Puesto que el rescate de Quinta iba a ser una operación encubierta que requería un grupo de desembarco más que una imponente potencia artillera desde el espacio, Cole decidió llevar sólo la Teddy R. a Nueva Calcuta y dejar las cinco nuevas naves en la Estación Singapore para que actualizaran su armamento y sus defensas. Transfirió temporalmente a Val y Toro Salvaje a la Teddy R., dejó a Pérez a cargo de las otras naves, con instrucciones para probar sus nuevas capacidades cuando el reequipamiento hubiera finalizado. Después, la Teddy R. partió hacia Nueva Calcuta. El planeta se las traía.
Los nativos humanoides habían permitido a los hombres colonizarlo lo suficiente como para aprender su lenguaje, aprender a leer sus libros y ordenadores, y aprender a usar sus armas. Después masacraron a la colonia entera.
Eso había sucedido cuatrocientos años antes. En algún momento desde entonces decidieron que podrían asustar a los humanos y evitar que los recolonizaran llamando a su mundo Nueva Calcuta y a sí mismos thugs, aunque nadie sabía muy bien qué tenían contra los humanos. Al final, fuera lo que fuese, se extendió a los canforitas, a los sets, a los domarios, a los lodinitas y a media docena de razas más, todas rápidamente agredidas y masacradas cuando pusieron el pie en tierra.
Los thugs no tenían sueños de conquista en lo referente a su sistema solar o a la galaxia en general, pero había cinco continentes en Nueva Calcuta y el gobierno de cada uno de ellos estaba constantemente en guerra con los otros cuatro. Fue entonces cuando decidieron que comerciar con seres cuyo armamento hubiera mejorado a lo largo de los últimos cuatro siglos podría ayudarles a vencer a sus enemigos, y así, cada país permitió que uno o dos comerciantes o traficantes permanecieran en tierra lo bastante como para entregar nuevas y más mortíferas armas. El planeta no tenía nada de mucho valor para los foráneos, pero era endémico del planeta un tipo de molusco que producía una perla de dieciséis caras geométricamente perfecta y que era muy buscada por los joyeros de la República y de la Frontera Interior.
—Y eso es lo que hay, señor —dijo Briggs al concluir su breve historia de Nueva Calcuta—. Como han estado cerrados al comercio y la inmigración durante más de cuatrocientos años, casi no sabemos nada sobre cómo ha evolucionado su sociedad, ni sobre la situación política actual, salvo que hay cinco grandes naciones, que no se gustan mucho entre sí, y que los intrusos aún les gustan menos. —Se detuvo—. Ni siquiera sabemos si hablan y entienden el terrestre.
—Hubo un tiempo en que sí —hizo notar Val.
—Sí, pero los lenguajes cambian y evolucionan. Incluso si comprenden el terrestre, podría ser una forma muy arcaica. O podrían no entenderlo en absoluto. Al fin y al cabo, allí no ha habido un colono durante siglos.
—¿Y qué me dices del bribón de David?
—No es humano —dijo Copperfield—. Humanoide, sí, pero humano, no. Es un thrale: el número correcto de brazos y piernas y todo eso.
—¿Es eso lo que eres tú? —preguntó Briggs.
David Copperfield se irguió en toda su poco impresionante altura.
—Yo, señor, soy un caballero británico —dijo con arrogancia.
—Lo que David sea o no sea no es ahora materia de discusión —dijo Cole—. Lo que necesitamos saber, en primer lugar, es dónde está ese tal Quinta. Supongo que el Duque Platino no nos ha proporcionado esa pequeña exquisitez informativa. —Se volvió hacia Copperfield—. ¿Tu amigo te dio alguna pista… lo que sea?
—No —respondió Copperfield.
—Bueno, estamos seguros de que no vamos a invadir las cinco naciones en guerra buscándolo a ciegas —dijo Cole—. Por cierto, lo que a todo el mundo se le ha pasado por alto es que todavía no tenemos un maldito doctor a bordo.
—Creí que teníamos algunos candidatos, señor —dijo Briggs.
—Cuatro —respondió Cole—. Pero ninguno de ellos posee conocimientos sobre las tres principales razas que tenemos a bordo y no podemos transportar a tres médicos. —Se volvió hacia Copperfield—. ¿Con qué tipo de armamento estaba comerciando tu amigo?
—No lo sé —dijo Copperfield—. Sigo recordándote que nunca he hablado con él.
