Durante la semana siguiente, la vida a bordo de la nave transcurrió sin incidente alguno. La Teddy R. siguió de patrulla por el Cúmulo de Casio sin tropezar con ninguna nave enemiga. Podok parecía menos rígida, aunque, como le dijo Cole a Forrice, la rigidez no podía hacerse tan evidente durante las operaciones rutinarias.
Cole empleó todo ese tiempo en familiarizarse todavía más con la nave y con su tripulación. Sharon Blacksmith volvió a visitarle un par de veces en su camarote. La mujer le dijo que si las visitas se hacían más frecuentes, surgiría un vínculo emocional que no podían permitirse en aquella situación. Cole estaba satisfecho con el trato. No había nada que Sharon no estuviera dispuesta a intentar, o a proponerle, y lo dejaba tan exhausto que, si los encuentros hubieran sido diarios, Cole habría sido incapaz de cumplir con sus deberes, y él lo sabía. Cole empezó a evaluar a la tripulación de la Teddy R., no sobre el papel, sino con la cabeza. Habría sido capaz de confiarle su vida a Forrice, y ciertamente lo había hecho en el pasado. Aparte del molario, consideraba que sus dos oficiales más eficientes eran Sharon Blacksmith —había llegado a esa conclusión antes de acostarse con ella— y Christine Mboya. No sabía si Aceitoso era bueno en las tareas que le habían asignado, pero tampoco importaba. Gracias a su simbionte, era el miembro más valioso de la tripulación. Cole se preguntaba cinco o seis veces al día qué clase de pensamientos debía de tener una epidermis inteligente. No se veía capaz de hallar una respuesta. También empezaba a encariñarse con Toro Salvaje Pampas. Éste había cumplido su palabra y había insistido en trabajar turnos extra para compensar todos los que había pasado drogado. Igual que muchos otros miembros de la tripulación, parecía que estuviera deseoso de disciplinarse y de hacer un trabajo que tuviera sentido, y Cole había convocado cierto número de reuniones informales para explicar con exactitud qué hacían en el Cúmulo de Casio y por qué tenían que estar alerta.
Podok había sido una primera oficial muy eficiente mientras se había hallado a las órdenes del capitán. Había sido una excelente capitana desde el mismo momento de su ascenso, pero Cole desconfiaba de su rigidez.
En el noveno día que pasaron en el cúmulo, llegó la noticia de que la almirante de la flota, Susan García, había llegado a la conclusión de que los cargos presentados contra él eran ciertos, pero que no eran lo bastante serios como para degradarlo, y que seguiría como segundo oficial. Les enviarían a un primer oficial tan pronto como les fuera posible.
—Lo que ha querido decir es que están buscando a otro oficial que también les haya hecho pasar vergüenza por tener razón cuando ellos se equivocan, y que cuando lo encuentren, nos lo van a mandar —concluyó Cole, que le había contado la noticia a Forrice en el comedor—. Naturalmente, les he enviado una enérgica protesta y he exigido que te ascendieran a ti.
—Creo que con eso me lo has puesto muy difícil para llegar a primer oficial —dijo el molario, y ululó una carcajada—. Pero no me importa. En cuanto tengamos un nuevo primer oficial, podré dejar el turno rojo.
—Pero ¿cuántas dificultades puede uno encontrarse en el turno rojo? —preguntó Cole—. Hemos venido hasta aquí con el objetivo expreso de impedir que la Federación Teroni se apodere de las reservas de combustible. Por ahora no hemos visto a ninguna nave teroni. ¿De qué te quejas?
—Cualquier día de éstos nos encontraremos con una —dijo Forrice—. Quiero que para entonces el equipo de artilleros haya recibido la preparación apropiada. Y aún añadiría que el sargento Pampas es un asistente bien motivado, aunque sólo en los ratos en los que no nos está contando lo grande que eres.
—Me alegro de oírlo. También me gustaría saber por qué piensas que nos vamos a encontrar con una nave teroni.
—¿Tú no lo piensas?
—Sí, también lo pienso. Pero me gustaría oír las razones que tú tienes para creerlo. Si son distintas de las mías, e igualmente válidas, le ordenaré a Christine que pase el escáner con mayor frecuencia por esta zona.
—Es muy simple —dijo el molario—. Sabemos que los bortellitas no disponían de recursos energéticos suficientes. Si tuvieron que ir a buscarlos a Rapunzel y arriesgarse a un enfrenta miento armado, es que los teroni no podían proporcionárselos, y lo más razonable es pensar que tratarán de encontrar nuestras reservas de combustible.
Cole asintió.
—Sí, yo me había basado en los mismos hechos y había llegado a las mismas conclusiones.
