En la órbita alta del Planeta de Rochard, los Saltadores estaban desperezándose.
Con sus dos kilómetros de longitud, esbeltos y grises, cada uno de ellos empequeñecía por sí solo a la flota que se estaba acercando. Habían sido unos de los primeros artefactos que el Festival había manufacturado al poco de su llegada. La mayoría de los Saltadores flotaba en órbitas estacionarias en el interior de la nube de Oort, esperando la llegada de enemigos que siguieran trayectorias temporales de ataque desde el futuro de la línea temporal del Festival. Pero un pequeño destacamento había acompañado al Festival mientras este se sumergía en el sistema interior y arribaba al mundo que era su destino.
Los Saltadores no soñaban. Los Saltadores no eran más que unidades sentientes especializadas, encargadas de la defensa del Festival frente a ciertas amenazas físicas especialmente toscas. Contra las negaciones de servicio, los ataques de decoherencia y la piratería cuántica en general, se podía recurrir a los anticuerpos más sofisticados. Si se producía una auténtica violación de causalidad, se despertaría a los agentes de mantenimiento de realidad del Festival. Pero a veces, la mejor defensa es un buen garrote y una fea sonrisa… y para eso estaban los Saltadores.
La llegada de la flota de la Nueva República había sido advertida cuatro días antes. Los Saltadores habían captado los perfiles regulares de aceleración de las aves que se aproximaban como una llaga en el pulgar. Mientras que la Armada de Su Majestad pensaba en términos de lidares y radares y sensores activos, el Festival utilizaba instrumentos más sutiles. Había advertido variaciones mínimas en la entropía del sistema exterior, rastros de singularidades desnudas, ecos del efecto túnel que permitía a las naves saltar entre sistema y sistema. La ausencia de señales de la flota invasora era elocuente por sí misma. Los Saltadores supieron lo que habían de hacer sin necesidad de que nadie se lo dijera.
Las divisiones de Saltadores en órbita empezaron a acelerar. No había frágiles formas de vida a bordo de aquellas naves: solo bloques sólidos de superconductores cerámicos o diamantinos, tanques de hidrógeno metálico a tal presión que a su lado el corazón de un gigante gaseoso parecería el vacío, y generadores de muones de alta energía para catalizar las exóticas reacciones de fusión que impulsaban las naves. Además de, por supuesto, los arbustos fractales que formaban el cargamento principal de los Saltadores, millones de ellos enroscados como extrañas plantas trepadoras a las alargadas espinas dorsales de las naves.
Puede que las antorchas de fusión que proporcionaban impulso de acuerdo a las leyes de la física newtoniana le parecieran pintorescas al Almirantazgo de la Nueva República, que había insistido en no tener en su flota otra cosa que los más modernos motores de singularidad y de espacio curvo. Pero, a diferencia del Almirantazgo, los Saltadores del Festival tenían experiencia en combate real. Los motores de reacción proporcionaban ciertas ventajas en las batallas espaciales, ventajas que podían resultarle muy útiles a un defensor astuto. Para empezar, una relación impulso-masa muy considerable y, por si esto fuera poco, un grado de sigilo muy superior. Una masa virtual de diez mil millones de toneladas convertía a los motores de singularidad en algo muy poco maniobrable. Aunque eran capaces de acelerar a un ritmo aceptable, no podían cambiar de dirección con facilidad y, para el Festival, eran detectables a una distancia casi interestelar. Por contraste, un motor de reacción podía cambiar de vector tan deprisa que, si la nave no estaba preparada para soportar la tensión, podía sufrir un colapso estructural. Y mientras que una antorcha de fusión, vista desde popa, podía ser detectada por sensores situados a un millón de kilómetros, su chorro de escape era muy direccional, tanto que desde la parte delantera de la nave apenas se captaba como un vago punto de calor.
Con el planeta, fuente muy superior de emisiones infrarrojas, tras de sí, los Saltadores salieron al paso del primer escuadrón de la Nueva República a la aplastante aceleración de 100 g. Capaces de situar con aboluta precisión al enemigo gracias a las emisiones de sus motores, los Saltadores alcanzaron una velocidad de 800 k.p.s. y a continuación apagaron los motores y siguieron flotando en silencio, esperando el momento de máxima proximidad.
★★★
La atmósfera que reinaba en la sala de operaciones de la Lord Vanek era tensa y silenciosa.
—Artillería Dos, prepare una salva de seis SEM-20. Cargas de uno cero cero kilotones. Los dos primeros, con PEM máximo, y los tres siguientes con detonación direccional a lo largo del eje mayor. Artillería Uno, quiero dos torpedos D-4 armados y preparados para lanzamiento pasivo, con una demora de activación de un minuto.
El capitán Minsky se recostó en su asiento.
—¿Predicción? —murmuró en dirección al comandante Vulpis.
—Preparados, señor. Resulta un poco preocupante que no hayamos visto nada todavía, pero puedo darle potencia de maniobra completa cuarenta segundos después de que me dé la señal.
—Bien. Radar, ¿algo nuevo?
—Humildemente informo de que el radar pasivo no capta nada nuevo, señor.
—Qué alegría. —Hacía dos horas que habían pasado el perigeo. Minsky tenía que hacer esfuerzos para controlar su impaciencia. Sentado en el sillón de mando, tamborileando en el brazo con los dedos, esperaba una señal, cualquier cosa que indicara que había vida en aquel vacío cosmos. El ping fatal de un lidar al rebotar en el casco de la Lord Vanek, o una onda electromagnética. Cualquier cosa que revelase que el enemigo se encontraba allí, en alguna parte, entre el escuadrón de su nave y su destino.
—¿Alguna idea, comandante Vulpis?
Los ojos de Vulpis recorrieron a toda velocidad las estaciones que tenía delante, ocupada cada una de ellas por su correspondiente oficial.
—Estaría mucho más contento si estuvieran tratando de encontrarnos. O los hemos cogido completamente por sorpresa o…
—Gracias por ese pensamiento —comentó Minsky entre dientes—. ¡Marek!
—¡Señor!
—Tiene usted un rifle. Está cargado. No dispare hasta que vea el blanco de sus ojos.
—¿Señor? —Vulpis miró a su capitán.
—Estaré en mi camarote si ocurre algo —dijo Minsky con voz firme—. Tiene usted el timón hasta que el comandante Murametz o yo mismo regresemos. Llámeme al instante si hay alguna noticia.
Al llegar a su camarote, situado justo debajo de la sala de operaciones, Minsky se dejó caer en su asiento. Suspiró hondo y marcó un número en su teléfono.
—Centralita. Mis saludos al comodoro. Pregúntele si tendría un momento. —Un minuto después, se encendió la pantalla del videófono—. ¡Señor!
—Capitán. —El comodoro Bauer tenía el aspecto de un hombre muy ocupado y muy cansado.
—Tengo un informe sobre el… ah, contratiempo. Si no está demasiado ocupado en este momento, señor.
Bauer juntó los dedos de las manos.
—Si puede ser breve… —dijo con voz apagada.
—No hay problema. —Los ojos de Minsky refulgieron a la luz de gas—. Todo fue culpa del idiota de mi oficial de inteligencia. Si no se hubiera matado, lo habría cargado de grilletes. —Respiró hondo—. Pero no actuó solo. En confianza, señor, yo recomendaría que mi oficial ejecutivo, el comandante Murametz, fuera reprendido oficialmente, o incluso un proceso formal… de no ser por que nos encontramos tan cerca del enemigo que…
—Detalles, capitán. ¿Qué hizo?
