Capítulo 13

—¡Piloto, sáquenos de aquí inmediatamente! —ordenó Cole mientras la nave enemiga se acercaba. La Teddy R. viró e inició una acción evasiva, y el comandante se volvió hacia Christine Mboya—: ¿Qué alcance pueden tener sus armas?

—No tengo ni idea del armamento que transportan, señor —dijo ella—. Pero, en todo caso, fue suficiente para destruir la Bonaparte, y quizá también la Maracaibo.

—¿No hay otras naves de la República destinadas a esta zona?

—No, señor —dijo Briggs—. Las otras tres se marcharon hace dos días hacia su nuevo destino.

—Si quiere, puedo tratar de enviar un SOS, señor —propuso Jacillios.

—¡De eso ni hablar! —le respondió Cole con firmeza—. Si huelen nuestra sangre, nos perseguirán hasta acabar con nosotros. Póngame en contacto con Cuatro Ojos.

—¿Se refiere usted al comandante Forrice, señor?

—Hágalo de una vez.

La imagen de Forrice apareció al cabo de pocos segundos.

—Os veo a todos con mala cara —dijo al contemplar el puente—. ¿Qué ocurre?

—La Bonaparte y la Maracaibo han sido destruidas —dijo Cole—, y la nave que acabó con ellas viene por nosotros. Quiero que te quedes dónde estás y que tu equipo tampoco se mueva de ahí. Os enviaremos comida, y ordenaré al equipo médico que pase dentro de unas horas y os distribuya alguna sustancia que os mantenga despiertos.

—Acabo de verla en pantalla —dijo Forrice—. Según el ordenador, todavía está muy lejos. No tiene ningún sentido que les disparemos mientras no se acerquen más.

—No quiero que les disparéis, a menos que sean ellos quienes averíen nuestra nave con sus armas y nos inmovilicen —dijo Cole—. Nuestra artillería no podrá hacer nada contra la suya. Antes de que lográramos acercarnos lo suficiente para causarles ningún daño, nos harían pedazos.

—Comprendo. Será mejor que vaya a examinar las armas y me asegure de que estén todas activadas.

—De acuerdo —dijo Cole, e interrumpió la conexión—. ¿Qué tal vamos, piloto?

—Tengo un nombre —le dijo Wkaxgini.

—No se lo niego… pero la guerra habrá terminado para cuando aprenda a pronunciarlo. ¿Nos siguen?

—Sí, nos siguen —le respondió Wkaxgini—, pero no parece que hagan ningún esfuerzo por darnos alcance.

—Muy bien. Gracias. —Se volvió hacia Jacillios—. ¿Capta alguna retransmisión… advertencias, órdenes, preguntas, lo que sea?

—No, señor.

—Y tampoco tratan de darnos alcance, sólo nos siguen —dijo Cole con el ceño fruncido—. Pero han destruido las otras dos naves.

—Suponemos que lo han hecho —le dijo Christine Mboya—. No sabemos si lo han hecho.

—La única manera de saberlo sería preguntárselo —le dijo Cole—. Me contentaré con suponerlo.

—Pero es que esto no tiene ningún sentido, señor —siguió diciendo Briggs—. ¿Cómo es posible que destruyan dos naves y a nosotros nos dejen escapar? Saben muy bien que, en cuanto informemos de lo ocurrido, la Armada enviará refuerzos en cantidad.

—Buena pregunta —dijo Cole—. A mí se me ocurren tres posibles motivos, pero tal vez haya más.

Briggs arrugó el entrecejo.

—El único que se me ocurre es que quizás estén a punto de abandonar el cúmulo y no les importe si mañana vienen refuerzos.

—Eso sí que no tendría sentido, teniente —dijo Cole—. Estamos en guerra. Nos han destruido dos naves. Podrían destruir también la Teddy R. ¿Piensa usted que nos dejarían con vida por el único motivo de que no les importa si van a venir refuerzos?

—Le pido disculpas, señor.

—¿Por haberse equivocado? —le dijo Cole—. Eso no es motivo para disculparse.

—No, por haber hablado sin pensar. Se lo digo con toda sinceridad, señor: quería impresionarle a usted.

