopio. A pesar de que Harry retiró velozmente la sonda, no logró impedir que Paxton se percatara de su presencia.
El telépata entrecerró los ojos y con voz temblorosa dijo a los que estaban abajo:
—¡Está cerca! ¡Viene hacia aquí!
En la amplia sala que había en la parte delantera de la casa, que servía de estudio a Harry y cuyas puertas ventana daban al jardín, que bajaba en leves escalones hasta un muro alto detrás del cual se encontraba el río, Ben Trask y Guy Teale recibieron el aviso de Paxton con los labios apretados y el cuerpo tenso. La luna y la luz de las estrellas eran sus únicas fuentes de iluminación, lo cual constituía un error. Sus ojos tenían que acostumbrarse a la oscuridad y les era difícil moverse incluso por la habitación. Pero todos los sentidos del necroscopio ya se habían adaptado: la noche era su elemento.
Los que estaban en el piso de arriba tenían las mismas dificultades que Trask y Teale: la única iluminación era la que proporcionaba la luz de la luna, que entraba sigilosa por una ventana con las cortinas descorridas. Pero abajo, Teale notó la presencia de Harry, le dio un toque a Ben Trask en el codo y susurró:
—Paxton tiene razón. Está cerca. Dios mío, acabo de darme cuenta de lo que hacemos aquí. Ben, ¿qué pasa si entra aquí, en esta habitación?
—Tú no haces nada —contestó Trask bruscamente—. Lo apuntas con la ballesta y no haces nada. Me das un momento para que le hable, es todo. Pero si no consigo ese momento, o si te amenaza, disparas…, ¡y en eso sí que no quiero vacilaciones! Directo al corazón. ¿Lo has entendido?
Lo había entendido.
—Y ahora calla y manténte alerta.
Fuera, en el jardín, la bruma atravesaba la cancela de la pared y se detenía en los goznes herrumbrados. Unos zarcillos lechosos cubrían los escalones más alejados y se enroscaban por los senderos. Trask sabía muy bien lo que significaba.
Harry efectuó un salto de Möbius desde la orilla del río que estaba al otro lado de la cancela y reapareció con la espalda apoyada en la pared de la casa, al lado de las puertas ventana abiertas. Prestó atención y le llegó el rumor de la respiración de los dos hombres que había en la sala, oyó incluso el latido de sus corazones. Uno de ellos era Ben Trask, pero Penny no estaba con él. Estaba arriba…, con Paxton.
—¡Santo Dios! —exclamó Teale, jadeante, y se le erizó el vello de la nuca—. ¡Está aquí! ¡Sé que está aquí! Y acabo de ver que uno de nosotros tendrá muchos problemas y padecerá un gran dolor.
Trask amartilló su SMG. Avanzó dos pasos, cruzó las puertas ventana y la niebla le cubrió hasta los tobillos; miró en todas direcciones, pero se olvidó de mirar hacia arriba. Volvió a entrar en la sala y preguntó:
—¿Problemas, dolor? ¿Para mí? ¿Para ti? ¿Para quién carajo?
—¡Para Paxton! —siseó Teale—. ¡Para Paxton!
Trask miró horrorizado hacia el techo. Paxton, Robinson y la chica estaban arriba; Harry tenía una deuda con Paxton, quizá varias, el muy cabrón tenía a la mujer de Harry. Con una lógica absolutamente humana, Trask suponía que, al igual que cualquier adversario corriente, el necroscopio habría entrado antes en la sala de abajo, razón por la que había enviado a Paxton al piso de arriba: para mantener a Harry a salvo, aunque fuera unos momentos. Lo suficiente como para que Trask pudiera hablarle y darle las oportunidades que se le debían. Pero Harry no era un adversario corriente y Trask debió de haber adivinado que no actuaría de ese modo. Sino que reaccionaría a su manera, que era única. ¡Allá arriba, Paxton dirigía la operación y Robinson tenía un condenado lanzallamas!
—¡Arriba! —gritó Trask—. ¡Subamos ahora mismo!
Harry también había decidido que había llegado la hora. Colgado cabeza abajo por encima de la ventana de su dormitorio, utilizó las enormes ventosas de sus manos para adherirse a la pared llena de hoyos; en esa posición, bajó la cabeza para ver qué ocurría en el interior. Una nube delante de la luna oscureció la sombra que proyectaba su cabeza. Atisbó un momento en el dormitorio y se retiró. Pero al sumar lo que vio y los pensamientos de quienes estaban en el cuarto, consiguió un panorama completo. Antes de que nada o nadie pudiera moverse o hacer nada para cambiar ese panorama, entró en acción.
