Encrucijada de pesadilla
Johnny se había detenido en una estación de servicio de la autopista, al norte de Newark. Había escogido la A1(T) en lugar de la M1, que era más amplia, porque sus estaciones de servicio permitían una mayor selección: sus instalaciones no eran utilizadas tan sólo por los camioneros y conductores, sino también por los lugareños. Johnny sabía por experiencia que cuando alrededor de la medianoche bajaba la actividad en las salas de baile de los pueblos y pequeñas ciudades, los jóvenes se dirigían hacia allí a comer algo por poco dinero después de haberse pasado la velada bebiendo como cosacos, bailando o lo que fuera. No era la primera vez que paraba allí, pero nunca había tenido suerte. Tal vez esa noche sí.
Recorrió, a golpe de embrague y de frenos neumáticos, el asfalto con un inmenso camión con remolque hasta que encontró sitio y aparcó la bestia, en medio de bufidos y humos de escape, dejándola con el morro hacia la salida. Lo mejor era salir de esos lugares sin tener que hacer tanta maniobra. La estación de servicio se encontraba en una importante encrucijada; el aparcamiento de coches estaba bastante lleno y el de camiones medio vacío; la gente entraba y salía del restaurante iluminado en pequeños grupos. Johnny sería una cara más entre las de tantos otros, sentados ante un plato de pollo con patatas fritas y una pinta de cerveza sin alcohol.
En el interior del self-service había una cola larga; al cabo de un rato, Johnny se había sentado a la mesa de un reservado que había en un rincón; una vez allí, jugueteó con la comida y de vez en cuando levantaba la mirada en busca de una posible candidata. Había varias, pero no respondían a su perfil: eran demasiado viejas, demasiado desaliñadas, con caras ajadas, la mirada atenta, e iban o bien acompañadas o estaban sobrias. Había también unas cuantas jovencitas de mirada brillante, pero todas iban del brazo de llamativos novios. No había habido suerte. Pero de ahí a Londres encontraría lugares como aquél a montones. Y nunca se sabe cuándo va a cambiar tu suerte.
Se acordó de una ocasión en la que, en un tramo solitario de ruta, aquella pájara había pasado a toda pastilla con su deportivo rojo. Había salido como una bala tras ella y la había acosado hasta hacerla caer en la cuneta; después bajó del camión, le dijo que lo sentía, que había sido un accidente, pero que la llevaría con mucho gusto hasta el taller más próximo. La había llevado, claro, pero no al taller más próximo. Después, fue ella quien lo llevó a él hasta el séptimo cielo con el colocón que le produjo. Aquella noche Johnny estaba de un humor extraño: después de matarla, le había abierto un canal debajo de la mandíbula y se la había follado por la garganta. ¡La chica lo había sentido, claro, y cómo gemía la muy zorra después de muerta! Ah, antes de matarla ya le había metido la polla en la garganta, aunque no en la misma dirección.
Recordar todo aquello lo había excitado. Tenía que encontrar una candidata esa noche. Pero no en aquel lugar. Quizá debía seguir viaje.
Fue entonces cuando vio…, vio…, ¿qué carajo?
No era posible, pero…, tuvo que esforzarse para que sus ojos no volvieran a mirar hacia donde ella estaba. Ahí la tenía; acababa de deslizar el trasero sobre el asiento de un reservado cercano; iba acompañada de un ciego —al menos era un tío que llevaba gafas oscuras— pero no parecía estar con ella. La chica pidió un café, sólo un café, era la misma de la otra vez. Era exactamente la misma. ¡A Johnny le dio vueltas la cabeza porque habría podido jurar que con ésa ya había estado!
«¿Cómo es posible?», se preguntaba. «¿Cómo es posible?» La respuesta era sencilla: no podía ser posible. A menos que la muchacha fuera hermana gemela de la otra… ¡o su doble!
Recordó entonces haber leído algo en los periódicos: la policía creía que la que se había cepillado en Edimburgo —Penny, así se llamaba— era otra. Pero después había aparecido con vida: la imagen viviente de la que él se había trincado, asesinado y vuelto a trincar. Lo más extraño de todo era que la que había aparecido también se llamaba Penny. ¿Una coincidencia? ¡Joder, vaya coincidencia! Pero la mayor coincidencia de todas era que se encontraba ahí, en ese mismo momento. A menos que estuviera viendo visiones.
Johnny levantó la mirada del plato, miró a través de las mamparas de vidrio con estampados de helechos que separaban los reservados y proporcionaban un mínimo de intimidad, hasta que vio la cara de la muchacha. Por un instante, sólo por un instante, sus miradas se encontraron, pero la chica miró hacia otro lado. El tipo medio ciego —bueno, el tipo con problemas en la vista que compartía con ella el reservado— le daba la espalda a Johnny; no parecía gran cosa, encorvado como estaba sobre el tazón de café. ¿Sería el padre?
No, soy su amante, contestó Harry Keogh para sí. Su amante vampiro, pedazo de basura.
Se había metido en la mente de Found desde el momento en que entró en el bar acompañado de Penny, y la letrina mental que encontró allí era la más hedionda de todas las que se había encontrado. Ese aspecto, sumado al hecho de que el nigromante hubiera reconocido a Penny como una anterior víctima, o como el doble de esa víctima, reforzó la determinación de Harry y confirmó su compromiso. Pero ese reconocimiento por parte de Found no había producido la reacción que Harry esperaba. Curiosidad, sí, pero no temor. En cierto modo, era comprensible.
Al fin y al cabo, Found sabía que la otra Penny estaba muerta; sabía que aquélla no podía ser la muchacha que él había violado. Pero su sorpresa había sido efímera y Harry se sintió decepcionado. Además, supo entonces que se enfrentaba a un cliente muy frío. Ahora bien, saber si Found iba a ser capaz de mantener la frialdad cuando se enfrentara a lo que el destino le tenía preparado…, eso era algo muy distinto.
