Capítulo 24

—Dos más —anunció Forrice mientras Cole llegaba al puente un día después de que hubieran evacuado el hospital espacial.

—¡Maldita sea! —dijo Cole—. ¿Cuál es el total, por ahora?

—Siete muertos, por el momento. El traslado fue duro para los pacientes. Aún lo es.

—¿Qué hay del hospital en Clementis IV? —dijo Cole—. ¿Tenemos alguna noticia?

—Van escasos de suministros y están llenos.

—Jack, ¿cuáles son los tres mundos coloniales más próximos?

Jaxtaboxl estudió su ordenador.

—Ramanos, Braechea II y Nuevo Gabón, señor.

—Rachel —dijo Cole—, ¿qué clase de instalaciones sanitarias tienen?

—Estoy comprobándolo, señor —respondió Rachel Marcos—. Ramanos es un mundo minero, doscientos ochenta y seis habitantes, ninguna instalación médica. Braechea II ha sido colonizado por los Gemelos Canphor y se niega a tratar con hombres o aliados de los humanos. —Estudió las holopantallas que habían aparecido ante ella—. Nuevo Gabón trata a todas las especies…

—¡Genial! —dijo Cole— Ahí es adonde vamos.

—… pero su hospital está completamente lleno —continuó Rachel—. Hay una lista de espera mínima de doce días para una cama.

—¡Maldita sea, no podemos esperar doce días! —bramó Cole—. No al ritmo al que van muriendo. —Bajó la cabeza, pensativamente—. He estado mirando todo este asunto desde una perspectiva equivocada. Tienen todo el personal médico en la nave. Todo lo que necesitan es un hospital.

—Tengo la impresión de que eso no va a bastar, Wilson —dijo Forrice—. Necesitaremos un mundo que pueda proporcionar la medicación adecuada, y que tenga la energía que se necesita para las máquinas de apoyo vital que están transportando las naves.

—¿Y va a ser muy difícil encontrarlo? —preguntó Jaxtaboxl.

—Ya has oído el informe de Nuevo Gabón —dijo el molario—. ¿De qué nos sirve tener médicos y doctores si no podemos meter a nuestra gente en un hospital?

—Y ya que tenemos los médicos y las máquinas, ¿por qué no nos instalamos en un hotel? —sugirió Jaxtaboxl.

—Eso estaría bien si todo el mundo estuviera estable —dijo Cole—. Pero ¿y si necesitamos un quirófano o tres quirófanos a la vez? —Murmuró una maldición—. Ése es el problema con los mundos coloniales. No tienen habitantes para sostener una industria médica de consideración. Carecen de camas, carecen de hospitales, importan todas sus medicinas de la República…

—Sólo las legales —intervino Jaxtaboxl.

—Señor —dijo Rachel, quien estaba operando en el sistema de comunicaciones—, otro mensaje del Portmanteau.

—Ésa es una de las naves del hospital ¿verdad? —dijo Cole.

Asintió.

—Necesitan una instalación médica sofisticada en las próximas treinta horas, o van a perder a otros cinco pacientes, posiblemente seis. Deben hacer varias operaciones quirúrgicas que requieren un equipamiento que dejaron atrás porque no lo podían transportar —continuó escuchando—… y a uno de ellos, un lodinita, parece que lo están perdiendo sin que puedan determinar la razón.

—Quizás deberíamos preguntar cuántos van a sobrevivir —dijo Cole. Hizo una pausa, absorto en sus pensamientos—. Bueno, si la batalla se ha acabado, tal vez podamos pedir permiso a quienquiera que haya ganado, para devolverles al hospital espacial.

—Voy a comprobarlo, señor —dijo Jaxtaboxl. Un momento después, alzó la vista—. La batalla ha acabado. No tengo idea de quién ganó, pero sé quién perdió. La estación espacial ya no existe.

