Capítulo 3

En cuanto le comunicaron que su camarote estaba listo, Cole fue a ocuparlo. Encontró su única maleta en el suelo, al lado de la cama, y la abrió. Dentro llevaba cinco uniformes y un traje civil. Poca cosa para sus ocho años en el Ejército. Tenía tres pares de zapatos, uno de botas, calcetines y ropa interior para una semana, y artículos para el aseo. Él mismo se sorprendió al darse cuenta de que poseía más armas de mano que uniformes.

En cuanto hubo ordenado sus cosas, se decidió a echar una siesta y le dio instrucciones al ordenador para que lo despertase diez minutos antes de finalizar el turno. En cuanto hubo acomodado la cabeza sobre la almohada, se durmió casi al instante, y una hora más tarde, cuando el ordenador lo despertó, se sintió más rígido que descansado.

Se dirigió al puente, dispuesto a aguardar en el pasillo hasta que fueran exactamente las 16.00 horas, y luego entró, intercambió saludos en silencio con Podok y siguió con la mirada a la polonoi mientras ésta se marchaba hacia el aeroascensor más cercano.

—¿Podéis prestarme un momento de atención, por favor? —dijo, alzando la voz, y los otros tres ocupantes del puente se volvieron hacia él—. Me llamo Wilson Cole y soy el nuevo segundo oficial. A partir de hoy estaré al mando durante el turno azul. No me gustan las formalidades. Podéis llamarme comandante, señor, Wilson, o también Cole… lo que os haga más felices. —Calló un momento y luego prosiguió—: Dado que vamos a trabajar juntos, querría saber vuestros nombres y cargos.

Antes de que nadie hubiese tenido tiempo de decir nada, Rachel Marcos entró en el puente, y la molaria que hasta entonces se había encargado de la artillería se puso en pie, saludó y se marchó. Rachel la sustituyó en el acto.

—Lo siento, señor —dijo—, pero…

—No hace falta que me dé explicaciones… hoy —dijo Cole—. Si mañana vuelve a suceder lo mismo, será mejor que se busque una muy buena. Su nombre ya lo sé. ¿Le importaría explicarme cuáles son sus funciones?

—¿Todas ellas?

—No. Sólo las que cumple cuando se encuentra en el puente.

—Soy la oficial de armamento, señor —respondió Rachel.

—¿Y qué tareas realiza?

La mujer sonrió.

—Durante estos últimos cuatro meses, prácticamente ninguna, señor.

—Ya me lo imaginaba. —Se volvió hacia la oficial de cubierta—. ¿Su nombre?

—Teniente Christine Mboya, señor.

—¿Sus funciones?

—Nunca han quedado claramente definidas, señor. Estoy a disposición de usted, del piloto y de la oficial de armamento, y en el caso de que hubiera problemas de algún tipo mi función es mantener el orden en cubierta.

—Pues es una de las definiciones más claras que he oído en mi vida. —Cole volvió los ojos hacia la vaina transparente que estaba adosada al mamparo—. Piloto, ¿podría decirme su nombre?

—No logrará usted pronunciarlo, señor.

—Seguro que está usted en lo cierto, pero me gustaría escucharlo, de todos modos.

—Wkaxgini, señor.

—Lograría pronunciarlo más o menos bien —le respondió Cole—, pero creo que será mejor que le llame simplemente «piloto». —Se volvió hacia las dos oficiales humanas—. De acuerdo con las órdenes que me comunicaron antes de que subiera a bordo, tenemos la misión de proteger unos setenta y tres planetas poblados, pertenecientes a la República, que se hallan en este sector de la Periferia. ¿Alguna de ustedes tiene algo que añadir?

—No, señor —le respondieron ambas.

—Bueno, pues creo que eso es todo. Parece que este turno va a ser largo y aburrido. Pero de todas maneras podríamos encontrar cosas que hacer.

Las dos mujeres lo miraron con suspicacia.

—¿Cuáles, señor?

—No se preocupen —les dijo Cole—. No se me ocurriría asignarles tareas sin sentido para hacer como que trabajamos. Teniente Mboya, ¿sabe usted si se nos ha ordenado que mantengamos las radios en silencio?

