Capítulo 56

El enigma Le Brun

Tal y como tenían previsto, abandonaron la ciudad a primera hora de la mañana tras despedirse de sus anfitriones.

Durante el viaje, Charles estuvo reflexionando en silencio sobre lo que iba a ocurrir al llegar a su destino, algo que le inquietaba de veras al no estar seguro de cuál iba a ser su función en aquel proceso alquímico al que se suponía ligado. La entrega de manuscritos parecía haber concluido, y eso que, según Papilión, existían algunas hojas más del libro que debían estudiar a fondo antes de la ceremonia. Aquello le daba un respiro, pues la reiterada aparición de aquellos grabados le había proporcionado algún que otro quebradero de cabeza, como el no saber de qué modo fueron introducidas en su casa y en su bolsa de viaje, sin que nadie pudiera haber visto al que lo hizo. Pero aún quedaba otra cuestión sin resolver: el destino final de su viaje.

En un momento de lucidez tuvo la certeza de que se dirigían al castillo de Blanchefort, pues era un hombre que no se dejaba persuadir por las casualidades. Miró a la joven que tenía sentada frente a sí, la cual leía con atención un poemario que le había regalado Morgane para hacer más placentero el trayecto. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba siendo observada.

Charles aprovechó el distanciamiento para seguir poniendo en orden sus ideas. Decidido a indagar en el misterio que rodeaba a Papilión, trató de resolver el enigma de sus encantadoras caricias. Jamás había experimentado nada igual en su vida, a pesar de que todas sus amantes presumían de competentes en las escaramuzas del amor. Pero lo de aquella criatura resultaba completamente distinto. Describir ese extraño placer era como querer explicarle a un ciego la magia infinita de los colores.

Recordó cuando las manos de la joven rodearon su espalda, haciéndole sentir una energía inconcebible, un deleite que se intensificaba en la voluptuosidad del alma. A continuación vino el dulce contacto de sus labios absorbiéndole el espíritu. Pero, como digo, fue tan solo una sensación que nada tenía que ver con la realidad, algo así como un sueño ilusorio. Más tarde perdió el conocimiento, y no volvió a despertar hasta el día siguiente. Y cuando lo hizo fue para sentirse el hombre más feliz de la Tierra. No todos los días era seducido por un ángel.

Cuanto más pensaba en ello, más irracional le parecía todo. Un ritual cabalístico, un asesino enloquecido con mentalidad infantil, un grupo de chiflados jugando con la magia, un ser andrógino capaz de manifestar un poder casi divino… y él, una criatura que se debatía entre los dos sexos. ¿A dónde le conduciría aquella locura?

—Piensas demasiado —dijo una voz grave y amenazadora que se hacía eco de sus pensamientos.

Charles sintió erizársele el vello de la piel. Levantó la mirada con cierto temor, sabiendo de antemano que tendría que enfrentarse de nuevo al caballero Le Brun.

Y allí estaba, sustituyendo el inmarcesible rostro de Papilión por una mueca de irreverente crueldad.

—¿Qué…? —farfulló confundido.

—Piensas demasiado, mi querida señorita —porfió de nuevo, soltando después una sonora carcajada.

Le estaba poniendo a prueba.

—No pienso hablar contigo —aseguró muy serio. Lo último que pensaba hacer era dejarse provocar—. En cuanto a tu sarcasmo, nada de lo que digas será tomado en cuenta. Al fin y al cabo eres la parte sometida.

—¿Eso crees…? —Volvió a reír—. Ya veremos cuando llegue la hora de la Fermentación.

—¿A qué te refieres?

Rompió de nuevo su promesa de silencio llevado por la curiosidad.

—A otra cópula del rey y la reina en un estanque con agua.

—Ese grabado ya lo hemos examinado —dijo despectivamente—, y no tiene nada de especial.

Al caballero Le Brun pareció molestarle el tono de sus palabras.

—¡Estúpido! —gruñó como una bestia—. Te estoy hablando del undécimo grabado… y ambos son especiales, por si no te has dado cuenta. Tu semilla está en este cuerpo —apoyó ambas manos en su vientre—, y aún tienes que fertilizarlo de nuevo.

—¿De eso va todo esto?

—Te recuerdo que no querías hablar conmigo. ¿Qué ha pasado… sientes curiosidad?

Rio nuevamente, y a Charles le pareció estar escuchando los gemidos de un chacal.

—Dime, tú que todo lo sabes… ¿adónde nos dirigimos?

In girum imus nocte et consumimur igni —contestó de forma enigmática[2].

—A un torbellino vamos por la noche y somos consumidos por el fuego… —tradujo del latín al francés—. Es muy interesante. Y sin embargo, aún no has contestado a mi pregunta.

—Antes pensabas demasiado; ahora preguntas más de la cuenta.

Dicho esto, el rostro de Papilión cayó de golpe hacia abajo como si hubiera sufrido un desmayo. Al pronto reaccionó abriendo de nuevo los ojos, observando detenidamente al varón que tenía delante.

—No le hagas caso. Trata de intimidarte… —La joven reivindicó su naturaleza, obligando a su lado oscuro a permanecer de nuevo en la sombra—. Deberías superar la ansiedad que te domina, y ceder al descanso. Llegaremos al mediodía; para entonces ya habrás olvidado tus temores.

—Dime la verdad… ¿Conoces a Marie de Hautpoul, marquesa de Blanchefort? —No estaba dispuesto a consentir más engaños.

—No, pero intuyo que mi tutor me aguarda en el castillo que lleva su nombre.

—Solo espero que todo esto termine cuanto antes —renegó él—, y que sirva para algo. Me sentiría como un estúpido si después de prestarme a semejante despropósito no lográsemos lo que deseas.

—Descuida… lo conseguiremos juntos —repuso enfática—. Y ahora, sumérgete de nuevo en tus pensamientos, y pon orden en tu vida.

Volvió a coger el libro para abrirlo por la mitad. Charles interpretó aquel gesto como una tregua, por lo que trató de permanecer callado para seguir analizando en silencio las consecuencias que podría acarrearle el prestarse a un juego demoníaco.