Capítulo dieciocho

Cuenta atrás al infierno

Había vigilantes.

Harry decidió salir del continuo de Möbius en el mismo lugar que lo había hecho la última vez, a la sombra de una pared que había al otro lado del callejón que daba al edificio de Found. ¡Y se encontró con uno de los vigilantes!

En el mismo instante en que emergía del continuo para pasar al mundo físico, al mundo real, Harry oyó el grito de sorpresa del policía de paisano y supo que había alguien junto a él, entre las sombras; también supo que ese desconocido estaría buscando su arma. Pero entre los dos había una gran diferencia: Harry podía ver perfectamente en la oscuridad. Otra diferencia era que su adversario no era más que un hombre.

A la velocidad del rayo, Harry tendió el brazo y le hizo arrojar el arma de un manotazo…, fue entonces cuando se dio cuenta del tipo de arma que había sacado el policía de entre los pliegues del abrigo. ¡Una ballesta! La lanzó lejos, cayó con un ruido metálico sobre los adoquines, y agarró del cuello al PES.

El hombre estaba aterrorizado. Era pronosticador —leía el futuro— y sabía que Harry iría allí. Eso era cuanto pudo ver; también había descifrado que el hilo de su vida continuaba a partir de ese momento. Al parecer, eso le había impulsado a deducir que si había algún problema, Harry sería quien saldría mal parado.

El necroscopio leyó toda esta información en el pensamiento del PES y dijo entonces con voz entrecortada y cavernosa:

—Leer el futuro es un juego peligroso. ¿De modo que vas a vivir, eh? Es posible. ¿Pero cómo? ¿Cómo hombre o como vampiro? —Inclinó ligeramente la cabeza a un lado y sonrió, sin dejar de mirarlo fijamente con los ojos ardientes como ascuas en una forja; después, dejó de sonreír y enseñó los dientes.

El PES vio las fauces, las increíbles fauces de Harry, y boqueó cuando los dedos de acero del vampiro le apretaron aún más el cuello. Mentalmente gritó: ¡Dios mío, voy a morir…, voy a morir!

—Podría ser —le dijo Harry—. Podrías morir con suma facilidad. Todo depende de lo bien que nos llevemos tú y yo. Dime una cosa, ¿quién mató a Darcy Clarke?

El hombre, bajito y robusto, un tanto calvo y de ojitos entrecerrados, utilizó las dos manos para liberarse de las de Harry, que le apretaban la garganta. De nada le sirvió. Comenzó a ponerse morado, pero a pesar de ello logró sacudir la cabeza, negándose a contestar a la pregunta del necroscopio. Pero Harry la leyó en su mente.

¡Paxton! El muy rastrero…

Harry estaba tan furioso que se sintió a punto de estallar. Habría sido muy fácil apretar más hasta que la nuez de Adán de aquel mierda infame se convirtiera en papilla entre sus dedos…, pero eso habría sido castigarlo por un delito cometido por otro. Además, habría significado rendirse al monstruo que llevaba dentro.

Apartó al hombre de un empellón, inspiró profundamente y exhaló una niebla vampírica. Cuando el PES logró por fin incorporarse, apoyando un codo contra la pared, tosiendo y masajeándose la garganta, la niebla se había cernido sobre el callejón como una mortaja y Harry había desaparecido envuelto en ella…

O más bien la había utilizado para poder desplazarse mediante el continuo de Möbius hasta el apartamento de Johnny Found.

Sabía que no disponía de mucho tiempo; todo dependía de cuántos hombres hubiera apostado la Sección, tal vez estuvieran entrando ya por la puerta principal del edificio. Además, irían pertrechados con el equipo adecuado. Las ballestas son unas armas realmente infernales, pero un lanzallamas es algo muchísimo peor.

El apartamento de Found era una porqueriza y olía igual de mal. Harry lo recorrió sin tocar nada mientras pensaba: Hasta los zapatos se me contaminarán en esta mugre.

Primero examinó la puerta. Era maciza como los mil demonios, de madera de roble antiguo y con unos goznes bien recios, llevaba instalados tres cerrojos y por dentro tenía dos grandes pasadores. Estaba claro que Johnny no tenía intención de permitir que nadie entrara; a Harry le bastó también para sentirse un poco más seguro. Procedió a toda prisa.

