La historia del Ferenc
Shaithis durmió durante mucho tiempo.
Los murciélagos lo mantuvieron abrigado (al menos impidieron que se convirtiera en un bloque de hielo en el interior de su nicho); las heridas se le cicatrizaron; tanto él como sus pensamientos permanecieron ocultos. Hasta que llegó el momento de levantarse y entrar en acción, y fue entonces cuando descubrieron su escondite.
¡¿Qué?! ¡¿Quién?! El eco mental de las asombradas e involuntarias exclamaciones telepáticas despertaron a Shaithis. Cuando esos ecos aún no se habían apagado, Shaithis ya estaba de pie; la manta de murciélagos albinos se deshizo en un desorden de chillidos y los animalitos salieron volando como si se tratara de un montón de nieve dotada de vida. Al cabo de un instante, ya había enfundado la mano en el guantelete; dejó que sus sentidos de wamphyri exploraran con sigilo la zona para descubrir quién había allí. Quienquiera que fuese debía de estar cerca, de lo contrario no habría detectado la presencia de Shaithis.
Mientras estuvo dormido, los pensamientos de Shaithis habían fluido hacia el interior, arte en el que era muy diestro; sus sueños no podían ser «oídos» por nadie. Pero durante la transición del profundo sueño reparador al estado de vigilia habían escapado como un bostezo y alguien que se encontraba cerca los había escuchado. Demasiado cerca.
Shaithis permitió que su sonda mental tocara la del otro ser e inmediatamente la retiró. El contacto había sido breve, el reconocimiento había sido mutuo y, con todo, insuficiente para establecer la identidad específica, pero bastó para que cada criatura se asegurara de la presencia del otro. Shaithis miró hacia todos lados. El nicho tenía una sola salida; si estaba atrapado, ya no había remedio.
¿Quién es?, preguntó; husmeaba el aire frío con su hocico de murciélago. ¿Eres tú, Fess, que has venido a buscar tu cena? ¿O tendré que ensuciar mi guantelete con pus para arrancarle el corazón a ese odioso de Volse Pinescu?
La respuesta llegó a la mente del vampiro como un grito de asombro:
¡Ah! ¡Shaithis! ¿Conque has sobrevivido a los rayos mortales del Habitante?
¡Arkis Leprafilius! Shaithis lo reconoció de inmediato. Respiró aliviado, durante un momento observó todo con curiosidad, mientras su aliento caía como nieve, y luego se dirigió a la salida. Al andar fue flexionando los músculos, estirando las piernas, inhalando profundamente y tocándose las costillas. Todo parecía estar en orden. ¡Bah! No habían sido más que golpes y contusiones. Las reparaciones habían sido mínimas; su carne de vampiro apenas se había visto sometida a esfuerzo; apenas quedaba un dolor por aquí y una magulladura por allá.
Arkis se encontraba cerca del pie de las escaleras. Era rechoncho para ser un lord de los wamphyri, apenas alcanzaba el metro ochenta, pero tendría sus buenos noventa centímetros de ancho. Era una especie de barril macizo dotado de una fuerza prodigiosa. Daba la impresión de haber perdido algo de peso. Shaithis se le acercó, acortó la distancia que los separaba con el planeo fluido y fácil de los vampiros que a los hombres resultaba siniestro y que era normal entre los wamphyri. Al cabo de nada se encontraron cara a cara.
—¿Y bien? —dijo Shaithis—. ¿Estamos en paz? ¿O es que el hambre tampoco te deja pensar? Seré sincero, no me vendría mal un amigo. Y por el aspecto que tienes…, nuestras circunstancias son bastante parecidas. Tú eliges, ten en cuenta que sé dónde hay comida.
El otro reaccionó instintivamente, profiriendo una sola palabra:
—¿Comida? —Abrió los ojos como platos y su hocico ancho y retorcido soltó una nubecilla de vaho helado.
Arkis estaba al borde de la inanición. Shaithis lanzó una sonrisa sombría, sacó de su morral el último pedazo de corazón de osa, devoró la mitad de un solo mordisco y le lanzó la otra mitad al hijo del leproso, que lo cazó al vuelo con un grito que parecía de dolor, y se lo metió en la boca inmediatamente.
