Oscura alianza
Shaithis había bajado la guardia mental; y mientras salía del sueño su mente fue accesible. Había alguien allí, una presencia oscura que deseaba aprovecharse de su confusión. Era Shaitan, por supuesto; si bien estaba lejos, su «voz» gorjeante y venenosa resultaba inconfundible.
¿Malvado? ¿Dices que fui malvado? No, fui agraviado. ¡Agraviado por los wamphyri, mi propia especie! Porque era más fuerte que ellos y me temían. ¿Y tú, hijo de mis hijos? ¿También me temes? Mira cómo te despiertas sobresaltado para apartarte de mí, como si yo fuera la MUERTE que ha venido a buscarte y no tu salvación.
Shaithis estuvo a punto de cerrar su mente…, pero vaciló. Su repulsivo antepasado era el amo del volcán apagado, ¿no? ¿Qué daño podía causar desde allí? Aquello podía muy bien ser la oportunidad perfecta para enterarse de más cosas sobre él sin alertar a los otros de su presencia.
Shaitan captó todos aquellos pensamientos directamente de la mente de Shaithis y lanzó una monstruosa risita ahogada.
Sí, murmuró, no sería nada conveniente dejar que se enteraran de nuestro secreto. Se enterarán cuando sea demasiado tarde. Al menos, demasiado tarde para ellos.
Shaithis se tumbó, entrecerró los ojos y paseó la mirada por la brillante vastedad del hueco corazón del castillo de hielo hasta encontrar las siluetas acurrucadas y dormidas de Fess Ferenc y Arkis Leprafilius. Exploró con su conciencia wamphyri y tocó las débiles barreras mentales que habían erigido para proteger sus mentes dormidas y comprobó que en efecto estaban dormidos. Después contestó a la oscura inteligencia que había declarado ser su antepasado:
Creo que te prefiero así, Shaitan, al aire libre, por decirlo de alguna manera, y no envuelto en sueños. Pero fuiste muy hábil al superar mis escudos de ese modo. Los que se llamaban mis «pares» entre los wamphyri jamás lo lograron.
No eran de tu misma sangre, contestó de inmediato Shaitan. ¿O debería decir que no eran de mi sangre? Nuestras mentes se entrelazan como las de hermanos gemelos, Shaithis. Es una señal de que eres un genuino hijo de mis hijos, de manera que es como si fuéramos uno solo. Estábamos destinados a ser uno y a triunfar a pesar de todas las adversidades, a conseguir victorias que escapan a toda imaginación.
Así es, asintió Shaithis, admirado, en éste y en otros mundos, como tú has dicho. Creo que sería interesante saber más sobre todo eso. En realidad me gustaría enormemente recuperar la Tierra de las Estrellas de los enemigos extranjeros que moran allí ahora y vengarme de ellos. Revélame tus pensamientos. Porque has insinuado que tenemos un largo camino por recorrer juntos. ¿Has planeado nuestros primeros pasos por ese camino? ¿Cómo sé que puedo fiarme de ti? Tus leyendas son infames incluso entre los wamphyri, que no se caracterizan precisamente por ser rectos de comportamiento.
Otra vez la odiosa risita ahogada de Shaitan.
Hijo mío, te fiarás de mí porque no te queda más remedio, porque sin mí estás aquí enterrado, y yo me fiaré de ti por el mismo motivo. Pero si te hace falta una prueba de mi buena fe, ¿acaso no has visto ya suficiente? ¿Quién crees que te envió sus pequeños murciélagos albinos para que te calentaran los huesos cansados mientras dormías? ¿Y quién se libró de uno de tus enemigos que no guardaba para ti más que malas intenciones, por no decir algo peor?
¿Un enemigo? Mentalmente, Shaithis hizo un gesto contrariado. ¿Quién era ese enemigo?
¿Cómo? Shaitan parecía sorprendido. ¡Lo sabes bien! Hablo del abominable pustulento, de aquel que gustaba adornarse con forúnculos y era compañero del Ferenc. ¡Vaya, si no paraba de incitar al grotesco gigante para que fuera a buscarte y acabara contigo!
Shaithis asintió.
Era típico de Volse, qué duda cabe. Nunca gocé de su predilección. Ni él de la mía. Monstruoso payaso: ¡si sus quistes hubieran sido sesos nos habría superado a todos juntos! De modo que fue tu bestia quien lo mató, ¿eh?
Por supuesto, repuso la voz mental de Shaitan, con tono más profundo y sombrío. ¿Acaso piensas que no podría matarte a ti también? Ah, hijo mío, sí que podría…, pero no lo haré. En un instante su tono volvió a tornarse leve. No, porque presiento que nos irá bien juntos. Y dado que ya te he demostrado mi buena voluntad de muchas maneras, te tocará a ti pasar a la próxima fase.
¿Fase? ¿Qué fase?, preguntó Shaithis, frunciendo el entrecejo.
La fase del plan, le explicó Shaitan. ¿O pretendes que yo lo haga todo para quedarte después con el mérito?
Explícate.
No hay nada que explicar. Tú sigue según tu propio plan —tal como lo has pensado— y con eso bastará. En pocas palabras, tráemelos a mí, hijo mío, para que pueda encargarme de ellos a mi manera.
¿A Fess y al hijo del leproso? ¿Vas a matarlos? ¿Y después tal vez también a mí? ¿No será mejor que siga aliado a ellos contra ti? Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Al cabo de una larga pausa Shaitan respondió:
¿Diablo? Es una palabra que no me gusta nada. No sé por qué, pero no me gusta. Te advierto que no vuelvas a utilizar ese término conmigo, ni siquiera de manera indirecta.
Shaithis se encogió de hombros y replicó:
Como quieras.