—No, señor, en absoluto.

—Entonces, salvo en el caso de que se produzca un ataque contra el puente que requiera su atención, querría que se pusiera en contacto con la base de Deluros VIII y les solicitara una lista de todos los planetas que se han unido a la Federación Teroni desde la última actualización.

—El capitán obtuvo esa lista hará unas siete semanas, señor.

—Solicítela de todos modos.

—¿Existe algún motivo especial para ello, señor?

—Como los bandos que luchan en este conflicto se hallan en constante fluctuación, creo que nos vendría bien una actualización semanal. El aliado de la semana pasada podría ser el enemigo de ésta, y viceversa. Dígale al ordenador que le recuerde cada semana que tiene que actualizar la lista.

—Sí, señor.

—¿Rachel?

—¿Sí, señor?

—Programe sus armas para que disparen aleatoriamente al espacio profundo en intervalos de entre veinte y cuarenta horas. Que no se dispare dos veces seguidas la misma arma ni se sucedan intervalos idénticos. Así, en el caso de que ronde alguna nave teroni por las inmediaciones, sabrán que estamos aquí y que tenemos armas, y tal vez se lo pensarán dos veces antes de hacer nada. Y si no se lo piensan dos veces, por lo menos vendrán a atacarnos a nosotros antes de ir por los planetas, de forma que los habitantes de éstos dispondrán de tiempo suficiente para preparar sus sistemas de defensa.

—Sí, señor —le dijo Rachel—. Me llevará un par de minutos. ¿Quiere que haga algo más?

—Si pudiera hacer algo más, me imagino que el capitán Fujiama o la comandante Podok se lo habrían ordenado ya —dijo Cole—. Voy a desayunar. Volveré en media hora.

—Podemos ordenar que se lo traigan aquí, señor —dijo Christine Mboya.

—¿Para qué se van a molestar? —preguntó Cole—. A menos que piense usted que la nave está a punto de averiarse, o que sufriremos un ataque dentro de los próximos minutos.

—A mí no me iría nada mal, señor —respondió la mujer—. Aquí nos aburrimos mucho. Ojalá entráramos en combate.

—Yo he entrado en combate, teniente —dijo Cole—. Puede usted creer en mi palabra: más vale aburrirse.

—¿Podría contarnos sus experiencias, señor? —preguntó la teniente—. En cuanto haya vuelto del comedor.

—No tengo mucho que contar.

—Por favor, señor —le insistió la mujer—. Usted es un héroe. Todos los que nos encontramos en esta nave lo sabemos.

—Soy un oficial a quien le han retirado su mando en dos ocasiones. ¿También saben eso?

—A todos nosotros nos gustaría oír su versión de los hechos, señor.

—Algún día, quizá —fue la vaga respuesta de Cole. El comandante se marchó al comedor.

Cuando iba a sentarse a una mesa vacía, Forrice, que en ese momento pasaba por allí, se detuvo para hablar con él.

—¿Qué tal el primer día de trabajo? —le preguntó.

—Todavía no ha empezado —le respondió Cole.

—¿Qué impresión te has llevado de la Teddy R.?

—Le falta por lo menos un tercio de la tripulación que le correspondería, sus armas son inadecuadas, los jardines hidropónicos necesitan cuidados y los que viajan en ella han caído en la dejadez. Aparte de eso, está bien.

—¿Y qué opinas de tus superiores?

—Pregúntamelo de nuevo cuando hayamos entrado en combate.

—¿En esta nave? —le dijo Forrice—. Si entramos en combate con esta nave, no quedará cadáver suficiente para enterrarte. No te digo ya para hacerte preguntas.

—Te sorprenderías si supieras lo que un oficial competente puede llegar a hacer, incluso con una nave como ésta.

—Primero me presentas al oficial competente y luego lo hablamos —le replicó Forrice—. Por lo que he visto hasta ahora, cada vez que un oficial competente recibe una orden siempre termina degradado o en una prisión militar.

