Aunque Génesis es primordialmente una novela, se ha basado en hechos fidedignos que considero oportuno exponer.
En el curso de mis investigaciones para conseguir la creación de una novela diferente encontré en el Imperial War Museum londinense dos breves artículos que me llamaron enseguida la atención. El primero era un informe rutinario sobre la guerra, de Marshall Yarrow, entonces enviado especial de Reuter en el cuartel general supremo del París liberado. Este artículo había sido publicado, entre otros, en el South Wales Argus el 13 de diciembre de 1944, y decía así: «Los alemanes han fabricado un arma secreta coincidiendo con la estación navideña. El nuevo ingenio, que al parecer es un arma defensiva aérea, se parece a las bolas de cristal que adornan los árboles navideños. Se han visto suspendidas por el aire sobre territorio alemán, a veces solas y otras en grupo; son de color plateado y parecen transparentes». El segundo artículo, una nota de la Associated Press extractada del Herald Tribune neoyorquino, de 2 de enero de 1945, puntualizaba más el tema expresándose en los siguientes términos: «Parece que los nazis han proyectado una novedad por el cielo nocturno de Alemania. Se trata de los misteriosos y extraños globos Foo Fighters que corren por las alas de los aparatos Beaufighters que sobrevuelan secretamente Alemania. Hace más de un mes que los pilotos, en sus vuelos nocturnos, se encuentran con esas armas fantásticas que, al parecer, nadie conoce. Los globos de fuego aparecen repentinamente, acompañan a los aviones durante kilómetros y, según revelan los informes oficiales, parecen estar controlados por radio desde el suelo».
Intrigado por estos informes, realicé algunas investigaciones y descubrí un libro en extremo técnico y poco conocido, Intercettateli Senza Sparare (véanse más adelante las fuentes bibliográficas para más detalles), de Renato Vesco, en que el autor pretende que el Foo Fighter existía en realidad, que se llamaba originalmente Feuerball y que se construyó en primer lugar en el complejo aeronáutico de Wiener Neustadt con ayuda del Flugfunk Forschungsanstalt de Oberpfaffenhoffen (FFO). Según Vesco, el Feuerball era un ingenio volador circular y liso accionado por un motor especial turborreactor que utilizaron los alemanes contra los pilotos aliados durante los períodos más próximos al fin de la guerra, como antirradar y como arma «psicológica». Dice Vesco: «El encendido halo que rodea su perímetro, producido por una riquísima mezcla de carburante, y los aditivos químicos que interrumpían el fluido eléctrico superionizando la atmósfera en las proximidades del avión, generalmente en torno a los bordes de las alas o en la superficie de la cola, sometían al radar H2S del avión a la acción de potentes campos electrostáticos e impulsos electromagnéticos». Vesco también pretende que los principios básicos del Feuerball fueron aplicados posteriormente a «un avión circular simétrico» de mucho mayor tamaño, el Kugelblitz (o caza relámpago de forma de globo) que fue el primer ejemplo de ascenso vertical, el avión jet-lift.
Cada vez más intrigado proseguí mis investigaciones en Alemania Occidental y descubrí un sorprendente número de recortes de periódicos y revistas, todas ellas de los años cincuenta, acerca de un tal Rudolph Schriever, Flugkapitan. En una nota se indicaba que este antiguo ingeniero de Luftwaffe había diseñado, en la primavera de 1941, el prototipo de una cápsula voladora, y que el ingenio sería probado en junio de 1942. En otra se decía que en agosto de 1943 el mismo Flugkapitan Schriever, en unión de «tres compañeros leales», había construido un «gran ejemplar» de su original «disco volador», pero que en el verano de 1944, en el ala este de la factoría de la BMW próxima a Praga, había vuelto a diseñar el modelo original, sustituyendo sus antiguos motores de turbina de gas por alguna forma mucho más adelantada de propulsión de chorro. Una tercera nota, que reiteraba las manifestaciones anteriores, añadía la interesante noticia de que los «expertos alemanes» Habermohl y Miethe y el doctor Bellonzo, un físico italiano, habían diseñado planos originales para el disco volador. Según otros informes (y posteriormente por el valioso libro del mayor Rudolph Lusar German Secret Weapons of World War II, en ediciones inglesas publicadas por Neville Spearman, en Londres, y por la Philosophical Library, en Nueva York, ambas de 1959), Habermohl y Schriever habían diseñado una enorme placa anular con «disco-sala ajustables» que giraban en torno a un «eje fijo en forma de cúpula», mientras que Miethe había desarrollado «una placa en forma discoide en la que se insertaban motores ajustables». Los datos que se facilitaban del platillo volante en cuestión eran que tenía un diámetro de cuarenta y dos metros, que su altura desde la base hasta la bóveda era de treinta y dos metros y que había alcanzado una altura de aproximadamente doce mil metros con una velocidad en vuelo horizontal de dos mil kilómetros por hora.
