20. ¡JAQUE!

Pasó un rato antes de que se supiera algo en concreto sobre lo que había ocurrido en la cripta. Del altavoz seguían saliendo, una tras otra, canciones de moda. Cada cual procuraba serenarse como podía. Pero era difícil dejar de pensar en la estatua, y la falta de información aumentaba la curiosidad.

El único mensaje transmitido por el altavoz era que, de momento, no se podía comunicar nada y se esperaban ulteriores comunicaciones. Y que la fiesta debía continuar tranquilamente…

Todos estaban un poco decepcionados, e inmediatamente empezaron a circular numerosos rumores. La mayoría suponía que en el ataúd había aparecido el cadáver en vez de la estatua y que nadie se atrevía a decirlo. En el lugar de la fiesta reinaba cierto malestar, pero nadie sabía nada concreto.

David y Annika tampoco sabían nada cuando se encontraron con Jonás. Creyeron que podían irse tranquilamente a casa. En todo caso, les parecía que allí no había nada que hacer. Tomaron café con Natte, que se había presentado de improviso y parecía un poco perturbado. Les había inspirado compasión y le hicieron compañía. Cuando Natte vio que no ocurría nada especial, se marchó. Les dijo que, en cualquier caso, a él no le gustaba que anduvieran removiendo sepulturas antiguas.

—¡Mira quién fue a hablar! —exclamó Jonás—. ¡El que ha estado husmeando en la quinta Selanderschen!

—Si, es posible. Pero tal vez tenga algo de razón —dijo Annika.

En ese momento los dejó Jonás. Corrió hacia la estación de servicio. David y Annika lo siguieron. No sabían por qué tenía tanta prisa, pero no querían perderlo de vista otra vez.

Jonás había visto que alguien entraba en la cabina telefónica. Sólo le veía las piernas, pero oía su voz:

—¿Linkan? Hjärpe al aparato. Vengo de la apertura de la tumba. Si llamo desde una cabina de teléfonos. Oye, Linkan…

Jonás se había colocado de manera que no pudieran verlo desde la cabina, e indicó por señas a David y Annika que se escondieran.

La conversación proseguía.

—Si, escúchame ahora, Linkan. El título será: ¡ESCÁNDALO EN LA APERTURA DE LA TUMBA DE RINGARYD! ¡EL SARCÓFAGO CONTENÍA UNA PIEDRA! Y como subtítulo: Tres muchachos y un párroco engañan a un profesor.

¿Qué? David y Annika se miraron asustados.

—¡No! No puede ser cierto. Lindroth y yo movimos el ataúd y oímos que algo se movía pesadamente dentro.

Jonás intentó lanzarse a la cabina de teléfonos; pero entre David y Annika lo retuvieron. Se fueron a casa de David. Querían reflexionar tranquilamente sobre lo ocurrido.

Fueron unas horas sombrías. En realidad, ninguno de los tres tenían nada que decir. David dijo que siempre había dudado un poco; pero ya era tarde…

El tiempo pasaba lentamente. Jonás había agotado ya sus pastillas de regaliz. Decidió ir a la tienda por más. Además, quería cambiarse de ropa y quitarse la antipática camiseta de Nefertiti.

Fue por detrás e intentó penetrar en la tienda sin que lo vieran; pero en aquel momento llegaron sus padres, y se encontraron con él. Estaban de buen humor y dijeron que habían tenido un día espléndido. El negocio había ido como nunca. La tienda había estado toda la tarde llena de gentes que compraban cualquier cosa para llevársela como recuerdo.

—¿Cómo recuerdo de qué? —les preguntó Jonás escéptico.

—Ya sabes que la gente quiere tener algo como recuerdo de lo que sea —respondió su madre.

Pero Jonás no participaba de su alegría. Sus padres vieron que el chico estaba deprimido y le preguntaron si le pasaba algo.

—Creo que no han encontrado ninguna estatua —respondió.

—¡Ah, bueno! Sí, eso es un poco decepcionante —opinó su madre. Pero el padre dijo que no tenía importancia. Había sido una bonita fiesta y Jonás no debía estar triste ni sentirse culpable. No había sido él quien se había equivocado.