El necroscopio salió de la mente de Johnny, se inclinó sobre la mesa hacia Penny y le dijo en voz baja:
—Veo que estás muy nerviosa. Lo veo y lo noto. Lo siento, Penny, pero procura calmarte. Ya no tardaremos mucho; cuando Found se marche, iré tras él y tú me esperarás aquí, ¿de acuerdo?
La muchacha asintió y le dijo:
—Pareces muy…, no sé, muy frío con respecto a todo esto, Harry.
—Frío, no, decidido. Pero has de tener en cuenta que Found es frío y eso le daría ventaja sobre mí si me dejara dominar por la rabia.
Mientras esto decía, Harry vio que dos hombres entraban en el restaurante desde el aparcamiento. Parecían gente corriente, pero tenían un no sé qué. Mientras recorrían la barra del self-service para servirse refrescos, exploraron el local, vieron al necroscopio y a Penny en su reservado y pasaron de largo. Harry se dispuso a sondear sus mentes…, pero su sonda telepática se encontró de inmediato con un muro de estática mental.
Se retiró de inmediato. Al menos uno de los dos era PES, lo cual significaba que la Sección PES estrechaba el círculo… alrededor de Johnny Found y de Harry Keogh. No era probable que intentaran nada allí dentro, quizá ni siquiera en la oscuridad del aparcamiento de coches, pero, fuera como fuese, Harry no quería tenerlos pegados a sus talones. Era evidente que habían llegado a la conclusión de que si seguían a Found encontrarían al necroscopio. En aquel momento no podía permitirse el lujo de topar con semejantes complicaciones.
Recordó en ese momento el coche que había visto tras la pista del camión de Found al salir de Darlington: se trataba de un coche de la policía, sin identificación, en el que iban…, ¿cuántos hombres? ¿Dos o tres? Había creído que eran policías, pero comprendió que no. De pronto, como surgido de la nada, notó que un gruñido le nacía en la garganta. Su personalidad de wamphyri reaccionaba a la amenaza. Consciente de que Penny lo miraba, ahogó el gruñido de inmediato.
—Harry, te has puesto muy pálido —le dijo ella, con tono preocupado.
Es la furia, amor mío. Y en voz alta respondió:
—Tengo algo que hacer. Tú tendrás que quedarte aquí…, pero sólo un minuto. ¿Estarás bien?
—¿Aquí sola con él? —preguntó con los ojos desorbitados.
—Hay como mínimo unas cincuenta personas —contestó. Y dos de ellas por lo menos son unos personajes de lo más peculiar— Te prometo que volveré enseguida.
Le acarició la mano, asintió y respondió:
—Entonces todo irá bien —pero procuró no mirar hacia donde estaba Found.
Harry se puso en pie, sonrió como un autómata y salió a la oscuridad.
Cualquiera que lo observara habría dicho que iba al lavabo de caballeros, pero al pasar cerca de las puertas de batiente de cristal de la salida giró abruptamente y las cruzó…
En cuanto estuvo fuera, se agachó, formó una niebla y, siguiendo un rumbo zigzagueante, se movió entre los coches alineados como soldados en posición de firmes. Guiado por sus sentidos de wamphyri, fue directamente hacia el coche sin identificación y se acercó a él por detrás. Había alguien al volante, un policía de paisano, tenía el brazo apoyado en la ventanilla abierta y un cigarrillo entre los labios; miraba hacia la oscuridad mientras aspiraba el aire cálido de la noche.
Exhalando niebla, el necroscopio se movió como una araña a ras del suelo, ejecutando un extraño movimiento de danza que le permitió acercarse por un lado del coche sin hacer ruido. Después se puso en pie.
El policía se quedó boquiabierto y lanzó un grito de sorpresa cuando una sombra surgida de la nada le tapó las estrellas y se plantó ante él; el cigarrillo salió volando cuando el necroscopio le encajó un puñetazo que lo dejó tendido sobre el asiento del acompañante.
Perdió el conocimiento y fue como una luz que se apaga, o como su cigarrillo, que Harry machacó de un pisotón. Metió el brazo por la ventanilla y partió en dos la llave de contacto sin sacarla. Ya estaba hecho: con ese coche ya no seguirían a Johnny ni a Harry. Para asegurarse aún más, sacó el cuchillo de tubo de acero de Found y lo hundió en un neumático hasta que soltó todo el aire y la llanta tocó el suelo. Cuando empezaba a incorporarse echó un vistazo a la parte trasera del coche y se quedó helado.
Los ojos del necroscopio estaban acostumbrados a la oscuridad, que eran su elemento. Veía el asiento trasero del coche con la misma claridad que si fuera de día. Descubrió allí una silueta voluminosa, fea, de morro oscuro que reconoció de inmediato: un lanzallamas. Y en el suelo del coche vio el brillo azulado del acero de un par de ballestas cargadas. ¡Ballestas cargadas!
Harry siseó y se agachó. Estaban preparados para darle caza, todos ellos estaban dispuestos. No tardarían en actuar. Tal vez antes de lo que él había creído. ¡Cabrones! ¡Y pensar que él mismo les había enseñado cómo hacerlo!
Perforó otro neumático y gruñó satisfecho al ver cómo adelgazaba; después rodeó el coche y perforó el tercero. Hizo entonces una pausa, inspiró profundamente y procuró calmarse…
Se echó a temblar, sólo a temblar. Ya no hubo más siseos ni gruñidos. Unos instantes de violencia habían actuado como válvula de escape, lo cual le permitió disminuir la terrible presión que sentía. Su niebla comenzó a disiparse, suspiró aliviado, se incorporó, adoptando una postura más humana, guardó el cuchillo y volvió al restaurante…
Habían transcurrido apenas dos o tres minutos desde que había salido, pero bastaron para que la amenaza de Johnny Found hubiera podido con Penny, anulando su resolución de que todo fuera bien. En cuanto Harry pasó por las puertas de batiente y desapareció en la oscuridad de la noche, Penny supo que no estaría bien, que nada iría bien encontrándose encerrada en el mismo local con aquel monstruo, por más que estuviera acompañada de cincuenta personas.