Hasta aquí, eso era todo… Pero lo que descubrí a continuación representó una serie de pequeñas y asombrosas contradicciones.
Poco después de la guerra, Rudolph Schriever estuvo residiendo en el 28 de la Hokerstrasse de Bremerhaven-Lehe, en Alemania Occidental, desde donde anunció que el disco volador había sido realmente construido y que se disponían a probarlo en abril de 1945, pero que la prueba fue anulada ante el avance de los aliados. La máquina fue totalmente destruida, y los documentos a ella relativos, robados o extraviados. Sin embargo, la historia de Schriever quedaba contradicha por el supuesto testigo visual Georg Klein, quien más tarde manifestó que había visto con sus propios ojos el vuelo de prueba del disco de Schriever o uno similar, el 14 de febrero de 1945. Se pueden abrigar ciertas dudas en cuanto a la fecha dada por Klein, puesto que según el diario de guerra de la octava flota aérea, el 14 de febrero de 1945 fue un día de nubosidad baja, aguanieve y, en general, de visibilidad escasa, condiciones todas ellas poco apropiadas para probar un nuevo y revolucionario ingenio de aviación. Sin embargo, según Renato Vesco, la prueba de vuelo de una máquina llamada Kugelblitz, que se decía iba a constituir un modelo revolucionario de avión supersónico, se llevó a cabo con éxito en el complejo subterráneo de Kahla, en Turingia, en algún momento del mes de febrero de 1945.
Hacia 1975, la Luftfahrt International manifestaba que un tal Rudolph Schriever, Flugkapitan durante la Segunda Guerra Mundial, había fallecido a fines de 1950 y que, entre sus documentos, se descubrieron notas incompletas de un enorme platillo volador (la mayoría de ellas técnicamente anticuadas), una serie de toscos bocetos de la máquina (algunos de los cuales sin duda habían sido retocados y puestos al día poco antes de su muerte), y varios recortes de periódicos donde se hablaba de él y de su supuesto platillo. Ahora bien; mientras que ninguno de sus dibujos hubiera sido válido para elaborar un platillo volante útil, Luftfahrt International incluía reproducciones de los diseños, tanto de Schriever como del doctor Miethe, y también señalaba que, hasta su muerte, Schriever había estado convencido de que las apariciones de ovnis que se habían producido desde finales de la guerra eran prueba de que sus ideas originales habían sido desarrolladas con éxito.
¿Podía ser cierto?
Examinemos las posibilidades. Según Schriever, la que parece haber sido versión definitiva de su platillo volante se construyó en la factoría de la BMW próxima a Praga en los primeros meses de 1944, y estuvo dispuesta para ser probada en abril de 1945. Según Klein, voló realmente un disco semejante cerca de Praga en febrero de 1945. Según el autor italiano Renato Vesco, que parece desconocer la existencia de la leyenda de Schriever, en algún momento de aquel mismo mes se probó una extraordinaria máquina voladora llamada Kugelblitz sobre el complejo de Kahla, en la montañosa región de Turingia.
A esta información se suma el hecho de que la sección de turbinas de gas de la BMW se hallaba instalada originalmente en los suburbios de Spandau, junto a Berlín, donde, según Renato Vesco, se habían emprendido muchas investigaciones sobre el Kugelblitz. Más tarde, dicha sección fue trasladada a la planta subterránea de Wittringen, junto a Saarbrucken, pero finalmente, ya en 1944, se concluyó en siete enormes complejos subterráneos en Turingia y Nordhausen, en las montañas del Harz.
Toda aquella zona, que forma un arco desde las montañas del Harz, atravesando Turingia, hasta Bohemia y Mahren, debía formar el último reducto alemán y, como tal, contaba con sorprendente número de complejos subterráneos militares y científicos, comprendidas las inmensas e importantísimas factorías MittleWerke y el personal y equipamiento del centro experimental de Peenemünde. Ciertamente, aunque la historia decidiría algo muy distinto, Hitler intentó defender allí los restos del Tercer Reich con «un ejército subterráneo completo» y las «armas secretas» que tanto tiempo le habían sido prometidas.
