Estaban sentados los tres en el suelo del cuarto de verano. Era de noche. Los tilos estaban inmóviles delante de la ventana. David había encendido una vela y la había puesto en el suelo. Jonás conectó el magnetofón y comenzó su reportaje, como de costumbre.
—Aquí, Jonás Berglund desde la quinta Selanderschen. Mis colegas y yo acabamos de reunirnos en el cuarto de verano, para analizar el contenido de esta singular colección de cartas. Las cartas aluden a la historia que en el siglo dieciocho se desarrolló entre estas paredes. Nos hablarán de ella. Annika Berglund y David Stenfäldt. Los dos las han estudiado a fondo y poseen mucha información ¿Quién de vosotros quiere empezar? ¿Tal vez David? Bien, David, la cinta está en marcha.
David clavó los ojos en el micrófono que Jonás le ponía debajo de la nariz y carraspeó.
—No es posible ofrecer aún su informe definitivo, pues todavía quedan muchos enigmas por resolver. Pero esperamos poder resolverlos uno tras otro.
David se calló y tomó la palabra Annika. Señaló que, para entender el contenido de las cartas, era preciso ponerse en el lugar de Emilie y Andreas, personas que habían vivido en el siglo XVIII. Añadió que era un problema de sensibilidad. Naturalmente, había que intentar entender cómo pensaban y sentían y por qué se comportaron como lo hicieron.
—Vivieron en un tiempo que en muchos aspectos tenía una escala de valores distinta a la nuestra. Pero lo más importante es procurar entablar con ellos una relación amistosa, como si siguieran vivos —concluyó.
—Esto es lo que han hecho mis colegas —intercaló Jonás—. Queridos oyentes, vamos a trasladarnos con ellos al pueblo de Ringaryd en el siglo dieciocho. Comencemos por el principio. Aquí, en la quinta Selanderschen corretean Emilie y Andreas… juegan…
—¡No, no! —le interrumpió Annika—. Eso no lo hicieron nunca. Emilie y Andreas se conocieron de niños y jugaron juntos. Así lo reflejan las cartas. Andreas habla a menudo de las cosas que hacían juntos cuando eran pequeños. Pero no jugaban aquí, en la quinta Selanderschen, sino en la casa del campanero, donde vivía Andreas. Su padre se llamaba Petrus Wiik, era el campanero y se ocupaba de la iglesia. Tocaba el órgano y las campanas. Al parecer, era un hombre simpático y delicado. Andreas y su hermana Magdalena hablan de él con mucho cariño en las cartas. También dicen que apreciaban mucho a Emilie. Petrus Wiik era un hombre importante en su entorno.
»Ocurrió que Emilie y Andreas perdieron muy pronto a sus respectivas madres. Esto pudo contribuir a que los dos se entendieran tan bien desde el principio. El padre de Andreas no volvió a casarse. El de Emilie, sí. Se llamaba Jacob Selander y era un rico terrateniente del pueblo. Emilie no tuvo hermanos.
»Pocos meses después de la muerte de su esposa, Jacob Selander se casó de nuevo con una prima adinerada.
»Así, Emilie comenzó a vivir con una madrastra. Se llamaba Ebba. Las cartas no dicen como era. Apenas la mencionan. Al parecer, Emilie y ella estaban distanciadas. Cuando se alude a ella, es siempre en relación con Andreas. A Ebba no le gustaba que Emilie frecuentara el trato de Andreas.
»Tampoco le gustaba a su padre, es decir, a Jacob. No querían que Emilie se casara con él. Deseaban casarla con un hombre rico y distinguido. En aquella época eran los padres quienes casaban a las muchachas. No elegían ellas su pareja. Al parecer, ni siquiera podían opinar sobre la decisión de sus padres.
