Capítulo 18

Cole pensó que Podok no vería con buenos ojos que se presentara inmediatamente después del avistamiento de la nave, y, dado que la alerta amarilla no había vuelto a sonar y tampoco se había declarado la alerta roja, hizo un alto en el camino para ir a ver a Pampas.

—No sé si puede entrar usted aquí, señor —le dijo Pampas al verlo.

—Conozco bien la normativa —le respondió Cole—. Usted no puede salir, pero en ninguna parte dice que no pueda recibir visitas.

—Esto no le va a gustar a la capitana Podok, señor.

—La capitana Podok siempre quiere que se cumplan las ordenanzas al pie de la letra, y ahora mismo las estoy cumpliendo. —Calló por unos instantes—. ¿Cómo está?

—Muy bien, señor —le respondió Pampas—. Pero me siento inútil. Me he sentido inútil, sobre todo, durante esta última media hora. ¿A qué se han debido las alertas amarillas?

—La primera ha sido una equivocación —le respondió Cole—. La segunda, probablemente, no. Hemos avistado una nave teroni.

—¿Quién ha cometido el error? —preguntó Pampas—. Espero que fuese la capitana Podok.

—La capitana Podok no comete errores de ese tipo —le respondió Cole—. No, ha sido Rachel Marcos. Está arrestada en su camarote. —De pronto, sonrió—. Diablos, casi toda la gente que me cae bien en esta nave está encerrada.

—No le echo a usted la culpa, señor —dijo Pampas—. Había llegado el momento de limpiar esta nave y era necesario empezar por la tripulación.

—Lo sé… pero ha mandado a ese tío a la enfermería —observó Cole.

—Con todas las semillas que tomaba, habría terminado allí igualmente, señor —le respondió Pampas—. Lo único que hice fue adelantar acontecimientos.

Cole se rió.

—¿Hay algo que necesite? ¿Algo que pueda proporcionarle?

—No, señor. Me alimentan bien y tengo toda la biblioteca de la nave a mi disposición.

—¿Otro lector? Me tienen impresionado.

—No, señor —dijo Pampas—. Solamente abro programas de entretenimiento, sobre todo holodramas.

—Bueno, ya está bien, si con eso está contento.

—Estaría mucho mejor en la sección de Artillería, porque allí tendría la impresión de hacer algo útil, señor.

—Lo sé —le respondió Cole en tono comprensivo—. Haré lo que pueda para que salga de aquí… y estoy convencido de que, si sonara la alarma roja, los castigos menores quedarían anulados. En cuanto la oiga, salga corriendo del camarote y acuda a su puesto de combate.

—¿Lo dice en serio?

—Sí, lo digo en serio —le respondió Cole—. Yo, por lo menos, querría estar seguro de que la artillería funcionará, y no me cabe ninguna duda de que usted sabe diez veces más sobre cañones y sobre el resto de las armas que esa gente que está en instrucción con Cuatro Ojos.

—¿Y mis compañeros en Artillería, señor? —preguntó Pampas—. ¿Cómo se encuentran?

—Kudop aún está en coma por haber masticado una semilla de más, y, como el médico es un bedalio cuya única experiencia en el tratamiento de polonoi es la que ha tenido en esta nave, me imagino que seguirá durmiendo durante mucho tiempo.

—¿Y Solaniss?

—No sé si se lo vas a creer, pero lo han trasladado a Mantenimiento —respondió Cole—. Traté de explicarle a Podok que no disponemos de personal suficiente y que lo necesitamos en Artillería, pero ya sabe cómo es la capitana… si el programa dice que hay que trasladarlo a Mantenimiento, es que tiene que ir a Mantenimiento. —Calló por unos instantes—. Me hablaron de un cuarto técnico de Artillería, pero todavía no lo conozco.

—Todavía no la conoce —le corrigió Pampas.

—¿Es humana?

Pampas negó con la cabeza.

—Orovita.

—Creo que no he visto a ninguno en mi vida.

—Tiene pinta de soporia, pero es más fea.

—Tampoco he visto nunca a un soporio.

—Pensaba que había viajado usted por la galaxia entera, señor —dijo Pampas.

—Sí, así es —admitió Cole—. Pero siempre dentro de una nave. Le sorprendería si supiera cuántas razas existen que uno no llega a conocer si no baja a los planetas.

Pampas se rió entre dientes.

—Sí, ya entiendo lo que me quiere decir, señor.

—Bueno, será mejor que me vaya —dijo Cole—. Tendré buen cuidado de venir a verle por lo menos una vez al día. Si necesita algo, sólo tiene que pedirlo.

—¿Aunque no haya nadie en el camarote?