En la habitación delantera, ante un ventanuco mugriento que daba a la calle, sumida en el silencio, se detuvo junto a un escritorio barato. Uno de los cajones estaba entreabierto; Harry vio un brillo metálico que provenía del interior, pero las cosas que había sobre el escritorio distrajeron su atención: un calendario arrugado y manchado en el que aparecía la pechugona de Samantha Fox, se veía la fecha del día encerrada en un círculo hecho con bolígrafo y en el margen aparecían unas notas garrapateadas; en un folio con el logotipo de Frigis Express había un mensaje manuscrito. El calendario no le pareció excesivamente importante…, hasta que leyó la nota del folio:

Johnny:

Esta noche hay un viaje a Londres. Con tu camión de la suerte, que ya te tendré preparado con la carga. Pasa a recogerlo al almacén a las 11.40. Es para Parkinson, de Slough. Es para una firma de Heathrow que empieza a trabajar a primerísima hora de la mañana, así que no podemos llegar tarde. Perdona por avisarte en el último momento. Si no puedes hacer el servicio, dímelo lo antes posible.

La nota llevaba una firma ilegible pero a Harry no le hizo falta saber quién la había firmado. Llevaba fecha del día. Johnny haría un viaje a Londres esa misma noche, saldría del almacén de Darlington a las 11.40.

Harry volvió a mirar el calendario. En el margen, del lado opuesto a la fecha marcada, Found había garrapateado: «¡Viaje a Londres! Bien, porque me siento con suerte y ésta podría ser mi noche. Necesito follarme a una jovencita…».

Harry echó un vistazo al reloj: eran las 11.30. Johnny estaría en el almacén.

El necroscopio tomó una decisión ese mismo instante. Su presa utilizaba un camión de la Frigis Express (su «camión de la suerte») como escenario para sus enloquecidos juegos de sexo, muerte y nigromancia; por lo tanto, el camión también formaría parte de su castigo. Pues bien, aquella noche Johnny efectuaría su último viaje. Lo único que necesitaba Harry era un objeto personal del loco.

Abrió del todo el cajón entreabierto del escritorio y aparecieron media docena de pesados tubos metálicos metidos en sus fundas de terciopelo. Harry los miró y pensó: ¿Qué diablos…? Al sacar cuidadosamente del cajón uno de los tubos supo qué diablos eran…

Un arma, el arma que Found debía haber hecho para matar a sus víctimas. Una para cada víctima. Con un pincelito, sobre el metal reluciente, había pintado en letras negras el nombre: Penny. Y Harry pensó: Esto es lo que penetró a Penny antes de que Found la penetrara.

El arma respondía perfectamente a la descripción que le había dado Pamela Trotter. Un trozo de tubo de acero de unos cuatro centímetros de diámetro interior, un extremo estaba cortado en ángulo recto y llevaba una funda de goma o empuñadura y el otro lo estaba en diagonal, hasta formar una punta. Era el extremo cortante de la herramienta, tenía el borde afilado desde dentro hacia afuera y cortaba como una cuchilla. El necroscopio sabía ya cómo —y para qué— se utilizaría aquel cuchillo tan horrendo. Al pensarlo se le revolvieron las tripas.

De pequeño, Harry había jugado en la nieve, en la costa noreste de Inglaterra. Le encantaba sentarse sobre un montón de nieve con una vieja lata y hundir el extremo abierto en el manto blanco, suave y frío que cedía con un sonido sordo. Cuando volvía a sacar la lata, estaba llena de nieve, unos cilindros de nieve bajitos y rechonchos con los que se podía construir castillos como en la playa. A diferencia de los castillos de arena, que se deshacían cuando subía la marea, aquellos castillos duraban días, hasta que subía la temperatura. Pero en ese momento no se acordaba de los castillos, sino de los agujeros circulares que la lata dejaba en la nieve. En su imaginación vio aquellos agujeros… y eran carmesíes. Y no estaban perforados en la nieve.

Harry examinó los otros cuchillos de tubo de acero. Había cinco más. Cuatro de ellos llevaban los nombres de las chicas que ya conocía por los archivos de la policía, pero a las que no había visto personalmente, y el quinto llevaba el nombre de Pamela. ¡Los guardaba como recuerdos, el muy cabrón, como si fueran fotos de antiguos amores! Harry se lo imaginó masturbándose delante de los cuchillos.

Seis armas en total, pero en el cajón había siete bandejitas forradas de terciopelo. Found debía de llevar consigo el séptimo tubo, aunque todavía no tendría escrito un nombre.