Se soltó de la pared, invocó una puerta y se dejó caer en el vano…
… Y entró en el dormitorio.
Robinson lo notó de inmediato.
—¡Está aquí! —gimió el localizador y, girando sobre los talones, saltó e intentó dirigir la boca del lanzallamas en todas direcciones a la vez, pero sin ver ni apuntar a nada en concreto.
Paxton supo que era así; notaba que la mente del necroscopio tocaba la suya como una babosa inmunda, así de cerca lo percibía, pero en el interior de la habitación nada había cambiado. Desde abajo, les llegaron las voces roncas de Trask y Teale que acudían a la carrera, avanzaban estruendosamente por la casa, subían las escaleras gritando sus advertencias.
—¿Dónde? —chilló Paxton presa del terror—. ¿Dónde está ese cabrón?
Él y Robinson se miraron. Paxton recorrió con la vista el cañón del lanzallamas que empuñaba Robinson y vio titilar la luz del piloto; Robinson contempló ensimismado la punta de la ballesta de Paxton. Los dos tendieron la mano para buscar el interruptor de la luz.
Penny estaba en la cama, desnuda, tapada hasta la barbilla con la sábana…, Harry estaba bajo la sábana; se había materializado allí. Como la chica ignoraba qué ocurría, al sentir que unos brazos la rodeaban, al notar cómo las ventosas se transformaban para recuperar su antigua forma de manos, gritó.
Paxton le leyó el pensamiento; Robinson logró por fin situar el potente talento de PES de Harry; en el instante en que la habitación se iluminó, los dos hombres se dirigieron hacia la cama y dispararon sus armas. Pero Harry ya había conjurado una puerta directamente debajo de él y de la chica, de modo que desaparecieron, dando la impresión de que habían atravesado la cama. Al marcharse se llevó la sábana. En el continuo de Möbius Penny abrió los ojos, lanzó un grito y volvió a cerrarlos con fuerza. Supo entonces quién se la había llevado y se sintió más tranquila.
Harry la condujo a un lugar seguro, la envolvió con la sábana y le dijo con voz ronca:
—¡Quédate aquí, no hagas ruido y espera!
Cuando la muchacha se dejó caer a la sombra de un árbol torneado por el viento, en una playa desierta de Australia, bajo el sol del mediodía, Harry ya había vuelto a la casa.
Tenía que volver porque lo habían desafiado.
Paxton lo había desafiado, había hecho caso omiso de sus advertencias y lo había desafiado…, ¡y el vampiro de Harry estaba furioso!
En el dormitorio de la casa de las afueras de Bonnyrig, la cama del necroscopio ardía envuelta en llamas y humo, mientras Paxton y Robinson bailaban a su alrededor como posesos, tratando de apagar el fuego. Sabían ya que Harry y la chica habían escapado. Trask y Teale entraron como trombas y éste último echó una mirada, palideció y volvió a salir de la habitación. Trask fue tras él, lo agarró del brazo y le preguntó:
—¿Qué has visto?
Teale abrió la boca y volvió a cerrarla como un pez al que acaban de sacar del agua.
—¡Va a…, va a volver! —pudo contestar al fin—. ¡Y está enfurecido!
Trask se asomó al dormitorio lleno de humo y gritó:
—¡Paxton, Robinson…, salid de ahí ahora mismo!
—¡La casa se incendia! —aulló Robinson.
—¡Se quemará hasta los cimientos! —gritó Trask—. Le prenderemos fuego por todas partes, a cada habitación, arrasaremos con todo. Es un refugio que no podrá volver a utilizar. —Y para sí dijo: Lo siento Harry, pero no me queda más remedio.
Aquel pensamiento no quedó sepultado en la intimidad de su mente, porque el necroscopio lo escuchaba, observaba a Trask con sus ojos escarlata desde el otro lado del río, donde un minuto después oyó el rugido del lanzallamas y vio cómo se propagaba el fuego por las habitaciones de la planta baja.
Mi casa, pensó Harry, mi casa se quema. Aquí se acaba todo. Ya nada me retiene.
En el estudio de Harry, Paxton se volvió hacia Trask y al ver su rostro lívido le preguntó:
—¿Qué estás haciendo? Sabes que no entrará en una casa en llamas. Teale dice que Keogh me busca a mí y Robinson calcula que está cerca y tú intentas ahuyentarlo. ¡Tiene que acercarse a nosotros para que podamos matar a ese cabrón! Aunque tal vez no quieras que muera, ¿verdad?
Trask lo agarró por las solapas y casi lo levantó en el aire.