Fueron apenas unos instantes, que bastaron para que Johnny decidiera que Penny sería la candidata. Estaba claro que el tipo de las gafas oscuras no iba con la chica y que en ese momento estaba sola. Más aún, se había dado cuenta del interés que ella sentía por Johnny; lo notaba porque la chica apartaba la mirada de él, evitaba sus pensamientos, su existencia incluso. De pronto surgió la pregunta: ¿No será que me conoce? ¿Pero cómo iba a conocerlo? ¿Qué carajo pasaba ahí?
Apartó el plato, colocó las manos sobre la mesa como si fuera a levantarse. Mientras lo hacía, no apartaba la mirada de Penny, retándola a que mirara hacia él. Aunque no lo pareciera, la muchacha miraba hacia él, pero de soslayo, y vio que se levantaba despacio. Se puso blanca como un papel, se levantó, salió de su reservado y al alejarse de él fue a chocar con un hombre gordo que llevaba una bandeja, y la leche, la comida caliente y los panecillos saltaron por los aires.
Johnny se acercó con una sonrisa de fingida sorpresa. Fue como si le estuviera preguntando: «¿Qué ocurre, es que te he asustado?» Cualquiera que presenciara la escena habría pensado: «¿Qué diablos le pasa a esa chica? ¿Estará borracha o drogada? ¡Qué palidez! Y ese joven de aspecto amable que parece tan sorprendido, tan asombrado».
Ahí estaba el quid de la cuestión: Johnny Found tenía cara de chico joven y amable. Cuando Harry Keogh lo había visto se sorprendió de que no respondiera mejor a la idea que se había formado de él. Era de estatura media y corpulento; rubio, con el pelo que le llegaba a los hombros, dientes cuadrados en una boca plena, con una sonrisa lánguida, casi inocente…, sólo la tez cetrina estropeaba su imagen de chico corriente. Eso y los ojos, que eran oscuros y hundidos. Además del hecho de que viviera en una pocilga. Y de que fuera un estragador de carne viva y muerta.
Penny le pidió disculpas al gordo balbuceante que se palpaba la chaqueta empapada de leche, levantó los ojos y al ver que Johnny se le acercaba salió corriendo hacia las puertas del batiente. Johnny miró a su alrededor, se encogió de hombros, torció el gesto como queriendo decir: «Vaya loca…, ¡no tiene nada que ver conmigo, amigos!», y salió tranquilamente tras ella.
Pero estaba tan concentrado en seguir a la chica que al alcanzar la puerta de batiente, que todavía no se había cerrado, y salir, no se percató de que los dos hombres de mirada penetrante se ponían en pie e iban tras él.
Una vez fuera, Penny miró, nerviosa, en todas direcciones. Una fina bruma se levantaba del asfalto del aparcamiento de coches, bordeado de árboles; las luces de los faros de los vehículos que pasaban a toda velocidad por la carretera la encandilaron y no logró ver a Harry por ninguna parte. Pero Johnny Found sí podía ver a Penny, estaba justo detrás de ella.
La muchacha oyó el crujido de la grava del sendero que conducía a la puerta del restaurante, pero no se atrevió a mirar atrás. Podía ser cualquier persona, pero también podía tratarse de él. Se sintió clavada al suelo, todos sus sentidos se esforzaron por descifrar qué ocurría a sus espaldas, pero fue incapaz de darse la vuelta y utilizar el más obvio de todos. ¡Dios mío!, imploró, ¡Qué no sea él!
Pero era él.
—¿Penny? —la llamó, con tono malicioso e inquisitivo a la vez.
La chica se volvió con un movimiento lento y tembloroso, como títere controlado por un titiritero espástico. Ahí lo tenía, delante de ella, con una sonrisa fingida en unos ojos negros como el azabache duros como la piedra.
El corazón le dio un vuelco; quiso gritar, pero le faltaba el aire y acabó desmayándose en sus brazos. Él la cogió, miró hacia todas partes y al no ver a nadie, exclamó:
—¡Mía! —Contempló ceñudo sus ojos entrecerrados tras los párpados y añadió—: ¡Ahora eres toda para Johnny, Penny!
Quería hacerle preguntas ahí mismo, pero sabía que ella no las oiría. Se alejaba de él, del horror que él representaba, para internarse en otro mundo, en el mundo de la inconsciencia. Tenía su gracia. ¡Era imposible que huyera de Johnny! ¡Ni siquiera si se moría!
El aparcamiento de coches estaba frente al restaurante; en la parte de atrás se encontraba el de camiones y, entre los dos, como línea divisoria, había unas hileras de árboles separadas por senderos. Johnny levantó a Penny, se la llevó a los árboles y anduvo entre ellos cargado con ella, ligera como un bebé. El localizador de la Sección PES y el inspector de la Sección Especial de Detectives salieron como trombas del restaurante y fueron tras él, miraron hacia todos lados y lo vieron ocultarse en la oscuridad.
Corrieron tras Johnny…, seguidos del necroscopio.
Harry la había oído gritar. Aunque no en voz alta, porque estaba demasiado aterrada para proferir sonido alguno. La había oído en su mente. Era su esclava y lo había llamado. Había recibido la llamada justo cuando se disponía a alejarse del coche de los policías que acababa de inutilizar y al principio no supo qué había sido. Pero el vampiro que llevaba dentro lo reconoció de inmediato. Había visto cómo Found se llevaba a Penny hasta los árboles, en dirección al aparcamiento de camiones, y también había visto a los dos hombres que salían corriendo del restaurante para perseguirlo. Todos ellos se movían velozmente, aunque no tanto como Harry.