En este punto le interrumpió David. Dijo que, a pesar de todo, no habría sido fácil prohibirles que se vieran; Emilie tenía que ir a la escuela. La escuela se encontraba en la casa del campanero, y el maestro era Petrus Wiik, el padre de Andreas. Mientras Emilie fue a la escuela, nadie pudo impedirle entrar en aquella casa. Además, Jacob Selander quería estar en buenas relaciones con el campanero del pueblo y no enemistarse con el párroco. Andreas poseía un talento poco común y era muy aplicado en la escuela por eso, el párroco se interesó por sus estudios, lo tomó bajo su protección, le enseñó latín y se ocupó de que continuara sus estudios en el instituto de Växjö. Andreas llegó a Växjö en 1752. Tenía catorce años y Emilie doce. Magdalena, la hermana de Andreas, había cumplido diecisiete. Ella y Emilie fueron muy buenas amigas, y mientras Emilie vivió, se mantuvieron siempre unidas y se ayudaron mutuamente.
—¿Puedo añadir otra cosa? —preguntó Annika con entusiasmo—. Las cartas de Magdalena nos han proporcionado la mayoría de los datos, en particular sobre los últimos años de Emilie. Ésta se confió en todo momento a Magdalena, que contestaba a sus cartas enseguida y le daba consejos. Así hemos podido averiguar lo que ocurrió.
»De vez en cuando nos hemos visto obligados a aventurar hipótesis personales; pero los puntos más importantes no ofrecen ninguna duda, porque Magdalena escribe con gran meticulosidad y da muchos detalles. Cita con frecuencia las cartas de Emilie, menciona los problemas a que responde, y es muy clara. Magdalena es una persona muy singular: casi nunca habla de sí misma; se centra en Emilie y Andreas y en los problemas de ambos. Por eso, las cartas de Magdalena no permiten averiguar mucho de ella, salvo que tuvo que ser una persona increíblemente generosa y desinteresada.
»Eso es todo. Puedes continuar, David.
—Bueno, Andreas estudió dos años en Växjö; Emilie y él se escribieron cartas durante todo el tiempo. Al principio, esas cartas son infantiles; pero se nota que, al final de esa época, la relación entre los dos ha madurado y sus sentimientos son más profundos. Andreas y Emilie se prometieron en secreto el año mil setecientos cincuenta y cuatro, durante una estancia de Andreas en Ringaryd. Él estaba de profesor en una granja de las cercanías, y podían verse con regularidad. Y lo hicieron de hecho, pese a que los padres de ella intentaron por todos los medios ponerles obstáculos.
»Entrado el otoño, Andreas fue a Upsala, para estudiar en la Universidad y asistir a las clases de Linneo. Las cartas que escribió a Emilie desde allí reflejan con claridad que se consideraban verdaderos prometidos. Sin embargo, los padres de ella siguieron siendo motivo de preocupación, y la correspondencia tuvo que efectuarse en secreto a través de Magdalena. En Navidad, Andreas pasó en su casa un par de semanas; no pudieron verse con frecuencia. Emilie estuvo todo el tiempo vigilada y tuvo que ir a pasar la Nochebuena en casa de unos parientes.
—Si —intervino Annika—. Y es triste ver la sumisión con que lo aceptó. Apenas opuso resistencia. Lloró en secreto porque no le permitían encontrarse con Andreas. Pero no luchó. Al parecer, eso era imposible en aquella época. No se atreve ni una sola vez a rebelarse contra su padre y contra Ebba. Se limita a obedecer y llorar en secreto. Y tiene que escabullirse para encontrarse con Andreas, sin permiso. Magdalena vuelve a hacer otra vez todo lo que puede, y las cartas están ahora llenas de encuentros previamente concertados, que a veces se frustran. Las cartas de Andreas y de su hermana hablan de que él deberá «perfeccionarse», como se decía entonces, para ganar el favor del padre y llegar a ser digno de Emilie…
Aquí, Jonás, la interrumpió sonriendo, como suele hacer todo entrevistador experto.