—¡Eres un mierda! —gritó, y lo sacó a rastras hasta el jardín—. ¡Eres una basura! No, no quiero que Harry muera, porque era mi amigo. Pero lo mataría si fuera necesario. Aunque dudo mucho que podamos. Ni tú, ni yo ni un ejército como nosotros. ¿Preguntas por qué impido que se acerque? ¡Por ti, Paxton, por ti!
—¿Por mí? —preguntó; forcejeó para soltarse y luego cargó la ballesta.
—Sí, por ti —le espetó Trask—. ¡Porque mientras tú no puedes matar a Harry Keogh, puedes tener la certeza de que él sí puede matarte a ti!
Las habitaciones de la planta baja eran un infierno de llamas rojas y amarillas; el humo comenzó a salir por las ventanas y los antiguos gabletes de la planta superior. En el jardín, cuando los cristales de las puertas ventana se rindieron al calor y comenzaron a hacerse añicos, los cuatro agentes de la Sección PES retrocedieron. Presa de la ansiedad, Paxton miraba hacia todos lados bajo el fulgor del fuego y mantenía la ballesta apretada contra el pecho. Era como si los altos muros del jardín lo miraran ceñudos, no apoyó bien los pies en un escalón, se tambaleó y salió rodando por un sendero que descendía hasta donde la niebla llegaba a la altura de la rodilla…
Una niebla espectral y sensitiva de la que Harry Keogh se levantó, como un fantasma de su tumba, para mostrar sus órbitas infernales que reflejaban algo más que la destrucción de su casa.
—¡No…, aagh! Los ojos de Paxton destacaron en la máscara lívida de su rostro cuando el necroscopio se alzó sobre él; su grito ahogado e inarticulado hizo que los otros agentes se volvieran y dejaran de observar la casa en llamas para comprobar qué provocaba su horror.
Y vieron lo siguiente: Paxton estaba en manos de algo que conservaba poco de humano. Vieron a Paxton, pero sólo como un detalle de la escena principal, cuyo horror absoluto parecía fijarse a sus retinas como grabado a fuego. Un pensamiento surgió veloz en la mente de los tres, un pensamiento universal que predominó sobre todos los demás, eran voluntarios, estaban allí para matar a aquella cosa, un acto que, sin duda, los convertía en los héroes más valientes y lunáticos de todos los tiempos.
La mitad inferior de Harry estaba envuelta por la bruma, sólo se veía una vaga silueta en el remolino opaco, de color lechoso…, pero el resto de su cuerpo era perfectamente visible. Vestía un traje oscuro de lo más corriente, probablemente dos tallas menos de la que necesitaba, de manera que el torso salía de los pantalones para formar una especie de cuña truncada. Enfundada en la chaqueta que un botón mantenía cerrada a duras penas, la caja torácica en forma de cuña aparecía abultada y musculosa.
La camisa blanca se le había desabrochado por completo, dejando al descubierto las marcas de las costillas cubiertas de fuertes músculos y las potentes palpitaciones del pecho; el cuello de la camisa sobresalía de la chaqueta de Harry en forma de puntilla arrugada, empequeñecido por la fortaleza de su nuca. Su piel era de un tono gris oscuro, que las llamas y el fulgor de la luz de la luna cubrían de manchas anaranjadas y amarillas. Pero se percibían también tonalidades escarlata que se colaban por el agujero de la chaqueta e iluminaban en diagonal la tirantez de la camisa. Mediría unos cuarenta centímetros más que Paxton, que, encorvado a su lado, parecía un enano. Y su cara…
Era la perfecta imagen de una pesadilla viviente.
Ben Trask lo miró absolutamente anonadado sin poder creer lo que veía, y pensó:
¡Dios mío! ¡Y yo que creía que tal vez podría hablar con eso!
Todavía puedes hablar conmigo, Ben, le dijo el necroscopio, haciendo posible que Trask tuviera su primera experiencia telepática gracias al asombroso poder de su sonda mental. Lo que ocurre es que si quieres hablarme de Paxton es muy posible que no quiera escucharte, es todo.
Teale balbuceaba cosas ininteligibles mientras trataba con toda el alma de encontrar fuerzas suficientes para apuntar con la ballesta. Su poder, un don poco fiable que le permitía leer partes del futuro, invocaba en ese momento todo tipo de imágenes y acontecimientos monstruosos que pasaban raudos por su mente, acumulándose en tales proporciones que el pobre hombre estaba absolutamente fuera de sí. Todo se debía a la proximidad de Harry. Robinson estaba más o menos en las mismas condiciones. Al encontrarse tan cerca de una verdadera FUERZA metafísica, su pequeño poder reaccionaba como una limadura de hierro agitada por un fortísimo campo magnético.