Antes de que pudiera añadir nada más, Shaitan siseó:
Ya despiertan el rechoncho y el gigante. Será mejor que me marche para no comprometerte. ¡Tráelos hasta mí, Shaithis! De ello dependen muchas cosas.
En un abrir y cerrar de ojos, la mente de Shaithis quedó libre de interferencias exteriores. Justo a tiempo.
—¿Shaithis? —La voz cavernosa del Ferenc retumbó en el aire frío—. Siento que estás despierto. ¡Ah! Es la mala conciencia que te inquieta. Tendrás que enmendarte. —Y rió a carcajadas. El castillo de hielo se estremeció y dejó caer una cascada de carámbanos de variados tamaños que, a su vez, despertaron a Arkis.
El hijo del leproso se sentó mientras se rascaba la cabeza.
—¿A qué viene tanto ruido? —quiso saber.
—Es hora de que nos levantemos —respondió Shaithis—. Basta ya de demoras. Prepararemos el desayuno, que por cierto será bien escaso, y luego nos pondremos en camino. Sea lo que sea lo que albergue este volcán, será nuestro plato fuerte. Y nos quedaremos además con todos sus bienes.
—Grandes planes, Shaithis —le contestó el otro—. Pero antes hemos de burlar a la pálida bestia sanguinaria que vive en la caverna.
—Esta vez somos tres —dijo Shaithis—, y hombre prevenido vale por dos. Además, Fess conoce la guarida de la bestia. La evitaremos y buscaremos otro modo de entrar.
El Ferenc masticó la carne fría y bajó al suelo del vestíbulo.
—Yo ya estoy preparado. Un hombre no puede vivir eternamente, ni siquiera un lord de los wamphyri, al menos yo no he visto ninguno, y que me condenen si voy a morir de aburrimiento o encerrado en el hielo con el terror permanente de que algo me encuentre y me saque.
¿Ah, sí? Shaithis mantuvo ocultos sus pensamientos. ¿No vivir eternamente? Bueno, quizá no,…, pero casi, si es que puedo guiarme por Shaitan. ¿No sería el descubrir los secretos de la longevidad del antiguo motivo suficiente para unirme a él? Más que suficiente.
En cuanto a Arkis y el Ferenc, Shaithis sabía que tarde o temprano se vería obligado a enfrentarse a ellos, de manera que ¿para qué demorar la cuestión? Tanto mejor si Shaitan deseaba meter baza.
Con estos pensamientos y otros parecidos en la mente, aunque siempre ocultos, sobre todo si eran de ese tipo, Shaithis se unió a los otros dos que se preparaban para abandonar el castillo de hielo. Poco después, los tres iniciaron la larga y lenta escalada de la pendiente que los conduciría al lugar donde el cono central se alzaba a una altura de cuatrocientos cincuenta metros. La torre de roca volcánica los esperaba como un negro gigante acuclillado, sombría bajo un dosel de frías estrellas y el serpenteante fuego de la aurora…
Los diminutos murciélagos albinos de Shaitan los acompañaban, casi invisibles en medio del fulgor de la nieve y el hielo, formando un séquito cuyos miembros iban y venían para informar a su amo inmemorial. De aquella manera, se mantenía al corriente del avance de los tres y se sintió satisfecho al comprobar que seguían una ruta de lo más apropiada, una ruta que los conduciría directamente hacia una de sus innumerables trampas humanas. Una emboscada, salvo que en esa ocasión no habría matanzas.
No, había cosas mejores que hacer con hombres como Fess Ferenc y Arkis Leprafilius que matarlos. Con carne wamphyri buena y fuerte como la suya. Además, tenían dentro sus vampiros, ¿no? Igual que Volse Pinescu llevaba el suyo… ¡Ah, pero aquél había sido un placer!
No cabía duda de que Volse era monstruoso por fuera, con tantos forúnculos, granos, pólipos y demás excrecencias; pero un par de centímetros por debajo de su piel plagada de pústulas había una masa de tejidos grasos, buenos, fuertes, carne suculenta sujeta a la estructura ósea como en cualquier otro hombre. La única diferencia radicaba en el hecho de que era wamphyri, por lo tanto, llevaba mucho más que cualquier otro hombre, pues en lo más profundo de su ser había también un vampiro. De manera que después de que el engullidor de Shaitan le chupó toda la sangre y transportó su destrozada envoltura hasta su amo…
Qué delicia infinita despedazar el pálido cuerpo de Volse y buscar en su interior la sanguijuela, el vampiro viviente que se movía con tanta inteligencia que había logrado esquivar la sonda sifón del chupador, aunque no pudo esquivar a Shaitan, que finalmente decapitó a la criatura y sorbió sus fluidos nectarinos, para después recoger su huevo resbaladizo y guardarlo en un pote sumergido en un puré hecho con los sesos de Volse, como tentempié para más tarde. ¡Ah, sí…, porque para los wamphyri, ésa es la esencia de un sibarítico festín!
Pero Shaitan no había terminado con su víctima. Porque los extractos de la carne de Volse (que estaba infectada de metamorfosis vampírica y, por lo tanto, no había muerto por completo) le resultarían útiles en sus experimentos: la creación de criaturas híbridas como el engullidor y otros prácticos inventos; con tal fin, los restos «vivientes» de Volse, una vez éste despellejado, desangrado, destripado y decapitado, fueron convenientemente almacenados junto con otros restos para que Shaitan pudiera utilizarlos en el futuro.
Igual que serían almacenados los restos del gigante Ferenc y el rechoncho Arkis Leprafilius, si todo salía según lo planeado. En cuanto a Shaithis…, bueno, hay planes y planes.
Shaithis era de su misma sangre, y de todos los wamphyri que habían existido era el más hermoso. Evidentemente, no era una hermosura que encajara en los cánones humanos, sino en los de Shaitan. Hermoso, fuerte, rebosante de vida. ¡Ah, pero la sangre es la vida! Y cuando Shaitan daba rienda suelta a estos pensamientos, igual que su astuto descendiente, procuraba ocultarlos.
