Una vez más, Saint-Germain reunió a los miembros de la logia en la sala principal de la fortaleza bajomedieval. En esta ocasión no pensaba hablarles de la finalidad de la ceremonia, algo que ya dejó bien claro las vísperas del proceso, sino de las consecuencias que tendría en un futuro. Era evidente que se trataba de un tema delicado que solo podían escuchar quienes formaban parte de la Fraternidad, por lo que el teniente tuvo que conformarse con esperarles sentado en el gabinete de reuniones de la marquesa de Blanchefort. A Charles y Papilión les fue permitida la entrada al conciliábulo porque, sin pertenecer a la logia, eran los invitados de honor y, sin lugar a dudas, los protagonistas del extraordinario ritual. Se les acomodó uno a cada lado del salón, cara a cara, recordándoles que debían guardar un silencio sepulcral, y no participar del coloquio por ningún concepto, condición que aceptaron sin oportunidad de réplica.
No habían tenido ocasión de hablar desde que abandonaran el castillo la noche anterior. Charles, sin embargo, estaba deseoso de poder intercambiar opiniones y contrastar sentimientos. Por lo que le decían sus ojos, era una mujer nueva, libre de fantasmas, feliz, que al fin y al cabo era por lo que siempre había luchado. Aquella joven de incógnita personalidad, pero de inmarcesible pureza, se iba pareciendo cada vez más a la imagen de una de esas vírgenes cuyos retratos suelen adornar conventos y catedrales. Tal era la virtud que demostraba incluso callada.
La voz del Maestro les devolvió a todos la consciencia, pues aún después de dormir seis horas seguidas, y reponer fuerzas con un almuerzo no tan frugal como otras veces, sus mentes seguían obcecadas por los efectos de la ceremonia y los vapores del torbellino.
—Supongo que os preguntaréis cual es el resultado final del proceso, ya que todo parece seguir como antes —comenzó diciendo Saint-Germain, caminando en círculo por el centro de la sala con el fin de ver el rostro de cada uno de sus adeptos—. El último grabado del Rosarium nos habla de un ser divino que resucita espiritual y carnalmente de entre los muertos… la Piedra Filosofal. Aun así, seguimos teniendo a nuestros dos héroes colocados como al comienzo, uno frente al otro. Yo no advierto en ellos ningún cambio… —Hizo un movimiento teatral, acercándose lo máximo posible al rostro de Charles para luego ir a colocarse junto a su joven protegida—. Para mí que siguen siendo los mismos… ¿Qué os parece, nos habremos equivocado en algo? ¿Quizá se me olvidó mezclar cierto ingrediente en la elaboración de la fórmula mágica del Agua Caótica? —Volvió al centro del salón y elevó el tono enfático—: ¡No, por supuesto que no! Yo os digo que hemos llevado a cabo nuestra obra con absoluta precisión, y que las indicaciones del Rosarium Philosophorum han sido escrupulosamente correctas. Entonces… ¿qué es lo que falla? Recapitulemos…
»Al principio conseguimos que el rey y la reina se unieran, y me refiero a la primera cópula, en el prostíbulo. Después tuve que corromper la mente de aquel desgraciado llamado Totó con el propósito de hacerle llegar a tiempo para el ritual, maniobra que me dolió más que a nadie pero que fue necesaria para nuestros fines. Si sirve de consuelo, os diré que estaba predestinado a ser la víctima expiatoria desde el principio de los tiempos… —puntualizó antes de proseguir—: La sangre de Totó disolvió su propia corrupción. Más tarde purificamos lo disuelto, reunimos lo que había sido purificado, y luego lo solidificamos. De este modo, el hombre y la mujer deberían formar uno solo. Pero siguen siendo dos… —calló un instante, muy pensativo. Después se echó las manos a la cabeza, dibujando en su rostro una expresión estúpida de sorpresa que indicaba claramente que continuaba con su teatral parodia—. ¡Claro, qué tonto he sido! Se nos olvidó que la piedra de los filósofos debe madurar durante un tiempo en el atanor alquímico para que pueda solidificarse en un horno capaz de cocerla a fuego lento hasta que, como dicen los escritos, alma y espíritu hayan penetrado el cuerpo de parte a parte y sean uno por fin uno solo. Pero… ¿dónde se encuentra dicho atanor?
Guardó silencio de nuevo, a la espera de que alguien pudiera contestarle.
—¿Acaso no era el torbellino que vimos surgir del estanque? —se atrevió a preguntar Diderot, creyendo haber resuelto el enigma.
El noble llegado de ninguna parte negó con la cabeza.
