Capítulo 7

—¿Quién diablos eres tú? —le dijo una voz áspera. Cole se sentó y trató de centrar la mirada.

—¿Dónde estoy? —preguntó, todavía aturdido.

—Soy yo quien hace las preguntas. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

—Dame un segundo para que me oriente —le dijo Cole.

—Te veo muy maltrecho. ¿Dónde está tu unidad?

—¿Mi unidad? —repitió Cole.

—Vistes uniforme militar. Bueno, los jirones de un uniforme militar, en realidad.

—Mi nave se encuentra a varios años luz de aquí —le respondió Cole.

—Sí, claro, eres un cuerpo expedicionario unipersonal, ¿verdad?

Por fin, Cole consiguió ver al hombre que le hablaba. Era de mediana edad, más bien delgado, con ropa cara, pero muy deteriorada, e iba sin afeitar.

—Soy una partida de fugitivos unipersonal —dijo.

—¿Vienes de la montaña? He visto a una cuadrilla de ojoscucaracha que trabajaba allí.

—¿Ojoscucaracha?

—Bortellitas.

—Sí, vengo de allí.

El hombre le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie.

—Algunos de esos cortes y heridas parecen muy profundos —le dijo—. Ven a mi cabaña y te haré una cura.

—¿Vives aquí? El hombre negó con la cabeza.

—No. Pero siempre que puedo salgo a pescar.

—¿Primero los dejas sordos? —le preguntó Cole, y señaló el rifle sónico.

—Nunca se sabe lo que uno puede encontrarse por aquí —respondió el otro—. Gatodiablos, ojoscucaracha… —Inesperadamente, sonrió—. E incluso fugitivos. ¿Tienes nombre?

—Wilson Cole.

—Pero qué gracioso eres —le dijo el otro, esta vez sin sonreír—. ¿Vas a decirme cómo te llamas?

—Te lo acabo de decir.

—¿Y tú quieres que me crea que un hombre como Wilson Cole iría a parar a un mundo pequeño y subdesarrollado como Rapunzel? Enséñame tu documentación.

—Los bortellitas me la quitaron.

—Ah, y a mí qué diablos me importa quién seas. Si huyes de ellos, te ayudaré en lo que pueda. Me llamo Carson Potter. Encantado de conocerte. —Le tendió la mano y Cole se la estrechó.

—¿Dónde está esa cabaña de la que me hablabas?

—A un par de kilómetros de aquí.

—Me imagino que no tendrás una radio subespacial.

—¿Y para qué querría yo una radio subespacial en una cabaña de pesca?

—Tengo que llegar a Pinocho —le dijo Cole—. ¿Podrías llevarme hasta allí?

—En cuanto te haya puesto en condiciones —le dijo Potter—. ¿Vas a contactar con tu nave?

Cole negó con la cabeza.

—Mi nave no se desviaría ni un centímetro de su rumbo por venir a buscarme. El capitán sería incapaz de infringir una sola ordenanza, pero podrías confundirlo con un hombre indisciplinado si lo vieras al lado de la primera oficial.

—¡Al suelo! —lo apremió Potter—. Por allí viene una de sus naves.

—No dejes de caminar —le dijo Cole, al tiempo que le hacía gestos con la mano a la lanzadera.

—¿Es que tienes ganas de morir? —le replicó Potter—. Me imagino que no vendrán por mí.

—No podremos ocultarnos de sus sensores, así que lo mejor será que no lo intentemos. Si no dejamos de caminar y los saludamos amistosamente, nos tomarán por un par de cazadores, o de pescadores. Si tratamos de escondernos, nos identificarán como insurgentes.

—Parece como si tuvieras experiencia en esto.

—Un poquito.

—¿De verdad eres Wilson Cole?

—Ya te he dicho que sí.

—Entonces, ¿qué diablos haces aquí, en la Periferia? Todas las grandes batallas tienen lugar en torno al Núcleo Galáctico.

—Yo voy a donde me mandan —le respondió Cole.

—Bueno, pues, maldita sea, si son capaces de ordenarle a un hombre como Wilson Cole que se marche a la Periferia, será que no se puede confiar en la inteligencia de los que nos dirigen en esta mierda de guerra.