—El teniente Sauer se excedió en su autoridad y trató de desenmascarar a la espía terrícola… la mujer, quiero decir, por medio de un juicio falso. De algún modo logró convencer al comandante Murametz de que lo encubriera, un maldito error de juicio si quiere saber mi opinión. Sea como sea, la presionaron demasiado y ella se dejó llevar por el pánico. En condiciones normales, esto no hubiera supuesto ningún problema, pero de algún modo consiguió… —Tosió en su puño.
Bauer asintió.
—Creo que puedo imaginarme el resto. ¿Dónde se encuentra ahora?
Minsky se encogió de hombros.
—Fuera de la nave, con el ingeniero del astillero. Desaparecidos, posiblemente muertos, no sé dónde están, no sé qué demonios pensaban que estaban haciendo… El procurador también ha desaparecido, señor, y hay un embarazoso agujero en nuestra nave donde antes había un camarote.
Poco a poco, el comodoro empezó a sonreír.
—No creo que tenga que perder el tiempo buscándolos, capitán. Si los encontráramos, tendríamos que volver a arrojarlos por la borda, ¿no? Supongo que el procurador tuvo algo que ver con ese juicio falso, ¿verdad?
—Ah… supongo que sí, señor.
—Bueno, de este modo no tendremos que preocuparnos por los civiles. Y si sufren algunas quemaduras solares durante la batalla, mala suerte. Estoy seguro de que se encargará usted de todo.
—¡Sí, señor! —Minsky asintió.
—Bien —dijo Bauer con tono seco—. Caso cerrado. Y ahora, según su opinión, ¿cuándo deberíamos de entrar en el perímetro de defensa de proximidad del enemigo?
Minsky hizo una pausa para reflexionar.
—Dentro de unas dos horas, señor. Eso suponiendo que nuestros sistemas de rastreo sean fiables y la ausencia de sondas activas sea un indicativo genuino de que no saben que estamos aquí.
—Me alegra de que haya hecho esa salvedad. ¿Cuál es el horario previsto para la alerta máxima?
—Los hombres ya están todos ocupados, señor. Es decir, hay algunos puestos no esenciales que no estarán ocupados hasta dentro de una hora, más o menos, pero en la sala de operaciones y en motores ya están todos en alerta de combate y los artilleros están preparados junto a sus armas. En la confusión del momento, puede que las cosas se hayan liado un poco pero, en principio, estamos preparados para actuar al momento.
—Muy bien. —Bauer hizo una pausa y bajó la mirada a la mesa. Se rascó la nariz con un largo y huesudo dedo. Entonces levantó la vista—. No me gusta este silencio, capitán. Apesta a trampa.
En un gesto reflejo de terror, Martin y Rachel levantaron la mirada hacia el causante del sonido.
A bordo de una nave espacial, cualquier sonido procedente del exterior significa problemas… problemas graves. Su bote salvavidas se acercaba al Planeta de Rochard a una velocidad muy superior a la de fuga. Un perdigón parado en su trayectoria los destrozaría con la fuerza de un misil antinave. Y aunque las naves de guerra como la Lord Vanek podían llevar un bindaje de varios centímetros de grosor, hecho de espuma de diamante y amortiguadores de impacto para absorber los fragmentos extraviados, la epidermis de su bote salvavidas era tan fina que se podía perforar con un abrecartas.
—Máscaras —dijo Rachel. Un montón de bolsas transparentes e interconectadas, equipadas con complejos sellos y una especie de tanque de gas en el interior salieron de la consola que había frente a Martin y le cayeron en el regazo. Rachel metió la mano detrás de su asiento y sacó un casco. Tras ponérselo en la cabeza, esperó a que el borde se adhiriera a su ropa. El sellador resbaló por su cuello. En la pantalla del interior del casco se encendieron y parpadearon unos burdos iconos. Exhaló, aliviada, al oír el zumbido del ventilador junto a su oreja derecha. A su lado, Martin estaba introduciéndose en el transparente capullo. Levantó la mirada.
—Piloto. Visión del sensor superior, óptica, pantalla central.
—Oh, mierda —dijo Martin con un hilo de voz.
La pantalla mostró una mancha borrosa que se movía frente al telón de fondo de las estrellas. Mientras la observaban, la mancha retrocedió a una velocidad pasmosa y fue cobrando una forma reconocible. En movimiento.
Rachel se volvió y miró a Martin.
—Sea quien sea, no podemos dejarlo ahí fuera —dijo este.
—No sin una baliza de rescate —asintió ella, sombría—. Piloto. Suministro de oxígeno. Vuelve a calcularlo sobre la base de un incremento del consumo del cincuenta por ciento. ¿Cómo afectaría eso al margen de supervivencia existente?
Una tabla de color ámbar apareció en la pantalla.
—Sitio hay —comentó Martin—. ¿Y la reentrada? Hmmm. —Señaló su AP—. Creo que podemos conseguirlo —añadió—. La relación de masas no empeora demasiado.
—¿Lo crees o lo sabes? —replicó ella con marcado tono de contrariedad—. Si llegamos a mitad de camino y nos quedamos sin combustible, será un problemilla.
—Soy consciente de eso. Déjame ver… sí. No pasará nada, Rachel. Quienquiera que diseñó este bote debió de pensar que ibas a llevar contigo una valija diplomática enorme o más bien un guardarropa.
—No digas eso. —Se pasó la lengua por los labios—. Cuestión dos: lo traemos a bordo. ¿Cómo vamos a detenerlo si decide ponerse a hacer el tonto?
—Creo que podemos utilizar tus armas de mujer para eso —replicó Martin, impasible.
—Debería haber sabido que ibas a salirme con algo así. —Con aire cansino, buscó a tientas la pistola adormecedora—. Esto no funciona en el vacío, ¿sabes? Y tampoco es una gran idea utilizarla en un espacio confinado.
—Hablando de espacios confinados. —Martin señaló la tosca pantalla del detector de masas—. Doce kilómetros y cayendo. No nos conviene estar tan cerca cuando viren para entrar en combate.
—No lo estaremos —asintió Rachel—. Muy bien, nunca estaré más preparada que ahora. ¿Tienes confirmación de integridad del traje? Una vez que abramos, no podrás moverte mucho. —Martin asintió y levantó una mano enguantada que parecía un montón de globos. Rachel abrió su regulador de oxígeno y bostezó mientras buscaba un punto de anclaje para el cordón de seguridad de su traje—. Muy bien. Piloto: secuencia de evacuación. Preparado para despresurizar la cabina.
Una alarma saltó en la sala de operaciones.
—Contacto. —El teniente Kokesova se asomó sobre el hombro de su subordinado y consultó los indicadores de su consola. Parpadeaban luces violetas y verdes—. Repito, contacto.
—Aceptado. —El teniente Marek tragó saliva—. Comunicaciones, llame al capitán y establezca alerta roja.
—Sí, señor. —Una luz roja empezó a parpadear junto a la entrada.
—¿Detalles? —preguntó Marek.
—Siguiendo… Se trata de una fuente de fusión, eso está claro, recibida hace unos dos cero segundos. Al principio pensaba que era una avería de los sensores pero estoy viendo líneas de Balmes de color azul, brillantes como el infierno… La temperatura del cuerpo debe de rondar los cinco cero cero M-grados. Se mueve a una velocidad muy superior a la de escape.
—Muy bien. —Marek trató de recostarse en la silla del comandante pero, incapaz de relajarse, fracasó estrepitosamente—. Va siendo hora de tener alguna estimación sobre esa señal…
—Un minuto. —El teniente Kokesova, especialista técnico, trató de hacer una nueva demostración de habilidad—. Veré si puedo encontrar algunos neutrinos.