—A fe mía que debe de ser el propio receptáculo… —añadió Milord de Egremont—. Me refiero a la cripta.
—Pues no… —objetó el Maestro—. El atanor es algo mucho más simple.
—Creo que la respuesta está en nosotras, las mujeres —se adelantó a decir la marquesa de Blanchefort, dirigiéndose a sus compañeros—. Pues bien es verdad que los meses que llevé a mi hijo en el vientre me sentí como un horno cociendo pan.
Ante tal simple ejemplo, los concurrentes se esforzaron en contener la risa. Nada les hizo más gracia que imaginarse a la vieja Marie en avanzado estado de gestación.
Sin embargo, la anciana había definido el concepto de atanor mejor que ninguno de sus compañeros.
—Es una lástima que os toméis a broma el aserto de nuestra amiga, pues ha sido la única en comprender lo que trato de deciros… —Saint-Germain volvió a llamar la atención de los presentes, quienes no llegaban a entender del todo sus palabras—. Anteayer por la noche, sin ir más lejos, os sorprendisteis cuando os dije que la primera criatura de Dios era hermafrodita, capaz de parir virginalmente a su voluntad, enseñanzas cabalísticas esgrimidas por Paracelso y Jacob Boehme… y que ya deberíais conocer como buenos filósofos… —Torció el gesto y prosiguió—: Según este último, y algunos de sus discípulos más aventajados, la estrella de David es el símbolo de Cristo, que, como segundo Adán, le sustituye en su androginidad. Por eso Jesús se hizo hombre en el elemento femenino, y reconduce al elemento masculino a la matriz sacra.
»Recordad que el último grabado del libro representa a Cristo resucitando de entre los muertos, que no es otra cosa que el resultado final del proceso… —Entonces se acercó a Papilión para coger sus manos, diciéndole con firmeza—: ¡Ven, no tengas miedo! —La joven se levantó, y fue con él hasta el centro de la sala—. ¡Aquí la tenéis! Ella es el atanor de los alquimistas. O mejor dicho, su matriz… —Completó un círculo sobre el vientre de la joven con la palma de su mano diestra—. Es virgen y está preñada… —Le hizo un gesto a Papilión para que regresara a su asiento—. Y vosotros os preguntaréis: ¿Es esto posible? ¿Acaso se trata de un milagro, quizá de una herejía? Ni una cosa ni otra. Ella es un ser andrógino. Su cuerpo contiene el jugo seminal del hombre y también el germen procreador de la mujer. Lo único que necesitaba para engendrar era el consentimiento de Dios. Y Dios nos lo ha dado después de que hemos aniquilado el espíritu del rey y sacrificado al Cuervo Negro. Ahora solo nos queda aguardar con paciencia los meses necesarios ante de que podamos tener en nuestras manos la Piedra Filosofal, que no es otra cosa que dos hermanos gemelos… un niño y una niña. Pero eso sí, serán dos niños muy especiales.
—Deberíais ser más conciso —le recriminó Margot, marquesa de la Roche, haciendo alarde de su sentido común—. Lo único que os pedimos, simplemente, es que nos expliquéis lo sucedido la pasada noche. Decir que el rayo que estuvo a punto de matarnos a todos fue obra de Dios, supera mi imaginación y la desborda. Pero aceptar que esta criatura… —Señaló a Papilión—, ha concebido sin perder su virginidad, y que su fruto, dos niños de ambos sexos, cambiará el mundo conocido, es algo que jamás podré entender si no es con un razonamiento lógico.
—¡Ah, la razón! Esa arpía ilusoria que nos seduce con su sofística apariencia… —suspiró el conde—. No creo que ceder a sus encantos sea lo más aconsejable si se es alquimista.
—Lo que el Maestro trata de deciros… —comenzó a decir Cagliostro harto de tanta necedad, pero la mirada penetrante de Saint-Germain coartó su iniciativa.
—Debéis perdonar a Alessandro —se excusó en nombre de su pupilo—. Para él es fácil hablar así. Es aún joven, impulsivo… y conoce la verdad.
—También nosotros necesitamos saber.
La voz de Madame de Treville, siempre tan prudente y comedida, sirvió para que los susurros que comenzaban a sentirse en el salón perdieran consistencia. Todos aguardaban con ansiedad la respuesta del Maestro sin atreverse siquiera a mover los labios. No en vano sabían la complicidad esotérica que existía entre el conde y la vidente.
