10

Tras dormir una breve siesta, de la que despertó desorientada y aturdida, Amaia se sintió peor que por la mañana. Se dio una ducha, leyó la nota que James le había dejado y se sintió un poco molesta por que él no estuviera en casa. Aunque nunca se lo diría, secretamente prefería que él estuviera cerca mientras dormía, como si su presencia pudiera tranquilizar su espíritu. Se sentiría ridícula si tuviese que expresar en voz alta la sensación que le producía despertar en la casa solitaria y el deseo de que él hubiera estado allí mientras ella dormía. No necesitaba que se tendiese a su lado, no quería que la cogiese de la mano; y no era suficiente que él estuviera allí cuando despertaba. Necesitaba su presencia mientras dormía. A menudo, cuando trabajaba de noche y debía dormir por la mañana, lo hacía en el sofá si James no estaba en casa. Allí no conseguía el mismo nivel de sueño profundo que en la cama, pero lo prefería, porque sabía que si se acostaba en la cama le sería imposible dormir. Y daba igual que él saliese cuando ella ya estaba dormida: aunque no oyese la puerta, de pronto advertía su ausencia como si le faltase el aire y al despertar sabía con certeza que él no estaba en casa. «Quiero que estés en casa mientras duermo». El pensamiento era claro y el razonamiento absurdo, por eso no podía decirlo, decirle que se despertaba cuando él salía, que sentía su presencia en la casa como si lo detectase con un sónar y que se sentía secretamente abandonada cuando despertaba y descubría que él había dejado su puesto a su lado para salir a comprar el pan.

Tres cafés después, ya en comisaría, no consiguió sentirse mucho mejor. Sentada tras la mesa de Iriarte, observó con deleite las huellas de la vida de aquel hombre. Los niños rubios, la esposa joven, los calendarios de vírgenes, las plantas bien cuidadas que crecían cerca de las ventanas…, incluso tenía platillos de barro bajo los tiestos para recoger el agua sobrante.

—¿Se puede, jefa? Me ha dicho Jonan que quería verme.

—Pase, Montes, y no me llame jefa. Siéntese, por favor.

Él se acomodó en la silla de enfrente y la miró formando un leve puchero con los labios.

—Montes, me decepcionó que no asistiera a la autopsia, me preocupó no saber por qué no llegaba y me enfadó mucho tener que enterarme por otra persona de que no vendría porque se iba de cena. Creo que al menos podía haberme ahorrado el bochorno de pasarme la noche preguntando por usted, perdiendo el tiempo en llamadas que no contestó, para que al fin tuviera que ser Zabalza quien me dijera lo que pasaba.

Montes la miraba impasible. Ella prosiguió.

—Fermín, formamos un equipo, los necesito a todos y cada uno en su sitio todo el tiempo, si quería irse yo no se lo hubiera impedido; sólo digo que con lo que tenemos encima creo que por lo menos podía haberme llamado por teléfono, habérselo dicho a Jonan o yo qué sé, pero desde luego no puede esfumarse sin dar ninguna explicación. Ahora, con una niña más asesinada, le necesito a mi lado constantemente. Bueno, espero que al menos haya valido la pena —sonrió y le miró en silencio esperando una respuesta, pero él continuó mirándola como sin verla, con un gesto que había mutado del puchero infantil al desprecio—. Fermín, ¿es que no piensa decir nada?

—Montes —dijo él de golpe—. Inspector Montes para usted, no olvide que aunque ahora está al mando de esta investigación está hablando con un igual. Yo no tengo por qué darle explicaciones a Jonan, que es un subordinado, y avisé al subinspector Zabalza, mi responsabilidad termina ahí. —Sus ojos se entrecerraban por la indignación que sentía—. Por supuesto que usted no me habría impedido ir a la cena, no es quién, aunque últimamente se lo crea. El inspector Montes ya llevaba seis años en homicidios cuando usted entró en la academia, jefa, y lo que le jode es haber quedado como una inepta ante Zabalza. —Se repantingó en el asiento y mantuvo su mirada retándola. Amaia lo miró apenada.

