Cole esperó a que Fujiama eligiese a la tripulación de su lanzadera y luego seleccionó a Forrice, Briggs y Christine Mboya para la suya. Podok protestó al instante: dijo que, si Forrice abandonaba la nave, no quedaría a bordo ningún oficial de alto rango aparte de ella. Cole tuvo que darle la razón.
—¿Quién lo acompañará, entonces? —dijo Fujiama.
—¿Sabe usted?, todavía no visto nunca a un tolobita. Ni al nuestro, ni al de nadie —dijo Cole.
—¿Quiere al simbionte? —le preguntó Podok en tono de incredulidad—. ¿Cómo va a hacerse acompañar por alguien de quien no sabe nada?
—Si está sobrio, aventajará al resto de la tripulación en un noventa por ciento —dijo Cole—. Y debe de estar sobrio. No he visto nunca a ningún simbionte de ninguna especie que pudiera beber o drogarse sin perjudicar a su asociado. ¿Tiene nombre?
Wkaxgini se rió desde su lugar en el techo.
—Si tiene usted dificultades para pronunciar mi nombre, con el del tolobita no lo va a conseguir jamás.
—Un problema sin importancia —dijo Cole—. Elijo al tolobita. Jacillios, dígale que se presente en la Kermit en tres minutos.
—Recapitulemos —le dijo Fujiama a Podok—. La Teddy R. se acercará a la nave enemiga hasta que ésta se dé cuenta y empiece a acercarse. Entonces, la Teddy R. cambiará de rumbo e iniciará la retirada. El señor Cole y yo mismo habremos salido al espacio con nuestras respectivas lanzaderas, pero tendremos todos los sistemas desactivados. Si nos quedáramos sin aire —y eso no tendría por qué pasar—, respiraríamos con bombonas de oxígeno, para que los sensores de la nave teroni no nos detecten. Si se dan cuenta de nuestra presencia, lo más probable es que nos tomen por lastre que la Roosevelt habrá soltado al iniciarse la persecución. En cuanto la nave enemiga haya pasado de largo y nos deje atrás, pondremos en marcha las lanzaderas y volaremos hacia los planetas más probables. Cuando hayamos encontrado lo que buscamos, atacaremos antes de que la nave teroni tenga tiempo de regresar para protegerlo.
—¿Cómo lo harán para regresar a la Teddy R.? —preguntó Jacillios—. La nave teroni se interpondrá entre ustedes y nosotros.
—Eso será muy fácil —dijo Cole—. Nosotros conocemos el trazado de los agujeros de gusano. La Federación Teroni, en cambio, no había demostrado nunca ningún interés por el Cúmulo del Fénix y estoy casi seguro de que no sabrán dónde buscarlos. No trataremos de pasar al lado de la nave teroni para reunimos con la Roosevelt. Nos alejaremos de los teroni, elegiremos uno de los agujeros de gusano e iremos al encuentro de la Teddy R. en el punto de salida.
—No tendréis al bdxeni para que os busque los agujeros de gusano —dijo Forrice.
—Confío en las habilidades de la teniente Mboya —respondió Cole.
—¿Está usted a punto, señor Cole? —preguntó Fujiama.
—Sí, señor —dijo Cole.
—Pues entonces, pongámonos en marcha.
Fujiama, Cole y las dos pequeñas tripulaciones bajaron a las lanzaderas.
—Yo saldré con la Quentin —dijo Fujiama.
—Espero que no sea usted supersticioso, señor —dijo Cole.
—No. ¿Por qué?
—Porque Quentin, el hijo de Theodore Roosevelt, murió cuando iba en avión, abatido por un aeroplano enemigo.
—Entonces, ha llegado el momento de ajustar cuentas —dijo Fujiama.