La puerta se abrió y los guardias se pusieron firmes. El teniente Marek se volvió y saludó con rigidez.
—¡Señor!
—¿Cuál es la situación?
—Humildemente informo de que hemos fijado de forma provisional un objetivo que se aproxima, señor —dijo Marek—. Seguimos esperando confirmación, pero tenemos una antorcha de fusión azul. Parece que estamos mirando directamente a su cola.
Minsky asintió.
—Muy bien, teniente. ¿Algo más?
—¿Algo más? —Marek parecía aturdido—. No, a menos que aparezca…
—¡Contacto! —Era el mismo operador de sensores. Levantó la mirada con aire apesadumbrado—. Disculpe. Señor.
—Descríbalo. —Era el capitán quien hablaba.
—Segunda fuente de fusión, a unos dos M-kilómetros por encima y al sur de la primera. Está siguiendo un curso paralelo. Tengo una estimación preliminar. Parece que, según su trayectoria, nos rebasarán a aproximadamente uno cero cero K-clics, decelerando desde ocho cero cero k.p.s. Tiempo para interceptar, dos K-segundos.
—¿Alguna otra actividad? —preguntó Minsky.
—¿Actividad, señor?
—Ya sabe. Aceleración lateral anómala. Interferencias, tráfico de comunicaciones, tentáculos rosas luminosos, lo que sea. ¿Algo más?
—No, señor.
—Bueno, en ese caso —dijo Minsky mientras se atusaba la barba con aire pensativo— hay algo que no cuadra.
La puerta del puente volvió a abrirse. Entró el teniente Helsingus.
—Permiso para ocupar el control de fuego, señor.
—Concedido. —Minsky hizo un ademán—. Pero, primero, contésteme a esto: ¿Por qué, en el nombre de la barba del Emperador, vemos dos antorchas de fusión pero nada más?
—Ah… —Marek cerró la boca.
—Porque —dijo el comandante Vulpis por encima del hombro de Minsky— es una trampa, capitán.
—No sé cómo se le ha podido ocurrir semejante cosa. Es evidente que nos están invitando a un baile. —Minsky esbozó una sonrisa desagradable—. Hmm, ¿cree que han colocado un campo de minas antes de encender esas antorchas?
—Es muy posible. —Vulpis asintió—. En cuyo caso chocaremos con ellas en unos —tecleó en su tablero— dos cinco cero segundos, señor. No estaremos al alcance de nada parecido a una mina hasta dentro de mucho, pero a esta velocidad, hasta una nube de arena nos haría picadillo.
Minsky se inclinó hacia delante.
—Artillería. ¡Defensas de proximidad en modo automático! Comunicaciones, soliciten un barrido artillero al estado mayor del comodoro, así como a la Kamchatka y la Regina. Asegúrense de que buscan minas. —Esbozó una sonrisa sombría—. Es hora de ver de qué están hechos. Comunicaciones, mis saludos al comodoro y, por favor, infórmenle de que solicito permiso para desactivar el control de emisiones por razones defensivas.
—Sí, señor.
El control de emisiones era de una importancia capital para las naves de guerra. Los sensores activos como el radar y el lidar tenían que rebotar en un cuerpo extraño para confirmar su presencia. Pero un cuerpo que estuviera lo suficientemente lejos (o lo suficientemente bien camuflado) no devolvería un eco que pudiera captarse. El envío del pulso inicial revelaba con total exactitud la posición de la nave a cualquiera que estuviera más allá del radio de retorno pero dentro del de detección pasiva. Al aproximarse al Planeta de Rochard con el control de emisiones conectado, el escuadrón había tratado de ocultar su presencia. La primera nave que empezara a utilizar los sensores activos se volvería cegadoramente visible… y en el proceso de buscar al enemigo, se convertiría en su blanco.
—¿Señor?
—¿Sí, teniente Marek?
—¿Y si hay más de dos naves ahí fuera? Quiero decir, nosotros tenemos sondas y una lanzadera. ¿Y si nos enfrentamos a una fuerza más grande y las dos que estamos viendo son solo un señuelo? El capitán Minsky sonrió sin alegría.
—Eso no es una posibilidad, teniente. Es casi una certeza.
—Primer punto de intercepción de minas, cuatro minutos. —Vulpis leyó las estimaciones temporales en los brillantes tubos de vacío que tenía delante. Levantó la mirada hacia la silla del comandante. Minsky, sentado allí, asintió.
—Artillería, armen torpedos y preparen misiles. Control remoto, estatus rojo, azul, naranja. —Minsky se mostraba sosegado y frío y su presencia ejercía una influencia calmante en la por lo demás muy tensa tripulación de la sala de operaciones.
El teléfono rojo empezó a sonar con su discordante timbre. Minsky lo cogió, escuchó unos breves segundos y volvió a colgar.
—Radar. Tiene permiso para emitir.
Radar Uno: —Pasando a activo en este momento, señor. Barrido doppler de uno cero segundos, dispersión, cuatro octavas, pasando a continuación a secuencia de interferencia alfa. ¿Señuelos, señor?
—Puede lanzar señuelos. —Minsky juntó las manos en el regazo y dirigió la mirada a la pantalla principal. Bajo su tranquilo exterior, estaba profundamente preocupado. Estaba jugándose la vida y la nave, junto con las vidas de todos los que estaban a bordo, a una hipótesis sobre la naturaleza de su enemigo. No estaba seguro, pero sí lo bastante bien informado como para poder hacer una suposición aproximada sobre lo que se les venía encima. Puede que la mujer de la ONU tuviera razón, pensó sombrío. Recorrió con la mirada la sala de operaciones—. ¿Comandante Helsingus? Estatus, por favor.
El barbudo oficial de artillería asintió.
—Primeras cuatro salvas cargadas de acuerdo a sus órdenes, señor. Dos torpedos autopropulsados con sistemas de ignición por control remoto en mi pantalla, seguidos por seis misiles dirigidos por sistemas pasivos y preparados para lanzar PEM con dispersión de uno cero grados. Red láser programada para defensa de proximidad. Programas balísticos de defensa cargados y preparados.
—Bien. ¿Timón?
—Manteniendo posición con respecto a patrón de aproximación de flota designada, señor. El estado mayor no ha autorizado evasión.
—¿Radar?
El teniente Marek levantó la mirada. Parecía tenso y cansado y unas arrugas nuevas habían aparecido alrededor de sus ojos.
—Humildemente informando, señor, el activo está fijo. El pasivo no muestra nada aún, salvo un rastro infrarrojo, pero eso debería proporcionarnos un blanco fijo en… —bajó la mirada— unos tres minutos y descontando. El señuelo ha sido lanzado y se dirige a punto uno. —El señuelo, un pequeño dron sin motor que seguía a la nave al otro extremo de un largo cordón de diez kilómetros, estaba preparándose para emitir una signatura electromagnética idéntica a la de la nave. Sincronizado por interferometría con los sensores activos de a bordo de la Lord Vanek, contribuiría a confundir a los sensores enemigos sobre la posición exacta del crucero pesado.
—Bien. —Minsky consultó el reloj situado junto a la pantalla principal y a continuación bajó la mirada a la consola que tenía delante. Era hora de realizar la lista de control—. Al llegar al punto intermedio uno, estén preparados para comenzar la secuencia de ignición uno a mi orden. Serán cuatro g de forma continuada hasta que hayamos alcanzado seis cero k.p.s., luego desconexión y apagado completo, curso tres seis cero por cero en trayectoria de navegación fijada. Comunicaciones, comunique la orden a todos los elementos del primer escuadrón. Artillería, a T cero más cinco segundos, estén preparados para lanzar torpedos uno y dos a mi orden. Comunicaciones, informe sobre protocolo pasivo de torpedos al Escuadrón Uno. Confirme, por favor.
