Confesiones

La Lord Vanek aceleraba a una económica tasa de dos g, utilizando el núcleo de su motor para curvar el espacio-tiempo frente a sí y convertirlo en un valle por el que se deslizaba con facilidad sin imponer un estrés dañino a la tripulación ni a la maquinaria. Costaba mucho poner en movimiento noventa y dos mil toneladas de nave (con un agujero negro de ocho mil millones de toneladas en su centro), pero una vez conseguido, podían llegar muy deprisa a cualquier parte. Tardaría varios días en cruzar el vasto abismo que separaba el emplazamiento de la Lord Vanek del primer punto de salto del trayecto de regreso en su travesía temporal, pero eso no era nada comparado con los años que las primeras sondas de la humanidad habían tardado en salvar distancias similares.

Las naves de la flota apenas se habían alejado veinte años luz de la Nueva República, pero en el proceso habían adelantado cuatro mil años zigzagueando entre las dos solitarias componentes de un sistema binario, en un intento por esquivar cualquier equipo de vigilancia de larga duración que el Festival hubiera podido colocar para esperarlos. La componente espacial del viaje no tardaría en comenzar, con una travesía a un sistema similar situado no muy lejos del Planeta de Rochard. A continuación la flota describiría una trayectoria insólita para regresar al pasado de su propio mundo sin cruzarse en ningún momento con la de su punto de origen.

Por el camino, las naves de aprovisionamiento repondrían a intervalos regulares las provisiones consumibles de las naves, el aire, el agua y la comida. No menos de ocho naves mercantes quedarían completamente vacías y serían abandonadas en el espacio para siempre. Sus tripulaciones se unirían a las de las demás embarcaciones. El viaje supondría una tensión casi insoportable para el sistema logístico de la Armada: algo tendría que resentirse y, de hecho, el presupuesto de un año entero para construcción de naves se dedicaría exclusivamente a costear el aprovisionamiento de aquella operación.

Mientras viajaban entre salto y salto, las naves hacían maniobras constantes. Impulsos de lidar sondeaban el espacio profundo más allá de las heliopausas mientras los oficiales de un escuadrón elaboraban planes de ataque contra las naves del otro. Se calculaban las trayectorias de misiles y torpedos y los planes de fuego láser se introducían en los incansables engranajes de miles de motores analíticos. Buscar naves a largas distancias era complicado porque no emitían demasiada energía susceptible de ser detectada. El radar era inútil: para producir la energía necesaria para conseguir un retorno, la Lord Vanek hubiera tenido que producir tanto calor residual que su tripulación se hubiera quemado viva. En aquellas circunstancias, solo sus vastos paneles de radiación, extendidos hacia las estrellas y ahora calentados casi hasta el rojo vivo, le permitían operar con el lidar a alta intensidad durante cortos períodos de tiempo (el vacío es el aislante más eficaz y los sensores activos capaces de recorrer miles de millones de kilómetros se calientan con facilidad).

Martin Springfield no sabía nada de todo esto. Tendido en su celda, había pasado los dos últimos días sumido en un hastío abatido, alternando entre la depresión y un optimismo cauteloso. Sigo vivo, pensaba. Y luego: No por mucho tiempo. ¡Si hubiera algo que él pudiera hacer! Pero a bordo de una astronave, no había donde huir. Era lo bastante realista como para comprender esto: si sus carceleros se quedaban sin opciones, estaba muerto. Solo podía albergar la esperanza de que no hubieran averiguado lo que había hecho, y lo pusieran en libertad para no enemistarse con el astillero.

Una tarde estaba sentado en su camastro cuando se abrió la puerta. Levantó la mirada al instante, esperando encontrarse con Sauer o con el espeluznante cachorro del Conservador. Se le abrieron los ojos como platos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Una visita. ¿Te importa si me siento? Asintió, incómodo. Rachel se sentó en la esquina del camastro.

Llevaba un sencillo mono negro y se había recogido el pelo a la espalda en una austera coleta. Se comportaba de forma diferente, casi relajada.

No se trataba de un disfraz, comprendió: no estaba interpretando el papel de mujer de virtud fácil, el de diplomática enviada a una república bananera ni ningún otro. Estaba siendo ella misma: una figura formidable.

—Creía que te habrían encerrado también a ti —le dijo.

—Si, bueno… —Parecía distraída—. Un momento. —Consultó su reloj de pulsera—. Ah. —Se inclinó hacia el extremo de la cama en el que estaba sentado Martin y colocó algo pequeño y metálico sobre él.

—Ya había anulado los micros —dijo Martin—. No van a oír mucho.

Rachel lo fulminó con la mirada.

—Gracias por nada.

—¿Qué…?

—Quiero la verdad —dijo sencillamente—. Me has estado mintiendo. Quiero saber por qué.

—Oh. —Trató de no encogerse. La expresión de Rachel era tan controlada que parecía antinatural, la calma que precede a la tormenta.

—Solo tienes una oportunidad para decirme la verdad —dijo, utilizando un tono de voz prosaico y tranquilo, desmentido por un leve temblor—. No creo que sepan que estás mintiendo, pero cuando regresemos… bueno, no son idiotas y tú no haces otra cosa que meterte más en la mierda. La Oficina del Conservador estará vigilando. Si actúas de forma culpable, el muchacho llegará a la única conclusión plausible.

Martin suspiró.

—¿Y si esa conclusión es correcta? ¿Y si soy culpable? —preguntó.

—Confiaba en ti —dijo ella con voz neutra—. Como creía que eras. No como un jugador. No me gusta que me mientan, Martin. Ni en mi trabajo ni en mi vida personal.

—Bueno. —Contempló el diminuto emisor de interferencias que ella había colocado en la almohada. Era más fácil que afrontar su rabia y su dolor—. Si te dijera que me aseguraron que se trataba del astillero, ¿estarías satisfecha?

—No. —Sacudió la cabeza—. Además, no eres tan tonto como para tragarte una historia como esa. —Apartó la mirada—. No me gusta que me mientan.

La miró. Rachel era una profesional de primera, no como los penosos aficionados de la Nueva República. Seguro que tenía reflejos de análisis de voz, detectores de mentiras y un sinfín de aparatos más apuntándolo. Si es que había pasado a ser una cuestión de negocios y ella no le había dado por perdido del todo. En caso contrario… bueno, no podía culparla por estar furiosa con él. Si él estuviera en su lugar, también estaría resentido. Y dolido.

