Permítame comenzar por el principio. En 1933, cuando Hitler asumió el poder, los más destacados científicos alemanes quedaron totalmente subordinados a la creación de nuevo armamento. Por consiguiente, hacia 1935, la investigación sobre cohetes y otros ingenios para la guerra aérea habían adelantado de modo espectacular. Actualmente es creencia generalizada que la mayoría de aquel trabajo fue realizado por Walter Dornberger, Karl Becker, Klaus Riedel, Helmut Grottrup y Wernher von Braun. Pero en realidad no fue así. La mayor parte de la fama atribuida a aquellos caballeros radica en que todos trabajaban en los cohetes V-I y V-2, que la mayoría de ellos fueron a América después de la guerra y que, una vez allí, se hicieron muy famosos por la labor realizada en la NASA en materia de exploración espacial. Sehr gut. Sin embargo, el auténtico pionero alemán en los logros de la Segunda Guerra Mundial, fue el americano que usted conoce como Wilson.
En 1935, casi toda la investigación alemana sobre cohetes se estaba llevando a cabo en las estaciones experimentales de Reinickendorf y Kummersdorf Occidental, no lejos de Berlín. A Kummersdorf Occidental, siendo yo entonces administrador del departamento científico, acudió Himmler personalmente acompañando a Wilson. Y lo que de veras me sorprendió, aparte de que se tratase de un americano, fueron los amplios poderes que Himmler se proponía otorgarle.
A mediados de 1935, se había decidido que los centros de investigación de Reinickendorf y Kummersdorf resultaban insuficientes para desarrollar en ellos los proyectos espaciales. Aquel mismo año Wernher von Braun sugirió utilizar Usedom, una isla del Báltico que estaba situada junto a Szczecin, en la desembocadura del río Oder, dotada de intensa vegetación, escasamente habitada y bastante aislada. Por consiguiente, decidieron trasladar los dos centros de investigación al promontorio norte de Usedom, junto a la pequeña localidad de Peenemünde… Y cuando los equipos de los cohetes se marcharon, aquel hombre misterioso, Wilson, el extranjero llegado de América, se hizo cargo del centro de Kummersdorf Occidental.
Era una situación insólita, pero no tan imposible como pueda parecer. Aunque Alemania era entonces una nación sometida a constante vigilancia, dicha vigilancia estaba confiada a la Gestapo y a las SS, organizaciones estrictamente controladas por Himmler. Las SS de Himmler eran únicas y se atenían sólo a sus propias leyes. No debían responder ante Hitler ni ante el alto mando alemán, sino solamente ante su querido Reichsführer: al semidiós Heinrich Himmler. En realidad, era Himmler quien controlaba Alemania, discreta y subrepticiamente. Asumió calladamente el control de escuelas, universidades y fábricas, y pronto contó con sus propios centros de investigación diseminados por todo el país. De ese modo Himmler lo controlaba —controlaba el flujo de información—, y sus proyectos estaban envueltos en un secreto impenetrable.
El proyecto de Wilson era uno de tales secretos tan sólo conocido por unos pocos. Sus centros de investigación estaban llenos de técnicos meticulosamente escogidos y eran constantemente patrullados por las SS. Sin duda alguna se trataba de un genio, estoy convencido de ello. Era frío, brillante e implacable, casi inhumano. Su única pasión se centraba en la ciencia. Sus conocimientos superaban toda creencia, y raras veces hablaba de otra cosa que no fuera su trabajo y de la necesidad de llevarlo a cabo. Por ello se encontraba en Alemania. Sólo Alemania podía satisfacer sus aspiraciones. Allí contaba con recursos ilimitados, mano de obra esclava y el apoyo personal de Himmler: eso era lo que deseaba. Necesitaba recursos y músculos y no le importaba de dónde procediesen.