—Yo fingí no haber recibido una orden y tú te negaste a cumplir otra —dijo Cole—. Ambos tenemos un motivo para estar aquí.

—Estamos aquí porque a la Armada no le gusta que le demuestren que se equivoca. Tú fingiste que no te habías enterado de ciertas órdenes, y, en cambio, llevaste a cabo misiones que fueron de un enorme valor para la República. Yo me negué a matar a tres espías, porque sabía que en realidad eran agentes dobles al servicio de la República. La Armada está satisfecha de que hiciéramos lo que hicimos, pero no quieren que nuestro ejemplo anime a otros a desobedecer órdenes.

—Deja de hablarme de la Armada —le dijo Cole entre bocados de huevo artificial y productos de soja—. Al final conseguirás que la comida me siente mal.

—Podría contarte chistes obscenos, pero no los entenderías.

—Podrías contemplarme en silencio con temor reverencial, o también ir a ver si tienes trabajo.

—Pues claro que tengo trabajo… ayudarte a que te aclimates.

—Mi gratitud no conoce límites.

—Mejor que sea así. Todos los demás quieren estrecharte la mano, o que les firmes un autógrafo. Yo sólo quiero charlar.

—Pues yo preferiría charlar con ellos y firmarte el autógrafo a ti.

—Entiendo que me estás invitando a que me marche.

—¿Eso significa que te vas a ir y permitirás que me termine el desayuno en paz y silencio?

—Pues claro que no —le dijo el molario—. Te haría demasiado feliz.

—Está bien… pero no se te ocurra contarme un chiste obsceno molario hasta que haya terminado con el café. —En ese mismo instante su comunicador se activó y le avisó de que el puente trataba de contactar con él—. Si ahora resulta que es Podok y que me exige que me pase el turno entero allí… —Activó el mecanismo y la imagen de Christine Mboya se materializó al instante frente a él—. ¿Qué ocurre? —preguntó el irritado Cole.

—Me ha parecido que debía informarle de que una nave bortellita acaba de aterrizar en Rapunzel.

—¿Rapunzel… el cuarto planeta del sistema Bastoigne? Eso se encuentra a treinta años luz de aquí, ¿verdad?

—Sí, señor.

—No hace falta que me informe de todas las naves que van y vienen por la Periferia, teniente.

—Tan sólo he cumplido las órdenes que usted me dio, señor. Me dijo que actualizara la lista de los planetas que pertenecen a la Federación Teroni. Bortel II se unió formalmente a ellos hace once días.

—Está bien —dijo Cole—. Iremos a Rapunzel a echar una ojeada.

—Eso es imposible, señor. De acuerdo con las órdenes recibidas, nuestra órbita de patrulla tiene que hallarse siempre entre los sistemas McDevitt y Azulplateado.

—Voy para allí, teniente —dijo Cole, y acto seguido interrumpió la conexión. Tomó un último trago de café, se secó los labios con la manga y se levantó.

—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Forrice.

Cole negó con la cabeza.

—No, esto no es nada especial. Y si resulta que abandonar la ruta de patrulla sí es algo especial, ¿para qué vamos a complicarnos la vida?

Se puso en pie, llevó la bandeja y los platos hasta un atomizador, los arrojó dentro y anduvo hasta un aeroascensor. Al cabo de un momento se encontraba en el puente.

—¡Piloto! —dijo con voz potente.

—¿Sí, señor? —le respondió Wkaxgini desde el interior del receptáculo de plástico.

—Abandone la órbita de patrulla y llévenos hasta Rapunzel.

—¿Ahora mismo, señor?

—Ahora mismo.

El bdxeni le puso una cara que, en la medida de lo posible, recordaba a un ceño fruncido.

—Eso contradice las ordenanzas, señor.

—Dígame usted mismo quién es el oficial de más alto rango que se encuentra en estos momentos en el puente.

—Usted, señor.

—En tal caso, le aconsejo que me obedezca.

—Quizás habría que despertar al capitán, señor.

—¿Me dirá que despertemos al capitán cada vez que le dé una orden que a usted no le guste, piloto?