En mayo de 1978, en el stand III de una exposición científica de la Hannover Messe Hall, algunos caballeros repartían gratuitamente lo que a primera vista parecía ser una revista científica ortodoxa de noticias condensadas, llamada Brisant. Contenía dos artículos, al parecer no relacionados entre sí: uno se basaba en el futuro científico de la Antártida; otro trataba de los platillos volantes durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania. El artículo sobre los platillos insistía en la información antes mencionada, pero añadía que los centros de investigación para el Proyecto Platillo habían estado situados en las zonas de Bohemia y Mahren.
Con relación a ello, debe señalarse que Praga se halla en Bohemia, la cual se halla más o menos rodeada por el arco que forman las montañas del Harz, Turingia y Mahren. En estas zonas radicaban vastos complejos de investigación subterránea, que se encontraban a pocos centenares de kilómetros de Praga.
El artículo también incluía reproducciones de diseños detallados de un disco volador característico de la Segunda Guerra Mundial, sin mencionar el nombre del creador, y pretendía que los diseños habían sido alterados por el gobierno de Alemania Occidental a fin de hacerlos «inocuos» para publicación. Sumándose a esta suposición, el anónimo autor señalaba después que durante la Segunda Guerra Mundial tales inventos, fuesen civiles o militares, habían sido sometidos a la oficina más próxima de patentes donde, según los apartados 30a y 99 del Patentund Strafgesetsbuch, fueron automáticamente considerados «secretos», retirados a sus propietarios legales y sometidos a los organismos investigadores de las SS de Himmler. Según el artículo, al finalizar la guerra, algunas de esas patentes desaparecieron en los archivos secretos rusos; otros, de los igualmente secretos ingleses y americanos; y los restantes se perdieron junto con varios miembros de las tropas de las SS y con científicos alemanes.
(Puesto que ni ingleses, americanos ni rusos es probable que revelen jamás lo que se descubrió en las factorías secretas de la Alemania nazi, conviene destacar que en 1945 sir Roy Feddon, uno de los jefes de la misión técnica alemana para el Ministerio de la Producción Aeronáutica, informaba: «He visto bastantes diseños y planes de producción suyos para comprender que si hubieran conseguido prolongar la guerra unos meses, nos hubiéramos enfrentado a una serie de elementos mortíferos completamente nuevos en materia de armamento aéreo». Hacia 1956, el capitán Edward J. Ruppelt, entonces jefe del proyecto Libro Azul de las Fuerzas Aéreas Americanas, manifestaba: «Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, los alemanes estaban desarrollando varios tipos muy completos de aviones y misiles teledirigidos, la mayoría de los cuales se encontraban entonces en sus estadios preliminares, pero eran los únicos aparatos conocidos que acaso hubieran podido aproximarse al comportamiento de los objetos que han sido denunciados por los observadores de ovnis»).
El artículo de Brisant seguía destacando que en 1938, Hitler, deseoso de lograr una posición en la Antártida, envió a la costa sur de Sudáfrica una expedición dirigida por el capitán Alfred Richter. Durante tres semanas y diariamente, dos hidroplanos fueron catapultados desde la cubierta del portaaviones alemán Schwabenland, con órdenes de recorrer el territorio que los exploradores noruegos habían bautizado con el nombre de Tierra de la Reina Maud. Los alemanes realizaron un estudio mucho más concienzudo de la zona que el que habían llevado a cabo los noruegos, descubriendo vastas regiones que, sorprendentemente, estaban libres de hielos. Una vez realizada esta labor, rebautizaron la zona con el nombre de Nueva Suabia y se la adjudicaron como parte del Tercer Reich.