—A mí no me gusta mentir —dijo, cosa que era muy cierta—. No sin una razón muy importante —admitió. Rachel aspiró profundamente y apretó los puños.

—Aquí soy lo más parecido a un abogado que vas a poder encontrar, Martin. Soy el representante más cercano de tu gobierno… de lo que ellos creen que es tu gobierno, en un radio de cuatro mil años y doscientos años luz. A pesar de que son unos atrasados medievales, tienen un sistema de gobierno garantista y me permiten visitarte como tu abogada. Si tu caso se presenta frente a una corte marcial podré defenderte porque eres un civil y si no, tal vez pueda amortiguar el golpe. Pero solo si me lo cuentas todo, para que pueda saber lo que estoy defendiendo.

—No puedo hablar de ello —dijo, incómodo. Levantó su libro, casi como si quisiera esconder su culpable consciencia tras él—. No se me permite. Pensaba que precisamente tú lo comprenderías.

—Escucha. —Rachel le dirigió una mirada furiosa—. ¿Recuerdas lo que te dije sobre la confianza? Estoy realmente decepcionada. Porque yo sí confiaba en ti y me parece que has traicionado esa confianza. Tal como están las cosas, voy a tener que trabajar mucho para poder bajar tu culo del gancho en el que lo has colgado, o al menos conseguir que salgas de aquí con vida. Pero antes de hacerlo, quiero saber sobre qué me has estado mintiendo.

Se puso en pie y siguió hablando.

—Soy una idiota. Y una idiota condenada por confiar en ti, y una idiota aún peor por mezclarme contigo. ¡Joder, soy una idiota muy poco profesional! Pero te lo voy a preguntar de nuevo y espero que me respondas sinceramente. Hay muchas vidas en juego esta vez, Martin, porque no se trata de ningún juego. ¿Para quién coño estás trabajando?

Martin guardó silencio un momento, confundido por la mareante sensación de que los acontecimientos estaban escapando a su control. No puedo decírselo, ni puedo dejar de decírselo… Levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de ella por vez primera. Fue la expresión dolida de Rachel lo que lo convenció: por mucho que tratara de justificarse, no podría dormir aquella noche si permitía que siguiera sintiéndose así. Traicionada por la única persona en la que podía confiar en un radio de varios años luz. Un momento de renuncia al profesionalismo se merecía otro como respuesta. Cuando empezó a hablar tenía la boca seca y torpe.

—Trabajo para el Escatón. Rachel se sentó pesadamente y los ojos se le abrieron como platos de pura incredulidad. —¿Qué?

Se encogió de hombros.

—¿Crees que el Escatón solo responde a los problemas tirándoles piedras? —preguntó.

—¿Estás bromeando?

—No. —Notaba el sabor de la bilis en el fondo de la garganta—. Y creo en lo que estoy haciendo, o no estaría aquí en este momento, ¿no? Porque en efecto, la alternativa es tirar una piedra de tamaño planetario sobre el problema. Para el Escatón es más fácil. Y además hace mucho ruido. Asusta a la gente. Pero en realidad… casi siempre, al E el gusta más resolver los problemas de manera discreta, utilizando a tipos como yo.

—¿Cuánto hace?

—Unos veinte años. —Volvió a encogerse de hombros—. Eso es todo lo que hay.

—¿Por qué? —Enterró las manos en las rodillas, las juntó y las apretó con fuerza y le dirigió una mirada con una expresión miserable y confusa en el rostro.

—Porque… —Trató de ordenar sus dispersos pensamientos—. Créeme, el Escatón prefiere que sea la gente la que haga el trabajo. Le ahorra a todo el mundo un montón de problemas. Pero una vez que la flota se puso en marcha y no conseguiste convencerlos, dejó de haber alternativa. No creerías que después de preparar los prerrequisitos para un bucle temporal cerrado no llevarían el plan a su conclusión lógica. —Aspiró profundamente—. Esta es la clase de trabajo que hago. Soy el fontanero que acude cuando el Escatón quiere que se repare una fuga con discreción.

—Quieres decir que eres un agente.

—Sí —asintió—. Como tú.

—Como yo. —Emitió una especie de graznido que, a juzgar por como sonaba, posiblemente hubiese pretendido ser una carcajada—. Mierda, Martin, no es esto lo que esperaba oír.

—Ojalá no hubiera pasado. Especialmente con… vaya, con nosotros. En medio.

—Lo mismo digo, con toda el alma —dijo con voz temblorosa—. ¿Eso era todo?

—¿Qué si era todo? Te prometo que es todo lo que te estaba ocultando.

Una pausa prolongada.

—Muy bien. ¿Fue… ah… puramente profesional?

Martin asintió.

—Sí. —La miró—. No me gusta mentir. Y no he mentido, ni te he ocultado la verdad, sobre nada más. Te lo prometo.

—Oh. Vale. —Aspiró hondo y esbozó una sonrisa cansada. Parecía al mismo tiempo divertida y aliviada.

—Te ha sentado muy mal, ¿no? —le preguntó.

—Oh, podría decirse así —dijo ella con marcado sarcasmo.

—Um. —Le ofreció la mano—. Lo siento. De veras.

—Disculpas aceptadas… con condiciones. —Le estrechó la mano, brevemente, y a continuación la soltó—. Y ahora, ¿vas a contarme lo que tiene previsto el Escatón para nosotros?

—Sí, hasta donde yo sé. Pero tengo que advertirte que no se trata de buenas noticias. Si no conseguimos escapar de esta nave antes de que llegue, lo más probable es que muramos…

El viaje en el tiempo desestabiliza la historia.

La historia es hija de la contingencia. Tantísimos acontecimientos dependen de un malentendido crítico o un encuentro transitorio que hasta el apócrifo batir de las alas de una mariposa es capaz de provocar a corto plazo una tormenta. Un solo telegrama malinterpretado en 1917 permitió que la revolución bolchevique se convirtiera en una posibilidad. En 1958, un solo espía alargó la Guerra Fría una década más. Y sin ambos acontecimientos, ¿podría haber llegado a existir un ser como el Escatón?