Sus zancadas eran extrañas, más propias de un lobo que de un ser humano, y avanzaba como la sombra de una nube que se desplaza veloz bajo la luna. Al entrar en la zona arbolada, siguiendo una trayectoria en diagonal, calculada para interceptar a Johnny Found y su cautiva, supo que había cometido un error. Los árboles y los arbustos que había debajo de ellos constituían una pantalla ornamental ideada para separar los dos aparcamientos y como tal pantalla estaba protegida por altas vallas de alambre. Harry perdió unos segundos preciosos al toparse con la valla; maldijo por lo bajo, invocó una puerta de Möbius y al cabo de un instante había dejado atrás la hilera de árboles para reaparecer al borde del asfalto…
Una vez allí, chocó con una silueta balbuceante que se tambaleó y lo hizo parar en seco. Era el PES. Reconoció a Harry de inmediato, percibió la asombrosa fuerza de su mente metafísica y el vampiro que llevaba dentro y levantó la mano para impedirle el paso. La mano le sangraba profusamente, igual que la herida cortante que Johnny le había hecho en la mejilla al rebanarle casi un tercio de cara.
Harry lo aguantó para que no se cayera, le lanzó un gruñido y lo empujó hacia uno de los senderos que se internaba entre los árboles.
—¡Ve a buscar ayuda, deprisa, antes de que te desangres!
Mientras el PES farfullaba algo ininteligible y se alejaba a trompicones, el necroscopio exploró el aparcamiento con su conciencia vampírica. Inmediatamente dio con tres personas: Penny, que estaba desmayada; Johnny Found, que estaba furioso y empapado en sangre, y el policía que había caído sin vida en el lugar donde Found se había topado con él y le había hundido su arma por la oreja hasta enterrársela en el cerebro.
Harry localizó con precisión el sitio donde estaba, invocó una puerta y la atravesó a la carrera…; salió en la parte posterior del camión de Frigis Express, donde Johnny cerraba la puerta corredera con el pasador. A sus pies, en un charco de sangre, yacía acurrucado el policía, con la parte izquierda de la cara convertida en roja pulpa.
El nigromante se había apoderado del arma del policía; percibió la presencia de Harry, giró en redondo, apuntó y disparó. Harry se dirigía a él de frente; sintió un golpe fortísimo cuando la bala se le hundió en la clavícula derecha, le hizo dar una vuelta entera y lo lanzó sobre el asfalto.
Asustado por la explosión y el fogonazo, Johnny manipuló el arma con torpeza y luego la tiró al suelo. El loco tropezó con Harry, lo pateó con fuerza y, mientras el necroscopio se retorcía de dolor, corrió junto al remolque en dirección a la cabina del camión, sin dejar de maldecir y reír.
El dolor que Harry sentía en el hombro era como algo vivo que le agarrara la carne con unas pinzas al rojo vivo para retorcérsela, haciéndole gemir. Y entonces pensó: Es esa maldita cosa que llevo en la sangre y la mente. ¡Tú tienes la culpa, imbécil, maldito imbécil! ¡Tú me has provocado esta herida…, ahora cúrame!
Found había subido ya a la cabina, ponía en marcha el motor y aceleraba. Los frenos neumáticos sisearon y las luces traseras resplandecieron con tonos rojizos que hacían juego con los ojos de Harry y con la gelatina que se coagulaba junto a la cabeza del policía muerto. Transido de dolor, el necroscopio vio cómo la enorme masa del camión se sacudía y comenzaba a retroceder; al cabo de un momento, dos de sus ruedas dobles rechinaron con furia, se agarraron al asfalto y pasaron por encima del cuerpo del policía. La sangre y los intestinos salieron a presión, las ruedas se elevaron apenas unos centímetros y el peso del camión aplastó el cadáver, sacándole las vísceras como quien saca dentífrico de un tubo.
¡Suerte que está muerto!, pensó Harry, anonadado. ¡Porque de haber estado vivo, no habría querido que sucediera! Se trataba de un pensamiento mecánico, provocado por aquellos sesos esparcidos, por la materia fecal e intestinos, y expresado en necrolenguaje, de modo que el policía los oyó.
El tubo de escape eructó los gases en la cara de Harry y éste rodó desesperadamente para apartarse del camión, que iba marcha atrás; las ruedas, empapadas de sangre, no lo alcanzaron de milagro; pero a pesar del rugido del motor, del olor y del desastre esparcido sobre el asfalto alcanzó a oír la respuesta del policía:
¡Pero lo he sentido! ¡Dios santo, fue como morir dos veces!
A Harry se le heló la sangre en las venas al recordar quién conducía el camión: Johnny Found, nigromante, que tenía el poder de hacer sentir sus actos a sus víctimas, del mismo modo que las huestes de los muertos habían sentido los de Dragosani.
Los frenos neumáticos volvieron a sisear y el camión se detuvo, se estremeció, avanzó, giró y se dirigió rápidamente hacia la salida. Johnny Found huía y se llevaba a Penny. ¡Maldito cabrón, no te escaparás! Harry fijó en su mente la ubicación del camión, se arrodilló, cruzó rodando una puerta de Möbius y volvió a salir en el remolque refrigerado. Estaba oscuro, pero para el necroscopio aquello no constituía inconveniente alguno. Vio a Penny, se arrastró hasta ella, le puso la mano izquierda debajo de la cabeza, la acercó hacia él y la apoyó sobre su regazo. La chica abrió los ojos y miró a los suyos, relucientes.
—Harry, yo… no me quedé en el restaurante —susurró.
—Ya lo sé —gruñó él—. ¿Te ha hecho daño?
—No —respondió Penny; sacudió la cabeza y, con voz débil, añadió—: Creo que…, que me he desmayado.
Harry no tenía tiempo que perder. Porque le hervía la sangre, literalmente.
