Teddy Roosevelt. El hombre que dio nombre a la nave
En su tiempo se citó con frecuencia una observación que hizo John F. Kennedy cierto día que cenaba en la Casa Blanca con una docena de científicos y artistas eminentes. «Señores —dijo JFK—, ésta es la suma de talentos más grande que se sienta en torno a esta mesa desde que Thomas Jefferson cenaba solo en este mismo lugar.»
Es una frase aguda e inteligente. Pero solamente estaría justificada en el caso de que Theodore Roosevelt hubiera salido cada noche a cenar fuera de la Casa Blanca durante los siete años que duró su presidencia.
¿Cómo se me ocurrió ponerle a una nave el nombre de Theodore Roosevelt? Porque lo considero el estadounidense más notable en toda nuestra larga historia.
Pensadlo bien: de niño sufrió una terrible asma. En vez de hundirse, se puso a nadar y a hacer gimnasia todos los días, y se ejercitó hasta que le admitieron en el equipo de boxeadores de Harvard.
Pero antes de ir a Harvard se había labrado ya una reputación. Apasionado naturalista hasta el día de su muerte, se le consideró uno de los más importantes ornitólogos y taxidermistas ya en su adolescencia. Y sus intereses no se limitaban al mundo de la naturaleza. Mientras estudiaba en Harvard escribió el que en su tiempo se consideró un tratado de referencia sobre la guerra naval: The Naval War of 1812.
Se graduó con Phi Beta Kappa y summa cum laude, se casó con Alice Hathaway, empezó a estudiar Derecho, se aburrió y se dedicó a la política. Cuando nacía en él un nuevo interés, no se quedaba jamás a medias. Así, a los veinticuatros años, fue el hombre más joven elegido jamás para la Asamblea General de Nueva York, y un año más tarde se erigió en líder de la oposición.
Podría haber permanecido en la Asamblea del Estado, pero el 14 de febrero de 1884, no mucho después de su vigésimo quinto cumpleaños, su amada Alice y su madre murieron en la misma casa, con doce horas de diferencia. Sintió la necesidad de alejarse de allí y partió hacia el Oeste, donde se instaló como ranchero (y como Teddy Roosevelt no habría cabido en un solo rancho, se compró dos).
Al no contentarse con ser ranchero, deportista y político, se hizo también agente del orden, y, sin armas, persiguió y capturó a tres asesinos armados en las Badlands de Dakota durante la temible borrasca que pasó a la historia como el Invierno de la Nieve Azul. Inició la construcción de Sagamore Hill, la finca que se hizo famosa en Oyster Bay (Nueva York). Se casó con Edith Carewy fundó una segunda familia. (Alice había muerto al dar a luz a su hija, también llamada Alice. Edith tuvo enseguida un hijo tras otro: Kermit, Theodore Jr., Archie y Quentin, así como otra hija, Ethel.) Durante su tiempo libre escribió varios libros que fueron bien acogidos. Luego, como le faltaba dinero, firmó un contrato para escribir una serie de cuatro volúmenes, The Winning of the West, los dos primeros se vendieron estupendamente bien desde un primer momento. También sintió una gran inclinación por la correspondencia epistolar: durante toda su vida llegó a escribir más de 150.000 cartas. Tenía ya más de treinta años y llegó a la conclusión de que había llegado la hora de dejar de hacer el holgazán y ponerse a trabajar. Aceptó el puesto de comisario de Policía en la violenta y corrupta ciudad de Nueva York, y, para sorpresa incluso de sus más incondicionales partidarios, puso orden en la zona. Se hizo famoso por sus «paseos a medianoche», en los que se cercioraba de que los agentes estuvieran en sus puestos, y fue también el primer comisario en insistir que todos los policías practicaran regularmente el tiro.
Les hizo la vida tan difícil a los ricos y poderosos (y corruptos) de Nueva York que lo ascendieron para quitarlo de en medio: lo nombraron secretario asistente de la Armada, en Washington. Al estallar la guerra de Cuba, dimitió de su puesto, se alistó en el Ejército, le asignaron el rango de coronel y organizó la unidad más célebre y más romántica que jamás haya luchado por Estados Unidos: los legendarios Rough Riders, entre los que había vaqueros, indios, atletas profesionales y cualquier otro que le pareciera adecuado. Fueron a Cuba, y Teddy en persona encabezó el asalto a las Lomas de San Juan contra el fuego racheado de las ametralladoras. Cuando regresó a Estados Unidos era ya el hombre más célebre del país. Al cabo de menos de tres meses fue elegido gobernador de Nueva York, una semana después de cumplir los cuarenta años. Sus nuevas obligaciones no lo apartaron de sus intereses de toda la vida, y no dejó de escribir libros y estudiar la vida salvaje.