—Genial —murmuró Cole—. ¡Simplemente genial! —Otra pausa—. Jack, ¿estamos cerca de algunos de los mundos principales de la Frontera Interior, Binder X, Roosevelt III, Nueva Kenia, alguno de ellos?

Jaxtaboxl comprobó su ordenador, le dio unas órdenes en un lenguaje que sólo su máquina podía comprender y examinó los resultados.

—A menos que Wxakgini conozca algún otro agujero de gusano por aquí, estamos al menos a cuatro días de cualquiera de ellos.

Wxakgini confirmó que en las cercanías no había ningún agujero de gusano que atajara hasta los planetas principales de la Frontera.

—¡Maldición! —murmuró Cole—. Me siento responsable de todo esto. Soy yo quien les dijo que evacuaran. Por lo que sé, Csonti podría haber salvado el hospital espacial si hubiera sabido que había pacientes allí.

—Realmente no te crees eso ¿verdad? —dijo Forrice.

—No, por supuesto que no.

—Entonces deja de culparte a ti mismo —dijo el molario—. No se puede hacer nada. Sencillamente tendrán que apañárselas hasta que lleguemos a un mundo importante.

—No vamos a dejarles morir tan fácilmente —dijo Cole—. Jack ¿cuál es el mundo de la República más cercano que tenga un hospital grande?

Jaxtaboxl hizo la pregunta al ordenador de la nave.

—Ejido, señor.

—Piloto, ¿cuánto tardaríamos en llegar a Ejido?

—Aproximadamente seis horas —respondió Wxakgini—. Podemos alcanzar el agujero de gusano Chabon en una hora. Tardaremos dos horas en atravesarlo y nos dejará a menos de tres horas de Ejido.

—¿Y seguro que el hospital puede encargarse de nuestros enfermos?

—No veo por qué no.

Cole frunció el ceño.

—Algo está mal. ¿Por qué construirían una instalación como ésa en el borde de la República, tan alejada de las principales zonas habitadas?

—Buena pregunta —dijo Forrice.

—Hay una persona a bordo que podría saber la respuesta —dijo Cole—. Pásame a Jacovic.

—¿Sí, capitán? —dijo la imagen de Jacovic un momento después.

—¿Qué sabe de un planeta de la República llamado Ejido? —preguntó Cole.

—Nunca he oído hablar de él.

—Jack, transmita una holografía de ese sector de la República a Jacovic, y resalte Ejido.

—Hecho, señor.

—¡Ah! —dijo Jacovic—. Ya veo. Ejido no está sólo en el borde de la Frontera, también está en el sector en el que vuestro almirante Kobrinski libró una batalla recientemente con la Tercera Flota Teroni.

—¿La Flota Teroni se ha adentrado tanto en la República?

—Ha estado en la frontera mucho tiempo, capitán Cole.

—Gracias, Jacovic. Me ha dicho todo lo que necesitaba saber.

Hizo una señal a Rachel para que cortara la conexión.

—Obviamente, es un hospital militar —dijo Cole—. Probablemente tiene sólo un año o dos. Rachel, informe a los oficiales que los convoco a una reunión en mi despacho dentro de veinte minutos. La asistencia es obligatoria, y asegúrese de que los otros cuatro capitanes y Bertha Salinas están conectados holográficamente.

—Christine Mboya está durmiendo, señor —dijo Rachel.

—Pues despiértela. Además, que Idena Mueller y Braxite cojan una de las lanzaderas, vayan a la nave hospital que transporta a Moyer, y que lo traigan a la enfermería. Si Moyer está conectado a una máquina, traedla. Si necesita atención médica constante, traed también al médico. Hagamos lo que hagamos con los otros pacientes, no podemos dejar a Moyer en un mundo de la República. Incluso si lo salvaran, lo someterían a un consejo de guerra y lo ejecutarían. —Alzó la voz—: Asumo que estás supervisando todo esto, Sharon. También te quiero en mi despacho.

No hace falta que grites —respondió Sharon Blacksmith.