Entretanto, sus diminutos albinos continuaban dándole parte del avance del trío; al cabo de nada advirtió que se habían desviado ligeramente del sendero, por lo que había que volver a encauzarlos. Para ello antes debía ponerse en contacto con Shaithis, que en ese momento había ascendido ya hasta la mitad de los acantilados de lava volcánica solidificada, en dirección a la cara occidental del cono. Los otros dos se hallaban a tiro de piedra, concentrados en la tarea que tenían entre manos.
Shaitan apuntó un potente y fino haz de pensamientos hacia la mente de Shaithis, con el que ya estaba un poco más familiarizado:
Hijo de mis hijos, le dijo, os habéis desviado un poco. Has de corregir tu ruta.
Shaithis se sobresaltó, pero consiguió controlar de inmediato el aleteo agitado de sus pensamientos. Aunque Fess Ferenc logró captar algo.
—¿Qué? —gritó Fess desde la otra pared del precipicio de roca desnuda—. ¿Te has alarmado por algo, Shaithis?
—He resbalado en una mancha de hielo —mintió Shaithis—. Estamos a mucha altura. Si me hubiera caído…, me preparaba para la metamorfosis.
El Ferenc asintió desde donde estaba.
—Nos debilitamos. En otros tiempos me hubiera recreado adoptando una forma aérea y lanzándome a volar desde estas alturas. Ahora, un esfuerzo así me dejaría agotado. Hemos de ir con tiento.
Shaithis ya podía contestar a su antepasado, pero debía hacerlo con sumo cuidado, concentrando todas sus fuerzas para que sus transmisiones telepáticas no fueran captadas por los otros. Con tal fin se afirmó en una pequeña cornisa antes de replicar:
Casi me delatas, Shaitan. ¿Por qué dices que nos desviamos del camino? ¿Y cómo puedo corregirlo? Dime también qué debo esperar. No deseo acabar con el corazón perforado y desangrado como Volse Pinescu.
¡Estúpido!, siseó el otro. Creí que ya habíamos hablado de eso y que estaba todo claro. Si te quisiera muerto, ya te habría eliminado. Ahora mismo podría enviar una criatura para que os lanzara a los tres por ese precipicio. Tal vez lograras volar, tal vez no. En cualquier caso, quedarías sin fuerzas. Y mis criaturas te encontrarían para acabar contigo. Pero te necesito, Shaithis, nos necesitamos, y por eso vivirás. En cuanto a los otros dos, no deseo lastimarlos. ¡Los quiero enteros! ¿No te das cuenta qué par de estupendos guerreros podríamos hacer con Arkis y el Ferenc?
Las palabras de Shaitan sonaban tan ominosas que debían decir la verdad. No se habría atrevido a jactarse de poseer esa superioridad si no hubiera sido capaz de cumplirlo. En realidad se trataba de un ultimátum: decídete, únete a mí ahora o afronta las consecuencias.
Muy bien, respondió Shaithis, trabajamos juntos. Dime qué debo hacer.
Sin pausa alguna, Shaitan le explicó:
El hijo del leproso se desvía demasiado hacia el este y se aleja de ti en diagonal. En su camino se encuentra una caverna de lava sin guardias que conduce directamente a mis aposentos, en el corazón del volcán. Si Arkis descubriera la entrada de esa cueva, mi posición peligraría y me vería obligado a efectuar cambios rápidos y radicales en mis planes.
¿Una entrada sin guardias? Vaya descuido de tu parte.
Mis recursos no son ilimitados. Basta de hablar. Debes hacer que los otros, sobre todo Arkis, vuelvan a reunirse contigo.
Muy bien, convino Shaithis. Se dirigió a los otros y gritó:
—Arkis, Fess, nos hemos separado demasiado…, percibo un problema hacia el este.
Arkis buscó el refugio de un nicho de lava y comenzó a explorar a su alrededor.
—¿Un problema? —profirió, colérico—. ¿Cerca de aquí, dices? ¡Ja! No percibo nada. —Pero su voz estaba llena de tensión y sus pensamientos divagaban.
El Ferenc, que se encontraba quince metros más próximo a Shaithis, comenzó a acercarse a él.
—Hay algo que me ha importunado todo el trayecto —dijo—. He tenido mis sospechas. Tienes razón, Shaithis, así distanciados resulta fácil arrancarnos de la roca.
—¡Pero yo no veo ni siento nada! —volvió a protestar Arkis, como quien silba en la oscuridad.
Con tono despectivo, Shaithis gritó:
—¿Quieres decir que tu conciencia wamphyri es más fuerte que las nuestras combinadas? Pongámosla a prueba, pues. Haz lo que te plazca. Sé dueño de tu propio destino. Al menos te lo hemos advertido.
Con eso bastó; Arkis empezó a escalar más hacia la izquierda, siguiendo una trayectoria que iba a converger con la de los otros. Justo a tiempo, porque desde su posición, a la derecha y un poco más arriba de Arkis, Shaithis había descubierto por fin la oscura sombra de una cueva. De no haberle pedido que modificara el rumbo, el hijo del leproso ya la habría encontrado.
A la mente de Shaithis volvieron a fluir los oscuros pensamientos de su antepasado.
¡Bien! El problema no era insoluble, pero el camino más fácil es siempre el mejor.
¿Y ahora qué?, le preguntó Shaithis.
Encima de ti hay una amplia cornisa formada por un cono anterior, respondió Shaitan. Cuando llegues a ella, sigue hacia la izquierda, es decir, hacia el oeste. No tardarás en cruzar otra caverna de lava, no te detengas allí. La siguiente entrada parece una simple grieta formada al enfriarse la roca, pero ésa será la ruta por la que entraréis al volcán. Pero tú habrás de colocarte en la retaguardia. ¿He sido claro?