—Como han oído ustedes, queridos oyentes, nuestros investigadores han profundizado en la suerte de los protagonistas y lo han hecho de una forma muy personal. Esto es muy interesante; pero quizá lo sea mucho más trasladarnos rápidamente al futuro lejano y hablar un poco del apasionante descubrimiento que Andreas hace en el extranjero, por decirlo de alguna manera. ¿Podríamos hablar un poco sobre eso? ¿Qué te parece, David?
—Si, por supuesto, llegaremos a ello dentro de poco. Pero tenemos que contar las cosas por orden para que sea posible entender el conjunto.
»Así pues, Andreas estudió con Linneo, o Linnaeus, como se llamaba antes de que lo ennoblecieran. Se nota que Andreas lo admiraba sobremanera. Las cartas contienen tantas anécdotas sobre Linneo que casi parecen un diario. Se ve que Andreas está pendiente de sus labios y absorbe sus pensamientos sobre la naturaleza y todo lo viviente. Pero también se ve estimulado a pensar por su cuenta. Se podría decir que él desarrolló algunas ideas de Linneo y elaboró una filosofía propia, basada en la de su maestro. Al final de la época de Upsala, las cartas de Andreas tratan más de sus propios pensamientos sobre la naturaleza, la vida y el alma —el alma total, como él dice— que de Linneo.
»Las cartas que Emilie recibe ahora son fantásticas, y se explica que a ella le inquietara la idea de que pudiera ocurrirles algo, sobre todo porque la correspondencia estaba vigilada. Consideraba como una tarea suya guardar las cartas de Andreas para la posteridad, como una especie de testamento. De hecho, es lo único que ha quedado de él. No nos ha guardado ningún otro escrito, no ha dejado nada… Por tanto, Emilie debió tener un elevado sentido de responsabilidad, que no disminuyó por el hecho de que el entorno de Andreas no entendiera lo que ella sabía. Andreas afirma a menudo en sus cartas que su pensamiento ha sido interpretado erróneamente en distintos círculos. Tal incomprensión le afectaba mucho. Es explicable que Emilie tuviera que consolarlo y animarlo…
Aquí volvió a intervenir Annika. Estaba excitada.
—Es normal —dijo—. A mí también me han impresionado las ideas de Andreas, y le he compadecido, y he esperado que Emilie lograra darle ánimos. Pero luego he empezado a sorprenderme… e incluso me he indignado. ¡En realidad, esto no es tan bonito como parece! Las cartas tratan solamente de Andreas, de sus intereses y sus estudios, de sus pensamientos, sus alegrías y sus tristezas. Le pide a Emilie que se ocupe de las semillas que él manda y que las plante para él; por eso hay tantas plantas en esta casa. Son plantas de Andreas, y Emilie las cuidó para él.
»También le pide otras cosas; son siempre pequeñas tareas que es preciso realizar y cuyo resultado se le debe comunicar enseguida, a ser posible a vuelta de correo. Nunca pregunta cómo le va en casa, sin un trabajo propio, sola, vigilada por su padre y su madrastra. No hay más pregunta personal que la relativa a su salud y a la de su familia, y tal pregunta se hace siempre con la misma fórmula.
»Como es natural, también hay frases amorosas, en las que él asegura sus sentimientos de fidelidad; al principio conmueven, pero después se nota que siempre son las mismas fórmulas, pura rutina: yo creo que las cartas no evocan a Emilie con verdadero cariño. En las de Växjö no sucede lo mismo; allí se advierte que se preocupa por ella y quiere saber lo que hace y lo que piensa. Pero esto va desvaneciéndose progresivamente. Ahora ya están prometidos. Andreas ya ha conseguido lo que quería y no hace más que exigir cosas. Al parecer, Emilie no advirtió el cambio.
Annika enmudeció y miró al suelo. Mordisqueó un pellejo de una uña que al final consiguió cortar.
