Capítulo 20

—¡Mierda! —murmuró Cole—. ¿Quién está en la Edith?

—La teniente Mueller.

—Páseme con ella —dijo Cole—. Idena, soy Cole. Despegue ahora mismo.

Pero, señor —dijo la voz de Idena—, estoy esperando a…

—¡No discuta! ¡Hágalo!

Sí, señor.

—Tenemos que ayudarles, Wilson —dijo Forrice.

—Lo sé. Piloto, bájenos a un kilómetro de la superficie y manténganos estables justo encima de la cárcel.

Forrice se dirigió al aeroascensor.

—Voy a bajar a la sección de Artillería —dijo—. Dame un minuto para llegar y luego dime lo que quieres y dónde quieres que apunte.

—De acuerdo. ¡Qué alguien me traiga a Christine aquí arriba! —ordenó Cole.

—Está durmiendo señor —dijo Jaxtaboxl.

—Entonces que la despierten. La quiero aquí arriba.

—Pero…

—No quiero herir sus sentimientos —dijo Cole— pero nuestra gente está en peligro allá abajo, y quiero lo mejor que tengo. —Se volvió hacia Wxakgini—. Piloto, ¿qué tal va?

—Faltan veinte segundos —respondió Wxakgini.

—¿Dónde está Briggs?

—No estoy seguro, señor —dijo Jaxtaboxl.

—Encuéntralo y que venga aquí ¡a paso ligero!

—Lo he llamado.

—Cuando esté aquí —dijo Cole—, que se encargue del sistema de defensa.

—Pensé que el comandante Forrice estaba a cargo del armamento, señor —dijo Jaxtaboxl.

—Él está a cargo del ataque —dijo Cole—. Si empiezan a devolvernos los disparos, necesito que alguien se encargue exclusivamente de nuestras defensas. Y ese alguien es Briggs.

—Hemos llegado a la posición que ha pedido —anunció Wxakgini.

—Bien. Cuatro Ojos ¿puedes oírme?

—respondió el molario.

—Apunta al edificio que quieras en un radio de una manzana de la cárcel, y vuélalo por los aires. Si puedes encontrar uno con todas las luces apagadas, uno que parezca vacío, mejor que mejor, pero no pierdas tiempo.

¿Con qué arma?

—Un láser de nivel 3. Dejemos que piensen que no estamos mejor armados que ellos, así se concentrarán en derribarnos. Si les damos tiempo para considerar su situación, se les ocurrirá retener a nuestra gente como rehenes.

Hecho —anunció Forrice—. Acabo de destruir un edificio a treinta metros al noroeste de la prisión.

—¿Hay algún vehículo en la calle?

Creo que sí —respondió el molario—. No se parecen a nada que haya visto antes, pero está claro que no son viviendas. ¡Espera! Uno se está moviendo. Sí, definitivamente son vehículos.

—Dispara a media docena de esos vehículos.

Cuatro… cinco… hecho, seis.

—Eso debería convencerles de que hay cosas más importantes de las que preocuparse que la cárcel.

Christine llegó al puente y se dirigió de inmediato a su puesto.

—Siento haberla despertado —dijo Cole—. Monitorice cualquier transmisión que venga de la cárcel o la ciudad e infórmeme de lo que está pasando. ¿Dónde demonios está Briggs?

Como si respondiera a su pregunta, Malcolm Briggs llegó al puente.

—¿Qué está pasando, señor? —preguntó.

—El grupo de desembarco tiene problemas y estamos haciendo lo que podemos para desviar la atención de los thugs. Si tenemos éxito, van a empezar a dispararnos. Su tarea es asegurarse de que no nos pase nada.

—Sí, señor —dijo, corriendo hacia su puesto—. ¿Quiere que me encargue del arsenal ofensivo, también?

—No, Forrice está en ello —respondió Cole—. Sólo asegúrese de que no nos dan.

—Sí, señor.

—¿Y yo qué hago, señor? —dijo Jaxtaboxl.

