Cazadores y cazados
Al principio, Harry Keogh, necroscopio y pretendido vengador, supuso que no le resultaría demasiado difícil perseguir y atrapar a su presa: un joven camionero que trabajaba para Frigis Express, que además era nigromante, maníaco sexual y enloquecido asesino reincidente de (hasta la fecha) seis jóvenes mujeres. Pero no tardó en caer en la cuenta de que no iba a resultarle tan sencillo como había creído. Frigis contaba con media docena de sucursales por todo el país, que a su vez tenían un número igual de almacenes y centros de congelación y más de doscientos camiones, de los cuales, la mitad se encontraba de viaje durante casi todas las horas del día o de la noche. Por lo tanto, la empresa debía de tener contratados a unos cuantos conductores que encajaran en la vaga descripción con la que Harry contaba (vaga, sí, porque sospechaba que la criatura lujuriosa que le habían mostrado era más producto de una imaginación aterrada que un hombre de carne y hueso). Además, era probable que Frigis contratara personal eventual, y era también posible que el hombre que buscaba Harry hubiera sido contratado en esos términos, pero en alguna parte debería existir al menos una lista del personal fijo. Harry esperaba encontrar esa lista y que el John o «Johnny» que buscaba estuviera en ella.
El tercer miércoles de mayo, a las tres y media de la madrugada, visitó la oficina central de Frigis en Londres para echar un vistazo a los libros de la compañía. Se desplazó mediante el continuo de Möbius, hizo varias paradas en diversas salidas conocidas antes de aparecer en el portal de una tienda de la calle Oxford. A esa hora, el aire, normalmente contaminado, estaba casi limpio de los gases de los escapes de los coches, era incluso vigorizante, y la iluminación pública le daba a la calle un aire irreal. Las hojas grandes de un periódico que alguien había tirado se agitaban letárgicamente cual pájaros lentos transportadas a lo largo de las aceras por las ráfagas de aire.
Las oficinas que Harry buscaba se encontraban justo en frente; el edificio estaba a oscuras; esperaba que no hubiese ningún vigilante que le complicara las cosas. No lo había.
Entró en el edificio valiéndose del continuo de Möbius y dejó que sus crecientes instintos vampíricos lo guiaran hasta la planta correcta y hasta la oficina del archivo. Para el necroscopio, las puertas cerradas con llave no representaban problema alguno, pues utilizaba los números para invocar puertas propias que surgían de la nada. En dos ocasiones, impulsado por la costumbre, estuvo a punto de encender las luces, pero se dio cuenta de que ya no las necesitaba; y en una ocasión, se encontró ante un espejo largo que lo asombró y lo fascinó al mismo tiempo con la imagen de un hombre de rostro enjuto y ojos luminosos teñidos de rojo. Sabía ya que el cambio se había iniciado en él, pero sólo entonces cayó en la cuenta de la velocidad a la que se verificaba ese cambio. Sintió una serie de emociones encontradas y de extraños anhelos provocadas por la noche y el misterio, el merodear por lugares desconocidos, como si estuviera buscando una presa. Eso era precisamente lo que hacía. Pero hay presas y presas…
La oficina del archivo estaba sucia y desordenada y olía a café fuerte y a humo rancio de cigarrillos. Se encontró con un sistema antiguo de archivos y con que estaban todos abiertos para que los inspeccionara. Dio enseguida con una lista de los gerentes de sucursales y almacenes, pero ninguna información sobre el personal subalterno. Lo que sí encontró fue una lista con las direcciones y números de teléfono de todas las sucursales de Frigis Express y se la guardó en el bolsillo. Con eso ahorraría algo de tiempo. Pero eso fue todo y distaba mucho de satisfacerlo.
Malhumorado, Harry se puso a pensar sobre cuál sería su siguiente paso: quizá comenzar por el principio de la lista de sucursales e ir bajando. De pronto se dio cuenta de que se preguntaba si Trevor Jordan no estaría ya despierto. Le vendría bien una taza de café, un poco de compañía y una conversación amigable, alguien con quien estar, si bien por poco tiempo, aunque sólo fuera para deshacerse de esa extraña sensación que lo invadía.