En cualquier caso, no podía utilizar la terrible arma que empuñaba sin quemar también a Paxton.
Trask estaba solo, era el único capacitado de los allí presentes; levantó la SMG y apuntó a Harry, que en ese momento sujetaba a Paxton delante de sí como si fuera un muñeco de trapo. Paxton colgaba en el aire y miraba boquiabierto y con los ojos desorbitados el rostro increíble del necroscopio, sabedor de que se encontraba a un palmo de las puertas del infierno. Porque él era la pulga mental, era la comezón insoportable, imposible de rascar…, o al menos eso había sido hasta ese instante.
Harry lo contemplaba con ojos fantasmagóricos, de los que parecía gotear azufre; lo miró y… ¿sonrió? Una sonrisa, ¿era eso lo que parecía? En un mundo extraño de vampiros, llamado la Tierra de las Estrellas, al otro lado del continuo de Möbius, allí podía llamarse sonrisa. Pero en la Tierra era la mueca rabiosa y cargada de baba de un lobo inmenso; en la Tierra eran unos dientes que crecían a ojos vista, se curvaban y salían de las fauces cubiertas de pelos reventando las encías y lanzando chorros de sangre caliente color del rubí; allí era la inclinación gradual de una cabeza monstruosa hasta adoptar un ángulo curioso e inquisitivo, el gesto con el que uno podría mirar a una mascota traviesa. No era una sonrisa, sino una crispación de los labios escarlata, un aplastamiento del hocico retorcido, el inicio del lento bostezo de unas fauces como trampas que se disponían a enmendarle la plana a ese desobediente perrito faldero.
¿Y a castigarlo, quizá?
Esa cara…, esa boca…, esa caverna carmesí bordeada de las estalactitas y estalagmitas de los dientes, afilados como trozos de blanco cristal. ¿Las puertas del infierno? Eran eso y mucho más.
Cuando Harry cogió a Paxton para levantarlo en el aire le había arrancado la ballesta de las manos y la había tirado al suelo. Así, desarmado, Paxton se había convertido en un caramelo, en un bocado apetecible, en un copo de cereal. Un tentempié. ¡Vaya, si Harry quería podía arrancarle la cara de un solo bocado!
De repente, Trask pensó: ¡Tal vez lo haga, tal vez lo haga!
Y entonces gritó:
—¡No, Harry, no lo hagas!
El necroscopio cerró despacio las fauces y levantó la cabeza. Miró colérico a Trask a través de la bruma que cubría el jardín iluminado por el rojo fulgor de las llamas que consumían la casa. Miró a Ben Trask, el que fuera su amigo, con el que había luchado codo con codo contra…, contra criaturas como la que él era en ese momento.
Pálido como un papel, Trask se lo quedó mirando y pensó:
¡Joder, Harry, no lo hagas!
¿Me dispararías, Ben?
Sabes que sí. No quiero hacerlo, pero me vería obligado. ¿Es que no lo entiendes? Tú o el mundo. No quiero ver cómo mi mundo se muere gritando… para después echarse a reír a carcajadas y volver a salir de su tumba. Si sueltas a Paxton, si dejas que viva, entonces creeré que nos dejarás vivir a todos.
El mundo no corre peligro, Ben. No me quedaré aquí.
¿Te irás a la Tierra de las Estrellas?
Es el único lugar al que puedo marcharme.
Trask apuntó con la mirilla de su SMG. Podía disparar a las piernas envueltas en niebla y, quizá derribarlo, o podía apuntarle a la cabeza y al torso, con la esperanza de no darle a Paxton. Tenía buena puntería y no fallaría. Pero también podía aceptar la palabra de Harry, creer que se marcharía de allí y que el mundo nada tenía que temer de él. Pero viendo su aspecto, ¿quién podía creerle?
Harry leyó estos pensamientos en la mente de Trask y se apresuró a facilitarle las cosas: soltó a Paxton. Le costó mucho trabajo, porque el necroscopio tuvo que luchar con todas sus fuerzas contra la cosa que llevaba dentro. Y venció. Hablando en voz alta, con la profunda voz de bajo de los wamphyri, preguntó:
—¿Qué te parece así, Ben?
Trask suspiró, aliviado, y contestó.
—Bien, Harry. Me parece bien. —Mientras esto decía, por el rabillo del ojo vio que Teale y Robinson salían de la catatonia y se disponían a preparar las armas—. ¡Vosotros, quietos! —gritó.