—No, señor.

—Pues entonces no empiece ahora.

El piloto tardó unos instantes en responder.

—Sí, señor.

Cole se volvió hacia Rachel Marcos.

—Las probabilidades de que la presencia de esa nave bortellita en un planeta de la República tenga una explicación razonable son de varios cientos contra una. —Calló por unos instantes—. Mientras no sean de varios millones contra una, asegúrese de que las armas estén preparadas para disparar en cuanto yo lo ordene. Cuando los tengamos a alcance de fuego, apunte cinco armas cualesquiera contra ellos y esté atenta a las órdenes del oficial de turno, tanto si soy yo como si es el que me sustituya al finalizar el turno azul.

—¿Cinco, señor?

—Sé muy bien que son más de las necesarias —dijo Cole—, pero también sabemos que incluso armas como ésas fallan de vez en cuando, y puede estar usted segura de que la nave bortellita no carecerá de defensas.

—Lo que quería decirle, señor, es que dispongo de dieciocho armas de largo alcance. ¿Por qué sólo cinco?

—Porque estamos en guerra y las naves de la Federación Teroni no suelen aventurarse solas en territorio enemigo. En el caso de que trabemos combate, no quiero que usted, ni el ordenador de control de armamentos de la Teddy R. tengan que decidir cuáles serán las armas que se emplearán contra la nave bortellita, y cuántas contra los otros enemigos que nos puedan salir al encuentro. Es mejor tener resueltas esas cuestiones antes de que nos hallemos en situación de peligro.

—Sí, señor.

—¿Hay algo que yo pueda hacer, señor? —preguntó Mboya.

—¿Se quedará en el puente hasta que finalice el turno azul? —le preguntó Cole.

—Sí, señor.

—Inspeccione este sector de la Periferia y dígame si los sensores detectan alguna otra nave que no pertenezca a los planetas de la República. Y escúcheme bien, teniente…

—¿Sí, señor?

—Hacer el trabajo a conciencia es más importante que hacerlo rápido. Ya tenemos noticia de la presencia de una nave que no debería estar aquí.

—Sí, señor.

—¿Hay algún baño por aquí cerca? No me importa que sea para humanos o para alienígenas.

La teniente lo miró con extrañeza, pero le indicó una puerta que se hallaba al extremo de un pasillo corto. Cole le dio las gracias, entró en la pequeña cabina para humanos, le ordenó a la puerta que se cerrara, activó el ordenador de bolsillo y le ordenó que le pusiera en contacto con Sharon Blacksmith.

—Me imagino que habrá escuchado todo lo que decíamos —dijo en cuanto apareció la imagen de la mujer.

—Casi todo. Si tiene alguna pregunta, puedo revisar los vídeos y grabaciones holográficas.

—No, no tengo ninguna. Por ahí fuera circula una nave que no debería hallarse en este sector. Sé muy bien la fama que tengo. Tan pronto como Fujiama, o Podok, se enteren de que he ordenado un cambio de rumbo para acercarnos a ella, pensarán que quiero dar la nota y ordenarán que regresemos a la trayectoria programada. Pero, mientras no hayamos descubierto qué hace esa nave bortellita en un planeta de la República, dejarla pasar sería una temeridad.

—Estoy de acuerdo —dijo Sharon—. Pero ¿qué quiere que haga yo al respecto?

—Nada que pueda llamar la atención —respondió Cole—. Por lo general, todos los que arriesgan el pescuezo por mí suelen terminar bajo la guillotina. Sólo quiero que me avise si Fujiama se levanta de la cama, o si Podok se acerca al puente por cualquier motivo.

—¿Y qué hará en el momento en el que lo avise? —preguntó Sharon—. ¿Se apoderará del control de la nave?

—Ahórreme el sarcasmo. Soy un oficial de la República y estoy subordinado a la autoridad de mis superiores.

—Pues entonces no lo entiendo.

