—¡Se equivoca! —exclamó Eddie—. Nosotros sabemos quiénes somos. ¡Se equivoca completamente!
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Las palabras de Morgred resonaban en mis oídos: «No sois Eddie y Sue. En realidad sois Edward y Susannah.»
Di un paso atrás para liberarme de su mano y examinar su rostro con detenimiento. ¿Era una broma? ¿O estaba totalmente loco?
Sin embargo, lo único que revelaban sus ojos era una enorme tristeza. Tenía una expresión solemne, demasiado seria para estar bromeando.
—No espero que me creáis —prosiguió Morgred, al tiempo que volvía a meterse las manos en los bolsillos—. Pero mis palabras son ciertas. Os hechicé para intentar ayudaros a escapar.
—¿Escapar? —exclamé—. ¿Quiere decir… escapar de esta torre?
Morgred asintió.
—Intenté ayudaros a escapar de vuestro destino.
Al decir esto, volví a oír la voz del señor Starkes, nuestro guía, y recordé la historia que había contado. Me acordé del destino del príncipe Edward y la princesa Susannah. El rey ordenó que los asfixiaran con sendas almohadas.
—¡Pero nosotros no somos ellos! —gemí—. Se confunde. Es posible que Eddie y yo nos parezcamos mucho, tal vez nos parezcamos muchísimo, pero no somos los príncipes. Somos dos niños del siglo veinte.
Morgred negó con la cabeza.
—Yo os hechicé —explicó—. Borré vuestros recuerdos. Vosotros estabais encerrados en esta torre y yo quería que os escaparais, así que primero os envié a la abadía y luego lo más lejos posible a través del tiempo.
—¡No es verdad! —insistió Eddie, chillando—. ¡No es verdad! ¡No es verdad! Soy Eddie…, no Edward. ¡Me llamo Eddie!
Morgred suspiró de nuevo.
—¿Sólo Eddie? —preguntó sin alterar su tono suave—. ¿Cuál es tu nombre completo, Eddie?
—Yo…, esto…, bueno… —tartamudeó mi hermano.
«Eddie y yo no recordamos nuestro apellido —me dije—, ni tampoco dónde vivimos.»
—Cuando os envié al futuro, os di nuevos recuerdos —dijo Morgred—. Los suficientes para que pudierais sobrevivir en una época nueva y distante. Pero los recuerdos no estaban completos.
—¡Por eso no podemos recordar a nuestros padres! —le dije a Eddie—. Pero, entonces, nuestros padres…
—Vuestros padres, el rey y la reina legítimos, están muertos —nos contó Morgred—. Vuestro tío se ha proclamado rey y os ha enviado a la Torre para quitaros de en medio.
—¡Nos…, nos va a asesinar! —tartamudeé.
Morgred asintió y cerró los ojos.
—Sí, me temo que sí. Sus hombres llegarán de un momento a otro y ahora no tengo forma de detenerlos.