No era probable que Jordan estuviese despierto, pero por si acaso Harry le envió un mensaje telepático y lo encontró rápidamente.
¿Harry? La voz inconfundible de Jordan vibró en la mente de Harry con la misma claridad que si le hubiera susurrado al oído. ¿Eres tú?
Según Harry, la telepatía se parecía al necrolenguaje; sin embargo, era algo muy diferente. Había utilizado algo parecido en una ocasión anterior —una especie de necrolenguaje invertido—, pero de eso hacía ya unos cuantos años, en su época incorpórea, y también había sido muy distinto. Por lo tanto, la telepatía le resultaba algo nuevo. Aun así, le daba la impresión de que era más…, ¿más natural? Bien, suponía que era más natural. Comparado con lo otro, cualquier cosa era más natural. Pero la telepatía era algo así como una conversación telefónica, incluso existía el siseo y el crepitar de la «estática» psíquica; mientras que el necrolenguaje era como el silbido fantasmal del viento en un cañón desierto y yermo iluminado por la luz de la luna llena. En pocas palabras, era la diferencia que existía entre hablar de mente a mente con personas vivas y mantener una conversación metafísica con los muertos.
Jordan se mostraba cauto, inseguro de la identidad de Harry e incluso renuente a revelar la propia. El necroscopio no tenía idea del motivo. Frunció el entrecejo y preguntó:
¿Quién iba a ser si no, Trevor?
Al oír su voz, Jordan lo reconoció de inmediato. Pero el suspiro de su mente (¿de alivio, quizá?) previno a Harry de que algo no funcionaba. Igual que lo que dijo a continuación:
Harry, ¿conoces mi vieja casa de Barnet? Estoy ahí. Pero no sé por cuánto tiempo. Me gustaría salir de aquí. No quiero explicártelo ahora —puede incluso que no fuera seguro—, ¿crees que podrías venir? ¿Ahora mismo, por ejemplo?
¿Qué problema hay? Harry tenía todos los sentidos alerta y percibía la incertidumbre de Jordan.
No lo sé, Harry. Vine a Londres para ver si podía averiguar algo para ti, pero me he sentido bloqueado casi desde el principio. Vine para vigilar a los de la Sección PES, ¡pero, diablos…, no pensé que habría alguien vigilándome a mí!
¿En estos momentos?
Sí, en estos momentos.
Voy para allá, dijo Harry.
El aire registró una pequeña implosión en el espacio vacío por donde Harry cruzó una puerta de Möbius; la corriente agitó los papeles de un archivo que había dejado abierto. Pero antes de que dejaran de agitarse los papeles Harry ya había rastreado los pensamientos de Jordan hasta llegar a Barnet.
Emergió en silencio ante la habitación del telépata resucitado; el mirador de la habitación, que estaba en el primer piso, daba a un callejón adoquinado sin salida, cerrado por el muro de un parque, donde se veía la silueta móvil de los árboles. El cuarto estaba en penumbras y Jordan se encontraba asomado a la ventana del mirador; a través de una abertura en las cortinas espiaba la calle, que brillaba con el apagado fulgor amarillo de la luz de una farola. Harry buscó el interruptor de la pared y encendió la luz; Jordan siseó, se encogió, giró y quedó frente a él. Empuñaba un revólver.
—Tranquilo —le dijo el necroscopio—. Soy yo.
Jordan inspiró profundamente y se dejó caer en una silla. Hizo un ademán para indicarle a Harry que se sentara.
—Es que tienes una forma de llegar y de irte…
—Me has invitado —le recordó Harry.
—¡Aquí me tienes, hecho un manojo de nervios, vigilando la calle, y de pronto la luz se enciende así como así!
—No lo hice expresamente; en fin, sí —replicó Harry—. Si hubiera hablado, te habrías girado y me habrías visto. Y no sé qué te habría sorprendido más, si la luz que se enciende de repente o ver mis ojos en la oscuridad.
—¿Tus ojos?
Harry hizo una mueca y asintió.