Shaithis se estremeció, tal vez debido al intensísimo frío que comenzaba a calarle hasta los huesos de wamphyri, pero sobre todo por lo que significaba aquello. Los pensamientos, al igual que las palabras, suelen prestarse a diversas interpretaciones, y él, sin duda, había detectado el «tono» ominoso de la insinuante voz mental de Shaitan. Sabía que en lo más profundo, los pensamientos de Shaitan no contaban con un sistema de drenaje. Resultaba curioso ser wamphyri y experimentar un cierto pavor ante la maldad implícita en las intrigas ajenas.
Shaitan, contestó al fin con sumo cuidado, deposito en ti mi confianza. Al parecer, mi futuro se encuentra ahora en tus manos.
Y el mío en las tuyas, replicó el otro. Sigue ocultando tus pensamientos y concéntrate en la escalada. Y volvió a marcharse.
Shaithis se cuestionó otra vez lo acertado de aquella oscura alianza. En verdad, no parecía tener mucho de acertado; era más que nada una cuestión de instinto y, evidentemente, de necesidad. Pero las ventajas estaban del lado de Shaitan. Aquél era su territorio y lo conocía bien y, además, no carecía de recursos. A Shaithis sólo le quedaba esperar que los planes que el antiguo tenía guardados para el Ferenc y Arkis Leprafilius no lo incluyeran a él. Al menos de momento.
Eso le decía su instinto wamphyri, que rara vez le había fallado. Pero siempre hay una primera vez. Y una última…
Evitó hacer morbosas conjeturas y procuró buscar presagios más halagüeños. Contaba siempre con su sueño: aquel primer sueño que había tenido en el que aparecía el nido de águilas de lady Karen, al que había regresado después de una fabulosa conquista en la Tierra de las Estrellas y de destruir el jardín del Habitante. Tenía la sensación de que, al igual que todos los sueños, aquél contenía un presagio. Pero existía una antigua máxima wamphyri según la cual los hombres jamás debían leer el futuro al pie de la letra, porque hacerlo significaba tentar al destino. De todos modos, el sueño había concluido en medio del desastre y la ruina, aunque al menos dejaba entrever que existía un futuro. Aunque difícilmente podía adivinarse de qué tipo.
—Una cornisa —gruñó Fess Ferenc y, arrastrándose, se adelantó a Shaithis.
Cuando la cara de Shaithis asomó por el borde de la cornisa, el gigante le tendió una manaza agarrotada; Shaithis la miró durante largo rato y después la aferró. El Ferenc lo levantó sin esfuerzo y lo depositó sobre la superficie plana.
—La última vez que tuviste una ocasión así me derribaste —le recordó Shaithis.
—¡La última vez ibas a coger tu guantelete! —contestó el gigante.
Arkis subió y se reunió con ellos.
—¡Tú y tus premoniciones! —refunfuñó—. Insisto en que no percibí nada malo. Además, me parece que había dado con una cueva. Podía tratarse de un túnel.
—¿Ah, sí? —dijo Shaithis—. ¿Tú qué crees, sería una cueva vacía o contendría quizás a uno de los hocicos de espada que describió Fess?
—¿No lo habría percibido acaso? —inquirió Arkis, ceñudo.
—Volse no lo percibió. Ni yo tampoco —replicó Fess Ferenc; y se volvió hacia Shaithis y le preguntó—: ¿Y ahora qué hacemos?
Shaithis entrecerró los ojos escarlata, fingió husmear el aire con su hocico chato y retorcido y respondió:
—La zona de la derecha sigue pareciéndome peligrosa. Voto porque sigamos por esta cornisa hacia la izquierda y que salgamos de la zona sospechosa. Veremos adonde conduce. Al menos nos permitirá descansar después de tanta escalada.
El Ferenc hizo un gesto afirmativo con su grotesca cabeza y dijo:
—Por mí, de acuerdo. Pero esto es bastante humillante, ¿no?
Comenzaron a recorrer la cornisa y Arkis preguntó:
—¿Por qué es humillante?
—Fíjate bien en nosotros —replicó el Ferenc, y se encogió de hombros—. Tres lores o, más bien, tres ex lores wamphyri, despojados de casi todos nuestros poderes, que como niños asustados nos disponemos a explorar nuevas regiones en un grupo apretujado. ¡Y, para colmo, temerosos de lo que pueda saltarnos encima!
—¿Temerosos? —repitió Arkis, dándose bombo—. ¡Habla por ti mismo!
El Ferenc suspiró y dijo, simplemente:
—No olvides que yo vi a la cosa que traspasó al Gran Forúnculo.
En ese momento todo se tornó más oscuro y los tres se detuvieron a mirarse con aire indeciso, aprensivo. Una fina capa de nubes cubría las cimas más altas del cono. Comenzaron a caer los primeros copos de nieve y a cubrir la cornisa.
Arkis examinó el cielo y manifestó en voz alta sus pensamientos:
—¿Una nube? ¿Y se ha formado aquí, así, de repente? ¿No será una niebla vampírica?
—Es evidente —contestó el Ferenc—. Quienquiera que habite aquí, ha percibido nuestra llegada y pretende dificultarnos las cosas. Oscurece su guarida y nos pone obstáculos en el camino.
—Lo cual significa que vamos por buen camino —añadió Shaithis. Siguió andando por la cornisa y los otros lo siguieron casi automáticamente.
—¡Ah! —gruñó Arkis—. Al menos tus premoniciones son acertadas. Tal vez demasiado. Creo que éste nos lleva ventaja. Lo ve y lo sabe todo mientras nosotros estamos a oscuras. —Lanzó un manotazo a un murciélago blanco que se le había acercado demasiado.