—Es la manera más fácil de llamar tu atención.

Bien, ahí estaré.

—Rachel ¿ya hemos tenido algún contacto con Luthor Chadwick? —preguntó Cole.

—No desde que hemos oído que abandonaba la Esfinge Roja —respondió Rachel—. La verdad, no tenemos ninguna prueba de que ya haya partido. Podría estar esperando el momento oportuno.

Cole sacudió la cabeza de pura impaciencia.

—Val le dio permiso para irse, a él y a Toro Salvaje.

—Permiso es una cosa —hizo notar Forrice—, una nave es otra.

—Tienes razón.

Cole empezó a dar vueltas, inquieto, durante un par de minutos. Después, bajó a su despacho. Sharon llegó poco después.

—Mensaje de David Copperfield —anunció Rachel, justo antes de que la imagen del atildado alienígena se materializara.

—Hola, David. ¿Qué pasa?

—Steerforth, ¿cómo puedes considerar tener una reunión de alto nivel y no incluirme?

—Es una reunión que nada tiene que ver con vender nuestros servicios —respondió Cole—. No te atañe.

—Todo lo que ocurre en esta nave me atañe —respondió Copperfield—. ¡Steerforth, no puedes hacerme esto! Me has herido en lo más profundo.

—Créeme, David, no tienes nada que aportar a esta discusión y una vez que decida sobre las acciones que tomemos, serás el primero en saberlo.

—Muy bien —dijo Copperfield hoscamente, remedando en lo posible lo que parecía un puchero—. Pero me ofende, Steerforth. Me ofende profundamente.

—Lamento que te sientas así, David —dijo Cole, y cortó la conexión—. ¿Rachel?

—Sí, señor.

—No me pase más transmisiones excepto de Bertha Salinas y de los cuatro capitanes hasta que ordene lo contario. ¿Entendido?

—Sí, señor.

Cole se sentó tras su escritorio y suspiró profundamente.

—¿Quién habría pensado que empezarían a morir así? —dijo por fin—. Quiero decir, diablos, están rodeados de sus doctores, hemos trasladado las máquinas a las naves, hemos traído sus medicaciones…

—A la gente sana le cuesta adaptarse al estrés —replicó Sharon—. Y estamos estresando a personas gravemente enfermas. Y seres.

—Lo sé —dijo Cole—. Pero no podemos dejar que mueran tres y cuatro al día. Diablos, si están estresados y tienen problemas para aclimatarse a los cambios, van a empezar a morir en mayor cantidad.

Jacovic entró en el despacho y saludó elegantemente.

—He oído que hemos perdido más pacientes —dijo—. ¿De eso trataba nuestra reciente conversación y de lo que va a tratar esta reunión?

—Sí. No los hemos sacado de la línea de fuego sólo para que mueran como resultado de nuestras acciones. Teníamos buenas intenciones, pero evacuarlos ha resultado ser tan peligroso para ellos como dejarlos donde estaban. —Hizo una mueca—. Bueno, casi tan peligroso —se corrigió.

—¿No hay instalaciones médicas en ningún mundo cercano de la Frontera? —preguntó el teroni.

—Ninguna que pueda hacerse cargo de la cantidad y la diversidad de los pacientes —dijo Cole mientras Forrice entraba en el despacho—. Por eso he convocado esta reunión.

—Gracias por darme cinco minutos para pillar algo de comida —dijo el molario.

—No te estás muriendo de hambre —apuntó Cole—. Puedes comer igual cuando la reunión haya acabado.

—He asistido a muchas de tus reuniones de oficiales —replicó el molario—. No sé cómo, pero suelen quitarme el apetito. No creo que ésta vaya a ser diferente.

Las imágenes de los capitanes de las cuatro naves más pequeñas se materializaron súbitamente, seguidas por la de Bertha Salinas.

Christine entró en el despacho, saludó a todo el mundo rápidamente y se apoyó contra un mamparo.