Los sentidos vampíricos de Harry le advirtieron de la presencia de una persona —en realidad, de más de una— que entraban en ese momento por la puerta principal y se desplazaban sigilosamente por el pasillo comunitario hasta la puerta de Found. ¿La Sección PES? ¿La policía? ¿Ambas? Concentró su pensamiento para tocar sus mentes. Otra mente se lo quedó mirando durante un momento y luego se retiró horrorizada. Había sido un telépata de mediana capacidad; otra vez la Sección PES, pero los demás eran de la policía. Iban armados, por supuesto. Hasta los dientes.

El necroscopio gruñó por lo bajo y notó que la cara se le crispaba y perdía sus contornos familiares. Por un instante consideró la loca idea de presentar batalla; ¡podía incluso ganarles! Pero después recordó el motivo por el que había ido hasta allí, la tarea inacabada que tenía entre manos, e invocó una puerta de Möbius.

Fue al almacén de Frigis Express.

Abandonó el continuo de Möbius en el arcén cubierto de hierba, donde la salida de las instalaciones de Frigis enfilaba hacia un camino de acceso a la A1 Sur; llegó a tiempo para sentir la ráfaga de aire de un enorme camión articulado que pasaba veloz. El hombre que iba al volante era sólo una sombra tras el reflejo oscuro del parabrisas, pero aunque la inscripción del costado del camión sólo decía FRIGIS EXPRESS, era muy elocuente. A la «X» le faltaba un trozo, porque la pintura se había desconchado, y en realidad se leía EYPRESS.

El «camión de la suerte» de Johnny Found.

Harry se acercó al borde de la carretera; por un momento, lo envolvió la luz enceguecedora de los faros de un coche potente que iba detrás del camión. Al pasar el coche, unas caras de expresión preocupada se fijaron en él.

Había algo en aquellas caras. Harry sondeó sus mentes con el pensamiento. ¡Eran policías! Seguían a Found; querían pescarlo con las manos en la masa o, al menos, cuando recogiera a alguna pobre chica desprevenida. ¡Imbéciles! En su apartamento había pruebas suficientes para encerrarlo durante… no mucho tiempo. Pamela tenía razón: seguramente acabaría en un manicomio del que saldría al cabo de nada.

Después se acordó de Penny, que estaba sola en la casa de Bonnyrig. No sabía cuánto iba a tardar. Podía matar a Found enseguida, o hacer que muriera de diversas maneras. Pero había hecho un trato con Pamela Trotter y todavía no era capaz de engañar a los muertos. Además, Found debía recibir un castigo acorde con sus crímenes. Pero no podía dejar sola a Penny por mucho tiempo… ¿Acaso no habían matado a Darcy Clarke? ¿Por qué carajo era todo tan complicado?

Harry notó que la tensión aumentaba en su interior…, sintió cómo se hinchaba hasta que la presión fue enorme…, respiró a borbotones el fresco aire de la noche y procuró dominarse. Para Penny, él era lo primero; él debía hacer lo mismo; regresó a Edimburgo a través del continuo de Möbius.

¡La muchacha no estaba en la casa!

Harry no podía creerlo. Le había ordenado que lo esperara allí, que no saliera. ¿Adónde habría ido? Buscó con su mente telepática…

¿Pero en qué dirección indagar? ¿Adónde podría haberse ido a esa hora de la noche? ¿Por qué? ¿Con qué fin? ¿Habría seguido el consejo de Trevor Jordan y lo habría dejado plantado?

Se dejó guiar por su conciencia vampírica, envió sondas en la noche, desplegándolas como si se tratara del oleaje en la superficie de un estanque mental, y buscó a Penny, pero encontró a otras personas. ¡Otra vez PES!

Les lanzó un gruñido telepático y percibió cómo los postigos se cerraban de golpe y con la misma fuerza con que se agarran las lapas a las rocas cuando baja la marea. Estaban cerca, aunque no tanto, probablemente se encontraran en Bonnyrig, en alguna casa donde habrían establecido su cuartel general. Harry los dejó atrás, intentó explorar más por la zona y se encontró con la estática mental que chisporroteaba como si en su mente estuvieran friendo tocino. Era la Sección PES que se encargaba de desmodular sus transmisiones telepáticas.

¡Malditos sean los espías mentales! Debería largarme y dejar que os fuerais todos derechos al mismo infierno. ¡Pero debería dejaros algo para asegurarme que acabarais allí, algo que os provoque una eterna pesadilla!

Y podía hacerlo si lo deseaba, porque era portador de la plaga. Podía ser su legado a un mundo y una raza que lo habían abandonado: una plaga vampírica.