—Reúna a otro grupo —dijo Cole—. Ocho miembros, todos armados, y baje al hangar.

—Sí, señor. Podemos estar listos para atacar en cinco minutos.

—No van a atacar. Podemos hacerlo perfectamente desde aquí arriba. Pero si va a haber supervivientes, nos vamos a encontrar con que habrá algunos que se valdrán por sí mismos y otros que no estarán heridos. No podrán volver fácilmente a la Edith…, y además, ya no está allí. Una vez que hayamos debilitado su resistencia, aterricen con la lanzadera justo en la cárcel para evacuarlos.

—Sí, señor —dijo Jaxtaboxl, apresurándose a reunir a su grupo de desembarco.

—Están disparándonos, señor —anunció Briggs—. Cañones de energía de nivel 2 y cañones láser. Nada que no podamos manejar.

—Cuatro Ojos —dijo Cole—, localiza dónde están los cañones de energía y los láseres y vuélalos.

Hubo un breve silencio.

Ya son historia —anunció Forrice.

—Christine —dijo Cole— ¿sabemos algo de Sokolov o los otros?

—Nada, señor.

—¿Qué hay de los comandantes del enemigo? ¿Qué dicen?

—Saben que están bajo un ataque, pero no saben quién lo está ejecutando ni por qué —respondió Christine.

—Alguien tuvo que dar la orden de dispararnos —dijo Cole—. ¿Puede localizarle y pasarme con él?

—Aún no, señor.

—Trabaje en ello.

—Sí, señor.

—Y páseme con el señor Odom.

—Hecho, señor.

La imagen de Mustafá Odom, el ingeniero jefe de la nave apareció de repente en el puente.

—¿Sí, capitán? —preguntó Odom.

—Sin duda se habrá enterado de que estamos en una acción menor —dijo Cole—. No es nada que la Teddy R. no pueda manejar: cañones de energía de nivel 2 y láseres de nivel 3. Pero puede que tenga que enviar a la Kermit o alguna de las otras lanzaderas a la superficie. ¿Podrán soportarlos?

—Los láseres no son problema, si están por debajo del nivel 4 —respondió Odom—. Pero los cañones de energía son otra cosa. Pueden desviar la lanzadera de su rumbo, lo que se puede corregir fácilmente… pero también es posible que puedan golpear con tal fuerza que el impacto cause daños de consideración a los pasajeros aunque no destruya la Kermit.

—Gracias, señor Odom —dijo Cole—. ¿Jack?

—¿Sí, señor? —dijo la voz de Jaxtaboxl.

—Esa lanzadera no se moverá sin mi orden expresa, ¿entendido?

—Sí, señor.

—¿Han vuelto a disparar, señor Briggs?

—No, señor. No creo que lo hagan, ahora que saben que no pueden dañarnos y que podemos cargarnos sus armas en cuanto las veamos.

—Christine ¿ya tiene algo?

—Es posible, señor —dijo—. No puedo garantizar que sea la persona que quiere, pero tengo a uno al que la mayoría de los militares parecen estar informando.

—Está bien —dijo Cole—. Veamos si podemos poner fin a esto sin disparar más tiros. ¿Cómo se llama el thug con el que intercambiamos las armas? ¿Rashid?

—Sí, señor.

—Conécteme con él.

—No puedo localizar al líder, señor —dijo Christine, disculpándose—. Va a hablar con alguien que está cerca de él.

—Está bien.

Y súbitamente, Cole se vio frente a la imagen de tres thugs, uno sentado y dos que estaban tras él. Los tres estaban vestidos del mismo modo que Rashid: desnudos, excepto por la banda que ostentaba su rango y sus insignias.

—Soy Wilson Cole, capitán de la Theodore Roosevelt.

El thug que estaba sentado miró al frente, contemplando la imagen de Cole.

—Soy Nasir, comandante de la ciudad de Jamata. ¿Por qué nos han atacado?

—Tienen a un prisionero llamado Quinta, un thrale —dijo Cole—. Lo queremos.

