Dos guardias armados escoltaron a Cole hasta la sala de reuniones. Forrice ya estaba allí, también bajo custodia, y se había sentado junto a una mesa oval de gran tamaño. Uno de los guardias que acompañaban a Cole le indicó a éste que se sentara también. Un hombre de mediana edad con el rango de mayor entró en la sala, se sentó y encendió un cigarrillo sin humo. A continuación sacó un par de ordenadores pequeños que había traído en un maletín y los colocó sobre la mesa.
—Será mejor que no empecemos hasta que haya llegado la coronel Blacksmith —dijo el mayor—. Espero que los estén tratando bien.
—El condenado se ha comido un buen número de últimos ágapes —le replicó secamente Cole.
—Llevaba tanto tiempo en la nave espacial que me ha costado adaptarme a la gravedad —añadió Forrice.
—Sí, aquí es muy fuerte —admitió el mayor—. Uno punto cero en la Escala Estándar Galáctica. En circunstancias normales, este juicio se celebraría en Deluros VIII pero, a la vista de la controversia generada en torno a este caso, la Armada ha decidido que el procedimiento tuviera lugar en el sistema Timos.
Sharon llegó acompañada por dos guardias.
—¡Ah! Coronel Blacksmith —dijo el mayor—. Siéntese, se lo ruego. —Cuando Sharon se hubo sentado, el mayor se volvió hacia los guardias—. Pueden salir. Aguarden tras la puerta, por favor.
—Nos dijeron que no nos separáramos de los presos —dijo uno de los guardias.
—Soy su abogado y quiero hablar privadamente con ellos. Consúltenlo con sus superiores y luego déjennos en paz, por favor.
El guardia que había hablado salió un momento de la sala y luego volvió a entrar.
—Le pido disculpas, señor. Tan sólo cumplíamos órdenes. —Luego se volvió hacia sus compañeros—. Vamos. Esperaremos fuera como nos ha solicitado.
En cuanto los soldados hubieron abandonado la sala, el oficial habló de nuevo.
—Tendríamos que presentarnos. Soy el mayor Jordán Baker y voy a representarles ante el consejo de guerra.
—¿Sacó usted la pajita más corta? —le respondió Cole con una sonrisa irónica.
—Tengo la esperanza de que en el mismo día en que empiece el juicio consigamos un veredicto de inocencia —respondió.
—No querría inculcarle prejuicios contra su cliente —dijo Cole—, pero es que ciertamente relevé a la capitana Podok de su mando contra la voluntad de ésta.
—Y, con ello, salvó cinco millones de vidas —dijo Baker. Golpeteó uno de los ordenadores con los dedos—. Tenemos el registro holográfico completo, por lo que nadie puede negar lo que ocurrió. Creo que saldrá usted de ésta mejor parado que la capitana Podok.
—Es un consuelo —dijo Cole—. ¿Podría preguntarle cómo es que van a juzgar también a la coronel Blacksmith y al comandante Forrice? Actué por decisión propia y de nadie más.
—Podok ha presentado cargos por motín contra los tres —respondió Baker—. La coronel Blacksmith lo apoyó a usted.
—¡Pero si ni siquiera estaba allí! —exclamó Cole—. Pensaba que había visto usted los holos.
—Los he visto —le respondió Baker—. En un determinado momento, cuando usted y la capitana Podok dieron órdenes contradictorias, el piloto le preguntó a la coronel Blacksmith a cuál de los dos tenía que obedecer, y la coronel le respondió que era usted quien estaba al mando.
—Y lo estaba —dijo Cole—. En ese momento la situación se había resuelto en mi favor.
—¿Ah, sí? —dijo Baker—. ¿Y si la coronel le hubiese dicho al piloto que tenía que obedecer a la capitana Podok? ¿Cree que el piloto habría seguido igualmente las órdenes que le daba usted?
—No —reconoció Cole—. No, no lo habría hecho.
—Por eso la van a juzgar —dijo Baker—. La acusación presentada contra el comandante Forrice no queda tan clara. Se fundamenta en que, casi inmediatamente después de tomar el mando, contactó usted con él y le explicó lo que había hecho. El comandante le pidió que repitiera lo que había dicho, usted se lo repitió, y él no trató en absoluto de disuadirlo. —El abogado calló por unos instantes—. Pero no tratar de disuadirlo no es lo mismo que apoyarlo explícitamente, como hizo la coronel Blacksmith.
—Si alguien me lo hubiera preguntado, habría dicho que ya era hora de que el comandante Cole se pusiera al mando de la nave —dijo Forrice.
—Entonces, ha tenido usted suerte de que nadie se lo preguntara —dijo Baker.
—¿Qué le sucederá a Podok? —preguntó Sharon—. Al fin y al cabo, fue ella la culpable de la muerte de tres millones de benidottes.
—Se va a formar una comisión de investigación —respondió Baker—. Me imagino que dirá que sus órdenes fueron malinterpretadas y no habrá acusación criminal. Pero, por supuesto, no volverá a comandar una nave en toda su vida. No pueden respaldar una decisión como ésa.