Físicamente, su vampiro no había alcanzado el pleno desarrollo, estaba aún inmaduro; pero sus sangres estaban mezcladas y su mordedura debía de ser virulenta. Y tenía a su entera disposición la vastedad infinita del continuo metafísico de Möbius. Si se lo proponía, esa misma noche podía sembrar vampiros en todos los continentes. ¡Quizás entonces lamentarían no haberlo dejado en paz!

Salió apresuradamente al jardín, bajo las estrellas y la luna. Era de noche, su hora. Aquellos PES estaban allí por algún motivo. Incluso podían estar avanzando en ese momento, protegidos por su escudo de descargas estáticas.

—¡Venid a buscarme! —los retó—. ¡Ya veréis lo que os espera!

Al final del jardín, alguien abrió la cancela, que chirrió sobre sus goznes.

—¿Harry? —Penny apareció en el sendero y se acercó a él.

—¿Penny? —El necroscopio le tendió los brazos y la mente, pero la mente de la muchacha aparecía borrosa, como con una especie de niebla, en la que su psique se ocultaba sin saberlo. ¡Niebla mental!

Harry se sintió desmoralizado, pero debía disimular. Ya era una vampiro, o lo sería, y estaba esclavizada a él. Ya no era un amor de adolescente. Se preguntó si alguna vez lo había sido. Al fin y al cabo, él la había resucitado de entre los muertos.

—¿Qué haces aquí afuera? Te dije que me esperaras.

—Pero hacía una noche muy hermosa y también tenía necesidad de pensar, como tú. —Se dejó abrazar.

—¿En qué has pensado? —La noche te atrajo. Has sentido arder el primer fuego en tus venas. Y mañana, el sol te dañará los ojos y te irritará la piel.

—He pensado en…, en que quizá no desees llevarme contigo. Tal vez no me lleves.

—Pues has pensado mal. Te llevaré conmigo. —No me queda más remedio, porque si te dejo en este mundo, sería como firmar tu sentencia de muerte.

—Pero no me quieres.

—Claro que te quiero. —Aunque eso no tiene ninguna importancia, porque tú tampoco me querrás. Pero nos quedará nuestra lujuria.

—¡Harry, tengo miedo!

¡Tarde, demasiado tarde! No quiero que te quedes aquí —le dijo—. Será mejor que vengas conmigo.

—¿Adónde?

La llevó a la casa, recorrió las habitaciones, apagó todas las luces y volvió rápidamente a su lado. Le enseñó el cuchillo de Johnny con su nombre pintado en él. La muchacha lanzó un grito de asombro y se apartó de él.

—¿Puedes imaginártelo? —le preguntó Harry con un tono de voz oscuro como una noche de invierno—. ¿Puedes recordar con qué cara miraba esto, el dolor que te causó y su placer?

La muchacha se estremeció y respondió:

—Creí que…, que se me había olvidado. He intentado olvidarlo.

—Lo olvidarás —le aseguró—. Y yo también…, cuando haya terminado lo que empecé. Pero no puedo dejarte aquí y he de acabar con él.

—¿Tendré que verlo? —palideció al pensarlo.

—Sí —asintió Harry. Sus ojos escarlata se iluminaron, risueños—. ¡Sí…, y él te verá a ti!

—¿Pero no dejarás que me haga daño, verdad?

—Te lo juro.

—Entonces estoy preparada…

Una hora antes, en la estación de Waverley, en Edimburgo, Trevor Jordan había subido a un coche cama del tren que iba a Londres. No había hecho planes; al día siguiente, por la mañana temprano, telefonearía a la Sección PES y trataría de averiguar de qué lado soplaba el viento. Y si todo iba bien, volvería a ofrecerles sus servicios. Harían una investigación (vistas las circunstancias, era lógico esperarlo), evidentemente querrían saberlo todo sobre sus experiencias con Harry Keogh. Pero se aseguraría de que todo el proceso tardara su tiempo, transcurrido el cual, Harry ya se habría marchado de allí. Y si todavía no lo había hecho, Jordan rechazaría cualquier misión que lo obligara a actuar en contra de su amigo.

No por temor, sino por respeto, por gratitud…, aunque si era sincero consigo mismo, también por temor. Harry era Harry, pero era también vampiro. En ese sentido, todo aquel que no sintiera aunque fuera un poco de miedo tenía que ser un idiota.

El telépata había pagado para viajar en coche cama, pero no podía dormir. Tenía mucho en qué pensar. Era un hombre que acababa de regresar de entre los muertos y no podía acostumbrarse, tal vez jamás se acostumbrara. Ni siquiera una persona que se recupera por completo de una enfermedad gravísima podía sentir lo que Jordan sentía. Porque en su experiencia había superado los límites de la enfermedad, los límites de la vida misma, para volver. Y todo se lo debía a Harry.