—Existe otra razón, una razón que a ti no se te habrá ocurrido.
—Ilústrame.
—Saben que eres nuestro héroe más condecorado y también que sirves como oficial en la Teddy R. Mi teoría es que creerán que la Armada no habría ordenado a la Teddy R. venir hasta aquí si no tuviéramos que proteger a alguien o algo tremendamente valioso. Porque llevamos a bordo a Wilson Cole.
—Vaya chorradas —protestó Cole—. Saben muy bien que me tienen aquí como a un perro en la perrera.
—También saben que, incluso con la correa al cuello, les has mordido en un par de ocasiones —dijo el molario.
—Basta ya de comparaciones. Seguro que no has visto un perro en toda tu vida.
—Tampoco he visto nunca a ningún domario, pero sé que existen —le replicó Forrice.
—Yo sí estuve una vez en Domar.
—¿Y es cierto lo que cuentan sobre los domarios?
—Es probable. No sé lo que cuentan, pero sí sé lo que vi. Tienen unas piernas como zancos, de siete metros de largo, y siguen incesantemente al sol, en dirección al horizonte. Nunca se detienen, nunca se sientan, ni se tumban, y si uno de ellos se cae y se queda atrás, lo devoran unos predadores que se mueven siempre con la noche. Más que un planeta, parece un parque de atracciones. Allí viven millones de domarios inteligentes, y no hay una casa, ni una biblioteca, ni un hospital en todo el planeta.
—¿Qué comen?
—Aire.
—¿De qué me estás hablando?
—¿Sabes que existen peces que surcan las aguas con la boca abierta para tragar pececillos y crustáceos?
—En mi planeta no hay peces, pero te voy a creer.
—Pues bien, los domarios tienen cada uno un par de bocas, dos bocas grandes, y tragan polen y nutrientes microscópicos que flotan en el aire. Es raro. Yo llevé una escafandra en todo momento y no se me ensució, pero, en cambio, el aire debía de alimentar a diez millones de domarios.
—Me gustaría verlo algún día.
—Si los teroni capturan el planeta, tal vez tengamos que ir hasta allí para liberarlo.
—¿Para qué iban a querer ese lugar?
—¿Para qué va a querer cualquier gobierno apoderarse de cualquier planeta? En último término, todo se reduce siempre a lo mismo: no quieren que lo tenga otro.
—A eso sí le encuentro un sentido —dijo Forrice.
—Eso es porque tienes sentido del humor —dijo Cole—. Que me maten si algún día logro entender qué sentido le encuentran ellos.
De pronto se oyó la sirena de alerta amarilla, y, de repente, también, dejó de sonar.
—Me pregunto a qué diablos venía eso —preguntó Cole.
—Será mejor que vayamos al puente y lo averigüemos —dijo Forrice.
—Está bien… pero pide permiso antes de entrar. Podok es muy celosa con las prerrogativas.
Cole y Forrice se levantaron de la mesa y tomaron el aeroascensor hasta el puente. Rachel Marcos se hallaba frente al ordenador y se esforzaba, sin resultado, por contener las lágrimas.
—Solicito permiso para acceder al puente, capitana —dijo Cole.
—Yo también solicito permiso, capitana —dijo Forrice.
—Permiso concedido.
Cole estaba a punto de dar un paso adelante cuando Forrice le dio un codazo en las costillas.
—¡Saluda! —le susurró el molario.
Cole hizo el saludo militar y entró en el puente.
—Hemos oído la alerta amarilla durante unos segundos y luego se ha interrumpido.
—Eso es porque ya no estamos en alerta amarilla —respondió Podok.
—¿Qué sucede, capitana? —preguntó Cole.
—La alférez Marcos identificó erróneamente como teroni a una nave procedente de Lodin XI.
—Son muy parecidas, señor —dijo Rachel.
—Hable tan sólo cuando nos dirijamos a usted, alférez —dijo Podok—. Y diríjame sus observaciones a mí, no al señor Cole.
Cole se volvió hacia Podok.
—A veces ocurren estas cosas —dijo.
—Estas cosas no tendrían que ocurrir. He solicitado un reemplazo. A partir de ahora, la alférez Marcos no podrá trabajar en el puente. —Miró a Cole como si hubiera esperado una protesta.
—¿Puedo hacerle una propuesta, capitana? —dijo.
—Adelante.
—Tiene usted toda la razón al sacar del puente a la alférez Marcos —dijo—. Pero su error se ha debido a la inexperiencia. En vez de condenarla a un exilio permanente, ¿por qué no le permitimos que se gane su derecho al regreso?
—Explíquese.