—Lo que usted ordene —respondió Cole. Echó una ojeada a la cubierta y empezó a decir—: ¿Dónde diablos está el…? —Pero calló, porque se le acercaba una criatura bípeda, refulgente, achaparrada. Habría sido necesario forzar hasta sus límites el significado de la palabra «humanoide» para aplicársela a aquel ser. Su piel, lisa y aceitosa, literalmente brillaba. Las extremidades superiores eran gruesas y tentaculares, más parecidas a la trompa de un elefante que a los brazos de un pulpo. No parecía que llevara ropa de ningún tipo, pero Cole tampoco distinguió órganos genitales. Carecía de cuello. La cabeza estaba puesta directamente sobre los hombros y era incapaz de dar vueltas o girar. La boca no tenía dientes y parecía equipada tan sólo para sorber fluidos. Los ojos eran muy oscuros y estaban muy separados. No se distinguían fosas nasales. Los oídos eran meras rajas a ambos lados de la cabeza. En un primer momento, Cole pensó que la criatura era dorada, pero su color fluctuaba cada vez que daba un paso.
Cole buscó con los ojos al socio del simbionte, pero fue incapaz de distinguirlo, y se preguntó si le habrían informado mal.
La criatura emitió un sonido semejante a los de la tos o la asfixia. Pero, al oír a continuación las palabras «a sus órdenes, señor», Cole se dio cuenta de que el primer sonido no había sido otra cosa que el nombre del tripulante.
—¿Dónde está su compañero? —le preguntó Cole.
—¿Mi compañero, señor?
—Su simbionte.
—Aquí mismo, señor.
—¿Dónde es aquí mismo? —le preguntó Cole, irritado.
—Nos está viendo usted a ambos, señor.
—Explíquese.
—Se lo voy a enseñar.
Y, de repente, ya no fue liso ni aceitoso, ni brilló, ni volvió a cambiar de color. Adoptó un tono gris pastoso y tomó una apariencia de cosa suave y muy vulnerable.
—¿El simbionte es una epidermis? —preguntó Cole—. Parece que eso que acabamos de ver sea un fenómeno que tenga lugar en su propio cuerpo. ¿Por qué lo llaman «simbiosis»?
—Lo que usted llama «epidermis» es un gorib, una criatura viva e inteligente, señor —dijo el tolobita—. Mi raza no tiene sistema inmunitario y por ello vivimos en simbiosis con los goribs. El gorib filtra todos los gérmenes y virus que hay en el aire y nos protege el cuerpo contra infecciones, y nosotros, a cambio, lo alimentamos. Estamos unidos a nuestros simbiontes por medios telepáticos y seguimos juntos hasta la muerte. Cuando muere uno de los dos, el otro también fallece.
—Interesante —dijo Cole—. Me iría muy bien que tuviera un nombre que yo pudiera pronunciar.
—Lo entiendo, señor.
Vio que la capa lisa y aceitosa que protegía al tolobita emergía nuevamente por los poros de su verdadera piel de color gris.
—¿Qué le parecería Aceitoso?
—Como guste, señor.
—Sí, Aceitoso. —Cole se volvió hacia Briggs y Christine—. Desde ahora, el tolobita se llamará Aceitoso, tanto si alguien le dirige la palabra como si hablamos sobre él.
—Disculpe, señor —dijo Aceitoso—, pero las palabras con género, como «él», no son aplicables ni a mi simbionte ni a mí mismo.
—Trataré de recordarlo —le dijo Cole—. Ahora, subamos a la lanzadera. Nos acercamos a la nave teroni y tardarán un par de momentos en darse cuenta. —Se volvió hacia Briggs—. En cuanto estemos a bordo, explíquele a Aceitoso los planes que hemos trazado. Usted dos se encargarán de las armas.
—He recibido instrucción en el empleo de armas, señor, pero nada más —dijo Aceitoso mientras subían a la lanzadera y la escotilla se cerraba a sus espaldas—. Nunca he disparado en combate.
—Entonces, esta experiencia le resultará muy instructiva —dijo Cole—. No se preocupe. Tendrá a su lado al teniente Briggs, y, por otra parte, no prevemos que nuestro blanco vaya a contraatacar. —Se volvió hacia Christine—. ¡Teniente Mboya! Tan pronto como la nave teroni nos haya dejado atrás y podamos activar los sistemas, quiero que abra de inmediato un canal de comunicaciones con la Quentin. A partir de entonces, lo único que tendrá que hacer será buscar agujeros de gusano que se encuentren más allá de nuestro objetivo. No me importa adonde conduzcan. Si la nave teroni los tiene registrados, podemos darnos por muertos, y si no, no tendrán ni idea del lugar por donde reapareceremos.