Sin que Jordan lo supiera —incluso Harry lo ignoraba—, en realidad le debía mucho más. Porque, por una parte, Jordan no había tenido en cuenta que Harry había estado en su mente: el necroscopio le había tocado la mente, y aunque el contacto había sido fugacísimo, había bastado para dejar en ella sus huellas. Y no había manera de borrarlas.

Además, para la Sección PES —y sin duda para los dos PES, uno localizador y el otro telépata, que habían tomado el mismo tren que Jordan— esas huellas asumían la forma de una fétida niebla mental. Era evidente que no podían sondearlo con demasiada profundidad, porque Jordan era un telépata de primera y se percataría de ello; en realidad, Gareth Scanlon, uno de los dos hombres que lo seguían, había sido alumno de Jordan, le había enseñado hasta que su don maduró y tomó forma. Jordan reconocería su mente (por no mencionar su rostro y su voz) de inmediato. Razón por la cual los dos se mantenían a una respetable distancia de él; habían subido a un coche del final del tren, pasado el vagón restaurante, y pasaron la primera parte del viaje con los sombreros puestos, ocultos tras unos periódicos que habían leído cuatro o cinco veces.

Jordan no se movió en dirección a ellos ni una sola vez, ni envió un solo pensamiento hacia donde ellos se encontraban; se contentó con permanecer sentado en su coche cama, escuchando el traqueteo de las ruedas sobre las vías, mirando por la ventanilla cómo pasaba el mundo nocturno y con alegrarse por volver a formar parte de él, sin detenerse a pensar siquiera una sola vez cuánto iba a durar.

Cuando el tren aminoró la marcha para pasar debajo de un viaducto, entre Alnwick y Morpeth, Scanlon se irguió en el asiento, cerró los ojos y se concentró, alarmado. Alguien intentaba ponerse en contacto con él. Pero los pensamientos eran claros, límpidos y enteramente humanos, no había en ellos ninguna niebla mental vampírica. Era Millicent Cleary, que estaba en la Central de Londres, desde donde coordinaba y dirigía la representación, conjuntamente con el ministro responsable y el oficial de servicio.

Fue breve:

¿Gareth? ¿Tienes novedades?

Scanlon bajó la pantalla de estática y pasó un breve informe de la situación, que concluyó:

Está en un coche cama, va a Londres.

Tal vez no, le contestó. Depende de cómo se desarrollen las cosas, pero el ministro dice que es posible que pronto podamos echarles el lazo a los tres.

¿Cómo? La preocupación de Scanlon era evidente, así como su horror, porque de un momento a otro le ordenarían a él y a su colega que mataran a un hombre del que habían sido compañeros.

Cleary captó su pensamiento.

Un ex compañero, de acuerdo, pero ahora es un vampiro. Al cabo de una pausa, le dijo: El ministro quiere saber si hay problemas.

No había ningún problema, aunque sí un detalle que debía tenerse en cuenta.

Estamos en un tren, no lo olvides. ¡No podemos quemarlo aquí!

El tren parará en Darlington, donde ya tenemos agentes. De manera que estad atentos al aviso. Quizá tengáis que bajaros del tren allí y llevaros a Trevor…, digo a Jordan. Es todo por ahora. Estaremos en contacto.

Scanlon pasó el mensaje a su compañero, el localizador Alan Kellway, uno de los recientemente reclutados por la Sección.

—No conozco muy bien a Jordan —respondió Kellway—, de manera que por ahí no tengo problemas. Lo único que sé es que estaba muerto y ahora está vivo, si es que a eso puede llamársele estar vivo, y que eso no es natural. De manera que lo único que vamos a hacer es restablecer el orden natural de las cosas.

—Yo sí lo conocí —dijo Scanlon, y se encogió en el asiento—. Fue amigo mío. ¡Será un asesinato!

—Una muerte pírrica, es verdad —comentó Kellway—. ¿Pero lo es de verdad? No olvides una cosa, que Harry Keogh, Jordan y los de su calaña podrían acabar con el mundo entero.

—Sí —asintió Scanlon—. Es lo que no ceso de repetirme. Es algo que no debo olvidar.

En el continuo de Möbius, el increíble cuchillo de Johnny Found actuaba como una piedra imán: señalaba en dirección a su dueño. En realidad, el don localizador de Harry apuntaba hacia el cuchillo y él se limitaba a seguir hacia donde lo conducía.