—Bienvenido al club —le dijo Cole.

Llegaron a lo alto de una loma y desde allí divisaron una cabaña de reducidas dimensiones.

—Es ésa —le dijo Potter—. Por fuera no parece gran cosa, pero dentro se vive bien… y, además, tengo un botiquín. —Le echó una mirada a Cole—. ¿Cuánto hace que no comes?

—Bastante.

—Espero que te guste el pescado.

—Lo odio.

Potter se encogió de hombros.

—Como quieras. Pues entonces espero que te guste morirte de hambre.

—¿Cómo se puede llegar a Pinocho desde aquí?

—Tengo un pequeño aerocoche tras la cabaña. Llegaríamos en un par de horas.

—Bien.

—Quiero decir dos horas en cuanto nos hayamos puesto en camino, no dos horas a partir de este momento. Primero te curaré tan bien como pueda y luego te daré una oportunidad de encontrarles el gusto a esas escamosas criaturas de Dios.

—Mis heridas y mi apetito pueden esperar hasta que hayamos llegado a Pinocho —le dijo Cole.

—No te convendría pillar una infección en este planeta —le dijo Potter—. Tu cuerpo no producirá los anticuerpos adecuados hasta que te hayan administrado vacunas específicas, y apuesto a que nadie te las ha puesto.

—No será por un par de horas.

—Voy a tardar mucho menos en ponértelas, y no quiero entrar en los libros de Historia como el hombre que dejó morir a Wilson Cole —le dijo tercamente Potter—. Aunque sólo seas un tal Wilson Cole y no el famoso Wilson Cole.

—Está bien —le dijo Cole cuando hubieron llegado a la cabaña—. Acabemos con esto y larguémonos de aquí.

—Quítate la camisa mientras voy por el botiquín —le dijo Potter, y a continuación abrió la puerta y entró en la cabaña.

Cole lo siguió a dentro. Vio una holopantalla grande último modelo, un aerotrineo que también se podía emplear como cama, dos sillas de cuero y una tercera que estaba hecha con algún tipo de madera noble alienígena, así como una cocina con instrumentos específicos para abrir, desescamar y cocinar pescado sin necesidad de que ningún ser humano tuviera que tocarlo.

Cole se percató de que la cabaña podía considerarse rústica tan sólo por su tamaño y ubicación, no por sus instalaciones.

—La apariencia exterior engaña —observó Cole—. Todo esto debe de haberte costado un buen fajo.

—Sí, pero lo tenía y podía gastármelo —le respondió Potter—. Mi esposa falleció hace cinco años y mis dos hijas murieron también en la batalla de Diablo III.

—¿Cómo militares o como civiles?

—Una de cada.

—Según me han contado, esa batalla fue un desastre.

—Para mi familia lo fue, desde luego —dijo Potter—. Sea como fuere, ahora ya no tengo a nadie en quien gastarme el dinero, aparte de mí mismo. —Abrió el botiquín—. Siéntate y déjame que vea cómo tienes eso.

Potter le desinfectó las heridas con un rociador y se las cubrió con emplastos. Había algunas que Cole no había notado siquiera. Al cabo de unos diez minutos, Potter le dijo a Cole que volviera a ponerse la camisa.

—¿Y cómo tienes las piernas y las caderas? —le preguntó Potter—. ¿Alguna herida digna de consideración?

—Sólo un par de rasguños.

—No soporto a los tíos que van de duros por la vida. Bájate los pantalones y déjame que te eche una ojeada. —Cole dudó—. Bájatelos. Mi intención es curarte las heridas, no abusar sexualmente de ti.

Cole se bajó los pantalones.

—Esa herida de la cadera es muy fea —dijo Potter—. ¿Cómo te la hiciste?

—Bajé de la montaña dejándome arrastrar por un río.

—¿Nadie te había dicho que los ríos de montaña están llenos de rocas?

—Sí, pero resulta que los senderos de montaña están llenos de bortellitas armados. Al menos los de esa montaña.

