—Hemos de hablar. Necesito que me cuentes lo ocurrido anoche. —Charles la observaba desde la chimenea, con expresión inflexible.
La doncella se apresuró a llevarse la bandeja con lo que había quedado del desayuno, marchándose del dormitorio antes de que el amo le apremiara a hacerlo. Una vez a solas, Papilión apartó las sábanas para sentarse en el borde de la cama con los pies en el suelo.
—Anoche sucedieron demasiadas cosas… —Percibió la voz a través de la cortina de sus cabellos—. En realidad, esto es solo el principio.
—Me parece que vamos a tener que inventar algo nuevo para convencer a Marais. Le tengo abajo, esperando una respuesta. Quiere saber de qué hablasteis.
Ella guardó silencio. Las venas de su cerebro parecían querer estallarle dentro de la cabeza. Superó la molestia incorporándose del todo para ir hacia un pequeño lavador que había junto a la ventana, donde refrescó su rostro con el agua tibia del lavamanos. Charles le entregó una toalla limpia, gesto que fue recompensado con un discreto susurro de agradecimiento. Luego le confesó a media voz:
—Se llama Totó… Vuestro asesino se llama Totó… Es como un niño que apenas sabe distinguir entre lo que está bien o lo que está mal… —Entonces se dio la vuelta para mirarle a los ojos—. Él solo ha intentado protegerme del oportunismo de la gente. Y si ha tenido que matar para lograrlo, es porque alguien le enseñó hace tiempo que es el único lenguaje que conoce el hombre.
—Habrá un motivo, supongo.
—Se lo prometió a mi madre antes de que la asesinaran un hatajo de criminales, los mismos que estaban dispuestos a sacrificarme por ser distinta, a pesar de ser un bebé… ¿Comprendes ahora por qué es tan violento?
—El fin no justifica los medios —le recordó él, como buen jurista que era—. Y en el fondo, no deja de ser un fanático peligroso.
La joven suspiró abatida. Tenía razón, ya que excusarle era absurdo, pero estaba en deuda con el bueno de Totó, y no encontró otro medio de disculpar su conducta.
—No sé cómo explicártelo… —Titubeó antes de continuar—. Yo no trato de defender lo que hizo, pero estamos hablando de un retrasado mental y es ridículo atribuirle responsabilidades que no están a su altura, y menos cuando lo único que ha recibido a cambio de su cariño fue que asesinaran a su amigo y que le hirieran en la espalda. ¿Y sabes que más me dijo? Me contó que lo enterraron vivo… ¿Te parece eso humano?
Papilión le devolvió la toalla con un gesto airado, yendo en busca de su ropa.
—Si eso es cierto, ¿cómo es que aún sigue con vida?
El anfitrión no terminaba de creerse aquella historia.
—Una parte de mí le animó a salir de la tumba, la misma esencia que ha estado alimentando su odio con el fin de protegerme.
Charles recordó la transformación de su rostro y el tono de su voz tras poner en fuga al criminal. Aquello le resultaba cada vez más siniestro y, además, fuera de toda lógica.
—¿Te refieres a tu lado masculino? —preguntó al fin, llevado por la intuición—. ¿Es él quien te domina a veces… el que suplanta tu personalidad?
—No lo comprenderías… —La joven se apartó a un lado.
—Si hay alguien que pueda entender lo que te ocurre, esa persona soy yo… ¿O acaso has olvidado que somos casi iguales?
Papilión se reprochó el haber sido tan dura. Ciertamente, solo él podía comprender su auténtica maldición.
—De acuerdo, hablaré por tercera y última vez con Marais. Pero has de prometerme dos cosas. Primero, que después de que se haya marchado saldremos de viaje a un lugar donde nadie nos encuentre. Segundo, que antes de bajar te enfrentes a la parte de mí que no conoces, pero con la que has de familiarizarte antes de que se inicie la fase final del proceso.
—Acepto… —Él se comprometió con expresión grave, sin valorar las consecuencias de todo aquello—. Aunque me gustaría saber si vas a seguir estando ahí… después de que te marches —concluyó ceñudo.
—Yo siempre estoy ahí.
Satisfecho con la respuesta, el dueño de la casa se armó de valor antes de plantar cara al lado masculino de Papilión, ese oscuro personaje que a partir de entonces recordaría como el caballero Le Brun.