Penny se aferraba a él con los ojos cerrados; los había abierto en una ocasión y le había bastado. La oscuridad del continuo de Möbius parecía sólida. Ello se debía a la ausencia completa de lo material, a la ausencia del tiempo. Donde no existe NADA, hasta los pensamientos pesan.

Es una especie de magia, susurró la muchacha para sí.

No, contestó el necroscopio, pero no te puedo culpar por pensarlo. Al fin y al cabo, Pitágoras también creyó lo mismo. En ese momento, su pericia en el uso del continuo de Möbius le permitió advertir el cese del movimiento y supo que había encontrado a Found.

Formó una puerta de Möbius, se asomó a ella y vio una hilera de arbustos dispuesta paralelamente a una carretera que se perdía en la distancia, recta como una vara. Los vehículos pasaban veloces por su superficie, del color del metal; sus luces iluminaban los arbustos formando en ellos un caleidoscopio de tonos amarillos, verdes y negros Mientras Harry observaba, el camión de Frigis Express pasó a toda velocidad.

Gracias a un breve salto de Möbius recorrieron más de un kilómetro de carretera y salieron en un puente de conexión del múltiple sistema de carriles de la Al. Un minuto después, Harry dijo:

—Ahí viene.

Espiaron por las aberturas del puente de conexión y vieron que el camión de Frigis Express pasaba debajo de ellos como un rayo para continuar viaje por la autopista.

Cuando sus luces se desvanecían y se fundían con las de los otros vehículos, Penny le preguntó:

—¿Y ahora qué hacemos?

Harry se encogió de hombros, comprobó dónde estaban y le contestó:

—Boroughbridge está como a tres kilómetros más al sur. Puede que Johnny se detenga ahí, no lo sé. En cualquier caso, no tengo intención de vigilar su avance kilómetro a kilómetro; pero sé que en algún punto del recorrido se detendrá, posiblemente en un restaurante de los que están abiertos toda la noche. Es su modus operandi, ¿no? Estamos en su territorio, en el coto de caza donde busca a sus víctimas: mujeres solas en plena noche. Aunque no hace falta que te lo cuente a ti, ¿verdad?

—No, no hace falta que me lo cuentes —respondió Penny, y se estremeció.

Echaron una mirada a su alrededor. A un lado de la autopista había una estación de servicio; al otro, un restaurante.

—Me alegra saber que puedo encontrar a Johnny cuando quiera —dijo Harry—. Hagamos una pausa para tomarnos un café, ¿de acuerdo? Así te explicaré cómo quiero actuar.

La muchacha asintió, incluso logró sonreír tímidamente.

Recorrieron el puente de conexión hasta llegar a las escaleras que conducían a la cafetería. Había gente que subía las escaleras y se dirigía a la estación de servicio y al aparcamiento que había allí. Antes de que llegaran al final del puente, Penny aferró a Harry del brazo y siseó:

—¡Tus ojos!

Harry se puso las gafas y la cogió de la mano.

—Guíame —le pidió—. Como si estuviera ciego.

No fue mala idea. A partir de ese momento, en la cafetería, donde comía un puñado de viajeros, la gente se limitó a mirarlos de reojo y a apartar la vista rápidamente.

Tiene gracia, pensó Harry, pero a la gente no le gusta demasiado mirar a alguien que está enfermo. Y si lo hacen, es siempre de reojo. ¡Ja! ¡Se caerían redondos si se enteraran de la naturaleza de mi enfermedad!

Pero no se cayeron redondos. Al menos no todos…

En la orilla del río, a poca distancia de Bonnyrig, Ben Trask y Geoffrey Paxton montaban guardia entre las sombras, ocultándose de la luz de la luna y las estrellas, atentos al gorgoteo de las aguas que bajaban negras y arremolinadas. También estaban atentos a otras cosas, pero no oían nada. Y vigilaban.

Vigilaban la vieja casa que había al otro lado del río, la casa del necroscopio, con todas las luces encendidas, vigilaban por si notaban algún movimiento tras las puertas abiertas del patio de abajo, por si veían alguna sombra que se proyectara sobre las cortinas en las ventanas de arriba, por si captaban alguna señal de vida… o de ausencia de ella, por si captaban la presencia de algún muerto viviente. Mientras vigilaban, acariciaban sus armas: Trask llevaba una ametralladora con un cargador de treinta balas de 9 mm dispuesto en su alojamiento azul acerado, y Paxton una ballesta de metal con una flecha de madera dura, tensada a una presión que hubiera bastado para traspasar a un hombre como traspasa un clavo un trozo de madera terciada.