—El único que ha quedado como un inepto ha sido usted, un inepto y un mal policía, ¡por Dios! Acabábamos de hallar el tercer cadáver de una serie, no tenemos nada aún y usted se va de cena. Creo que está resentido conmigo porque el comisario me asignó el caso, pero tiene que entender que en esta decisión yo estaba al margen, que lo que debe ocuparnos ahora es resolver este caso cuanto antes —suavizó un poco el tono y miró a Montes a los ojos tratando de ganarse su apoyo—. Creí que éramos amigos, Fermín, yo me habría alegrado por usted, creí que usted me apreciaba, creí que tendría por su parte toda la colaboración posible…

—Pues siga creyendo —musitó.

—¿No tiene nada más que decirme? —Él permaneció en silencio—. Está bien, Montes, como quiera, nos vemos en la reunión.

De nuevo los rostros muertos de las chicas con sus miradas vueltas hacia el infinito y veladas por el paño de la muerte, y al lado, como para poner de manifiesto la gran pérdida que suponía, otras fotografías coloridas y brillantes que mostraban la sonrisa pícara de Carla posando junto a un coche, seguramente el de su novio, Ainhoa sosteniendo en sus brazos un corderito de apenas una semana y Anne junto a su grupo de teatro del instituto. Una bolsa de plástico que contenía varias toallitas que casi con toda probabilidad se habían utilizado para limpiar el maquillaje del rostro de Anne y otra bolsa con las que se habían localizado en el escenario del asesinato de Ainhoa, a las que en su momento no se había prestado mayor atención porque se había supuesto que habían volado hasta el río desde la explanada de la carretera donde acudían las parejitas.

—Tenía razón, jefa. Las toallitas estaban allí, habían sido arrojadas unos metros más abajo, en una hendidura en la pared del río. Tienen restos rosas y negros, supongo que del rímel. Sus amigas dicen que solía maquillarse, tengo también la barra de labios original, estaba en el bolso. Servirá para confirmar que es el mismo. Y éstas —dijo señalando la otra bolsa— son las que se hallaron en el escenario de Ainhoa. Son de la misma clase, con el mismo tipo de dibujo estriado, aunque éstas tienen menos restos de maquillaje. Los amigos de Ainhoa dicen que sólo usaba brillo labial.

Zabalza se puso en pie.

—No hemos podido recuperar nada del escenario de Carla, ha pasado demasiado tiempo y no hay que olvidar que el cuerpo estaba parcialmente sumergido en el río; si el asesino tiró allí las toallitas es probable que se las llevase el agua de las crecidas… Al menos hemos confirmado con su familia que en efecto solía maquillarse a diario.

Amaia se puso en pie y comenzó a pasear por la sala pasando tras las cabezas de sus compañeros, que permanecían sentados.

—Jonan, ¿qué nos cuentan estas niñas?

El subinspector se inclinó hacia delante y tocó el borde de una foto con el índice.

—Las desmaquilla, les quita los zapatos, zapatos de tacón, zapatos de mujer, eso es común en las tres. Les coloca el pelo a los lados de la cara, les rasura el vello púbico, las hace ser niñas otra vez.

—Eso es —afirmó Amaia, vehemente—. A este cabrón le parece que se hacen mayores demasiado pronto.

—¿Un pederasta al que le gustan las niñas pequeñas?

—No, no, si fuera un pederasta elegiría directamente a niñas pequeñas, y éstas son adolescentes, mujercitas en mayor o menor grado, en ese momento en que las niñas quieren parecer mayores de lo que son en realidad. No es nada raro, forma parte del proceso de maduración en la adolescencia. Pero a este asesino no le gustan esos cambios.