—Son más rojos que el fuego, Trevor. Y ahora ya nada puede detener el proceso. Lo que llevo dentro es fuerte.
—Pero ¿todavía te queda un poco de tiempo?
—No sé cuánto —respondió Harry, y se encogió de hombros—. El suficiente como para hacer una última cosa, espero, y después me marcharé. —Finalmente tomó asiento—. ¿Te importaría guardar el revólver y contarme qué piensas?
Jordan miró el revólver que empuñaba como si se hubiera olvidado de que lo tenía en la mano. Lanzó un bufido y lo guardó en la cartuchera.
—Estoy con el alma en un hilo, me siento como un ratón vigilado por un gato.
—¿Te vigilan? —Harry no sabía hacia dónde dirigir sus pensamientos para comprobarlo. Había sido diferente buscar a Jordan, porque sabía lo que buscaba; igual le había pasado con Paxton. Pero buscar a alguien a quien no estaba acostumbrado…, alguien desconocido…, era un ejercicio que todavía no dominaba—. ¿Estás seguro?
Jordan se puso en pie, apagó la luz, volvió a acercarse a las cortinas y respondió:
—Nunca he estado más seguro. Él o ellos están ahí fuera en este mismo momento, no muy lejos, y me están sondeando. Y si no me están sondeando, me están oscureciendo. Me bloquean. No logro percibir qué hay tras ellos. No dejo de pensar que se trata de la Sección PES, ¿pero cómo diablos se habrán enterado de que he vuelto? ¿De que estoy vivo? —Se apartó de las cortinas, miró hacia el interior de la habitación y al ver el rostro extraño de Harry dijo—: Ya comprendo a qué te refieres.
Harry, que era una silueta alta y oscura, cuyos ojos le daban a su cara el aspecto de una máscara infernal, asintió. Pero tenía otras cosas por las que preocuparse aparte del fulgor sangriento de sus ojos.
—¿Qué se siente cuando alguien te vigila y te bloquea la mente?
—Me sentía vigilado con Paxton; pero el bloqueo es una interferencia mental. Como una pantalla de estática.
—No caí en la cuenta de que Paxton me vigilaba hasta que tú me lo confirmaste, porque, hasta ese momento, era una idea vaga. Como una comezón. En cuanto a la interferencia mental…
—Está bien —lo interrumpió Jordan—. Te daré un ejemplo. Intenta dirigir tus pensamientos a mí.
Harry lo hizo y se encontró con un muro de zumbidos e interferencias. De no haber sabido que era Jordan, no se hubiera enterado de lo que ocurría.
—Si te encuentras con algo así, sabrás que hay alguien que interfiere con tu mente —le explicó—. Deliberadamente. Lo sé porque tengo práctica. Cuando los PES rusos cubrían el château Bronnitsy, era así todo el tiempo. Tratábamos de superar la barrera y, cuando lo lográbamos, ahí estaban ellos intentando conectar con nuestras mentes. —Lanzó otra mirada penetrante a Harry—. Por cierto, se ha de hacer todo el tiempo, Harry, salvo cuando quieres leerle el pensamiento a alguien o cuando quieres que te lean el tuyo. Pero contigo es diferente, en ti es algo permanente que se vuelve cada vez más fuerte. No es estática, sino otra cosa, y te sale de forma natural. Tan natural que ni siquiera te habías dado cuenta, ¿verdad? Quizás el término «natural» no sea el adecuado. Lo tuyo es…, bueno, en la Sección PES lo llamábamos niebla mental.
—He pensado en ello —comentó el necroscopio—. Porque es una forma segura de delatarte. A estas alturas los PES de Darcy ya deben saber lo que soy. ¡Y si no, debería despedirlos a todos! Parece ser que el poder que Wellesley me dio resultará redundante… o tal vez no. —Después de reflexionar un instante, añadió—: No, sin duda no. Lo de Wellesley es como una manta que lo cubre todo, no hace que mi mente sea ilegible, sino que la deja completamente en blanco. La característica vampírica es sólo una niebla mental, como tú has dicho. Pero ¿cómo es posible que Paxton no descubriera antes lo que me estaba pasando? ¿Cómo lograría comunicarse conmigo?