De este modo, habiéndole dado Himmler carta blanca, Wilson consolidó rápidamente su proyecto, entremetiéndose en otros departamentos, utilizando distintos centros de investigación y apropiándose de técnicos que, en los lugares que fuese, trabajaban para las SS. Ahora bien; aunque contaba con muy evidentes ventajas, también se veía obligado a aceptar la presencia de algunos ingenieros que, en realidad, no le interesaban demasiado, entre los que se encontraban los científicos alemanes Habermohl y Miethe, el viejo doctor Bellonzo y Rudolph Schriever, el ambicioso ingeniero de la Luftwaffe. En realidad, en su mayoría habían sido destinados allí para vigilar a Wilson, y su presencia en torno a su proyecto le molestaba profundamente, por lo que les mantenía ocupados, confiándoles diversas empresas de la que podían ir enviando información regularmente a Himmler. Pocos de tales trabajos valían la pena, pero hacían feliz a Himmler, halagaban la vanidad de sus cuatro científicos y permitían a Wilson llevar adelante la labor que realmente le interesaba, sin demasiadas interferencias.
Decidido a que su proyecto fuese el más adelantado de cuantos existían entonces, Wilson viajó por toda Alemania, visitando otros centros de investigación y aprovechando cualquier innovación que pudiera mejorar las posibilidades de su propio proyecto.
Al llegar a este punto comprenderá que, aunque es cierto que los científicos alemanes en bloque trabajaban entonces en algunas novedades extraordinarias, también lo es que raras veces coordinaban sus proyectos. Tan grandes eran las gratificaciones en la Alemania nazi y tan terribles los castigos, que incluso científicos que anteriormente colaboraban entre sí se limitaban a arrastrarse para alcanzar favor, compitiendo de manera feroz entre ellos. En este sentido, la situación de Peenemünde era característica: mientras la crema de nuestros ingenieros especialistas en cohetes trabajaba en Peenemünde, el V-I era un proyecto de la Luftwaffe y el V-2 de la Marina, y ambos equipos competían entre sí en lugar de conjuntar sus esfuerzos. De modo similar, mientras diversos establecimientos diseminados por toda Alemania y Austria trabajaban aisladamente en turbinas de gas, propulsión de chorro, metales resistentes al calor y porosos, mecanismos giroscópicos y artefactos que vencieran la capa límite, hasta que llegó el incansable Wilson de grises cabellos, no hubo quien viese la necesidad de vincular todas aquellas innovaciones en un aparato sorprendente y revolucionario. Wilson lo consiguió; combinó lo mejor de las creaciones alemanas, y en cinco años completó el prototipo de su platillo volante.
Yo lo vi en 1941, en un hangar de Kummersdorf Occidental. Era un aparato completamente circular, como un cuenco de acero invertido en el que se apoyaba la cabina del piloto, en forma abovedada. El cuerpo principal del disco estaba sostenido por cuatro patas gruesas y huecas que contenían los rotores de las turbinas de gas y facilitaban al aparato su posibilidad de ascenso vertical. Otros cuatro rotores de iguales características estaban situados horizontalmente de modo equidistante en torno al borde del cuerpo circular, supongo que para controlar el vuelo en sentido horizontal.
Aunque la máquina fue probada el 12 de junio de 1941, alcanzando un éxito modesto, Wilson se sintió bastante estimulado para intentar un modelo más ambicioso. El modelo de mayor tamaño, de turbopropulsión, fue concluido en agosto de 1943 y se efectuó una prueba al mes siguiente. El aparato ascendió con lentitud, dio algunos bandazos, sufrió rotación del fuselaje y luego cayó. Wilson decidió que el sistema era inútil, volvió a su mesa de proyectos y comenzó a trabajar en un nuevo sistema de propulsión de chorro.