—Sí, señor —dijo ella.
Súbitamente, flotaron a la deriva por el espacio.
—Creo que los teroni han localizado por fin a la Teddy R. —dijo Cole—. No podremos seguir su trayectoria. Con todos los sistemas desactivados, será imposible. Las últimas dos veces que nos han perseguido, he calculado su velocidad media, y me imagino que pasarán de largo dentro de ochenta segundos. Aguardaremos unos cuatro minutos extra. No podemos contar con que, pasados esos cuatro minutos, sigan persiguiendo a la Teddy R. —Calló por unos instantes—. Si Forrice estuviera al mando, la Roosevelt empezaría a moverse en zigzag y a provocarles para que la siguieran, pero no creo que podamos contar con que Podok haga lo mismo.
—¿A quién cree usted que protegen, señor? —preguntó Briggs—. ¿Quizás a un almirante, o a un general?
—A un almirante, no. Celebraría las reuniones en su propia nave. Tal vez a un general, o a un político. Mi hipótesis es que se trata de un traidor. Sus generales y políticos no tienen por qué venir hasta el Cúmulo del Fénix para sostener conversaciones. Lo más probable es que en estos mismos momentos haya alguien que se disponga a vender a la República… nuestro territorio es demasiado grande para que alguien lo venda de una sola vez, pero es probable que dentro de poco un planeta o un cuerpo de Ejército tengan problemas.
—Dos minutos y medio, señor —anunció Christine.
Cole se sentó tras la consola de mandos.
—Mientras usted busca los agujeros de gusano, y Briggs y Aceitoso se aseguran de que las armas funcionen, tendré que descubrir cuál es el planeta que debemos atacar. No creo que estemos a más de tres minutos de ese mundo, y por eso mismo tenemos que ponernos a trabajar de inmediato.
Aguardaron en silencio, y, al fin, Christine activó la Kermit. La lanzadera salió disparada a la velocidad de la luz, y entonces la teniente abrió un canal que los conectaba con la Quentin y empezaron a calcular su posición respecto a los agujeros de gusano conocidos.
—Parece que tenemos tres posibilidades —dijo la voz de Fujiama—. Yo iré a Crepello IV, usted a Bannister II, y quien termine primero puede probar con Nebout V.
—A mí me parece bien —le respondió Cole—. No creo que hayan venido hasta aquí para reunirse en un planeta con atmósfera de cloro.
—Esperemos que no —dijo Fujiama—. Debe de haber unos diez en el área inmediata. Tendríamos tiempo de explorar uno o dos, pero no más. No creo que vayamos a disponer de más de tres o cuatro minutos hasta que la nave teroni regrese.
Cole necesitó menos de un minuto para comprobar que no había vida en Bannister II y volvió su atención a Nebout V.
—Señor —dijo Christine al cabo de unos segundos—. La nave teroni ha interrumpido la persecución y regresa a toda velocidad.
—No se preocupe por la nave —dijo Cole sin apartar la mirada de los instrumentos—. Preocúpese del agujero de gusano.
—En Crepello IV no hay nada —anunció Fujiama—. El planeta entero está desierto y hace demasiado calor para que sobreviva ninguna forma de vida.
—Muy bien, pues entonces tiene que ser Nebout —dijo Cole—. Pero, por el momento, no captamos ninguna lectura vital.
—Yo tampoco —dijo Fujiama—. ¿Y si resulta que su hipótesis era equivocada?
—No —dijo Cole con firmeza—. Si me he equivocado, ¿por qué diablos la nave teroni regresa a toda marcha? —Revisó de nuevo sus instrumentos—. ¡Creo que los he localizado!
—¿En qué planeta? —preguntó Fujiama.
—En ninguno… pero sí hay una luna con atmósfera de oxígeno que órbita en torno a un gigante gaseoso que es el noveno planeta de Nebout.
—¡Ya la he localizado! —dijo Fujiama con entusiasmo—. ¡Y además he encontrado una lectura vital!
—Que su ordenador retransmita los datos al sistema armamentístico de la Kermit —dijo Cole. Se volvió hacia Christine—: ¿Cómo estamos con los agujeros de gusano? Me iría muy bien que hubiera alguno cerca de Nebout IX.
