Baker entró en la celda de Cole.
—¿Qué tal le tratan? —preguntó.
—No habrá venido hasta aquí tan sólo para preguntarme eso…
—No, vengo a decirle que he conseguido que retiraran los cargos contra el comandante Forrice. —Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro—. Sabía que no lograrían mantenerlos. No importa lo que usted le dijera: él no respondió nada.
—¿Y qué hay de Sharon?
—¿La coronel Blacksmith? Irá a juicio con usted. No puede negar que fue ella la primera en reconocerlo como mando supremo de la Theodore Roosevelt. —Calló por unos instantes—. Pero su destino depende totalmente del suyo. Si quieren condenarla por participación en un motín, tendrán que empezar por considerarle amotinado a usted.
—¿Cómo pinta la cosa?
—Tendremos que contar con un montón de problemas adicionales, como el trato que hizo con el enemigo y las acciones emprendidas por la flota teroni después de obtener el combustible; pero, si consigo que la discusión se centre en su actuación principal, en la salvación de cinco millones de vidas, creo que lograré el triunfo.
—Hace un par de días parecía usted más confiado.
—Hace un par de días aún no se sabía el nombre del fiscal —le respondió Baker—. Va a ser el coronel Miguel Hernández.
—Nunca había oído hablar de él.
—Ni tiene por qué —le dijo Baker—. Nunca en su vida lo habían sometido a un consejo de guerra. Miguel Hernández es el mejor fiscal que tiene la Armada. —Arrugó el entrecejo—. No sé cómo es que está aquí.
—Será porque no puede participar en el juicio desde otro lugar.
Baker negó con la cabeza.
—No me refiero a eso. La Armada debería estar interesada en que usted se librara de los cargos. Lo que hizo estuvo bien. Salvó muchísimas vidas. No obligó a la capitana a pasar por la plancha, o lo que sea que hagan hoy en día. Tuvo usted una conducta honorable… y, por otra parte, es el oficial más condecorado de este Ejército. Entonces, ¿cómo es que envían contra usted a un hombre que, joder, no ha perdido un solo caso en quince años?
—Esperemos que lo hayan hecho de cara a la prensa —dijo Cole.
—Podría ser —dijo Baker—. Pero igualmente lo encuentro preocupante. Si alguna vez en mi vida he visto un caso en el que tendrían que emplear a un fiscal novato, es éste.
—No tiene sentido que nos preocupemos ahora por eso —dijo Cole—. ¿Cuándo empezarán a tomar declaraciones?
—La capitana Podok, la teniente Mboya y el teniente Briggs han declarado ya, y creo que ahora mismo le están tomando declaración a la coronel Blacksmith.
—¿No tendría que estar usted allí para asesorarla? —le dijo bruscamente Cole.
—Un miembro de mi equipo está con ella —le respondió Baker—. Esto no es un procedimiento civil, comandante. Lo que podamos hacer durante la declaración del acusado tiene unos límites muy precisos. En cualquier caso, me han dicho que a usted le tomarán declaración mañana. Trataré de estar allí.
—No se moleste —dijo Cole—. No tengo nada que esconder, ni nada de lo que deba avergonzarme. Pienso responder con sinceridad a todas y cada una de las preguntas.
—Normalmente, ésa es la mejor política.
—¿Cuándo será el juicio a Podok?
—Dentro de tres días, pero el resultado es previsible: la degradarán al rango inmediatamente inferior y le permitirán reincorporarse al servicio activo.
—Espero que no regrese a la Teddy R.
—No es probable.
—¿Y de verdad que saldrá de ésta con un cachetito?
—Así parece, pero eso no excluye que quede muy resentida por haber perdido el rango de capitana. Estos días se está poniendo las botas. Le dice a la prensa que usted se hizo con el mando de la nave porque se negaba a recibir órdenes de una polonoi.
—¡Será una broma! —exclamó Cole—. ¿De verdad que ha dicho eso?
—Sí, y lo sigue diciendo. Creo que aquí dentro no puede ver usted los holos de las noticias.
—Espero que la prensa haya dicho que eso es una chorrada.
—Pues no, no lo han dicho. Para empezar, los presos no tienen derecho de réplica en la prensa.