Por supuesto, en un universo que permite el viaje en el tiempo, la propia historia se vuelve inestable… y el equilibrio solo puede restaurarse cuando el diabólico mecanismo se edita fuera del retablo de los acontecimientos. Pero este es un magro consuelo para los trillones de entidades que dejan de existir al paso de una tormenta temporal desatada.

No resulta demasiado sorprendente que, cada vez que aparecen seres inteligentes en un universo de estas características, traten de utilizar curvas temporales cerradas para prevenir su propia extinción. Si el viaje superluminico es posible, la relatividad general nos dice que es equivalente al viaje en el tiempo. Y esta equivalencia convierte las tecnologías de la aniquilación total en algo aterradoramente accesible. Las organizaciones pequeñas y estúpidas como la Nueva República tratan de utilizarlas para obtener pequeñas ventajas sobre sus contemporáneos y rivales. Los grandes, vastos y fríos intelectos tratan de moldear el universo en la forma que les sea más propicia. Su intervención puede adoptar formas sencillas, como tratar de impedir que sus enemigos los borren del registro de la historia estable, o pueden en cambio ser muy sofisticadas, como una actuación en los momentos más tempranos del big bang, antes de que el campo de Higgs decayese y derivase en las fuerzas fundamentales diferenciadas que cimentan el universo a fin de asegurar el número preciso de constantes que permiten la existencia de la vida.

Este no es el único universo: ni de lejos. Ni siquiera es el único en el que existe vida. Como organismos vivos, los universos existen en equilibrio sobre el borde del caos, pequeñas burbujas de ur-espacio retorcido que se separan y se hinchan, expandiéndose y enfriándose, dando luz a otras burbujas de espacio-tiempo condensado al cabo de un tiempo: un jardín de cristales hiperdimensionales lleno de árboles extraños que dan frutos aún más extraños.

Pero los demás universos no nos sirven de mucho. Hay demasiadas variables en la mezcla. Cuando el estallido inicial de energía que marca el nacimiento de un universo se enfría, la fuerza que impulsa su inicial expansión se vuelve tenue y a continuación se divide en una compleja mezcolanza de otras fuerzas. La constante que determina su mutua relación se establece de forma aleatoria, al azar. Existen universos con solo dos fuerzas; en otros hay miles (el nuestro tiene cinco). Existen universos en los que los electrones son numerosísimos: la fusión nuclear es tan sencilla que la era de la formación de las estrellas termina menos de un millón de nuestros años después del big bang. La química no es fácil allí y mucho antes de que la vida haya tenido tiempo de evolucionar, estos universos no contienen otra cosa que púlsares en proceso de enfriamiento y agujeros negros, la chatarra de la creación que ha topado con un fin prematuro.

Existen universos en los que los fotones tienen masa y otros en los que hay tan poca masa que es imposible que se colapsen sobre sí mismos al final de los tiempos. Hay, de hecho, infinitud de universos ahí fuera y en algunos de ellos aparece vida inteligente. Pero aparte de esto, es posible que nunca sepamos nada. El viaje entre los universos es casi imposible: la materia que es estable en uno podría no serlo en otro. Así que, atrapados en nuestra pequeña pecera de espacio vagamos flotando por el jardín de cristal de los universos… y las inteligencias que viven con nosotros, criaturas como el Escatón, hacen lo que está en su mano para impedir que sus vecinos menos inteligentes rompan la pecera desde dentro.

El hombre de gris le había explicado todo esto a Martin con gran lujo de detalles, dieciocho años atrás.

—El Escatón tiene gran interés en mantener la integridad de la línea temporal del mundo —había dicho—. Y también les interesa a ustedes. Una vez que la gente empieza a entrometerse en las más arcanas paradojas causales, pueden producirse efectos colaterales destructivos de todas clases. El Escatón es tan vulnerable a esto como cualquiera: él no creó este lugar, ¿sabe? Solo quiere vivir en él con el resto de nosotros. Puede que sea una inteligencia colosalmente sobrehumana o una suma de inteligencias, puede que tenga a su disposición recursos que nosotros ni siquiera podemos alcanzar a comprender, pero podría ser destruido con enorme facilidad. Unas pocas armas nucleares en los lugares precisos, antes de que alcanzara consciencia a partir de las redes pre-Singularidad del siglo XXI. Sin el Escatón, probablemente la especie humana se hubiera extinguido a estas alturas. La epistemología no sirve para pagar las facturas —señaló Martin con voz seca—. Si espera que haga algo peligroso…

—Somos conscientes de ello. —El hombre de gris asintió—. Necesitamos que se hagan ciertas cosas y algunas de ellas no serán del todo seguras. La mayor parte del tiempo no tendrá más que tomar nota de ciertas cosas e informarnos sobre ellas… pero, ocasionalmente, si existe una amenaza seria, puede que se le pida que actúe. Por lo general de formas sutiles, imposibles de detectar, pero siempre con riesgo para usted. Sin embargo, hay compensaciones…

—Descríbalas. —En este momento, Martin dejó en la barra su bebida sin terminar.

—Mi patrocinador está dispuesto a pagarle muy bien. Y como parte del pago… podemos facilitarle las cosas si desea recibir tratamiento de prolongación y licencia de residencia continuada. —La tecnología de extensión de la vida, que en la práctica permitía el aumento de las expectativas de vida de forma ilimitada a partir de los 160 años, era eminentemente práctica y estaba disponible en los mundos más avanzados. Asimismo, estaba sometida a más controles que cualquier otro procedimiento médico. El sistema de controles y licencias era una reliquia del Exceso, el breve período del siglo XXI en el que la población de la Tierra había excedido la marca de los diez mil millones (antes de la Singularidad, cuando el Escatón se elevó por encima de la inteligencia meramente humana y rescribió a su gusto el manual de instrucciones). Los efectos secundarios de la superpoblación todavía los estaba pagando el planeta y la respuesta era una legislación a prueba de bombas: si querías vivir más allá de lo que determinaba la naturaleza, debías demostrar algún mérito especial, alguna razón por la que se te debía permitir seguir vivo. O bien podías someterte a los tratamientos y emigrar. Había pocas leyes que obedecieran todas las fracturadas tribus y culturas y compañías de la Tierra, pero por el bien de todos, esta era una de ellas. Una oferta de exención por obra y gracia de la discreta intervención del Escatón…

—¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo? —preguntó Martin.