—Es que entonces era muy incipiente —le contestó Jordan—. Tu vampiro no había alcanzado un desarrollo pleno. Y todavía no lo ha alcanzado, pero digamos que ha llegado a un nivel que me ha impedido llegar a ti. Hace dos días que trato de comunicarme contigo, lo he intentado al menos en seis ocasiones, pero sólo lo logré cuando tú quisiste. Ah, y hay algo más. Has mencionado a Darcy Clarke, ¿no? Bueno…
Se interrumpió de repente y levantó una mano a manera de advertencia.
—¡Espera! —Al cabo de un instante añadió—: ¿Has notado eso?
Harry sacudió la cabeza.
—Una sonda —dijo Jordan—. Alguien intenta meterse en mi cabeza. En cuanto me relajo, ahí están…
Harry se acercó a Jordan y a las amplias ventanas curvadas, pero se mantuvo entre las sombras.
—Me comentaste que tenías pensado salir de aquí. ¿Qué quisiste decir?
—Sólo que no sé qué piensan ellos —repuso el otro—. Sé que los de ahí fuera tienen que ser de la Sección PES, pero no sé qué quieren ni qué traman. ¿Saben que soy yo? Parece poco probable que estén enterados de que he regresado de entre los muertos. Aunque, por otra parte, y desde el punto de vista de ellos, ¿quién más podría ser si soy un telépata que usa el apartamento de Trevor Jordan? Y esta vigilancia a la que me tienen sometido me recuerda aquella vez en que tú controlaste a Yulian Bodescu. Quiero decir, ¿quién diablos creerán que soy, Harry?
—Empiezo a entender —dijo Harry, inclinando la cabeza muy despacio. Asió a Jordan por el codo y agregó—: Tienes razón, es exactamente como aquella vez que vigilaban a Yulian Bodescu. ¡Lo cual significa que la cuestión no radica tanto en quién creen que eres sino en qué creen que eres!
—¿Quieres decir que creen que soy…? —preguntó Jordan, estupefacto.
—Es probable. Has vuelto de entre los muertos, ¿no?
—Pero no tengo ninguna niebla mental.
—Yo tampoco la tuve hasta hace poco.
Jordan volvió a quedarse estupefacto.
—¡Esperan a ver cómo evolucionan los acontecimientos para actuar! Eso lo explica todo. ¡Y sin duda explica por qué estoy cagado de miedo! Percibo algunas de sus sospechas, de sus intenciones. Siento que los cazadores me siguen la pista de cerca. Harry, creen…, ¡sospechan que soy un vampiro!
El necroscopio intentó calmarlo.
—Pero no lo eres y es fácil probarlo. Además, Darcy Clarke está al frente de la Sección PES… Ah, por cierto, ¿qué ibas a decirme de Darcy?
Jordan se apartó de la ventana. Después de echarle otra mirada al rostro de Harry se convenció de que lo mejor era encender la luz. Accionó el interruptor de la pared y luego se dejó caer en una silla.
—Darcy está en su casa y se siente muy desdichado por algo. Recuerda que se suponía que debía vigilarlo. Porque es el jefe y sabría por dónde van los tiros. Pero ahora parece que lo han apartado del cargo. Si bien no es telépata, hay alguien que le ha puesto un buen escudo a su alrededor y resulta muy difícil sacarle nada.
Todo aquello resultaba siniestro.
—Tal vez deberíamos ir a verlo —sugirió Harry—. Enfrentarnos a él y preguntarle cara a cara qué es lo que pasa. Estoy seguro de que ya lo sé: la Sección espera que yo dé un paso en falso, pero si se lo oímos decir a Darcy, lo sabremos sin lugar a dudas.
—Sería una forma de salir de aquí —admitió Jordan, y se encogió de hombros—. ¡Creo que si no salgo pronto me volveré loco! ¡Coño, no me gusta que me vigilen y encima no saber qué piensan!
