Capítulo 51

El aviso

Entre tanto, Marais y su ayudante inspeccionaban los alrededores de Nôtre-Dame en busca de pruebas que confirmaran la presencia del asesino en el interior de la catedral. Encontraron rastros de sangre en los adoquines de la plaza, e incluso en las escaleras de acceso al santuario, pero eso no demostraba que fueran recientes, y mucho menos que pertenecieran al criminal. Y aunque el oficial tuvo el presentimiento de que, en efecto, se trataba de la sangre del gigante, se retrajo de molestar de nuevo al prior porque tal vez, y era lo más inteligente, viéndose acorralado tratara de huir en busca de otro escondite más seguro. Su instinto le decía que su hombre había abandonado el área de acción desde donde se organizaba para llevar a cabo los crímenes. Buscarle ahora que le conocían, iba a resultar más laborioso que cuando apenas sabían nada de él. Y sin embargo, tenía la esperanza de hallar indicios de su permanencia en la catedral.

Finalmente, su paciencia se vio recompensada cuando hablaron con un mendigo que solía pernoctar al amparo de los contrafuertes. Dijo haber visto, ya de madrugada, como uno de los clérigos abandonaba el templo y se marchaba corriendo calle abajo, sin mirar hacia atrás. Le preguntaron por su aspecto, y respondió dándoles la misma descripción que ya tenían del asesino. Y cuando quisieron saber el rumbo que había tomado, el menesteroso señaló en dirección sur, hacia el río.

Un tímido estipendio fue suficiente pago por el esfuerzo de sus palabras. Luego regresaron a la fachada principal, donde el teniente estuvo debatiendo con Patrick si tenían pruebas suficientes para investigar de nuevo en el interior de la catedral, o si por el contrario, era mejor comenzar a seguirle la pista al asesino yendo tras sus pasos.

En ese momento vieron llegar a Jean-Jacques, el más joven de los hermanos Rimbaud. Corría hacia ellos, y eso significaba que algo importante debía estar sucediendo en casa de Charles de Beaumont. Cuando se detuvo, apenas si podía hablar debido a la carrera.

—¡Señor! Tal como… bien pensabais, acaba de… de detenerse un carruaje frente al edificio… que nos habéis indicado… —Tomó aliento una vez más—. Un criado está… afianzando los baúles… a la espera de su amo.

—¿Y tu hermano? —preguntó Marais.

—Ha decidido improvisar, señor… acercándose al mozo… para darle conversación. De este modo… lo retrasará hasta que vos lleguéis… con vuestro ayudante.

—Bien hecho, pues eso nos dará unos minutos de ventaja… —Entonces el teniente se dirigió a Patrick—. Necesito que me consigas un coche de caballos, al precio que sea. Si es necesario, alquila uno que sea ligero. Pero sobre todo, lo quiero ya. ¿Me has entendido?

El joven de Saint-Malo se marchó sin discutir, acostumbrado como estaba a sus prerrogativas. Ya se verían de nuevo frente a la casa del caballero d’Éon.

Confiando en las aptitudes de su ayudante, que eran excelentes según había demostrado, Marais acompañó a Jean-Jacques hasta donde les esperaba su cómplice.

Poco después llegaban a la amplia avenida del embarcadero, donde efectivamente vieron a Jules entreteniendo a Alessandro con un trivial diálogo que parecía no tener fin. Nada más descubrir a su hermano en compañía del teniente, se despidió del sirviente de origen siciliano dejándole con la palabra en la boca. Con cierto disimulo se alejó en dirección al río, dando un rodeo antes de unirse a quienes le esperaban en el puerto fluvial para no llamar la atención.

—Están a punto de marcharse —dijo Jules en tono confidencial, observando distraídamente las oscuras aguas del Sena, siempre de espaldas a la casa—. Y por lo que he oído decir, piensan viajar hasta una pequeña villa al sur del país… cerca de Carcassonne.

—Has estado magnífico, muchacho… —susurró Marais, mirando a propósito hacia el otro lado. Luego dejó una bolsa de piel sobre uno de los maderos verticales del muelle—. Aquí tenéis los dos lo prometido. Ahora marchaos, y olvidad para siempre lo que habéis visto. Y un consejo… gastad con prudencia vuestro oro, y no os metáis en líos.

Así se lo prometieron ambos antes de dejarle a solas frente al embarcadero. Allí aguardó paciente la llegada de su ayudante.