Jonás cogió otra vez el magnetofón:
—Bien, nuestra dinámica colaboradora ha tenido una nueva intervención, como todos han podido oír. Ahora, prosigamos. Por favor, David…
David, sumido sin duda en sus pensamientos, se estremeció.
—Sí, sí… No sé… Es posible que Annika tenga razón. Pero yo no he interpretado las cartas así. Para mí lo más importante es la trayectoria de los pensamientos de Andreas. He intentado profundizar en ellos y quiero exponer las conclusiones a que he llegado… Si he comprendido bien todo, claro. Lo mismo que Linneo, Andreas ve un plan y una interrelación en todo lo que sucede, incluso en lo que parece casual. Pero Linneo ve en la naturaleza la mano de Dios.
»Andreas no está tan seguro en lo que concierne al papel de Dios en la creación. En vez de eso habla de un alma universal. Sin embargo, cita muchas veces a Linneo, quien en algún pasaje dice más o menos lo siguiente: «¿Qué tiene de extraño que yo no vea a Dios, si no puedo ver siquiera al Yo que vive en mi mismo?». Estas palabras aparecen con frecuencia en sus cartas… Además, son las mismas palabras que Emilie copió cuidadosamente, les puso un marco y las colocó en la pared de este cuarto. Es claro que Andreas meditó mucho sobre ellas. No tenía clara su relación con Dios.
—No —le interrumpió Annika, que tenía otra vez las mejillas rojas—. Tampoco tiene clara su relación con lo que vive en él mismo. Sobre esto debió de meditar mucho. ¡Y tendría que haber reflexionado alguna vez sobre lo que sentía Emilie! Pero, al parecer, no tenía tiempo para eso…
Jonás se movió intranquilo e intervino en la conversión.
—Creo que debemos cortar este intercambio de ideas. Es muy interesante, pero interrumpe la marcha del relato. Propongo dejar para más adelante los aspectos humanos de la relación entre Emilie y Andreas. Creo que debemos continuar con la historia. Hemos dejado a Andreas en Upsala. ¿Qué pasó entonces? Por favor, David.
—Bien, pasó lo siguiente: Linneo, en vez de viajar por todo el mundo, para lo que no parecía tener salud suficiente, enviaba a sus alumnos a distintas partes de la tierra, para que estudiaran la botánica local y regresaran con semillas, plantas y otras cosas que él necesitaba para sus investigaciones. Cuando llevaba un par de años en Upsala, Andreas recibió esa misión y fue enviado a Egipto. Esto ocurrió a comienzos del año mil setecientos cincuenta y siete; Andreas permaneció dos años fuera. Poco tiempo antes de su viaje, volvió otra vez a casa, por Navidad, y se despidió cariñosamente de Emilie.
»Se marcha. Llegan cartas de su viaje por Egipto; son pocas, pero ricas en contenido. En una de esas cartas…
Aquí Jonás no se pudo contener e interrumpió con voz misteriosa el relato de David:
—Si, queridos oyentes, escuchen atentamente. Por fin llegamos al meollo de la cuestión. Presten atención. Por favor, David.
—Bueno, en una de esas cartas cuenta que él y un colega inglés descubrieron una estatua funeraria egipcia, que describe como fabulosa. Se trata de una figura de mujer en madera policromada, casi de tamaño natural. Pero pesaba sobre ella un encantamiento mágico, según escribe. El tono de la carta, sin embargo, oculta algo serio. Se pregunta qué dirá la gente del pueblo cuando él regrese con una diosa pagana. También le preocupa el juicio de su padre, Petrus Wiik. Se pregunta, en broma, si por ese motivo lo despedirán de su trabajo de campanero. Andreas no cree lo más mínimo en encantamientos ni maldiciones, pero sabe que los habitantes de Ringaryd son muy supersticiosos.