Arkis había sido engendrado por Morgis Gritodoliente en una niña Viajera abandonada. La niña era leprosa y la infección había atacado el miembro de Morgis, que, junto con sus labios, ojos y orejas, habían sido las primeras partes de su cuerpo en deshacerse. La enfermedad había sido como un fuego devastador que lo consumía a mayor velocidad de la que su vampiro podía repararlo. Finalmente, entre gritos de dolor que recordaban su nombre, Morgis había cogido una tea encendida y se había arrojado junto con su odalisca Viajera a un pozo de residuos donde el metano acumulado hizo el resto. Su suicidio convirtió a Arkis en un joven lord, heredero de un estupendo nido de águilas. Y lo que era mejor de todo, Arkis no había contraído la enfermedad de sus progenitores. Al menos por el momento. Tal vez no la contrajera jamás, porque habían pasado ya muchos ocasos.
Mientras Arkis comía, Shaithis se dedicó a estudiarlo.
Rechoncho de cuerpo, el cráneo de Arkis era asimismo rechoncho, como si se lo hubieran aplastado un poco. Su cara parecía proyectarse hacia afuera, su mandíbula inferior era todavía más prominente y unos dientes de jabalí se curvaban hacia arriba y le cubrían en parte el carnoso labio superior. Sin embargo, su aspecto no era el de un puerco, sino el de un lobo, sobre todo si se tenía en cuenta la excesiva longitud de sus orejas peludas y ahusadas. Sin duda, entre sus antepasados debía de haber existido algún lobo. Más aún, estaba flaco como un lobo, al menos comparado con otras épocas. En ese momento, tenía los ojos encendidos por el ansia de comer, aunque el bocado fuera pequeño; entrecerró los ojos y miró a Shaithis. Cuando terminó gruñó:
—He de reconocer que era un buen bocado, ¿pero era ésta la comida que prometiste?
—Yo no prometí nada —respondió Shaithis—. Me limité a referirte un hecho: sé dónde hay montones de comida.
—¡Ah! —gruñó el otro, e inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Te refieres a la bestia voladora de Volse? Pero Volse y el Ferenc la tienen bien vigilada. Es una trampa, Shaithis; ¡acércate mucho a su despensa privada y acabarás en ella! Aquí, la caballerosidad ya no existe, amigo mío. ¡La carne fría y cristalizada jamás sabrá tan bien como los rojos jugos que brotan de una arteria seccionada! Pero a caballo regalado no se le mira el diente. Lo he intentado y he fallado; nunca se alejan demasiado, y sé que codician mi sangre.
—¿A esto habéis llegado? —preguntó Shaithis, levantando una ceja negra e hirsuta—. ¿A acosaros los unos a los otros como buscadores de basura?
Sabía que así era y que pronto a él le ocurriría otro tanto. En el mejor de los casos; la «caballerosidad» de los wamphyri era un mito. De todos modos, su insulto —las palabras «buscadores de basura»— cayó en saco roto, porque Arkis Leprafilius ni se inmutó.
—Shaithis, llevó aquí entre cuatro y cinco ocasos, de todos modos, cinco auroras polares, que, según creo, deben de ser más o menos lo mismo. ¿Qué nos perseguimos por la comida? Te diré una cosa, si encuentro algo que se mueva, yo pienso cazarlo. Al principio, comía murciélagos a espuertas; los aplastaba hasta hacerlos pulpa para dejarlos escurrir en mi boca y después hasta me comía la pulpa. Pero ahora ya no se me acercan. Estos pequeños albinos tienen una mentalidad peculiar. En estos momentos iba a ver al abuelito arrugado que está allá arriba, envuelto en hielo. Habría intentado llegar a él antes si hubiera estado lo bastante desesperado…, ¡y ahora lo estoy! De modo que no me hables de que me veo reducido a esto o aquello. ¡Todos nos vemos reducidos, Shaithis, y tú no eres menos que ningún otro!
Daba la impresión de que el insulto de Shaithis había hecho mella después de todo. Lo cual no dejó de resultar sorprendente, pues el hijo del leproso había sido siempre un lelo. Tal vez el frío le hubiera aguzado el ingenio.
—Arkis, ahora somos dos y hemos compartido la comida. Eso es positivo, porque tengo la impresión de que funcionaremos mejor en equipo. En el tiempo que llevas aquí habrás aprendido cosas y debes de conocer muchos de los peligros. Ese conocimiento tiene un valor. Además, el asqueroso de Volse Pinescu y el gigante de Fess Ferenc se lo pensarán dos veces antes de enfrentarse a nosotros dos. ¿Qué me dices si nos marchamos de este caparazón helado lleno de ecos y nos vamos a buscar algo para desayunar?
El hijo del leproso suspiró impaciente, cosa que molestó a Shaithis, pues no estaba acostumbrado a que las criaturas lerdas y rechonchas se colocaran a su altura.