—¡Agárrate a mí! —le ordenó.
La chica obedeció y Harry hizo que las ecuaciones de Möbius se proyectaran en la pantalla del ordenador de su mente. Al cabo de un momento, Penny sintió la pavorosa inmensidad del continuo de Möbius, y al momento siguiente, volvió la gravedad y cayeron de espaldas sobre la cama de Harry, en la casa de las afueras de Bonnyrig.
—¡Esta vez no salgas de aquí! —le ordenó.
Y antes de que pudiera incorporarse, Harry ya se había marchado…
En la sala de operaciones de la Central de la Sección PES, Millicent Cleary y el ministro responsable se encontraban sentados junto con David Chung, que hacía las veces de oficial de guardia, en un extremo de un amplio escritorio. En el escritorio había un radio transmisor, un teléfono portátil, teléfonos normales, ampliaciones de mapas de Inglaterra bajo plásticos iluminados y una bandeja con diversos objetos pertenecientes a los agentes de la Sección que estaban en ese momento de servicio. Los reflectores del techo, concentrados sobre el escritorio, lo convertían en una isla de luz en medio de la relativa oscuridad de la gran sala.
Millicent Cleary acababa de recibir un breve mensaje telepático de Paxton, que se encontraba en la casa cerca de Bonnyrig, para informarle que el equipo de asalto ocupaba sus posiciones. Keogh y la chica habían regresado durante unos minutos, pero Paxton estaba seguro de que el necroscopio ya no se encontraba allí. Frank Robinson, el localizador que acompañaba a Paxton, creía que uno de los dos seguía en la casa; visto que no se apreciaba un cambio notable en el «éter» psíquico, dedujo que se trataría de la muchacha. Keogh debía de haber utilizado el continuo de Möbius para dejarla allí antes de proceder. De haber existido algún indicio de que el necroscopio continuaba en el interior de la casa, el equipo se habría abstenido de comunicarse por vía telepática. Pero como no estaba…, Paxton estaba ansioso por saber qué ocurría.
Cleary transmitió el mensaje mental y el ministro responsable comentó con un bufido:
—He llegado a la conclusión de que tenían ustedes razón sobre Paxton. ¡Tengo la sensación de que no se dará por satisfecho hasta que no esté dirigiendo el mundo entero!
Cleary frunció el entrecejo y asintió.
—¡Destruyéndolo, querrá decir! —aclaró, con acritud, y se apresuró a añadir—: Pero no nos hemos equivocado y no hay que tener dones psíquicos para saberlo. Es una amenaza. Afortunadamente, Ben Trask está allí, vigilándolo. ¿Quiere que le diga algo?
El ministro la miró, miró a Chung, que estaba concentrado tocando los diversos objetos que había sobre la bandeja, tratando de dilucidar el paradero, el humor y los sentimientos de los agentes que estaban de servicio, y, mentalmente, repasó la situación:
El telépata Trevor Jordan (que según todas las leyes de la naturaleza debía ser un montón de cenizas en una urna) viajaba en un coche cama en el tren que iba a Londres, vía Darlington. En el mismo tren viajaban dos agentes de la Sección PES y no preveían demasiados problemas, aunque lo más seguro era que Jordan fuese un vampiro. Iban equipados con potentes armas automáticas y uno de ellos llevaba una ballesta pequeña, pero letal. Otro agente se dirigía a la estación principal de Darlington para echarles una mano. Iba en coche y en el maletero llevaba un lanzallamas.
Penny Sanderson, que también era un vampiro resucitado, se encontraba con toda probabilidad en la casa de Keogh, en las afueras de Bonnyrig. Los agentes que estaban allí (también con toda probabilidad) constituían el mejor equipo que la Sección PES había podido formar, y deberían ser buenos a la fuerza en caso de que Keogh volviera a la casa, pues todo apuntaba a que tarde o temprano acabaría regresando a buscar a la chica.
En cuanto al necroscopio, podía encontrarse prácticamente en cualquier parte, pero lo más probable era que estuviera siguiendo a Found. Sólo él sabía los motivos que lo impulsaban a ello, pero la cuestión era que la chica Sanderson había sido una de las víctimas de Found. ¿Venganza, quizá? ¿Por qué no? Al parecer, los wamphyri se habían destacado siempre por tomar venganza.
De manera que si la Sección PES actuaba en aquel momento, se cubrirían dos de los tres objetivos (el ministro se estremeció, por un instante, asombrado por la fría eficacia de sus propios pensamientos), pero Keogh seguiría siendo un enorme interrogante, el eje sobre el cual giraba todo lo demás. Y, por el bien de todos, estuvieran donde estuvieran, lo mejor era que pudieran eliminar al necroscopio al mismo tiempo que a los demás.
—¿Señor? —la muchacha aún esperaba una respuesta.
El ministro abrió la boca para hablar, pero en ese momento David Chung levantó una mano y dijo:
—¡Alto! —Cleary y el ministro miraron al localizador; éste tenía la otra mano apoyada en un encendedor Zippo que había pertenecido a Paul Garvey, un telépata que trabajaba con la policía de Darlington. Esa mano no se movía, las puntas de los largos dedos de Chung permanecían inmóviles, en contacto con el frío metal. Pero la mano que tenía levantada le temblaba con violencia.
De repente, apartó con fuerza la mano de la bandeja y retrocedió un poco, alejándose del escritorio. Al cabo de un instante se recuperó, se adelantó y dijo:
—¡Han herido a Garvey! No sé cómo, pero es grave… —Cerró los ojos y su mano planeó un instante sobre los mapas que había debajo de la lámina de plástico transparente.
Mientras la mano pequeña del chino bajaba para cubrir una zona de la A1, al norte de Newark, el ministro se dirigió a Cleary y le preguntó:
—¿No puede ponerse en contacto con Garvey?