»Y, como veremos, tenía motivos para preocuparse. Cuando llegó al pueblo con la estatua, se produjo un alboroto. ¡Un ídolo de una tumba real pagana de Egipto! ¡Qué conmoción! Todos tenían miedo. ¡No sé debe hacer una cosa así! ¡No es lícito profanar las tumbas!
»Al poco tiempo de llegar a casa, Andreas tuvo que volver a Upsala para comunicar a Linneo sus hallazgos. Pero Emilie y él habían estado mucho tiempo separados; se querían y Emilie quedó encinta aquella primavera, durante los escasos días que Andreas pasó en Ringaryd.
Aquí le interrumpió Jonás. Quería plantear algunas cuestiones importantes.
—Todavía no tenemos suficiente información sobre la estatua y creo que todos estarán tan interesados en ella como yo. ¿Dónde desembarcaron la estatua? ¿Quién se hizo cargo de ella? ¿Hay noticias de ello? Y, si es así, ¿cómo se ha obtenido la información?
—Si, por supuesto —afirmó David—. Al marcharse a Upsala, Andreas dejó la estatua en Ringaryd. Se encontraba escondida en la casa del campanero, para que nadie la viera; pero todo el pueblo sabía que estaba allí. La gente iba por allí y espiaba; para la familia, esto era algo desagradable, como se lee en una carta de Magdalena a Emilie. Petrus Wiik estaba muy enojado por el asunto de la estatua; desde que tenía el ídolo en casa, se le había «nublado» la inteligencia, como dice una carta, y Magdalena no era feliz por ese motivo.
»La correspondencia sobre este tema es muy abundante. Magdalena escribe a Emilie y le informa que ella y su padre habían escrito a Andreas, porque quería deshacerse del ídolo. Todo terminó cuando Emilie decidió hacerse cargo de la estatua. La llevó a su casa y la puso en el banco, arriba, en su cuarto de verano. Tuvo que hacerlo en secreto, a espaldas de su padre y de Ebba. Ninguno de los dos debía saber que ella había escondido una vieja estatua funeraria egipcia. Emilie no temía la maldición y le agradaba poder complacer a su querido Andreas.
—¡Cómo de costumbre! —intervino Annika mordaz.
—Si, como de costumbre —repitió David—. Pero… bueno, Andreas no pasó mucho tiempo en Upsala, Linneo, muy satisfecho de sus hallazgos en Egipto, quiso mandarlo a otro lugar.
»Esta vez a Suramérica, donde debía permanecer tres años. Para Andreas era un viaje importante, pues luego podría ser profesor de Universidad. Y eso significaba mucho, entre otras razones, por Emilie. Su padre y Ebba seguro que lo aceptarían cuando fuera profesor.
»Sin embargo, el problema era que Emilie estaba encinta… No lo sabía nadie, excepto Magdalena. Emilie no quiso comunicárselo a Andreas. Si lo hubiera sabido, tal vez no habría emprendido aquel viaje tan importante para el futuro de ambos. Ella pensó que tal vez debía acompañarle a Suramérica. Pero Magdalena le quitó la idea. En su estado, habría sido un esfuerzo excesivo. Emilie lo comprendió, y la carta de Magdalena da a entender que temía ser un estorbo para Andreas, cosa que no quería en modo alguno.
Annika le arrancó a David el micrófono de las manos y dijo con rebeldía:
—¡Si, todo fue muy noble! Magdalena alabó a Emilie por su noble intención. Y, aunque Emilie estaba encinta, tan sólo se habla de Andreas, de su viaje, de su trabajo, de su licenciatura… El niño parece ser una desgracia de la que es mejor no hablar. ¡Sobre todo, que no se inquiete el pobre padre de la criatura! ¡Menos mal que no viví en aquellos tiempos!
—Si, señores acabamos de oír un comentario emotivo de nuestra colaboradora. Prosigamos… Por favor, David.
—Andreas tenía que partir hacia finales del verano y pasó la mayor parte de éste en su casa, en Ringaryd. Naturalmente, Emilie y él se vieron; pero ella no le dijo todavía nada del niño. También tenía otras preocupaciones.