Harry lanzó una mirada inyectada en sangre a Teale, que bastó para hacerlo retroceder, al tiempo que sintonizaba con la mente de Robinson para aconsejarle: Será mejor que obedezcas a Trask, hijo. ¡Intenta freírme en la Tierra y yo te freiré en el infierno!
Trask puso el seguro a su SMG y la guardó.
—La guerra ha terminado, Harry —le dijo.
Pero Paxton, que estaba tendido en el suelo, había recuperado la ballesta y apretó el gatillo al tiempo que gritaba:
—¡Ni hablar, esto no acaba así!
Momentos antes, el necroscopio había percibido el mensaje de la mente de Paxton: que una flecha de madera dura iba a salir disparada en su dirección. Instintivamente conjuró una puerta de Möbius y, en ese instante, con la elegancia engañosamente sinuosa de los wamphyri, la cruzó dando un paso atrás. Para los cuatro PES fue como si hubiera dejado de existir. La flecha disparada por Paxton se hundió en el torbellino neblinoso provocado por el vacío de Harry y ese mismo vacío se la tragó.
—¡Le he dado! —gritó el telépata entre jadeo y jadeo—. Estoy…, estoy seguro de que… le he dado a ese cabrón. ¡No pude haber fallado! —Reía entrecortadamente, y se puso en pie…
… La niebla, que se había cerrado alrededor del necroscopio, volvió a abrirse y de ella surgió su voz cavernosa e incorpórea:
—Cuánto lamento decepcionarte.
¡Mierda!, pensó Trask; inspiró una bocanada de aire caliente, humeante, al ver aparecer en el aire una enorme mano gris con uñas como anzuelos herrumbrados que se cerraba sobre la cabeza de Paxton y lo arrancaba del jardín, sacándolo de este universo. En el aire quedó flotando la monstruosa voz de Harry Keogh:
—Ben, me temo que tengo que hacerlo…
En el continuo de Möbius, Harry apartó de sí a Paxton de un empellón y oyó cómo su grito reverberaba en las distancias conjeturales. Debía dejarlo allí, dando vueltas sobre su propio eje, agitando los brazos eternamente a través de infinitos paralelos, gritando y sollozando, y cuando le fallara el corazón, moriría como un demente. Pero con eso habría contaminado aquel lugar místico. Tenía que haber una forma mejor, un castigo más razonable que ése.
Corrió tras él, lo aferró, lo enderezó y lo atrajo hacia sí. Y allí, en el continuo de Möbius, cuya naturaleza Harry apenas comenzaba a sospechar o a comprender, donde hasta el más leve pensamiento tenía peso, le dijo:
Paxton, eres una criatura miserable.
—¡Apártate de mí! ¡No te acerques, maldita bestia!
¡Vaya, vaya!, exclamó Harry, con un crujir de dientes, que a medida que se calmaba comenzaban a recuperar su aspecto normal. ¡Mirad al telépata! En el continuo de Möbius no hace falta que grites, pulga mental. Con pensar es suficiente. En ese instante, Harry supo lo que debía hacer.
Por supuesto. Paxton, la pulga mental, el vampiro mental que se alimentaba de los pensamientos ajenos en lugar de su sangre; el ladrón de pensamientos, la comezón imposible de rascar. ¿Cuántas víctimas habían sentido su mordisco? La Sección PES estaba llena de ellas. ¿Y cuántas más ni siquiera se enteraban, no estaban preparadas para enterarse de que había hurgado en sus pensamientos?
Tal vez no llegara a la categoría de pulga. ¿A la de mosquito, quizás? En cualquier caso era un parásito dañino, con un aguijón doloroso y molesto. Era hora de que alguien le quitara ese aguijón. Y el necroscopio sabía exactamente cómo hacerlo.
Se metió en la mente aterrorizada de Paxton, buscó y encontró el mecanismo telepático que constituía la fuente de su poder. Se trataba de algo con lo que Paxton había nacido, por lo que no sería posible desconectarlo; pero podía cubrirlo, sepultarlo bajo una capa de «plomo» psíquico, como se hace con un reactor descontrolado, hasta que se fundiera o se quemara al tratar de liberarse. Y eso fue lo que el necroscopio hizo. Envolvió el don de Paxton con una esencia de niebla mental wamphyri, lo arropó con una manta de opacidad PES, tejió a su alrededor una especie de bola de naftalina con unos hilos efímeros pero irrompibles que la gente corriente suele denominar «la intimidad de sus propios pensamientos». Pero en el caso de Paxton, esa intimidad sería su propia cárcel.
