Capítulo 15

—¿Cómo va la cosa? —preguntó la imagen de Sharon Blacksmith.

Cole estaba tumbado sobre el camastro, con la cabeza en la almohada, y leía un libro en la holopantalla.

—No voy a quejarme —dijo él, sonriente—. No me serviría de nada.

—Todavía no nos ha llegado ningún mensaje de la Comandancia de la Flota.

—Aún no se han decidido entre condecorarme o degradarme —dijo Cole—. Y el no saber a quién matamos, o qué destruimos en ese satélite no contribuye a mejorar mi situación.

—¿Quiere compañía?

—¿Quedamos en el comedor? —dijo él.

—No. El mes pasado engordé dos kilos. Voy a su camarote.

—¿No teme por su reputación?

—¿En esta nave? —dijo ella, riéndose—. Como mucho, va a mejorar. —Calló por unos instantes—. Estaré ahí en un par de minutos.

—No tenga prisa —le respondió Cole—. Estoy libre hasta que empiece el turno azul.

Sharon interrumpió la conexión y entró en el camarote unos minutos más tarde.

—Siento haberme metido en su habitación —le dijo—. Pero es que me estaba volviendo loca en esa miniatura de despacho.

—No pasa nada —le respondió Cole. Se sentó sobre el camastro y apoyó los pies en el suelo—. Me alegro de tener compañía.

—Christine Mboya me ha contado la aventura que corrieron en el espacio —dijo Sharon mientras tomaba una silla—. El gesto del capitán fue muy noble.

—¿A usted se lo parece?

—¿A usted no? —preguntó Sharon.

—Si yo hubiera comandado la Quentin, habría arrojado la mayor parte de las cargas contra el satélite, habría disparado el resto contra la nave teroni y me habría marchado a toda velocidad en dirección opuesta a la de la Kermit —dijo—. Así, al menos, la nave teroni habría tenido que elegir entre las dos.

—Usted no tiene nada que demostrar —dijo Sharon—. Puede ser que el capitán sintiera la necesidad de demostrar algo.

Cole se encogió de hombros.

—Puede ser. Pero si Forrice hubiera estado al mando de la Quentin, como yo había propuesto al principio, habrían tenido un cincuenta por ciento de posibilidades de regresar.

—Y la Kermit habría tenido un cincuenta por ciento de posibilidades de no volver.

—Es cierto —reconoció Cole—. Pero Monte Fuji se sacrificó. Fue un gesto muy noble, pero a mí me enseñaron que no es buena idea morir por los tuyos. El objetivo, en la guerra, es que sea el enemigo quien muera por los suyos.

Sharon lo miró largamente.

—Se toma demasiado en serio su servicio en la Teddy R., Wilson. Espero que algún día lo trasladen a otro destino.

—No caerá esa breva —le respondió Cole—. Esta nave es mi castigo. Voy a pasar mucho tiempo aquí. ¿Sabe? —dijo entonces—, nunca me ha contado qué hizo usted para que la enviasen a la Teddy R.

—En mi última nave, tuve un discreto romance con uno de los oficiales que iban a bordo.

—¿Y nada más?

—No era humano.

—Ahora sí que me ha dejado atónito. Algún día, cuando la conozca mejor, quizá me lo pueda contar todo.

—¿De verdad quiere saberlo?

Cole recorrió el cuerpo de Sharon con la mirada y se detuvo repetidamente en sus curvas más seductoras.

—No —reconoció—. Creo que me divertiré más si me lo imagino.

Sharon rió entre dientes, y estaba a punto de responder cuando la imagen del pelleanor de Seguridad apareció de pronto.

—Siento molestar, coronel Blacksmith —dijo—, pero acabamos de recibir un mensaje en Prioridad Uno de la Comandancia de la Flota.

—Pásemelo aquí mismo.

—Pero es que se encuentra usted con el comandante Cole.

—En cuestiones de seguridad, tiene un rango más elevado que el mío —dijo Sharon—. Asumo toda la responsabilidad. Ahora, por favor, pásemelo.

—Sí, señor —dijo el pelleanor.

—¿Señor? —le preguntó Cole.

—Las razas que no tienen sexo, como los pelleanor, no acaban de entender nunca la diferencia —respondió Sharon—. Ah, ahora va a aparecer.

La imagen de la almirante de la flota, Susan García, apareció tras un centelleo… y se quedó inmóvil. Sharon dictó una contraseña de diez dígitos y la imagen cobró vida al instante.