—De acuerdo —dijo Harry—. ¿Y después? ¿Volverás aquí?, ¿qué harás? Porque la verdad es que me vendría bien que alguien me echara una mano en el tema de los asesinatos en serie. Podemos utilizar mi casa de Bonnyrig como base de operaciones. Al menos por el momento. De ese modo podremos turnarnos para vigilar a los vigilantes. Y cuando acabe con la tarea que me he fijado, antes de irme, quiero decir, antes de abandonarlo todo, encontraremos el modo de aclarar las cosas con la Sección PES y dejar limpia tu hoja de servicios.
—Por mí, de acuerdo —dijo Jordan, y suspiró aliviado—. Tú manda, que yo obedeceré.
—Pues digo que vayamos a ver a Darcy. Es soltero, ¿no? Como la mayoría de los PES. Sé que vivía en Hoddesdon, ¿sabes si aún vive allí? ¿Estará solo o habrá alguna mujer? Darcy no es de los que se asustan fácilmente, pero no quisiera amedrentar a ninguna mujer.
—Que yo sepa no hay ninguna mujer —respondió Jordan, sacudiendo la cabeza—. Darcy lleva mucho tiempo casado con este trabajo. Pero ya no vive en Hoddesdon. Tiene una casa en Crouch End, a poco más de dos kilómetros de aquí. Un bonito lugar con jardín en Haslemere Road. Apenas lleva allí un par de semanas. Se mudó cuando regresó de Grecia.
—No conozco la zona, pero puedes enseñármela. ¿Quieres llevarte algo?
—La maleta, ya la tengo preparada.
—Entonces, ya podemos irnos.
—¿A las cuatro y veinte de la madrugada? Si tú lo dices. Pero no tengo coche, así que tendremos que andar o llamar un… —Jordan advirtió su error en cuanto vio la débil sonrisa de Harry.
—No hace falta que llames ningún taxi —le informó el necroscopio—. Tengo mi propio medio de transporte…
Darcy Clarke seguía levantado y paseaba por la habitación como había estado haciendo toda la noche. No era su talento lo que lo importunaba —él no estaba en peligro—, le preocupaba la Sección y el trabajo que sospechaba que tenían entre manos en ese mismo momento. Le preocupaba eso y Harry Keogh. Aunque en realidad eran una misma cosa.
Harry guió a Jordan para que cruzara una salida de Möbius y regresara al mundo real y, tras una fachada de arbustos y árboles, surgieron las luces brillantes de la planta baja de la casa de Clarke.
—Ya puedes abrir los ojos —dijo a Jordan; éste se tambaleó al volver a estar bajo los efectos de la gravedad, momentáneamente suspendida.
Era la misma sensación que se tiene cuando un ascensor baja a la planta que uno desea y se detiene allí, con la diferencia de que ese ascensor carecía de paredes, suelo y techo y se «caía» en todas las direcciones al mismo tiempo. Razón por la cual Harry le había pedido a Jordan que cerrase los ojos.
—¡Dios mío! —susurró Jordan, tambaleándose ligeramente cuando miró a su alrededor y vio la calle.
Y Harry pensó:
¿Dios? ¿El continuo de Möbius? Bueno, podrías tener razón. ¡Al menos eso mismo cree August Ferdinand! Incorporó al telépata y le dijo:
—Ya lo sé, es una sensación extraña, ¿verdad?
Jordan miró a Harry, admirado. Se refería a lo ultramundano, a lo increíble, como si fuera sólo extraño. Finalmente, recuperó sus facultades y dijo:
—Qué puntería, Harry. La casa de Darcy está justo ahí.
Entraron por la cancela del jardín y recorrieron un sendero bordeado de arbustos. El globo blanco y brillante de una farola, colgada como una pequeña luna ante la puerta principal, aparecía envuelto en una nube de mariposas nocturnas. Harry le indicó a Jordan que esperara a un lado, se puso las gafas oscuras y pulsó el timbre; al cabo de nada se oyó en el interior ruido de pasos.
La puerta tenía una mirilla; Clarke la utilizó y vio a Harry en el umbral de la puerta mirándolo a los ojos. Su don particular no le envió señal alguna de peligro cuando abrió la puerta, y eso ya era bastante.