Ahora bien; Himmler estaba muy ilusionado ante las posibilidades del platillo volante, pero nunca se lo mencionó a Adolf Hitler. En realidad, lo único que el Führer sabía de Kummersdorf Occidental era que se trataba de uno de los múltiples centros de investigación aeronáutica en el que, probablemente, se dedicaban a la producción de un avión convencional. Con respecto a los temas tecnológicos, Hitler sabía muy poco, puesto que esperaba que Himmler le mantuviese informado. Aquello fue un error: Himmler se reservó muchas cosas. De modo que Hitler tuvo noticias de Peenemünde, del V-I y del V-2, pero sólo se enteró de que estaban en marcha algunas armas «secretas».
Himmler tenía buenas razones para mantener dicho secreto. Ya en 1938, Hitler, deseoso de lograr una posición en la Antártida, envió una expedición dirigida por el capitán Alfred Richter a la costa sur de Sudáfrica. Durante tres semanas fueron diariamente catapultados dos planeadores desde la cubierta del portaaviones alemán Schwabenland (Nueva Suabia) con órdenes de sobrevolar y cruzar el territorio que los exploradores noruegos habían bautizado con el nombre de Tierra de la Reina Maud. Los alemanes realizaron un estudio mucho más completo de la zona que el de los noruegos, y fue considerado como el mejor estudio aéreo emprendido hasta entonces. Descubrieron que vastas regiones estaban sorprendentemente libres de hielo. Sus aviones cubrieron casi cuatrocientos mil kilómetros cuadrados en total, fotografiando casi la mitad de esa zona. También dejaron caer varios miles de estacas metálicas, todas ellas marcadas con la esvástica y de aguda punta, de modo que se clavasen en el hielo y quedasen de pie. Una vez realizado aquel trabajo rebautizaron la zona con el nombre de Nueva Suabia, y luego la reclamaron como parte del Tercer Reich.
Desde aquel momento fueron enviados regularmente hombres y equipos a Nueva Suabia con el fin de construir una base militar subterránea secreta. La mayoría de ellos eran tropas especialmente entrenadas de las SS y obreros esclavos de los campos de concentración. Ahora bien; aunque Hitler estaba enterado de que Himmler enviaba hombres a la Antártida, lo consideraba una táctica estrictamente militar y, por lo que a él se refería, la base secreta subterránea de la Antártida era simplemente un centro de instrucción de las SS destinado a aclimatar científicos y soldados a aquellas condiciones rigurosas a fin de prepararlos para efectuar exploraciones después de la guerra. Sin embargo, lo que en realidad hacía Himmler era tratar de materializar un sueño que no comprendía a Hitler, que superaría al Tercer Reich y que le situaría a él entre los seres inmortales como Señor de la Atlántida.
Permítame aclarar eso. Himmler tenía múltiples obsesiones, singulares y totalmente insensatas, relativas a brujería, hipnotismo, clarividencia, reencarnación, curación por la fe. Soñaba con Lemuria, la Atlántida, la mística fuerza del Volk. También estaba absolutamente convencido de la esperanzada doctrina de Hoerbiger del Hielo Eterno, de que un mundo de hielo era la herencia natural de los hombres nórdicos y, por consiguiente, consideraba que un retorno a ese mundo convendría a hombres que eran como dioses.
Por todas esas razones, cuando se confió a Himmler la tarea de organizar las SS no las consideró como una fuerza de policía normal, sino como una auténtica orden religiosa dedicada a la creación del hombre perfecto. En realidad, ya desde el principio, tenía la intención de aislar definitivamente a la «élite» de las SS del mundo de los hombres corrientes para el resto de sus vidas. También tenía la intención de crear colonias especiales de aquella «élite» por todo el mundo, que sólo responderían a la administración y a la autoridad del nuevo orden de Himmler.