—¿Entiendo que esos hombres que intentaban abrirse paso a la fuerza eran representantes suyos?

—Exacto. También los quiero. Vivos.

—¿Viola nuestras leyes y dispara sobre nuestras fuerzas y pretende que negocie?

—No hay mucho que negociar. Los quiero de vuelta y usted va a entregármelos.

—Podría hacerlo perfectamente, pero no vivos.

—Creo que lo hará —repuso Cole—. Aún no ha oído mi oferta.

—¿Qué me importa su oferta? Obviamente nos amenazará con matarnos si no cumplimos, y está claro que puede hacerlo. Pero eso no hará que sus hombres regresen con vida. Si sus armas no los matan como a nosotros, nosotros los mataremos antes de que nos aniquilen.

—Voy a dejar de disparar —dijo Cole—. Eso sólo era para llamar su atención, y lamento profundamente cualquier daño que hayamos podido causar a sus ciudadanos. Pero realmente creo que debería escuchar mi oferta. Sólo la voy a hacer una vez, y no es negociable.

—Está bien, capitán Cole —dijo Nasir—. Déjeme que la escuche y después rece a su dios por sus tripulantes.

—Voy a enviar una lanzadera al planeta. Aterrizará junto a la cárcel y evacuará a los miembros de mi tripulación y al prisionero Quinta. Ustedes no les harán daño ni los obstaculizarán en modo alguno.

—Desvaría, capitán Cole.

—No me ha dejado acabar —dijo Cole—. Si no se cumplen mis condiciones, mi nave no efectuará ningún otro disparo ni los acosará de ningún otro modo, sino que… —se volvió hacia Christine y bajó la voz—. Ponga el holo de Rashid —volvió a alzar la voz—. Sino que daré, no venderé, diez cañones de plasma de nivel 5 y diez cañones láser de nivel 5 a mi amigo Rashid, de la nación de Punjab, cuya imagen puede ver en este momento. La Theodore Roosevelt no tiene ningún interés en la conquista o la anexión. Si pretendiéramos castigarles por matar a nuestra tripulación y a su prisionero, mataríamos a algunos de sus líderes, quizás acabaríamos con la ciudad entera si infligieran sufrimiento adicional a los miembros de nuestra tripulación, pero ahí acabaría todo. El resto de su nación podría seguir con sus asuntos. No creo que puedan contar con que los líderes de Punjab les ofrezcan semejantes atenciones. —Se detuvo para dejar que sus palabras surtieran efecto—. Tiene dos minutos estándar, Nasir.

No les costó ni dos minutos. No les costó, siquiera, treinta segundos. Nasir reconoció que había sido derrotado.

—Envíe su lanzadera —dijo tras vacilar brevemente—. No los atacaremos.

—Está en camino —dijo Cole—. Hemos perdido el contacto con nuestro grupo de desembarco hace unos minutos. Si aún hay alguien disparando dentro de la cárcel, dígales que cesen el fuego. ¡Ahora!

—Si aún hay algo en marcha, lo pararé —prometió Nasir.

Cole hizo una señal a Christine, quien cortó la conexión.

—¿Jack?

—¿Sí, señor?

—En marcha. Teóricamente, nadie los molestará, pero estén preparados para cualquier cosa. Siempre existe la posibilidad de que Nasir no diga nada a los thugs que están en la cárcel.

—Estamos armados hasta los dientes y listos, señor —dijo Jaxtaboxl.

—¿Cuatro Ojos? —dijo Cole.

Lo sé —respondió el molario—. Les cubriré en el trayecto de ida y en el de vuelta.

—Christine, anuncie a la tripulación que en el momento en que la lanzadera regrese, la Teddy R. se dirigirá a las instalaciones médicas más cercanas.

—Sí, señor.

—Está bien —dijo Cole mientras la lanzadera salía hacia Jaipur—. Ahora nos toca esperar.