—Bien, ya estamos todos aquí —dijo Cole—. Conocen la situación. Nos hallamos a cuatro días del mundo de la Frontera Interior más próximo que tenga un hospital en el que podamos ingresar a los evacuados, y no tenemos ni idea de cuánto tiempo o espacio pueden proporcionarnos. —Miró a cada uno de ellos sucesivamente—.¿Estamos todos de acuerdo en que los pacientes son nuestra responsabilidad?

—Creo que estás echando demasiada culpa sobre ti, capitán —dijo Sharon—. Si los hubiéramos dejado en el hospital espacial, los habrían hecho pedazos.

—No son nuestra responsabilidad por una decisión que tomáramos o dejáramos de tomar —dijo Cole—. Son nuestra responsabilidad porque no pueden defenderse por sí mismos, nos necesitan y estamos aquí. Es tan simple como eso. Sé que somos mercenarios, pero hemos sido formados para ayudar a los indefensos y no se puede estar mucho más indefenso que toda esta gente.

—Estamos intentando ayudarles, Wilson —dijo Forrice.

—Pues no lo estamos haciendo muy bien —dijo Cole—. Tendremos que esforzarnos más.

—¿Cómo? —preguntó el molario.

—Está claro que tiene algo en mente, señor —dijo uno de los capitanes—, pero no tengo idea de qué es.

Cole se volvió hacia Jacovic.

—¿Qué dice usted, comandante? ¿Qué haría?

—Exactamente lo mismo que va a hacer usted —respondió Jacovic tranquilamente—. Estamos a cuatro días de un hospital en la Frontera que pueda encargarse de los evacuados. Pero creo que estamos sólo a unas horas Ejido, que pertenece a la República. Entiendo que tiene una instalación médica importante. Vamos a tener que transferir a los pacientes y sus médicos allí.

—Usted no tiene que hacer nada —dijo Bertha Salinas—. Sólo denos las coordenadas e iremos allí por nuestra cuenta. No creo que la República nos rechace.

—No es de la República de quienes se tienen que preocupar —dijo Cole—. Ejido está en una zona de guerra. Si se topan con alguna nave teroni, probablemente serán una presa fácil.

—Mostraremos nuestras insignias médicas —dijo Bertha Salinas.

Cole se dio la vuelta Jacovic.

—¿Respetarán eso los teronis?

—Si lo hicieran, no habría abandonado la Flota —respondió Jacovic.

—Ahí tiene la respuesta —dijo Cole—. Tenemos la esperanza de que no haya naves teronis en la zona, pero sus transportes no tienen absolutamente ningún medio de defensa, y no están diseñados para huir de ellas. Vamos a tener que acompañarles como escolta.

—¿Una nave que está buscada en toda la República? —preguntó—. Usted dice que nos protegerá. Pero ¿quiénes les protegerán a ustedes?

—Tiene parte de razón, Wilson —dijo Forrice—. Aún hay una recompensa de diez millones de créditos por tu cabeza, y un botín de veinticinco millones de créditos para la nave que destruya o inhabilite a la Teddy R.

—Eso lo hará más difícil —admitió Jacovic—. Pero no hay alternativa si queremos salvar a la mayoría de los pacientes.

—Tiene razón —dijo Christine—. Desearía que no la tuviera, pero la tiene.

—Opino lo mismo —dijo Bertha Salinas con tristeza—. No me hace feliz, pero debemos llegar a una instalación sanitaria, y si realmente estamos entrando en una zona de guerra, no tenemos otra opción más que aceptar su ayuda.

—¡Lo sabía! —dijo Sharon—. ¿Por eso convocaste esta falsa reunión, no? Ibas a dirigirte a la República de todos modos. Sólo querías que Jacovic o alguien más te lo sugiriera para que pudieras decir que no fue una decisión unilateral.

—Tomar decisiones unilaterales es algo que va con el cargo de capitán —respondió Cole—, pero las cosas son más fluidas cuando los demás ven que quien está al mando tiene razón.