Por ello su primer paso fue la creación de escuelas especiales en las montañas de Baviera donde los miembros escogidos de las SS eran adoctrinados en los ideales de Himmler y se convencían firmemente de ser seres únicos, «los más selectos y valiosos que se conocían». El segundo paso fue la creación del Ahnenerbe, el Instituto de Investigación de la Herencia, cuya función consistía en financiar y publicar las investigaciones alemanas y supervisar los espantosos experimentos medicoantropológicos que se llevaban a cabo en reductos infernales, como Auschwitz y Dachau. El tercer paso consistió en eliminar a todos los judíos de la faz de la Tierra y en trasladar a los subhumanos —polacos, checos, eslavos— a los numerosos campos de concentración existentes, dejándolos allí, generación tras generación, como esclavos del Reich. Y la cuarta y más importante fue la Lebensborn, Primavera de Vida, que a través del apareamiento controlado de los hombres seleccionados de las SS y de mujeres arias puras, eliminarían los tipos imperfectos alemanes al cabo de un siglo.
Un mundo de hielo y de fuego, la Antártida y las SS. Este sueño, que obsesionaba día y noche a Himmler, se convirtió por fin en realidad. Tenía su colonia en la Antártida; tenía los amos en las SS, y a la Antártida enviaría a sus esclavos, los utilizaría para el trabajo y como conejillos de indias y, con el tiempo, mediante control científico, nacería el Superhombre.
¿No lo cree, señor Stanford? ¿No le parece posible? Piense entonces en el Ahnenerbe y el Lebensborn, en los experimentos médicos y nacimientos controlados, en Belsen y Buchenwald, y en las cámaras de tortura de las SS. En los millones de seres que fueron eliminados como pollos de granja y cuyas cenizas calientes se descubrían después. Los campos de concentración no constituían accidentes: se permitían ritos de iniciación. Aquel mundo de amos y esclavos era el prototipo para el orden social del futuro. Y recuerde también, herr Stanford, que el Lebensborn, aparte de concertar los emparejamientos entre la élite de las SS y magníficas damas rubias y adoptar huérfanos «racialmente convenientes», raptaba asimismo a miles de chiquillos «convenientes» de los territorios ocupados y los educaba en instituciones especiales de las SS… Muchos de esos niños, ciertamente miles de ellos, desaparecían sencillamente de la faz de la Tierra.
De modo que todo era obra de Himmler: Hitler nunca tuvo noticias de ello. Himmler deseaba su colonia secreta, deseaba el mundo de hielo y fuego, quería el extraordinario platillo volante para su futura protección. De ese modo, hacia 1943 fue cuando más prisioneros de campos de concentración y niños raptados para el Lebensborn se enviaron a la Antártida, así como un abundante y valioso equipo que comprendía componentes para el platillo volante desapareció por el Atlántico Sur en submarinos controlados por las SS.
¡Lástima que el sueño de Himmler se derrumbase! Hacia 1943 fue evidente para todos que se perdería la guerra. Esta seguridad llenó de pánico a Himmler, le hizo anhelar más desesperadamente aún algunas nuevas armas extraordinarias y, por último, le estimuló a considerar con simpatía los proyectos de los cohetes V-I y V-2. Luego, tras el bombardeo sufrido el 17 de agosto por los centros de investigación de Peenemünde, Himmler convenció a Hitler para que confiase todo el proyecto a las SS. Un mes más tarde, el 3 de septiembre de 1943, el general Hans Kammler de las SS, se encargó del traslado de la mayoría de proyectos en marcha en Peenemünde —aunque no de la persona de Wernher von Braun— a las cuevas de las montañas próximas a Traumsee, en Austria, y la producción en masa de los cohetes a la fábrica subterránea de Nordhausen, en las montañas del Harz, lo cual dio a Himmler un nuevo proyecto favorito y le distrajo de Wilson.
A principios de 1944, Wilson, que colaboraba entonces en la BMW Platz, cerca de Praga, había sustituido el sistema original turbopropulsado en su platillo volante por un nuevo sistema de propulsión de chorro mucho más avanzado, realizando así la primera máquina verdaderamente útil. Wilson tenía la intención de probar el ingenio cuanto antes, pero le apartaron de esa idea pensamientos cada vez más sombríos sobre Himmler.
