El amanecer llegó tras una noche de horas interminables. La luz del Sol apenas atravesaba los mezquinos cristales emplomados de la ventana, aunque sí templaba el ambiente rezumante y entumecido de la buhardilla. Fuera, París volvía de nuevo a la vida con su agitación de sonidos y quehaceres, más en el interior de la casa se vivía una sensación de paz y tranquilidad comparable a la celda de un convento de clausura.
Charles abrió los ojos cuando el tinte azulenco del Sol a través del cristal entró en contacto con su rostro. En apenas unos segundos, su mente le devolvió el uso de la memoria. Lo primero que le vino a la cabeza fue el recuerdo de la noche anterior, cuando Papilión tomó la iniciativa diciendo que debían desnudarse. Lo que vio entonces le dejó perplejo, aunque en ningún momento pudo decir que le sorprendiera. Su cerebro, íntimo y subjetivo, fue capaz de asimilar la extraña naturaleza de la joven como si se tratara de algo completamente normal, por lo que sospechó que se encontraba bajo los efectos del láudano, o bien de un hechizo, cuando no le sorprendió descubrir que era un ser hermafrodita. No obstante, lo que vino después sí que llegó a afectarle, pues al margen de su condición andrógina poseía una virtud especial que se manifestaba cuando sus manos entraban en contacto con la piel de su amante.
Papilión, según pudo comprobar, no era una mujer como las demás. Dentro de sí llevaba un fuego interior capaz de provocarle a un hombre el orgasmo más increíble de su vida, y lo realmente milagroso era que dicha experiencia sucedía sin necesidad de mantener relaciones sexuales; hecho incomprensible si tenemos en cuenta que se trataba de los mismos síntomas solo que bastante más acusados, como si participasen a un mismo tiempo los cinco sentidos, el cuerpo y el alma.
Se levantó de la cama en silencio, y fue hacia el balcón para abrir las ventanas. El Sol iluminó la estancia haciendo que el blanco de las paredes irradiara tintes de pureza. Cuando se giró, Papilión había despertado. Sus miradas se cruzaron, y en el espíritu de ambos anidó la certeza de que nada iba a ser igual a partir de entonces.
—Me resulta increíble que exista alguien como tú… —confesó Charles con suavidad, y se acercó nuevamente a la cama—. Lo que ocurrió anoche forma parte de un maleficio de seducción del que aún no he podido recuperarme.
—El poder está en nosotros dos —la joven se sentó.
—Ya he oído eso antes, pero sigo sin comprender…
—Yo solo sé lo que mi mentor me dijo, cuando compró mi libertad, que tú y yo éramos los elementos esenciales que necesitaba para liberar al ser humano… y a nosotros mismos.
—¿Y cómo han llegado los pergaminos hasta mi neceser? —preguntó intrigado—. ¿Los has colocado tú?
Ella negó con la cabeza, sonriendo a continuación.
—Él es capaz de hacerlo por sí solo.
Charles no quiso discutir ese punto.
—Cuando los extendí sobre la cama cambiaste de inmediato. Hasta entonces no supiste que era un hombre.
—Ya los había visto antes en casa de mi tutor —reconoció al instante—. Más tarde, Asmodeus los trajo hasta aquí para que pudiéramos estudiarlos entre los dos. Por eso comprendí que tenías que ser tú el elegido, porque solo el rey podía estar en posesión de los grabados. Y el elegido, por supuesto, debía ser un hombre. Aunque reconozco que también a mí me sorprendió ver que eras diferente. Supongo que por eso te escogieron para que fueras el rey.
—Comprenderás que esté harto de tanto escuchar lo mismo. Ni siquiera sé cuál es mi papel en esta parodia que se ha montado… —se quejó, de nuevo irritado—. Lo único que puedo decir es que, desde mi regreso a París, no he visto otra cosa que textos cabalísticos, y no he escuchado más fantasías que las de un puñado de locos. Y por lo que a mí respecta, tu preceptor y mis buenos amigos se han inventado toda esa patraña de regeneración cíclica universal para burlarse de dos desgraciados como nosotros… ¿Acaso no lo ves? Para matar su aburrimiento les estamos sirviendo de puro entretenimiento.