Según Brisant, buques y submarinos alemanes siguieron merodeando por el sur del océano Atlántico, especialmente entre Sudáfrica y la Antártida, durante toda la Segunda Guerra Mundial. Luego, en marzo de 1945, poco antes de que el conflicto concluyese, desde un puerto del mar Báltico se botaron dos submarinos alemanes de aprovisionamiento, el U-530 y el U-977, que sin duda alguna contaban entre sus tripulantes a miembros de los equipos investigadores del platillo volante, los últimos y más vitales componentes del ingenio, notas y diseños para su construcción y proyectos de gigantescos complejos subterráneos y zonas residenciales basadas en las notables factorías subterráneas de Nordhausen, en las montañas del Harz. Los dos submarinos llegaron oportunamente a Nueva Suabia, más conocida como Tierra de la Reina Maud, donde desembarcaron finalmente dos meses después de haber concluido la guerra. Dichos submarinos desaparecieron misteriosamente de la superficie de la costa argentina, donde las tripulaciones fueron entregadas a las autoridades americanas, que las interrogaron extensamente y las enviaron luego a Estados Unidos.
Unos años después, Estados Unidos emprendió la expedición más importante hasta entonces conocida dirigida a la Antártida. Aunque la finalidad explícita de la operación era «circunnavegar unos veintiséis mil kilómetros de línea costera de la Antártida, y cartografiarla». Brisant consideraba extraño que la operación Highjump, bajo el mando del almirante Richard Evelyn Byrd, veterano del Antártico, comprendiese trece buques, dos remolcadores de hidroplanos, un portaaviones, seis bimotores R4D de transporte, seis buques volantes Martin PBM, seis helicópteros y un despliegue total de cuatro mil hombres. También le parecía raro que cuando esta virtual fuerza de asalto arribó a la costa antártica, no sólo atracara el 27 de enero de 1947 junto a los territorios supuestamente alemanes de Nueva Suabia, sino que luego se dividieran en tres grupos separados de trabajo.
Aquella expedición se convirtió en una especie de misterio. La versión oficial manifestó posteriormente que habían constituido un enorme éxito porque facilitó información, hasta entonces desconocida, sobre la Antártida. Sin embargo, otros informes, principalmente extranjeros, sugirieron que la realidad había sido distinta: que muchos hombres de Byrd se perdieron durante el primer día, que por lo menos cuatro de sus aviones desaparecieron de un modo inexplicable y que, aunque la expedición había sido prevista para una duración de seis a ocho meses, los hombres regresaron realmente a América en febrero de 1947, al cabo de pocas semanas. Según Brisant, más tarde el almirante Byrd confesó a un periodista (no he podido hallar pruebas de ello) que «era necesario que Estados Unidos emprendiese acciones defensivas contra cazas enemigos procedentes de las regiones polares» y que, en el caso de estallar un nuevo conflicto bélico, «Estados Unidos serían atacados por cazas capaces de volar de un polo al otro a increíble velocidad». También, según Brisant, poco después de regresar de la Antártida, se ordenó al almirante Byrd que se sometiese a un secreto y estrecho interrogatorio, y Estados Unidos se retiraron de la Antártida durante casi una década.
Entonces se sugirió que durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes habían estado enviando barcos y aviones a la Antártida con equipos necesarios para producir complejos subterráneos; que al final de la guerra habían sido trasladados allí grupos de científicos especializados en el proyecto de los platillos volantes, en los submarinos U-530 y U-977; que los americanos interrogaron a las tripulaciones de dichos submarinos cuando recalaron en Argentina, donde esperaban ser recibidos amistosamente; que, después, los americanos, al oír hablar de la base de la Antártida, enviaron un destacamento militar encubierto como expedición exploratoria; que tal expedición fue posteriormente desorganizada al enfrentarse con los extraordinarios platillos alemanes; y que Estados Unidos se retiraron temporalmente de la Antártida con el fin de construir sus propios platillos basándose en los diseños descubiertos en Alemania después de la guerra.
El segundo artículo también tenía un interés moderado. En realidad era más bien una manifestación de burda propaganda disfrazada de reseña científica acerca del potencial de la Antártida. Omitiendo los datos topográficos ya bien conocidos, solamente persistía la insistencia con que la República Democrática Alemana pretendía reclamar sus derechos en aquella zona que los nazis habían robado a los noruegos y que habían rebautizado presuntuosamente con el nombre de Nueva Suabia.