Cuando Harry terminó con Paxton, le devolvió al jardín; la casa seguía quemándose y los hombres de la Sección PES se habían desplazado hasta el muro del río, para resguardarse del calor del incendio. Contra un fondo de llamas doradas y rugientes, Harry emergió del continuo de Möbius y lanzó al lloroso Paxton en brazos de Ben Trask.
El telépata se deshizo en sollozos, se hincó de rodillas y se abrazó a las piernas de Trask. Mirándolo horrorizado, Trask le preguntó a Harry:
—¿Qué le has hecho?
—Lo he esterilizado —respondió Harry.
—¿Cómo?
—No me refiero a sus testículos, sino a su don telepático. Emasculación mental. No volverá a violar ninguna mente más. En lo que respecta a la Sección, os he hecho el último favor.
—¿Harry?
—Cuídate, Ben.
—¡Harry, espera!
Pero el necroscopio ya había desaparecido.
Permaneció largo rato junto al río contemplando cómo se quemaba la vieja casa. ¿Cómo había definido Faethor Ferenczy su castillo de Khorvaty cuando por fin quedó reducido a escombros? ¿Su último vestigio en la Tierra? Pues bien, también aquella casa vieja había sido el último vestigio de Harry.
Al menos en este mundo…
En una playa de arenas brillantes, al otro lado del globo, Penny se había hecho un bikini con trozos de la sábana de Harry. Caminaba al borde del agua y recogía las conchas exóticas dejadas por la marea. Por raro que pareciera (porque normalmente se bronceaba sin dificultad y también porque su mente aún inocente no había alcanzado a comprender el significado de todo aquello) el sol la molestaba profundamente; la piel se le llenaba de manchas y enrojecía. Para refrescarse, se arrodilló en un charco formado por la marea y se dejó empapar por el agua del mar. Fue entonces cuando Harry regresó y la llamó desde la sombra del árbol torneado por el viento.
La chica levantó la mirada y al verlo notó que la fuerza de su magnetismo era mayor que nunca. Era amor y mucho más que amor: no tenía más que darle una orden y ella haría lo que fuera por él. Estaba completamente esclavizada. Recogió una hermosísima caracola, corrió hacia él y vio cuánto había cambiado. Era diferente, y a la vez el mismo de siempre. Antes de volver junto a ella, el necroscopio se había detenido en alguna parte a recoger un sombrero negro de ala ancha y un abrigo largo, también negro; extraña vestimenta, pensó Penny, para ir a la playa bajo el sol del mediodía. Así vestido le recordaba al cazarrecompensas de cara seria o al empleado de pompas fúnebres de muchos de esos spaghetti westerns. Con la diferencia de que en las películas no llevaban gafas negras.
Allí donde el árbol daba la máxima sombra, Harry se quitó el abrigo y descubrió sus heridas: grandes manchas de sangre coagulada recubrían los restos de tela, formando unas costras que se le adherían a los cortes. Al sentir su dolor, en realidad más dolor del que él sentía, Penny se quitó la tira de sábana mojada que le cubría los pechos y empapó con agua salada las partes que el necroscopio tenía ensangrentadas. Logró entonces quitar los trozos de tela sucios del cuerpo, que ya había recuperado su aspecto humano.
Visto de frente, el agujero de bala que Harry llevaba en el hombro derecho no tenía tan mal aspecto, pero visto por detrás era horrible. Le había arrancado un trozo de carne del tamaño del puño de un niño, y tenía el borde superior destrozado allí donde Johnny Found le había clavado el gancho. Pero lo sorprendente (al menos para Penny, aunque no para el necroscopio) era que la herida comenzaba a cicatrizar. Alrededor del cráter por donde habían salido la carne y el hueso comenzaba a formarse la piel nueva, mientras en la parte interior del agujero la pulpa brilló como un trozo de carne sobre el tajo de un carnicero, hasta que dejó de sangrar por completo.
—Ya se está cerrando —gruñó Harry—. Si te sientas ahí y observas, verás cómo cicatriza. Un día más, como mucho dos, y sólo quedará la cicatriz. Y dentro de una semana, el hueso se habrá reestructurado y ya no me dolerá.
Fascinada, atraída irresistiblemente hacia él, agarró los hombros de Harry y restregó su cuerpo hermoso y ágil contra el agujero que tenía en la espalda. Efusiva, su demostración erótica provocó un poco de dolor y un gran placer al necroscopio. Miró por encima del hombro y vio que la aréola de sus pechos estaba manchada de sangre. Acto seguido, asombrada por la fuerza de su propia sensualidad, Penny dijo:
—No…, no sé por qué lo he hecho.