—Voy a repetírtelo —gruñó Arkis—. ¡Esos dos vigilan la bestia voladora de Volse y lo hacen a conciencia! Además, están bien alimentados, mientras que nosotros no. ¡Y como tú mismo acabas de señalar, el Ferenc es un maldito gigante!
Shaithis ensanchó las ventanas de la nariz y por un momento pensó en dejar que el muy idiota se las arreglara solo. Pero eso habría significado que a la larga hubiera quedado a merced de los otros dos. Y Shaithis quería que a la larga Arkis fuera para él. Procuró dirigir esos pensamientos hacia su interior, de lo contrario, Arkis se habría percatado de ellos.
—¿Crees acaso que pueden vigilar dos bestias? —preguntó—. ¿Crees acaso que llegué aquí andando, Arkis Muertehorrenda? —Ése era el otro nombre del idiota.
—¿Eh? ¿Otra bestia voladora? —dijo Arkis, parando en seco—. No la he visto. ¡Claro que no me atrevía a alejarme demasiado del hielo para que ellos no me viesen! ¿Dónde está esa otra voladora?
—Donde le dije que fuera —respondió Shaithis—. Está fresca y…, un momento… —Envió un pensamiento orientado a la bestia—: ¿Me oyes? —Percibió entonces que la vida continuaba ardiendo, aunque con llama muy débil—. Y todavía no la han desangrado del todo.
—¿Saben que está ahí, la cuba de mugre y el Ferenc?
—Por supuesto, de lo contrario no necesitaría tu ayuda.
—¡Ah! —gritó Arkis—. ¡Debí haberlo sabido! ¿Algo a cambio de nada? ¿Qué? Piensa, piensa, Arkis, muchacho. Estás hablando con el gran lord Shaithis. ¡Vamos, Arkis, seamos amigos… porque te necesito!
—Es así —admitió Shaithis, y se encogió de hombros—. Sencillamente se trata de una empresa común que proporcionará beneficios comunes, es todo. A partes iguales. ¿Pero algo a cambio de nada? Vaya, ¿creías que estábamos en la Tierra del Sol, donde durante el crepúsculo abundan los dulces Viajeros que son presas fáciles? —Hizo ademán de marcharse—. Pues muérete de hambre.
—¡Espera! —exclamó Arkis, y se acercó a él. En tono más razonable añadió—: ¿Cuál es tu plan?
—El único plan que tengo es comer —respondió Shaithis.
—¿Eh?
Shaithis lanzó un suspiro y se explicó:
—Escúchame, volveré a preguntártelo. ¿Pueden Volse y el Ferenc vigilar dos bestias voladoras a la vez?
—Sin duda, un hombre por cada una.
—¡Pero nosotros somos dos!
—¿Y si están los dos juntos?
—¡Entonces una bestia se queda sin vigilancia! Arkis, ¿es que el frío te ha obnubilado esa mente tan ágil que tenías? —Se trataba de una mentira, pero un poco de adulación no le haría ningún daño.
—¡Hum! —El hijo del leproso se lo pensó durante un instante, luego frunció el entrecejo y señaló a Shaithis con un dedo—. Muy bien…, pero si encontramos a Volse Pinescu solo, lo matamos. ¡Y su corazón será para mí! ¿Trato hecho?
—Acepto —dijo Shaithis—. Creo que es la única parte comestible que tiene.
—¡Ja! —bufó Arkis, y mientras iba avanzando rió—: ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Anda, ríe, pensaba Shaithis, ocultando sus ideas. Cuando hayamos acabado con Volse y Fess, te tocará a ti, cerebro de mosquito. Y en voz alta le dijo:
—Protege tus pensamientos. Saldremos al hielo…
La bestia voladora de Volse Pinescu estaba cubierta de escarcha y tiesa como una tabla. No obstante, Arkis Leprafilius habría puesto manos a la obra, pero Shaithis le advirtió:
—No perdamos un valioso tiempo en esto. ¡Te dejarías los colmillos en esa carne!
Arkis se volvió a mirarlo ceñudo y repuso:
—Es comida, ¿no?
—Sí que lo es —respondió Shaithis—. Y a poco más de medio kilómetro por ahí hay más, pero gruesa, roja y llena de venas jugosas y repletas. Yo crío bestias de la mejor especie, Arkis, y con carne finísima. Y ahora escúchame, ¿sientes a tus enemigos? ¿No? Pues yo tampoco. De modo que hoy vigilan a fondo, ¿no?
Arkis husmeó el aire helado y dijo:
—Me preocupa. ¿Qué supones que estarán tramando?