La Kermit tardó diecisiete segundos en aterrizar, evacuar a los miembros de la tripulación y el prisionero y volver a la Teddy R. seguida de la Edith, que había orbitado alrededor de Nueva Calcuta. Cole envió a Aecitoso y otros dos al hangar para ayudar a trasladar a los heridos a la enfermería.

—¿Cuál es el número de bajas? —preguntó cuando las lanzaderas quedaron vacías.

—Las buenas noticias son que Val está ilesa —dijo Aceitoso.

—Eso cuenta —dijo Cole—. Con cincuenta como ella probablemente derrocaría a la República. Y ahora ¿cuáles son las malas noticias?

—James Nichols está muerto —dijo Aceitoso—. Dan Moyer y Vladimir Sokolov tienen heridas de consideración. Idena Mueller, Rachel Marcos, Eric Pampas, Jacillios y Braxite tienen heridas menores. El thrale parece estar bien.

—Bien —dijo Cole—. Ocúpese de que estén tan cómodos como sea posible. La oficial Sharon tiene la combinación del botiquín. Tenemos algunas semillas de alfanela allí. Dé una semilla a Moyer y Sokolov para que las mastiquen y después asegúrese de que se vuelve a cerrar ese maldito botiquín.

—Tendré las semillas esperando cuando lleguen a la enfermería —se adelantó Sharon.

—Gracias —dijo Cole.

—¿No son las semillas de alfanela ilegales, incluso para tratamiento médico? —preguntó Christine cuando Cole hubo cortado la conexión.

—En la República sí —respondió Cole—. No hay muchas cosas ilegales en la Frontera Interior. Confisqué las semillas el primer mes que estuve de servicio aquí. Pensé que las podríamos usar para intercambiar información cuando estábamos metidos en la piratería, pero nunca surgió la oportunidad. Mejor… La alfanela dormirá a Moyer y Sokolov más rápido que ninguna medicina legal que conozca. Páseme de nuevo con la oficial Sharon.

—¿Sí, Wilson? —dijo Sharon.

—Sé que no eres una doctora o una enfermera —dijo—, pero tienes que saber cómo hacer un torniquete. Si alguien está perdiendo mucha sangre, haz lo que puedas para contener la hemorragia. Recluta toda la ayuda que necesites.

—Vale.

—Piloto ¿cuánto falta para que lleguemos a un planeta con hospital?

—Estoy buscando los agujeros de gusano próximos —respondió Wxakgini, mientras él y el ordenador de navegación con el que estaba conectado examinaban las cartas estelares.

Hubo una breve pausa.

—Hay una instalación médica que orbita en Prometeo, entre el tercer y el cuarto planeta, ambos colonizados, señor —anunció Wxakgini—. Puedo atravesar el agujero de gusano Kurasawa y estar allí en ochenta minutos estándar.

—Vale, llévenos allí.

—No es un hospital muy grande, señor.

—Hágalo.

Cole dejó el puente y se dirigió a la sala de descanso de oficiales, donde encontró a David Copperfield.

—Se acabó —anunció—. Tenemos a Quinta.

—Lo sé —dijo Copperfield—. He estado siguiéndolo. Nuestro maestro estaría orgulloso de ti, Steerforth.

—Sólo espero que tu amigo valga todo este esfuerzo.

—Estoy seguro de que estará debidamente agradecido.

—Será mejor para él —dijo Cole—. Va a encargarse de pagar la cuenta de todas las facturas médicas que estamos a punto de recibir.

—Seguramente podemos pagarlas nosotros mismos, habida cuenta de lo que acabamos de ganar —replicó Copperfield.

—Está bien —dijo Cole—. Lo restaré de tu parte.

Por un solo momento, David Copperfield se quedó sin palabras. Después frunció el ceño y golpeó con el puño el brazo de su silla.

—¡Ese ingrato lo pagará o lo enviaremos de vuelta a Jaipur!

Cole sonrió.

—¿Sabes qué, David? Creo que nuestro maestro también estaría orgulloso de ti.