—¡Harry! ¡Pasa, hombre, pasa!
—Darcy —dijo Harry, cogiéndolo del brazo—, escúchame, y tómatelo con calma…, he venido con alguien.
—¿Con alguien…? —comenzó a decir Darcy cuando Jordan se dejó ver—. ¿Trevor…? —Se llevó un susto tremendo y dio un paso atrás.
Harry lo siguió y le dijo:
—¡Tranquilo, no pasa nada!
—¡Trevor! —balbuceó Clarke; de pronto, los ojos destacaron saltones en su rostro pálido—. ¡Trevor Jordan! ¡Dios mío! ¡Dios mío de mi alma!
Harry deseó que no se utilizaran los nombres sagrados con tanta asiduidad, aunque en esa ocasión entendía que su uso estaba más que justificado.
Trevor Jordan pasó delante de Harry y tomó el otro brazo de Clarke; Clarke se liberó de los dos y se apartó de ellos. Pero una vez más se trató de una reacción normal, no ligada a su don.
—Darcy, soy yo —le dijo Jordan—. Y estoy bien.
—¿Bien? —Clarke abrió la boca y la cerró al instante, por lo cual la palabra salió como un graznido—. ¿De veras eres tú? Sí, veo que sí. Pero sé que estás muerto. Estuve contigo en ese hospital de Rodas, cuando te disparaste una bala en la cabeza.
—¿Podemos entrar, sentarnos y hablar? —preguntó Harry.
—¿Hablar? —Clarke miraba a los dos como si estuvieran locos o como si el demente fuera él. Luego asintió—. Sí, ¿por qué no? ¡Tal vez dentro me despierte!
Una vez en el salón, Clarke les indicó unas sillas, les sirvió unas copas como un robot, se disculpó por el desorden y les dijo que todavía no había terminado de instalarse. Después, se sentó con sumo cuidado, se bebió el whisky de un solo trago, se incorporó de un salto y les pidió:
—¡Hablad de una vez, coño! ¡Convencedme de que no he perdido el juicio!
Harry lo calmó y le explicó todo —o casi todo— rápidamente, pero sin entrar en mayores detalles. Cuando hubo terminado, le comentó:
—Por eso hemos venido a verte, para averiguar qué pasa, y qué os proponéis la Sección PES y tú. En realidad, estoy casi seguro de que ya lo sé. De manera que cuento contigo para que los mantengas a raya hasta que haya terminado con lo que prometí hacer.
Clarke cerró por fin la boca y se volvió para mirar fijamente a Jordan. Era Jordan, no cabía duda —tenía el mismo aspecto que Clarke le había conocido siempre—, pero lo tomó de la mano, se la apretó y volvió a mirarlo con mayor intensidad para estar completamente seguro. No quedaba duda, aquél era Trevor Jordan. El telépata aguantó el asombrado escrutinio de Clarke sin quejarse, mientras su amigo de tantos años pasaba revista a cada una de las arrugas que recordaba de su cara.
Jordan tenía la cara fresca, ovalada y franca, y aquel pelo ralo y rubio que le caía sobre los ojos grises le daba un aire casi infantil; pero en su rostro aparecían arrugas de preocupación y asombro. La línea de la boca mostraba sus sentimientos: normalmente crispada, solía estrecharse y contraerse si algo andaba mal. En ese momento tenía la boca contraída y estrecha. Clarke lo comprendía. Y pensó:
¡El plácido Trevor! Transparente como un cristal, se puede leer en él como en un libro abierto. Al menos así te has presentado siempre. Como deseoso de que los demás te leyeran la mente con la misma facilidad con que tú leías la de ellos, como si trataras de equilibrar la balanza por tu don metafísico, como si pidieras disculpas por ese don. Trevor Jordan, sensible, pero siempre decidido, jamás conocí a nadie a quien le cayeras mal. Y si había alguien que no te tragaba, tú procurabas evitarlo. Y si de veras eres tú, sabrás exactamente lo que estoy pensando.