—He trabajado mucho con él —respondió, casi sin aliento—. Deje que lo intente.
Cerró los ojos, se concentró en unas imágenes mentales de su compañero y estableció contacto con él. Garvey trataba de establecer contacto en ese mismo instante. Pero su señal y el mensaje eran débiles, aparecían distorsionados por el dolor…, del que Cleary se convirtió en inmediata heredera. Lanzó un grito, se tambaleó y por un segundo se cortó la comunicación. Después volvió a restablecerla, pero al cabo de nada, Garvey perdió el conocimiento y sus pensamientos telepáticos volaron en mil pedazos en la mente de Cleary. El torrente de información psíquica no estaba exento de imágenes, imágenes que continuaron llegando incluso después que él se desmayara.
La muchacha se volvió hacia el ministro con el rostro descompuesto y exangüe.
—La cara de Paul —le explicó—. ¡La tiene destrozada! La mejilla le cuelga hecha jirones. Pero junto a él hay un médico. Están en una especie de… ¿café de autopista? Creo que lo ha atacado Johnny Found…, pero el necroscopio también estuvo allí. ¡Y ha muerto un policía!
El ministro la cogió de la muñeca y le preguntó:
—¿Ha muerto un policía? ¿Y Keogh estuvo allí? ¿Está segura?
La chica asintió, tragó saliva y dijo:
—Paul tenía en la mente una imagen…, una imagen en la que se veía un agujero ensangrentado en la cabeza de un policía. Y otra de Harry… ¡Los ojos le brillaban rojos como lámparas!
—Garvey está por aquí —dijo Chung, señalando el mapa—. En la A1.
El ministro inspiró profundamente, asintió y dijo:
—Esto está llegando a un punto decisivo, en este preciso instante. Keogh debió de intuirlo desde el principio, pero a estas alturas ya debe saber sin lugar a dudas que lo seguimos. De modo que mientras estas tres…, estas tres criaturas se encuentren en diferentes lugares (y dos de ellas no pueden escapar) dispondremos de la mejor oportunidad para atacarlas. —Se dirigió a la muchacha y le preguntó—: ¿Señorita Cleary…, esto…, Millicent? ¿Sigue Paxton esperando? Vuelva a ponerse en contacto con él y dígale que entre en acción ahora mismo. Hable luego con Scanlon y dígale lo mismo. —Se dirigió a Chung y añadió—: Y usted, David…
Pero el localizador ya estaba ante la radio, hablando con la gente de Darlington.
Entretanto…
Cuando el camión de Friggis Express que conducía Johnny Found a toda velocidad cogió las curvas de la rotonda, en la encrucijada de la A1 y la A46, en las afueras de Newark, el camionero se había calmado bastante y mostraba una pericia y una gran disciplina en la conducción. Si en la rotonda se hubiera encontrado estacionada una patrulla de la policía, probablemente los agentes ni se habrían fijado en él.
No había ninguna patrulla de la policía. Sólo Harry Keogh.
Utilizando el cuchillo de Found, el necroscopio había seguido el avance del camión con una serie de saltos de Möbius. Esperaba que su presa aminorara la marcha antes de intentar lo que debía ser un salto sumamente preciso sobre un objeto en movimiento para aparecer en la cabina de Found. Debía realizarlo además con la mayor suavidad posible, para no dañar más la clavícula fracturada. La fractura sí habría hecho que cualquier otro hombre se retorciera de dolor, le habría dejado incluso inconsciente. Pero Harry no era un hombre cualquiera. En realidad, a medida que pasaba el tiempo, perdía más cualidades humanas y adquiría las del monstruo, un monstruo con alma humana.
Cuando el nigromante enderezó el camión al salir de la rotonda y enfilar hacia la A1, Harry surgió de la oscuridad eterna del continuo de Möbius y apareció en la cabina, en el asiento de la izquierda. Al principio, Found no lo vio, o si lo hizo pensó que era una sombra vista de soslayo. Harry permaneció quieto y en silencio en el rincón de la cabina, apretado contra la puerta, con la cara y el cuerpo vueltos hacia el conductor. Mantuvo los ojos entrecerrados y observó la cara de Johnny, que poco antes le había dado la impresión de no concordar demasiado con ninguna de las descripciones que le dieron las muchachas, pero que en ese momento le pareció realmente terrible.
En cuanto a Johnny, sabía que todo había llegado a su fin. Eran demasiadas las personas que esa noche lo habían visto con la chica o cerca de ella, en el restaurante, en el aparcamiento de coches. En realidad tenía la impresión de que le habían tendido una trampa. Lo habían seguido y luego lo habían atrapado con una chica que era la viva imagen de una de sus víctimas. Y él había picado el anzuelo. Al menos dos de esos cabrones habían pagado, y la chica también pagaría cuando subiera al remolque con ella, le abriera un agujero por la órbita del ojo izquierdo y le follara el cerebro.
Aquéllos eran sus pensamientos y Harry, que lo miraba directamente, los leyó con toda claridad, con más claridad quizá que si fueran las páginas de un libro. Si el necroscopio había abrigado alguna duda sobre la legitimidad y la conveniencia de sus actos, aquellos pensamientos las disiparon todas. Mientras Johnny se regodeaba en lo más íntimo con los placeres y los gozos que proyectaba sentir con la chica, Harry le dijo con toda tranquilidad.
—Nada de eso ocurrirá, porque la chica no está en el remolque. La he liberado. Del mismo modo que pretendo liberar a todos los muertos del terror que les provocas, Johnny. De tu tiranía.
Found se quedó boquiabierto al oír la primera palabra. De la comisura izquierda de su boca cayó un hilillo de baba que se deslizó hacia el hoyuelo de la barbilla.
—¿Qué? —dijo, y sus ojos negros como el carbón giraron lentamente hacia la izquierda…, resaltaron entonces como manchas de tinta sobre el pergamino tirante que hasta momentos antes había sido la carne enrojecida de su cara.