—El capitán Makeo Fujiama recibirá a título póstumo la Medalla al Coraje —dijo la almirante—. La comandante Podok será promovida al rango de capitana y se pondrá al mando de la Theodore Roosevelt. El puesto de primer oficial quedará vacante hasta que el Almirantazgo haya analizado el informe que le entregó la capitana Podok. El comandante Wilson Cole conservará el rango de segundo oficial, y el comandante Forrice, el de oficial tercero. La Theodore Roosevelt procederá de manera inmediata a desplazarse hasta el Cúmulo de Casio. La Cuarta Flota se encuentra en pleno avance y tendrá que repostar allí. La misión de la Roosevelt consistirá en hacer todo lo necesario para garantizar que el combustible nuclear almacenado en Benidos II y Nueva Argentina no caiga en manos enemigas.

La imagen desapareció.

—Me pregunto en qué realidad vivirá ésa —dijo Cole—. ¿Cómo quiere que hagamos frente a una nave teroni aunque esté sola? Y no digamos ya si vienen en grupo.

—Por fortuna, no tiene usted que preocuparse por ello, señor oficial. Tenemos una nueva capitana que ponderará la situación.

—Y puede apostar a que Podok se tomará las órdenes al pie de la letra y no se le ocurrirá pedir una aclaración —dijo Cole.

—Bueno, por lo menos he inspeccionado el mensaje y no encerraba peligro alguno.

—¿Qué peligro podía encerrar? —le preguntó Cole.

—Pues… varios. Podría ser que en un determinado momento se encendiera una luz cegadora, o que hubiera una nota musical con el tono y la intensidad adecuados para dejar sordos a los oyentes, o incluso música hipnótica. Nosotros lo hacemos cuando interceptamos los mensajes del enemigo y los reenviamos a su destino original, y ellos lo hacen con los nuestros.

—¿Y Seguridad está en la primera línea de fuego?

—Llevo lentillas y filtros auditivos que me protegen.

—Yo no.

—Si no hubiera estado segura de que procedía del Almirantazgo, no lo habría abierto aquí. Nuestro sistema los somete a una inspección exhaustiva cuando llegan. En cualquier caso, no existe ningún peligro que nos impida transmitirle este mensaje a Podok. Se lo haré llegar y le diré que, si no me ordena lo contrario, también lo daré a conocer a la tripulación. —Se puso en pie—. Se me ocurre que lo mejor sería no contactar con ella desde su habitación.

—De acuerdo. Nos vemos luego.

Sharon salió al corredor. Cole reanudó la lectura del libro durante media hora y luego recibió otra visita: la de Eric Pampas, sargento de Artillería.

—Ah, Toro Salvaje en persona —dijo Cole—. ¿Cómo se siente hoy?

—Avergonzado —le respondió Pampas—. Y humillado.

—En la presente situación, no me extraña.

—He venido a disculparme, señor. Estoy seguro de que me han puesto un parte, y me lo tengo bien merecido. Pero quiero que sepa que no volverá a ocurrir.

—¿Por qué ocurrió la primera vez? —preguntó Cole.

—Estaba resentido porque me habían metido aquí dentro, con una cuadrilla de fracasados. Y además, me aburría. Soy experto en artillería y no he visto ni una sola nave enemiga en casi un año. —Cole permaneció en silencio y Pampas movió torpemente los pies para cambiar de postura—. En cualquier caso, había días en los que era más fácil conseguir drogas que comida, y todos los demás lo hacían también. —Cole aún tenía los ojos clavados en él, y su rostro era una máscara desprovista de toda emoción—. Vaya mierda de excusa, ¿verdad? —dijo Pampas.

—Sí, la verdad es que sí —respondió Cole.

—Le diré la verdad, señor. Lo hice porque a nadie le importaba. Al capitán no le importaba lo que yo hiciera, y a la Comandancia de la Flota tampoco le importa lo que haga la Teddy R. Mire qué armas tenemos, señor. No pueden pretender que me enfrente a una nave teroni moderna, y bien equipada, con la artillería que se encuentra a mi cuidado, señor. Como a ellos no les importa una mierda, a la tripulación también dejó de importarle una mierda. Entonces llegó usted, y a usted sí que le importaba una mierda. Arriesgó la vida en Rapunzel y luego metió en el calabozo a todo mi equipo, aunque a nadie más le importara lo que hiciéramos nosotros… y luego me enteré de lo que había hecho usted en el Cúmulo del Fénix, señor. —Durante unos momentos guardó un incómodo silencio—. Quiero que lo sepa: si a usted le importa lo que nosotros hagamos, a mí también me importará. Aceptaré el castigo, sea cual sea, pero, en cuanto haya finalizado, quiero que sepa que me convertiré en el mejor técnico de artillería que haya conocido usted en su vida.