—No se disculpe tampoco por ser sincero, señor Briggs —dijo Cole—. Tómese un minuto, piénselo bien y trate de ver lo mismo que yo he visto. —Se volvió hacia la molaria—. Quiero hablar con el equipo médico. No, déjelo. Póngame con Seguridad.

Apareció la imagen de una criatura alta y angulosa procedente de Pelleanor. Era de color gris oscuro, con ojos anaranjados y penetrantes, y pómulos tan prominentes que parecían aletas.

Tal vez tuviera sexo, pero tan sólo habría podido distinguirlo otro pelleanor.

—¿Dónde está Sharon Blackmith? —preguntó Cole.

—Se ha ido a dormir —le respondió el pelleanor—. Ha trabajado durante parte del turno rojo y la totalidad del blanco.

—Es la primera vez que hablo con usted —dijo Cole—. ¿Sabe quién soy?

—Por supuesto —dijo la voz mecánica del Equipo-T del pelleanor—. Lo he monitorizado en un buen número de ocasiones desde que llegó a esta nave.

—Estupendo. Quiero que reúna un equipo de Seguridad tan numeroso como le parezca necesario y que ese equipo escolte a los tres presos hasta la enfermería, o, si lo prefiere así, que sea el médico quien acuda a la mazmorra. Si el médico se ve capaz de limpiarles toda la porquería que tienen en el organismo y ponerlos a punto para trabajar en un máximo de dos horas, que lo haga.

—¿Y si no?

—Si no, que los presos se queden en el calabozo y que el médico haga todo lo necesario para mantener en plena alerta a sus sustitutos.

—Se hará —dijo el pelleanor, e interrumpió la conexión.

—Piloto, ¿aún nos siguen? —preguntó Cole.

—He logrado poner cierta distancia entre ellos y nosotros —dijo Wkaxgini—, pero no sé si ha sido gracias a mi maniobra, o si han sido ellos quienes lo han permitido.

—¿Aún no recibimos ningún mensaje, alférez?

—No, señor —dijo Jacillios.

—Eso encaja —dijo Cole.

—¿Encaja, señor?

Cole asintió.

—¿Señor? —dijo Briggs.

—Sí, ¿qué ocurre?

—He estado pensando cuáles pueden ser las tres razones que justificarían la conducta del enemigo —dijo el joven oficial.

—¿Y?

—Una posibilidad es que la Bonaparte o la Maracaibo causaran alguna avería en la nave enemiga. Esa avería sólo puede ser parcial, porque, si no, no tendrían manera de seguirnos, pero habría de ser suficiente para que no quisieran entrar en combate directo, aunque su nave sea indudablemente más grande y poderosa que la nuestra.

—Ésa es una, señor Briggs. ¿Se le ha ocurrido alguna otra?

—Saben que la República ha enviado tres naves al Cúmulo del Fénix. Quizá tengan miedo de que haya otras en camino, demasiadas para hacerles frente. Aunque no parezca muy probable, puede ser que en nuestra posición actual bloqueemos la ruta por la que tenían que abandonar el cúmulo.

—Podría ser —dijo Cole, aunque la expresión de su rostro dejaba bien claro que no lo creía en absoluto.

—A decir verdad, señor, no se me ocurre ninguna otra razón.

—Podría tratarse de un farol, por motivos de los que no sabemos nada. Tal vez sus sistemas armamentísticos se estén quedando sin energía. El buen Dios sabe que ambos bandos han infiltrado gran cantidad de saboteadores en las filas enemigas. También podría ser que algún oficial de alto rango se encontrara en uno de los planetas. O que hayan transformado el cúmulo entero en una trampa y quieran que escapemos, y que regresemos con una expedición punitiva de grandes dimensiones para aniquilarla. También podría ser algo tan inverosímil como que su religión les prohíba destruir más de dos naves en un mismo día de la semana. El problema, por supuesto, es que tendremos que averiguar el verdadero motivo y acertar a la primera.

—¿Y cómo lo averiguaremos? —dijo Jacillios.

—Necesitaríamos más información —dijo Cole—. Estoy seguro de que la encontraremos. Entre tanto, habría que alertar al capitán.

—No lo alertó usted cuando descendió a Rapunzel —observó Briggs.