—Ya tendremos tiempo de suponer cuando nos hayamos llenado el estómago.
Shaithis había comenzado ya a avanzar por el hielo azul fosforescente. Arkis lo siguió, arrastrando los pies. Shaithis echó una mirada atrás y asintió, luego se dio la vuelta y en su rostro se esbozó su aviesa sonrisa de siempre. Seguía siendo el jefe y le resultaba muy fácil tomar el bastón de mando. Tras él, Arkis Leprafilius lo seguía como un perro al que patear…
Se levantó viento.
Mientras Shaithis y Arkis Leprafilius, llamado Muertehorrenda, estaban sentados en una cueva que Volse y Fess habían cavado en el vientre de la bestia voladora de Shaithis, y sorbían los jugos que manaban lentamente del animal inconsciente, unas nubes negras y vaporosas taparon las estrellas radiantes. La nieve cayó en una efímera ventisca que cubrió el hielo con una fina capa blanda.
Cuando el viento amainó, la bestia canibalizada había muerto y sus arterias comenzaron a endurecerse.
—A partir de ahora se acabó la comida caliente —comentó Shaithis, sacando la cabeza para atisbar los alrededores. Miró hacia la columna de picos volcánicos. Volvió a mirar. Y arrugó la frente, preocupado.
—Arkis, ¿qué te parece aquello?
Arkis se puso en pie, eructó ruidosamente y miró hacia donde Shaithis señalaba.
—¿Eh? ¿Aquello? Un remolino de viento, un ventisquero, la última nevisca de la tormenta. ¿A qué viene tanta fascinación por la naturaleza, Shaithis?
—¿Fascinación? Lo que es natural no me causa ninguna. ¡Pero lo que es anormal, mucha! Sobre todo en un lugar como éste.
—¿Anormal?
—Según los cánones de la naturaleza mundana, sí, aunque no lo sea si te riges por los de los wamphyri.
Prosiguió estudiando el fenómeno. Una nube arremolinada formaba un cilindro rechoncho de unos seis metros de alto por otros tantos de diámetro. En el centro de aquel cilindro parecía haber algo que se movía, como una especie de renacuajo en el interior de un huevo de gelatina, y todo aquel… —¿dispositivo?— se dirigía en línea recta hacia ellos. Lanzaba latigazos de nieve que se depositaban rápidamente en el suelo sin que su masa central disminuyera.
Shaithis asintió, ya sabía de qué se trataba.
—Fess Ferenc —susurró sombríamente.
—¿Qué? ¿Fess? —Arkis contempló boquiabierto aquella cosa que se encontraba a sólo cien metros, al otro lado del hielo brillante, se acercaba al paso y comenzaba a disminuir de tamaño—. ¿Pero cómo que es Fess?
—Es una niebla vampírica —repuso Shaithis, al tiempo que se enfundaba el guantelete—. En la Tierra de las Estrellas se arrastraría, fluiría, saldría de él. ¡Aquí se convierte en nieve! Fess era un gran hacedor de nieblas…, es por su enorme corpulencia. Durante la cacería, lo he visto cubrir una colina entera.
Los dos lanzaron sus sentidos vampíricos hacia la extraña nube pegada a la tierra. En su interior sólo había una criatura, el Ferenc, pero estaba cansado como nunca. No tenía fuerzas para ocultarse.
—¡Aaah! —gruñó Arkis—. ¡Lo tenemos!
—Antes descubramos qué ocurre —le advirtió Shaithis.
—¿Acaso no es obvio lo que ocurre? —El hijo del leproso volvía a fruncir el entrecejo—. Vaya, por fin ha reventado a ese monstruoso forúnculo andante de Volse Pinescu, pero la lucha lo ha dejado sin fuerzas. De manera que ahora está a nuestra merced, cosa de la que ando bastante escaso.
A veinte pasos de allí, la nube se disipó en una última nevisca y apareció Fess… ¡desnudo! Completamente desnudo, y no sólo de su ropaje de niebla y nieve. Arkis lo miraba como un tonto, pero Shaithis gritó:
—Vaya, Fess, cómo cambia la suerte, ¿eh?
—Eso parece. —El eco de su profunda voz de bajo recorrió la llanura helada. Pero había en él un estremecimiento; el hombre se estaba congelando. Sin embargo, llevaba sus ropas en un hatillo bajo el brazo. Shaithis no entendía el porqué. Seguramente había una explicación de todo aquello y él quería conocerla.
Arkis presintió la curiosidad de Shaithis y le espetó:
—¡Digo que lo matemos ya mismo!
