Capítulo 28

La reunión

Saint-Germain, como Maestro Ascendido de la Fraternidad de los Rosacruces, se tomó la libertad de reunir a los miembros de la Logia en casa de la marquesa de Blanchefort. Finalmente, y tras haberles ocultado a la mayoría su propósito, creyó que era hora de que conociesen la existencia de los seres primordiales y la responsabilidad que suponía inmiscuirles en la ceremonia. Muchos ya estaban al tanto del proceso alquímico descrito en el Rosarium Philosophorum, tales como Monsieur Joly de Fleur o Margot Dubois. Otros, sin ir más lejos el atolondrado marqués de la Roche, o la mismísima anfitriona, Marie de Hautpol, apenas conocían los resultados del ritual aunque sabían de su existencia, por lo que al recibir la visita del caballero d’Éon intuyeron que algo grande, relacionado con la Piedra Filosofal, se estaba fraguando a espaldas de algunos compañeros. De ahí que se intercambiaran diversas cartas en las que hacían conjeturas inconcebibles.

Otros adeptos llenaban el salón principal de la casa. Entre ellos podían verse rostros tan familiares como la condesa D’Adhémar, Milord de Egremont y el señor de Rohan-Chabot, quien había sido coronel de los granaderos de Francia. Todos ellos, y algunos ausentes debido a su labor política o social, formaban la Fraternidad de los Rosacruces; hermandad que vivía en reciprocidad espiritual con las distintas órdenes francmasónicas de Europa. El nexo de unión entre ellas era precisamente el conde de Saint-Germain, que hablaba perfectamente la mayor parte de las lenguas conocidas.

—Os estaréis preguntando el motivo de mi regreso, cuando hace años os dije que no me volveríais a ver —comenzó diciendo con voz serena, mirándoles directamente a los ojos uno a uno—. Si he vuelto es porque Dios me ha permitido encontrar a uno de sus hijos primordiales en la Tierra.

Algunos de los presentes murmuraron entre sí, sin saber muy bien de qué estaba hablando. Monsieur Joly de Fleur les llamó al orden para que le dejasen terminar; ya tendrían tiempo de efectuar las preguntas oportunas. Haciendo un gesto de cortesía, el procurador general incitó al Maestro a seguir con su prédica. Este, una vez más, vestía de negro a excepción del vaporoso cuello y los puños de lino blanco. En realidad su enigmática figura constituía un sobrio contraste en aquella época, tan plagada de tejidos coloristas.

—No sé si estáis preparados para lo que vais a escuchar… —les advirtió el enigmático conde con firmeza, retomando la palabra—. Algunos de vosotros me tacharéis de loco, cuando no de hereje, pero debéis recordar que la Fraternidad también es repudiada constantemente por la Iglesia Católica, y no por ello os consideráis dignos de exclusión. Nos conocemos desde hace muchos años, y jamás os he defraudado. Debéis de creerme, a pesar de que mis palabras os resulten incomprensibles. Os prometo que todo cuanto oigáis aquí os será revelado por boca del Altísimo… —Saint-Germain abrió una Biblia que había a su lado, sobre una mesa, leyendo un párrafo de la primera página—. «Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó… —Con suavidad pasó un par de hojas, continuando con su exposición en medio de un sepulcral silencio—: Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces, este exclamó: ¡Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!».

El conde de Saint-Germain cerró el libro sagrado, interrogándolos a todos con la extraordinaria profundidad de su mirada.

—¿Alguien podría decirme qué significado tiene recitar los versículos del Génesis? —preguntó la condesa D’Adhémar, todavía perpleja, la cual ignoraba los detalles de la ceremonia a pesar de la información que había recibido de la marquesa de Blanchefort a través de sus misivas.

—¡Querida, déjale terminar! —le reprendió precisamente su amiga Marie de Hautpoul—. Todo cuanto hemos de hacer es escucharle. Presiento que sus palabras dejaran atónito a más de uno.

El Maestro se lo agradeció dedicándole una mirada de cortesía.