—Lo más probable es que las conociera cuando eran más pequeñas y no le agrade lo que ahora ve, por eso quiere hacerlas volver atrás —dijo Zabalza.

—No se conforma con despojarlas de zapatos y maquillaje, elimina el vello púbico y deja su sexo como el de las niñas. Rasga sus ropas y expone los cuerpos, que aún no son los de las mujeres que ellas quieren ser, y en el lugar del cuerpo que simboliza el sexo y la profanación de su concepto de infancia elimina el vello, que es la señal de madurez, y lo sustituye por un dulce, un pastelito tierno que simboliza el tiempo pasado, la tradición del valle, el regreso a la infancia, quizás a otros valores. No aprueba su modo de vestir, que se maquillen, sus maneras de adultas, y las castiga representando en ellas su ideal de pureza; por eso nunca las violenta sexualmente, es lo último que querría hacer, quiere preservarlas de la corrupción, del pecado… Y lo terrible de todo esto es que si tengo razón, si es eso lo que atormenta a nuestro asesino, podemos estar seguros de que no parará. Transcurrió más de un mes entre el asesinato de Carla y el de Ainhoa, y apenas tres días entre éste y el de Anne, se siente provocado, confiado y con mucho trabajo por hacer, va a seguir reclutando chiquillas y las traerá de vuelta a la pureza… Incluso el modo en que les coloca las manos vueltas hacia arriba simboliza entrega e inocencia. —Amaia se detuvo como fulminada por una certeza. ¿Dónde había visto antes esas manos, ese gesto? Miró a Iriarte y le apuntó con el dedo.

—Inspector, ¿puede traerme los calendarios de su despacho?

Iriarte tardó apenas dos minutos. Puso sobre la mesa un calendario con una Inmaculada Concepción y otro de Nuestra Señora de Lourdes. Las vírgenes sonreían llenas de gracia mientras extendían a los lados del cuerpo las manos abiertas, mostrando las palmas, generosas y sin reservas, de las que brotaban rayos de fulgor solar.

—¡Ahí está! —exclamó Amaia—, como vírgenes.

—Este tío está completamente loco —dijo Zabalza—, y lo peor es que si hay algo de lo que podemos estar seguros es que no va a parar hasta que nosotros lo paremos.

—Refresquemos el perfil —pidió la inspectora.

—Varón, entre veinticinco y cuarenta y cinco —dijo Iriarte.

—Yo creo que podemos afinar más, me inclino a pensar que sea más mayor, ese rechazo que muestra hacia la juventud no encaja demasiado con un hombre joven; no es nada impetuoso, muy organizado, lleva hasta el escenario todo lo que puede necesitar, y sin embargo no las mata allí.

—Debe de tener otro sitio. ¿Dónde puede ser? —preguntó Montes.

—No creo que sea ningún lugar en concreto, por lo menos no una casa, es imposible que todas las chicas accedieran a ir a una casa; y debemos tener en cuenta que no lucharon, con excepción de Anne, que se resistió al final, sólo en el momento de ser atacada. Una de dos: o las acecha y las ataca por sorpresa en cualquier lugar arriesgándose a ser visto, lo que no me cuadra mucho con su modus operandi, o las convence para que vayan a algún lugar, o mejor las lleva él mismo, lo que supondría un coche, un coche amplio, porque después debe transportar el cadáver… Me inclino más por esta teoría —dijo Amaia.

—¿Y cree que con la que está cayendo las chicas se subirían al coche de cualquiera? —preguntó Jonan.

—Quizá no lo harían en Pamplona —explicó Iriarte—, pero en un pueblo es normal, te ven esperando el autobús y cualquier vecino para y te pregunta adónde vas; si le viene bien te lleva, no es nada raro, y confirmaría el hecho de que sea alguien del pueblo que las conozca desde pequeñas y en quien confíen lo suficiente como para subirse en su coche.