—Hasta mañana. —El hombre de gris consultó su cuaderno—. Un sueldo de diez mil al año. Otros diez mil como bonificación si se le pide que haga algo. Y una exención por estatus esencial frente al comité de población. Y por encima de todo, estará ayudando usted a proteger a la humanidad en su conjunto de las acciones de algunos de sus miembros más inmoderados… por no decir estúpidos. ¿Le apetece otro trago?

—Está bien —dijo Martin. ¿Están dispuestos a pagarme? ¿Por hacer algo para lo que me presentaría voluntario? Se puso en pie—. No necesito otro día para pensarlo. Cuenten conmigo.

El hombre de gris sonrió sin alegría.

—Me aseguraron que diría eso.

El equipo oro estaba en alerta máxima. Ni una sola cabeza se movió cuando se abrió la puerta y entró el capitán Mirsky, seguido por el comodoro Bauer y su estado mayor.

—Comandante Murametz, informe, por favor.

—Sí, señor. Tiempo para transición de salto, tres cero cero segundos. Trayectoria de localización confirmada, señales operativas. Todos los sistemas funcionando a un nivel de operatividad aceptable para el plan de combate C. Estamos preparados para entrar en alerta de combate en cuanto usted lo ordene, señor.

Mirsky asintió.

—Caballeros, procedan de acuerdo a las órdenes. —El Comodoro asintió y ordenó en voz baja a su adjunto que tomara notas. Por toda la nave empezaron a sonar sirenas. El ruido de los marineros que corrían a sus puestos no atravesaba los mamparos pero a pesar de todo se mascaba la tensión en el ambiente. Por toda la sala, en los diferentes puestos, los oficiales empezaron a mantener conversaciones en voz baja con los circuitos tácticos cerrados.

—Preparados para el salto en dos cero cero segundos —informó Relativística.

Rachel Mansour, ataviada con su uniforme de inspectora de desarme y sentada incómodamente cerca de una de las paredes, estaba estudiando la abigarrada consola de instrumentos de un suboficial. Palancas de bronce y diodos de emisión de luz que despedían una barroca iluminación roja brillaban frente a sus ojos. Una cabeza de perro hecha de peltre ladraba silenciosamente desde un interruptor de aislamiento. Alguien había pasado media hora lustrando las tallas hasta conseguir que emitieran el brillo suave de la mantequilla. Era una amarga ironía contemplar tanto arte en un lugar consagrado a la guerra. La situación era, pensó, repulsiva en no poca medida y encontrar en ella algo hermoso, aun remotamente, solo contribuía a empeorar las cosas.

El Festival: de todas las cosas estúpidas que la Nueva República podía escoger para atacar, el Festival era la peor. Había hablado con Martin de él y entre la información que los dos poseían habían llegado a conclusiones aterradoras.

—Herman se mostraba muy reservado sobre el Festival, cosa rara en él —había admitido Martin—. Normalmente me da mucha información. Cada palabra significa algo. Pero es como si no quisiera decir gran cosa sobre el Festival. Son… él los llamó… eh, fábricas de osciladores deslizantes. No sé si conoces Vida…

—¿Autómatas celulares, el juego?

—Ese mismo. Los osciladores deslizantes son autómatas celulares móviles. Existen algunas estructuras vivas complejas que se recrean a sí mismas o a estructuras celulares más sencillas. Un oscilador deslizante es una de ellas, bastante extraña. Periódicamente se compacta hasta convertirse en un sistema móvil muy denso que migra por la rejilla durante un par de cientos de cuadrados y luego se divide en dos copias que a continuación vuelven a compactarse y emigran en direcciones diferentes. Herman dice que son algo parecido pero en el espacio real: los llamó robots de Boyce-Tipler. Sondas interestelares autorreplicantes que viajan a velocidades infralumínicas y que son enviadas por todo el universo a recoger información que luego reenvían a un centro. Solo que el Festival no es una flota de robots estúpidos. Lleva procesadores de carga de datos, miles de mentes cargadas capaces de operar a una velocidad increíble cuando cuentan con recursos y que se almacenan en sistemas latentes durante los viajes largos.

Rachel se había estremecido ligeramente al oírlo y él, malinterpretando la causa de su malestar, la había abrazado. Ella no se había resistido, pues no quería que se diera cuenta de que la había perturbado. Ya se había encontrado con mentes cargadas en otras ocasiones. La primera generación de ellas, recién salidas del universo de los títeres de carne, no suponían un problema: fueron sus descendientes los que la inquietaron. Nacidas —si podía decirse así— en un entorno virtual, divergían rápidamente de cualquier norma de humanidad que ella pudiera ver. Y, lo que era más serio, su comprensión del mundo era incompleta. No pasaba nada siempre que no tuvieran que interactuar con él, pero cuando lo hacían, utilizaban nanosistemas avanzados para crear miembros y algunas veces, accidentalmente, rompían cosas. Planetas, por ejemplo.

No lo hacían con malicia intencionada. Simplemente, maduraban en un entorno en el que la información no desaparecía a menos que alguien lo quisiera, en el que la muerte y la destrucción eran reversibles, en el que las varitas mágicas funcionaban y las alucinaciones eran peligrosas. El universo de verdad se regía por reglas diferentes, reglas de las que sus horrorizados antepasados habían huido tan pronto como los procesos para trasladar la mente a redes informáticas distribuidas habían estado disponibles.

El Festival parecía un problema serio. Por un lado, una civilización cargada acostumbrada a la omnipotencia en su propio universo particular había decidido sin que mediara una razón obvia ir a hacer turismo por la galaxia. Por otro, una maquinaria física de vasta sutileza y poder estaba a su disposición en cada puerto al que arribaba. Por ejemplo, los robots arbusto: tomemos un árbol de frondas con varias ramas. Cada rama se divide en su extremo en otras dos la mitad de grandes, conectadas por articulaciones flexibles. Repitamos el proceso hasta el nivel molecular, donde cada rama termina en un nanomanipulador. El resultado es una neblina plateada con un núcleo en forma de pesa que emite luz coherente, es capaz de cambiar de forma, desmantelar y reensamblar objetos físicos a voluntad… capaz de reconstruir casi cualquier cosa desde la escala atómica para convertirlo en cualquier objeto físico que desee. Los robots arbusto eran la infantería definitiva. Si les disparabas, se comían las balas, las convertían en más ramas y te daban las gracias por el metal.