—En cuanto me haya avisado, me dirigiré con una pequeña tripulación a la lanzadera antes de que nadie tenga tiempo de ordenarme que no lo haga. Y si nos encontramos en una lanzadera que se acerca a una nave enemiga, no me parece que sea muy absurdo que ordene a mi tripulación que interrumpa la comunicación por radio.

—A mí me parece bien, Wilson, pero ¿qué diablos piensa que podrá hacer con una lanzadera contra una nave bortellita bien pertrechada?

—Hablaré con ellos. Descubriré qué hacen ahí, si están solos, cuáles son sus planes… si es necesario, farolearé.

—He oído un montón de síes.

—¿Le gustan más los quizases?

—¿Tiene que hacer esto en su primer día de trabajo?

—No soy yo quien ordenó a la nave bortellita que se dirigiera a Rapunzel, y tampoco he sido yo quien la ha avistado —dijo Cole. Su voz se endureció—. Pero sí soy yo quien ha ordenado una actualización informática de la lista de amigos y enemigos. Si no llega a ser por eso, no habríamos sabido que es una nave enemiga. Fujiama tendría que encargarse de eso una vez por semana.

Sharon suspiró.

—Está bien, Wilson. Tan pronto como despierte, se lo haré saber.

Cole interrumpió la conexión, y luego salió del baño y se dirigió de nuevo al puente.

—Piloto, ¿cuánto falta para que la nave bortellita esté al alcance de nuestro armamento?

—Cinco horas y siete minutos a la máxima velocidad, señor —dijo el piloto.

—Rachel, ¿va a necesitar ayuda con las armas?

—No lo sé, señor. No lo creo.

—¿Teniente Mboya?

—¿Sí, señor?

—Doy la autorización para que el personal de artillería acceda a cubierta, en el caso de que la alférez Marcos lo requiera. Con esa única excepción, este puente queda cerrado a todo el personal que se encuentre por debajo del rango de comandante. ¿Ha quedado claro?

—Sí, señor.

Contactó con Seguridad a través del ordenador de la nave.

—Hola, Sharon. Vuelvo a ser yo. Los tres sargentos de Artillería con los que me encontré antes, cuando inspeccionaba la nave… ¿son los del turno blanco, o no tenemos otros?

—Son tres de los cuatro que tenemos desde la última rotación —le respondió Sharon Blacksmith.

—¿Y el cuarto se encuentra en el turno rojo o en el azul?

—Vamos a ver… está en el rojo.

—¿Así que ahora no hay ninguno?

—Eso es.

—Búsqueme al cuarto. Si encuentra a dos que estén despiertos, dígales que se presenten. Si son tres o cuatro los que duermen, despierte a cualquiera de ellos. Quiero que dos de los técnicos estén aquí como máximo dentro de una hora y otros dos en el turno rojo. Uno de los que estarían en el turno azul pasará al turno blanco. ¿Tenemos un oficial de personal en activo?

—Ahora mismo, no.

—Pues entonces le nombro oficial de personal interina —dijo Cole—. Búsqueme a dos tripulantes cualificados y páselos a Artillería.

—¿De qué funciones puedo apartarlos?

—De cualquiera que no vaya a ser prioritaria si esa nave bortellita ha entrado en la Periferia con lo que podríamos llamar «malas intenciones».

—Tiene claro que Monte Fuji, o Podok, anularán esas órdenes tan pronto como estén al corriente, ¿verdad?

—Por eso vamos a tratar de descubrir antes de que finalice el turno azul si las intenciones de los bortellitas son malas —dijo Cole—. Siempre cabe la posibilidad de que iniciaran el viaje antes de que Bortel II se uniera a la Federación Teroni. Es posible que se trate de una nave mercante sin armas. Pero también puede ser que hayan venido hasta aquí para crearnos problemas… y si fuera así, les animaremos a que nos disparen antes de que nadie pueda anular mis órdenes.

—Me gusta, Wilson —dijo Sharon—, pero no me apostaría las joyas de mi familia a que mañana por la mañana conserve el puesto.

—Quizá tenga suerte y me degraden a civil —le dijo Cole con una sonrisa—. Pero, entre tanto, aunque en este rincón perdido sea fácil olvidarlo, estamos en guerra, y esa gente acaba de pasarse al otro bando.