—Pero ¿qué diablos hacen en Rapunzel? No habíamos visto en nuestra vida a un ojoscucaracha, y de repente vinieron a cientos, tal vez a millares. Son unos cabrones prepotentes. Estoy seguro de que nadie los invitó.

—Viven en un planeta sin apenas recursos energéticos. Creo que han venido para saquearos los vuestros.

—¿A saquearnos…? Querrás decir que vienen a comprárnoslos.

—Quería decir exactamente lo que he dicho.

—Eso que dices sería un acto de guerra.

—Es que estamos en guerra.

—Con ellos, no —le dijo Potter—. Son neutrales.

—Ahora ya no —le replicó Cole—. Hace una semana se unieron a la Federación Teroni.

—¿Y habéis venido a echarlos del planeta?

—¿Has visto que yo viniera con alguien? —le preguntó Cole con una sonrisa irónica.

—Haremos correr la voz y los echaremos nosotros mismos —le dijo Potter.

Cole negó con la cabeza.

—Tienen estacionada en la otra cara del planeta una nave de guerra que podría destruir Rapunzel en pocos segundos.

—Entonces, ¿qué se supone que vamos a hacer? —le preguntó Potter—. ¿Nos vamos a quedar sentados y dejaremos que nos pisoteen?

—Yo me encargo de esa cuestión.

—Parece que sean ellos quienes se han encargado de ti —le dijo Potter. Acabó de curarle la cadera y luego le examinó la pantorrilla izquierda, y después la rodilla y el tobillo derechos. Finalmente, se puso en pie—. Bueno, está bien, no morirás antes de llegar a Pinocho. Al menos, no por culpa de esas heridas.

—Pongámonos en marcha.

—¿Seguro que no quieres comer nada?

—No me gusta el pescado. —Calló por unos instantes—. ¿Tienes cerveza?

—No bebo.

—Pues entonces pongámonos en marcha. Agarra el rifle. ¿No tienes ninguna otra arma?

—Una pistola, pero la llevé a la tienda para que la repararan —le respondió Potter—. La batería se descargaba cuando no debía y no lograba encontrar el problema.

—Está bien. Pasaremos con lo que tenemos. —Cole salió por la puerta y dieron la vuelta hasta el otro lado de la cabaña, donde los aguardaba un pequeño aerocoche—. ¿Piensas que eso podrá llevarnos a los dos? —le preguntó, vacilante.

—Una vez nos llevó a mí y a un cornudiablo de doscientos kilos hasta el taxidermista de Pinocho.

—Eso ya me lo creo —le dijo Cole—. También estoy seguro de que llevabas al cornudiablo atado sobre la capota.

—Has pasado demasiado tiempo en el espacio —le dijo Potter mientras subía al vehículo—. Mira. —Dio una orden y el costado izquierdo del vehículo se transformó al instante en un sidecar—. Sube y pongámonos en camino.

—Nunca había visto nada semejante —reconoció Cole.

—Estoy sorprendido de que no tengáis vehículos militares de este tipo.

—Raramente combatimos en superficies planetarias.

—Tampoco tenéis por costumbre luchar en la Periferia. ¿Se os ha ocurrido empezar ahora?

—No soy yo quien lo decide —le respondió Cole mientras el aerocoche se elevaba a medio metro del suelo y se ponía en marcha—. Voy a donde me mandan.

—¿Y cómo se entiende esa gilipollez de que apenas lucháis en superficies planetarias y de que sólo vas a donde te mandan? Ahora mismo estás aquí, ¿verdad?

—Permíteme que te explique mejor mi última afirmación —dijo Cole—. Voy a donde tendrían que mandarme.

—Ah, esas palabras sí parecen dignas del Wilson Cole de quien me habían hablado —dijo Potter—. ¿Qué harás en cuanto llegues a Pinocho? ¿Encabezarás una revuelta?

—¿Para que maten a cincuenta mil humanos? No digas estupideces.

—Bueno, pues entonces, ¿qué vas a hacer?

—Esconderme.

—También habrías podido esconderte en mi cabaña.

—Sí, me imagino que sí.

—Pero no has querido —siguió diciéndole Potter—. Buscas algo en Pinocho. Quieres unirte a una fuerza secreta, ¿verdad?