—Salí con una lanzadera y dos voluntarios, deliberadamente, para no poner en peligro ni a la Teddy R. ni a su tripulación —le respondió Cole—. Ahora, en cambio, la nave se hallará en peligro, independientemente de lo que hagamos, y es necesario que el oficial de rango más elevado se ponga al mando. —Calló por unos instantes—. Alférez Jacillios, llame también a la primera oficial, por favor.

—¿Quiere que dé una señal de alerta roja, señor? —le preguntó la molaria.

—No, diablos, no —le dijo Cole—. ¿Y si el ataque se produce dentro de once horas, o quince, o diecinueve? Si llega ese momento, estaría muy bien que hubiera alguien bien despierto y en estado de alerta. Dejen dormir a los que estén en la cama. El único con el que tengo que hablar es el capitán.

—¡Comandante! —le dijo Wkaxgini en tono apremiante.

—¿Qué sucede? —preguntó Cole.

—Acaban de dar media vuelta y se alejan.

—Confirmado —añadió Briggs sin despegar los ojos del ordenador—. Han interrumpido la persecución.

—Eso es absurdo —dijo Cole—. Nos tenían a su alcance. ¿Por qué han desistido? —Arrugó el entrecejo y trató de tomar en consideración todas las posibilidades. Al cabo de un momento se dirigió a Wkaxgini—. Piloto, ¿tenemos un mapa con todos los agujeros de gusano de este cúmulo?

—Sólo de los cinco principales, señor —le respondió Wkaxgini.

—Supongamos, para simplificar el cálculo, que la nave teroni se hallara en el centro exacto del cúmulo y no cerca del perímetro. ¿Habría algún agujero de gusano que pudiera desplazarnos entre 120 y 240 grados en torno a ellos?

—Vamos a verlo. Tengo que emplear tanto la intuición como la capacidad de cálculo, sobre todo ahora que estoy conectado al ordenador de navegación. —Calló por unos instantes—. Sí, podríamos entrar por un agujero de gusano que se encuentra a menos de un año luz de aquí. Si tomamos la nave teroni como centro, emergeríamos 173 grados más allá.

—Hágalo.

—¿Ahora mismo?

—Sí.

—Pero ¿no tendríamos que esperar al capitán? —le preguntó Wkaxgini—. No tardará mucho en llegar al puente.

—Mientras no haya llegado, estoy al mando —dijo Cole—. Y acabo de darle una orden.

El bdxeni no le respondió pero, al cabo de un instante, la nave viró y poco después entró en el agujero de gusano. Normalmente, la tripulación no se enteraba de los agujeros de gusano que atravesaban pero, de vez en cuando, se veían afectados físicamente por algún elemento que se hallaba en éstos. Eso fue lo que les ocurrió en esta ocasión. Una especie de aturdimiento se adueñó de Cole, y éste tendió las manos para tratar de sujetarse, pero su sentido de la vista empezó a jugar con él, y, en vez de hacer contacto con el mamparo, se cayó al suelo. No vio motivo alguno para levantarse hasta que hubieron salido del agujero de gusano, y por eso se quedó tumbado, con los ojos cerrados, e intentó no prestar atención al dolor de los moretones.

La nave regresó al espacio normal en menos de un minuto, y Cole, dolorido, se puso en pie.

—Hemos llegado —anunció Wkaxgini—. Si es que ése es el verbo más apropiado para decir que nos encontramos entre dos estrellas anónimas de clase M.

—Me alegro de que los agujeros de gusano hiperespaciales no afecten a su raza —dijo Cole.

—Sí nos afectan —le respondió Wkaxgini—. Pero, cuando estoy conectado al ordenador de esta nave, mis percepciones se filtran a través de sus sinapsis lógicas. Si me hubiera hallado en su lugar, me habría encontrado tan desorientado como usted.

—Me alegro de saber que no puede usted marearse, o quedarse aturdido, a menos que le suceda lo mismo al ordenador —dijo Cole—. ¿La nave teroni nos ha localizado?

—Todavía no.

—Alférez, ¿el capitán viene de camino hacia el puente?

—Si no estaba viniendo, estoy seguro de que ahora vendrá —le respondió Jacillios.

—¿Comandante? —dijo Wkaxgini.

—¿Sí?

—La nave teroni se acerca a nosotros.

—¿A la máxima velocidad?

—No.

—Retroceda.

—No entiendo —dijo Wkaxgini.

—Desplácese en dirección al núcleo del cúmulo. No haga ningún intento de salir del cúmulo.

