Eddie y yo nos quedamos petrificados. El hombre tampoco se movió. Su respiración entrecortada era el único sonido que se oía en toda la sala.
Nos miramos el uno al otro a través de la tenue luz, tan inmóviles como los muñecos de las celdas.
—No podéis escapar —repitió el hombre con voz áspera—. Sabéis perfectamente que no podéis salir del castillo.
—¡Déjenos en paz! —imploró Eddie en voz baja.
—¿Qué es lo que quiere? —inquirí—. ¿Por qué nos persigue?
El hombre apoyó sus manos enguantadas en la cintura.
—Ya sabéis por qué —respondió secamente, al tiempo que daba un paso hacia nosotros—. ¿Vais a venir conmigo o no? —preguntó.
En lugar de contestar, me acerqué a Eddie y le susurré al oído:
—Prepárate para echar a correr.
Eddie continuó mirando al frente, totalmente impasible, sin parpadear ni mover la cabeza. No estaba segura de si me había oído.
—Sabéis que no tenéis elección —dijo el hombre en un tono más suave. Se metió las manos bajo la capa y volvió a sacar los misteriosos guijarros blancos. Una vez más, pude apreciar sus ojos oscuros y una mueca de crueldad en los labios.
—¡Se…, se ha equivocado! —farfulló Eddie.
El hombre sacudió la cabeza y el ala de su sombrero proyectó sombras ondulantes sobre el suelo de piedra.
—No me he equivocado. Y no volváis a escaparos; sabéis que tenéis que venir conmigo ahora mismo.
Eddie y yo no necesitamos una señal; sin mediar palabra ni mirarnos siquiera, dimos media vuelta y echamos a correr.
El hombre profirió un grito de protesta y se lanzó en nuestra persecución.
Mientras corríamos, me pareció que la sala no se acababa nunca. Entonces comprendí que se trataba del sótano del castillo. Más allá del haz de luz verdosa, la oscuridad era impenetrable.
El miedo me paralizaba; me daba la sensación de que las piernas me pesaban una tonelada.
«Me estoy moviendo a cámara lenta —pensé mientras me esforzaba en apretar el paso—. Eddie y yo vamos a velocidad de tortuga; no tardará en alcanzarnos.»
Cuando oí que el hombre soltaba un quejido, eché un vistazo atrás. Había tropezado con el mismo muñeco que yo y se había pegado un buen tortazo.
Mientras él intentaba incorporarse, busqué desesperadamente una puerta en la pared del fondo. O un pasillo, o cualquier abertura.
—¿Cómo…, cómo vamos a salir de aquí? —exclamó Eddie—. ¡Sue, estamos atrapados!
—¡No! —dije yo.
En ese momento vi adosada a la pared una mesa de trabajo cubierta de herramientas. Me acerqué a ella con la esperanza de encontrar algo que nos sirviera como arma, pero no hubo suerte. En su lugar cogí una linterna.
Apreté el botón frenéticamente. ¿Funcionaría?
Sí.
La linterna proyectó un haz de luz sobre el suelo e inmediatamente lo dirigí hacia la pared del fondo.
—¡Eddie, mira! —susurré.
Era una abertura en la parte baja de la pared. ¿Sería un túnel? ¿Una posible escapatoria?
Un segundo después, Eddie y yo estábamos en cuclillas intentando pasar por la oscura abertura.
Una vez dentro del túnel, mantuve la linterna enfocada delante de nosotros, más o menos a la altura de los pies. Caminábamos con la cabeza gacha, ya que el techo era demasiado bajo para ponernos completamente de pie.
El túnel avanzaba en línea recta durante un buen rato, luego empezaba a descender y se desviaba hacia la derecha. El aire en su interior era húmedo y fresco; no muy lejos se oía el goteo de agua.
—Es una antigua cloaca —le expliqué a Eddie—, así que debe de desembocar en alguna parte.
—Eso espero —respondió Eddie sin aliento.
Continuamos corriendo tanto como podíamos por la sinuosa alcantarilla. La luz de mi linterna bailaba por las paredes, saltando del techo al húmedo suelo de piedra.
De pronto la luz reveló una serie de anillas anchas de metal que colgaban del techo. Eddie y yo tuvimos que agacharnos aún más para no golpearnos la cabeza contra ellas.
La linterna proyectaba su luz en todas direcciones, mientras Eddie y yo pisábamos charcos de agua sucia. Cuando oímos los pasos detrás de nosotros, nuestros corazones se aceleraron.
Eran pasos pesados y ruidosos que resonaban por todo el túnel y se acercaban cada vez más.
Yo me volví para mirar, pero las curvas del túnel me impedían ver al hombre de la capa. Sin embargo, el ritmo y el volumen al que sonaban los pasos me decía que no se hallaba muy lejos.
«Nos va a alcanzar —pensé, presa del pánico—. Este túnel no se acaba nunca, y Eddie y yo no podemos correr mucho más. Nos atrapará en esta cloaca oscura y húmeda. ¿Y luego qué? ¿Qué querrá? ¿Por qué ha dicho que nosotros ya lo sabemos? ¿Cómo vamos a saberlo?»
En ese instante me tambaleé un poco hacia delante, la linterna golpeó la pared y se me escapó de la mano. Al caer estrepitosamente al suelo, rodó delante de mí e iluminó el túnel a nuestra espalda. Entonces vi aparecer al hombre; avanzaba agachado y estaba a punto de abalanzarse sobre nosotros.
—¡Oh, no! —gemí horrorizada.
Me agaché para recoger la linterna, pero resbaló entre mis dedos temblorosos. Aquello le dio el tiempo justo para alcanzarnos.
El hombre agarró a Eddie con las dos manos y lo envolvió con su capa para impedir que escapara. Luego se lanzó sobre mí.
—Os lo dije; no tenéis escapatoria.