—Sí, señor. Uno y dos. —Helsingus apretó un interruptor de bronce—. Armados para lanzamiento pasivo a T menos cinco.
—Bien.
—Tiempo para posible intercepción con minas, dos minutos, señor.
—Gracias, Navegación Dos, puedo ver la cuenta atrás desde aquí. —Minsky rechinó los dientes—. Timón, estatus.
—Programa cargado. Ignición del motor preparada en cinco cero segundos, señor.
—Radar, actualización.
—Deberíamos alcanzarlos en unos dos minutos, señor. No hay emisiones… —El teniente Marek se detuvo—. ¿Qué es eso?
Radar Dos: —¡Contacto, señor! El lidar registra señal uno. Esperando… —Saltó una alarma—. Algo acaba de marcarnos como objetivo, señor —dijo Marek. Todo el mundo, salvo los técnicos del radar, estaba mirando a Minsky. Este devolvió la mirada a Helsingus y asintió.
—Seguimiento beta.
—Sí, señor. Artillería Dos, seguimiento beta. —Un estruendo sordo y casi imperceptible estremeció toda la estructura del crucero pesado mientras el riel axial principal de lanzamiento escupía veinte toneladas de compleja y pesada maquinaria y combustible por el morro de la nave. Un segundo rugido señaló el lanzamiento del segundo torpedo. Soltados con los motores apagados, al igual que todos los sistemas salvo los de aviónica, marcharían flotando tras la Lord Vanek cuando esta empezara a acelerar.
—Menos tres cero segundos —dijo Navegación Dos—. Solicito permiso para informar sobre el contacto, señor —dijo Marek.
—Adelante, Navegación. —Hemos conseguido echar un vistazo a la batería de pulsos del contacto y parece, um, extraña, ruidosa. Hy ruidos, no sé si sabe a qué me refiero. Han hecho un buen trabajo ocultando su signatura de reconocimiento.
—Uno cero segundos.
—Todos los puestos, pasamos a plan dos —dijo el capitán Minsky—. Navegación, transmitan ese contacto a la Kamchatka y la Ekaterina. Envíenles todo lo que puedan. —Descolgó el teléfono para informar a los capitanes de su escuadrón del inminente cambio de planes.
—Sí, señor. Ignición de plan dos comenzando en cinco… dos, uno, ya. —No se produjo ningún cambio evidente en la sala de operaciones, ninguna sacudida ni estremecimiento ni una sensación de aumento repentino de la aceleración, pero en las tripas de la nave, el agujero negro se retorció, sometido a un tormento repentino. La Lord Vanek se lanzó a toda potencia hacia delante, cuatrocientos metros por segundo al cuadrado, más de cuarenta g.
Saltó otra alarma. Navegación:
—Escáner completo en curso. —Veinte gigavatios de luz láser iluminaron el espacio en todas direcciones, un resplandor implacable y tan brillante como para fundir el acero a una distancia de un kilómetro. En las entrañas de la nave, los intercambiadores de calor se pusieron al rojo vivo y convirtieron el agua de refrigeración en un vapor a presión que fue expulsado por los conductos de popa. A punto de entrar en combate, perder los enormes y vulnerables intercambiadores de calor sería un suicidio.
Artillería:
—Lanzamiento beta comenzando. —Esta vez, un auténtico estruendo hizo estremecer la nave. Eran los dos misiles que Helsingus había preparado con antelación, mientras seguían la dirección del objetivo alfa. Cuando pasaron por delante de la nave, la décima parte de su potencia láser total enfocó sus colas y energizó su masa reactiva.
El momento era enormemente peligroso y Minsky trató por todos los medios de mantener una actitud confiada por el bien de la tripulación. Tal como había dicho el comodoro Bauer en la privacidad de la sala de reuniones del estado mayor, «Si son listos, enviarán solo las señales suficientes para revelar su posición y luego utilizarán todo lo que tengan en órbita para arrojar una tormenta de minas en nuestro camino. Saben adónde nos dirigimos. Eso resuelve la mitad del problema de cazarnos. Cuando empecemos a irradiar, tendrán la solución completa… y entonces solo será cuestión de ver cuánto pueden arrojarnos encima y cuánto podemos soportar nosotros». Tradicionalmente, atacar un punto fijo —en este caso las instalaciones situadas en la órbita baja de un planeta— se consideraba la misión más complicada en la guerra espacial. Los defensores podían concentrar con rapidez fuerzas a su alrededor y aprestar misiles defensivos y pantallas láser para repeler a cualquier contingente que se estuviera aproximando. Y si los atacantes querían saber a qué le estaban atacando, tendrían que utilizar emisiones de alta energía que los defensores podrían utilizar para apuntar sus armas.
Segundos más tarde, Minsky exhaló un suspiro de alivio.
—Las defensas de proximidad informan de que todo está en calma, señor. Estamos dentro de su esfera pero no parecen haber desplegado un campo de minas. —Las minas flotantes no hubieran seguido la curva de deceleración de las naves enemigas. Habrían caído sobre ellos a la velocidad a la que habían sido plantadas.
—Eso está bien —murmuró Minsky. Sus ojos enfocaron los dos puntos rojos de la pantalla principal. Seguían decelerando a una velocidad aterradora. Casi como si pretendiesen colocarse a una velocidad relativa nula y librar una especie de duelo. Los dos misiles de la Lord Vanek parecían arrastrarse lentamente hacia ellas, pero en realidad marchaban con una salvaje aceleración de 1000 g y ya habían superado la velocidad de 1000 k.p.s. Tras algunos segundos, apagaron los motores y continuaron en punto muerto, pues no les quedaba más que la masa reactiva suficiente para realizar las maniobras finales, cuando se encontraran a menos de diez segundos del enemigo. Delante de la Lord Vanek, las resplandecientes cruces púrpuras de los torpedos apagados se encaminaban también al enemigo.
Un minuto después, Artillería Dos dijo:
—He perdido el misil uno, señor. Capto su señal, pero no responde.
—Qué extraño… —Minsky frunció el ceño. Dirigió la mirada al reloj fatídico. El crucero pesado estaba acercándose a su destino a paso de tortuga, apenas 40 k.p.s. El enemigo se les echaba encima a más de 200 k.p.s., todavía decelerando, pero cada vez menos. Si aquello continuaba y seguían acercándose a unos 250 k.p.s., sus trayectorias se cruzarían en unos 500 segundos y estarían al alcance de los misiles unos 200 segundos antes. No esperaba que aquellos proyectiles balísticos causaran daño real, pero si se acercaban lo suficiente, obligarían al enemigo a responder. Sin embargo, el misil uno se encontraba a más de 50,000 kilómetros del objetivo…
—Humildemente informando, señor, he perdido también el misil dos.
—Eso no tiene sentido —musitó Helsingus. Lanzó una mirada a la pantalla: un grupo de seis misiles, disparados todos por la Kamchatka, estaban acercándose a su objetivo, tiros lejanos todos ellos, con pocas probabilidades de causar daño, pero…
Defensa de Proximidad:
—Señor, problema en la cubierta uno. Parece un… Humildemente informo de un impacto de basura espacial, señor. Hemos perdido varios ojos de la red lidar pero nada ha penetrado el casco presurizado interior.
—Parece que tienen problemas de caspa —comentó Minsky—. Pero sus defensas están funcionando. ¿Torpedos?