—¿Puedes averiguarlo?
—Sea lo que sea, probablemente no puede dañarnos —apuntó Forrice—. No parece que haya necesitado una docena de naves para entregar los componentes.
—No nos preocupa que nos derriben —respondió Cole—. Nos preocupa encontrar al amigo de David. Y como nadie nos va a decir dónde está, vamos a intentar comprar un poco de ayuda. Ahora bien, puesto que nunca abandonan su planeta y no pertenecen a ninguna federación de mundos de ideas afines, obviamente acuñan su propia moneda, asumiendo que usen alguna. Está bastante claro que ni los créditos, ni los dólares María Theresa ni las libras del Lejano Londres ni ninguna otra de las monedas corrientes les interesará. Como la única razón por la que dejan a los comerciantes poner el pie en Nueva Calcuta es para comprar o vender armas, tenemos que ofrecer algunas armas a cambio de información; y no podemos ofrecerles nada que sea más potente que lo que ya tienen.
—Sí podría ser alguna arma tremendamente potente —dijo Briggs.
—Humm. La manipularemos para que se estropee en una semana —respondió Cole—. Podrían pasar décadas reuniendo los trozos una vez que descubran qué es lo que va mal. —Se dirigió a Copperfield—. David ¿puedes contactar con alguien que trabaje para tu amigo y que averigüe qué tipo de armamento estaba vendiendo?
—Sí, Steerforth —dijo Copperfield—. Lo haré de inmediato. —Se dirigió a la radio subespacial y empezó a enviar un mensaje.
—Señor Briggs, teniente Domak, ¿alguno de los dos sabe cuál de las cinco naciones es la dominante en este momento?
—Punjab —dijo Domak al instante, señalando el continente en un mapa holográfico.
—¿Por qué demonios se hacen llamar con esos nombres? —murmuró Val.
—Ésa es una pregunta para un sociólogo alienígena —dijo Cole—. Somos mercenarios. La pregunta que nos hemos de hacer es: ¿cuál de las otras cuatro naciones retiene al amigo de David?
—¿Por qué no Punjab? —preguntó Val.
—Porque una nación que quiere ser hegemónica y aún no lo es querría tener esas armas.
—Mejor será que tengas razón —dijo Val con recelo.
—Si no, Cuatro Ojos puede organizar un comando de rescate para salvarme, a mí y al colega de David.
La imagen de Sharon apareció de repente.
—¡Tú no vas a ninguna parte! —dijo.
—Eso ya lo he oído antes —dijo Cole—. Aprecio tu preocupación, pero voy a bajar con el grupo de desembarco, que va a consistir en mí, Val, los tenientes Sokolov y Mueller y los tripulantes Nichols, Moyer, Braxite y Bujandi.
—Es territorio enemigo —insistió Sharon—. El capitán no abandona su nave en territorio enemigo.
—Además, ya has elegido un grupo de desembarco —hizo notar Forrice.
—Los he seleccionado para que vengan conmigo, no en mi lugar —respondió Cole.
—Casi todos los miembros de la Teddy R. abandonaron su carrera y se comprometieron a pasar sus vidas como criminales perseguidos en la Frontera Interior para continuar sirviendo contigo —dijo Forrice—. No tienes derecho a exponerte al peligro por un mercachifle del que sabemos poco menos que nada.
—Me gustaría ofrecerme voluntaria para ir en su lugar, señor —dijo Rachel Marcos.
—Alférez Marcos ¿ya tiene usted veinte años? —preguntó Cole.
—Tengo veintidós, señor.
—¿Ha entrado alguna vez en acción?
—Ciertamente, señor.
—¿Y que no fuera desde el puente?
Ella calló.
—La verdad —dijo Cole.
—No, señor.
Se volvió hacia la imagen de Sharon.
—¿Lo ves?
—Tengo informes de todos y cada uno de los miembros de la tripulación —dijo Sharon—. ¿Te gustaría saber cuántos de ellos han entrado en acción contra el enemigo?
—Sabes que tiene razón, Wilson —dijo Forrice—. Somos mercenarios, no héroes. Tu lugar está a bordo de la Teddy R., supervisando la operación, no arriesgando el cuello como cualquier soldado de a pie.
—Val también tiene su propia nave —dijo Cole, irritado—. Y veo que no estás pidiendo que ella se quede a bordo.
—Dime que no puedes ver ninguna diferencia entre tus habilidades físicas y las suyas, e insistiré en que ella también se quede atrás —dijo el molario.