Jonás suspiró hondamente. No importaba quién era el culpable.

Pronto llegaría el escándalo. Faltaba poco para la hora del noticiario de radio Smaland, y ¡entonces estallaría todo!

Cogió sus pastillas de regaliz y tomó otras dos cajas más para Lindroth, que en este momento no debía sentirse muy bien. Después se cambió de camiseta y regresó a casa de David.

Acababan de empezar las noticias; David y Annika estaban sentados y parecían seriamente preocupados. Cuando Jonás abrió la puerta, la conocida voz de la presentadora le impresionó.

—La tensión era enorme, tanto entre los que se hallaban en la cripta como entre las casi trescientas personas que esperaban en la explanada de la iglesia. Cuando, por fin, fue levantada la tapa del ataúd, se comprobó que éste sólo contenía una piedra de unos cincuenta kilos de peso. Esa piedra era lo único que había en el ataúd.

»En una situación semejante, uno se pregunta cómo puede ocurrir una cosa así —continuó con vehemencia la voz—. Pero ni el profesor César Hald, ni el conservador del Museo Provincial, señor Olsson, se prestaron a darnos su opinión.

—Es comprensible. ¿Qué iban a decir? —comentó David.

—Si, y el pobre Lindroth —opinó Annika—, ¿qué va a decir?

—¿Y yo? —dijo Jonás—. ¿Qué voy a decir yo?

En la radio se oía ahora la voz de alguien que, al parecer, si tenía algo que decir. Era el maestro Laub. Las cosas se ponían cada vez peor. Con voz desagradable, y dándose importancia, explicó:

—Como ya dije en otra ocasión, ya he dado clase a los tres muchachos; los tres son alumnos sobresalientes, cada uno a su manera, pero los tres tienen una cosa en común, una fantasía fuera de lo normal. De todas formas, jamás imaginé que esa fantasía pudiera terminar en una evasión de la realidad como la hoy constatada; de lo contrario, hubiese tomado las medidas oportunas. Pero si contemplamos la sociedad actual, con su enorme oferta de medios de comunicación, los telefilmes, las novelas policíacas, las series de aventuras y tantas cosas llenas de falsos modelos de vida, de violencia y de actos criminales idealizados, no podemos extrañarnos de que la juventud ande desorientada, busque la popularidad y la fama, y se deje llevar por un afán de emociones fuertes que la sociedad actual parece incapaz de frenar. Lo único que cabe esperar es compadecerse de esos pobres muchachos que tuvieron la triste ocurrencia de…

—¿No podríamos apagar eso? —preguntó Jonás tapándose los oídos.

David se apresuró a desconectar la radio.

—¡El clásico parloteo de Laub! —comentó Annika, enfadada.

Pero aún les quedaba otro mal trago: el reportaje de la televisión sobre la apertura de la tumba.

—¿Es preciso que lo veamos? —preguntó Annika—. ¿No será un tormento innecesario?

David opinó que podrían ahorrárselo, pero Jonás insistió en que debían verlo.

Dijo que las palabras de Laub le traían sin cuidado, pero que tenía que saber encajar el golpe. Si quería llegar a ser un buen periodista, tenía que aprender a ser fuerte en los momentos de fracaso. Tenía que aprender de sus propios errores, como todos los que quieren llegar a ser algo.

Cuando llegó la hora de las noticias, encendieron el televisor. Por suerte, el reportaje no fue largo; no obstante, fue doloroso ver todo. Primero, el comienzo, la alegre espera, el puesto de globos con la esfinge, Lindroth saludando a Jonás, alegre, seguro de la victoria; el sol, los vendedores de helados, la música. Luego, el ambiente sombrío de la cripta, los rostros tensos. La expectación que se transformó en decepción. Bocas abiertas. Y al final, ¡la piedra! ¡En primer plano! ¡Una enorme piedra gris! Y nada más…

Finalmente, para colmo, la leve y burlona sonrisa del locutor, que no puedo evitar bromear un poco al comentar la decepción.

—Bien, esto es todo desde Smaland, donde, por cierto, también abundan las piedras.

Al acabar el programa, Jonás estaba pálido pero resignado.