—No sé si la tienes… —dijo el molario.

—Habla, Cuatro Ojos —dijo Cole—. Esto es un foro abierto, y todo el mundo es libre de expresarse. Eso va también para los cuatro capitanes —añadió, porque estaba claro que les resultaba incómodo hablar cuando hacía tan poco que se habían unido a él—. Hasta que salgamos del despacho. Entonces hablaremos todos con una sola voz.

—No me gusta —dijo Forrice, abatido.

—¿Qué te molesta, además de lo obvio?

—Los números —dijo Forrice.

—Lo sé. La Armada tiene un par de centenares de millones de naves, y nosotros tenemos cinco. Pero es una galaxia grande, nosotros sólo estaremos en la República unas pocas horas y la mayoría, si no todas sus naves, estarán en otras zonas de batalla o en bases militares.

—No me refería a esos números —dijo Forrice—. Si fuéramos sólo tú yo diría, claro, corramos el riesgo y entremos en el territorio de la República. Después de todo, tenemos trescientos pacientes que están seriamente heridos. —Se detuvo—. Pero no somos sólo tú y yo. Tenemos a sesenta y cinco tripulantes en la Teddy R. y en las otras cuatro naves. Así que no estamos arriesgando a dos hombres sanos para salvar a trescientos enfermos, la mayoría de los cuales no se pueden salvar. No creo que el balance entre las posibilidades de fracaso y la recompensa sea muy bueno.

—Me gustaría hallar una manera de hacer que los números parecieran un poco mejores —dijo Cole—, pero no podemos esperar mucho más. Cuando esta reunión termine, el piloto tiene que alterar el rumbo y llevarnos a la República por la ruta más corta posible, que es a través del agujero de gusano de Chabon. No tenemos opción. Christine, lamento que tenga que quedarse despierta, pero quiero que se ocupe de las comunicaciones hasta que hayamos completado la maniobra. Sé que ahora mismo tenemos a Rachel en su puesto, y es buena, pero para esta operación quiero a lo mejor.

—Sí, señor —dijo Christine.

—Comandante Jacovic…

—¿Sí?

—Si prefiere quedarse atrás, puede disponer de la Kermit. No creo que sea una exageración decir que una vez que estemos dentro de la República, el comandante de la Quinta Flota Teroni no será recibido con los brazos abiertos.

—Gracias por la oferta —dijo Jacovic—. Es extremadamente considerado de su parte. Pero no es necesario.

—¿Está seguro?

Jacovic sonrió.

—¿Cree que van a averiguar quién está a bordo de la Theodore Roosevelt antes de empezar a disparar?

—Tiene razón —dijo Forrice.

—Y si saben quién está a bordo —apuntó Sharon—, ¿a quién crees que dispararán primero, a Jacovic o a Wilson Cole?

—Bien —dijo Cole—. Creía que le debía la oportunidad de decir no. —Echó un vistazo a los reunidos—. ¿Hay alguna otra pregunta? ¿Capitanes? ¿Salinas? ¿No? Entonces doy por terminada la reunión. —Las cinco imágenes holográficas se desvanecieron—. Christine dígale al piloto que nos lleve a Ejido lo antes posible. Y una vez que tenga las coordenadas, que se asegure de que el señor Briggs las transmite a todas las otras naves.

—Sí, señor —dijo, saludó y se encaminó a la puerta. Sharon y Jacovic la siguieron. Forrice se quedó.

—¿Vamos a discutir algo más? —preguntó Cole.

—No —dijo el molario—. Has tomado tu decisión. El tiempo para hablar contigo se terminó hace cinco minutos. Lo intenté, fracasé, fin.

—Bien —dijo Cole—. No me apetecía discutir más. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Sólo quería explicarte algo —dijo Forrice—. Probablemente debería habértelo explicado hace mucho tiempo.

Cole le miró con curiosidad.