Papilión se sintió herida al escuchar sus palabras, pero se abstuvo de decirle lo que pensaba. Se levantó por el otro lado de la cama, vistiéndose de espaldas a Charles con cierta agitación. Este aprovechó la tregua verbal para hacer lo mismo, puesto que Charity estaba a punto de abrir la puerta con el desayuno, y nunca llamaba a la puerta.
Y así fue, la matrona entró en la habitación nada más terminar de enfundarse en sus vestidos de mujer.
—¡Buenos días a las dos! —Los ánimos de la anciana parecían estar más vivos que otros días—. Espero que os guste lo que os he preparado hoy.
Dejó la bandeja en la mesa, para luego echar un vistazo a su alrededor. Por un único instante tuvo el presentimiento de que algo no iba bien. Solo fue, como ya digo, una impresión que al pronto desapareció cuando ambas se acercaron a tomar alimento y la saludaron de forma cordial.
—Os he traído leche caliente, galletas y compota de fresas… —Les fue recitando el menú mientras lo señalaba con una mano—. Y además, tengo noticias nuevas que contaros.
Se echó a reír, acomodándose en el sillón del secretaire. Tanto Charles como Papilión sintieron curiosidad.
—Déjame adivinar… —se adelantó el caballero d’Éon, aún muy metido en su papel de Lía de Beaumont—. El Gobierno de Su Majestad ha vuelto a instalar la tortura en los procesos judiciales.
—Lo que hagan los políticos no es de mi incumbencia —sentenció la matrona de forma indiferente—, pero sí advertiros que hay un hombre que desea conocer a Papilión. Así que…
—Dile a tu ama que no voy a permitir que ningún cliente visite a la joven mientras yo esté aquí —atajó Charles antes de que la vieja siguiera hablando—. Yo misma abonaré sus honorarios.
—Creo que os equivocáis, ya que el caballero en cuestión no pretende una relación con la muchacha… —La miró de soslayo—. Solo quiere hablar a solas con ella durante un tiempo, y hacerle algunas preguntas. Por lo que nos ha confesado, es un policía del antiguo Tribunal del Châtelet cumpliendo una misión de incógnito para el procurador general del rey. Nos ha dicho que debemos mantener en la ignorancia a Madame Gautier y al resto de las muchachas. Nadie debe saber quién es en realidad.
—¿Y de qué quiere hablar conmigo? —inquirió la joven, alterada al saber que era el centro de atención de la Justicia.
—¿No te lo imaginas? —Charity se sorprendió de su ingenuidad—. Supongo que el que hayan asesinado a tus dos últimos amantes ha debido parecerles sospechoso… —Hizo una desagradable mueca con la arrugada boca—. Lo único que pretende es averiguar el nombre del asesino, y no le bastará que le digas que es el Diablo de la Inocencia.
—¿Se puede saber de qué está hablando esta mujer?
Charles buscó la mirada de Papilión, para ver si encontraba una respuesta coherente a toda aquella historia de asesinatos y criminales que nada tenía que ver con la ceremonia esotérica de los Rosacruces. En sus ojos descubrió que ocultaba algo que no le había contado hasta entonces.
—Dile que le recibiré cuando guste. —Papilión aceptó a pesar de sentirse incómoda con la entrevista.
—¿Alguien va a decirme de qué estáis hablando? —Charles insistió, sintiéndose desplazado—. Creo que me merezco una explicación.
La matrona resopló.
—Que podrá daros la muchacha en cuanto me haya marchado; no sin antes advertirle que Monsieur Marais vendrá pasada la medianoche. Yo misma le traeré hasta aquí.