A poco más de un kilómetro de allí, en la carretera de Bonnyrig, otros dos agentes de la Sección PES esperaban en el interior de un coche. Poseían pequeños poderes propios, pero no eran telépatas; ninguno de ellos tenía la experiencia de Ben Trask ni el «celo» de Paxton. Pero si era necesario, serían capaces de hacer lo que debía hacerse. Su coche estaba equipado con una radio, sintonizada con la Central de Londres. Por el momento, su misión consistía en pasar mensajes y actuar como grupo de apoyo de los otros dos agentes. Si Trask o Paxton los llamaban, podían recogerlos en poco más de un minuto. Ese detalle daba una cierta sensación de seguridad a los dos hombres apostados en la orilla del río; a Paxton algo menos que a Trask, porque él ya había estado allí.

—¿Y bien? —susurró Trask, cogiendo al telépata por el brazo—. ¿Está o no está en su casa?

Paxton se encontraba muy cerca del lugar donde Harry Keogh lo había lanzado al agua y se sentía muy nervioso. El necroscopio le había advertido que la próxima vez…, que más le valía que no hubiese una próxima vez. Y ya había llegado; Trask apretó más el brazo de Paxton y éste contestó:

—No lo sé. Pero la casa está contaminada. ¿No lo notas?

—Claro que sí —asintió Trask en la oscuridad—. Con sólo mirarla ya me doy cuenta de que hay algo que no funciona. ¿Qué me dices de la muchacha?

—Hace una hora estaba allí, estoy seguro —respondió el otro—. Tenía los pensamientos envueltos en una especie de bruma, sin duda niebla mental, pero hasta cierto punto eran legibles. Está esclavizada a él, no hay duda de ello. Supuse que Keogh también estaría en casa, por un momento tuve la certeza de que era así, pero ahora… —Se encogió de hombros y prosiguió—: Esto de leerle el pensamiento a un vampiro es algo muy complicado. Ver sin ser visto y oír sin ser oído.

Antes de que Trask pudiera contestar nada o hacer más comentarios, la lucecita roja del walkie-talkie que llevaba comenzó a parpadear. Sacó la antena y pulsó el botón de recepción de llamadas. Recibió la acostumbrada descarga de sonidos estáticos y después le llegó la voz metálica y débil de Guy Teale que le decía:

—Aquí el coche. ¿Qué tal me oyes?

—Bien —respondió Trask en voz baja—. ¿Qué pasa?

—Recibimos una llamada de la Central —contestó Teale—. Debemos colocarnos ahora mismo en posición ofensiva, luego hemos de mantener silencio tanto por radio como por PES y esperar la orden.

—Lo de disponernos al ataque no tiene problema —dijo Trask con el entrecejo fruncido—. ¿Pero cómo vamos a atacar si nuestro objetivo no está aquí? ¿Quieres preguntárselo a los de la Central?

Teale contestó de inmediato:

—La Central dice que si cuando den la orden en la casa no hay nadie, nos quedemos donde estamos, permanezcamos alertas y esperemos a ver qué ocurre.

Trask frunció más el entrecejo e insistió:

—Pídeles que te lo repitan, ¿quieres? Y que te aclaren los puntos en blanco.

—Ya lo he hecho —respondió Teale, y su suspiro les llegó nítidamente—. Antes de llamarte. Por lo que la central sabe, Keogh lleva con él a la chica Sanderson y los dos están tras la pista del asesino reincidente. Nosotros también tenemos a los nuestros tras Keogh y Found, dentro de ciertos límites, claro, y también tenemos vigilado a Trevor Jordan, que viaja en coche cama en el tren que va a Londres. Dejaremos que Keogh o la policía, o los dos, se encarguen de Found, después nos ocuparemos del necroscopio, de la chica y de Jordan simultáneamente, dondequiera que se encuentren cuando llegue ese momento.

—De manera que si los nuestros no cogen a Harry y vuelve aquí, nos encontrará esperándolo, ¿no es así?

—Así es como yo lo veo —respondió Teale.

—De acuerdo, cerrad bien el coche y venid hacia aquí andando. Nos encontraremos en el viejo puente, antes de cruzar…, dentro de diez minutos. Después nos reorganizaremos, nos separaremos en parejas y elegiremos puntos desde donde vigilar tanto el frente como la parte posterior de la casa. Es todo por ahora. Nos vemos.

Pulsó el botón.

Sin dejar de explorar, nervioso, la oscuridad que lo rodeaba bajo los árboles, Paxton preguntó:

—¿Crees que Teale y Robinson trabajarán bien juntos? Estoy seguro de que nosotros nos avenimos bien, pero ellos no me dan la impresión de ser muy espabilados.