—Yo no suelo poner partes, sargento. —Cole calló y lo observó con detenimiento—. Será usted quien lo haga.

—¿Señor? —dijo Pampas.

—El incidente está olvidado —dijo Cole—. Como se repita, me encargaré personalmente de que pase usted los próximos diez años en una celda… pero ahora acepto la disculpa. Me parece que es usted sincero. Por lo que a mí respecta, puede regresar a su puesto y no quedará constancia de lo ocurrido.

—Gracias, señor —dijo Pampas—. Si hubiera algo que pudiese hacer por usted… cualquier cosa…

—Sharon, ¿en estos momentos nos observa? —preguntó Cole, levantando la voz.

—Naturalmente —le respondió Sharon Blacksmith, tan sólo con la voz, sin hacer aparecer su imagen, para no poner aún más nervioso a Pampas.

—Está bien. Escuche lo que voy a decirle al sargento Pampas, pero que no quede grabado.

—Entendido —dijo Sharon.

—Es usted un hombre corpulento —observó Cole—. Y se encuentra en buena forma. Hasta sus músculos tienen músculos. ¿Sabe utilizarlos?

—No sé si entiendo muy bien lo que me quiere decir, señor —dijo Pampas.

—La próxima vez que algún miembro de su equipo aparezca drogado, o bajo los efectos de cualquier otro estimulante, quiero que le quite la sustancia, que le arree una paliza —sus actos no quedarán grabados— y que me entregue la droga a mí. Si hay alguien lo suficientemente imbécil como para exigir que se la devuelva, le dirá que la tengo yo y que ha de venir a pedírmela en persona.

—¿Quiere decir usted que no tendré problemas por pegarles? —preguntó Pampas.

—No voy a denunciar actuaciones que no he visto ni oído —dijo Cole—. ¿Y usted qué piensa, Sharon?

—Hemos tenido muchos problemas con nuestro equipamiento en la sección de Artillería —respondió la mujer—. Pasan muchas horas sin que los observemos ni los grabemos.

—¿Tiene usted alguna otra pregunta, sargento? —preguntó Cole.

—No, señor —dijo éste. Anduvo hacia la puerta, y entonces se volvió y saludó a la manera militar—. ¡Diablos! Cuánto me alegro de que esté usted aquí, señor. Esto vuelve a ser el Ejército.

Salió al corredor y Cole se quedó solo una vez más.

—Sharon, trate de arreglar los horarios para estar de servicio durante los primeros minutos que Pampas pase en la sección de Artillería. Si para entonces ninguno de los demás se ha drogado, lo más probable es que no lo hagan durante el mismo turno.

—He tenido una idea todavía mejor —respondió ella—. Podría poner la sección de Artillería en Observación Prioritaria, de manera que solamente los oficiales con un rango igual al mío en materia de seguridad, u otro superior, puedan observarla y grabarla. Es decir, solamente usted, yo, Forrice y la capitana.

—Eso estaría bien —dijo Cole—. Forrice cooperará con nosotros, y los borrachos y drogados deben saber que no les servirá de nada acudir a la capitana. En determinadas situaciones, los cabezas cuadradas que siguen al pie de la letra las ordenanzas tienen alguna ventaja: no me extrañaría que los abandonara en un planeta desierto por haberse drogado en horas de servicio.

—¿Sabe?, en algunos aspectos fue una buena primera oficial. Nunca he visto a ningún otro que atendiera a los detalles con tanta minuciosidad. Me preguntó qué tal será como capitana.

—Si usted estuviera en mi lugar, la respuesta sería: una capitana hostil —dijo Cole, y se obligó a sí mismo a sonreír.

—Pero bueno, yo diría que en las órdenes que nos han dado ahora no hay ninguna cuestión susceptible de provocar nuevas discusiones. Volvemos a estar en medio de una zona despoblada y esta vez vamos a vigilar gasolineras o algo por el estilo.

—Acaba de oír a nuestro experto en Artillería. No me diga que preferiría encontrarse en medio de una zona de combate.