El Ferenc abrió los ojos como platos, sobresaltado, y exclamó atropelladamente:
—¡Sus albinos! ¡Sus murciélagos! Debimos haberlo adivinado. Así es como sigue nuestro curso. ¡Estos enanos nos persiguen como pulgas a un lobezno!
Shaithis asintió con aire de entendido y dijo:
—Yo también lo sospechaba. Son sus esbirros, del mismo modo que Desmodus y sus pequeños primos negros eran los nuestros allá en la Tierra de las Estrellas. Exploran nuestro paradero y nuestras circunstancias y se lo cuentan luego todo a…, a quienquiera que sea.
Arkis se quedó boquiabierto, lo aferró por el brazo y lo obligó a detenerse.
—¿Sospechabas de estos bichos y no dijiste nada?
—Una sospecha es una sospecha hasta que se convierte en un hecho comprobado —contestó Shaithis, liberándose con rabia de la mano que lo sujetaba—. Lo importante es que lo hemos descubierto y que esto nos permite comprender mejor sus circunstancias.
—¿Comprender sus circunstancias? ¿De qué hablas? ¿A qué te refieres?
—¡A que el amo del cono nos tiene miedo! ¿Murciélagos que le informan de nuestros movimientos; una nevada para impedir nuestro avance; una criatura con hocico de espada cuidando de su colmena, como las abejas soldados de la Tierra del Sol guardan su miel? Ah, nos tiene miedo…, lo cual significa que es vulnerable. —Y para sus adentros: Buena deducción…, tal vez nos tenga miedo de verdad. Aun así, seguiré con él. Al menos tenemos algo en común: nuestra inteligencia.
De inmediato sonó como un gorjeo en la mente de Shaithis:
Y nuestra sangre, hijo mío. ¡No te olvides de nuestra sangre!
Rápidamente, el Ferenc le espetó:
—¿Qué? —Giró la enorme cabeza en dirección a Shaithis; sus ojos centelleaban bajo las pobladas cejas negras—. ¿Qué ha sido eso? ¿Has dicho… o has pensado algo, Shaithis?
Shaithis disimuló su pánico fingiendo una afable inocencia.
—¿Eh? ¿Qué si he dicho o pensado algo? ¿Qué te pasa, Fess? —Mientras el Ferenc y Arkis exploraban nerviosamente los alrededores, lanzó un pensamiento protegido por un triple escudo: Es la segunda vez que has estado a punto de descubrirme, Shaitan. ¿Crees que esto es un juego? ¡Si llegan a sospechar siquiera lo que me propongo, estoy acabado!
—¿A mí? A mí no me pasa nada, lo único que quiero es acabar con esto, es todo —respondió el Ferenc, y abandonó su postura de lucha—. ¿Qué dices, seguimos adelante o ya basta por hoy? ¿Es vulnerable el amo del volcán o nosotros lo somos más que él? Esto de escalar en la nieve sin saber qué nos aguarda desgasta los nervios.
Shaitan susurró en la mente de Shaithis:
¡Sigue adelante, tráemelos aquí dentro, tráemelos! Deprisa. El gigante no es ningún tonto. Es sensible y lo hemos subestimado. Tendrás que vigilarlo… muy de cerca.
—He notado que los albinos van y vienen del oeste —comentó Shaithis en tono casual—. Sugiero que no nos apartemos de la cornisa y que veamos adonde conduce.
—¡No! —rugió el Ferenc—. Aquí hay algo que no funciona, estoy seguro.
Shaithis miró primero a él y luego a Arkis.
—¿Quieres que volvamos a bajar? ¿Malgastar todo este tiempo y nuestro esfuerzo? ¿Es que una niebla vampírica envolvente te ha metido el miedo en el cuerpo? ¡Nuestro enemigo no la habría producido si no se hubiera sentido amenazado!
—Estoy de acuerdo con el Ferenc —dijo Arkis.
—Entonces seguiré solo —respondió Shaithis, y se encogió de hombros.
—¿Eh? —El Ferenc lo miró fijamente—. Ten por seguro que irás a tu propia muerte.
—¿Ah, sí? ¿Es éste el lugar donde se llevaron a Volse?
—No, fue del otro lado, pero…
—Entonces me arriesgaré.
—¿Solo? —preguntó Arkis.
—¿Qué es peor, morir ahora o más tarde? Creo que es mejor aquí, trabado en combate, que encerrado en el hielo mientras algo se abre paso hacia mi corazón. —Y, de pronto, como si se le hubiera agotado la paciencia, dirigiéndose a los otros dos, siseó—: ¡No olvidéis que somos tres! Tres «grandes»… ¡ja…! lores wamphyri contra… ¿qué? Un ser desconocido que evidentemente nos teme tanto como nosotros…, como vosotros le teméis a él. —Dicho lo cual se dio media vuelta y se alejó.
—¡Shaithis! —lo llamó el Ferenc, con una mezcla de enfado y admiración.
—Basta ya —le espetó Shaithis por encima del hombro—. He acabado contigo. Si gano, será por mérito propio. ¡Y si pierdo…, al menos moriré como he vivido, como un wamphyri!
Avanzó por la cornisa y sin volverse a mirar atrás percibió que la mirada de los otros dos lo seguían.
—Vamos contigo —decidió por fin el Ferenc, pero Shaithis continuó avanzando.
Después oyó también la voz de Arkis que le gritaba:
—¡Shaithis, espéranos!
No los esperó, apretó el paso y los otros dos tuvieron que correr para alcanzarlo. Seguido de cerca por sus compañeros, enfiló hacia la entrada de la primera cueva que le había indicado Shaitan. Una vez allí, se detuvo, la respiración agitada; sus compañeros vieron la negra entrada de la caverna a la que Shaithis miraba completamente concentrado.