Tenga en cuenta que, en su infancia en América, Wilson, como nuestro Von Braun, había estado obsesionado por las posibilidades del vuelo espacial. Goddard y él, ambos dos genios, habían colaborado secretamente, y Wilson advirtió el mal trato que Goddard recibiera del país al que ayudó. Por esa causa y por sus experiencias en Iowa, a Wilson le obsesionaba la necesidad de evitar un destino semejante y de disfrutar de absoluta libertad para realizar su trabajo. Aquella libertad se encontraba en la Antártida, en una sociedad de amos y esclavos. Y Wilson deseaba rodearse de una sociedad semejante para poder alcanzar el triunfo.
Sin embargo, hacia 1943, Wilson consideró que Himmler estaba prácticamente loco, que acabaría sucumbiendo y que, entonces, representaría una amenaza para sus planes de huida. Su opinión la compartían unos cuantos oficiales de alto rango. Wilson aguardó hasta que llegó el momento oportuno, cuando la derrota era ya inminente, y entonces les insinuó por separado un plan de huida. Uno de aquellos oficiales era yo mismo; otro, el general Hans Kammler, de las SS, y un tercero, el general Artur Nebe, también de las SS, hombre muy reservado. Teniendo en cuenta que tanto Kammler como yo mismo habíamos sido directamente responsables de la utilización del trabajo de esclavos y que Nebe había estado en la Gestapo dirigiendo una escuadrilla de exterminio en Rusia, todos éramos muy conscientes del destino que nos aguardaba cuando nos capturasen los aliados. Como es obvio, estuvimos de acuerdo con el plan de Wilson.
El quid de la cuestión consistía en lograr que Himmler olvidase nuestro proyecto y concentrase su atención en otra parte. Por consiguiente, Wilson comenzó a facilitar informes falsos sometiendo proyectos incompletos a Himmler y a uno de sus ingenieros favoritos, precisamente el Flugkapitan Schriever. Aunque sin aventurarse demasiado, para no resultar sospechoso a Himmler, minimizó no obstante los progresos logrados y le habló de graves retrasos que afectaban al trabajo y al equipo. En realidad, tales retrasos no existieron ni por un momento. Aquello preocupó a Himmler que como le he dicho necesitaba desesperadamente armas extraordinarias, por lo que apartó su atención de Wilson y comenzó a fijarse en otra dirección.
Esto me trae a la memoria a los colaboradores indeseados de Wilson, especialmente al Flugkapitan Rudolph Schriever. Recuerdo que los inviables proyectos de Schriever fueron los sometidos a Himmler principalmente, y no los más adelantados de Wilson. Por tanto, de acuerdo con el plan de este último, poco después de la invasión aliada en Europa, Hans Kammler insinuó a Himmler que los proyectos de Schriever estaban más avanzados, que Wilson mantenía perversamente aislado a Schriever, y que debía concedérsele a éste un centro propio de investigación que le permitiera proseguir su labor sin interferencias. Kammler sugirió posteriormente que, por los terribles bombardeos sufridos sobre Berlín y sus zonas circundantes y la invasión de los aliados, el centro de investigación de Kummersdorf Occidental debía ser evacuado a una zona secreta más inaccesible. Sugirió que el proyecto de Wilson fuese trasladado a las montañas de Turingia, a Kahla, y que el nuevo proyecto de Schriever se situase en una zona desolada de Mahren… Himmler accedió a todo ello.
El 22 de junio de 1944, poco después de haber adecuado su platillo volante de propulsión de chorro, el proyecto de Wilson fue trasladado de Kummersdorf Occidental a Turingia. Una semana después, bajo el mando de Schriever, el restante equipo de Kummersdorf fue trasladado a un lugar secreto de Mahren. Así, mientras los progresos de Schriever serían vigilados muy de cerca por Himmler, Wilson podría concluir el auténtico platillo volante bajo la protección de Hans Kammler y mía.