—Me preocupa lo que pasará cuando lleguemos —admitió Martin. Se retorcía las manos mientras hablaba, como si subconscientemente quisiera subrayar sus palabras—. No creo que los hombres de la Nueva República sean capaces de comprender de verdad lo que está pasando. Ellos solo ven un ataque y puedo comprender por qué: el Festival ha destruido la economía social y política de una de sus colonias tan exhaustivamente como si hubiera bombardeado el lugar con bombas nucleares desde la órbita. Pero lo que no soy capaz de ver es una posibilidad para el acuerdo. En este asunto no hay posibles puntos en común. ¿Qué quiere el Festival? ¿Qué haría falta para que se marcharan y dejaran tranquila la Nueva República?

—Creía que no te gustaba la Nueva República —lo desafió Rachel.

Hizo una mueca.

—¿Y a ti sí? No me gusta su sistema y ellos lo saben. Por esa razón estoy aquí sentado en lugar de en mi camarote o en la cubierta de ingeniería. Pero —se encogió de hombros—. Su sistema social es una cosa, y la gente es gente en todas partes, gente que trata de salir adelante en este loco universo. No me gustan como individuos pero eso no quiere decir que me tenga que gustar que mueran. No son monstruos y no se merecen lo que se les viene encima. La vida no es justa, ¿verdad?

—Tú has aportado tu granito de arena para hacerla así.

—Sí. —Bajó la mirada al suelo y la clavó intensamente en algo invisible para ella—. Ojalá hubiera una alternativa. Pero Herman no puede permitir que se salgan con la suya. O la causalidad es una ley sólida o… las cosas se derrumban. Es mucho mejor que su maniobra fracase completamente, de modo que el viaje en su conjunto parezca una chapuza absurda, que permitir que triunfe y aliente a futuros aventureros a tratar de utilizar el viaje en el tiempo para atacar a sus enemigos.

—¿Y si te azotan en el mástil mientras la nave se encamina al remolino?

—Nunca he dicho que fuera omnisciente. Herman dijo que trataría de sacarme de aquí si tenía éxito. Ojalá supiera en qué estaba pensando. ¿Cuáles son tus opciones?

Ella frunció los labios.

—Puede que ese tal Herman sobornara a mi jefe… Me enseñó a no viajar nunca por el mar sin un bote salvavidas. Martin soltó un bufido. A todas luces había malinterpretado sus palabras.

—Bueno, dicen que el capitán siempre se hunde con la nave. ¡Es una pena que nunca mencionen a los esclavos negros que se hunden en la sala de máquinas!

Un anuncio procedente del puente devolvió a Rachel al presente:

—Salto en uno cero cero segundos.

—Estatus, por favor —dijo el comandante Murametz. Todos los puestos respondieron en orden. Todo estaba marchando como la seda—. ¿Tiempo para la transición?

—Cuatro cero segundos. Spin del núcleo en proceso. Vaciado de masa negativa en proceso. —A mucha distancia bajo sus pies, la masiva singularidad que alojaba el núcleo del sistema de impulso estaba devanándose, liberando momento angular al vacío energético que era la base del espacio-tiempo. No hubo vibración ni sensación de movimiento: ni podía haberlas. El spin, en el contexto de un motor espacial, era una propiedad de zonas curvadas del espacio y no tenía nada que ver con la materia tal como la entendía la mayoría de la gente.

—Comandante Murametz, proceda. —El capitán se enderezó, con lasmanos juntas en la espalda—. Comodoro, con su permiso…

Bauer asintió.

—Proceda según su iniciativa. —Transición en proceso… Preparados. Marco de referencia establecido.

—No hay obstrucciones —informó Radar Uno—. Um, parece que estamos preparados.

—Uno cero g, línea recta hacia la primaria —dijo Ilya. Parecía casi aburrido. Solo en los últimos tres días, habían repetido aquello mismo una docena de veces—. Confirme fijado de posición y a continuación lleve a cabo una exploración pasiva. Perfil estándar.

—Sí, señor. Navegación lo confirma. Posición estelar fijada. Sí, estamos bastante más cerca que la última vez. Veo el chorro de calor residual de la Canciller Romanoff; han pasado. —Era una buena noticia. Aun a diez g de aceleración constante, se podían tardar horas e incluso días en corregir un error de un par de unidades astronómicas—. No hay nada más a la vista.

—En tal caso lance una emisión de lidar. Discontinua, si es tan amable, frontal nueve cero grados.

—Iniciando emisión… ya. Perfil regular. —La pantalla principal de la simulación mostró cómo se vertían varios megavatios de luz láser a las profundidades del espacio, radiación ultravioleta dura en su mayor parte, marcada con los impulsos regulares del reloj de la nave—. Fin de la exploración. Lidar apagado.

Radar Dos: —¡Recibo una respuesta! Distancia… ¡Santo padre! ¡Señor, estamos casi encima de ellos! Distancia seis cero K-kilómetros. ¡Parece metal!

Bauer sonrió como un tiburón.

—Timonel: potencia máxima en uno cero segundos. Curso más uno cero menos cuatro cero.

—Sí, señor. Cambiando curso a más uno cero menos cuatro cero. Dos uno uno g ascendiendo en cinco… tres… ahora. —Al igual que la mayoría de las potencias regionales, la Armada de la Nueva República había adoptado la g estándar de la Tierra: diez metros por segundo cuadrado. A toda potencia, la Lord Vanek podía pasar de la inmovilidad a una velocidad de escape planetario en menos de sesenta segundos. Sin una medida de delicado equilibrio, el intercambio de spin del núcleo por la curvatura del espacio que rodeaba a la nave, la tripulación sería aplastada contra el suelo. Pero llevar un núcleo como aquel tenía su precio: un misil impulsado por un motor de fusión, con una velocidad de crucero inferior a la de la luz, podía, a corto alcance, superar en velocidad y en maniobrabilidad a una nave lastrada con el peso de una montaña.