—Que ejecute una serie de simulaciones por ordenador —sugirió Cole—. En cuanto haya identificado correctamente las naves de la simulación como amigas, neutrales o enemigas trescientas veces seguidas, permítale regresar al puente.
—Eso sería razonable —reconoció Podok—. Pero que sean quinientas veces. Y no empezará hasta dentro de una semana, alférez Marcos, para que tenga usted tiempo de estudiar la configuración de las naves de todas las potencias conocidas.
Rachel se volvió hacia Cole. Pareció que estuviera a punto de hablar.
—Ni una palabra, alférez —le dijo bruscamente Cole—. La capitana ha tomado una decisión y usted se atendrá a ella.
—Pero…
—Le había dicho que se dirigiera tan sólo a mí —le dijo Podok—. Márchese directamente a su camarote. No podrá abandonarlo durante los tres próximos días solares. Se le llevarán las comidas y no podrá hablar con nadie. ¿Le ha quedado claro?
—Sí, capitana —dijo Rachel.
—Pues entonces, salude y márchese.
Rachel saludó, trató de secarse las lágrimas del rostro al bajar la mano y se marchó hacia el aeroascensor.
—Bueno, como parece que no sucede nada interesante —dijo Cole—, creo que también me voy a marchar… si le parece bien a usted, capitana.
—Sí.
—Gracias, capitana —dijo, y saludó enérgicamente.
—Me voy con él —dijo Forrice, y saludó también.
Cole y Forrice se marcharon en el aeroascensor. El molario se bajó en el comedor, mientras que Cole descendió hasta su camarote, donde encontró a Sharon esperándolo.
—Pensaba que esta puerta respondía tan sólo a mi voz y a mi retinagrama —dijo, y entró mientras la puerta se cerraba a sus espaldas.
—Seguridad puede entrar en cualquiera de los camarotes —le dijo Sharon—. ¿Qué sucedería si los teroni te capturaran y te descuartizaran, o te clavaran en una estaca bajo el sol y arrojaran pequeños carnívoros hambrientos sobre tu cuerpo? Alguien tendría que supervisar tus pertenencias, confiscar el material clasificado, tirar el resto y preparar la habitación para su próximo ocupante.
—Bueno, mientras entres por motivos sentimentales, ¿cómo voy a protestar?
—Os he estado observando en el puente —dijo Sharon—. Habéis sido algo severos con la alférez Marcos, ¿verdad que sí?
—Gracias a la solución que le he dado, volverá a trabajar en el puente dentro de dos semanas —contestó Cole—. Si no llego a decir nada, Podok no le habría permitido regresar. Si te he parecido severo, piensa que lo he sido por Podok, no por Rachel.
—Está enamorada de ti. No sé si lo sabías.
—¿Podok? ¡Por Dios bendito, espero que no!
—No te hagas el imbécil. Te estoy hablando de Rachel.
—Después de lo de hoy, no lo va a estar.
—No apuestes por ello —dijo Sharon.
Cole hizo una mueca.
—Lo que necesitaba… que una alférez de veintidós años se enamore de mí.
—Algunos hombres estarían muy satisfechos.
—A algunos hombres les gustan las niñas. A mí me gustan las mujeres.
—Me alegro de oírlo —dijo Sharon—. Así pienso que mis treinta y cuatro años no son muchos…
—Qué diablos, yo pasé por los treinta y cuatro sin perder velocidad —dijo Cole—. No sabría qué decirle a una chávala de veintidós.
—No creo que la conversación sea su prioridad.
—No, la conversación nunca es su prioridad —le respondió Cole—. Lo bueno es que con el tiempo crecen.
—¿Qué hacías tú a los veintidós años? —preguntó Sharon.
—Lo mismo que hago ahora —respondió Cole—. Tratar de distinguir entre las órdenes inteligentes y las estúpidas. En aquella época, por supuesto, no pensaba que las chicas de veintidós años fueran demasiado jóvenes.
—Bueno, por lo menos eres sincero. —Sharon lo miró, pensativa—. ¿Por qué te uniste a la Armada?
—Porque no me gustaba caminar.
—Te lo pregunto en serio.
—Me ofrecieron un cargo. La Infantería, en cambio, no. Me pareció que lo haría mejor como oficial que como soldado de a pie. —De repente, una sonrisa maliciosa afloró a sus labios—. Creo que hice bien. En la infantería no habrían podido quitarme el mando de dos naves. ¿Y tú? ¿Por qué te alistaste?
—¿Yo? —dijo ella—. Siempre me había gustado enterarme de los secretos de los demás. Ahora los espío por obligación profesional. —Sonrió—. Algún día voy a descubrir todos los tuyos.
