Capítulo 26

La Viande Savoreux

Aquella misma noche, Gustave se detuvo en la taberna La Viande Savoreux para poner en orden sus ideas. Nada más entrar pidió una pequeña jarra de vino blanco afrutado del Rin en el mostrador, sentándose después en una de las pocas mesas desocupadas que pudo encontrar, pues el ambiente estaba concurrido y alborotado a aquellas horas de la noche y apenas había un sitio para la intimidad. Varios soldados del Cuerpo del Dragones jugaban a los dados con unos individuos de apariencia hostil, gente de dudosa reputación. Por otro lado, dos caballeros de la alta burguesía parecían discutir el precio de alguna mercancía con unos campesinos de los alrededores. Y en la mesa contigua, un conocido prestamista mantenía una conversación bastante sospechosa con otro, no menos afamado, ladrón de joyas.

Al teniente de Policía le resultó paradójico ver cómo las clases sociales y el poder judicial dormían a las puertas de aquel tugurio.

Dejó a un lado su interés por los asuntos ajenos, centrándose en los propios. Primeramente le sorprendió que Justine conociera la existencia del asesino, algo que solo estaba en conocimiento de la Policía y el procurador general, y que fuese capaz de proporcionarle un móvil bastante aceptable: los celos. Además, también dijo algo de un hombre que vivía dentro de un espejo. Y eso sí que le resultaba ridículo, cuando no siniestro. Luego estaba la propia Deverly, una joven demasiado despierta como para no darse cuenta de que algo apestaba en la historia del amante embobado. Si había un asesino es porque existía un cadáver, detalle que ya debería tener en cuenta. Eso significaba que la muerte del peluquero sería una cuestión difícil de ocultar; sobre todo si no regresaba de viaje para retomar sus relaciones con la enigmática prostituta.

Tras llenar varias veces su copa, Gustave Marais llegó al convencimiento de que todo se iba complicando según avanzaba la investigación. La teoría de los celos echaba por tierra sus conjeturas: que ambos, criminal y ramera, estuvieran compinchados desde el principio con la idea de eliminar a su víctima y, quizá, robarle lo que tuviese de valor. Aunque tuvo que reconocer que el asesino ni siquiera se molestó en registrar su casaca, tal vez porque al ser descubierto se viera obligado a huir antes de que llegasen los soldados del rey. Lo cierto es que su cabeza parecía quererle estallar sobre los hombros a causa del vino, y también de los acentuados estudios y perfiles que hizo sobre los presuntos implicados en el crimen.

Se giró con la intención de gritarle al tabernero que le trajese otra jarra, cuando vio que uno de sus subordinados, un joven bretón llamado Patrick, miraba a su alrededor como si buscara a alguien entre la multitud. Al descubrir la presencia del teniente al fondo de la taberna alzó el brazo, eufórico por haberle encontrado tras horas de rastreo por todos los antros de París.

—¡Gracias al Cielo que doy con vos! —exclamó satisfecho, acercándose un taburete de tres patas para sentarse a su lado—. Os llevo buscando toda la noche.

—¿Puede saberse a qué viene tanto apremio? —preguntó con cierto desabrimiento, pues no había cosa que más odiara que vinieran a importunarle cuando bebía a solas—. Mi labor finalizó en el mismo instante en que crucé la puerta de esta taberna. Por mí, puedes hacer como si no me hubieras visto.

—La gravedad de lo ocurrido os releva de vuestro descanso, y se os emplaza a presentaros con urgencia en la morgue del Hôtel-Dieu… —Patrick lamentó tener que darle tan mala noticia—. Esta misma mañana han encontrado el cadáver del conde de Biron en la Galería de los Reyes de Nôtre-Dame. Le han roto el cuello, al igual que al otro, al prusiano. El procurador general exige una explicación de por qué no hemos arrestado ya al culpable.

Las palabras del natural de Saint-Malo le impactaron como un jarro de agua helada cayendo sobre su cabeza. Lo último que esperaba aquella noche era tener que vérselas con un nuevo crimen.

—¿Has dicho en Nôtre-Dame? —Aquel detalle sí era de interés.

—Eso han dicho… —respondió el joven mientras abría las manos—. Esta mañana el padre prior le encontró tumbado en el suelo, cuando se encaminaba medio dormido a efectuar el toque de maitines. Pero eso no es todo… Hay un asunto bastante delicado que viene a complicar la investigación.

—¡Habla de una vez! —bramó, ansioso, Marais—. ¡Di todo lo que sepas sin omitir detalle! —Golpeó la mesa con su jarra vacía, cansado de tanto juego de palabras—. Si he de exponer mis conjeturas ante el procurador general, necesito antes estar bien informado.

—Lo que voy a deciros ya está en conocimiento de Monsieur Joly de Fleur, por lo que no os podrá aportar ningún beneficio. Se trata de las puertas de la catedral… —Patrick se aclaró la voz—. Según parece, estaban cerradas por dentro. Nadie sabe cómo lograron entrar, tanto el conde como su asesino. Es un hecho que está causando gran incomodo entre los clérigos que pernoctan en los claustros del santuario. Desconfían unos de otros, y temen ser los próximos en morir. Ya os lo dije; todo un misterio.

Gustave hubo de admitir que el bretón tenía razón. Aunque en cierto modo era de esperar alguna analogía entre el lugar del crimen, muy cerca del primer asesinato, y el hecho de que el sospechoso fuese vestido con sotana.

Eso quería decir que aún estaba dentro, disfrazado de sacerdote, y escondido en Nôtre-Dame…