—¿Aun cuando empiecen a dispararnos?

—Si se diera el caso, vuelva a preguntármelo —dijo Cole. Fujiama y Podok entraron en el puente con pocos segundos de diferencia.

—¿Qué ocurre, señor Cole? —preguntó Fujiama mientras miraba una de las pantallas.

—Parece que una nave teroni ha destruido la Bonaparte y la Maracaibo, señor —dijo Cole—. Esa misma nave nos persigue ahora de manera relajada.

—¿De manera relajada? —repitió Fujiama.

—Sí, señor.

—Explíquese.

—Nos esperaba junto a los restos de, por lo menos, la Bonaparte —explicó Cole—. Nos hemos detenido fuera del alcance de su artillería. En cuanto nos ha avistado, ha venido tras nosotros, y, como no podíamos enfrentarnos a su poder de fuego, le he ordenado retirada al piloto.

—¿A través del agujero de gusano? —preguntó Fujiama.

—No, señor —dijo Cole—. La nave teroni nos ha perseguido a lo largo de, más o menos, un par de años luz, y luego ha interrumpido la persecución.

Fujiama arrugó el entrecejo.

—Esto es absurdo. Vamos a escapar y luego informaremos de lo ocurrido, y para mañana la almirante Pilcerova habrá enviado una docena de naves de guerra al cúmulo.

—La almirante Pilcerova ha muerto, señor —dijo Jacillios.

—Ah, sí… el almirante Rupert, entonces —dijo Fujiama, irritado—. El caso es que, si nos dejan marchar, sufrirán represalias muy severas.

—Si usted lo sabe, ellos lo sabrán también, señor —dijo Cole.

—¿Qué pretende usted, señor Cole? —Se volvió hacia otra pantalla—. ¿Y qué hacemos rodeados de estrellas? ¿No nos hallamos en el espacio profundo?

—Le he ordenado al piloto que diera un rodeo por detrás de la nave teroni, aunque probablemente «detrás» no sea la palabra más adecuada —respondió Cole—. Ése es el motivo por el que hemos atravesado el agujero de gusano. Un momento, señor. —Se volvió hacia Wkaxgini—. ¿Han acelerado?

—No, señor —dijo el piloto.

Cole se permitió el lujo de una discreta sonrisa.

—Ya me parecía a mí que no lo harían.

—Señor Cole —le dijo Podok—, su responsabilidad principal es la seguridad de la Theodore Roosevelt. Ha tenido usted la ocasión de escapar del cúmulo y pedir refuerzos, y no lo ha hecho. Su manera de actuar constituye una evidente falta de profesionalidad.

—Mañana, la nave teroni ya no estará aquí —dijo Cole—. Los refuerzos llegarían demasiado tarde y habríamos retirado naves de lugares donde son más necesarias.

—Ha respondido con mucha labia a una acusación de malas prácticas. Pienso hacerlo constar en el informe del próximo turno blanco.

—¿Por qué no esperaba que nos persiguieran a toda velocidad ni que nos dispararan con sus armas, señor Cole? —preguntó Fujiama.

—¡Señor! —exclamó Podok—. Este hombre ha incumplido las ordenanzas en una ocasión. Nos hallamos en situación militar hostil. Al escucharlo, lo único que hacemos es perder un tiempo precioso.

Fujiama se levantó cuan largo era, más o menos dos metros diez.

—No me explique usted cuáles son mis obligaciones, comandante Podok —dijo, articulando cada una de las palabras—. Tiene usted el derecho a presentar un parte contra este hombre y no tendré ningún problema con ello. Pero yo, por mi parte, tengo derecho a escuchar las opiniones de todos mis oficiales antes de tomar una decisión. Señor Cole, responda a mi pregunta, por favor.

—Se me ocurre una única hipótesis razonable que pueda explicar por qué no nos han perseguido hasta más allá del cúmulo y tampoco nos han destruido, señor.

—¿Yes…?