Interrumpió la conexión, salió de nuevo al puente y se detuvo bajo la vaina del bdxeni.

—Piloto —dijo—, imaginemos que los bortellitas demuestran intenciones hostiles. ¿Cuánto tiempo tardaría nuestra nave en responder a una orden de maniobra evasiva?

—Respondería a la velocidad del pensamiento, señor.

—¿Está usted seguro? —le insistió Cole—. Si hay que contar con un intervalo de tiempo, podría contactar con ellos desde una distancia segura, y tal vez intentar un farol.

—No habrá intervalo de tiempo —le aseguró Wkaxgini—. Aunque las naves más modernas respondan mejor, ésta tampoco tiene problemas con la transmisión y la recepción de órdenes.

—Está bien —dijo Cole—. Si le ordeno que emprenda una maniobra evasiva, quiero que se cumpla al instante… pero no quiero que se anticipe usted a mi orden bajo ningún concepto, ni siquiera si nos disparan. ¿Ha quedado claro?

—Mi primera obligación no es para con ninguno de los oficiales, sino para con la nave —respondió Wkaxgini.

—Esta nave tiene pantallas y escudos, y media docena de defensas de otros tipos contra posibles ataques —dijo Cole—. Quizá no sean tan eficientes como los de las naves espaciales nuevas, pero tampoco vamos a enfrentarnos a una flota enemiga. Podremos con todo lo que nos arroje la nave bortellita durante por lo menos noventa segundos, tal vez más.

—De acuerdo. No responderé si no me lo ordenan, en tanto que no se debiliten mis defensas.

—¿Sus defensas?

—Cuando estoy conectado a la nave, me resulta muy difícil diferenciarme de ella —dijo el bdxeni—. Lamento que mi respuesta le haya resultado confusa.

Pasaron varias horas de viaje por los bordes de la Periferia y entre tanto se prepararon en silencio para lo que se pudieran encontrar. Cole preguntó una vez por hora si Fujiama y Podok aún dormían, fue a la Sección de Artillería a comprobar que las armas funcionaran, se detuvo en el comedor para tomarse otro café y pasó el resto del tiempo inmerso en el estudio de simulaciones informáticas de las diversas naves mercantes, de pasaje y militares construidas en Bortel II.

Al fin, el piloto informó a Cole de que se hallaban a distancia de tiro.

Cole se volvió hacia Rachel.

—Esté preparada por si acaso —dijo. Y luego, a Wkaxgini—: ¿Esa nave aún está en tierra?

—Sí.

—¿Podría proporcionarme una imagen?

—¿Desde tan lejos? No, señor, no puedo.

—¿Cuándo podrá?

—Dentro de seis o siete minutos, señor.

—¿Habrá luz suficiente?

—El planeta tiene un período de rotación de veintidós horas, señor. La nave permanecerá a la luz del día durante otras seis horas.

—En cuanto pueda, haga aparecer su imagen en todas las pantallas del puente.

—Sí, señor.

Cinco minutos más tarde, el ordenador de bolsillo de Cole informó a su dueño de que había recibido un mensaje escrito.

—¿Escrito? —repitió Cole, y frunció el ceño.

—Eso es —le respondió el ordenador.

—Déjame que lo vea.

Pequeñas líneas en letra de imprenta aparecieron en el aire y se fueron desvaneciendo a medida que Cole las leía:

Me imagino que quiere que todo esto se sepa lo más tarde posible, y ése es el motivo por el que le aviso. Fujiama ha despertado. Ahora mismo está en el baño, duchándose. Probablemente pasarán unos cinco minutos hasta que termine, se haya secado y regrese a su habitación. Tardará otro par de minutos en vestirse e irá a solicitar el informe diario. Voy a tener que decirle que nos encontramos a veintiocho años luz de donde tendríamos que estar y que nos acercamos a un posible enemigo. Cuenta con muchas otras fuentes de información, así que no puedo mentirle. Se enteraría de la verdad medio minuto más tarde. A menos que piense que va a respaldar su actuación, se quedan unos seis o siete minutos para hacer lo que tenga que hacer.