—Estás acabado, Johnny —dijo Harry, y abrió sus ojos rojos, que lanzaron destellos escarlata sobre las facciones paralizadas del otro.
Pero la parálisis de Found duró poco y su reacción inmediata, fue puro instinto, tanto que ni siquiera el necroscopio pudo preverla.
—¿Cómo? —preguntó con tono gutural al tiempo que apartaba la mano izquierda del volante, buscaba detrás de su cabeza y sacaba un gancho de carne que colgaba de la estructura de la cabina—. ¿Acabado? ¡Uno de nosotros sí que lo está!
La intención de Harry había sido simple, cuando Found lo atacara, invocaría una puerta de Möbius y lo arrastraría hacia ella. Pero si sujetar a un hombre en la cabina de un camión ya era de por sí algo complicado, resultaba mucho más difícil cuando ese hombre empuñaba un gancho para colgar reses.
Johnny había visto la gran mancha de sangre que llevaba Harry en la chaqueta y lo reconoció como al tipo al que le había disparado en el aparcamiento del restaurante. Cómo había llegado hasta la cabina del camión era una cuestión aparte, pero lo que estaba claro era que no serviría de mucho con un agujero en el hombro. Y para mucho menos cuando Johnny se lo hubiera cargado.
—¡Seas quien seas, eres hombre muerto! —gruñó, al tiempo que agitaba el gancho.
Fue un golpe torpe, con la mano izquierda, pero aun así Harry no logró esquivarlo. Se agachó un poco y el signo de interrogación metálico pasó por encima de su hombro derecho, bajó y se lo hundió en el agujero de salida que la bala le había hecho en el omóplato. Lanzó un grito de dolor cuando Found lo atrajo hacia él, lanzándole una mirada enfurecida.
Después, utilizando a Harry de contrapeso, el nigromante levantó la pierna izquierda, la pasó por encima de las rodillas de Harry y de una patada abrió la puerta de la cabina. Mientras el camión avanzaba medio inclinado sobre el doble carril, le encajó una patada y soltó el gancho, todo al mismo tiempo.
Una ráfaga de aire nocturno recibió al necroscopio cuando éste salió despedido del asiento; se agarró con desesperación a la puerta que se balanceaba furiosamente. Por suerte, la ventanilla estaba abierta; pasó los brazos por el hueco y apoyó los pies en el estribo. Johnny ya no podía alcanzarlo sin soltar el volante, pero podía tratar de sacudírselo de encima.
Sin importarle los demás vehículos, el maníaco hizo que el camión fuera dando bandazos de un carril a otro, mientras Harry se aferraba con toda el alma, hasta que tuvo una idea. ¿Y si invocara una puerta inmensa? ¿Por qué no invoco la puerta más grande que se pueda imaginar?
A su izquierda, y casi por debajo de los pies, que colgaban y se arrastraban, un coche tuvo que efectuar un viraje a la desesperada y acabó girando sobre sí mismo para ir a estrellarse contra la barrera protectora, en medio de un estrépito de metales retorcidos. Terminó de morros en la cuneta y estalló como una bomba. El camión aún avanzaba a toda velocidad, dejando una estela de coches destrozados y de conductores muertos, mientras en la cabina, Johnny se alimentaba con su dolor y sabía que aun después de muertos oirían sus carcajadas de demente.
¡Basta!, pensó Harry, e invocó su gigantesca puerta en la autopista directamente delante del camión.
El rugido y la violencia estruendosa con que avanzaba el vehículo apagaron en un instante cuando el camión se precipitó por la puerta de Möbius hacia la oscuridad absoluta; la risa loca de Johnny Found enmudeció también, repentinamente, en el instante mismo en que, al verse ante el pavoroso continuo de Möbius, formulaba un solo pensamiento:
¿QUÉ?
¿Qué ocurrió?
El haz luminoso de sus faros se proyectaba hacia el infinito, abriendo una especie de túnel. Pero aparte de los haces luminosos de los faros y de la mole del camión, no había absolutamente nada. Ni autopista, ni ruido, ni sensación de movimiento, nada.
¿¿¡QUEEEEÉ!??, volvió a gritar Johnny en su mente y en la del necroscopio.
De nada te sirve gritar ahora, Johnny, dijo Harry, colgado de la puerta, guiando el camión y apuntándolo como un misil hacia su meta final. Ya te lo he dicho, estás acabado. Y falta muy poco para que la obra quede completa. ¡Bienvenido al infierno!
Johnny soltó el volante y se despatarró sobre el asiento; trataba de coger al necroscopio, que seguía aferrado a la puerta de la cabina. Pero demasiado tarde; ya habían llegado; Harry invocó otra puerta delante del camión, se soltó y frenó su movimiento hasta detenerse. El camión siguió adelante a toda velocidad…
Y salió del continuo de Möbius para aparecer en un camino estrecho. Cayó pesadamente y rebotó en medio de un tremendo rugido; cuando las ruedas que giraban en el aire se agarraron al asfalto, salió disparado como un rayo. Johnny gritó al ver la curva pronunciada donde el camino bordeaba un alto muro de piedra cubierto de hiedra. Intentó desesperadamente aferrar el volante, pero el camión ya había mordido el bordillo. Patinó sobre una estrecha franja de césped, destrozó una masa de arbustos negros como la noche, se estrelló contra el muro… y se detuvo. Para no volver a moverse.
¡Pero Johnny seguía vivo!
Mientras el camión y el remolque se arrugaban como un acordeón, y la pared quedaba destrozada y los ladrillos volaban en mil pedazos, mientras los grandes depósitos se rompían lanzando una lluvia de combustible sobre el metal caliente y retorcido, convirtiendo la escena en un infierno, Johnny salió despedido del asiento del conductor, lanzado a través del parabrisas. Se le rompieron los huesos del brazo y el hombro izquierdos cuando, después de girar en el aire, fue a golpear contra la parte superior del muro, antes de desplomarse sobre algo duro que había del otro lado.