—¡Esta bien! Seré más concreto… —Saint-Germain se resignó a tener que abandonar el argot cabalístico por el lenguaje de los profanos—. Si lo miramos desde el punto de vista actual, es decir en el presente, no ha ocurrido nada. Dentro de nueve meses, Papilión dará a luz un niño y una niña, como ya he dicho antes, y los cuidará hasta que puedan valerse por sí solos. En principio serán igual que los otros niños, aunque mi afirmación de que son distintos os parezca un tanto paradójica. Crecerán, amarán, tendrán hijos, e incluso nietos… y morirán como el resto de la gente. Con esto quiero decir que ninguno de vosotros podrá observar ningún cambio especial en la sociedad, como he asegurado en ocasiones.
»Sin embargo, si lo miramos desde el punto de vista temporal será distinto. Estos niños, que son Hijos de la Palabra, tomarán a las hijas e hijos de los hombres y tendrán descendencia, la cual, ya infectada con la sangre andrógina de sus predecesores, volverá a concebir hijos que a su vez extenderán el germen espiritual de Dios sobre la Tierra… y así, sucesivamente. Nadie podrá percibir la lenta evolución del ser si no es en su propio interior. Dentro de unas siete u ocho generaciones, tal vez menos, sobrevendrá el caos más absoluto. El hombre comenzará a sentir en su propia carne la inquietud femenina, practicará el culto a la belleza del cuerpo, irá adquiriendo cierta sensibilidad, impropia de un ser tan abrupto como hoy es, y profesará un sinfín de virtudes específicas de la mujer hasta el punto de desear con todas sus fuerzas convertirse en ella misma.
»La mujer, por el contrario, reivindicará los derechos que le han sido negados hasta el momento. Vestirá como un hombre, y abandonará las tareas del hogar para demostrarse a sí misma que puede realizar el trabajo de su esposo con idéntica firmeza. Se volverá materialista, fría y calculadora. Y lo peor de todo, se negará a seguir siendo instrumento de concepción. Llegado este crucial momento, la humanidad quedará en manos de la madre naturaleza, la cual nos ayudará a ir transformando nuestro cuerpo, como hombre y mujer, hasta devolverlo a su estado primitivo, convirtiéndolo nuevamente en andrógino. Al principio será uno. Más tarde diez… un centenar. Luego se harán los dueños del mundo. Y cuando la sociedad, tal y como la conocemos hoy en día, haya invertido sus funciones, la unión absoluta de los sexos será una realidad, y el mal abandonará para siempre la Tierra. Entonces Dios nos abrirá de nuevo las puertas del Edén.
—Me sorprende que hayamos tardado tanto en comprender la verdad —aseguró Madame de Treville, que parecía satisfecha con la explicación del Maestro—. Como bien habéis afirmado reiteradamente, y sostenido con pruebas admisibles, la mujer es la cúspide del triángulo jerárquico donde los vértices del hombre y la sociedad quedan por debajo de su tolerancia. La mujer es la obra más hermosa de Dios. Ella es madre y hermana del hombre, cuando no amante y consejera. El hombre no debe amar a la mujer, sino que tiene la obligación de adorarla… —Su encendida arenga iba dirigida a los varones presentes, quienes seguían obstinados en no aceptar la realidad—. Dios nos ha concedido la virtud de engendrar, algo que vosotros no podríais asimilar nunca porque arrastráis el estigma de Caín. Nosotras damos la vida, vosotros la quitáis. ¡Escuchad las palabras del Maestro, atended su llamada! Cuanto antes comencéis a aceptar vuestra identidad, antes terminaremos con este infierno.
Nadie se atrevió a contradecir el testimonio de la anciana. De forma metódica fueron afirmando en silencio con inclinaciones de cabeza, llegando a la conclusión de que lo mejor sería dar por zanjado el asunto y, obviamente, dejar que el tiempo hiciera el resto.
Pero Monsieur Joly de Fleur aún tenía algo que decir.
—Hay una parte que no entiendo… ¿Quién era realmente Totó, y cómo pudo saber el lugar de reunión, al igual que Marais?
—¡Cierto! —añadió el joven conde de Saint-Denis—. Y otra cosa más, ¿quién era ese ser categórico que poseyó a la reina durante el proceso? Todos pudimos ver cómo intentó estrangular al rey poco antes de empujarle.
Saint-Germain aceptó responder sus preguntas, adoptando una postura menos frívola que la mantenida hasta el momento; más ceremoniosa. Entonces le dirigió una afectuosa mirada a Papilión. Sabía que lo que iba a decir le causaría bastante daño.