—Radar, déme algunos detalles sobre esa señal. —Minsky se inclinó hacia delante.

—Sí, señor. —En la pantalla delantera apareció una trayectoria. Rachel enfocó la mirada en las lecturas, mirando por encima de las protuberancias cubiertas de cicatrices de navaja que el suboficial Borisovitch tenía en el cráneo—. Confirmando…

Radar Dos: —¡Más contactos! ¡Repito: tengo múltiples contactos!

—¿A qué distancia? —preguntó el capitán.

—Están… ¡Demasiado cerca! Señor, son muy tenues. De hecho, la red de análisis ha necesitado varios segundos para captarlas. Tienen que ser emisores de cuerpo negro con características sigilosas. Distancia nueve cero K, uno punto tres M, siete M, otra a dos cinco cero K… ¡Estamos en medio de ellas!

Rachel cerró los ojos. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras pensaba en pequeñas factorías robóticas, replicadores, un enjambre de armas autorreplicantes esperando en una órbita baja alrededor del satélite de un lejano gigante gaseoso. Respiró hondo y abrió los ojos.

Radar dos interrumpió sus pensamientos.

—¡Objetivo! Distancia seis punto nueve M-clics, gran perfil de emisión. Curso menos cinco cinco más dos cero. Minsky se volvió hacia su oficial ejecutivo.

—Ilya, su turno.

—Sí, señor. Designen el nuevo contacto como objetivo alfa. Adopten trayectoria convergente con alfa, punto de máxima proximidad a tres cero K, a toda máquina.

—Sí, señor. Designando alfa como objetivo.

—¿Espera usted algo señor? —dijo Ilya en voz baja. Rachel ladeó ligeramente la cabeza para que su sistema de oído mejorado enfocara a los dos oficiales que conversaban al otro extremo de la sala.

—Y tanto que lo espero. Algo aniquiló la flotilla de defensa del sistema —murmuró Minsky—. Algo que se encontraba allí, esperándolos. No espero otra cosa que contactos hostiles en cuando salgamos del salto.

—No creí que estuvieran tan cerca. —Murametz parecía preocupado.

—He tenido que bucear un poco, pero gracias a la inspectora Mansour —el capitán la señaló con un gesto de la cabeza—, sabemos algo sobre sus capacidades, que son bastante alarmantes. No figuraba en el informe estándar de inteligencia porque los muy idiotas no creyeron que mereciera la pena mencionarlo. Luchamos contra cornucopias, ¿sabe?, y nadie en Inteligencia naval se ha molestado en preguntar las capacidades tácticas de una factoría robotizada.

El coronel Murametz sacudió la cabeza.

—No sé, señor. ¿Tiene trascendencia militar?

—Sí. Verá, los robots pueden reproducirse. Y engendrar astrosondas.

—Astrosondas… —De repente, Ilya comprendió. Puso cara de espanto—. ¿De qué tamaño? —preguntó al capitán.

—Aproximadamente medio kilo de masa. En un gramo de nanomaquinaria de sustrato de diamante se puede meter un montón de circuitos de guiado. Los lanzadores que los disparan posiblemente pesen un cuarto de tonelada cada uno… pero gran parte de esto es antimateria almacenada para alimentar un generador de haces de partículas. A ojo de buen cubero, calculo que podría haber un par de millares ahí fuera. Probablemente eso es lo que ha captado el radar. Si tropieza con uno y se dispara, puede contar con que la astrosonda viaje a no menos de diez mil g. Pero, por supuesto, no la verá, a menos que tenga sistema de adquisición de objetivos y reciba usted alguna radiación residual del haz. Básicamente, estamos en medio de un campo de minas, y las minas pueden lanzar misiles relativísticos contra nosotros.

—Pero… —Ilya puso cara de espanto— creía que este era un procedimiento de inicio de fuego estándar.

—Lo es, comandante —dijo Bauer con voz seca.

—Ah. —Ilya se puso ligeramente verde.

—¡Dispersión de señales! —Era Radar Tres—. ¡Tengo dispersión de señales! Algo está disparando desde el objetivo alfa, acelerando a uno punto tres… no uno punto cinco g. Emisiones múltiples de rayos gamma, uno punto cuatro MeV.

—Márquelo como candidato uno —dijo Ilya. A continuación, con voz urgente—. Señor, humildemente solicito permiso para reasumir el control inmediato.

—Concedido —respondió el capitán.

Rachel pasó la mirada por todos los puestos de la sala de operaciones. Los oficiales estaban inclinados sobre sus consolas, susurrando a los micrófonos de sus cascos auriculares y ajustando palancas y diales de bronce. Minsky se acercó a la estación de mando y se situó junto a Ilya.

—Que el radar busque picos de energía —dijo—. Va a ser difícil. Si estoy en lo cierto, nos encontramos en medio de un campo de minas controlado por una plataforma central de mando. Si volvemos a tener alguna fuga, no saldremos de aquí. —Rachel se inclinó hacia delante y enfocó la mirada en la pantalla principal. Era, pensó, muy notable. Si aquel era un ejemplo de la capacidad de respuesta de la tripulación, con un poco de suerte es posible que hasta llegasen a la órbita del Planeta de Rochard.

La tensión fue aumentando a lo largo de los siguientes diez minutos, mientras el Lord Vanek aceleraba en dirección al objetivo. Su motor de singularidad era virtualmente indetectable, incluso a corta distancia (captar la masa de una montaña era tarea imposible hasta para los más sensibles detectores de ondas gravitatorias) pero lo único que el enemigo tenía que hacer era encender un radar de impulsos doppler y el crucero pesado aparecería en sus pantallas como un pulgar hinchado. La primera regla de la guerra espacial —y de la antigua guerra submarina, que la había precedido— era, «si pueden verte, pueden matarte».

Por otro lado, la base enemiga no podía saber con seguridad dónde se encontraba la nave en aquel preciso momento. Había cambiado de trayectoria inmediatamente después de apagar el lidar. Cuatro impulsos lidar más, enviados por las demás naves al hacer su aparición y tratar de orientarse, habían recorrido por un breve momento el casco. Desde entonces, nada salvo silencio.