—Hombre, visto así, me daré por satisfecha con encargarme de la protección de depósitos de combustible —dijo Sharon—. Había llegado a pensar que la Teddy R. tenía algún mérito por los recientes triunfos en Rapunzel y en Nebout. Pero no, por supuesto, no fue la Teddy R. Lo hizo todo usted.

—No soy más que un oficial que actúa a tenor de las situaciones —dijo Cole—. Entiendo que ésa no es la actitud habitual en esta nave, pero le aseguro que tampoco se trata de un rasgo muy extraño o especial.

—Si me convence de eso, creo que abandonaré todo intento de seducirle —dijo Sharon.

—Si no la convenzo, lo más probable es que llegue a la conclusión de que no viviré lo suficiente para que merezca la pena el esfuerzo —respondió Cole.

—Eso no tiene nada que ver —le dijo ella—. Meterse en la cama con un héroe, precisamente, es la mejor manera para evitar relaciones estables. —De repente, Sharon se volvió hacia su izquierda—. Acabo de recibir un mensaje de Podok. Quiere verle.

—¿En el puente?

—En sus aposentos. —Una sonrisa maliciosa afloró al rostro de Sharon—. Tenga cuidado con los abrazos y recuerde en todo momento que las partes sexuales de los polonoi están en la espalda.

—Por lo poco que he visto de ellos, me cuesta imaginar que los polonoi tengan vida sexual —respondió Cole.

El oficial interrumpió la conexión, salió del camarote y descendió al nivel inmediatamente inferior, donde se hallaban las habitaciones de la mayoría de los miembros no humanos de la tripulación. Se detuvo frente a la puerta de Podok, aguardó a que ésta le pasara el escáner y lo identificara, y luego entró.

Apenas si había muebles en el camarote de la nueva capitana. No era un lugar acogedor. En el camastro no había colchón, las sillas eran de madera noble alienígena, no se veía ni una sola almohada ni un cojín. En las paredes no había ni una sola obra de arte, pero Cole descubrió en el techo un holograma no figurativo, incomprensible. La cosa representada, fuera lo que fuese, se movía de un lado para otro dentro del marco, pero Cole no tenía ni idea de lo que podía tratarse.

—Me imagino que habrá oído usted las noticias —le dijo Podok al cabo de un instante.

—¿Qué noticias? —le preguntó él, aparentando inocencia.

«No serviría de nada crearle problemas a Sharon por decirte que me he enterado antes que tú.»

—Me han nombrado capitana de la Theodore Roosevelt —dijo Podok.

—En tal caso, debo felicitarla… en cuanto haya finalizado el luto por el capitán Fujiama, naturalmente.

—No quiero felicitaciones —dijo la polonoi—. Simplemente lo informo del hecho.

—¿Y yo voy a ser el primer oficial? —preguntó. Era una pregunta sin sentido, sin otro objetivo que proteger a Sharon.

—No, señor Cole. Permanecerá en su puesto de segundo oficial.

—Entonces, ¿va a ser Forrice?

—Por el momento no habrá primer oficial —le respondió Podok—. Aunque, sin duda alguna, esa situación cambiará tan pronto como el Tribunal del Almirantazgo se haya reunido y haya discutido mi informe acerca de los hechos que acontecieron en el Cúmulo del Fénix.

—Estoy seguro de que su exposición de los hechos fue correcta y precisa, señora.

—Llámeme capitana. «Señora» es un término humano, y yo no soy humana.

—Le pido disculpas, capitana —dijo Cole—. ¿Quería usted decirme alguna otra cosa?

—Sí —dijo Podok—. Nuestra nueva misión consistirá en proteger depósitos de combustible de vital importancia en el Cúmulo de Casio. Le he dado ya instrucciones al piloto, Wkaxgini, para que nos conduzca hasta allí, y la nave entrará en cualquier momento en el Agujero de Gusano Vestoriano. El viaje por el agujero durará no más de siete horas. —Miró fijamente a Cole—. Llegaremos durante el turno azul. Si en ese momento descubriera usted cualquier indicio de la presencia de la flota teroni, o incluso de una sola nave, no emprenderá usted ninguna acción, sino que me informará de inmediato. En todos los casos y sin excepciones. ¿Le ha quedado absolutamente claro, señor Cole?

—Absolutamente claro, capitana.

—Me han llegado órdenes concernientes a la vigilancia de los depósitos de combustible y pienso cumplirlas con el máximo rigor. Usted logró arrastrar con sus ideas al capitán Fujiama y eso le costó la vida. Se lo digo aquí y ahora: no hará lo mismo conmigo.