—Ha sido un programa ágil —comentó—. Muy bueno. Aunque el final no ha tenido altura profesional, le ha faltado calidad.

Los otros estuvieron de acuerdo con él. A Annika le pareció estupendo que Jonás alabara el trabajo de otras personas, cuando él mismo había fracasado.

—Hay que ser objetivo —dijo Jonás.

No podía ser de otra forma. Tenía que aceptar que se había equivocado. Ahora tenía que ir a la quinta Selanderschen, desmontar los alambres, los disparadores automáticos y la instalación toda.

David y Annika quisieron acompañarlo. No querían que lo hiciera él solo. Así que se pusieron en camino y cruzaron el pueblo a toda velocidad en sus bicicletas. No había mucha gente en las calles. La fiesta había terminado, y casi todos estaban ya en sus casas y acababan de ver el reportaje de la televisión.

—¡Vaya fracaso! —dijo Jonás con amargura.

—¡Bah!, no tiene tanta importancia —lo animó Annika—. Cualquiera puede tener un pequeño contratiempo…

—¿Pequeño?

Cuando llegaron a la puerta de la quinta Selanderschen, estaba sonando el teléfono; Annika comentó.

—Ahora empezarán a llamar los periódicos. Ya veréis.

—Si es para mí, no estoy para comentarios —dijo Jonás.

—Tal vez será mejor que no lo cojamos —propuso Annika.

Pero David pensó que podía ser Julia. Se dirigió al teléfono con paso vacilante y descolgó el auricular…

—Diga…

—Buenas noches, David.

Efectivamente, era Julia. Todos respiraron aliviados.

—¿Quieres saber que jugada voy a hacer ahora? ¿O la conoces de antemano?

—No…, no.

—Me da la impresión de que hoy estás un poco distraído, David.

—¿Usted cree?

—Si. ¿Ha ocurrido algo?

Annika acababa de abrir la ventana para que saliera una mosca. Y entró zumbando un insecto. Era un escarabajo pelotero. David se lo comentó por teléfono a Julia.

—Si, los escarabajos vuelan al atardecer —comentó Julia en voz baja—. David, ¿quieres conocer mi jugada?

—Si, ¿cuál es?

—Muevo la dama, te como la torre y te doy jaque.

—Eso es grave. ¿Qué hago yo ahora?

—Ante todo, no precipitarte, David. ¿Por qué no esperas un poco y lo piensas?

—No sé… No, prefiero no esperar.

—Como quieras. Lo malo no es mover deprisa, sino mover sin reflexionar. En cambio nunca se debe aplazar una jugada por miedo a perder. Y un retroceso momentáneo puede transformarse en un avance si se hace bien, si se actúa con imaginación. ¿Entiendes lo que quiero decir, David?

—Creo que sí…, pero no sé…

—¿Prefieres pensarlo con tranquilidad?

—Sí, tal vez sea mejor.

—Bien, entonces adiós. ¡Que tengas éxito en la próxima jugada!

Cuando se disponía a colgar el auricular, el escarabajo pelotero fue volando directamente hacia David. Se posó sobre el tablero de ajedrez, dio una vuelta a una figura y se quedó parado en una casilla.

—¡No, espere! ¡Espere! —gritó David en el auricular—. ¡Voy a mover ahora mismo!

Julia todavía no había colgado.

—¿Ya?

—Muevo el caballo y lo coloco en F-ocho.

—El caballo en F-ocho… Es una jugada interesante, realmente muy interesante. ¿Cómo se te ha ocurrido?

David se rió. El escarabajo pelotero estaba todavía en la casilla F-8.

—He tenido una inspiración. Me he guiado por una pista.

En el otro lado hubo un instante de silencio.

—¿Una inspiración? ¿Una pista? ¿Ha sido el escarabajo pelotero, David?

—Si, ha sido el escarabajo.

—Me parece muy bien. Ya veremos cómo se desarrolla el juego a partir de ahora. Presta atención a la señal, David. Adiós.

David cogió el escarabajo del tablero de ajedrez, lo levantó con cuidado, fue hacia la ventana y le dejó levantar el vuelo y sumergirse en el atardecer.