—Pero, aun así —dijo Cole—, debe de haber docenas de miembros de la tripulación que…
—Usted se amotinó —lo interrumpió Baker—. Podok les ha dado un motivo que explica sus acciones, un motivo que le pone a usted bajo una luz desfavorable, y, por lo tanto, bajo una luz favorable para ella. En todas las ocasiones en que un miembro de la tripulación trata de explicarles que el comandante Cole no es racista, siempre hay algún reportero que señala que le han puesto a usted entre rejas por haberle quitado el mando a una polonoi.
—Sí, ese tipo de historias le encanta a la prensa, ¿eh? —dijo Cole—. Les encanta todo lo que les confirme en su creencia de que todos los miembros del Ejército son maníacos homicidas, o violadores, o racistas.
—Esto pasará tan pronto como se celebre el juicio —dijo Baker—. ¿Quién sabe? Hasta es posible que le den otra medalla por lo que hizo y vuelva a ser el niño bonito de la prensa. —De repente, sonrió—. Como soy su abogado, he estudiado con sumo detalle toda su carrera. A mí me parece que se ha valido usted de los medios de comunicación para lograr sus propósitos, igual que ellos se han valido de usted para lograr los suyos.
—Mis propósitos no han consistido nunca en el provecho personal.
—¿Cree usted que a ellos les importa?
—No —reconoció Cole—. Si les importara, no serían tan maleables.
—Bueno —dijo Baker—, tan sólo quería hablarle del comandante Forrice. Será mejor que vuelva al trabajo. Aún tengo que preparar dos defensas.
—Gracias por venir —dijo Cole.
—¿Hay algo que pueda hacer por usted, comandante?
—¿Sería posible que alguien viniera a visitarme?
—¿Está interesado en alguien en particular?
Cole negó con la cabeza.
—No, solamente alguien de la Teddy R. que tuviera algún interés por venir a verme. Me gustaría ver a Forrice y felicitarlo por haberse librado de los cargos, pero tengo la impresión de que si pregunto expresamente por alguien, no permitirán que venga.
—Eso es muy probable —confirmó Baker—. Veré lo que puedo conseguir.
—Gracias —dijo Cole—. Y si no me permiten ningún holo, trate de proporcionarme un par de libros de esos anticuados de papel.
—Haré cuanto pueda —dijo Baker. Se plantó frente al campo de fuerza, y entonces uno de los guardias pulsó un panel de control y creó una abertura momentánea para que pudiese salir.
Cole se pasó las dos horas siguientes esforzándose en recordar incidentes dispersos que hubieran tenido lugar durante su breve estancia en la Teddy R. y que pudieran ayudarle en el juicio. Pero al final lo dejó correr. No podía creer que sus acciones no estuvieran justificadas, y estaba seguro de que un tribunal militar razonable no sólo le daría la razón, sino que también le concedería una Mención Honrosa.
Estaba a punto de tumbarse en el tosco camastro para echar una cabezada cuando el campo de fuerza centelleó brevemente y se abrió para dejar pasar a Forrice.
—He oído las buenas noticias —le dijo Cole—. Felicidades.
—Todo esto es absurdo —dijo el molario—. Si me hubieran dejado tiempo para hablar entre pregunta y pregunta, les habría dicho que tendrías que haber sido tú quien se hiciera cargo de la nave desde el mismo día en el que Fujiama murió.
—Si tú no se lo has dicho, yo tampoco se lo voy a decir —le respondió Cole con una sonrisa maliciosa.
—¿Has oído lo que cuenta sobre ti nuestra amada ex capitana?
—Sí.
—Por la cara que pones, no parece que te moleste mucho.
—¿Pues qué quieres que diga la tía esa… que tuve excelentes motivos para quitarle el mando y que me tendrían que otorgar una Mención Honrosa por mi buen criterio?
—Durante algún tiempo conseguirá que se la crean —dijo Forrice—, pero tarde o temprano la prensa descubrirá lo que realmente ocurrió en Benidos II y entonces la crucificarán.
—Eres molario —dijo Cole—. ¿Qué diablos vas a saber tú sobre la crucifixión?
—Sé que vuestros pintores más importantes parecían fascinados por ella.
—Creo que les fascinaba un poquito más el hombre que era crucificado en todos esos cuadros.
—Vete a saber…
—En cualquier caso, me alegro de que estés libre.