Sintió dolor, más del que había sentido nunca; después, aparte de la luz vacilante de las llamas que provenía del otro lado del muro y de una explosión estruendosa que se produjo al prenderse el depósito de reserva, se oyó un silencio ensordecedor. El silencio de la concentración mental, el silencio de saber incluso a través de las oleadas de dolor que alguna persona, varias personas despiadadas lo observaban.
Estiró el cuello unos centímetros para apartar la cara de la grava, que se le clavaba en la carne destrozada, y vio a Harry Keogh allí, de pie, que lo miraba desde su altura. Y detrás del necroscopio de ojos carmesíes había otras… personas o cosas que Johnny sabía que no debían haber existido nunca. Se le acercaron, arrastrándose, a trompicones, agazapadas, y una de ellas era o había sido una muchacha. Johnny retrocedió, empujándose con las manos en carne viva, arrastrándose sobre el vientre y las rodillas, resbalando en la grava ensangrentada hasta tropezar con algo duro que lo obligó a detenerse. Logró girar la cabeza y mirar atrás y descubrió lo que le impedía avanzar: una lápida.
—¡Es…, es… un cementerio de mierda! —exclamó.
—El final del trayecto, Johnny —dijo Harry Keogh.
Cumpliste tu promesa, Harry, dijo Pamela Trotter, y Harry asintió.
Johnny Found, nigromante, supo entonces lo que había ocurrido entre ellos.
—¡No! —exclamó con un hilo de voz, y después gritó—: ¡Nooooo!
Se pondría en pie. Aunque estuviera roto, destrozado, hecho trizas, huiría de aquel infierno. Pero los amigos muertos de Pamela se abalanzaron sobre él y lo clavaron al suelo; una mano de la que caían los gusanos y la carne a trozos le tapó la boca. Entonces, ella se acercó, buscó entre los jirones de sus ropas y encontró su nuevo cuchillo. Y así, tan de cerca, a pesar de que estaba medio podrida, aunque la carne comenzaba a desprendérsele de la cara, la reconoció.
¿Te acuerdas lo bien que nos lo pasamos aquella vez?, le preguntó. Ni siquiera me diste las gracias, Johnny, ni siquiera me dejaste nada con qué recordarte. Muy bien, creo que ha llegado la hora de que tenga un pequeño recuerdo tuyo. O puede que uno grande, ¿eh? Algo que pueda llevarme de vuelta a la tierra, ¿no? Le enseñó el cuchillo que le había quitado y sonrió, mostrando unos dientes largos, pues las encías ennegrecidas se le habían encogido y los dejaban al descubierto.
Harry se dio media vuelta y se alejó de aquella visión, y apartó de su mente los gritos enloquecidos de Found. Y a Pamela le dijo:
—Asegúrate de matarlo.
¡Demasiado tarde!, sollozó la muchacha, presa de la frustración. O mejor dicho, demasiado pronto. ¡Maldito sea, Harry, el muy cabrón se ha muerto!
Harry suspiró, aliviado, y pensó: Da igual. Ella lo oyó y al cabo de un instante le dijo:
Supongo que tienes razón. ¡De todos modos no quería ensuciarme las manos con su mierda!
Harry y Pamela percibieron entonces el necrolenguaje de Found.
¿Qué…, qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién…, quién anda ahí fuera?
Ninguno de los dos le contestó, pero el peso de la presencia de Harry se impuso en la mente de Found como una luz que brillara a través de la piel estirada de unos párpados. Sabía que Harry estaba allí y que era especial.
¿Eres tú, verdad?, le preguntó. El tipo de las gafas oscuras que hace una especie de magia. Tú me has traído aquí con tu magia, ¿no?
Harry sabía que Pamela jamás hablaría con Johnny Found, ni Pamela ni ninguno de los miembros de la Gran Mayoría. En lugar de provocarlo, lo evitarían, lo marginarían como si se tratara de un leproso. Por eso tal vez Harry no debía hablarle y limitarse a dejarlo allí solo. Aunque tal vez fuera demasiado piadoso.
Porque Harry llevaba en su interior algo menos piadoso que lo impulsó a hablar.
Tú poseías la misma magia, Johnny, le dijo. O pudiste haberla tenido. Podías hablar con los muertos, pudiste haber practicado, como hice yo, para conversar con ellos y hacerte amigo de ellos, pero elegiste torturarlos.
Found se apresuró a contestar:
¿Así que ahora soy uno de ellos, no? Estoy muerto y te lo debo a ti. Pero dime una sola cosa, ¿por qué?
Harry pudo haberle explicado que necesitaba proyectar sus pasiones wamphyri sobre algo, necesitaba tener algo en que depositarlas, algo que sustituyera a las personas que habían sido sus amigas, es decir, la Sección PES y el mundo en general. Pudo habérselo explicado, pero no lo hizo. Porque su vampiro se lo impidió. Found había sido en vida un hombre frío, cruel y despiadado, y la muerte sería para él un sitio frío y cruel. E igual de despiadado. Ojo por ojo.
¿Qué por qué te maté?, Harry se encogió de hombros y comenzó a alejarse.
¡Eh, jodido!, gritó Found, desafiante y furioso, a pesar de estar muerto. No hemos terminado. Tuviste tus motivos, estoy seguro. ¿Por los muertos? ¡Mierda! ¿A quién le importan un carajo los muertos? Vamos, dime, ¿por qué?
Harry contestó fría, cruel y despiadadamente:
Tienes razón. A nadie le importan un carajo los muertos. Y tú, Johnny, estás muerto. ¿Quieres saber por qué? Volvió a encogerse de hombros. Te lo diré. ¿Y por qué carajo no ibas a estarlo?