—Que no saben que sólo había tres naves asignadas al Cúmulo del Fénix, señor —dijo Cole—. Las naves estelares de la República son trofeos apreciados, así que, ¿por qué no nos han perseguido hasta tenernos al alcance de sus cañones? Sólo puede haber una respuesta: están vigilando algo mucho más valioso. Por eso le he ordenado al piloto que diera un rodeo hasta salir por el otro lado: para ver si nos perseguirían también en el caso de que no nos dirigiéramos al espacio profundo, donde tal vez nos aguardara una parte de la flota. Al ver que no salían disparados tras nosotros, he llegado a la conclusión de que están protegiendo algo y tienen miedo de alejarse de ese algo.

—Todo eso no son más que especulaciones —resopló Podok.

—¿Por qué piensa usted que no nos persiguen? —preguntó Cole.

—Eso no es cosa mía —dijo Podok—. Las ordenanzas que rigen esta nave están muy claras.

Cole se volvió hacia Fujiama.

—¿Quiere que prosiga, señor?

—Sí, por favor.

—De acuerdo. Me imagino que el motivo por el que están aquí es que en el Cúmulo del Fénix ha habido todavía menos actividad militar que en la Periferia. Alguien muy importante ha ido a participar en una reunión en uno de los planetas del cúmulo. La reunión debió de empezar hará dos días, cuando las naves de la República se marcharon de aquí. Los teroni no sabían que hoy llegarían otras tres.

—Entonces, ¿por qué han destruido las dos primeras naves? —preguntó Podok, con voz y ademán agresivos—. ¿Qué tiene la Theodore Roosevelt que los aterroriza de ese modo?

—Destruyeron la Bonaparte porque salió inesperadamente del agujero de gusano y estaba sola, no con un escuadrón. Los agujeros de gusano se mueven, los planetas se mueven, las nebulosas giran sobre sí mismas. Quizá fueron por la Maracaibo porque se acercó demasiado al planeta que protegen. —Guardó unos instantes de silencio y miró de uno en uno a sus interlocutores, para asegurarse de que siguieran bien su reconstrucción de los hechos. Se dio cuenta de que el teniente Briggs estaba atento a todas sus palabras—. Pero nosotros, al salir del agujero de gusano que nos trajo hasta aquí, hemos descubierto los restos de la nave y hemos frenado de pronto, fuera del alcance de sus armas. Si nos acercáramos a ellos lo suficiente, nos dispararían, pero no querrán iniciar una persecución prolongada, porque no saben que somos la última de las naves de la República que tenían que venir aquí, y no se atreven a dejar el planeta sin protección. Si no les importa que nos vayamos, es porque cuentan con que ellos mismos se irán antes de que lleguen nuestros refuerzos.

Fujiama guardó un largo instante de silencio.

—Eso tiene sentido —dijo por fin.

—Entonces, tenemos que abandonar el cúmulo e informar de lo sucedido —dijo Podok. Se volvió hacia Cole—. Si al final resultara que tiene usted razón, pondría una addenda en el informe. Pero, de todos modos, ha desobedecido claramente las ordenanzas al no proteger la nave.

—Esta nave está tan segura aquí como en el espacio profundo —dijo Cole—. Piloto, ¿la nave teroni ha virado ya?

—Lo están haciendo en este mismo momento, señor —le respondió Wkaxgini.

—De todas maneras, tendríamos que marcharnos —insistió Podok—. Aun cuando fuera cierto lo que dice, podrían venir por nosotros en cuanto termine esa supuesta reunión.

—Capitán —dijo Cole—, lo pongo en sus manos. Han venido a proteger como mínimo a una persona que, de acuerdo con sus criterios, es más valiosa que una nave estelar, y mañana se marcharán. ¿Cree usted que podemos dejar pasar una ocasión como ésta?

—La Roosevelt podría ganarse una medalla, de eso no cabe duda —reconoció el pensativo Fujiama. Luego arrugó el entrecejo—. Pero tenemos un único técnico artillero en condiciones, un sólo médico para atenderá todos los posibles heridos, y…

—La Teddy R. no entrará en combate —dijo Cole—. Nuestras armas son insuficientes.

—Entonces, ¿qué diablos cree que debemos hacer? —le preguntó Fujiama.

—Nos acercaremos a la nave teroni tanto como nos atrevamos y entonces soltaremos las lanzaderas. Éstas no activarán motores hasta que la nave teroni se lance a perseguir de nuevo a la Teddy R. y, en consecuencia, las deje atrás. Entonces las lanzaderas se desplegarán y emplearán los sensores para descubrir en qué planeta tiene lugar la reunión, arrojarán un par de bombas en el lugar adecuado e irán al encuentro de la Teddy R. cerca del agujero de gusano.