—¡Segunda señal! —informó Radar Uno—. Otro pájaro vivo en movimiento. Distancia cuatro siete M-clics, vector dirigido a la fuente del impulso lidar tres, el Suvarov.

—Confirme curso y aceleración —ordenó Ilya—. Márquelo como candidato dos.

—Confirmo tres más —dijo Radar Dos—. Otra fuente, um… distancia nueve cero M-clics. Designación beta. Son muchos, ¿no?

—Busque un…

—Tercer eco procedente del objetivo local alfa —dijo Radar Dos—. Dispersión relativa a candidatos uno y dos. Parece un tercer misil. Este se dirige hacia nosotros.

—Déme un momento para contactar —dijo Minsky con aire sombrío. Rachel lo estudió. Minsky era un pájaro viejo y astuto, pero a pesar de que se había dado cuenta de lo que estaba pasando, no se le ocurría lo que el oficial podía hacer para sacarlos de la línea de fuego. Esperaba escuchar en cualquier momento el chillido de las alarmas, cuando algún observador captara el significativo rugido de un chorro de partículas relativísticas, a lomos de las cuales navegaría hacia ellos una astrosonda armada con un cargamento de antimateria.

Por supuesto, era demasiado pedir que el gobierno de la Nueva República comprendiera hasta qué punto estaban en inferioridad de condiciones. Sus prejuicios culturales eran tales que los incapacitaban para percibir la amenaza que representaba algo como el Festival. Hasta sus mejores tácticos navales, los que comprendían las tecnologías prohibidas tales como las factorías robóticas autorreplicantes y las astrosondas, no terminaban de entender lo que el Festival podía hacerles.

Las posibilidades que tenía la Lord Vanek de sobrevivir a aquel encuentro eran muy escasas. De hecho, la expedición entera se basaba en la idea asumida de que aquello contra lo que estaban combatiendo era lo bastante humano en sus puntos de vista como para entender el concepto de guerra y utilizar la clase de armas que unos monos un poco avanzados podían arrojarse entre sí. Rachel tenía la sombría y culpable impresión de que, actuando como actuaba sin semejantes preconcepciones, el Festival sería mucho más peligroso para la fuerza expedicionaria de la Nueva República de lo que podían imaginar. Por desgracia, parecía que no le iba a quedar más remedio que estar allí cuando aprendieran por las malas que la guerra interestelar de agresión era mucho más fácil de perder que de ganar.

—Más señales. ¡Objetivo gamma! Tenemos otro objetivo: distancia dos siete cero M-clics. Ah, otro lanzamiento de misil.

—Eso es… —Ilya hizo una pausa—. ¿Una base por UA cúbica? M bases, si están distribuidas regularmente por el sistema exterior. —Parecía aturdido.

—No creerá que estamos luchando con gente, ¿verdad? —preguntó Minsky—. Eso es una red de defensa robótica completamente integrada. Y es muy grande. Tan grande que da vértigo. —Parecía casi complacido con su propia perspicacia—. El Almirantazgo no quiso escucharme cuando se lo explique la primera vez, ¿sabe? —añadió—. Hace dieciocho años. Fue una de las razones por las que nunca ascendí a…

—Yo sí le escuche —dijo Bauer en voz baja—. Proceda, capitán.

—Sí, señor. ¿Solución con objetivo alfa?

Control de fuego:

—Tiempo para tener objetivo alfa a distancia, dos cero cero segundos, señor.

—Hmmm. —Minsky observó la pantalla—. Comandante. Su opinión.

Ilya tragó saliva.

—Yo me aproximaría y utilizaría la red láser.

Minsky sacudió ligeramente la cabeza.

—Olvida usted que pueden tener láseres de rayos X. —Y, en voz más alta—. Relatividad, quiero que preparen un microsalto. Si doy la orden, quiero que nos saquen de aquí en menos de cinco segundos. El destino puede ser cualquier lugar en un radio de una UA, me da igual dónde. ¿Es posible?

—Sí, señor. El núcleo está completamente recargado. Podemos hacerlo. Activado a T menos cinco segundos, ya.

—Artillería: quiero seis SEM-20 en los lanzamisiles, armados y preparados para disparar en dos minutos. Cabezas ajustadas para detonación direccional, dispersión dos cero grados. Tres de ellos contra el objetivo alfa. Mantengan los otros tres en reserva para ser disparados en menos de cinco segundos a mi orden. A continuación carguen y armen dos torpedos. Los quiero calientes y preparados para cuando los necesite.

—Sí señor, tres salvas para el alfa, otras tres en reserva y dos torpedos. Señor, seis pájaros esperando sus órdenes. La tripulación de reserva está recargando los tanques de combustible de los torpedos ahora mismo. Deberían de estar preparados en unos cuatro minutos.

—Me alegro de saberlo —dijo Minsky, puede que con un exceso de sarcasmo. El teniente de la consola de artillería se encogió visiblemente—. Bien hecho —añadió el capitán.

—Proximidad en uno dos cero segundos, señor. Perfil de lanzamiento óptimo en ocho cero.

—Proyecten la posición de las minas identificadas más próximas. Quiero ver los vectores en la estación de mando alfa, asumiendo que disparan sus proyectiles a una aceleración constante de 10 kilo-g. ¿Pueden alcanzarnos en solo cuatro cero segundos?

—Comprobando, señor. —Navegación—. Señor, no pueden alcanzarnos antes de que acabemos con ese puesto de mando a menos que el objetivo alfa esconda un truco o dos en la manga. Pero nos alcanzarán cinco segundos más tarde.

Minsky asintió.

—Muy bien. Artillería: abriremos fuego contra el objetivo en cuatro cero segundos. Timón, Relativística: a contacto más cinco segundos, o sea, cinco segundos después de que hayamos abierto fuego contra el objetivo, quiero que inicien ese microsalto.

—Lanzamiento T menos cinco cero segundos, señor… Ya.

Rachel observó la pantalla, un confuso baile de puntitos rojos y líneas cada vez más largas. El vector que los representaba a ellos, de color azul, se dirigió hacia uno de los puntos rojos y entonces se detuvo abruptamente. Supuso que en cualquier momento se produciría algo horrible.