Al advertir la tendencia nacionalsocialista del artículo, teniendo en cuenta que Brisant había sido publicado por una empresa ya desaparecida (Lintec, GmbH, Jungfrauenthal 22, D-200, Hamburgo 13), y al recordar que aquella teoría tenía paralelos sospechosos con los mitos de ovnis tan traídos por los pelos de «agujeros en los polos», comprobé otros aspectos del artículo y descubrí que, en realidad, los alemanes habían estado patrullando por regiones antárticas del Atlántico Sur durante la guerra. En realidad, dos años después de la expedición Richter, un par de grandes balleneros noruegos fueron abordados y capturados por elementos del buque alemán Pinguin mientras estaban anclados en sus propias aguas territoriales, en la Tierra de la Reina Maud. Horas después de aquel incidente, un buque de abastecimiento noruego y la mayoría de la flota ballenera próxima fueron atraídos y cayeron también en la trampa. Así es talló la guerra en la Antártida. En mayo de 1941, el buque de la Marina inglesa Cornwall acosó y hundió el Pinguin, pero no sin que éste hubiera capturado antes toda una flota de buques mercantes aliados, con un total superior a ciento treinta y cinco mil toneladas. También es un hecho histórico que los buques hermanos del Pinguin, acertadamente llamados Komet y Atlantis, siguieron merodeando por las playas de la Antártida hasta el final de la guerra.
En cuanto a los dos submarinos, también descubrí informaciones sorprendentes. En realidad, el U-977, al mando del capitán Heinz Schaeffer, dejó el puerto de Kiel, en el mar Báltico, en abril de 1945, recaló en el sur de Christiansund el 26 de abril, zarpó al siguiente día y ya no fue visto hasta que emergió en Mar del Plata, Argentina, el 17 de agosto de 1945: un período de casi cuatro meses.
¿Dónde permaneció durante todo aquel tiempo? Según el capitán Heinz Schaeffer, emprendieron la marcha con intención de patrullar por el Atlántico Sur, atracaron al día siguiente en el sur de Christiansund para abastecerse de combustible, y varios días después se enteraron por radio de que la guerra había concluido. Convencido de que no recibiría un trato muy amable por parte del mando aliado, Schaeffer ofreció a su tripulación la alternativa de merodear por la costa de Noruega o acompañarle a la Argentina, donde creía que le dispensarían un trato amistoso. Como quiera que muchos de sus hombres prefirieron regresar a Alemania, pasaron tres días recorriendo la costa noruega, hasta que el 10 de mayo algunos miembros de la tripulación desembarcaron en la costa montañosa próxima a Bergen. Después, según Schaeffer, emprendieron al parecer una de las proezas navales más notables de la guerra: viajaron pasando por el mar del Norte y el canal de la Mancha, junto a Gibraltar y la costa africana, y emergieron finalmente sesenta y seis días más tarde, en medio del Atlántico Sur. Durante el mes siguiente alternaron la navegación de superficie y la inmersión, llegando incluso una vez a aparecer por las islas de Cabo Verde y desembarcar en las playas de la isla Branca. Cuando navegaban por la superficie simulaban velamen y chimenea para parecerse a un carguero. Finalmente, en las proximidades de Río de Janeiro, se enteraron por radio de que otro submarino alemán que también escapaba, el U-530, a su llegada al Río de la Plata había sido entregada su tripulación a Estados Unidos como prisioneros de guerra. Aunque esta noticia les alteró profundamente, reanudaron su viaje hasta Mar del Plata, donde recalaron el 17 de agosto de 1945, casi cuatro meses después de haber zarpado del puerto de Kiel.
Esta historia algo fantástica fue relatada por el capitán Schaeffer a las autoridades argentinas al ser interrogado acerca de tres puntos específicos: 1). ¿Dónde se encontraba el U-977 cuando fue hundido el carguero brasileño Bahía?; 2). ¿Por qué habían llegado tan tarde a Argentina tras el final de la guerra?, y 3). Si habían transportado a algún político importante. Schaeffer negó que hubiera estado en algún lugar dentro de la zona donde se hallaba el Bahía cuando fue hundido, justificó su tardía llegada a la Argentina con la fantástica historia que acabo de relatar, y manifestó que jamás había estado a bordo del U-977 ningún político importante.
Resulta especialmente misterioso en todo esto que algunas semanas más tarde una comisión angloamericana compuesta por oficiales de alto nivel se desplazase especialmente en avión a Argentina para investigar el «misterioso caso» del U-977, y dedicara muchísimo tiempo a interrogar a Schaeffer respecto a la posibilidad de que hubiera transportado realmente a Hitler y a Martin Bormann en su submarino, primero a la Patagonia y luego a una base secreta nazi de la Antártida. Los miembros de la comisión se mostraron tan insistentes en este punto que enviaron luego a Schaeffer con su tripulación y a Otto Wehrmut, comandante del U-530, como prisioneros a un campo de concentración próximo a Washington, dónde reanudaron sus interrogatorios durante meses. Aunque no pude hallar ningún dato acerca del paradero del comandante Wehrmut sí verifiqué que Schaeffer negó repetidamente haber transportado a nadie en su nave… No obstante, fue entregado a los ingleses en Amberes y fue interrogado nuevamente durante muchos meses.