—Puede que algún día te los cuente todos.
—¿Y con qué me divertiría entonces? —Lo miró a los ojos, en un intento por descifrar la expresión de su rostro—. ¿Qué te sucede?
—Nada —dijo él—. Es que me parece que acabo de oír el verbo «divertirse» por primera vez en, no sé, diez o doce años.
—Sí, me imagino que la diversión no casa bien con la guerra —dijo Sharon—. Y, hablando de guerras, ¿llegamos a estar muy cerca de esa nave de Lodin?
—Rachel te diría: no mucho. Yo, en cambio, te diré: lo suficiente. Si no llegó a estar al alcance de nuestras armas, faltó poco.
—Creo que… —De repente frunció el ceño y dio un golpecito en el pequeño audífono que llevaba en el oído, y a continuación levantó los ojos—. Tengo que irme.
—¿Qué sucede?
—Ha empezado una pelea en el laboratorio de ciencias —dijo—. Está bajo control, pero tengo que ir.
—¿El laboratorio? Haz inventario de sustancias. La guardia que hemos puesto en la enfermería es tan fuerte que puede ser que los drogatas traten de hacerse sus propias mezclas.
—De acuerdo. ¿Quieres venir conmigo?
—No. Durante esta semana voy a ser un oficial amante de la paz.
—Luego nos vemos —dijo Sharon. Se levantó del escritorio y fue hacia la puerta, que se irisó para dejarla pasar.
«El Ejército me está fastidiando —pensó Cole—. Tendría que sentirme halagado de que una chica joven y guapa esté colgada por mí. Pero me fastidia. Sonrió. Aja, he alcanzado la verdadera madurez.» Llamó al libro que había estado leyendo durante los últimos días y tuvo tiempo para otras dos páginas antes de que la imagen desapareciera de la holopantalla y la figura de Sharon la reemplazase.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Tu amigo Pampas descubrió a un hombre, o más bien a una criatura de Jasmine III, Kjnniss, mientras robaba en el laboratorio los ingredientes de un poderoso alucinógeno.
—Entonces estaba en lo cierto.
—Déjame acabar. El sargento Pampas, guiado sin duda por un exceso de celo y por una mala interpretación de tus órdenes, le ha arreado a Kjnniss una paliza que lo ha dejado al borde de la muerte. Ahora mismo llevan a Kjnniss a la enfermería, donde probablemente lo primero que harán será entubarlo y meterle en el cuerpo buena parte de las drogas que pretendía robar.
—Yo habría hecho lo mismo —dijo Cole—. O, por lo menos, lo habría intentado. Tengo la sensación de que Pampas lo hace diez veces mejor que yo.
—Pero de todos modos voy a arrestar a Pampas y lo encerraré en su camarote —dijo Sharon—. Me imagino que lo defenderás en el caso de que se presenten cargos.
—Sí. Iré a su habitación antes de que empiece el turno azul y escucharé su versión de esta historia.
—Y cuando Kjnniss despierte, si es que despierta, también podrías escuchar su versión del incidente.
—¿Para qué? Si dice la verdad, tendrá que declararse culpable… y en el caso de que mienta, tendrías que añadir el perjurio a las acusaciones que figurarán en el parte.
—De todos modos, es inocente mientras no se demuestre lo contrario.
—Pues entonces revisa las grabaciones de seguridad y ya no será inocente.
—Me pregunto cómo es posible que un hombre moderado y razonable como tú lograra pasar de soldado.
—Es que tengo amigos en las bajas esferas.
Cole interrumpió la conexión, y se disponía a visitar a Pampas cuando la sirena de alerta amarilla sonó de nuevo.
—Me pregunto qué diablos ocurrirá esta vez —dijo con voz de aburrimiento—. Lo más probable es que el sustituto de Rachel haya confundido una tormenta de meteoritos con la flota teroni.
Entonces, la imagen y la voz de Podok aparecieron en todas las salas de la nave.
—Se ha confirmado el avistamiento de una nave teroni. Prepárense todos para ocupar sus puestos de combate en el caso de que se declare la alerta roja.
—Será mejor que vuelva al trabajo, por si acaso —dijo Sharon. Su imagen le echó una larga mirada a Cole—. ¿Y tú?
—Mientras no se declare la alerta roja, no tengo por qué ir a mi puesto de combate —le respondió Cole—. Aún estamos en el turno blanco. Este problema se lo ha encontrado Podok, no yo. Que lo resuelva ella. —Calló por unos instantes y luego se dirigió a la puerta—. Por otra parte, no existe un problema tan grave como para que un mando incompetente no lo pueda empeorar. Creo que iré a ver lo que sucede.