Capítulo 24

Cole sintió una mano en el hombro. Trató de ignorarla, pero el otro insistía en sacudirlo levemente.

—Despierte, señor —dijo un hombre en voz baja.

Cole abrió uno de los dos ojos.

—¿Qué hora es?

—Lo más oscuro de la noche, señor —dijo Chadwick—. Póngase en pie, por favor, y trate de no hacer ruido.

Cole se puso en pie.

—Está claro que deben de esperar la llegada de una turba asesina, porque, si no, no me trasladarían a estas horas.

—Sígame, señor, y, por favor, haga el mínimo ruido posible.

Chadwick desconectó el campo de fuerza y Cole lo siguió por el corredor en el que se hallaban las otras celdas, la mitad de las cuales estaban vacías. En cuanto hubieron llegado a la bifurcación que conducía a la sala de reuniones, Chadwick le hizo un gesto para que se detuviera. El sargento echó una cautelosa mirada, se cercioró de que el pasillo de la derecha estuviera vacío y le indicó a Cole que anduviera en esa dirección. Al pasar frente una sala grande y bien iluminada, Chadwick se detuvo y le habló a Cole en susurros:

—Espere hasta que me oiga charlar con ellos, y entonces pase de largo todo lo rápida y silenciosamente que pueda.

«Estamos en el área de calabozos de una base militar —pensó Cole, confuso—. ¿Acaso podemos encontrarnos con muchos peligros?» Sin embargo, llegó a la conclusión de que lo más acertado sería seguir las indicaciones de Chadwick. El sargento entró en la habitación y unas voces lo saludaron.

—Hola, Luthor —dijo alguien—. Hoy trabajas hasta muy tarde.

—¿Quieres llegar a teniente? ¿O simplemente haces horas extra para compensar que te dormiste el otro día? —le preguntó otro.

—Un poco de cada cosa —dijo Chadwick en tono desenfadado. Siguió bromeando con ellos, y al cabo de un minuto Cole pasó en silencio por delante de la puerta. Echó una ojeada adentro y vio que era una sala para el personal, y que Chadwick estaba al fondo y pregonaba una clasificación deportiva. Todo el mundo estaba pendiente de él y nadie prestaba atención a la puerta.

Cole anduvo hasta unos cinco metros más allá y luego se detuvo y aguardó. Chadwick apareció al cabo de treinta segundos, pasó por el lado de Cole sin decirle ni palabra y le hizo un gesto para indicarle que lo siguiera. Al cabo de poco llegaron a una salida y pasaron por ella. En el exterior aguardaba un aerocoche.

—Suba, comandante —dijo Chadwick.

Cole entró en el vehículo, y Chadwick, al cabo de un momento, subió también.

—¿Adónde vamos? —le preguntó Cole.

—No muy lejos.

—¿Saldremos de la base?

—Al final, sí.

Cole no trató de sonsacarle más información a Chadwick y se acomodó en su asiento. Al cabo de pocos minutos llegaron al espaciopuerto del Ejército. Chadwick hizo el saludo militar a los guardias de la puerta y les presentó unos discos codificados, y así pudieron entrar.

—Ahora, baje, señor —dijo Chadwick.

Pampas aguardaba frente a la portezuela.

—Bienvenido, señor —dijo, y saludó.

—Pero ¿qué diablos es esto, sargento? —dijo Cole—. Yo había pensado que querían salvarme de una turba.

—Tenía usted razón a medias, señor —dijo Chadwick—. Lo hemos salvado.

—Por favor, señor, suba a la lanzadera —lo apremió Pampas—. No sé cuánto tiempo nos queda.

—¿La coronel Blacksmith los informó de nuestro acuerdo? —preguntó Chadwick, que también había bajado del aerocoche.

—Sí, lo hizo —dijo Pampas—. Por favor, acompañe al comandante hasta la lanzadera.

En cuanto estuvieron a bordo, Pampas ordenó que la lanzadera despegase. Al cabo de medio minuto se oyó una voz en la radio que exigía que regresaran al planeta.

—No han tardado mucho en darse cuenta, ¿verdad? —observó Pampas.

De pronto, los mecanismos de defensa de la nave se activaron.

—Bueno… o nos han disparado cerca de la popa a modo de advertencia, o es que tratan de derribarnos —dijo Pampas.

