El hombre de la capa avanzó hacia nosotros con la cara oculta entre las sombras.

Eddie y yo estábamos atrapados, de espaldas contra la puerta de cristal. Cuando el hombre de la capa se acercó, pudimos verle las facciones y reconocimos los mismos ojos oscuros y fríos y la misma mueca amenazadora que habíamos visto antes.

El hombre extendió la palma de la mano hacia Eddie.

—Devuélvemelos —exigió.

Eddie se quedó de piedra.

—¿Que devuelva el qué? —exclamó.

El hombre de la capa mantuvo la palma abierta frente al rostro de Eddie.

—¡Devuélvemelos inmediatamente! —gritó—. No juegues conmigo.

La expresión de Eddie empezó a cambiar. Después de mirarme un instante, se volvió hacia el hombre de la capa.

—Si se los devuelvo, ¿nos dejará marchar?

Yo estaba totalmente confundida. ¿Devolver qué? ¿De qué estaba hablando Eddie?

El hombre de la capa soltó una carcajada que parecía más bien una tos seca.

—¿Cómo te atreves a negociar conmigo? —le preguntó a mi hermano.

—Eddie, ¿de qué está hablando?

En lugar de contestarme, Eddie mantuvo la mirada fija en el rostro sombrío del hombre de la capa.

—¿Nos dejará marchar si se los devuelvo?

—Devuélvemelos ahora mismo —respondió el hombre con dureza, inclinándose sobre Eddie con ademán amenazador.

Eddie exhaló un suspiro y se metió la mano en el bolsillo del pantalón. Ante mi sorpresa, sacó los tres guijarros blancos. ¡El carterista había vuelto a atacar!

—Eddie, ¿cuándo se los quitaste? —le pregunté.

—En la cloaca —respondió—. Cuando él me cogió.

—Pero ¿por qué? —inquirí.

Eddie se encogió de hombros.

—No lo sé. Parecían importantes para él, así que pensé…

—¡No lo parecen, lo son! —gritó el hombre de la capa mientras le arrebataba los guijarros.

—¿Ahora nos dejará marchar? —lloriqueó Eddie.

—Sí. Ahora nos iremos —respondió el hombre, distraído. Estaba concentrado en los guijarros.

—¡Eso no es lo que he dicho! —protestó Eddie—. ¿Dejará que nos vayamos?

El hombre no le hizo caso. Apiló los guijarros en la palma de su mano y, acto seguido, empezó a cantar una canción que no entendí. Debía de ser en un idioma extranjero.

Nada más terminar de cantar, un enorme resplandor inundó el pasillo y las puertas comenzaron a curvarse como si fueran de goma. De repente sentimos que el suelo empezaba a ondularse bajo nuestros pies. El hombre de la capa también brillaba y se ondulaba. Todo el pasillo resplandecía con una luz blanca y cegadora.

De pronto noté una punzada aguda en el estómago, como si me hubieran pegado un puñetazo.

No podía respirar.

Finalmente todo se volvió negro.