La teniente negó con la cabeza.
—El más cercano está cerca de Bannister.
—¿Está segura?
—Sí, señor.
—Cargue las coordenadas en el sistema de navegación y empiece a seguirle la trayectoria a la nave teroni.
Durante unos diez segundos reinó el silencio.
—Ya las he cargado. La nave teroni se hallará a distancia de tiro —de sus armas, no de las nuestras— en unos dos minutos.
—¿Cuánto tiempo tardaríamos en llegar al agujero de gusano desde el sistema Nebout?
La teniente miró en el ordenador.
—Setenta y tres segundos, señor.
—Teniente Briggs, ¿podríamos dar en el blanco con un torpedo energético desde esta distancia?
—Sí, señor —dijo Briggs—. Pero la nave teroni sería capaz de interceptar el torpedo antes de que llegara a su objetivo.
—Entonces habrá que recurrir a una maniobra de distracción —dijo Cole—. Dispare el torpedo.
—Torpedo en camino —anunció Briggs.
—Y otro.
—Torpedo en camino —confirmó Aceitoso.
—¿Cuántos nos quedan?
—Tan sólo dos, señor —dijo Briggs—. Esto es una lanzadera, no la Teddy R.
—Teniente Mboya, diríjase al agujero de gusano. Señor Briggs, dispare un torpedo contra la nave teroni.
—No disponemos de un sistema armamentístico como el de la Teddy R., señor. No lograríamos darle.
—No importa si le damos o no —dijo Cole—. Sólo queremos distraerlos.
—Torpedo en camino —dijo Briggs.
—Han detectado el torpedo, señor —dijo Christine—. Han virado levemente para ir por nosotros.
—Saben que trataremos de meternos en un agujero de gusano, pero no tienen ni idea de dónde está —dijo Cole—. Puede que con eso logremos ganar unos segundos.
—Yo ganaré algunos más para usted —dijo la voz de Fujiama—. Aprovéchelos, señor Cole.
—¡Señor! —dijo Christine—. ¡El capitán Fujiama no se dirige al agujero de gusano! Vuela directo hacia el objetivo.
—Ustedes, para bien o para mal, han hecho su parte. Yo todavía no —dijo Fujiama—. Si tienen la posibilidad de elegir, vendrán tras de mí antes de ir por la Kermit.
—El capitán es usted —dijo Cole—. No merece la pena que sacrifique su lanzadera por salvar la nuestra.
—No hago esto para salvar a la Kermit —dijo Fujiama—. Lo hago para asegurarme de que vengan por mí, y no por esos torpedos energéticos que ha lanzado.
—Pero…
—No discuta, señor Cole. Diríjanse al agujero de gusano. Hace cinco años que juego a oficial y caballero. Ha llegado la hora de que lo sea de verdad.
—La nave teroni ha cambiado nuevamente de rumbo, señor —dijo Christine—. Están persiguiendo a la Quentin.
—¿Cuánto tardarán en tenerla a su alcance?
—Tal vez unos treinta segundos.
—Una vez acaben con él, ¿podrían atraparnos también a nosotros?
—Irá por los pelos, pero creo que entraremos en el agujero de gusano uno o dos segundos antes de que lo consigan.
—¿No sería mejor que diéramos media vuelta y tratáramos de socorrer al capitán? —preguntó Aceitoso.
—Él lo ha querido así —dijo Cole—. Si volvemos atrás, lo único que lograremos será perder dos lanzaderas en vez de una. ¿Cuánto tardaremos en llegar al agujero de gusano?
—Cuarenta y cinco segundos —dijo Christine.
—Mantenga el rumbo, y que la Quentin aparezca en la pantalla principal.
No llegaron a ver la nave teroni. Aún estaba demasiado lejos. Pero sí vieron la Quentin que volaba a toda velocidad hacia el satélite de Nebout IX, y, de pronto, una luz cegadora, y los fragmentos de la lanzadera que se esparcieron por toda el área.
—¡Maldita sea! —murmuró Cole—. Yo le había dicho que no fuera en la Quentin.
Al cabo de seis segundos, tuvo lugar una fuerte explosión en la superficie del satélite.