Lo que necesitábamos entonces era una vía de escape estrictamente controlada que nos llevase de Kahla a Kiel, en el Báltico. El hombre más adecuado para lograrla era, sin duda, Artur Nebe, general de las SS, dotado de agudo sentido de supervivencia y bien adiestrado en toda clase de intrigas. Por desdicha, aunque Nebe había sido en otro tiempo miembro favorito de las SS, se hallaba entonces sujeto a sospechas por los más allegados a Hitler, y se sabía continuamente vigilado. Nebe debía desaparecer; tendría que trabajar en el anonimato, y le llegó esta oportunidad el 20 de julio de 1944 tras el intento de asesinato sufrido por Hitler.
El intento de asesinato dio como resultado las más terribles represalias y, temiendo por sus vidas, gran número de nuestros oficiales huyeron para ponerse a salvo. Uno de ellos fue el general Nebe, que contaba con muchos seguidores fanáticos. Nebe fue directamente a Kahla acompañado de gran número de sus hombres, y ellos organizaron la huida de Kahla a Kiel. Así fue como, a comienzos de 1945, hombres importantes y valioso material se mudaron tranquilamente del complejo de investigación de Turingia a los magníficos submarinos y barcos situados en el puerto de Kiel, en el Báltico. Dichos traslados fueron oficialmente autorizados por el favorecido general Hans Kammler, y estrechamente controlados por el anónimo general Nebe y sus hombres.
Kammler estaba en perfectas condiciones para solucionarlo todo. Contaba con la confianza de Himmler y era reverenciado por sus hombres de las SS. Podía trasladar material y equipos humanos por cualquier lugar sin ser molestado. Máxime porque por entonces había asumido todo el control del programa del V-2, que se había convertido en la última esperanza de Hitler. Como aquellas funciones le dejaban en libertad de viajar por todos los territorios ocupados por Alemania, se esforzaba denodadamente por el lanzamiento de los V-2, y se aseguraba de que todos sus movimientos fuesen vistos. De ese modo, Wilson pudo reunir todas las piezas del prototipo de su platillo en la factoría subterránea de Kahla sin ser molestado por el cada vez más desilusionado Hitler, y estando protegido, por otra parte, por el general Nebe y sus subordinados de las SS.
Kammler desempeñaba a la sazón otras funciones útiles. Aunque el infame retiro alpino jamás había existido realmente, Hitler todavía seguía soñando con un último reducto en las montañas alemanas. Puesto que la zona por él escogida debía comprender el arco que va desde las montañas del Harz hasta Turingia, pasando por el sur de Praga y cruzando Mahren, Kammler asumió el mando de todos los centros más importantes de investigación escondidos en las profundidades de aquellas zonas, lo que le facilitó nuevamente la protección del proyecto de Wilson en Kahla y asegurar el continuo embarque de hombres y mercancías en los buques y submarinos del puerto de Kiel.
A comienzos de febrero de 1945, Wilson había completado la creación de un auténtico platillo volante sumamente avanzado, y se dispuso un vuelo de prueba para el 14 de dicho mes. Por desdicha, a primeras horas de la mañana, cuando sacaron del hangar aquel ingenio, el mal tiempo reinante, que proyectaba lluvia y nieve, obligó a cancelar la prueba, que, no obstante, pudo llevarse a cabo dos días después con el mayor éxito.
El aparato se probó cerca de Kahla la mañana del 16 de febrero de 1945 y se llamaba Kugelblitz. Constaba básicamente de tres fases, tenía forma discoide, con un diámetro de catorce mil doscientos milímetros y una altura desde la base hasta la cúpula de tres mil doscientos milímetros. El cuerpo central estaba compuesto de aleaciones con base de níquel y titanio y los discos superior e inferior de aquel cuerpo circular giraban a diversas velocidades en torno a la cabina de control, bipilotada, que encajaba en un cuerpo sólido donde se albergaba el motor. Los discos giratorios estaban desprovistos de toda protuberancia superficial, tales como alas y estabilizadores, y la composición de su metal poroso le permitía absorber el aire y reutilizarlo como fuerza propulsora adicional.