Con andar oscilante, la vieja servidora de la alcahueta se marchó de nuevo, cerrando la puerta.
—Espero que seas sincera, y me digas cómo debo juzgar las palabras de esa bruja —señaló Charles.
La petición era justa. La muchacha calculó que no podía mantenerle al margen de la maldición que pesaba sobre los que, según el vengador anónimo, se aprovechaban de su virtud. Ahora era, a ojos de todos, su nuevo amante, y por lo tanto se exponía a ser la próxima víctima. Tenía derecho a saber la verdad.
Papilión postergó el desayuno para hacerle un breve resumen de su vida. Le contó nuevamente como había sido criada por un hombre sin escrúpulos, sin llegar a saber nunca quiénes fueron realmente sus padres. Le habló de sus viajes por toda Francia, huyendo de un fantasma que sin dejarse ver tenía obsesionado a su tutor, y de su trágico final en el incendio de Toulouse. Su deambular de un lado a otro, hasta emplearse en una casa de costura, fue narrado con una disciplina ejemplar de la realidad que consiguió introducirle a Charles en su piel. Luego pasó a contarle la escabrosa experiencia vivida con los titiriteros, y fue sincera cuando le dijo que le producía más asco exponerse a la mirada enferma de los ávidos clientes que pagaban por ver su cuerpo desnudo, que el tener que vivir con degenerados que hacían lo mismo para satisfacer ciertas perversiones que jamás afectaron a su virginidad, pero que eran igual de denigrantes. Llegado a este punto tan escabroso, tuvo que hablarle de los crímenes que se sucedieron entonces, y de cómo decidieron vendérsela al príncipe Rákóczy porque se sentían acorralados por una sombra oscura que iba ajusticiando a quienes osaron ridiculizarla… la misma sombra que había acabado con la vida de Asmodeus, y también con la del conde de Biron, y que reconocía impotente no saber de quién se trataba. El apelativo que le pusiera en un principio apenas si tenía importancia. En todo caso seguía siendo un asesino.
—Es algo increíble de creer… —Charles no salía de su asombro—. Me resulta difícil aceptar que alguien te haya estado protegiendo durante todos estos años sin un motivo que justifique su actitud. Si por lo menos le conocieses…
—Creo que él sí me conoce, y que por alguna extraña razón ha viajado muy cerca de mí todos estos años sin querer identificarse. No sé cómo explicártelo, pero a veces tengo la impresión de que es una de las piezas clave de mi pasado… alguien que quizá pudo conocer a mis padres antes de su muerte.
—Debes decirle todo lo que sepas a ese policía… —aconsejó Charles, que sujetó su mano con adhesión—. No te interesa verte involucrada en los crímenes. Es más, en cuanto hayas hablado con Monsieur Marais le diré a la madre abadesa que te vienes a vivir conmigo. No permitiré que pases un día más en este cuarto, siempre recluida como una prisionera.
—No creo que Madame Gautier lo permita. Aún tiene la esperanza de recibir un poco más de dinero cuando vuelvan a por mí.
—Yo pagaré tu rescate… —tomó el tazón con leche, ya fría, y añadió—: Pero ahora debes decirme cómo logras que tus amantes gocen sin necesidad de hacerte el amor, y por qué es tan importante tu virtud que nadie se atreve a mancillarla.
—El poder del amor reside en el espíritu y proviene de Dios. Yo lo único que hago es mediar entre el hombre y el Cielo… —le ofreció la única respuesta que podía darle—. Y ahora, olvida cualquier problema y desayuna. De ahora en adelante solo debes pensar en nosotros dos.
A Charles se le encendieron las mejillas al escuchar sus palabras. Papilión resultaba algo más femenina cuando trataba de expresar sus sentimientos. Pero ella tenía razón, debía dejar a un lado sus inquietudes, y pensar únicamente en lo que habría de depararles el futuro.