—Ha funcionado —dijo Cole—. No han tenido tiempo de reorientar sus armas para interceptar los torpedos. En el momento de entrar en el agujero de gusano, envíele un mensaje a Podok en el que le diga que tiene que abandonar el cúmulo cuanto antes. Ahora que ya no tienen a quién proteger, la nave teroni se lanzará en pos de la Teddy R.
—Diez segundos hasta el agujero de gusano —anunció Christine—. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos.
La lanzadera sufrió una sacudida.
—¡Ya estamos dentro!
—¡Envíe el mensaje! —dijo Cole—. Señor Briggs, ¿dónde nos han dado?
—No lo sé, señor. Volamos a la velocidad de la luz y las baterías láser aún funcionan.
—¡Pero le han dado a algo, maldición!
—Yo podría salir de la nave y ver qué clase de daños hemos sufrido, señor —dijo Aceitoso.
—Gracias por el ofrecimiento, pero no tenemos trajes espaciales para tolobitas —dijo Cole.
—No lo necesito —le respondió Aceitoso—. Mi gorib me protegerá.
—¿Su simbionte?
—Sí, señor.
—¿Puede salir al espacio a cero absoluto de temperatura, sin oxígeno?
—No podría aguantar un período prolongado, pero sí el tiempo necesario para inspeccionar la nave, señor —le respondió Aceitoso—. Solamente voy a necesitar un cable para no perderme en el espacio.
—Señor Briggs, proporciónele todo lo que necesite, selle la esclusa, y que sea él quien salga de la nave.
—Permítame que le insista, señor: el término «él» no se me puede aplicar.
—Si puede responder a un nombre que no es el suyo, también me permitirá que le atribuya un género gramatical que no tiene —dijo Cole—. Ya lo discutiremos luego. Ahora mismo tiene un trabajo por hacer.
Briggs aisló al tolobita en la esclusa de la escotilla, aguardó hasta que se hubo sujetado con el cable y luego abrió la escotilla exterior.
—Ese tolobita es una criatura notable —observó Cole mientras Aceitoso se movía por el exterior de la lanzadera—. No sólo sería capaz de reparar una nave por sus propios medios. Apuesto a que también sobreviviría en atmósferas de cloro y metano durante unas pocas horas sin necesidad de ningún traje ni equipamiento. ¿Por qué diablos no tenemos más en el Ejército?
—No parece que se encuentre a disgusto con nosotros —dijo Briggs—. Tal vez sean los goribs quienes se resisten a alistarse.
—Supongo que esa hipótesis es tan buena como cualquier otra —dijo Cole—. Tratemos bien al único que tenemos. Teniente Mboya, ¿cuánto tardaremos en salir del agujero de gusano?
—Unos cuatro minutos, señor.
—Si Aceitoso no ha vuelto a la escotilla en tres minutos, reduzca la velocidad, y, si no ha regresado en tres y medio, detenga la nave. Ese simbionte que tiene es muy interesante, pero no estoy seguro de que un gorib resista la transición entre hiperespacio y espacio normal.
—No sé si podré detenerme en el hiperespacio, señor…
—Ojalá no tengamos que descubrirlo. Pero si el tolobita se pasa tres minutos y medio ahí fuera, inténtelo.
La discusión terminó, porque Aceitoso volvió a entrar por la escotilla dos minutos más tarde.
Briggs ajustó la temperatura, el contenido de oxígeno y la gravedad, y luego lo dejó entrar.
—¿Y bien? —le preguntó Cole.
—La cola ha sufrido algunos daños, señor —informó Aceitoso—. Eso no será un problema mientras permanezcamos en el espacio, pero sería casi imposible que voláramos por una atmósfera hasta que se hayan realizado las reparaciones oportunas.
—Pero ¿no nos impedirá volver a la Teddy R.?
—No, a menos que quisiéramos reunimos con ella en una atmósfera, o en una estratosfera.
—Gracias, Aceitoso.
—Acabo de recibir un mensaje codificado procedente de la Teddy R. —anunció Christine—. Han calculado dónde vamos a emergeré irán a esperarnos. ¡Nos hemos salvado, señor!
—Algunos de nosotros nos hemos salvado —le respondió Cole—. Ahora tendré que regresar a la Teddy R. y decirles que su capitán ha muerto.