Cole negó con la cabeza.

—Has leído demasiadas novelas baratas. Ya te lo he dicho: lo único que voy a hacer es esconderme.

—Debe de haber un gran alijo de armas en Pinocho —sugirió Potter.

—Si lo hay, yo no me he enterado.

—Si no piensas luchar —le dijo Potter—, ¿qué diablos haces aquí?

—Huir del enemigo.

—De acuerdo, tienes un plan secreto y no te fías de mí —le dijo Potter, dolido—. Lo acepto.

—Mira —le dijo Cole—, yo no le oculto secretos a nadie. En cuanto lleguemos a Pinocho, voy a enviar un mensaje por radio…

—¿A la Flota?

—No, a alguien que se encuentra en el planeta. Luego haré una llamada por el videófono y después buscaré un lugar donde pueda esconderme.

—¿Durante cuánto tiempo?

—No mucho.

—¿Y luego qué?

—Luego, si todo me sale como tendría que salirme, regresaré a la Theodore Roosevelt y reanudaremos la patrulla.

—¿Estás en la Roosevelt? —le preguntó Potter—. Has hecho enfadar a un pez gordo…

—A un montón de peces gordos —le respondió Cole.

—Te enseñaré los paisajes dignos de verse en cuanto pasemos por alguno —le dijo Potter—. Pero te advierto que estas vistas van a ser las mismas durante los próximos setenta kilómetros, más o menos.

—En tal caso —le dijo Cole—, creo que cerraré los ojos y echaré una cabezada. Despiértame en cuanto haya algo que merezca la pena ver.

—De acuerdo.

Cole se despertó con la sensación de haber pasado tan sólo unos segundos con los ojos cerrados. Potter lo había agarrado por la única zona del brazo derecho que no estaba cubierta de cortes y moretones, y se lo había sacudido levemente.

—Hemos llegado.

—¿Adónde? —le preguntó Cole, y abrió y cerró los ojos en un rápido parpadeo—. ¿Hay algo que merezca la pena ver?

—Hemos llegado a Pinocho —dijo Potter—. Creo que te convenía dormir.

Cole miró a su alrededor y vio que se hallaban en el centro de la ciudad. Estaban rodeados por hileras de edificios de oficinas.

—¿Dónde se encuentra el centro de retransmisión subespacial más cercano? —preguntó.

—Casi todos estos grandes edificios tienen uno —dijo Potter—. Elige el que más te guste.

Bajaron del aerocoche y Cole se dirigió al más cercano.

Un portero robótico le indicó el camino hasta el centro de retransmisiones, donde lo atendió una recepcionista de cabellos blancos sentada tras una mesa.

—Buenas tardes —le dijo Cole—. Querría enviar un mensaje.

—La Cabina Tres está vacía. Entre en ella, aguarde a que haya conectado con su cuenta bancaria mediante la huella dactilar y la retina, y luego indíquele el destinatario del mensaje.

—Se trata de una cuestión militar —dijo Cole.

—Estupendo. Entonces enséñeme su identificación y cargaremos la llamada al gobierno.

—No la llevo encima.

—En ese caso, tendrá que pagar.

—Fíjese que voy de uniforme.

—Yo podría comprarme uno mucho mejor en la tienda de la esquina y no he estado nunca en el Ejército.

Entonces intervino Potter.

—No se preocupe —dijo—. Puede cargar la llamada a mi cuenta.

—En ese caso tendrá que entrar con él en la cabina —dijo la mujer.

—Entiendo.

—Hay otro problema —le dijo Cole.

La mujer lo miró, molesta.

—¿Qué sucede ahora?

—Quiero que retransmita con la longitud de onda más amplia posible y no quiero que la envíe al espacio, sino a la cordillera que se encuentra al sudoeste de aquí, y también al espaciopuerto que se halla en la otra cara del planeta.

—Entonces, la retransmisión que quiere hacer usted no es subespacial —dijo la mujer, irritada.

—Sí, sí lo es —le respondió Cole—. Está destinada a una nave estelar y una lanzadera de diseño alienígena. Estoy seguro de que podrán recibir una retransmisión subespacial. En cambio, no sé si recibirían un mensaje de otro tipo.