Jordan sonrió y le dijo:
—Te has olvidado de lo de guapo, de piernas largas y aspecto atlético. ¿Y a qué viene lo de «infantil»? ¿Quieres decir que soy un niño grande, Darcy?
Clarke se reclinó en su asiento y se pasó la mano temblorosa por la frente afiebrada. No sabía a quién mirar, si a Harry Keogh o a Trevor Jordan. Finalmente dijo:
—Lo único que se me ocurre decirte es… ¡bienvenido, Trevor!
Después de varias copas, le tocó el turno a Darcy. Les contó lo que sabía, que no era mucho y terminó comentando:
—Supongo que Paxton debió de informar que te había enviado los archivos sobre esas muchachas, Harry, eso bastó para que me suspendieran. En cuanto a si te siguen, sabes tan bien como yo la forma de trabajar de la Sección. Tarde o temprano irán a por ti.
—¿Y yo? —preguntó Trevor.
—Tú no —contestó Darcy—, porque mañana a primera hora iré a la ciudad y les informaré de todo. Podría telefonear al Ministro responsable ahora mismo, pero siendo la hora que es, dudo que fuera a darme las gracias. Iré a verlos y hablaré con quien sea en la Sección PES y me aseguraré de que entiendan bien lo que pasa. Tal vez surta efecto y consiga que dejen en paz a Harry, al menos por el momento.
—Espero que me dejen en paz —dijo el necroscopio sin asomo de emoción—. De verdad. —Se quitó las gafas oscuras y le pidió a Darcy que apagara las luces.
Cuando el jefe de la Sección PES, apartado momentáneamente de su cargo, vio el rostro de Harry en la oscuridad, dijo con voz queda:
—¡Yo también lo espero, Harry…, por el bien de todos ellos!
Harry suponía que Darcy hablaba en serio, suponía que era uno de los pocos hombres en el mundo de quien podía fiarse; pero el carácter misterioso del vampiro que el necroscopio llevaba en su interior se imponía al suyo, y al mirar a Darcy Clarke vio en él a un hombre que era medio amigo, medio enemigo suyo. Harry no sabía predecir el futuro, al menos con certeza, y en cualquier caso sabía que las profecías eran un juego peligroso, cargado de paradojas, pero podía adivinar con bastante certeza lo que se avecinaba. Si se veía obligado a permanecer en este mundo más de lo que había planeado, si la tarea que se había impuesto le llevaba más que unos cuantos días, era muy probable que Darcy se viera obligado a unirse al otro equipo.
Darcy era un experto y a medida que la metamorfosis de Harry avanzaba, la Sección necesitaría la ayuda de cuantos expertos estuvieran a su alcance. A la larga, y de un modo u otro, Darcy y él acabarían enfrentados. No tendría alternativa: tarde o temprano, el portador de la plaga debía ser destruido. Era así de simple.
—Darcy —dijo Harry, y volvió a encender las luces—, si algún día llegamos a enfrentarnos, serás el único capaz de detenerme. En cierto modo, te temo. ¿Sabías que ahora soy telépata? Pues sí. ¿Te importaría si le echara un vistazo más de cerca a tu mente?
El don de Darcy no percibió peligro alguno. No podía ser de otro modo, puesto que Harry no quería hacerle daño. Lo que sí pretendía era obtener una especie de póliza de seguro, una póliza que pudiera cancelar más tarde, cuando el peligro hubiera pasado. No implicaría daño alguno para Darcy Clarke, como persona, aunque sí para su don. Porque eso era lo que el necroscopio temía: enfrentarse a Clarke sabiendo que no podría ganar, que el ángel de la guarda lo protegería. Pero si a Clarke le quitaban su don, se volvería inofensivo. Al menos, el tiempo que durara la estancia de Harry en la tierra. Después… se lo devolvería.
—¿Echarle un vistazo a mi mente? —repitió Darcy.
—Con tu permiso —asintió Harry—. Pero sólo si tú estás de acuerdo.
Darcy no percibió nada malo en las palabras del necroscopio y le preguntó:
—¿Pero no puedes leerme el pensamiento como lo hace Trevor?