—De acuerdo: varón blanco, de entre treinta y cuarenta y cinco, puede que algo más. Es probable que viva con su madre o con padres ancianos. Puede que haya recibido una educación muy estricta, o todo lo contrario, que haya crecido asilvestrado y él mismo haya creado un código de conducta moral que ahora aplica al mundo. También podría haber sufrido abusos en la infancia e incluso haber perdido su infancia de algún modo, puede que murieran sus padres. Quiero que busquéis a cualquier varón que tenga antecedentes de acoso, exhibicionismo, merodeo… Preguntad a las parejas que van por ahí si conocen algún caso o han oído mencionarlo, tened en cuenta que estos delincuentes no surgen de la nada, van in crescendo. Buscad a los que perdieron a sus familias violentamente, huérfanos, maltratados, solitarios. Interrogad a cualquier maltratador o acosador en todo el Baztán. Lo quiero todo en la base de datos de Jonan y, mientras no tengamos otra cosa, continuaremos con las familias, los amigos y los conocidos más cercanos. El lunes se celebrará el funeral y el entierro de Anne. Repetiremos todo el proceso que llevamos a cabo con Ainhoa y al menos tendremos material para comparar. Elaborad una lista con todos los varones que asistan a los dos entierros y se ajusten al perfil. Montes, sería interesante hablar con los amigos de Carla para ver si alguien grabó el funeral o el entierro con el móvil o si hicieron fotos, es algo que se me ocurrió cuando Jonan dijo que las amigas de Ainhoa no dejaban de llorar y hablar por el móvil; los adolescentes no van a ningún sitio sin su móvil, compruébelo —omitió aposta el «por favor»—. Zabalza, me gustaría hablar con alguien del Seprona o con los guardabosques. Jonan, quiero toda la información que puedas recopilar sobre osos en el valle, avistamientos… Sé que ahora tienen a alguno localizado por GPS, a ver qué nos cuentan. Y en cuanto alguien tenga algo quiero estar informada las veinticuatro horas, ese monstruo está ahí fuera y es nuestro trabajo atraparle.

Iriarte se le acercó mientras los otros policías salían.

—Inspectora, pase a mi despacho, tiene una llamada del comisario general desde Pamplona. —Amaia se puso al teléfono.

—Me temo que aún no puedo darle buenas noticias, comisario. La investigación avanza todo lo rápido que podemos, aunque me temo que el asesino se da más prisa que nosotros.

—Está bien, inspectora, creo que he puesto la investigación en las mejores manos. Hace una hora recibí la llamada de un amigo, alguien vinculado al Diario de Navarra. Mañana publicarán una entrevista con Miguel Ángel de Andrés, el novio de Carla Huarte, que estaba en la cárcel acusado del asesinato. Como saben, fue puesto en libertad. No hace falta que le explique cómo nos pone; de cualquier manera eso no es lo malo, en el transcurso de la entrevista el periodista insinúa que hay un asesino en serie en el valle de Baztán, que Miguel Ángel de Andrés fue puesto en libertad tras comprobarse que los asesinatos de Carla y Ainhoa están relacionados, y a esto hay que sumarle que mañana se hará público el asesinato de la última chica, Anne —pareció que leía— Urbizu.

—Arbizu —corrigió Amaia.

—Les envío por fax una copia de los artículos tal y como aparecerán mañana. Les adelanto que no les van a gustar, son repugnantes.

Zabalza regresó con dos folios impresos en los que algunas frases aparecían subrayadas.

«Miguel Ángel de Andrés, que pasó dos meses en la cárcel de Pamplona acusado del asesinato de Carla Huarte, afirma que los policías relacionan el caso con los recientes asesinatos de chicas jóvenes en el valle de Baztán. El asesino les arranca la ropa y sobre los cadáveres han aparecido pelos no humanos. Un terrible señor del bosque que asesina en sus dominios. Un basajaun sanguinario».

El artículo sobre el asesinato de Anne estaba encabezado por la frase «¿Un nuevo crimen del basajaun?».