Suponiendo que Schaeffer estuviera diciendo la verdad y que los aliados no descubrieran nada anormal en el submarino que tenía a su mando, parece algo extraño que los americanos enviaran más tarde la nave a Estados Unidos donde, con órdenes directas del Departamento de Guerra americano, fue desguazada y torpedeada. En cuanto a Schaeffer, regresó finalmente a Alemania, y no sintiéndose cómodo en su papel de vencido, fue a reunirse con otros alemanes en Argentina.
Subsiste la posibilidad de que Schaeffer pudiera haber mentido. Desde un principio resulta muy extraño que dos insignificantes submarinos alemanes pudieran haber despertado tan gran interés entre los aliados. También vale la pena considerar por qué los aliados podían haber imaginado que Hitler, Martin Bormann o cualquier otra persona hubieran huido, llegado el caso, a un lugar tan remoto como la Antártida. Finalmente, conviene advertir que Schaeffer había pasado gran parte de su carrera protegiendo los centros de investigación de Regen y Peenemünde; que tenía gran experiencia en patrullar por el Atlántico Sur y las regiones polares; y que formaba parte de un escogido grupo de oficiales navales a los que se envió a las montañas del Harz para estudiar los adelantadísimos submarinos eléctricos XXI. En otras palabras, Schaeffer estaba familiarizado con los proyectos «secretos de las montañas del Harz», y era el hombre ideal para efectuar el viaje a la Antártida.
Revisemos ahora la situación. No se ha confirmado, aunque es muy posible, la existencia del Feuerball alemán, ni que tuviese algo que ver con las primeras apariciones de los modernos ovnis durante la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco que un ingenio volador supersónico, el Kugelblitz, fuese probado con éxito en Alemania pocas semanas antes de concluir la guerra. Por tanto, el Feuerball pudo haber sido el precedente de los ovnis al parecer controlados remotamente (Foo Fighters), mientras que el Kugelblitz pudo ser el primero de los platillos volantes de gran tamaño controlados por pilotos.
Los diseños de platillos volantes sin firmar reproducidos en Brisant y en otros muchísimos medios informativos más ortodoxos, aludían a materiales que, por lo que sabemos hoy, eran inexistentes durante los años de la guerra. Ello sugiere que acaso se tratara de reproducciones de los planos originales que Rudolph Schriever, el Flugkapitan, actualizó poco antes de su muerte, a fines de los años cincuenta. Suponiendo entonces que a Schriever le «robasen» o «extraviara» notas y diseños que realmente se encontraban en manos de las SS, es posible que el proyecto se desarrollara secretamente en uno de los muchos complejos de la zona del último reducto abortado, ya sea en el complejo de Nordhausen, en las montañas del Harz, o en Kahla, en las proximidades de Turingia, y que el platillo ya acabado fuese probado en los primeros meses de 1945, y que se optara por destruirlo ante el avance de los aliados.
Por reproducciones de la obra de Schriever, Bellonzo y Miethe, sabemos que, por muy primitivo que fuese entonces, se encontraba entre la lista de prioridades militares alemanas un proyecto de platillo volante. Respecto a que la única prueba de la existencia de tales ingenios es la presentada anteriormente, debería tenerse en cuenta que los más fanáticos miembros de las SS de Himmler controlaban los centros de investigación en las zonas mencionadas; que al tiempo que se retiraban intentaron destruir sus más importantes documentos científicos e inventos; y que miles de obreros esclavos y sus señores de las SS que podían haber revelado muchas cosas, desaparecieron en el caos de la liberación y no volvió a vérseles.
¿Pudieron haber ido algunos de ellos a la Antártida?
Contrariamente a la opinión aceptada, es muy posible que los nazis enviaran de manera continua, por barco y avión, hombres, material y documentos importantes a la Antártida durante los años de la guerra.