—¡Oídme bien! —reclamó la atención de todos con voz grave—. Algunos de vosotros habréis escuchado hablar del Rosarium Philosophorum, y de los veinte grabados que describen paso a paso el proceso alquímico establecido para que la unión entre dos seres primordiales, dos criaturas divinas y no un hombre y una mujer corrientes, dé como resultado esa mixtura espiritual que es la transmutación del cuerpo y la perfección del alma. Pero… ¿qué es la perfección? Ser perfecto significa igualarse a Dios, haber sido creado a su imagen y semejanza. Dios es andrógino, ya lo dicen las escrituras hebreas. La Kábala afirma que Yahveh, el nombre de Dios, está dividido por dos palabras o sentimientos: Hei, que tiene los atributos de severidad y justicia propios del hombre; y Vav, que tiene los atributos de bondad propios de la mujer.

—Perdonadme, Maestro… pero sigo sin entender. —Esta vez fue el marqués de la Roche quien tomó la palabra, pues no conseguía encontrar el nexo de unión entre el texto que su esposa le había robado a escondidas y las Santas Escrituras.

—La interpretación de dichas frases esconde el testimonio secreto de Dios; es todo lo que puedo adelantaros por ahora. Pero sí os diré que vamos a cambiar el destino de la humanidad, logrando que el hombre vuelta a su estado primigenio y renuncie a su labor en la Tierra. Los elementos a tener en cuenta para el proceso, el rey y la reina, se están preparando para el evento sin ser conscientes de ello, aunque algo intuyen en su interior.

—¿Y cuándo sucederán tales prodigios? —quiso saber Milord de Egremont.

—El proceso ya está en marcha; solo hay que esperar a que se produzca el encuentro —respondió Saint-Germain en tono solemne—. He comprobado las fuerzas telúricas que brotan de los distintos puntos de Francia, y el más adecuado para la ceremonia, según mi criterio, se encuentra en la región del Languedoc, cerca de Carcassonne. Para la tarea que me he impuesto, la de encontrar el lugar idóneo donde levantar el receptáculo, he pensado que podría ayudarme nuestra querida amiga Marie, quien allí es dueña de una propiedad.

La aludida se sintió sorprendida a la vez que halagada. Todo lo que fuera cooperar con el Maestro la llenaba de orgullo.

—Podéis contar conmigo para lo que sea. Pongo a vuestra disposición el castillo que poseo muy cerca de Rennes-le-Château, dentro de los límites del marquesado. Yo misma me trasladaré con vos para poner en conocimiento de la servidumbre que viviréis allí el tiempo que sea necesario.

—Hay un pequeño problema del que aún no os he hablado… —añadió el conde de Saint-Germain antes de darse por concluida la reunión—. La criatura denominada como la reina está bajo mi tutela, escondida a buen recaudo en un lugar al que no voy a referirme por seguridad. Tuvimos un rey, que llevó a cabo la primera cópula espiritual del proceso, pero fue asesinado de forma brutal por alguien cuya identidad aún desconocemos. Monsieur Joly de Fleur me está ayudando con la investigación, infructuosa hasta el momento… —Lamentó tener que reconocerlo, y una arruga de preocupación surcó su rostro—. Por otra parte, creo que la reina ha sido utilizada para fines lucrativos y la han obligado a mantener relaciones, aún no sabemos si de naturaleza sexual, con un noble al que todos conocíamos… el conde de Biron.

—¿No es el que encontraron muerto hace dos días en la catedral de Nôtre-Dame? —inquirió el señor de Rohan-Chabot desde su asiento, tras el grupo de asistentes al concilio.

—Así es —respondió el procurador general del Reino de Francia—, y tengo pruebas que indican que podría haber sido asesinado por el mismo hombre que acabó con Asmodeus.

—Eso no es todo… —siguió diciendo Saint-Germain, que tosió levemente—. El día que compré la libertad de la reina me advirtieron de la maldición que arrastraba consigo. Según aquellos hombres, quienes ofendían a la joven eran víctimas del diablo. Tres de sus compañeros murieron en extrañas circunstancias en el interior de sus carretas. Nadie vio ni escuchó nada, pero todos intuyeron la presencia de un ser maligno que les acechaba oculto por los alrededores, allá donde acampaban. Eso quiere decir que nos enfrentamos a lo desconocido, pero no a un espíritu del mal. Es un hombre, y como tal, tiene fuerza suficiente para estrangular a cualquier persona que se atreva a plantarle cara. Por todo ello, os prohíbo efectuar por vuestra cuenta cualquier tipo de indagación que os pueda comprometer. Dejad que sea la Policía quien se encargue de encontrarlo. Nosotros hemos de cuidar de que el proceso abierto siga su curso.