—Previamente, he de deciros que os mentí con respecto a la identidad de Totó… —reconoció avergonzado—. Desde el principio estuve al corriente de los motivos que le empujaron a asesinar, e incluso sabía de la importancia de necesitarle muerto. Es más, mi espíritu le ha acompañado durante todos estos años, y he sido testigo de los acontecimientos más dramáticos de su vida… —Sus ojos centelleaban al igual que dos tizones ardientes—. Vais a conocer, al mismo tiempo que mi protegida, los motivos que empujaron a Totó a cuidar de su niña, como solía llamarla, y a matar incluso por defenderla…
»Todo comenzó hace dieciocho años, cuando nació Papilión. Sus padres eran gente de sangre noble, por lo que me reservo el derecho a decir el nombre de su familia por respeto a los miembros que aún siguen con vida. Su madre falleció a consecuencia del parto, pero antes tuvo ocasión de conocer la deformidad de su hija, y de inmediato supo que corría un grave peligro. Al ser consciente de su defecto, e intuyendo que su esposo trataría de solucionar el problema deshaciéndose del bebé, le dijo a su doncella más fiel que cuidara de la criatura… Le aconsejó que se marchara lejos con ella, lo bastante como para llegar al orfelinato y entregarla en custodia a las monjas hospicianas. Y eso fue lo que hizo. Tomó a la niña en brazos, y abandonó la casa como alma que lleva el diablo. Pero la vieron salir, y fueron en su busca.
»Tras una implacable persecución por las calles de París, el aristócrata y sus esbirros lograron cercarla en el jardín de una mansión en ruinas. Viéndose perdida, la doncella trató de salvar al bebé dejándolo caer por un pequeño ventanal que daba al sótano. Más en aquel instante de desesperación, Totó surgió por la oquedad extendiendo sus manos, y le prometió a aquella mujer que protegería a la niña como si fuera hija suya. Una vez que la dejó en compañía del gigante se enfrentó a su cruel destino… —El enigmático conde tomó aliento antes de continuar—: Fue asesinada fría y brutalmente. Sin embargo, todo cambió cuando Totó hizo justicia rompiéndole el cuello al padre de la criatura… —Miró a su protegida, que se limitó a inclinar la cabeza con cierto recogimiento. A pesar de ello, se vio en la obligación de proseguir con su dramático relato—: A partir de entonces la Muerte se convirtió en su aliada, acompañándole en todo momento. Tanto es así, que al día siguiente, tras un empujón fortuito, desnuca a un gañán que trataba de abusar de una doncella y su anciana madre. Ese fue su segundo crimen.
»Pero confiar en las mujeres a las que salvó la vida le condujo de nuevo por la senda de la muerte, pero esta vez fueron él y su compañero, un enano llamado Petit Ours, las víctimas del engaño. Uno fue degollado, el otro ensartado por una horca de aventar el trigo. Totó no llegó a morir del todo porque el lado masculino de aquella criatura, a la que prometió cuidar, le exhortó a seguir adelante. Se liberó de su prisión de tierra gracias a las súplicas empáticas del bebé, pues los bastardos que le traicionaron fueron capaces de enterrarle vivo sin remordimiento alguno. Abandonó la tumba para ir tras ellos. Él fue quien asesinó, llevado por la venganza, a los traidores que pusieron en peligro la vida de Papilión y degollaron sin piedad a su compañero, a quienes comerciaron con ella, y a todo aquel que trató de aprovecharse de su inocencia.
»Y mientras esto ocurría, al igual que en un juego de estrategia, era mi mano y mi voluntad la que iba forjando su destino… y el del teniente Marais, que estaba condenado a ser el brazo ejecutor para el buen fin de nuestra causa. La muerte siempre estuvo al lado de Totó porque él simbolizaba el ocaso del hombre. En cuanto al espíritu masculino de Papilión, no debéis extrañaros… todos tenemos nuestro lado inverso; lo que ocurre es que no se manifiesta salvo en contadas ocasiones, y nunca tan desligado de su alma gemela. Pero su presencia ha dejado de ser un peligro para la muchacha. En realidad, murió en el mismo instante que lo hizo Totó. Y gracias a su sangre, la especie que comienza a gestarse en el vientre de la reina, de naturaleza casi inmortal, podrá abandonar el cuerpo terrestre cuando le llegue su hora. Pues nada es eterno sino Dios.
Con esto, Saint-Germain dio por finalizada la exégesis con respecto a la participación y triste final del gigante y su oscuro aliado, el caballero Le Brun. Ya no le quedaba nada más que decir. A partir de entonces, el futuro quedaba, como siempre, a merced de los acontecimientos venideros.