—Adelante.

—Hay otras cuatro naves en nuestra pequeña flota, sin contar la Esfinge Roja. Val quiso una nave desde que perdió la Pegasus, y ahora tiene una. No puedo imaginar que Jacovic no quiera una después de comandar una flota militar entera, y por supuesto, obtendrá una con el tiempo. Pérez era el capitán de la Esfinge Roja; también merece una. —El molario hizo una pausa—. Por rango, yo debería haber tenido una nave antes que nadie.

—No estoy en desacuerdo con eso —dijo Cole—. ¿Es eso a lo que querías llegar?

—No —dijo Forrice—. Si quisiera una, la hubiera pedido.

—Yo me lo he planteado de vez en cuando —admitió Cole—. Imaginaba que sólo estabas esperando una mejor, algo más sustancial que la Esfinge Roja. Echaría de menos trabajar codo con codo contigo pero, por supuesto, tendrás una en el momento en que la quieras.

—Ésa es exactamente la cuestión —dijo Forrice—. No la quiero. He visto lo que te hace estar al mando. —Calló unos instantes—. Cada decisión a vida o muerte te afecta no sólo a ti, sino a las tripulaciones de cinco naves, seis, si Val se reúne con nosotros alguna vez. Sólo ahora tienes que tomar una decisión que sin duda afecta a las vidas y posiblemente a las muertes de casi cuatrocientos pacientes y médicos.

—Forma parte del trabajo.

—No quiero ese trabajo, ni siquiera el trabajo más pequeño de dirigir sólo una nave y su tripulación. Oh, si aún estuviéramos en la Armada, querría una, aunque únicamente fuera por la paga extra y el prestigio. Pero no soportaría tener la responsabilidad última por las victorias o los fracasos. —El molario volvió a detenerse, ordenando sus pensamientos—. Ahí fuera, eres el primer eslabón de la cadena. Yo no. Pero duermo bien por las noches. ¿Te has mirado en el espejo últimamente? Tienes bolsas debajo de los ojos, estás desarrollando tics y gestos nerviosos, y has perdido un montón de peso. —Forrice se dirigió a la puerta, se volvió y dijo—: La idea de comandar una nave propia me gusta, pero me gusta más poder dormir bien todas las noches.

Después, Cole se quedó a solas. Se sentó, preguntándose si se le había escapado alguna alternativa, preguntándose si había tomado la decisión correcta. ¿Y si los llevaba al hospital y todos morían igualmente? ¿Y si abatían a la Teddy R. en el camino de regreso? No habría salvado ni a unos ni a otros. Pero por otra parte…

—¿Señor? Wxakgini finalmente ha localizado el agujero de gusano de Chabon. Parece que se ha movido del lugar en el que los mapas lo situaban originalmente. Dice que podríamos entrar en él en cincuenta y un minutos estándar.

—¡Bien! —dijo Cole—. Dé las coordenadas a las otras cuatro naves y a los transportes medicalizados.

—Ya está hecho, señor.

Cole pasó las siguientes dos horas recorriendo la nave, inspeccionando el arsenal, conversando con las otras naves, repasando los planos de los accesos médicos del hospital de Ejido para que supieran exactamente adónde ir una vez que llegaran. Intentó avisar al hospital, pero algo en la estructura del agujero de gusano se lo impidió. Los agujeros de gusano eran así; algunos se movían constantemente, algunos eran estacionarios, otros permitían enviar mensajes, otros eran opacos.

Y salieron del agujero de gusano y se adentraron en la República.

Exactamente once minutos después, Cole recibió un mensaje de Jack, quien había sustituido a Christine en el centro de comunicaciones.

—Señor, nos han divisado —dijo—. Según la teniente Domak, una flota de doce naves se encamina directamente hacia nosotros.

«¡Maldita sea! —pensó Cole—. Tenías razón, Cuatro Ojos. Tampoco voy a volver a dormir hoy.»