—Quizá podríamos acelerar un poco —propuso Chadwick, inquieto.

—En cuanto hayamos pasado de la estratosfera —le respondió Pampas—. Si antes de abandonarla aceleráramos hasta la velocidad de la luz, la fricción nos abrasaría. —Echó una ojeada al ordenador—. Otro disparo. Creo que se han enfadado de verdad con nosotros.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a la estratosfera? —preguntó Cole.

—Unos diez segundos, señor —dijo Pampas.

Fueron los diez segundos más largos de la vida de Cole pero, finalmente, dejaron atrás la atmósfera y aceleraron hasta la velocidad de la luz.

—Y ahora, ¿sería posible que alguno de vosotros me explicara lo que ocurre? —dijo Cole.

—Pienso que debería ser obvio, señor —dijo Pampas. Deceleró a velocidad sublumínica y señaló una de las pantallas, en la que se veía a la Teddy R., inmóvil en el espacio—. Bienvenido a casa, señor. Su nave lo aguarda.

—¿Sabéis cuántas leyes acabáis de infringir? —dijo Cole.

—Toda ley que le mande a usted a la cárcel y deje en libertad a Podok merece ser infringida, señor —repuso Chadwick.

—¿Por qué ha hecho esto? —preguntó Cole—. Ni siquiera forma usted parte de la tripulación.

—Se equivoca usted, señor —dijo Pampas—. El señor Chadwick es el nuevo director asistente del Departamento de Seguridad.

—Si ésa es la recompensa por soltarme, más le valdría que le hubierais pagado en metálico —dijo Cole mientras la lanzadera entraba en la nave nodriza.

Forrice los aguardaba en la escotilla.

—Me alegro de tu regreso, capitán —dijo con énfasis en esta última palabra—. Estos días han sido muy aburridos.

—El aburrimiento está a punto de terminar —dijo Cole—. ¿Ese piloto del nombre raro sigue a bordo?

—Sí.

—¡Pues dile que nos saque de aquí ahora mismo! —dijo Cole.

—¿Adonde iremos? —preguntó el molario.

—Adonde no haya llegado la República.

—Entonces creo que tendríamos que marcharnos a la Frontera Interior.

—Sí, eso estaría bien.

Forrice comunicó la orden al puente.

—Espero que todos los que han participado en esta acción comprendan que, una vez allí, no podremos regresar —dijo Cole.

—¿Y quién tiene ganas de regresar? —dijo una voz conocida—. Estamos en la Teddy R. porque somos gente problemática e insatisfecha, ¿lo recuerdas?

Cole se volvió y se encontró cara a cara con Sharon Blacksmith.

—Barrunto que esto ha sido idea tuya —dijo.

—Lo votamos.

—¿Y la mayoría fue amplia?

—Ganamos por unanimidad —dijo la mujer. Y sonrió con malicia—. Bueno, eso fue después de que dejáramos en Willowby IV a todos los que no estaban de acuerdo.

—¿Cuántos miembros de la tripulación siguen con nosotros?

—Treinta y dos, si contamos también a los oficiales. Pero el bedalio abandonó la nave, por lo que tendremos que buscarnos a otro médico.

—¿Y la teniente Mboya?

—Sigue aquí.

—¿Y Aceitoso?

—También está. Y, antes de que lo preguntes, también la teniente Marcos. Aún se le acelera la respiración al oír tu nombre. Te prepararé una lista completa cuando esté claro que sobreviviremos el tiempo suficiente para que puedas leerla.

—¡Puente! —dijo Cole en voz más alta—. Les habla el comandante… —se interrumpió un instante—. Les habla el capitán. ¿Detectan algún indicio de persecución?

—Todavía no, señor —le respondió Briggs.

—Infórmeme en cuanto se produzcan cambios en la situación.

—Sí, señor.

Se volvió de nuevo hacia Sharon.

—No puedo creer que todos vosotros hayáis abandonado vuestra carrera por mí.

—Pensamos más bien que la Armada nos ha abandonado a nosotros —respondió Sharon—. Llevamos una tripulación incompleta, pero todos sus miembros están dispuestos a dejar atrás todo lo que conocían para servir contigo. Pienso que esa decisión dice mucho sobre ellos. —Lo miró fijamente, con ojos brillantes—. Y creo que todavía dice más sobre nuestro capitán.