—Es posible que tengas razón. —Trask lo miró fijamente en la oscuridad y le disgustó cuanto veía y sentía; sobre todo porque de vez en cuando percibía cómo Paxton tironeaba con su don telepático del manto que le cubría la mente, tratando de quitárselo—. Así que yo iré con Teale y tú con Robinson.

Paxton se volvió más hacia él y bajo la luz fluctuante de la luna sus ojos adquirieron una mirada cruel.

—¿No quieres que trabajemos juntos? —le preguntó.

—Paxton, voy a decírtelo con toda claridad. El único motivo por el que quise trabajar contigo aquí fue para vigilarte. Me parece que te lo tienes muy creído y que se te nota a una legua. No, no quiero que trabajemos juntos. ¡Y la verdad es que preferiría trabajar con una mierda!

Paxton hizo una mueca y comenzó a alejarse en dirección a la carretera. Pero Trask lo agarró del brazo y lo obligó a darse la vuelta.

—Ah, una cosa más, don telépata superdotado. Estoy hasta la coronilla de que intentes leerme el pensamiento. Cuando esté un poco más arriba de la coronilla, serás el primero en enterarte. Porque entonces, Harry Keogh no será el único que te habrá tirado al río.

Paxton tuvo la picardía de callarse la boca. Regresaron a la carretera sin decir palabra, se dirigieron hacia el viejo puente de piedra que cruzaba el río y esperaron a que Teale y Robinson se reunieran con ellos.

Hacía media hora que Harry y Penny se habían bebido su primer café. Pidieron el segundo y se les estaba enfriando en las tazas. Penny había pedido una tarta de crema, pero sólo había probado un bocado. No tenía muy claro si su inapetencia se debía a la calidad de la tarta o a su humor, pero como nada le sabía bien, pensó que la causa sería su humor. De vez en cuando el necroscopio metía la mano en el bolsillo, sacaba la horrible arma de tubo de acero de Johnny y la sopesaba en la palma de la mano. Penny lo notaba cada vez que lo hacía, se percataba de que estaba tocando el instrumento que la había conducido a la muerte y entonces se estremecía.

Cuando Harry metió la mano en el bolsillo una vez más, ella le preguntó por sorpresa:

—¿Y si no para? ¿Si sigue viaje directo a Londres?

Harry se encogió de hombros y respondió:

—Si tenemos la impresión de que eso es lo que va a hacer, dejaré que llegue hasta…, hasta… —Dejó de tocar el horrible cuchillo y cerró brevemente los ojos tras las gafas oscuras. Cuando volvió a abrirlos, su voz sonó fría y afilada—. Eso no ocurrirá. ¡Acaba de parar en este momento!

—¿Sabes dónde? —le preguntó, aferrándole la mano.

—No. La única manera de averiguarlo es ir hasta allí y comprobarlo.

—¡Dios mío! —exclamó con un hilo de voz—. ¡Voy a ver al hombre que me asesinó!

—Y lo que es más importante, él te verá a ti. Y empezará a hacerte preguntas. Si lee los periódicos, sabrá que Penny, una de las chicas que mató, tenía un doble que por alguna rara coincidencia también se llamaba Penny. Le costará más trabajo creer que se ha encontrado con ella. Al fin y al cabo, hay coincidencias y coincidencias. Si tiene cerebro, le resultará tremendamente sospechoso. Y se preocupará. Eso es precisamente lo que quiero que haga, que se preocupe. Creo que Johnny se merece pasarlo mal antes de que le ajustemos las cuentas definitivamente.

—¿Qué le ajustemos las cuentas? —repitió Penny—. Parece…, parece como si me estuvieras utilizando, Harry.

—Supongo que te estoy utilizando —contestó, y dejó que ella lo condujera fuera de la cafetería—. Aunque no con la misma violencia que lo hizo él. Y no me digas que no es justo. La justicia es como la belleza, está en los ojos de quien mira. Además, sólo te pido que estés allí, no te pido que hagas nada del otro mundo. Hay otra persona que desempeñará un papel mucho más importante.

—Puede que tengas razón —dijo la chica y él la envolvió en sus brazos, invocó una puerta y la ayudó a cruzarla para entrar en el continuo de Möbius. Me refiero a lo que es justo y lo que es hermoso. No creo que hubiera nada hermoso en Johnny.

No, contestó Harry, sombríamente, ni justo, tampoco. Pero yo sí soy justo. Yo sólo tomo ojo por ojo…