La mujer frunció el ceño, abrió un manual en la holopantalla, fue pasando páginas y finalmente se detuvo en una de ellas. Tomó una hojita de papel y escribió un número, y luego se lo dejó encima de la mesa a Cole.

—Ésta es la anchura de banda subespacial que usted desea —le dijo con frialdad—. Y ahora, ¿quiere algo más, o puedo reanudar mi trabajo?

—Ahora que lo dice, sí querría pedirle otra cosa —le dijo Cole—. ¿Sería posible que este mensaje pasara por una serie de centros de retransmisión de planetas cercanos y regresara a Rapunzel? Para que los receptores no sepan cuál es su origen.

—Con tiempo suficiente siempre es posible descubrir el origen de los mensajes. Pero de todos modos programaré la Cabina Tres para que el suyo pase por varios mundos de la República antes de volver a este planeta.

—Gracias.

—¿Está usted seguro de que eso es todo?

—Lamento haberle robado tanto tiempo.

—Estamos aquí para servir al cliente —dijo con voz mecánica, de persona aburrida, mirando de nuevo la pantalla del ordenador.

Cole y Potter entraron en la Cabina Tres, donde el segundo logró de inmediato que se certificara su crédito.

—Ha sido una suerte que estuvieras aquí —le dijo Cole—. Probablemente voy a necesitar un testigo. Pero eso significa que tú también tendrás que esconderte. No quiero que te maten por un gesto de amistad.

—Haz lo que tengas que hacer y no te preocupes por mí. Aparte de que llevaba años sin divertirme tanto, algo me dice que, a tu lado, podría encontrar la oportunidad de vengar a mis hijas.

Cole siguió las instrucciones que encontró en la cabina y luego envió el mensaje a través de un Equipo-T, que emitió una voz mecánica y sin expresión, inidentificable.

—Tenemos entendido que han capturado a Wilson Cole. ¿Le permitirán que abandone este planeta y regrese a su nave? —Cole desactivó el Equipo-T y se recostó en la butaca—. Tardarán un par de minutos en recibirlo y probablemente otros dos en responder.

—Esto es una pérdida de tiempo —le dijo Potter—. Sabes muy bien lo que te van a decir: que eres un preso fugitivo y que se niegan a darte un salvoconducto para abandonar Rapunzel.

—Lo sé. Pero quiero que quede constancia de esa respuesta.

Y quedó constancia de ella cinco minutos después, porque los bortellitas exigieron que les informaran sobre el origen de la retransmisión y dijeron sin ambages que Wilson Cole era un espía militar y que no permitirían bajo ninguna circunstancia que abandonara el planeta.

—Estupendo —dijo Cole tras interrumpir la transmisión—. Ahora vamos por un videófono.

—Al final del pasillo —dijo Potter, y le señaló el lugar con la mano.

Cole fue al más cercano, pero al instante volvió con Potter.

—Déjame que lo adivine —le dijo éste—. No llevas dinero ni documentación, ¿verdad?

—Así es. Pero, antes de que pagues por esto, dime el nombre de la agencia de noticias más importante de este planeta. Me da igual el medio que utilicen: vídeo, disco, holocubo…

—La más grande debe de ser la Organización Francesco. Pero también contamos con una división de Noticias Nueva Sumatra. No tienen un gran servicio en Rapunzel, pero, si le añades todas las delegaciones, debe de abarcar unos doscientos planetas.

—Ésa es la que me interesa. Quiero contactar con ellos por el videófono.

Potter pasó una vez más por el mismo proceso de verificación y luego contactó con las oficinas de Noticias Nueva Sumatra, y se apartó para que Cole pudiera sentarse frente a la cámara y hablar con ellos.

—Quiero que me pongan con Noticias —dijo.

—¿Urbanas, planetarias o interestelares?

—Me da igual. Tan sólo les pido que me pongan en contacto con un reportero competente. Tengo una noticia muy importante entre manos.

Al cabo de un instante apareció el rostro de una joven.