—Esto es diferente —respondió Harry—. Para esto es preciso que me invites a entrar, como si tu mente fuera una puerta y tú me la abrieras.
—Como quieras —dijo Darcy, y se encogió de hombros; sus miradas se encontraron y, al cabo de un instante, Harry entró en su mente.
A Harry no le resultó difícil encontrar el mecanismo que buscaba, vio de inmediato que se trataba de una anormalidad, de una mutación. Ese don único de Clarke, que durante toda su vida lo había protegido de los peligros externos, no fue capaz de avisar del peligro interno que representaba Harry Keogh. Y aunque hubiera sido capaz, no lo hizo, porque Harry no tenía la intención de hacerle daño.
No existía ningún dispositivo que Harry pudiera trabar, de modo que se limitó a envolver todo el mecanismo en un fragmento de la manta de Wellesley. Tardó en conseguirlo lo que se tarda en decirlo, y salió. Se sintió satisfecho de haber amordazado al ángel de la guarda de Clarke, al menos por el momento.
—¿Ya está? —preguntó Darcy, frunciendo el entrecejo—. ¿Estás convencido ya de que no pretendo hacerte daño?
Absolutamente, se dijo Harry, mientras asentía con la cabeza. Porque si lo intentas, estarás desprotegido, lo que significa que al menos podré protegerme yo.
Entonces oyó otra voz en su mente, la de Jordan, que le decía:
Lo que significa que está desprotegido ante cualquier cosa. ¿No vas a decirle lo que has hecho?
No, respondió Harry. Conoces a Darcy: en un abrir y cerrar de ojos se volvería paranoico por su seguridad. Y ahí radica la paradoja, que a pesar de su extraño don, se cuidaba como si fuera una persona propensa a los accidentes.
Espero que no le pase nada, concluyó el otro.
—¿Y bien? —dijo Darcy, dirigiéndose a Harry.
—Ya sé que no te enfrentarás a mí —contestó el necroscopio—. Y ahora debemos marcharnos.
—Tengo la impresión de que la Sección se enterará de nuestra visita —dijo Jordan—. Si quieres quedar en buenas relaciones con ellos, Darcy, tal vez tengas que telefonear al oficial de servicio para confirmárselo. Dales a entender que no estás enfrentado a nosotros. Y de paso podrías utilizar tus buenos oficios para aclarar mi situación.
Darcy hizo una mueca y comentó:
—La verdad es que mis buenos oficios están en baja forma. Pero lo intentaré. —Miró a Harry y le preguntó—: ¿Adónde os marcháis ahora? ¿O no debería preguntarlo?
—No deberías preguntarlo —repuso Harry—, pero te lo pienso decir. Vamos a buscar a tu asesino reincidente. Es algo así como una obsesión. Es el trabajo que quiero terminar antes de marcharme.
—De ese modo dejarás un expediente limpio, que es como debe estar. Siempre serás la leyenda inmaculada, como el hombre intachable.
Harry no dijo nada. La fama o la infamia lo traían sin cuidado. Lo único que importaba era su obsesión. Más aún, sabía por qué se había convertido en una obsesión. Lo expulsaban de su territorio, lo obligaban a abandonar su propio mundo, por el que había luchado. Todavía no querían echarlo físicamente, pero pronto llegaría eso también. Y el vampiro, especialmente uno de los wamphyri, es tenaz y celoso de su territorio. Frustrado hasta lo indecible, Harry presentaba batalla. Pero era preciso que se desahogara con alguien; que fuera entonces al menos con un delincuente hecho y derecho. El asesino reincidente, el nigromante, el torturador de Penny y de las otras pobres inocentes. Incluso Pamela Trotter había sido inocente, sí. Al menos comparada con él.
Era hora de que Harry y Trevor Jordan se marcharan. Se despidieron sin muchas ceremonias y Harry pidió a Jordan que volviera a cerrar los ojos. Darcy Clarke los vio marcharse; cuando ya no estaban allí tendió la mano temblorosa hacia el espacio por el que habían atravesado una puerta de Möbius para desaparecer en la nada.
Y eso fue lo que allí encontró. Nada…