—Estoy seguro de que lograrás desmentir las acusaciones —dijo Forrice, confiado—. Pero preferiría que Podok dejase de difundir mentiras por la prensa.
—Los medios de comunicación sacan más tajada de las mentiras y las insinuaciones que de la verdad —dijo Cole—. Luego, cuando todo el mundo haya perdido interés en esta historia, publicarán un desmentido. Y luego no entenderán por qué la persona a la que han calumniado todavía los pone a parir.
—Hablas como si fueran todavía más corruptos que la prensa molaria.
—Así funciona el mundo. Todos los abogados, al inicio de su carrera, buscan justicia, y al final sólo buscan éxitos. Todos los médicos, al principio, quieren salvar a los pacientes, y cuando terminan sólo quieren proteger sus inversiones. Y todos los periodistas, cuando empiezan, buscan la verdad, y al final sólo buscan la máxima tirada.
—Me alegro de que tú no te hayas transformado en un cínico amoral —dijo Forrice, y ululó una carcajada.
—Eso se lo dejo a las razas inferiores contra las que tengo prejuicios, empezando por los molarios.
Forrice ululó una vez más.
—No te importará que te cite ante la prensa, ¿verdad? Han descubierto que te tienen encerrado aquí y se pasan todo el día en vela frente al edificio.
—Toda ayuda me vendrá bien —dijo Cole—. Invítales de mi parte a tomar algo.
—No tengo dinero suficiente —dijo el molario—. Debe de haber unos cien.
—¿Unos cien? En estos momentos estamos en guerra. ¿No tienen nada mejor que hacer?
—Se han olido la noticia —le respondió Forrice—. Ahora resulta que el héroe, de pronto, es un amotinado y un racista. Y ya me dirás si a alguien le gusta leer noticias sobre la guerra. Esta noticia es más jugosa, y si pudieran demostrar que has violado a Sharon Blacksmith, o a Rachel Marcos, o, todavía mejor, a una polonoi, serías su éxito del año.
—Cuánto lamento tener que defraudarles —dijo Cole—, pero un día de la próxima semana, hacia el mediodía, me presentaré ante el tribunal y saldré libre un par de horas más tarde.
—Podría ser que, en vez de invitarles a tomar algo, les diera un tema para escribir. ¿Por qué tendrían que esperar hasta el día del juicio para saber lo que su nueva héroe pensaba hacer con Nueva Argentina?
—¿Y para qué vamos a molestarnos? —repuso Cole—. Eso no tendría ninguna influencia sobre el juicio. El tribunal ya sabe por qué me puse al mando de la nave.
—Pero yo me sentiría mejor —le respondió Forrice—. A propósito, ¿tienes decidido si volverás al Ejército?
—No lo he dejado —le respondió Cole—. ¿Quién está al mando de la Teddy R. ahora mismo?
—Nadie —le respondió el molario—. La nave está estacionada en este planeta. Es evidente que no le devolverán el mando a Podok y tampoco creo que vayan a hacerte capitán como recompensa por haberte rebelado. Me imagino que le asignarán un nuevo capitán.
—¿Y no podrían nombrarte a ti?
—No quisieron nombrarme primer oficial o segundo antes del motín, ¿te acuerdas?
—Yo, en tu lugar, estaría muy enfadado.
—Cuando me haya cansado de estar furioso por lo que os han hecho a Sharon y a ti, me pondré furioso por mí.
—No he visto a Sharon desde la primera reunión con el mayor Baker —dijo Cole—. Hazme un favor y ve a visitarla cuando te marches de aquí. Seguro que se siente muy sola.
—Me encantaría. Y, cuando regrese a la nave, les diré a los demás que ambos tenéis ganas de recibir visitas.
—¿Alguno de ellos estará en el juicio?
—Por lo que sé, sólo tendrán que comparecer Christine Mboya, Malcolm Briggs y el piloto de nombre impronunciable. No existe constancia de otros testigos directos.
—Tienen a su disposición grabaciones holográficas de todo el maldito incidente. Me pregunto para qué querrán testigos.
—Ni idea —le respondió Forrice—. Pero lo mismo me ocurre con casi todas las decisiones de los altos cargos.
—Bueno, dentro de unos días habremos salido bien de este juicio y luego todo volverá a la normalidad.
Cole debería haber imaginado que no le sería tan sencillo.