—¿Crees que se entrará por aquí? —preguntó Arkis sin demasiado entusiasmo.
Shaithis exploró con más detenimiento el interior en sombras de la cueva y a continuación reculó con cuidado.
—Es obvio que sí —contestó—. Demasiado obvio quizá… —Se dirigió a Fess y le preguntó—: ¿Qué opinas, Fess? Está claro que el frío clima de estas tierras te ha afinado los sentidos. ¿Es un lugar seguro para entrar o no? Yo creo que no. Tengo la sensación de que en el fondo de la caverna hay algo que se mueve. Percibo una cosa de gran corpulencia y de inteligencia escasa, aunque es muy sigilosa. —Se trataba, por supuesto, de la descripción que el Ferenc le había ofrecido de la bestia con hocico de espada. Y tal como había esperado Shaithis, el gigante se imaginó exactamente lo que él pretendía.
Fess asomó la enorme cabeza hacia el interior de la cueva, lanzó una mirada colérica a sus profundidades y frunció el hocico.
—Sí —gruñó al cabo de un rato—, yo también la percibo, y ésta podría ser una de las entradas, porque el amo del cono ha puesto aquí a una bestia sanguinaria para que la vigile.
—¿O quizá la bestia sanguinaria?
—¿Eh? —inquirió Arkis.
—Tal vez sólo tenga una criatura —repuso Shaithis—. De haber tenido dos, se habría llevado a Fess junto con Volse.
—¿Qué importancia tiene eso ahora? —preguntó Fess—. Aunque esté sola, esta cosa es un monstruo. ¿Acaso sugieres que nos enfrentemos a ella? ¡Qué locura! Mataría sin lugar a dudas a uno de nosotros, quizás a dos, incluso a los tres…, o al menos acabaríamos gravemente heridos antes de que la cosa sucumbiera. La vi atacar tres veces en otros tantos segundos y sin fallo alguno, y traspasar a Volse una y otra vez como hacen los Viajeros cuando ensartan peces en sus arpones. ¡Volse ni siquiera se enteró de qué lo atacaba!
—No, no propongo que la ataquemos —aclaró Shaithis—, sino todo lo contrario. Lo que sugiero es que si sólo existe una de esas bestias, y está aquí, entonces hemos de entrar por otro lado.
—¿Qué? —exclamó Arkis, amenazante—. Porque estas entradas y salidas abundan, ¿no?
—Es la impresión que tengo —respondió Shaithis—. El túnel donde eliminaron a Volse. La cueva que te pareció ver allá, en el acantilado de lava. Esta entrada oscura que tenemos ante nosotros. Escuchadme, el amo del cono ha creado una niebla para confundirnos, ¿no es así? Pero no para alejarnos de esta cueva, y menos si es aquí donde ha apostado su hocico de espada. Por lo tanto, por aquí cerca tiene que haber otra entrada. —Hizo un amplio movimiento afirmativo con la cabeza—. Propongo que continuemos por la cornisa, al menos un poco más. Después, si no descubrimos nada, al menos habremos explorado a fondo esta parte de la vertiente.
—Me parece bien —dijo el Ferenc—. Estoy de acuerdo, siempre y cuando no me pidas que entre ahí.
—Entonces prosigamos —gruñó Arkis—. Perdemos el tiempo con tanta charla y conjeturas. —Avanzó el primero y el Ferenc lo siguió. Shaithis se colocó en la retaguardia.
En el cielo, la nube se había deshecho en nieve; la aurora serpenteaba y las estrellas daban un fulgor azulado a la curva helada del horizonte del mundo; Shaithis percibió que sus dos «compañeros» habían concentrado su conciencia vampírica en el terreno que tenían por delante, dejándolo libre para comunicarse con Shaitan. Transmitió un pensamiento fuertemente protegido:
Ya está. ¿Te va bien esta formación? ¿Y por qué nos enviaste esa tormenta de nieve? Creí que estabas ansioso por atraparlos y, sin embargo, pretendes asustarlos.
La respuesta no se hizo esperar:
En primer lugar, la formación nos va bien a los dos. Y en segundo lugar, la nieve sirvió para confundirlos y distraerlos…, sobre todo al gigante. Escúchame bien, voy a describirte el camino que has de seguir a partir de este punto. Pronto llegaréis a un lugar donde la roca está plagada de profundas hendiduras. En una de esas hendiduras la lava ha formado un suelo. Seguid por ese suelo y llegaréis a mi morada en el núcleo central. En cuanto a tus compañeros, ay, se les acaba el tiempo. En realidad, no les queda ni para encontrar el camino que acabo de describirte. Al menos por su propio pie.
La voz mental de Shaitan no tenía nada de jocosa, en ella se percibía únicamente una gélida firmeza. Shaithis no hizo más comentarios; de todas maneras, Arkis, que encabezaba el grupo, se había detenido. Fess se le unió primero, seguido de Shaithis.
Ante ellos, la superficie de la cornisa y la cara casi vertical del acantilado aparecían surcadas por profundas fisuras de casi una zancada de ancho. Arkis miró a los otros y preguntó:
—¿Y ahora qué hacemos?
—Seguir adelante —respondió Shaithis.
Tal vez había respondido con demasiada prontitud, o lo había hecho con un exceso de seguridad, porque el Ferenc se lo quedó mirando largo rato. Finalmente, le dijo:
—El camino parece estar cubierto por un montón de rocas despedazadas. Si encontramos alguna cueva, seguramente se habrá venido abajo.
—No lo sabremos hasta que no lo hayamos visto —respondió Shaithis—. Presiento que estamos muy cerca.
El Ferenc entrecerró los ojos y comentó:
—Según parece no soy el único al que el frío le ha aguzado los sentidos. Está bien, sigamos. Arkis, guíanos tú.