—La coronel Blacksmith, o uno de sus subordinados, lo tienen bajo observación. También tienen bajo observación hasta el último centímetro cuadrado de la nave, por lo que es posible que no lo atiendan de inmediato. Pero al cabo de un rato, su equipamiento les dirá que alguien ha hablado aquí, aunque sólo sea para pedir una cerveza, y entonces harán lo que puedan por usted. —De pronto levantó la voz—. ¿Verdad que sí?

—Sí, señor —dijo una voz masculina que pareció materializarse de súbito en un rincón del camarote—. Y no hace falta que grite.

—Tienen que estar pendientes de un montón de cosas y de personas. No abuse de su privilegio —le advirtió Cole a Pampas—. Pero, si necesita algo, recuerde que están ahí.

—Gracias, señor —dijo Pampas.

—Nos vemos mañana —dijo Cole, y salió al corredor.

Se le ocurrió que también podía ir a ver a Rachel Marcos, pero luego cambió de opinión. No soportaba las lágrimas y estaba seguro de que la joven estaría llorando copiosamente. Y, además, no tenía ganas de atender a sus súplicas, o, aún peor, a sus insinuaciones. Se dirigió al comedor y pidió el postre más generoso del menú, y luego buscó a un soldado que no tenía nada que hacer y le ordenó que se lo llevara a Rachel.

Por fin, llegó el momento en el que, de acuerdo con sus criterios, tenía que subir al puente. No porque no le fuera posible observar la nave teroni desde cualquiera de las dos docenas de pantallas distribuidas por la nave, o desde su propio ordenador, si le apetecía. Pero la nave enemiga no le preocupaba tanto como las reacciones de Podok. La única vez que la había visto en una situación que parecía crítica, en el Cúmulo del Fénix, la actuación de la capitana no le había inspirado mucha confianza.

Subió hasta el puente en el aeroascensor, aguardó unos momentos para cerciorarse de que todo el mundo se comportaba con serenidad, y entonces salió.

—Solicito autorización para permanecer en el puente, capitana —dijo, y se acordó de saludar cuando la polonoi se volvió hacia él.

—Autorización concedida.

—Gracias, capitana —dijo Cole.

—¿Por qué ha venido, señor Cole? —preguntó Podok—. Aún estamos en el turno blanco.

—Se me ocurrió que podría usted explicarme qué decisiones ha adoptado respecto a la nave teroni, capitana —dijo Cole—. Antes de que empiece el turno azul, tendría que saber si les hemos disparado salvas, les hemos advertido, hemos disparado fuego real, o hemos fingido no verlos.

—Sí, desde luego, eso es razonable —reconoció Podok.

—En primer lugar, ¿podría preguntarle por la naturaleza de esa nave teroni? —preguntó Cole.

—Es una nave Zeta Tau, probablemente construida en Tambo IV, y por su diseño podríamos contar con que tiene entre ocho y diecisiete años. Las naves de ese tipo están dotadas de láseres, aunque parece que ésta también disponga de, por lo menos, un cañón de energía.

—Me imagino que habremos seguido sus movimientos.

—Por supuesto.

—¿Se ha acercado en algún momento a Benidos II o a Nueva Argentina? —preguntó Cole.

—No —le respondió Podok—. Parece que siga una ruta muy irregular.

—Están buscándolos.

—¿Benidos II y Nueva Argentina? —dijo Podok—. Aparecen en todos los mapas estelares.

—Quiero decir que están buscando los depósitos de combustible —le aclaró Cole.

—Lo dudo. No se ha acercado a ellos en ningún momento.

—Quizá no les haga falta —respondió el comandante—. Tal vez dispongan de tecnología que les permitirá detectarlos a años luz de distancia.

—Eso es absurdo.

—Puede ser —le dijo Cole—. Pero en otro tiempo tanto su raza como la mía pensaron que la mera posibilidad de volar a pocos metros del suelo también era absurda.

—¿Está usted seguro de que esa tecnología existe?

—No —reconoció Cole—. Pero, tampoco estoy seguro de que no exista.

—Entonces, no parece que su intervención tenga ningún objetivo, salvo el de confesar su total ignorancia al respecto —dijo Podok.

«Será cabeza cuadrada —pensó Cole mientras contenía una sonrisa de admiración—, pero tengo que reconocerle que no es tonta.»

—Le pido disculpas, capitana —dijo.

—Se las acepto.

—¿Puedo preguntarle de nuevo qué decisiones ha tomado respecto a la nave teroni?

—Observarla —dijo Podok.

—¿Tan sólo observarla?

—Sí.

—¿Y nada más?

—Y nada más —le respondió Podok.

—¿Puedo hablarle con franqueza, capitana?