—Aún no, señor —dijo Helsingus—. Solo han alcanzado unos cinco cero cero k.p.s de delta-v. No estarán en condiciones de encender los motores hasta dentro de… ah, ocho cero segundos más. —Flotando hacia el enemigo casi 100 k.p.s. por encima de su velocidad inicial, los torpedos tenían sin embargo las piernas cortas. A diferencia de los misiles, contaban con su propia fuente de energía, radar y ordenadores de control de batalla, que los convertían en valiosos activos en caso de enfrentamiento… pero aceleraban más despacio y su coste de aceleración total era superior.
Radar Dos:
—Humildemente informando, señor, creo que he avistado algo, señor. Aproximadamente uno cero cero milisegundos después de que el misil dos dejara de responder, el detector tres captó un pulso de neutrinos. Es imposible saber si venía del objetivo o del misil pero parecía tener bastante energía. Ah, no hay rastro de otras radiaciones.
—Qué peculiar —murmuró Minsky entre dientes: una afirmación que no hacía justicia a la cuestión—. ¿Cuál es nuestro perfil de distancia?
—Distancia para torpedo en seis cero segundos. Distancia para artillería activa en uno cinco cero segundos. Distancia de contacto en cuatro cero cero segundos. Máxima proximidad dos cero K-kilómetros, velocidad del orden de dos seis cero k.p.s. asumiendo que no se producen maniobras. La distancia al objetivo es uno cero cinco K-kilómetros a mi señal, ahora.
—Ah. —Minsky asintió—. Caballeros, puede que esto parezca absurdo pero no acaba de gustarme cómo están yendo las cosas. Helsingus, sus dos torpedos: actívelos y envíelos contra el objetivo uno.
—Pero entraran en trayectoria balística antes de…
Minsky levantó la mano.
—Hágalo. Timón, opción tres dos. Señal a todas las naves. —Una vez más, descolgó el teléfono de la sala de guerra del comodoro para comunicarse con su oficial superior.
—Sí, señor. —La pantalla centrada en el Planeta de Rochard cambió y dio un giro. La línea naranja que representaba el curso de la Lord Vanek, hasta entonces dirigida hacia el planeta, empezó a virar y a apartarse de este. Las líneas rojas que representaban las trayectorias de las dos naves enemigas que se aproximaban viraron también para interceptar a la Lord Vanek y a sus cinco naves acompañantes. Mientras tanto, los doce puntos azules que representaban los torpedos que el escuadrón había descargado casi dos minutos antes empezaron a avanzar hacia el objetivo.
Un torpedo vivo es algo que ningún capitán de una astronave quiere tener demasiado cerca. A diferencia de los misiles —que básicamente son un tubo lleno de masa reactiva con un espejo láser en la cola y una cabeza explosiva al otro extremo— un torpedo es una nave con su propia central energética, un cohete de fisión increíblemente sucia, poco más que una bomba atómica de detonación lenta que apenas mantiene el control mientras va dejando tras de sí una estela horriblemente radiactiva. Es también el motor de combustión almacenable más eficiente que existe, sin la complejidad de los reactores de fusión o los generadores de espacio curvo. Antes de que aparecieran las nuevas tecnologías, los pioneros de principios del siglo XXI los habían utilizado para las primeras misiones interplanetarias tripuladas.
—Los peces están en camino, señor. Los nuestros están haciendo noventa y seis y uno uno dos g, respectivamente. La media general del escuadrón ronda los noventa y ocho. Se quedarán sin combustible dentro de uno cero cero segundos e interceptarán a los objetivos uno y dos, si permanecen en sus trayectorias actuales, en aproximadamente uno cinco cero segundos. Para entonces la degradación de los sistemas de guía debería de ser todavía controlable y tendríamos que poder llevar a cabo el control de guiado terminal.
—Bien —dijo Minsky con voz seca. Las naves enemigas, que se dirigían hacia la Lord Vanek en una trayectoria recíproca, debían de poder abrir fuego dentro de poco: pero los torpedos se interpondrían maravillosamente en su camino y arruinarían su línea de visión al mismo tiempo que los amenazaban. Al menos eso era lo que Minsky esperaba.
Se había dado cuenta de que había algo extremadamente extraño en aquellas dos naves. No estaban siguiendo ninguna doctrina táctica evidente. Se limitaban a acelerar en línea recta enviando pulsos de lidar mientras se acercaban: como si apuntaran a ciegas. No había señal de movimientos sigilosos. Se habían puesto en marcha y habían empezado a emitir como idiotas borrachos jugando a una máquina en un bar, renunciando sin el menor reparo a la ventaja de su posición desconocida. Quienquiera que esté manejando eso pájaros es un idiota o…
—Radar —dijo en voz baja—. Cobertura de saturación por delante y por debajo. ¿Hay algo ahí?
—Voy a ver. —Marek comprendió al instante a qué se refería el capitán y tragó saliva—. Si aquellos dos eran los sabuesos, destinados a sacar a la presa de su escondite, algo tenía que estárseles acercando silenciosamente por delante. No un campo de minas arrojadas a velocidad terminal, sino otra cosa. Puede que algo peor, como una andanada de torpedos cargados.
—Um, humildemente sugiero realizar también escáner visual, señor.
—No hará que nos capten mejor —gruñó el capitán—. Ya saben dónde estamos.
Radar Dos:
—Señor, nada en masa. Nada a menos de dos segundos luz pordelante o por debajo. Pequeñas cantidades de restos orgánicos… pasamos a través de una fina nube de ellos en el punto intermedio uno y algo se quedó adherido al morro, pero ni rastro de escoltas o armas.
—Señor, todo despejado por delante —dijo el teniente Marek.
—Bien, siga mirando en ese caso. —Minsky se miró las manos. Las tenía juntas en el regazo, agarrotadas, con las venas hinchadas en el dorso, manos viejas, de vello fino y cada vez más gris en las muñecas—. ¿Cómo he llegado tan lejos? —se preguntó en silencio.
Su consola emitió un pitido.
—Llamada para usted, señor —dijo.
—Maldición. —Conectó la imagen. Era el comodoro Bauer.
—Estoy ocupado —dijo con voz tensa—. Lanzamiento de torpedos. ¿No puede esperar?
—Creo que no. Aquí pasa algo muy raro. ¿Por qué cree que no nos están disparando?
—Porque ya nos han disparado, solo que las balas no han llegado aún —dijo Minsky con los dientes apretados.
Bauer miró al capitán de la nave insignia por un momento, con un asentimiento sin palabras escrito en la cara.
—Sáquenos de aquí sin perder un instante, capitán. Ordenaré al resto del escuadrón que lo siga. Déme tanta delta-v como sea posible para escapar de esos… lo que sean.
Radar Dos:
—Tiempo para proximidad máxima de torpedo, ocho cero segundos. Señor. No hay señal de que el lobo uno o el dos hayan visto a los peces. Pero si utilizan cualquier cosa parecida a nuestros G-90, hace mucho que están al alcance de su radar.
—Comprendido. —Minsky se detuvo un instante. Algo lo carcomía por dentro, la desagradable sensación de que había olvidado alguna cosa. Ese pulso de neutrinos, eso era. Los neutrinos significan atracción nuclear fuerte. ¿Por qué no había destellos?—. Artillería, carguen veinte SEM-20 en cola, preparados para trayectoria de intercepción de corto alcance. Asumamos que vienen por detrás.
Volvió a mirar la pantalla pero el comodoro había colgado sin esperarle.
—Sí, señor. Pájaros cargados. —Helsingus parecía casi feliz bajando palancas y ajustando diales. Que Minsky recordara, era lo más parecido a la alegría que el adusto oficial de artillería había demostrado desde la desaparición de su perro—. Preparados a menos uno cero segundos.