—Dices demasiadas cosas —siseó Shaithis—. Sólo piensas en tu supervivencia, sin dedicar una sola reflexión al futuro. Yo, en cambio, pienso en mi supervivencia continuada, tanto ahora como durante el tiempo que logre mantenerla. De manera que o te tomas tu tiempo o nuestra sociedad acaba aquí mismo.
—¿He de morir? —preguntó el Ferenc desde su altura, y con aire ensombrecido miró a Shaithis a la corta distancia que los separaba—. Si es así, acabad de una vez, porque no quiero convertirme en un bloque de hielo. —Pero tiró al suelo su ropa y se inclinó hacia adelante, un tanto agazapado, con las garras afiladas como cuchillas colgando a los lados.
—Parece ser que la ventaja está de mi lado —dijo Shaithis—. Además, he de saldar cuentas. Me has causado no pocos dolores. —El Ferenc no contestó—. Sin embargo —prosiguió Shaithis—, puede que todavía lleguemos a un acuerdo. Como verás, Arkis y yo hemos formado un equipo. Estar unidos da seguridad, ¿sabes? Pero ¿dos contra las Tierras Heladas? Las diferencias son muy grandes. Si fuésemos tres, nos iría mucho mejor.
—¿Se trata de un truco? —Fess no se lo creía. Si se hubieran cambiado los papeles, Shaithis ya estaría muerto.
—No se trata de ningún truco —respondió Shaithis, sacudiendo la cabeza—. Al igual que Muertehorrenda, que aquí ves, conoces este lugar. Y así como la sangre es vida, lo mismo puede decirse del saber. Si compartimos nuestros conocimientos y recursos, tal vez podamos sobrevivir.
—¿Qué más? —preguntó Fess, con la voz más temblorosa que antes.
—No tengo nada más que decir —respondió Shaithis, y negó con un gesto de la cabeza—. Sal del frío, ven a comer y cuéntanos qué te ha pasado, por qué vas desnudo como un crío en un lugar así, oculto en una niebla extraña y tan poco sutil. Vamos, y tal vez luego nos hables del paradero del poco agraciado Volse Pinescu, el que fuera tu compañero.
El Ferenc no tuvo más remedio que obedecer. Si huía, lo atraparían, porque estaban bien alimentados. Si se quedaba donde estaba, se congelaría y ellos se encargarían de descongelarlo para comérselo. Si se acercaba y hablaba…, tal vez pudiera hacer las paces con Shaithis. En cuanto a Arkis; era harina de otro costal.
Se acercó, se refugió bajo la bestia voladora congelada, cortó una vena de la pared de carne y le hincó el diente. No salía nada (la sangre de la criatura se había terminado o se había helado en las zonas más externas de su mole), por lo que se conformó con arrancar la vena a dentelladas y a tragarse la pulpa. Al menos serviría de sustento. Entre bocado y bocado, comentó:
—Tal vez debimos quedarnos en la Tierra de las Estrellas. Al menos el Habitante habría acabado con nosotros de forma rápida.
—¿Sigues echándome la culpa, Fess? —preguntó Shaithis desde su altura mientras observaba cómo se alimentaba. Arkis estaba sentado a cierta distancia, mirando, como siempre, ceñudo.
—La culpa la tenemos todos —respondió el Ferenc con cierta amargura—. Exaltados, nos lanzamos como ciegos por el precipicio. Como tontos, nos dispusimos a asesinar cuando en realidad íbamos al suicidio. Tú lo planeaste, es verdad, pero todos te secundamos.
Se puso en pie, volvió al hielo a buscar sus ropas, se agachó y se puso a limpiarlas cuidadosamente con la nieve. Al menos había que reconocer eso al gigante: siempre había sido escrupuloso. Cuando terminó, regresó a la cueva de carne helada y desplegó sus ropas para que se secaran o se congelaran.
—¿Una extraña contaminación? —preguntó Shaithis en voz alta.
—Ya puedes decirlo —replicó el otro, y frunció el hocico ya de por sí bastante retorcido—. ¡Esas manchas hediondas eran de Volse! —Y mientras aún comía, entre bocado y bocado, les contó su historia.
—Volse y yo notamos que del cono central salía humo. Y, además, una extraña actividad de vez en cuando en una cueva de las alturas. Y pensamos, si la vieja montaña contiene calor y fuego, lo razonable es que alguien se haya instalado allí. ¿Pero quién? ¿Hombres corrientes? ¿Wamphyri exiliados, quizá? La única manera de descubrirlo era ir a ver. Claro que antes de hacerlo enviamos nuestras sondas mentales, pero la persona o la cosa que vivía en el volcán mantuvo ocultos sus pensamientos.