Sharon

Cole desactivó el ordenador de bolsillo y se volvió hacia el piloto.

—¿Cuánto falta para la imagen? —preguntó.

—La tendremos ahora mismo, señor —le respondió el bdxeni.

De súbito, la imagen de una elegante nave dorada apareció en todas y cada una de las pantallas.

—No es una nave mercante —dijo Cole—. Es una de sus naves de guerra más modernas, con una tripulación de trescientas personas y un arsenal a cuyo lado nuestras armas valen lo mismo que tirachinas. —Consultó el cronómetro de una de las pantallas. Le quedaban cinco minutos hasta que Fujiama se enterara de lo que había ocurrido y de dónde estaban, y probablemente otros treinta segundos hasta que el capitán recobrara el mando. Fujiama echaría una mirada a la nave bortellita, vería que la Teddy R. no tenía ninguna oportunidad contra ella y regresaría a la posición original, y mandaría un mensaje a la base para solicitar una ayuda que no llegaría nunca, porque el Ejército de la República andaba muy escaso de recursos. Sólo había una manera de descubrir las intenciones de la nave bortellita sin poner en peligro a la Teddy R. Cole, consciente de que se le acababa el tiempo, actuó con rapidez—. Piloto, abandone el rumbo con un viraje lo menos brusco posible y deje la nave en trayectoria estacionaria. Alférez Marcos, quédese en su puesto hasta el final del turno. Teniente Mboya, venga conmigo ahora mismo.

Se dirigió con toda rapidez al aeroascensor. Antes de llegar había contactado ya con Forrice.

—¿Qué sucede? —le preguntó el molario.

—¿Tenemos equipamiento protector en las lanzaderas? ¿Y armas?

—Sí.

—Pues espéranos ahí abajo —le dijo Cole—. Tienes noventa segundos.

Cole y Mboya descendieron hasta el área de lanzaderas y se dirigieron a la más cercana. Forrice había bajado en otro de los aeroascensores y se presentó unos segundos más tarde.

—¿Qué sucede? —preguntó el molario.

—Luego te lo cuento —dijo Cole, y entró en el vehículo—. Desacóplanos de la nave y larguémonos de aquí. —Se volvió hacia Mboya—. Teniente, desactive la radio. Quítele un chip, corte un cable, hágale algo que podamos reparar luego. Lo único que no quiero es tener que mentir cuando luego diga que no pude enviar ni recibir señales de radio hasta que estuvimos en Rapunzel.

Mboya puso manos a la obra y al cabo de unos segundos la lanzadera se alejó de la Teddy R.

—Rumbo a Rapunzel —le ordenó Cole al molario.

—¿Quieres que haga aterrizar a la Kermit en algún lugar en concreto? —preguntó Forrice.

—¿Qué diablos es la Kermit? —preguntó Cole.

—La nave en la que viajamos —exclamó Christine, y les mostró, triunfante, un fusible de la radio subespacial—. Las lanzaderas llevan los nombres de cuatro de los hijos de Theodore Roosevelt: Kermit, Archie, Quentin y Alice.

—Está muy bien —le dijo Cole sin prestarle atención—. Localice la nave bortellita y solicite permiso para aterrizar en el mismo sitio que ellos. Ese planeta pertenece a la República, viajamos en una nave militar, no tendrían que ponernos ningún obstáculo.

—Ahora mismo el comandante Forrice no puede solicitar nada —le dijo Christine y le mostró el fusible—. ¿Recuerda?

—¡Mierda! —dijo Cole—. Si no nos dan las coordenadas, no podremos aterrizar. Bueno, pues muy bien, teniente… vuelva a ponerle el fusible cuando estemos a punto de entrar en el sistema Bastoigne.

—¿Y entonces qué? —le dijo Forrice.

—Entonces rogaremos que la Teddy R. no nos desintegre en pleno éter antes de que hayamos llegado al suelo y que los bortellitas tampoco nos maten antes de que hayamos vuelto a despegar.