»Cuando Jacob Selander, padre de Emilie, supo que Andreas había vuelto a casa y se veía con su hija, pasó a la acción. Desde hacía tiempo, tenía planeado casar a Emilie con un amigo rico, mucho mayor que ella. Se llamaba Malkolm Braxe; estaba enamorado de ella, y lo estuvo siempre, según escribe Magdalena. Estaba perdidamente enamorado, pero Emilie no se interesaba por él.
»En todo caso, llegó la última noche antes de la partida de Andreas. Se vieron para despedirse.
»Y ahora surge, de repente, una gran confusión. Ninguno entiende bien al otro. Por otra parte, Emilie recibe en ese momento el broche con la flor de plata que hemos encontrado en el estuche. Ella llora, está desesperada, se separan…, cada uno se va por su camino.
»Lo que pasó después en aquella noche, lo hemos averiguado uniendo trozos de distintas cartas de Magdalenas. Creemos que Emilie, tras el encuentro con Andreas, subió al cuarto de verano y se encerró. Sabemos con seguridad que se sentó y escribió a Magdalena, porque tenemos la contestación a esta carta. En ella hablaba de la triste despedida de Andreas, y decía que su padre había notado que estaba pasando algo. Subió e intentó forzar la puerta, mientras ella escribía. Emilie tenía el propósito de empaquetar sus cosas y marcharse con Andreas. Está confusa y por primera vez no se preocupa por su padre. Le deja que golpee la puerta cerrada y ni siquiera le contesta. Más tarde siente remordimientos y piensa que todo lo que ha pasado es culpa suya, castigo por haberse portado mal con su padre.
»El padre, al no poder hablar con Emilie, quiere hablar razonablemente con Andreas. Como es natural, sabe que Andreas se va a marchar y estará tres años fuera. Pero no quiere que Emilie siga esperándole. Prefiere que quede libre y se case con Malkolm. Espera poder convencer a Andreas de que rompan su compromiso y pongan fin a sus relaciones. O, tal vez, tiene otro plan. En todo caso, decide ir en busca de Andreas, que durante el verano vive solo, en una pequeña casita en el bosque, para estar tranquilo. La casita está solitaria; la noche es lluviosa, hace viento y fuera está oscuro. El padre carga una pistola y la lleva consigo, como se solía hacer entonces para protegerse de los atracadores. Sale precipitadamente. Está enfadado con Andreas que, en su opinión, se ha interpuesto en la felicidad de Emilie y le ha llenado la cabeza de grillos. ¡No quiere a Andreas! Cuando llega a la casa del joven, está, sin duda, bastante excitado.
»Lo que pasa después es tan increíble como horroroso, pero los acontecimientos son así, como aparecen en las cartas. Emilie habla de ello repetidas veces. Magdalena le contesta, le explica, la consuela. Por eso, creemos que hemos logrado reconstruir ordenadamente los hechos.
»El padre llega a la casita. Llama a la puerta; nadie le contesta ni le abre. Dentro está oscuro. Pero la puerta no está cerrada. Piensa que Andreas está fuera. Entra para esperarle. Pero en la oscuridad ve cómo una sombra oscura se levanta y se dirige hacia él amenazadoramente. Se asusta, pierde el control, saca la pistola y dispara al azar un tiro en la oscuridad. Así lo cuenta él mismo en su confesión. No puede ver con claridad. Pero alcanza al hombre, que se desploma. Es presa del pánico. Intenta preparar las cosas para que parezca un suicidio, incendia la casa y desaparece. A la mañana siguiente…
—¡Espera un momento! —le interrumpió Annika. Escuchaba atentamente y pidió a los otros dos se mantuvieran en silencio—. He creído oír a alguien abajo —dijo después.
—Es imposible —saltó Jonás—. Aquí no ha entrado nadie.