»El camino es más largo de lo que parece, unos ocho kilómetros hasta el pie de la montaña, y luego sigue un ascenso de tres kilómetros o más hasta el cono. Cerca de la cima, donde el sendero se hace muy empinado, hay una cueva. Y era allí donde habíamos observado señales de actividad, como espejos que reflejaban la luz de las estrellas. Habitantes, pensamos. Trogs de la nieve o algo por el estilo. En cualquier caso, carne.
»Y, efectivamente, había carne —el semblante del Ferenc se tornó repentinamente sombrío—. ¡Una tonelada de carne! Pero será mejor que no me precipite y os lo cuente tal como ocurrió…
»Llegamos a la boca de la cueva escarpada y amarilla por el azufre, me imaginé que se trataba de una zona de desagüe de la lava. Pero no era apta para ser habitada y ni pizca más caliente que cualquier otro lugar de los alrededores. Lanzamos nuestras sondas y descubrimos que ahí dentro había vida: una especie de inteligencia adormecida en el interior de la cueva, y no nos sentimos en absoluto amenazados. Lo más probable era que el agujero aquel atravesara toda la montaña hasta el centro mismo. Y si allí estaba el calor, allí sería donde íbamos a encontrar la vida.
»De modo que entramos. El túnel estaba lleno de rincones y curvas, estaba oscuro y olía a pozo de basuras. Pero ¿qué es la oscuridad para los wamphyri?
»Volse, que había ideado las pústulas más increíbles para aumentar su ya de por sí horrendo aspecto, iba delante. Se quitó la chaqueta y su torso aparecía completamente festoneado por todo tipo de cosas malsanas: «Haya lo que haya ahí dentro —dijo—, deja que me vea o sienta mi proximidad y no le quedará más remedio que desmayarse y desear ardientemente que sea una pesadilla». Pensé que tenía razón y no me opuse a que fuera delante.
»Después…, ¡aah! —Fess dio un leve respingo al atisbar un minúsculo murciélago albino que revoloteaba cerca de él, debajo del saliente del costado de la bestia voladora muerta. Con un ademán veloz como el rayo, partió por la mitad al animalito en pleno vuelo. Después de lo cual siguió—: ¡Ah, sí! Tal vez debería mencionarlo, durante todo el trayecto, Volse y yo tuvimos compañía. ¡Estos condenados murciélagos! Están por todas partes.
—¿Por qué los tratas con tanta violencia? —lo interrumpió Shaithis—. En la Tierra de las Estrellas eran nuestros familiares.
—Éstos no son iguales —comentó Fess, sacudiendo la enorme cabeza—. No obedecen.
Bastante lleno, fortalecido por la comida, el Ferenc comenzó a vestirse y generó calor corporal para terminar de secar sus ropas. Se le daba tan bien como generar nieblas. Mientras se vestía, prosiguió con su historia:
—Como os iba diciendo, Volse iba primero y fue también el primero en internarse en el corazón de roca y, para ser sincero, he de reconocer que no creíamos que hubiera nada allí. Nada que nos causara alarma o nos amenazara. Sin embargo, presentí que la imagen que nos llegaba de aquel lugar y de su presunto morador o moradores debía de ser falsa. Tenía la sensación de que observaban mi mente, aunque me era imposible detectar al observador. Pero cuanto más nos internábamos en la montaña, más se reforzaba mi convicción de que nuestro avance era vigilado hasta el más mínimo detalle, como si cada paso nos acercara más a una confrontación terrorífica, a una conclusión artificial y monstruosa. ¡En pocas palabras, a una emboscada!
Arkis lanzó un gruñido y asintió.
—Del mismo modo me sentí yo —comentó en voz baja y con los dientes apretados—, en las ocasiones en que me acerqué a la bestia voladora de Volse para tratar de pegarle un mordisco.
—Pues muy bien —asintió Fess sin sentirse ofendido, como si deliberadamente se negara a ver acusación alguna en el comentario de Arkis—. Y conocí el… ¿miedo? No, eso no, el miedo no, porque no nos han criado para eso. Digamos, simplemente, que experimenté una nueva sensación que no me resultó agradable. Y mi presentimiento no carecía de fundamento, como veréis enseguida. Durante todo el trayecto, esos condenados albinos nos siguieron de cerca, hasta que el batir de sus alas y sus chillidos llegaron a hacerse tan molestos que me rezagué un poco para golpearlos en el aire. Probablemente fue eso lo que me salvó la vida.