Artillería:

—T menos tres cero. Pájaros calientes. Parrilla de lanzamiento aumentando potencia. T menos dos cero. Radar Uno lo interrumpió:

—Estoy captando algo desde la popa.

—Uno cero segundos. Rieles de lanzamiento energizados —añadió el puesto de artillería.

—Dispare según lo previsto —dijo el capitán.

—Sí, señor. Datos de navegación actualizados. Plataformas inerciales preparadas. Pájaros cargados. Cabezas, luz verde.

—¡Partículas luminosas! —gritó Radar Uno—. ¡Una gran explosión a seis M-clics, trayectoria seis dos por cinco nueve! Parece… maldición, uno de los cruceros ha sido alcanzado. ¡Estoy recibiendo un chorro de partículas desde popa! Trayectoria uno siete siete por cinco, dispersión lateral, todavía no tengo la distancia…

—Cinco segundos para el lanzamiento. Lanzamiento iniciado. Pájaro uno en movimiento, objetivo captado por lidar. Motor energizado, ignición del motor principal de pájaro uno confirmada. Pájaro dos cargado y dispuesto… lanzado. Ha salido. Motor energizado, pájaro tres en marcha…

—¡Radar Uno, recibo una señal de lidar! ¡ECM desde la popa! Alguien nos está designando. Tengo distancia: cinco dos K y…

Minsky se adelantó un paso.

—Artillería, quiero que lancen esos tres misiles restantes por la popa ahora mismo. Sistemas de búsqueda pasiva, nosotros iluminaremos los objetivos para ellos.

—Sí, señor. Pájaro cuatro, preparándose… preparado. Pájaro cuatro en marcha. Cinco, preparándose, en marcha.

—Radar Dos, capto un buscador en nuestra cola. Distancia cuatro cinco K, acercándose a… ¡Santa Madre de Dios, es increíble!

—Pájaro seis lanzado desde la popa. ¿A qué quiere que apunte?

—Radar dos, envíe sus datos de trayectoria a los pájaros cuatro a seis. Artillería, dispare tan pronto como tengan un tiro claro: dennos algo de tiempo.

—¿Distancia para punto de disparo contra alfa? —preguntó Minsky.

—Tres cero segundos, señor. ¿Quiere que aumente la potencia del ataque? —El oficial de navegación parecía reacio. Cada vatio de potencia que impulsaba la salva de ataque a través de la rejilla láser era un vatio de potencia menos para apuntar al interceptor que se les estaba acercando.

—Sí, teniente. Y confío en que no pretenda decirme cómo hacer mi trabajo. —El oficial de navegación se ruborizó y se volvió de nuevo hacia su consola—. Artillería, ¿cuál es nuestra situación?

—Acabo de lanzar los pájaros delanteros ahora mismo, señor, a la máxima aceleración que esas cabezas pueden soportar. Tiempo estimado de impacto uno cinco segundos. En cuanto se produzca, desviaré la potencia a los demás. Ah… pájaro uno hará blanco en uno cero segundos.

Rachel asintió para sí. Estaba recordando sus clases sobre fundamentos de física relativista, estrategia en el universo post-einsteniano y las implicaciones de la expansión de un cono de luz a lo largo de una red de puntos separados por una misma distancia. En cualquier momento la luz fósil de la siguiente andanada de interceptores debería de alcanzarnos.

—¡Santo Padre! —gritó Radar Tres—. ¡Tengo lecturas de haces por todas partes! ¡Estamos atrapados!

—Contrólese —le espetó Minsky—. ¿Cuántas fuentes?

—Son… son… —El operador de radar apretaba botones a toda prisa. Aparecieron unas líneas rojas en la pantalla delantera—. Unos seis de ellos. ¡Y se acercan desde todas direcciones!

—Ya veo. —Minsky se atusó el bigote—. Timón, ¿esta preparado ese microsalto?

—Sí, señor.

—Bien. —Minsky sonrió con los labios muy apretados—. Artillería, estatus.

—Pájaro tres, ignición. Aumentando potencia de pájaro cuatro. Pájaros dos y tres, ignición. Estoy desviando toda la potencia de propulsión a la segunda salva. Tiempo para alcanzar el objetivo, cinco segundos.

Ah, tenemos siete agresores acercándose. Y tres antimisiles en marcha.

—No dispare más —ordenó el capitán—. ¿Cuánto falta para que el primer objetivo hostil esté a distancia?

—Debería de ocurrir a… oh. Hace dos segundos, señor.

—¡Navegación! Adelante el salto cinco segundos. No vamos a que darnos a contar las bajas.

—Sí, señor.

Radar uno:

—¡Más señales! Señor, tengo… no, no nos alcanzarán a tiempo.

—¿Cuántas son, teniente?

—Estamos atrapados. Los proyectiles vienen en todas direcciones, a larga distancia. Estoy contando…

—¡Pájaro uno detonando en este momento! Pájaro dos, detonando. El pájaro tres ha detonado. Tres detonaciones en el objetivo.

—Salto en cinco. Cuatro…

—¡Proyectiles acercándose a uno ocho punto nueve K… no uno nueve K!

—Número uno acercándose, distancia uno dos K y reduciéndose…

—Destrucción de objetivo alfa confirmada. Emisiones de oxígeno y nitrógeno.

—Dos.

—Nueve K.

—¡Misiles acercándose a tres dos K! ¡No, tres dos y…!

—Uno. Salto iniciado.

Las luces rojas de emergencia se apagaron mientras las luces principales volvían a encenderse. Reinó el silencio en el puente por un momento y entonces el comodoro Bauer se aclaró la garganta.

—Enhorabuena, caballeros —anunció a Minsky y a su aturdida oficialidad—. De todas las naves del escuadrón que se han sometido a este ejercicio hasta el momento, son ustedes la única que ha logrado escapar, y no digamos abatir alguno de los objetivos enemigos. Mañana tendrá lugar una reunión en mi oficina a las 1600 para discutir las implicaciones subyacentes al ejercicio y explicar nuestra nueva doctrina táctica para enfrentarse a situaciones como esta: redes defensivas robóticas masivamente ramificadas y dotadas de sistemas de control de fuego controlados con un canal causal. Mañana volveremos a hacerlo y veremos qué tal se desenvuelven con los ojos abiertos…