—Yo sí —gruñó él, y la hizo suya allí mismo, en la arena, una y otra vez, en la larga tarde calurosa.
Fue amor y lujuria, aquello que los amantes han hecho desde tiempos inmemoriales; pero era algo más que eso. Era una especie de iniciación tanto para Harry como para Penny. Y probó sin lugar a dudas que tanto los wamphyri como sus esclavos son inagotables.
Más tarde, la chica despertó estremecida de frío y vio a Harry sentado allí, con la caracola en el regazo. Tenía el rostro tenso, casi crispado de dolor. El sol, que se ponía sobre el océano ondulante, le iluminaba los bordes de los huecos que tenía en la cara y que parecían los cráteres poco profundos de un paisaje lunar. Penny entrecerró los ojos hasta que Harry no fue más que una negra silueta e intentó que aquel Harry que percibía de una forma nueva fuera menos desolado. Aquellas líneas tan definidas de su rostro se desdibujaron un poco y suavizaron sus perfiles, pero el dolor continuaba allí. Cuando se percató de que lo miraba se desvaneció su estado de ánimo melancólico. La muchacha se incorporó, temblorosa, y él la tapó con su abrigo.
Penny levantó la caracola y le preguntó:
—Es preciosa, ¿no?
Él le lanzó una extraña mirada y contestó:
—Es una cosa muerta, Penny.
—¿No ves nada más que muerte?
—No. Y, además, la siento. Soy el necroscopio.
—¿Sientes que la caracola está muerta?
Asintió, y luego dijo:
—Y cómo murió la criatura que vivía en su interior. En realidad, no es que pueda sentirlo exactamente. Lo…, lo experimento. No, tampoco es eso. —Se encogió de hombros y suspiró—. Simplemente lo sé.
La chica volvió a mirar la caracola y el sol se reflejó en la madreperla de su borde.
—¿No es preciosa?
Harry sacudió la cabeza y respondió:
—Es fea. ¿Ves ese agujerito que está cerca del final curvado?
La chica asintió con la cabeza.
—Eso es lo que la mató. Otro caracol más pequeño, pero letal, letal para ella, perforó ese agujero y le succionó la vida. Sí, un vampiro. Somos millones.
Penny notó cómo se estremecía, dejó la caracola y exclamó:
—¡Qué historia más horrenda, Harry!
—Horrenda pero cierta.
—¿Cómo lo sabes?
Con voz más ronca todavía respondió:
—¡Porque soy el necroscopio! Porque las cosas muertas me hablan. Todas las cosas muertas. Y si carecen de mente para hacerlo…, me lo transmiten. ¿Cómo lo hace tu preciosa caracola? Me transmite el lento taladrar de su asesino cuando perforó la concha, cómo la penetró con su sonda y succionó los fluidos provocándole una terrible quemazón. ¿Bonita? Es un cadáver, Penny.
Se puso en pie y anduvo por la arena, arrastrando los pies.
—¿Siempre ha sido así? Me refiero a ti.
—No —respondió—. Pero ahora sí. Mi vampiro está creciendo. Y se hace más agudo, afina mis talentos. Hubo una época en la que sólo podía hablar con los muertos o, mejor dicho, con criaturas que podía entender. ¿Sabías que los perros, después de muertos, permanecen igual que nosotros? Pero ahora… —Volvió a encogerse de hombros y luego prosiguió—: Y si estuvieron vivos y ahora están muertos, los siento. Cada vez los siento más y más. —Volvió a patear la arena—. ¿Ves esta playa? Hasta la arena suspira, susurra y se queja. Está formada por millones de cadáveres desintegrados por el tiempo y las mareas. Tanta vida desperdiciada, y no preparada ni dispuesta a tenderse y estarse quieta. Y cada una de las cosas que han muerto me pregunta: «¿Por qué he muerto? ¿Por qué he muerto?».
—Pero tiene que ser así —dijo Penny con un hilo de voz, asustada por su tono—. Siempre ha sido así. Sin la muerte, ¿qué sentido tendría la vida? Si viviéramos eternamente, no nos esforzaríamos por nada, porque todo sería posible.
—En este mundo —dijo, aferrándola por los hombros— hay vida y hay muerte. Pero conozco otro mundo donde existe un estado intermedio… —Y mientras oscurecía le contó cuanto sabía sobre la Tierra de las Estrellas.
Cuando hubo terminado, Penny tembló al pensar en lo inevitable de todo aquello, y le preguntó:
—¿Cuándo nos iremos?
—Pronto.