Mascullando de mala gana para sus adentros, el hijo del leproso saltó la primera hendidura, se tambaleó un poco al llegar al otro lado, pero recuperó el equilibrio. Y así fueron avanzando los tres.
Después de pasar media docena de hendiduras similares, Arkis gritó:
—¡Eh! Esta hendidura tiene un suelo firme debajo formado por un río helado de rocas.
—Un antiguo sendero dejado por la lava —comentó Fess, colocándose a su lado.
Shaithis llegó el último y miró el acantilado hendido donde en otros tiempos el flujo de lava había formado una salida.
—Lava del corazón secreto del volcán —dijo—. Es posible que después de todo hayamos dado con una de las entradas.
El Ferenc se metió debajo del saliente del acantilado, a la sombra de la hendidura.
—Deja que la explore.
Arkis fue tras él y Shaithis ocupó la retaguardia; los tres husmearon el aire y sondearon el camino con sus aguzados sentidos vampíricos. Finalmente, Arkis concluyó:
—¡Yo no percibo nada!
—Yo tampoco —dijo Shaithis, aliviado de que el poco ingenioso Muertehorrenda no hubiese descubierto ningún peligro (cuando él había comprobado que aquel lugar era sumamente amenazador e inhóspito). Pero el Ferenc parecía opinar igual que Shaithis, con la diferencia que él estaba más que dispuesto a manifestarlo en voz alta.
—No me gusta —opinó—, tiene un olor demasiado parecido al que tenía la cueva donde se llevaron a Volse.
—Te has dejado impresionar demasiado por la muerte de Volse —le dijo Shaithis—. Pero tal como hemos comentado antes, hombre prevenido vale por dos. Además, en esta ocasión somos tres. Arkis y yo tenemos nuestros poderosos guanteletes y tú tienes tus fuertes garras. De todas maneras, ya dijimos que la bestia sanguinaria se ocultaba en esa cueva. —Hizo una pausa para volver a husmear el aire de la caverna—. Creo que el amo del cono nos ha preparado algún engaño aquí mismo, ha oscurecido este lugar y dejado olor a muerte. Pero un olor no es más que eso, un olor, y yo huelo el éxito. Voy a entrar —concluyó, mirando alternativamente a Arkis y a Fess.
—Si el llamado «amo del cono» tiene aquí comodidades —dijo Arkis—, entonces voy contigo, Shaithis. ¡Estoy hasta los colmillos de tantas privaciones! No me vendría nada mal un poco de sangre fresca para el estómago y una mujer para mi lecho. ¿Crees que eso que guarda con tanto celo es un harén?
—Nunca he prestado mucha atención a las historias —respondió, encogiéndose de hombros—, pero he oído decir que algunos de los lores desterrados se llevaron a sus concubinas. No sabremos con qué nos encontraremos hasta que lo hayamos descubierto.
—Ah, comodidades —dijo el Ferenc, y se pasó la lengua por los labios—. A mí también me vendrían bien unas pocas. Muy bien, entremos.
Shaithis lo miró ceñudo y replicó:
—¿A qué se debe este cambio? ¿Es que te has convertido en nuestro jefe? Parece ser que te gusta decir la última palabra, Fess Ferenc. «Arkis, guíanos tú». «Muy bien, entremos».
—¡Bah! —respondió Fess—. Si nadie tomara una decisión, nos pasaríamos aquí la vida. Venga, dejad que vaya yo delante…
Precisamente lo que Shaithis quería.
Para los lores vampiros, la oscuridad que reinaba en el interior era como la luz del día, porque la preferían a la luz de la aurora y al brillo azul que desprendían las estrellas. El Ferenc avanzó a grandes zancadas por todos los lugares en los que no habían obstáculos, tanteó las paredes allí donde toparon con piedras o donde el techo poco uniforme bajaba demasiado o donde las ampollas de lava habían reventado para formar contornos circulares de bordes afilados, como pequeños cráteres en la superficie arrugada del suelo. Y allí donde se abrían fisuras naturales o agujeros de ventilación que se separaban del camino principal, se apresuraba a seguir el antiguo flujo de lava.
Arkis se mantenía a unos pasos de distancia del Ferenc, seguido inmediatamente de Shaithis. Mientras avanzaban, aumentaba la sensación opresiva de ominosa expectación, lo cual (al menos para Muertehorrenda y el Ferenc) daba más credibilidad a la «teoría» de Shaithis de que el morador del volcán había rodeado la entrada del camino de lava con un aura maligna para disuadir a los posibles exploradores.
Shaithis se mantenía alerta y ocultaba con celo sus pensamientos; le habría gustado ponerse en contacto con Shaitan, pero no se atrevió, y menos cuando Fess y Arkis sondeaban a fondo con sus mentes aquel lugar oscuro, aguzando la conciencia wamphyri para captar la mínima señal de actividad mental. Se adentraban cada vez más en el corazón de la roca.
Finalmente, el Ferenc los mandó detenerse y, en un susurro, les dijo:
—Debemos de estar más o menos a mitad de camino. Es hora de hacer inventario.
—¿De qué? —gruñó Arkis. Su brusca pregunta sonó como una avalancha; su eco reverberó en lentas olas decrecientes.
—¡Tonto! —volvió a susurrar Fess cuando creyó que podían oírlo—. ¿De qué nos sirve tener sentidos de murciélagos, oler nuestro camino como lobos y mantener nuestras mentes sintonizadas para percibir los pensamientos ajenos si te pones a gritar a la primera oportunidad que se te presenta? ¿Quieres alertar al enemigo de nuestra presencia?
Desconcertado, Arkis respondió en voz baja:
—¡Diablos, si está en casa, seguro que a estas alturas ya sabe que venimos!