—Timón. —Minsky hizo una pausa—. Preparado para ejecutar plan de exhalación a mi señal.
Una alarma saltó en la consola del radar.
—Permiso para informar, señor —empezó a decir el suboficial de guardia, pálido como un muerto—. He perdido a la Príncipe Vaclav.
Por toda la sala, se levantaron caras llenas de alarma.
—¿A qué se refiere con perdido? —le espetó Vulpis, olvidando el orden jerárquico operacional—. No se pierde un crucero pesado así como así…
—Señor, ha dejado de responder. Y también ha dejado de acelerar. Lo veo en la pantalla pero hay algo raro en él… —El operador de radar hizo una pausa—. Señor, no recibo una sola señal de la nave. Y está reflejando muchísima energía… Algo debe de haber desgarrado la parte delantera del revestimiento de su control de emisiones.
—Timón. Ejecute plan de exhalación —ordenó Minsky en el repentino silencio que siguió al informe.
—Sí, señor, ejecutando exhalación. —El teniente Vulpis empezó a apretar interruptores como un poseso.
Uno de los problemas fundamentales en el combate espacial es que si las cosas empiezan a torcerse, pueden hacerlo a velocidad de vértigo. Y, por si fuera poco, la catástrofe solo sería visible para una nave que se hubiera internado tanto en la esfera de alcance de misiles del enemigo que escapar le sería casi imposible. Minsky había simulado incontables veces aquella situación con Bauer y los demás oficiales. El resultado era exhalación. Era un plan horrible, y la única cosa que lo compensaba era que las alternativas eran aún peores. Algo acababa de atravesar noventa mil kilómetros y había destrozado un crucero pesado. No resultaba una completa sorpresa. A fin de cuentas, estaban allí para luchar. Pero es que no habían visto un solo misil, solo sus propios pájaros, restos y la fina llovizna de aquella “exfoliación” orgánica de las naves enemigas. Y, en modo activo, el lidar de la Lord Vanek era capaz de captar un misil a casi un segundo luz, trescientos mil kilómetros. Si el enemigo contaba con un arma de rayos capaz de destruir una nave a esa distancia, casi dos órdenes de magnitud por encima del alcance de sus propias armas de energía, es que ya estaban demasiado cerca. Lo único que podían hacer era dar media vuelta, acelerar a toda potencia y poner tierra de por medio antes de que el enemigo tuviera tiempo de responder.
Radar Dos:
—Intercepción de torpedo en cuatro cero segundos. Los lobos uno y dos mantienen su trayectoria. Su aceleración ha descendido a un g.
—Bueno, me alegro de saberlo, señor Helsingus. Le agradecería que fuera tan amable de preparar una cálida bienvenida a lo que quiera que nuestros amigos traten de enviar contra nosotros. No sé lo que le han hecho a la Príncipe Vaclav, pero no tengo la intención de darles tiempo para hacérnoslo a nosotros. Y si no les importa disculparme un momento, caballeros, tengo que hacer una llamada privada. —Se puso el casco auricular y bajó la palanca del sistema silencioso—. Comunicaciones, póngame con el comodoro. —Sonó una señal en los auriculares—. ¿Señor?
—¿Ha iniciado exhalación?
—Sí, señor. La Príncipe Vaclav…
El chirrido de la alarma de descompresión se clavó en sus oídos como un cuchillo.
—¿Es que no pueden darnos un momento de tranquilidad, maldición? —gritó Minsky—. ¡A los trajes! —Se quitó el casco auricular. Los oficiales y marineros corrieron al compartimiento de emergencia situado al fondo de la sala, se pusieron los equipos y regresaron a sus puestos mientras sus reemplazos imitaban su ejemplo. La sala de operaciones, junto con los principales centros nerviosos de la nave, había pasado a utilizar ya la energía de emergencia, pero Minsky no era de los que corren riesgos. No es que los trajes fueran a ofrecerles demasiada protección en combate, pero la descompresión era una amenaza por sí misma, una amenaza tan temida a bordo de una astronave como el fuego o la radiación Hawking—. Control de daños, informe —gruñó. Un oficial le entregó un traje al pasar. Se levantó, y se lo puso con lentitud, asegurándose de verificar por dos veces la pantalla de estatus.
—Humildemente informo sobre un importante descenso de la presión en la cubierta A, señor. Descompresión crítica, seguimos perdiendo aire. Ah… señor, humildemente informo de que el emisor de lidar del cuadrante tres parece haber sufrido daños.
—Asegúrese de que todo el mundo está en las zonas estancas. Artillería, Radar, ¿cuál es nuestra situación?
Radar Uno:
—Intercepción de torpedo en uno cinco segundos. El objetivo mantiene su curso y entrará en nuestra esfera de proximidad máxima durante dos cero segundos dentro de uno dos cero, y luego se quedará rezagado.
Helsingus asintió.
—Todos los tubos cargados —informó.
—Control de Daños: inspeccionen soporte vital y averigüen qué demonios está suelto.
—Ya lo tengo, señor. Se trata de una especie de contaminación. La fuente está situada en el interior del soporte vital uno: extrañas moléculas orgánicas, baja concentración. Además… eh, focos de incendio localizados. Casi todo en torno a la cubierta A. Hemos localizado los daños sufridos por la red lidar: se trata de la zona en la que chocamos con aquellos restos. Ah, tengo dieciséis bajas confirmadas. Un segmento de la cubierta dos ha perdido el casoc. Todos los muertos se encontraban allí en ese momento.
Artillería:
—Cinco segundos para la fase de ignición terminal de torpedo.
—Vamos a darles —dijo Helsingus—. Red a toda potencia.
—Sí, señor, aullido multiespectral total en proceso.
Helsingus se ladeó y murmuró algo al micrófono de su casco. Radar Uno contestó. Se produjo un mutuo ajuste de interruptores mientras el sistema de radar entregaba la prioridad de control a la enorme red de láseres en fase que envolvía la nave y a continuación, Helsingus y sus dos ayudantes empezaron a introducir instrucciones.
La Lord Vanek se movía ahora en ángulo recto con respecto a las dos naves enemigas y empezó a alejarse de sus dos silenciosos perseguidores a lomos de una torsión del espacio-tiempo. Los dos torpedos, con sus motores de fisión de agua salada, seguidos por una estela de brillantes chispas, aceleraron hacia las naves enemigas como un par de fuegos artificiales nucleares. En ese momento el denso mosaico de paneles que cubría gran parte de la superficie cilíndrica de la Lord Vanek empezó a resplandecer con la intensa pureza moteada de la luz láser. Apareció un millar de colores diferentes, fundiéndose y entrechocando y formando una brillante diadema de luz. Chorrearon megavatios y luego gigavatios de potencia y la epidermis de la nave empezó a arder como una bengala de magnesio direccional. El resplandor ganó intensidad y su mayor parte salió despedida en haces perfectamente controlados, lo bastante intensos para atravesar como un soplete una plancha de acero a mil kilómetros de distancia.
Simultáneamente, los motores de los torpedos incrementaron su potencia al máximo y los dos proyectiles salieron despedidos en un vuelo convulso para cubrir los últimos tres mil kilómetros que los separaban de las naves enemigas. A una velocidad diez veces superior a la de los misiles balísticos intercontinentales de la era pre-espacial, los cohetes se sacudían y cimbreaban para evitar la presumible acción de la defensa láser de proximidad y utilizaban sensores pasivos y complicados algoritmos de antipiratería para contener las no menos esperables contramedidas e interferencias del enemigo. Tardaron apenas treinta segundos en cubrir aquella distancia y descubrieron que la defensa de proximidad del enemigo era casi inexistente.