—¿Y cómo sabrán cuál es el planeta que hay que bombardear? —preguntó Podok—. ¿Y si los sensores de las naves encuentran formas de vida en cuatro o cinco mundos distintos?

—Es casi seguro que la reunión tendrá lugar en un planeta sin colonias ni poblaciones nativas —respondió Cole—. Aun cuando pensaran que sus habitantes simpatizan con la Federación Teroni, ¿para qué arriesgarse a un atentado? Pienso que habrán elegido un planeta vacío, tal vez desprovisto de oxígeno. Y, por otra parte, la nave teroni se ha retirado una y otra vez a un área relativamente reducida. Seguramente podemos restringir la investigación a un terceto de sistemas estelares y localizar al enemigo en uno de ellos desde las lanzaderas.

—¿Y quién las va a comandar? —preguntó Fujiama.

—Yo me encargaré de una y Forrice de la otra.

—Tenemos cuatro lanzaderas, cada una de las cuales lleva el nombre de uno de los hijos de Theodore Roosevelt —dijo Fujiama—. ¿Por qué vamos a emplear sólo dos?

—Porque, si le ocurriera algo a la Teddy R., podría usted meter a la gran mayoría de la tripulación en una de las otras dos. Como dice la comandante Podok —Cole se volvió hacia la polonoi y asintió con la cabeza—, mi primera responsabilidad es para con la seguridad de la nave.

—¿De cuánto tiempo piensa usted que dispondremos hasta que se marchen? —preguntó Fujiama.

Cole se encogió de hombros.

—Eso no lo sabe nadie… pero, si la Bonaparte tenía que llegar tres horas antes que nosotros, podemos suponer que los teroni llevan allí por lo menos cuatro horas. No habrían mandado a los suyos a la superficie de un planeta si la Bonaparte hubiese llegado antes del inicio de la reunión.

—Capitán —dijo Podok—, supongo que no permitirá usted que el comandante Cole y el comandante Forrice entren con las lanzaderas en un territorio que en estos momentos podemos considerar enemigo.

—No, desde luego que no —dijo Fujiama.

—¿Ah, no? —exclamó Cole, sinceramente sorprendido.

—Me alegro de oírlo, señor —dijo Podok.

—Perdí a toda mi familia en esta maldita guerra —dijo Fujiama—. En ese momento pensé que ya se había derramado suficiente sangre Fujiama por la República, y me he contentado con pasar el tiempo siguiendo la ley del mínimo esfuerzo y fingiendo que no veía los problemas diarios de esta nave, en vez de intentar corregirlos. —Guardó silencio por unos instantes—. En otro tiempo fui un buen oficial. Sé que cuesta creerlo, pero lo fui. Mediante sus acciones, el señor Cole me ha recordado lo que podría haber sido si mi vida hubiera seguido un curso distinto… y, lo sepa o no, me ha convencido de que es hora de volver a luchar en esta guerra. —Respiró hondo y habló pausadamente—: El señor Cole se hará cargo de una de las lanzaderas, pero el comandante Forrice no dirigirá la otra. Los capitanes tienen que ir en cabeza, no a la zaga. Seré yo quien comande la otra lanzadera.

—¡Capitán, me veo obligada a protestar! —dijo Podok.

—Tiene todo el derecho a hacerlo —dijo Fujiama.

—No sólo el derecho —respondió la polonoi—. También el deber.

—No le impediré que cumpla su deber —dijo Fujiama—. Pero tampoco voy a permitir que usted me impida cumplir con el mío.

Podok se marchó hacia el aeroascensor.

—Tengo que dictar el informe —dijo.

—La espero para dentro de diez minutos —dijo Fujiama—. Se quedará al mando de la Theodore Roosevelt una vez que yo haya salido con la lanzadera.

—Aquí estaré —dijo ella sin volverse.

De pronto, Fujiama se dio cuenta de que Cole lo había estado observando con una expresión indescifrable en el rostro.

—¿Qué mira usted? —le preguntó.

—Sólo pensaba —dijo Cole—, que, si sobrevivimos a esta misión, quizá llegue a disfrutar de mi puesto de oficial en la Teddy R.