Había tendido cables por todos los sitios, y si alguien hubiera intentado entrar, se habría oído en cien metros a la redonda. ¡No había ningún peligro! David podía continuar.
—Bueno, a la mañana siguiente, Emilie quiso ver por última vez a Andreas para decirle adiós. Pero, en el camino, se encontró con hombres que le anunciaron que Andreas había muerto. Su casita había ardido durante la noche y habían encontrado su cuerpo totalmente carbonizado. Se había suicidado, decían.
»Así termina la relación entre Emilie y Andreas. Él fue enterrado en el Monte de la Horca, en tierra sin bendecir. Así se procedía entonces con los delincuentes y los «destructores de sí mismos», como se llamaba a los suicidas. Como se consideraba un «delito» quitarse la vida, el único castigo que se podía imponer a los suicidas era enterrarlo en tierra sin bendecir.
»Emilie quedó totalmente hundida. Por suerte, no sabía que había sido su propio padre quien había quitado la vida a Andreas. Aun así, era todo muy penoso. Ella estaba convencida de que Andreas se había suicidado. Se creía culpable y pensaba que él había tomado esa decisión porque ella había actuado inconvenientemente aquella noche. No encontraba otra explicación. Hablaba a menudo con Magdalena de su sentimiento de culpabilidad. Ésta la intentaba consolar diciéndole que Andreas no sabía lo que hacía, y que debió actuar en un momento de enajenación mental.
»Pero Emilie estaba desesperada. Se encerró cada vez más en sí misma. Todos advirtieron que se estaba volviendo rara. Iba de un lado a otro, hablaba con sus plantas, sobre todo con la selandria egyptica, la planta que Andreas había traído de Egipto y que había recibido el nombre en honor de Emilie Selander: selandria. Estaba siempre pendiente de ella y a veces decía que Andreas vivía. No podía estar muerto, pues la planta vivía. En las cartas se nota también que a Magdalena le preocupa la salud mental de Emilie. La exhorta a que se domine y se recobre, pues Andreas está muerto y no puede volver. Nadie, excepto ellas, sabe todavía que Emilie está embarazada. Finalmente, Magdalena la convence de que debe marcharse para que su hijo nazca en otro lugar, y promete acompañarla. Entre tanto, Magdalena se ha casado con un clérigo, el pastor Jesper Ullstadius. Viven en la casa parroquial de Liared y se ofrecen para cuidar el niño de Emilie y Andreas. Nadie se enterará de que no es hijo suyo.
»Así pues, todo sucedió como Magdalena quería. Emilie tuvo el hijo y lo entregó a Magdalena. Luego, regresó a la quinta Selanderschen, para quedarse con su padre, que ahora estaba solo. Ebba lo había abandonado, cansada de su mal humor. Jacob Selander se volvió sombrío y melancólico. No es extraño, dado el crimen que pesaba sobre su conciencia. Había matado a Andreas, y allí estaba Emilie, sin sospechar nada, tan enamorada de él como siempre.
»Malkolm Bracee, que seguía queriendo a Emilie, no había perdido la esperanza. Empezó a hacerle la corte, y Emilie pensó que quizá podría devolver la alegría a su padre casándose con Malkolm. Cuando Magdalena le aseguró que se trataba de un buen hombre, Emilie comenzó a pensarlo en serio. Finalmente, Magdalena la acabó de convencer. Lo hizo con la mejor intención. Así pues, Emilie se casó; sobre todo para complacer a su padre, que cada vez estaba más triste y decaído. Pero puso como condición seguir viviendo con él en la quinta Selanderschen, junto a sus queridas plantas. Y aquí vivieron los tres: Emilie, Malkolm Braxe y Jacob Selander. Poco a poco, fue pasando el tiempo…
Annika lo interrumpió de nuevo. Aseguró que había oído ruidos extraños en la casa. Pero David y Jonás no había notado nada.