Desde la sala de operaciones de la Lord Vanek, el resultado fue muy poco dramático. Uno de los perseguidores desapareció sencillamente de la pantalla, reemplazado por una nube en expansión de restos y gases energizados por un punto de incandescencia mucho más brillante que cualquier explosión de fisión convencional. Con el casco de la nave reventado y los soportes del motor destrozados, el tanque de antimateria vertió su contenido en la sopa de hidrógeno metálico, lo que desencadenó una sucesión de reacciones subnucleares exóticas. Pero solo uno de los torpedos hizo blanco. Los otros once desaparecieron.
—Humildemente informo de que tenemos nuevos pulsos de neutrinos, señor —informó el operador del radar—. No proceden del que hemos abatido…
Minsky volvió la mirada hacia la pantalla principal.
—Control de daños. ¿Qué noticias hay de la cubierta A? —exigió—. Timón. ¿Todas las naves están realizando exhalación?
—La cubierta A sigue abierta al espacio, señor. He enviado un equipo de control, pero han dejado de contestar. La presión está descendiendo en el reciclador número cuatro. No hay señales de fugas al exterior. Um… tengo una caída de potencia importante en la red, señor, estamos perdiendo megavatios por algún sitio.
—El mensaje sobre exhalación se envió hace un minuto, señor. Hasta el momento todas las naves… —Vulpis maldijo—. ¡Señor! ¡La Kamchatka ha desaparecido!
—¿Dónde está, maldita sea? —Minsky se inclinó hacia delante.
—Otra caída de señales —exclamó radar—. De la… —el hombre hizo una pausa con los ojos llenos de terror— Kamchatka —concluyó. En la pantalla principal del puente, los vectores de las naves imperiales estaban aumentando de tamaño. Ya habían alcanzado los 300 k.p.s. y seguían creciendo de manera uniforme. El planeta objetivo ocupaba el centro de la pantalla, infinitamente fuera de su alcance.
Minsky lanzó una mirada de soslayo a su primer oficia. Ilya se la devolvió con aire temeroso.
—Con todo el respeto, señor, no están combatiendo de ninguna forma conocida…
Luces rojas. Sirenas ensordecedoras. Control de Daños gritando órdenes al micrófono.
—¡Estatus! —rugió Minsky—. ¿Qué está pasando, maldita sea?
—¡Caída de presión en el segmento uno de la cubierta B, señor! No hay lecturas en los segmentos tres de las cubiertas A a D. Grandes fluctuaciones de potencia, el distribuidor catorce del compartimiento D-nueve-cinco está ardiendo. Ah… tengo otro compartimiento abierto al espacio y un incendio en B-cuatro-cinco. No puedo conectar con control de daños en la cubierta B y en la cubierta C el caos se…
—Séllelo todo por encima de la cubierta F —le ordenó Minsky, completamente pálido—. ¡Ahora mismo! Artillería, preparen señuelos dos y tres para lanzamiento…
Pero ya era demasiado tarde para salvar la nave. Porque el enjambre de replicadores de tamaño bacteriano que habían chocado contra la cubierta A a 600 k.p.s —protegidos por un cascarón de diamante reforzado— y se habían abierto camino a través de cinco cubiertas de la nave devorando todo cuanto encontraban a su paso, estaban llegando al fin a las zonas de ingeniería. Y devorando, y reproduciéndose…
La voz de Vassily tenía un temblor nervioso y aterrado que habría resultado gracioso en otras circunstancias.
—¡Les arresto por sabotaje, traición, uso de tecnologías prohibidas sin licencia y colaboración con los enemigos de la Nueva República! ¡Ríndanse ahora mismo o será mucho peor!
—Cierre el pico y sujétese al respaldo de ese asiento a menos que quiera volver a casa andando. Martin, si no te importa echarle una mano… eso es. Tengo que cerrar esta escotilla.
Disgustada, Rachel miró a su alrededor. Había una vista preciosa. Estrellas por todas partes, un planeta terrestre colgado del firmamento, enorme y giboso, como una alucinación de mármol azul y blanco… y aquel chico idiota chillándole al oído. Mientras tanto, se aferraba con las dos manos a la parte inferior de la tapa de la cápsula y con los dos pies a la silla del piloto, tratando de mantenerlo todo junto. Tras sacar la cabeza por la escotilla y ver quién era el que se había sujetado a su antena de baja ganancia, había estado a punto de volver a entrar y encender los cohetes para soltarlo. Una punzada de rabia ciega le había hecho apretar los dientes con tal fuerza que un aterrado Martin le había preguntado si su traje tenía una fuga. Pero la roja neblina de la furia había desaparecido poco a poco, de modo que había sacado los brazos, había cogido a Vassily del codo y, de algún modo, había conseguido meter su inflado traje de emergencia por la escotilla.
—Voy a bajar —dijo. Tras introducir los muslos por detrás de la silla, cogió el cierre de la escotilla, lo bajó todo lo posible y lo colocó en posición. Debajo de ella, la cabina estaba abarrotada: era evidente que Vassily no sabía cómo quitarse de en medio y Martin estaba ocupado tratando de meter la pierna en la zona que le correspondía en su asiento para hacer sitio. Dio un tirón a su cable de seguridad y descendió hasta encontrarse de pie sobre el respaldo, y a continuación cogió la escotilla y terminó de cerrarla. Sintió la secuencia de sólidos crujidos de una docena de pequeños cierres que la aseguraron por completo.
—Muy bien. Piloto automático, sella la escotilla y luego vuelve a presurizar la cabina. Martin, por ahí no… eso es el baño, no creo que te convenga abrirlo ahora… Sí, esa es la taquilla que buscas. —Con un siseo, la cabina empezó a llenarse de aire por los conductos del techo. Un vapor blanco formó bancos de niebla que pasaron por la ventana principal—. Estupendo. Tú, escucha: no estás a bordo de una nave de Armada. Cierra el pico y te llevaremos al planeta. Sigue diciendo que estoy arrestada y puede que me canse y decida echarte por la borda.
—Humf.
Los ojos del joven procurador se abrieron como platos y su traje empezó a desinflarse. Detrás de los asientos, Martin gruñó mientras registraba el contenido de una de las taquillas.
—¿Es esto lo que quieres? —Entregó una hamaca enrollada a Rachel. Ella rodeó su asiento, colocó uno de sus extremos en la pared que había detrás y a continuación dejó que se desenrollara en dirección a Martin. Este salió de su nicho, estuvo a punto de darle una patada en la cabeza a su prisionero, y logró finalmente ajustar el otro extremo.
—Tú. Sal de ese traje. Súbete a esta hamaca. Como habrás podido comprobar, no tenemos demasiado espacio. —Apretó el interruptor de separación y el casco de su traje empezó a flotar libremente. Lo cogió y lo guardó detrás de su asiento, debajo de la hamaca—. Ahora podéis desvestiros vosotros.
Martin se quitó la mitad del traje, pero mantuvo las piernas y el abdomen en las desinfladas bolsas de plástico. Vassily salió flotando de su nicho forcejeando con la fláccida vejiga de su casco. Martin lo llevó hasta la hamaca y logró sacar su cabeza de la bolsa antes de que tuviera tiempo de inhalar.
—Estás… —Vassily se detuvo—. Eh… gracias.
—Ni se te ocurra pensar en hacer tonterías —le advirtió Rachel con tono sombrío—. El piloto automático solo responde a mi voz y ninguno de nosotros está especialmente deseoso de probar suerte con tus amigos.