En cuanto a la posibilidad de que los submarinos fuesen entonces capaces de realizar un viaje prolongado, conviene advertir que un submarino normal podía cubrir siete mil millas en cada crucero, que los alemanes tenían petroleros para abastecer submarinos diseminados por todo el Atlántico Sur, por lo menos hasta Sudáfrica meridional, y que cualquiera de dichos petroleros, que tenía un desplazamiento de dos mil toneladas, pudo facilitar combustible y provisiones a diez submarinos, triplicando así la autonomía de tales navíos.
Con respecto a la posibilidad de que los alemanes hubieran construido en la Antártida factorías y centros de investigación subterráneos y autosuficientes, sólo se ha señalado que las instalaciones de ese tipo en Alemania eran auténticas y gigantescas proezas de ingeniería, que encerraban túneles aerodinámicos, factorías con maquinaria, plantas de montaje, zonas de lanzamiento, suministro de municiones e instalaciones para todos cuantos trabajaban allí, comprendidos campos anejos para esclavos. Pese a todo ello, muy pocas personas conocían su existencia.
Teniendo todo esto en cuenta, considero muy posible que fuesen enviados a la Antártida durante la guerra hombres y material, que durante aquellos mismos años los alemanes estuvieran dedicados a construir enormes complejos subterráneos en Nueva Suabia, semejantes a los que estaban diseminados por el último reducto en Alemania, y que los intentos de «ocultamiento» por parte de americanos, rusos e ingleses de las apariciones de platillos pudieran deberse a las razones expuestas en esta novela.
Los escépticos argumentarán que los libros de historia más importantes del Tercer Reich ignoran o consideran ridículos todos los rumores acerca de armas «secretas» alemanas, pero tal argumento puede estar destinado a recordar al lector que la mayoría de proyectos de armas secretas se mantenían ocultos por las SS, y que mucho de cuanto los aliados descubrieron sigue archivado hasta el momento.
Aunque Albert Speer, ministro de Armamento y Producción Bélica del Tercer Reich, mostrara escepticismo sobre las «armas secretas» en su elocuente libro Inside the Third Reich (Wiedenfeld and Nicholson, Londres, 1970), admitía la existencia de una creciente especulación sobre ellas durante los últimos meses de la guerra. Pese a que él mismo manifestó en su momento que no se contaba con suficiente material básico para la producción de tales armas, según sus propias palabras, declaró haber «subestimado… las grandes existencias de material que se encontraban acumuladas en las factorías». Speer también se mostró escéptico cuando Robert Ley, ministro de Trabajo, le comunicó lleno de excitación en abril de 1945 que sus científicos alemanes habían inventado un «rayo de la muerte» (posiblemente un láser), lo cual es interesante si se considera que Heinz Schaeffer, capitán del submarino U-977, manifestaba en su libro U-Boat 977 (William Kimber, Londres, 1952) que en abril de 1945 un miembro de las SS le había ofrecido presenciar la demostración de un supuesto «rayo mortal». Por desdicha, Schaeffer se apresuró a regresar a Kiel para emprender su famoso último viaje, y no tuvo tiempo de quedarse en Berlín y comprobar la veracidad de las palabras de su amigo.
Con el fin de elaborar esta novela, he utilizado personajes de la vida real, como los generales Hans Kammler y Artur Nebe, de las SS. Acaso los lectores pueden estar interesados en saber que aunque Nebe figuró en la «lista negra» de los nazis tras el intento de asesinato de Hitler, en realidad nunca fue confirmada su muerte, y muchos creyeron que simplemente había huido para salvar su vida. En cuanto al general Hans Kammler, su historia en las SS y los cohetes V-I y V-2 estaba muy bien documentada, pero sigue siendo un misterio qué fue de él tras su desaparición de Alemania en abril de 1945.
Respecto a los miembros del equipo del platillo volante alemán, Schriever y Bellonzo, ya están muertos. Se dijo que Habermohl había sido capturado por los rusos (de ahí el temor que los militares americanos sentían por los platillos rusos poco después de la guerra). Quizá es aún más interesante la declaración de Miethe a la prensa: que trabajó en el Proyecto Platillo. Luego, se fue a trabajar con americanos y canadienses.
Finalmente, y a propósito del prototipo del platillo volante AVRO, que fue entregado a Estados Unidos, se divulgó extensamente que había constituido un fracaso. Se encuentra hoy en el Museo de las Fuerzas Aéreas Americanas, en Fort Eustis, Virginia.
De modo que aunque Génesis es una novela, se basa en hechos diversos… que podrían ser sometidos a concienzudo examen.