—Cynthia Duvall al habla. ¿En qué puedo servirle?

—Cynthia, no llevo encima la documentación, pero quiero que me mires bien a la cara. Si quieres, también puedo retransmitirte mi huella dactilar.

—No entiendo el motivo.

—Para que verifiques mi identidad.

—Yo tenía entendido que llamaba usted para comunicarme una noticia. Eso es lo que me dijeron, por lo menos.

—Y es verdad. La noticia soy yo. Me llamo Wilson Cole.

La joven abrió los ojos como platos.

—¡Quédese ahí! —dijo, emocionada. Al cabo de un instante, aparecieron un hombre y una segunda mujer que miraban a Cole desde el otro lado de la pantalla.

—Sí, es él —dijo la otra mujer.

—Sí, yo también lo confirmo —dijo el hombre—. Durante estos últimos años debo de haber escrito media docena de artículos sobre él. ¿Qué hace usted ahí, capitán Cole?

—Comandante Cole —le corrigió éste—. Tengo que pedirles que no traten de localizar el origen de esta retransmisión. En estos momentos me oculto de los bortellitas, que me capturaron ayer, a una hora temprana. He logrado escapar, pero me han comunicado expresamente que no tienen intención de permitir que abandone Rapunzel.

—¿Qué hacía usted en el planeta?

—Eso es información clasificada.

—¿Por qué ha contactado con nosotros?

—Me encuentro en un planeta de la República, soy un oficial de la Armada de la República y me persiguen los enemigos de la República. Eso es una noticia y ustedes son una agencia de noticias. Tengo que marcharme. No traten de encontrarme, por favor. Mi vida depende de ello.

Cole interrumpió la retransmisión.

—¿Adonde quieres ir?

—A algún lugar en las afueras de la ciudad. De camino, tendrás que conseguir dinero en efectivo. Debemos evitar que rastreen operaciones a crédito. Alquilaremos una vivienda y nos quedaremos allí unos días. Como mucho, una semana.

—¿Y por qué no vamos a mi casa?

—En estos momentos ya deben de saber que has pagado por la retransmisión. Ése será el primer sitio donde nos buscarán.

—Está bien. Vámonos a las afueras —dijo Potter—. Y luego podrías contarme a qué diablos viene todo esto.

—En estos momentos me encuentro a las órdenes de dos oficiales de cabeza cuadrada que no ven más allá de las ordenanzas —le dijo Cole—. Van a pensar que me he extralimitado en mis competencias cuando sepan que vine a Rapunzel en una lanzadera tan sólo porque había detectado actividad enemiga, y no se arriesgarán a iniciar por sí mismos un enfrenta miento con los bortellitas, aun cuando Bortel II se haya unido a la Federación Teroni. Si aguardamos a que las decisiones se adopten por los canales ordinarios, los bortellitas acabarán de saquear la cordillera y se irán del planeta. Y además, como estamos en guerra, es posible que antes de marcharse envenenen el aire, o el agua. Por eso, vamos a presionar a la Armada para que haga lo que tiene que hacer.

—¿Sólo por haber hablado con la prensa?

—En estos momentos, casi nadie sabe que Bortel II ha abandonado su neutralidad, ni que tienen personal militar en Rapunzel. Pero mañana centenares de mundos sabrán que se encuentran aquí, que me capturaron nada más aterrizar, que he escapado y me oculto en algún rincón del planeta, y que han declarado expresamente que no permitirán que abandone Rapunzel. Mañana por la noche, varios millones de personas querrán saber cómo es que la Armada no hace nada por salvar al oficial más condecorado de toda la Flota. La Armada es la Armada, y resistirá la presión durante un par de días, pero la presión aumentará, hasta que, por fin, contra su voluntad y sus criterios, se verá obligada a cumplir con sus obligaciones.

—¿De verdad piensas que esto va a funcionar?

Cole sonrió.

—Sé que va a funcionar. A ellos no les importa nada lo que me suceda, es posible que ni siquiera les importe lo que le pueda ocurrir a un planeta sin importancia estratégica como Rapunzel… pero te aseguro que harán lo que haga falta con tal de preservar su buena imagen.