David prosiguió:
—Emilie y Malkolm Braxe tuvieron un hijo. Fue una niña, y tal vez todo hubiera ido bien y Emilie se hubiera consolado, si no hubiera pasado algo horrible. Lo que pasó es lo más cruel y absurdo que se puede imaginar.
»Una noche de julio, Jacob Selander enferma gravemente. Ocurre de improviso. Comprende que va a morir y, estando en el lecho de la muerte, decide descargar su conciencia. Tendría que haber sido más prudente y haberse llevado el secreto a la tumba. Pero no tuvo la fortaleza necesaria y confesó a Emilie que había sido él, su propio padre, quien había matado a Andreas. Por tanto, Andreas no se había suicidado. Lo había matado de un tiro el padre de Emilie. ¡Y había dejado que le enterraran en el Monte de la Horca! No es difícil imaginar lo que debió de sentir Emilie.
»En todo caso…, el padre falleció…, y entonces…, entonces sí, parece que Emilie se desesperó. Es comprensible. Su padre, al que tanto quería y por el que tanto se había sacrificado, no sólo se había opuesto a su matrimonio con Andreas, sino que había matado a su prometido y había hecho creer a todos que Andreas se había suicidado. Por supuesto, Emilie no dijo nada a nadie, excepto a Magdalena.
»A la vez sufría terribles remordimientos de conciencia por Andreas. Con su silencio contribuía a que Andreas siguiera en el Monte de la Horca. ¡Pero así preservaba de la ignominia la memoria de su padre! Si Emilie hubiera dicho la verdad, habría sido posible trasladar al cementerio sagrado el cadáver de Andreas. Tenía la sensación de que lo estaba traicionando y engañando. Tal vez por eso decidió que la enterraran junto a él en el Monte de la Horca. Pero lo que sucedió después es algo que no sabemos. Y, probablemente, no lo sabremos nunca…
—¡Eso habrá que verlo! ¡No debemos considerar nada imposible! —le interrumpió Jonás, que había olvidado por una vez su papel de periodista, masticaba regaliz y estaba excitado.
—De acuerdo —contestó David—. Para finalizar esta triste historia, diré que Emilie se consume poco a poco. No le hace ninguna ilusión seguir viviendo. Escribe a Magdalena una carta tras otra. Son cartas desesperadas y confusas, a las que Magdalena contesta lo mejor que puede. Parece que su vida se ha quedado sin soporte. De repente, empieza a creer en la maldición, en que es la estatua —el ídolo— la que le ha traído todas las desgracias. Está convencida de que va a morir pronto, y comienza a poner todo en orden, pensando en Carl Andreas, hijo suyo y de Andreas. Le nombra heredero de la quinta Selanderschen. Finalmente, piensa en la estatua y en lo que debe hacer con ella. Teme que siga acarreando desgracias que recaerán sobre Carl Andreas, si no hace algo para remediarlo. Quiere que la estatua desaparezca con ella. Busca el modo de llevársela consigo a la tumba. Pero las cartas no dicen si lo consiguió ni cómo.
»Emilie murió el uno de julio de mil setecientos sesenta y tres, es decir, el día en que escribió su última carta, dirigida a la posteridad.
»Bueno, en realidad ya no me queda mucho que contar. En todo caso, esto es lo que Annika y yo hemos sacado hasta ahora.
Jonás tomó el micrófono.
—Si, y no ha estado mal. Y habrá más ¡Os lo prometo, amigos oyentes! De momento, doy las gracias a mis colaboradores, aquí presentes, Annika Berglund y David Stenfäldt. ¡Muchísimas gracias a los dos! Ha hablado Jonás Berglund, desde la quinta Selanderschen. Les deseo buenas noches.
Jonás apagó el magnetofón. Estaba satisfecho. Habían realizado un buen trabajo. Parecía verdaderamente un trabajo de profesionales.
¡Ahora sólo quedaba seguir la pista de la estatua!