—No recuerdo ninguna ocasión en la que haya hablado usted sin franqueza, señor Cole.

—Pienso que comete usted un error.

—¿En qué sentido?

—Pienso que deberíamos hacer pedazos esa nave antes de que se nos pase la oportunidad.

—Mis órdenes no especifican que tengamos que entrar en combate con las naves enemigas —le respondió Podok—. La única misión de la Theodore Roosevelt en el Cúmulo de Casio es garantizar que la Quinta Flota de la Federación Teroni no tenga acceso a los depósitos de combustible de Benidos II y Nueva Argentina, y eso es lo que vamos a hacer.

—Entiendo, capitana —dijo Cole—. Pero…

—Si lo entiende —lo interrumpió Podok—, ¿por qué sigue discutiendo? Ésas son nuestras órdenes. Vamos a obedecerlas.

—Es evidente que se trata de una nave de reconocimiento —dijo Cole—. No van a enviar a su flota ni a una parte sustancial de ésta al Cúmulo de Casio hasta que sepan dónde se encuentran los depósitos de combustible. Si les permite usted que localicen los depósitos, favorecerá la misma situación que veníamos a impedir.

—¿Y si esa nave ha venido con otro propósito? —preguntó Podok.

—Aún estamos en guerra —dijo Cole—. Tiene usted todo el derecho a atacarla.

—Se lo voy a decir una vez más: las órdenes que me comunicaron al iniciar esta misión no decían nada de atacar naves teroni. Hemos venido tan sólo para impedir que se apropien del combustible almacenado en Benidos II y en Nueva Argentina. ¿Le ha quedado claro por fin, señor Cole?

—Comprendo sus órdenes, capitana —dijo Cole—. Pero creo que cumpliría mejor su misión de proteger los depósitos si destruyera esa nave de reconocimiento antes de que los encuentre e informe a la Quinta Flota.

—Si es que de verdad se trata de una nave de reconocimiento —dijo Podok—. No dispone usted de pruebas en las que respaldar dicho aserto, y, aun cuando tuviera razón, no pienso desobedecer las órdenes. Esta conversación ha terminado, señor Cole. Ahora, por favor, abandone el puente hasta el inicio del turno azul.

—Sí, capitana —dijo Cole. Saludó a la manera militar y se marchó en el aeroascensor.

En vez de regresar a su camarote, o al comedor, irrumpió directamente en Seguridad.

—¿La has oído? —preguntó mientras entraba en el despacho de Sharon Blacksmith.

—Sí, la he oído —le respondió Sharon—. Tienes suerte de que ahora ya no se lleve cargar de cadenas a nadie. No le gusta que la contradigan… y tú no te has dado por satisfecho con contradecirla. Le has dicho que, por obedecer las órdenes, podría llevar nuestra misión al fracaso.

—¡Pero es que podría llevarla al fracaso, maldita sea! —gritó Cole—. ¡Has visto las lecturas de la nave teroni! Es una nave militar, cualquier imbécil sería capaz de darse cuenta. Es rápida, no va muy bien armada y no ha aterrizado en ningún planeta. ¿A ti qué diablos te parece que está haciendo, si no es buscar los depósitos de combustible?

—¿Te has desfogado ya? —le preguntó Sharon—. ¿O es que ahora que has terminado de gritarme también piensas pegarme?

—Lo siento —le dijo Cole, que aún estaba visiblemente agitado—. Pero, joder, ¿es que no se da cuenta de lo que va a ocurrir si no acaba con esa nave de reconocimiento? Tarde o temprano localizará los depósitos de combustible, y entonces tendremos que enfrentarnos a una fuerza a la que no podremos destruir.

—Tal vez no los encuentre.

—Si la han mandado hasta aquí, es que tiene el equipamiento necesario para encontrarlos —dijo Cole—. Incluso Fujiama se habría dado cuenta. ¿Cómo es posible que ella no lo vea?

—Tú eres intuitivo. Ella se lo toma todo al pie de la letra.

—No se necesita mucha intuición para ver en qué situación nos encontramos e imaginarse lo que va a ocurrir. Una mente que se lo toma todo al pie de la letra también tendría que ser capaz de discernirlo. No la entiendo.

—Pues más te valdrá entenderla —dijo Sharon—. Ahora es la capitana.

—Sí —dijo Cole con amargura—, y todavía será la capitana cuando doscientas naves de la Quinta Flota Teroni aparezcan dentro de dos días, o dos semanas, o dos meses, y vayan directas hacia los depósitos de combustible. ¿Y luego qué ocurrirá? Si sigues sus razonamientos hasta su lógica conclusión, tan sólo podremos emplear las armas cuando nos hallemos en inferioridad numérica y ya no nos sirvan para nada.