Como en su anterior versión turbopropulsada, este platillo de cuatro patas funcionaba asimismo de modo descendente, con las toberas posteriores giratorias e impulsoras usadas para despegue, pero a la sazón activadas por compresores de alta y baja presión que generaban un enorme impulso y comprendían un nuevo sistema vaporizador de inyección de combustible, que dejaban libres de humo los propulsores de reacción. Los quemadores de propulsión elevaban el Kugelblitz verticalmente a moderada velocidad hasta alcanzar una altura de unos treinta metros y, al llegar a este punto, la tobera de impulso descendente giraba hacia arriba a través del disco inferior y se cerraba en la posición del cuerpo central insertado. Cuatro propulsores similares equidistantes en torno al cuerpo central fijo serían utilizados para propulsión horizontal y control de dirección, mientras que los discos superior e inferior, con su composición porosa, girarían a enorme velocidad para utilizar la capa límite y lograr así altas velocidades, hasta el momento sin precedentes.
El Kugelblitz era en realidad un Feuerball de gigantesco tamaño, el logro más reciente de los esfuerzos de Wilson y, como tal, estaba notablemente perfeccionado. Durante el vuelo de prueba alcanzó una altura que superó los doce mil metros, a una velocidad aproximada de dos mil kilómetros por hora. Sin ser aún capaz de realizar las extraordinarias maniobras del moderno ovni, incorporaba no obstante un escudo especial para protección de los pilotos por inercia, un sistema de control automático que utilizaba el perfil de la tierra que estuviera sobrevolando, alta frecuencia, navegación automática omnidireccional y unas cuantas armas de rayos láser primitivas, pero muy efectivas.
Naturalmente, habiendo realizado de forma satisfactoria el proyecto, nuestra principal tarea consistió en trasladar el proyecto a la Antártida, haciendo desaparecer todos los vestigios de nuestro trabajo y asegurándonos de que nada encontrarían los aliados en su avance. Teniendo en cuenta que, tras haber comprobado con éxito cada sección separada de las máquinas, las habíamos ido enviando a la Antártida, componente por componente, durante todos los años de la guerra, los únicos elementos que tenían que ser enviados eran los pertenecientes a los motores de reacción diseñados de nuevo. Al cabo de una semana de haber realizado el vuelo de prueba, aquellos materiales se retiraron del Kugelblitz, la propia máquina fue destruida, y Wilson, acompañado de Nebe y miembros de las SS, se fueron en camión y en tren al puerto de Kiel. Dos días después, el 25 de febrero de 1945, los restantes obreros esclavos del complejo subterráneo de Kahla fueron devueltos a Buchenwald, donde los gasearon e incineraron en los hornos crematorios, y el complejo de Kahla quedó desierto.
Himmler nunca se enteró de la evacuación de Kahla, puesto que estaba excesivamente obsesionado por el rápido avance soviético. Para seguir distrayéndole, el general Kammler sugirió la conveniencia de que los científicos que aún seguían en Peenemünde se unieran a los de Nordhausen, poniendo de relieve que se estaba construyendo un nuevo centro de investigación en la mina de Bleicherode, y que se había dispuesto la instalación de los técnicos y de sus familias en los pueblos circundantes. Himmler accedió prontamente a ello y, poco después, Wernher von Braun y sus camaradas fueron trasladados en tren, camión, coche privado y lancha a sus nuevas instalaciones, en las profundidades de las montañas del Harz.
A la sazón, y tal como Wilson había previsto, Himmler estaba desmoronándose. Hitler ya no seguía confiando en él y se había puesto en ridículo permitiendo que el Ejército ruso alcanzase las afueras de Berlín, por lo que pasaba gran parte de su tiempo en el sanatorio del doctor Gebhardt, en Hohenlychen, a ciento veinte kilómetros al norte de Berlín, planeando su insensata rendición particular a los aliados.