—Cállate —dijo Cole. Observó al personal del puente—. Está bien, Rachel —dijo—. Vaya a su bautizo de sangre.
—Gracias, señor —respondió.
—Aún necesitamos saber dónde tenemos que aterrizar, señor —señaló Briggs.
—Vamos a empezar contactando con la parte que es probable que nos ayude.
—¿Y quiénes son ésos? —preguntó Briggs.
—Algún capitoste de Punjab —dijo Cole—. Es la nación que tiene menos probabilidades de haber comerciado con el amigo de David, pues ya tiene el poder dominante, y una vez que descubran que sus enemigos están comprando armas, estarán más que dispuestos a decirnos dónde está.
—También van a querer armas —dijo Forrice—. Puedo hacer que el Señor Odom empiece a estropear algo para que vaya mal en una semana.
Cole asintió, expresando su aprobación.
—Vale, pero primero vamos a intentarlo sin ofrecerles nada. Tenemos que dejarnos un poco de margen para negociar.
—Un minuto —dijo Sharon—. ¿Qué carajo le importará a Punjab si el traficante está encarcelado en otro continente? ¿No es eso mejor que dejarlo libre para que pueda comerciar de nuevo con ellos?
—No les importará —dijo Cole—, hasta que les doremos la píldora.
—¿Sólo ofreciéndoles armas?
Cole sonrió.
—Eso es sólo el primer paso, para que nos escuchen.
—¿Y cuál es el as en la manga? —preguntó Sharon.
—Una vez que localicemos la prisión en la que está encarcelado e irrumpamos en ella, no nos limitaremos a liberar al traficante —explicó Cole—. Vaciaremos toda la maldita prisión, les daremos armas y haremos que las dirijan contra sus captores. Eso debería causar suficiente alboroto como para que Punjab se embarque en el trato.
—¿Y si no creen que Val y los otros puedan liberarlo? —preguntó Forrice.
—Entonces, eso querrá decir que han aceptado algunas armas a cambio de nada, y que el tipo que está armando a sus enemigos está aún en la cárcel —respondió Cole—. Desde su perspectiva, no tienen nada que perder.
—¿Lo ves? —dijo Forrice, emitiendo una carcajada—. ¡Por eso es por lo que te necesitamos en la nave! Nadie más tiene una mente tan endiabladamente retorcida.
—Puede ser que yo sea el que diseñe el plan —dijo Cole—, pero Val y su equipo van a tener que llevarlo a cabo en una ciudad enemiga sin recibir apenas ayuda por nuestra parte. Este rescate aún no se ha llevado a cabo, ni de lejos.
—No te inquietes por nosotros —dijo Val con firmeza—. Preocúpate por quien intente detenernos. Y tú, rubita —señaló a Rachel—, asegúrate de que estás cerca de mí cuando empiece el combate.
David Copperfield regresó de la consola en la que estaba la radio subespacial.
—Tengo la información que necesitas, Steerforth —anunció—. Quinta estaba vendiendo cañones de nivel 3.
—Está bien —dijo Cole—. No hay cañón de plasma de nivel 3 que vaya a atravesar las defensas de la Teddy R., así que la nave no está en peligro. Cuatro Ojos, que el señor Odom estropee un par de láseres de nivel 4 para que pierdan permanentemente la potencia una semana después de que activemos las baterías. Dile que no se limite a descargar las baterías, sino que se asegure de que nadie puede volver a cargarlas.
—Me encargaré de ello.
—¿Hay más preguntas antes de que Christine y yo empecemos a contactar con los thugs?
Silencio.
—Bien —dijo Cole—. Antes de que vuelvan a sus tareas, quiero decirles que no soy insensible a su deseo de proteger a su capitán de cualquier daño. Pasaré por alto el hecho de que mi primer oficial y mi directora de Seguridad han mostrado públicamente su desacuerdo con una orden. —Se detuvo y los miró a ambos sucesivamente—. Pero si alguien, jamás, discute o desobedece una orden una vez que se haya iniciado una acción militar, esa persona será historia.
Era público y notorio que Cole se sentía más próximo a Forrice y Sharon que a nadie más en la nave, probablemente más que a nadie en su vida, pero sólo Val y David Copperfield, que se habían unido a la Teddy R. después de que llegara a la Frontera Interior, parecieron sorprendidos por esta afirmación. Y Val la aprobó por completo.