»Volse seguía avanzando a grandes zancadas. Pero sintió que algo se acercaba en el mismo momento que yo lo sentí, y sólo dijo una palabra antes de que lo atacara. La palabra que pronunció fue «¿Qué?». Sí, hizo una pregunta, pero a pesar de ello jamás llegó a saber qué fue lo que lo golpeó.
—¡Explícate! —le pidió Arkis con un hilo de voz. Shaithis seguía la historia del Ferenc completamente concentrado, como embelesado.
Fess se encogió de hombros. Cuando terminó de vestirse se dedicó a cortar trozos de carne de las costillas alveoladas de la bestia voladora y a echárselos uno por uno en la boca.
—Es difícil de explicarlo —dijo al cabo de un rato—. Era veloz. Inmenso. Sin inteligencia. ¡Terrible! Pero vi lo que le hizo a Volse, y decidí que no me haría a mí lo mismo. Nunca antes había huido de nada…, salvo, quizá, del Habitante y de la tremenda destrucción que provocó en la batalla por la posesión de su jardín…, pero de aquello tuve que huir.
»Era blanco, pero de un blanco enfermizo. El blanco que nace de estar oculto en sitios muy oscuros, como una especie de hongo de caverna. Tenía patas…, muchas, me parece, con unos pies agarrotados y unos dedos unidos por membranas. Tenía cuerpo y cabeza de pez, con unas fauces feroces. Pero el arma que empuñaba…
—¿Un arma? —preguntó Arkis, proyectando el morro hacia adelante—. Has dicho que esa cosa carecía de inteligencia. ¿Cómo es posible entonces que tenga la suficiente para llevar un arma?
El Ferenc le dirigió una mirada sarcástica, levantó las manos dotadas de garras y le preguntó:
—¿Acaso éstas no son armas? ¡El arma de aquella cosa era parte de su cuerpo, idiota, del mismo modo que tus colmillos de jabalí forman parte del tuyo!
—Ya, ya entiendo —dijo Shaithis con impaciencia—. Sigue.
Fess volvió a serenarse, pero sus ojos se movían inquietos en su cara inmensa y deformada.
—Su arma era un cuchillo, una espada, una lanza. Pero con púas como espinas distribuidas por toda su superficie, desde la cola hasta el hocico. Una especie de vara espinosa para hundir en la víctima; una vez allí enterrada, ésta queda enganchada y todo intento por liberarse sólo produce más laceraciones y roturas. En la punta de aquel ariete recubierto de pinchos aparecían dos agujeros iguales, como ventanas de una nariz. Pero no eran para respirar… —en ese momento, el Ferenc hizo una pausa.
—¿Para qué servían entonces? —Arkis no pudo evitar la pregunta.
—¡Para chupar! —contestó el Ferenc.
—Un vampiro —Shaithis parecía convencido—. Un guerrero incontrolado, sin amo legítimo. Una criatura creada por algún lord wamphyri exiliado, que ha sobrevivido a su hacedor. —Decía estas cosas, pero no creía en ellas necesariamente. Las pronunciaba en voz alta para disimular la naturaleza de sus verdaderos pensamientos, que habían vuelto a cambiar.
Fess cayó en la trampa de Shaithis.
—Todo eso es posible, sí —asintió el gigante—. Sigiloso y taimado como un zorro, y sin anunciarse, salió arrastrándose de un túnel lateral, pero cuando atacó… ¡ah! El rayo es mucho más lento. Se hizo visible y su lanza se hundió tres veces en Volse. La primera arremetida lo partió, atravesándole los forúnculos y todo, y una cantidad prodigiosa de pus me salpicó a mí y a las paredes del túnel. Era como una inmensa ampolla que al estallar lo mojara todo con sus líquidos repugnantes. Quedé empapado. La segunda arremetida lo alcanzó cuando todavía no se había recuperado del aturdimiento de la primera; casi le segó la cabeza. ¡Y la tercera le llegó al corazón, donde comenzó a chupar como una bomba! Mientras aquella Cosa lo mantenía erguido, empalado con su arma contra la pared y lo iba chupando, los ojos grandes como platos de la criatura me miraban fijamente con una monstruosa expresión. Supe que yo sería el siguiente.
»Entonces fue cuando huí. —Fess se estremeció visiblemente, cosa que asombró a Shaithis.
—¿No pudiste salvarlo? —preguntó Arkis, con sorna, poniendo en entredicho la virilidad de Fess; en el mejor de los casos, aquello constituía una forma peligrosa de preguntar.