—Eh… —Vassily inhaló profundamente—. Um… O sea… —Lanzó una mirada febril a su alrededor—. ¿Vamos a morir?
—No si yo tengo algo que decir al respecto —respondió Rachel con firmeza.
—¡Pero y las naves enemigas…! ¡Deben de estar…!
—Es el Festival. ¿Tienes la menor idea de lo que eso significa? —le preguntó Martin.
—Si sabían algo sobre ellos, tendrían que habérselo comunicado al estado mayor del almirante. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Por qué…?
—Es que sí se lo dijimos. Pero no nos escucharon —señaló Rachel.
Vassily se esforzó visiblemente por comprender. Al fin, le fue más fácil cambiar de tema que pensar lo impensable.
—¿Qué piensan hacer ahora?
—Bueno. —Rachel emitió un silbido entre dientes—. Personalmente, a mí me gustaría aterrizar este bote salvavidas en algún lugar cercano como, por ejemplo, Novy Petrograd, alquilar la suite nupcial del Hotel Crown, llenar la bañera de champaña y meterme en ella mientras Martin me da galletitas de pan negro con caviar. Sin embargo, tengo la impresión de que lo que vamos a hacer a partir de ahora depende más bien del Festival. Si Martin tiene razón…
—Puedes creerme —subrayó él.
—… las fuerzas de la Armada van a desaparecer en silencio y nunca se volverá a saber de ellas. Eso es lo que pasa cuando uno asume que todo el mundo juega con las mismas reglas. Por nuestra parte, seguiremos flotando por el espacio y luego encenderemos los motores para llevar a cabo un aterrizaje directo, mientras gritamos hasta desgañitarnos que somos neutrales. El Festival no es lo que piensan tus líderes, muchacho. Es una amenaza para la Nueva República, en eso llevaban razón, pero ellos no comprenden qué clase de amenaza ni cómo enfrentarse a ella. Si empiezan a disparar, solo conseguirán que responda de la misma manera y en eso es mejor que vuestros chicos.
—¡Pero nuestra Armada es buena! —insistió Vassily—. ¡Es la mejor que hay en un radio de veinte años luz! ¿Qué harían ustedes, so anarquistas? Si ni siquiera tienen gobierno, ¿cómo van a tener una flota?
Rachel se echó a reír en voz baja. Al cabo de un momento, Martin se unió a ella. Poco a poco, sus carcajadas fueron cobrando fuerza, hasta que resultaron ensordecedoras en aquel espacio confinado.
—¿Por qué se están riendo de mí? —inquirió Vassily, ultrajado.
—Mira. —Martin se volvió en su silla para poder clavar la mirada en el procurador—. Te has criado con esa teoría del gobierno fuerte, del derecho divino de la clase gobernante, de la conveniencia de una administración firme que patee los culos desnudos del proletariado urbano y todo lo demás. Pero ¿se te ha ocurrido que el sistema de la ONU también funciona y que lleva haciéndolo más del doble de tiempo que la Nueva República? Existe más de un modo de dirigir un circo, como creo que demuestra el Festival, y las jerarquías rígidas como la vuestra no aceptan el cambio con facilidad. El sistema de la ONU, al menos después de la Singularidad y la adopción de la inconstitución planetaria… —resopló—. Antes, los anarquistas marginales pensaban que la ONU era una especie de gobierno mundial cuasifascista. En los siglos XX y XXI, cuando los gobiernos fuertes estaban de moda porque toda la civilización planetaria estaba sufriendo un shock futurista a causa de la proximidad de la Singularidad. Sin embargo, después de que todo eso pasara… vaya, no quedaban demasiados gobiernos autoritarios y, además, cuanto más rígidos eran, peor pudieron enfrentarse a las consecuencias de perder las nueve décimas partes de su población de la noche a la mañana. Oh, y las cornucopias: no creo que sea agradable gestionar un banco central y descubrir una mañana que el noventa por ciento de la población que paga impuestos ha desaparecido y el resto cree que el dinero es algo obsoleto.
—Pero la ONU es un gobierno…
—No, no lo es —insistió Martin—. Es un foro de discusión. Empezó siento una organización surgida de un tratado, se convirtió en una burocracia y pasó a ser un agente garante de diversos acuerdos de comercio y normalización. Después de la Singularidad, fue reemplazada por los ingenieros de Internet. No es el gobierno de la Tierra, es solo la única reliquia superviviente de los gobiernos de la Tierra que vuestro gobierno puede reconocer. Una agencia que hace trabajos por el bien común, cosa que todo el mundo puede suscribir. Programas de vacunación a escala mundial, acuerdos de comercio con gobiernos extrasolares, medidas de alivio en caso de desastres importantes, cosas de esas. La cuestión es que, en general, la ONU no hace nada. No tiene política exterior, es solo una cabeza en un palo para que vosotros los políticos podáis desvariar. Algunas veces, algo o alguien utiliza la ONU cuando quiere resultar creíble, pero tratar de conseguir una votación unánime en el Consejo de Seguridad es como tener un rebaño de gatos.
—Pero vosotros… —Vassily hizo una pausa. Miró a Rachel.
—Le dije a tu almirante que el Festival no era humano —dijo con voz cansada—. Me dio las gracias y siguió preparando los planes de ataque. Por esa razón van a morir todos muy pronto. A tu gente le falta flexibilidad. Ni siquiera tratar de llevar a cabo una violación de la causalidad sin mucha importancia, aunque espantosamente ilegal, fue una respuesta demasiado original. —Sorbió por la nariz—. Pensaron que llegarían una semana después que el Festival, siguiendo esa absurda senda temporal “para evitar los campos de minas e interceptores”. Como si el Escatón no fuera a darse cuenta y como si el Festival no fuera más que otro puñado de primitivos con bombas atómicas.
Una luz roja empezó a parpadear en la consola que tenía delante.
—Oh, mira —dijo Martin.
—Está empezando. Será mejor que te abroches el cinturón… estamos demasiado cerca.
—No entiendo. ¿Qué pasa?
Martin alargó los brazos para ajustar una pequeña lente montada en el techo de la cabina y a continuación giró la cabeza.
—¿Sabes hacer juegos malabares, chico?
—No. ¿Por qué?
Martin señaló la pantalla.
—Naves espinales. O anticuerpos. Sistemas subsentientes manejados por control remoto y armados con… uh, no creo que quieras saberlo. Devoradores y morfos y otras cosas. Nanomaquinitas hambrientas y malvadas. Limo gris, en otras palabras.
—Oh. —Vassily parecía enfermo—. Quieres decir que van a…
—Salir al encuentro de vuestra flota y olisquearla un poco, según parece. Por desgracia, no creo que el comodoro Bauer se dé cuenta de que si no empieza a hacer ruidos amistosos, van a morir todos. Sigue pensando que es una batalla, de las que se libran con misiles y cañones. Si deciden hablar… bueno, el Festival es infóvoro. Estamos perfectamente a salvo mientras podamos mantenerlo entretenido y no lo ataquemos. Por suerte, no comprende el humor. Le fascina pero no termina de comprenderlo. Mientras lo mantengamos entretenido, no nos devorará. Hasta puede que logremos llegar a un acuerdo que nos saque de la red de los Saltadores y nos permita aterrizar sanos y salvos. —Extendió las manos hacia la bolsa de equipo que había sacado de la taquilla situada detrás de los asientos—. Preparado para iniciar la transmisión, Rachel. Toma, chico, ponte esto. Empieza el espectáculo.
La nariz roja que flotaba en el aire delante de Vassily parecía estar mofándose de él.