A fines de febrero, mientras Wilson y el general Nebe se escondían en las afueras de Kiel y Kammler trasladaba a los técnicos de Peenemünde a Nordhausen, visité al Reichsführer. Balbuceante y demencial, me dijo que sus negociaciones de paz no progresaban, que estaba tratando de lograr un acercamiento a Einsenhower, y que pretendía utilizar como soborno a los aliados el disco volador de Schriever.
Siguiendo las instrucciones de Kammler, informé al Reichsführer que el proyecto de Wilson no había adelantado, que Wilson había sido asesinado cuando intentaba huir para reunirse con los aliados, y que el complejo investigador de Kahla había sido evacuado y luego volado, para evitar que el equipo cayera en manos enemigas. También le dije que, puesto que el enemigo pronto llegaría a Hohenlychen, había escasas probabilidades de huir a la Antártida, y que, por lo tanto, sus negociaciones eran nuestra única esperanza. Himmler, aterrado ante estas noticias, me pidió que informase a Kammler de que debía defenderse a toda costa el último reducto. Entretanto, él, Himmler, lograría que el disco de Schriever, se probase lo antes que fuese humanamente posible.
Sabedor de que el disco de Schriever posiblemente no volaría, volví a aguardar a Kammler en Nordhausen. A fines de marzo, Kammler regresó de La Haya, donde había estado lanzando el último cohete V-2 sobre Londres. Por desdicha, poco antes de que nos reuniésemos con Wilson y Nebe en Kiel, Kammler recibió noticias de Himmler de que los americanos estaban llegando a Nordhausen. Le ordenaba que hiciese evacuar todo el complejo. Decidido a asegurarse de que no recayeran sospechas sobre él, Kammler ejecutó esta orden.
Sin embargo, Kammler no marchó con los evacuados. Considerando una forma más subrepticia de realizar su huida, el 2 de abril, acompañado de unos quinientos expertos en V-2, se los llevó a los Alpes bávaros, a la región de Oberammergau, viajando con ellos en su tren privado de las SS. Una vez allí, los técnicos se alojaron en los barracones del Ejército, vigilados por algunos fanáticos de las SS. Entre estos científicos se encontraban Wernher von Braun y el general Dornberger… y, poco después de haber sido hechos prisioneros, el general Kammler desapareció silenciosamente, poniéndose a salvo.
¿Si huí con él? Evidentemente, no. El 2 de abril, cuando Kammler estaba en el tren que se dirigía a Oberammergau, yo regresaba a Berlín para comprobar la situación general. Sin embargo, una vez allí, me encontré sumergido en conjuras, contraconjuras y otras intrigas. En cuanto a Himmler, no quería dejarme ir. Estaba completamente histérico, se escondía en su sanatorio, estudiaba su horóscopo, trataba todavía de negociar una paz por separado, y balbucía constantemente acerca de que el disco volador de Schriever nos salvaría a todos.
Al final, fue el inútil platillo de Schriever el que me tuvo atrapado en Berlín. Creyendo entonces que el proyecto de Wilson había quedado concluido y que Wilson estaba muerto, Himmler insistió en que yo supervisase el vuelo de prueba del prototipo de Schriever, que se suponía concluido. Lo hice contra mi voluntad: dispuse el vuelo de prueba a mediados de abril, pero el proyecto debió anularse frente al avance de los aliados, y el prototipo fue destruido por las SS en su retirada. Los pocos diseños útiles de Schriever fueron robados y quemados en mi presencia. Después de esto, Himmler, hundido, se suicidó, y yo huí del holocausto de Berlín hasta que conseguí llegar aquí.
¿Y los demás? El 25 de abril de 1945, cinco días después del cumpleaños de Hitler, dos días después de la primera reunión entre las tropas soviéticas y americanas en los campos del Elba, tres días antes de que los aliados cruzaran la orilla oriental, y cinco antes de que Hitler se suicidase en su búnker de Berlín, el general Kammler se reunió con Wilson y con el general Nebe a bordo del submarino U-977, con destino a la Antártida.