—Es posible —intervino Shaithis—, pero de todos modos, será mejor que no hagamos ruido.
—Hemos de hacer inventario —dijo el Ferenc—. Llevar la delantera durante todo este trayecto me ha desgastado la conciencia. Arkis, ocupa mi sitio.
—No hay inconveniente. —El otro tomó la delantera, contento de poder reparar su error de antes. Pero después de haber dado apenas media docena de pasos exclamó—: ¡Alto! ¡Hay algo extraño!
Los tres lo percibieron a la vez: un vacío sensorial, una zona carente de todo tipo de vibraciones, ya fueran buenas o malas, un lugar calmado como un lago subterráneo sin luz. Supieron de inmediato lo que significaba: que aquel sitio había sido esterilizado, porque para ellos incluso la oscuridad y la fría piedra tenían sensaciones. Alguien deseaba que creyeran que allí no había nada, absolutamente nada…, porque en realidad, allí había algo.
A Shaithis se le erizó la piel; supo que los demás debían de experimentar la misma sensación. Arkis, que llevaba la delantera, estaba clavado en su sitio y mascullaba algo ininteligible; pero era demasiado tarde para mascullar nada. Shaithis sintió que la pesada cortina mental se rasgaba deliberadamente y se abría; notó que tras ella se agazapaba el horror dispuesto a saltar por entre los jirones, después percibió una confusa imagen gris que debía de ser el fin de Arkis Leprafilius, llamado Muertehorrenda. ¡Su muerte fue en verdad horrenda!
Habría sido difícil decir de dónde había salido la Cosa —un nicho en la pared, un túnel lateral, un escondite al abrigo de alguna excrecencia de lava— pero salió a una velocidad increíble y atacó con una decisión espeluznante. Era tal como el Ferenc la había descrito. Con manchas blancas y grises, veteada como el mármol, era como si hubiera surgido de repente, como si un peñasco inmenso medio sepultado en el suelo hubiera cobrado vida para adoptar una forma nueva. Sus patas eran una masa confusa, unas garras rascaron el suelo cuando se retiró ante Arkis; su cabeza de pescado llevaba una lanza de hueso rematada en una punta afilada, equipada de espinas o ganchos en toda su extensión; sus ojos eran como platos, miraban fijamente a su víctima con expresión carente de emociones.
Arkis se había puesto el guantelete y estaba dispuesto a utilizarlo, pero al levantar el brazo, la Cosa lo golpeó con un movimiento tan veloz que le resultó imposible seguirlo. Con la lanza le traspasó el cuello corto y rechoncho, y sus fauces de dientes afilados se cerraron alrededor del brazo en el que llevaba el guantelete. Le cortó el brazo y se lo tragó entero. Al retirarse, la Cosa volvió, le cercenó el cuello y le cortó la tráquea; de inmediato, volvió a arremeter por segunda vez con su lanza y le traspasó el corazón. Arkis se retorció en el aire, espetado en la cuchilla de hueso; sus colmillos chasquearon en el aire y se tiñeron de rojo cuando escupió una bocanada de sangre.
Fess huyó veloz de la escena (Shaithis pensó en echar a correr) con los ojos desorbitados y teñidos de rojo. Estaban encendidos por algo más que el miedo: la rabia. El gigante aferró a Shaithis con una de sus garras y llevó hacia atrás la otra como si fuera un puñado de brillantes guadañas.
—¡Maldito traidor! —rugió—. ¡El huevo de tu padre estaba podrido y sigues llevando dentro su pus!
—¿Qué? —Shaithis se esforzó para que la carne metamórfica de su mano se expandiera en el interior del guantelete—. ¿Estás loco?
—¿Por fiarme de ti? ¡Es posible! —El Ferenc se preparó para golpear a Shaithis, para encajarle un puñetazo en las costillas con su mano cubierta de garras, llegarle hasta el corazón y arrancárselo de cuajo. Pero algo se lo impidió. Algo que había visto detrás de Shaithis.
Shaitan tenía el color y la textura de la lava. El movimiento que había hecho ante la pared de roca lo había delatado, pero lo había hecho expresamente, porque quería que el otro lo viera. Fess lo vio y se quedó boquiabierto. Inspiró una profunda bocanada de aire y se olvidó de golpear a Shaithis, que lo recompensó dejando caer con fuerza el guantelete sobre el costado de su cabeza. Y…
El antepasado inmemorial de Shaithis lo apartó, lo liberó de la mano súbitamente inerte del Ferenc y envolvió al gigante medio atontado en un nido de tentáculos. Con el brazo atado al costado, Fess quedó inerme, aunque de todos modos Shaitan no le dio tiempo a que se recuperara. ¡Con un sonido como de cuero que se rasga, su boca elástica se ensanchó para cerrarse alrededor de la cara y la cabeza del Ferenc!
Shaithis se alejó, tambaleándose, fue a dar contra unos restos de piedra y tropezó. Y, repentinamente impotente —algo impensable en Shaithis—, se desplomó con estrépito sobre el suelo de lava. A un lado, el horrendo engullidor de Shaitan siseaba y babeaba mientras absorbía los últimos fluidos de Arkis; al otro lado, el cuerpo «invencible» de Fess Ferenc palpitaba y vibraba por las heridas que le había producido Shaitan al arrancarle la cabeza.
¡Si el infierno existe, me encuentro ante sus puertas!, pensó Shaithis.
Los ojos de Shaitan desprendían un brillo rojizo desde la oscuridad que formaba su cabeza metamórfica, que en esos momentos continuaba triturando y aplastando. Su respuesta reverberó en la mente confusa de Shaithis:
Sí, una especie de infierno del que nosotros somos los señores. ¡Porque es nuestro infierno, hijo de mis hijos, el que un día nos ha de llevar a la Tierra de las Estrellas y de allí a otros mundos!