—¿No podemos quedarnos aquí? Sé que ese lugar me dará mucho miedo.
—¿Te dan miedo mis ojos? —Eran como dos pequeñas lámparas en su rostro.
—No —respondió la chica, con una sonrisa—, porque sé que son tuyos.
—Pero a otras personas les dan miedo.
—Porque no te conocen.
—En la Tierra de las Estrellas construiré un nido de águilas —dijo Harry— donde tus ojos serán tan rojos como los míos.
—¿De verdad? —Parecía entusiasmada.
—¡Claro! —Y para sí pensó: Puedes estar segura de ello, pobrecita mía. Porque en ese momento, aunque era pronto aún, comenzaba a detectar un leve tono escarlata en sus pupilas…
Mientras ella dormía entre sus brazos, Harry hacía planes. No eran gran cosa, simplemente le servían de distracción. Impedían que pensara con demasiada profundidad en la inminente partida y sus posibles peligros. En su inevitabilidad.
Porque era inevitable…, igual que el ronroneo del helicóptero cuyos reflectores barrían la playa desde el este. Harry había creído que allí estarían a salvo durante mucho tiempo. Pero al lanzar su sonda y tocar las mentes de las personas que iban a bordo de la libélula de metal comprendió que se había equivocado. Eran PES.
—La Sección —dijo, quizá con amargura, y despertó a Penny, al tiempo que formaba mentalmente las ecuaciones de Möbius.
—¿Qué…, hasta aquí llegan? —masculló la chica. Mientras, Harry cruzaba con ella el continente hasta llegar a una tienda de ropa en Sydney.
—Sí…, hasta aquí…, hasta allí llegan —dijo él—. En realidad, están en todas partes. Sus localizadores me encontrarán dondequiera que vaya y pondrán sobre aviso a los contactos que tienen en todo el mundo; los PES y los cazarrecompensas nos perseguirán, y a la larga nos quemarán. No podemos luchar contra el mundo entero. Y aunque pudiéramos, no quiero hacerlo. Porque luchar sería sucumbir a la cosa que llevo dentro. Y preferiría ser yo mismo. Al menos mientras me sea posible. Pero esta noche los haremos bailar un poco, ¿de acuerdo? Porque mañana estaremos muertos.
—¿Muertos?
—Estaremos muertos para este mundo.
De buen o de mal grado eligieron ropas caras y una maleta de cuero de primera calidad donde llevarla. Cuando empezaron a sonar las alarmas de la tienda, siguieron viaje.
Habían abandonado la playa a las nueve de la noche, hora local; en la tienda que atracaron eran las once y media; viajaron hacia el este y se vistieron en otra playa (Long Beach) a las cinco de la mañana, bajo las primeras luces del amanecer, y desayunaron con champán en Nueva York, poco después de las ocho…, todo ello en el lapso de treinta minutos.
Penny tomó la chuleta a la brasa medio hecha; la de Harry estaba tan cruda que chorreaba sangre, tal como la había pedido. Se bebieron tres botellas de champán. Cuando les llevaron la cuenta, el necroscopio lanzó una carcajada, sentó a Penny en su regazo, inclinó la silla hacia atrás… y los dos salieron del mundo y entraron en el continuo de Möbius.
Minutos después (a las diez y media de la noche, hora local), a cinco mil kilómetros de donde había iniciado el viaje, desvalijaron las cajas de seguridad más protegidas del Banco de Hong Kong; a medianoche habían perdido un millón de dólares de Hong Kong en las mesas de juego de Macao. Minutos más tarde (a las seis y media de la tarde, hora local), volvieron a pedir y a beber champán; después, Harry depositó a Penny, borracha perdida, en la cama de un hotel de Nicosia y la dejó allí para que durmiera la borrachera. Su piel se cubrió de gotitas perladas de sudor y olía levemente a alcohol. Muchas mujeres (de ser sinceras) habrían dado el mundo entero por las cosas que ella había visto, hecho y experimentado en las últimas horas de su vida en la Tierra. Y Penny había dado el mundo entero. Por eso Harry lo había dispuesto así.
La parranda había durado poco más de tres horas: los localizadores de la Sección PES de la Central de Londres y otros de Moscú estaban medio mareados. Pero el necroscopio sabía que Penny era todavía una fuente demasiado débil para que pudieran rastrearla. Si estaba sola, difícilmente la encontrarían. Y si lo hacían, dudaba mucho que tuvieran una persona en Chipre. Allí estaría a salvo. Al menos durante unas horas.
Había llegado el momento de ir a la Tierra de las Estrellas a hacer las reservas…