Dos años más tarde volvieron a ascenderle para quitarlo de en medio. Le encontraron un puesto en el que su celo no molestaría a nadie: lo nominaron para la vicepresidencia de Estados Unidos y poco después resultó elegido.
Diez meses más tarde, el presidente William McKinley moría asesinado, y Roosevelt se transformó así en el presidente más joven que hubiera entrado jamás en la Casa Blanca, donde sirvió durante siete años.
¿Qué hizo como presidente?
Si nos guiamos por los criterios rooseveltianos, no mucho. Si nos guiamos por los criterios de cualquier otro, su trabajo equivalió al de cinco presidentes. Juzgadlo vosotros mismos:
¿Existía una labor más allá de sus capacidades? Tan sólo una. Cuando le preguntaron por qué su hija Alice hacía lo que le daba la gana por la Casa Blanca, respondió: «O gobierno el país, o controlo a Alice. No puedo hacer las dos cosas a la vez.» (Fue Alice quien dijo más tarde, en referencia a las ansias de protagonismo de su padre: «Quería ser la novia de todas las bodas y el cadáver de todos los entierros.»)
Al dejar el puesto, en 1909, no se relajó. Embaló el equipaje (y los rifles) y emprendió el safari más formidable de la historia. Se pasó once meses reuniendo especímenes para el Museo Americano y el Smithsonian. Puso por escrito sus experiencias en African Game Trails, que todavía se considera uno de los libros más importantes que se hayan escrito sobre el tema. Tras regresar a Estados Unidos, llegó a la conclusión de que el sucesor que él mismo había propuesto, el presidente William Howard Taft, lo había hecho muy mal, y se presentó de nuevo a la presidencia en 1912. Aunque Roosevelt fuera el hombre más popular del Partido Republicano, le denegaron la nominación con el pretexto de un defecto de forma. Otro hombre se habría dejado dominar por la frustración y habría aguardado a 1916. Pero Teddy, no. Fundó el Partido Progresista, conocido informalmente como el Partido del Alce Macho, y se presentó en 1912. Todo el mundo lo daba por vencedor cuando, cierto día en el que se dirigía a Milwaukee para hacer un discurso, un aspirante a asesino le disparó en el pecho. Se negó a recibir ayuda médica hasta que hubo finalizado el discurso (¡qué duró noventa minutos!) y sólo entonces aceptó que lo trasladaran a un hospital. No llegaron a extirparle la bala, y, para cuando Teddy pudo reincorporarse a la campaña, Woodrow Wilson le llevaba ya una gran ventaja. Roosevelt quedó segundo y el presidente Taft fue relegado a un humillante tercer puesto: sólo sacó votos electorales. ¿Y pensáis que entonces Roosevelt aflojó el ritmo?
Lo decís en broma, ¿verdad? Estábamos hablando de Teddy Roosevelt. El gobierno brasileño le solicitó que estudiara un afluente del Amazonas llamado Río da Dúvida (Río de la Duda). Roosevelt no había descansado desde que era niño, tenía ya más de cincuenta años, iba por el mundo con una bala en el pecho, de acuerdo con toda lógica se había ganado un plácido retiro… así que, naturalmente, aceptó la propuesta. «Tenía que ir —escribió más tarde—. Era mi última oportunidad de volver a la juventud.»
Este viaje no le salió tan bien como el safari. Se contagió de unas fiebres, estuvo a punto de perder la pierna y en cierta ocasión llegó a decirles a sus compañeros que lo abandonaran a la muerte y siguieran adelante. No lo hicieron, por supuesto, y finalmente se recuperó, pudo seguir adelante con la expedición y cartografió el río, que a partir de entonces se llamó río Teodoro en su honor.
Regresó a su hogar, escribió otro superventas —Through the Brazilian Wilderness— y también un libro sobre animales de África, y otros sobre política, pero su salud no llegó nunca a restablecerse del todo. Emprendió una vigorosa campaña por la participación de Estados Unidos en la primera guerra mundial, y todo el mundo estaba convencido de que volvería a ser presidente en 1920, pero murió el día 6 de enero de 1919, mientras dormía, a la edad de sesenta años. Durante seis décadas debía de haber vivido unas diecisiete vidas.
Y esto, amigos, ha sido una brevísima biografía del hombre más notable en la Historia estadounidense. Lo he hecho aparecer en media docena de historias de ciencia ficción, tres de las cuales han recibido nominaciones para galardones diversos («Bully!», «Over There» y «Redchapel»), y aparecerá de nuevo.
¿Le he puesto su nombre a una nave espacial? Lo extraño es que no le haya puesto su nombre a la Armada entera, ¡qué diablos!