—Así que Podok mató a tres millones de criaturas inteligentes y saldrá de ésta con una amonestación, mientras que a nosotros nos amenazan con la pena de muerte por haber salvado a cinco millones, ¿no? —dijo Sharon.
—La acusación ha solicitado la pena de muerte tan sólo para el comandante Cole —dijo Baker—. Han pedido sentencias menores para usted y para el comandante Forrice.
—¿Estarían más contentos si el comandante Cole hubiera permitido que Podok destruyera Nueva Argentina?
—¿Quiere saber la verdad? Probablemente, sí. En ese caso habrían tenido que enfrentarse tan sólo a una decisión difícil, en vez de a cuatro.
—Yo pienso que tres de las decisiones son muy fáciles —dijo Sharon—. Hemos salvado cinco millones de vidas.
—Acudieron ustedes directamente a la Comandancia de la Flota y los trasladaron al instante a Timos III —dijo Baker—. Durante todo este tiempo han estado incomunicados.
—¿Y qué?
—Que la primera actuación oficial del comandante Cole como capitán de la Theodore Roosevelt fue invitar al enemigo a apropiarse del combustible almacenado en nuestros depósitos de Nueva Argentina.
—Y con ello salvé cinco millones de vidas.
—Usted no sabe si los teroni habrían destruido el planeta. Lo más probable sería que hubiesen destruido la Theodore Roosevelt, se hubieran llevado lo que necesitaban con un mínimo empleo de fuerza y se hubieran marchado. —Calló por unos instantes—. Lo que no sabe usted es que la Quinta Flota Teroni procedió entonces a destruir instalaciones militares en siete planetas de la República. Sus bombardeos no fueron selectivos.
—¿Cuántos muertos hubo? —preguntó Cole.
—No tantos como los que evitó usted en Nueva Argentina… pero los teroni todavía se hallan en el espacio, todavía emplean nuestro combustible y todavía matan. —Baker miró fijamente a Cole—. Esa cuestión saldrá durante el juicio. ¿Cómo va a responder?
—Teníamos una sola nave enfrente de doscientas. No es que decidiéramos entre destruir la flota teroni, o comportarnos como buenos vecinos y permitir que se adueñaran del combustible. Tuvimos que decidir entre destruir el combustible con todos los seres vivos del planeta, o dejar que se apoderaran de él.
—¿No habrían podido destruir el combustible sin causar daños en el planeta?
Cole negó con la cabeza.
—Era material fisible. Si lo hubiéramos hecho explotar, la radiactividad habría impedido toda vida en el planeta durante varios siglos.
—De acuerdo —dijo Baker—. Tenga muy presente esa argumentación, porque le aseguro que la cuestión saldrá durante el juicio. —Se volvió hacia Sharon—. Coronel Blacksmith, preferiría no tener que hacerle preguntas de carácter personal, pero no me queda otro remedio: ¿Tenía usted relaciones íntimas con el capitán Cole?
—Si las tuve, no pienso reconocerlo. No queda ninguna constancia de ello.
—Estoy convencido de que no, porque la directora de Seguridad era usted misma. Pero sí quedaron registradas ciertas bromas de carácter indiscreto que usted no hacía con nadie más. —Baker la miró a los ojos—. El fiscal se lo preguntará cuando se encuentre bajo juramento. Si sale con evasivas, o con matices, darán por sentado que se acostaba usted con él, y juzgarán a partir de ahí todos los comentarios que haga luego en defensa de la actuación del comandante.
—No necesito que nadie hable en defensa de mis acciones —lo interrumpió Cole—. Tienen las grabaciones de todo lo que ocurrió en el puente. No me hice con el control de la nave ni siquiera después de que Podok destruyera Benidos. Le rogué que no hiciera lo mismo con Nueva Argentina. Le di todas las oportunidades posibles para que cambiara de decisión. Le advertí de lo que sucedería si trataba de destruir Nueva Argentina. Tras hacerme con el mando, no los abandoné ni a ella ni a sus partidarios en un planeta desierto. Ordené que la Teddy R. se dirigiera de inmediato a la Comandancia de la Flota, liberé a Podok y me entregué a las autoridades navales. Volvería a hacer todo lo que hice desde el momento en el que atacó Benidos II.
Baker los fue mirando a uno tras otro.
—Está bien —dijo—. Ambas partes prestarán declaración durante los dos próximos días, y me imagino que el juicio empezará dentro de una semana. Usted es uno de nuestros grandes héroes, comandante. La Armada querría aclarar este asunto con rapidez. —Guardó unos instantes de silencio—. Si alguno de ustedes deseara que lo representase otro abogado, la Armada se lo proporcionará gustosamente.
—No, ya nos parece bien usted —dijo Cole. Y luego, tras unos momentos de silencio—: ¿Ha participado en alguna otra ocasión en un juicio por motín?
—Comandante Cole, usted es el primero que se amotina en la Armada desde hace más de seis siglos.