Pero Fess no se lo tomó a mal.
—¡Volse ya estaba desahuciado! ¿Cómo iba a salvarlo si ya le había extraído gran parte de sus líquidos y tenía la cabeza medio colgando y, además, aquella Cosa seguía chupándolo? ¿Y yo qué? ¡Muerte-horrenda, tú no has visto a esta criatura! ¡Ni siquiera Lesk el Ahíto, sea cual sea el infierno en el que resida ahora, se habría atrevido a acercarse a ese monstruo! Pues no, yo huí.
»Y mientras recorría aquel larguísimo túnel no dejé de oír cómo babeaba aquella Cosa mientras chupaba los jugos a Volse. Cuando por fin vi la luz y estuve al aire libre, me pareció que su babeo se hacía más ruidoso, quizá me estuviera pisando los talones. Presa del pánico, sí, lo reconozco, invoqué una niebla, bajé a toda prisa las laderas y llegué a la llanura de nieve y hielo. Allí me desnudé, porque los líquidos de Volse eran venenosos, y, sin detenerme, vine hacia aquí y os encontré a vosotros dos esperándome.
»Ya os lo he contado todo…
Arkis y Shaithis se reclinaron, entrecerraron los ojos y se frotaron la barbilla. Shaithis mantenía ocultos sus pensamientos (si bien, a decir verdad, no había en ellos nada de siniestro o vengativo); pero Muertehorrenda, al notar que el Ferenc se encontraba en una cierta desventaja, no se sentía inclinado a soltar con tanta facilidad al gigante que había mordido el anzuelo.
—Los tiempos y las suertes cambian —dijo el hijo del leproso al cabo de un rato—. He pasado hambre, e incluso temí por mi vida, cuando tú y esa pústula andante tuvisteis las cartas en la mano. Pero ahora… eres tú solo contra lord Shaithis y yo.
—Es cierto lo que dices —replicó Fess; se puso en pie y se estiró y flexionó las potentes garras que tenía por manos—. Pero no puedo dejar de preguntarme qué ve en ti lord Shaithis, hijo del leproso. ¡Porque a mi parecer, eres tan útil como lo fue ese saco de inmundicias llamado Volse Pinescu! Y ahora que lo pienso, me doy cuenta de que he soportado muchos insultos y desprecios durante todo el tiempo que duró mi relato. Es verdad que tenía hambre y un frío mortal, y que un hombre soportará cualquier cosa mientras tenga la posibilidad de llenarse el estómago. Pero ahora que lo tengo lleno y que he entrado en calor…, creo que será mejor que te retractes, Muerte-horrenda. De lo contrario, tendrás el mismo fin que tu nombre sugiere.
—Sí —asintió Shaithis con un rápido movimiento de cabeza, y se interpuso entre los dos—. Ya basta. Admitámoslo de una vez, las Tierras Heladas ya nos causan suficientes problemas como para que además peleemos entre nosotros. —Los aferró por el brazo y los obligó a sentarse junto a él—. Decidme ahora cuáles son los secretos de estas Tierras Heladas. Porque, al fin y al cabo, no soy más que un recién llegado, mientras que vosotros dos… ¡Vaya, habéis explorado el terreno a fondo! De manera que cuanto antes sepa todo lo que vosotros sabéis, antes podremos decidir sobre nuestra próxima jugada.
Shaithis paseó la mirada de un interlocutor al otro hasta que finalmente la posó en el rostro oscuro y crispado de Arkis, en sus labios gruesos y sus colmillos de amarillento marfil.
—¿Qué me dices, Arkis? Has tenido menor libertad que Fess, es verdad, pero con todo, has logrado explorar unos cuantos castillos de hielo. Bien, el Ferenc nos ha contado su historia de horror en el cono, supongo que ahora te toca a ti. ¿Qué me dices de los castillos de hielo, eh? ¿Y de los lores wamphyri exiliados que llevan siglos congelados?
Arkis lo miró ceñudo y preguntó a su vez:
—¿Quieres saber sobre los congelados?
—Cuanto antes lo sepa —respondió Shaithis—, antes podremos actuar.
—No tengo problemas con eso —dijo Arkis, y se encogió de hombros de mala gana—. ¿Quieres saber lo que he visto, hecho y descubierto? ¡Pues no tardaré mucho en contártelo!
—Cuéntanoslo, entonces —le pidió Shaithis—, y veremos qué sacamos de todo ello.
Arkis volvió a encogerse de hombros y dijo:
—Sea, pues.